3. El Orden De La Casa De Dios

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(1 Timoteo 2 Y 1 Timoteo 3)
En esta división de la epístola, el apóstol presenta el carácter de la casa de Dios (1 Timoteo 2:1-4); el testimonio de la gracia de Dios que ha de fluir desde la casa (1 Timoteo 2:5-7); la conducta apropiada para los hombres y mujeres que forman la casa (1 Timoteo 2:8-15); los requisitos necesarios para aquellos que ejercen un cargo en la casa (1 Timoteo 3:1-13); y, finalmente, el misterio de la piedad (1 Timoteo 3:14-16).
(a) La Casa De Dios, Una Casa De Oración Para Todas Las Naciones (1 Timoteo 1: 1-4) (Isaías 56:7; Marcos 11:17)
(V. 1). “Exhorto pues, ante todo, que se hagan rogativas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias, por todos los hombres” (Versión Moderna). La casa de Dios es caracterizada como el lugar de oración. Las peticiones que ascienden a Dios desde Su casa deben estar marcadas por “rogativas”, o ruegos sinceros, para necesidades especiales que surgen en circunstancias particulares; por “oraciones”, las cuales expresan deseos generales apropiados para todo tiempo; por “intercesiones”, implicando que los creyentes están en esa cercanía a Dios en la cual pueden rogar a favor de otros; y, por último, por “acciones de gracias”, las cuales hablan de un corazón consciente de la bondad de Dios que se deleita en responder las oraciones de Su pueblo.
En la Epístola a los Efesios, la cual presenta la verdad de la iglesia en su llamamiento celestial, somos exhortados a orar con súplica “por todos los santos” (Efesios 6:18). Aquí, cuando la iglesia es contemplada como el instrumento para el testimonio de la gracia de Dios, debemos orar con súplica “por todos los hombres”.
(V. 2). Somos llamados especialmente a orar por los reyes y por todos los que están en autoridad (eminencia)—por aquellos que están en posición de influenciar al mundo para bien o para mal. No es simplemente por ‘el rey’ o por ‘nuestro rey’ por quien debemos orar, sino “por los reyes”. Esto supone que nosotros somos conscientes de nuestro vínculo con el pueblo del Señor que está en todo el mundo formando parte de la casa de Dios, y la verdadera posición de la iglesia estando en santa separación del mundo, no tomando parte alguna en su política y gobierno. En el mundo, pero no del mundo, la iglesia tiene el alto privilegio de orar, interceder y dar gracias a favor de aquellos que no oran.
El apóstol da dos razones para orar por todos los hombres. Primeramente, se llama a orar por los reyes y por todos los que están en autoridad (eminencia) teniendo en mente el pueblo del Señor a través de todo el mundo. Hemos de procurar que la bondad soberana de Dios controle de tal forma a los gobernantes de este mundo que Su pueblo pueda vivir “una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad” (RVR77). Es evidentemente el pensamiento de Dios que Su pueblo pueda, pasando a través de este mundo hostil, llevar una vida tranquila, no haciéndose valer como si fuesen ciudadanos de este mundo, en la tranquilidad que refrena de participar en las disputas del mundo, en la piedad que reconoce a Dios en cada circunstancia de la vida, y en una dignidad práctica ante los hombres. Antiguamente el profeta Jeremías envió una carta al pueblo de Dios cautivo en Babilonia, exhortándoles a procurar la paz de la ciudad en la cual ellos eran mantenidos en esclavitud, orando al Señor por ella: “porque”, dice el profeta, “en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:7). En el mismo espíritu, nosotros hemos de procurar la paz del mundo, para que el pueblo de Dios pueda tener paz.
(Vv. 3-4). Luego se da una segunda razón para las oraciones del pueblo de Dios a favor de todos los hombres. Orar por todos los hombres es “bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos.” Hemos de orar, no sólo teniendo en mente el bien de todos los santos, sino teniendo en mente también la bendición de todos los hombres.
El mundo puede perseguir a veces al pueblo de Dios y procurar descargar sobre ellos todo el odio de sus corazones hacia Dios. A menos que andemos en juicio propio, tal trato hará que la carne se levante en resentimiento y represalia. Aprendemos aquí que es “bueno y agradable delante de Dios” actuar y sentir hacia todos los hombres, tal como Dios mismo lo hace, en amor y gracia. Así, hemos de orar por “todos los hombres”, no simplemente por los que gobiernan bien, sino también por aquellos que maltratan al pueblo de Dios (Lucas 6:28—RVR77). Hemos de orar, no para que el juicio retributivo alcance a los perseguidores del pueblo de Dios, sino para que en gracia soberana ellos puedan ser salvos.
La casa de Dios no ha de ser solamente el lugar desde el cual la oración asciende a Dios, sino también el lugar desde el cual un testimonio fluye hacia el hombre. A su debido tiempo Dios tratará en juicio con los impíos, e incluso ahora puede a veces tratar gubernamentalmente con aquellos que se dan a la tarea de oponerse a la gracia de Dios y a los ministros de Su gracia, como cuando Herodes fue herido, y Elimas fue cegado (Hechos 12:23; Hechos 16:6-11). Además, Dios puede, en ocasiones solemnes, tratar en juicio gubernamental con los que forman la casa de Dios para el mantenimiento de la santidad de Su casa, como se presenta en el terrible juicio que alcanzó a Ananías y Safira; y más tarde, el trato gubernamental mediante el cual algunos en la asamblea de Corinto fueron quitados en juicio (Hechos 5:1-10; 11Hear ye this, O priests; and hearken, ye house of Israel; and give ye ear, O house of the king; for judgment is toward you, because ye have been a snare on Mizpah, and a net spread upon Tabor. 2And the revolters are profound to make slaughter, though I have been a rebuker of them all. 3I know Ephraim, and Israel is not hid from me: for now, O Ephraim, thou committest whoredom, and Israel is defiled. 4They will not frame their doings to turn unto their God: for the spirit of whoredoms is in the midst of them, and they have not known the Lord. 5And the pride of Israel doth testify to his face: therefore shall Israel and Ephraim fall in their iniquity; Judah also shall fall with them. 6They shall go with their flocks and with their herds to seek the Lord; but they shall not find him; he hath withdrawn himself from them. 7They have dealt treacherously against the Lord: for they have begotten strange children: now shall a month devour them with their portions. 8Blow ye the cornet in Gibeah, and the trumpet in Ramah: cry aloud at Beth-aven, after thee, O Benjamin. 9Ephraim shall be desolate in the day of rebuke: among the tribes of Israel have I made known that which shall surely be. 10The princes of Judah were like them that remove the bound: therefore I will pour out my wrath upon them like water. (Hosea 5:1‑10) Corintios 11:32-32), Tales casos, sin embargo, son el resultado del trato directo de Dios. La casa de Dios, como tal, ha de ser un testimonio de Dios como un Dios Salvador, el cual desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.
La ‘voluntad’ de Dios (en el caso del versículo 4: “el cual quiere”), no tiene referencia alguna con los consejos de Dios los cuales, muy ciertamente, se cumplirán. Estas palabras expresan la disposición hacia todos. Dios se presenta a Sí mismo como un Dios Salvador que “quiere” que todos puedan salvarse. Pero, si los hombres han de ser salvos, esto puede ser sólo por medio de la fe que viene al conocimiento de “la verdad”. De esta verdad la casa de Dios es “columna y baluarte” (1 Timoteo 3:15). Mientras la asamblea está en la tierra, ella es el testigo y el sostén de la verdad. Cuando la iglesia sea arrebatada, inmediatamente los hombres caerán en la apostasía y serán entregados a un poder engañoso.
(B) La Casa De Dios, Un Testimonio De La Gracia De Dios (Versículos 5-7)
(V. 5). Dos grandes verdades son expuestas ante nosotros como el terreno en el cual Dios trata con los hombres en gracia soberana. En primer lugar, hay un solo Dios; en segundo lugar, hay un solo Mediador.
El hecho de que hay un solo Dios había sido declarado antes de que Cristo viniera. La unidad de Dios es la gran verdad fundamental del Antiguo Testamento. Fue el gran testimonio de Israel, como leemos, “Oye, Israel: JEHOVÁ nuestro Dios, JEHOVÁ, uno solo es” (Deuteronomio 6:4—Versión Moderna). Era el gran testimonio que debía fluir a las naciones desde Israel, como leemos, “¡Todas las naciones júntense a una .... escuchen a mis testigos, y digan: Es verdad. Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi Siervo, a quien he escogido; para que sepáis, y me creáis, y entendáis que yo soy. Antes de mí no fue formado dios alguno, ni después de mí habrá otro. ¡Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay Salvador!” (Isaías 43:9-11—Versión Moderna).
El cristianismo, al mismo tiempo que mantiene la gran verdad de que hay un solo Dios, presenta además la verdad igualmente importante de que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres. Esta última verdad es la verdad distintiva del cristianismo.
Tres grandes verdades son presentadas caracterizando al Mediador. Primero, Él es uno. Si Dios es uno, es igualmente importante recordar la unidad del Mediador. Hay un solo Mediador y ningún otro. El papado, y otros sistemas religiosos corruptos de la Cristiandad, han negado esta gran verdad, y han restado valor a la gloria del único Mediador, instalando a María, la madre del Señor, y a otros hombres y mujeres canonizados como mediadores.
En segundo lugar, el Único Mediador es un Hombre para que Dios pueda ser conocido por los hombres. El hombre no puede elevarse a Dios; pero Dios, en Su amor, puede descender al hombre. Uno ha dicho, ‘Él descendió a las profundidades más bajas para que no hubiese nadie, incluso el más inicuo, que no pudiese sentir que Dios en Su bondad estaba cerca de él—que había descendido hasta él—Su amor hallando su ocasión en la miseria; y que no había ninguna necesidad para la cual Él no estaba presente, que Él no podía satisfacer’ (J. N. Darby).
(Vv. 6-7). En tercer lugar, este Mediador se dio a Sí mismo en rescate por todos. Si Dios ha de ser proclamado como un Dios Salvador, que quiere que todos los hombres sean salvos, Su santidad debe ser vindicada y Su gloria mantenida. Esto ha sido cumplido perfectamente por la obra propiciatoria de Cristo. La majestad de Dios, la justicia, el amor, la verdad, y todo lo que Él es, ha sido glorificado en la obra llevada a cabo por Cristo. Él es una propiciación por todo el mundo. Se ha hecho todo lo que se necesitaba. Su sangre está disponible para el más vil, quienquiera que él sea. De ahí que el evangelio dice al mundo, ‘el que quiera, venga.’ En este aspecto podemos decir que Cristo murió por todos, que se dio a Sí mismo en rescate por todos, un sacrificio disponible por el pecado, para quienquiera que venga. Estas son las grandes verdades que deben ser testificadas a su debido tiempo — la gracia de Dios proclamando a todos el perdón y la salvación sobre el terreno de la obra de Cristo, quien se dio a Sí mismo en rescate por todos. Cuando Cristo hubo ascendido a la gloria, y el Espíritu Santo hubo descendido a la tierra a morar en medio de los creyentes, formándolos así en la casa de Dios, el debido tiempo había llegado. Desde esa casa el testimonio debía fluir, siendo el apóstol aquel usado por Dios para predicar la gracia, y abrir de este modo la puerta de la fe a los Gentiles (Hechos 14:27). De esta forma él puede hablar de sí mismo como de un predicador, un apóstol, y un maestro de los Gentiles en la fe y en la verdad.
(C) La Conducta Apropiada Para Los Hombres Y Mujeres Que Forman La Casa (Versículos 8-15)
Hemos visto en la primera parte del capítulo que la casa de Dios es el lugar de oración “por todos los hombres” (versículo 1), es testigo de la disposición de Dios en gracia hacia “todos los hombres” (versículo 4), y es testigo de Aquel que se dio a Sí mismo en rescate “por todos” (versículo 6).
Si tal es el gran propósito de la casa de Dios, se concluye que no se debe permitir nada en la casa de Dios que pueda estropear este testimonio ya sea de parte tanto de los hombres como de las mujeres que forman la casa. Así el apóstol procede a dar instrucciones detalladas en cuanto a la conducta de cada clase. Este testimonio de la gracia de Dios no contempla a un grupo de creyentes, participantes de un testimonio particular, uniéndose para el servicio. No se trata de un grupo de evangelistas entregándose a la obra evangelística o al servicio misionero. Éste presenta a todos los santos compartiendo un interés común en el testimonio que fluye desde la casa de Dios.
(V. 8). Primeramente, el apóstol habla de hombres en contraste a las mujeres. Los hombres en la casa de Dios deben caracterizarse por la oración. El apóstol está hablando de la oración pública, y en tales ocasiones el derecho a orar está restringido a los hombres. Además, la enseñanza no contiene ningún pensamiento de una clase oficial que guíe en oración. Orar en público no está limitado a los ancianos, o a hombres dotados, pues la oración nunca es tratada en la Escritura como un asunto de un don. Son los hombres los que deben orar y la única restricción es que una correcta condición moral debe ser mantenida. Aquellos que guían en la oración pública deben caracterizarse por la santidad, y sus oraciones deben ser sin ira ni contienda. El hombre que está consciente de un mal no juzgado en su vida no está en condición de orar. Además, la oración debe ser sin ira. Esta es una exhortación que condena completamente en uso de la oración para atacar veladamente a otros. Detrás de tales oraciones hay siempre ira o maldad. Además, la oración debe ser en la simplicidad de la fe y no con vano razonamiento humano.
(V. 9). Las mujeres deben caracterizarse por vestirse con “una conducta y ropa decentes.” (N. del T.: traducción literal de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento J. N. Darby). Esta mejor traducción indica claramente que no solamente en ropa sino en su actitud general las mujeres deberían caracterizarse por la “modestia” que rehúye toda impropiedad, y por el “pudor” que las conduce a cuidar sus palabras y modos de actuar. Ellas deben tener el cuidado de no usar el cabello, que Dios les ha dado como la gloria de la mujer, como una expresión de la vanidad natural del corazón humano. No deben procurar llamar la atención hacia ellas mismas adornándose con “oro, ni perlas, ni vestidos costosos.” Además, las mujeres hacen bien en recordar que ellas pueden obedecer la letra de esta Escritura y, con todo, pueden perder el espíritu de ésta fingiendo alguna apariencia exterior peculiar, atrayendo así la atención hacia ellas mismas.
La mujer que profesa el temor de Dios se caracterizará, no por fingir una espiritualidad superior, sino por “buenas obras”. El lugar de ellas en el cristianismo es conveniente y hermoso: se halla en esas “buenas obras”, muchas de las cuales sólo pueden ser llevadas a cabo por una mujer.
Nosotros vemos, en los Evangelios, cómo las mujeres servían al Señor de sus bienes (Lucas 8:3). María llevó a cabo una buena obra para el Señor cuando ungió Su cabeza con el perfume de gran precio (Mateo 26:7-10). Dorcas hizo una buena obra al hacer vestidos para los pobres (Hechos 9:39). María, la madre de Juan Marcos, abrió su casa para que muchos se reunieran en oración (Hechos 12:1212And Jacob fled into the country of Syria, and Israel served for a wife, and for a wife he kept sheep. (Hosea 12:12)). Lidia, cuyo corazón el Señor abrió, hizo una buena obra cuando abrió su casa a los siervos del Señor (Hechos 16: 14-15). Priscila hizo una buena obra cuando, con su esposo, ayudó a Apolos a conocer “más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18:26). Febe, de Cencrea, ayudó “a muchos” (Romanos 16:2). Otras Escrituras nos dicen que mujeres piadosas pueden lavar los pies de los santos, aliviar al afligido, criar hijos y conducir el hogar. Leemos aquí que en público la mujer debe aprender en silencio. Ella no debe ejercer dominio sobre el hombre.
El apóstol da dos razones para la sujeción de la mujer al hombre. En primer lugar, Adán tiene el lugar preeminente, puesto que él fue formado primero, después Eva. Una segunda razón es que Adán no fue engañado; la mujer lo fue. En un cierto sentido, Adán fue peor que la mujer, ya que él pecó a sabiendas. No obstante, la verdad recalcada por el apóstol es que la mujer mostró su debilidad en que ella fue engañada. Adán, en efecto, debería haber mantenido su autoridad y haber conducido a su mujer a la obediencia. Ella, en debilidad, fue engañada, usurpó el lugar de autoridad, y condujo al hombre a la desobediencia. La mujer cristiana reconoce esto y cuida de mantenerse en el lugar de sujeción y silencio.
(V. 15). Eva sufrió por su transgresión, pero la mujer cristiana hallará la misericordia de Dios que abunda sobre el juicio gubernamental, si el hombre y la mujer casados prosiguen en fe, amor y santidad, con modestia. Cómo vimos antes que la perseverancia en la sana doctrina depende tan ampliamente de una correcta condición moral (1 Timoteo 1:5-6), así vemos ahora que la misericordia temporal está conectada con un correcto estado espiritual.
(D) La Supervisión (Obispado) En La Iglesia De Dios (Capítulo 3, Versículos 1-13)
(V. 1). El apóstol ha hablado de la posición relativa de hombres y mujeres, y de la conducta conveniente a los tales en la casa de Dios. Esto prepara el camino para la enseñanza en cuanto a la supervisión (obispado) en la casa de Dios. El apóstol dice, “Si alguno aspira ejercer supervisión, buena obra desea.” (N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby; la versión RVR60 traduce: “Si alguno anhela obispado, buena obra desea.”).
En el discurso del apóstol a los ancianos en Éfeso, tres cosas se nos exponen caracterizando la supervisión (obispado). Primeramente, los supervisores (obispos) deben mirar por sí mismos y “por todo el rebaño”. Ellos deben procurar que su propio andar, y el andar del pueblo de Dios, pueda ser digno del Señor. En segundo lugar, ellos han de “apacentar la iglesia del Señor.” Ellos piensan, no solamente en el andar práctico del pueblo de Dios, sino que procuran el bienestar de sus almas, para que ellos puedan entrar en sus privilegios cristianos y hacer que sus almas progresen en la verdad. En tercer lugar, ellos han de ‘velar’ sobre el rebaño para que pueda ser guardado de los ataques del enemigo exterior, así como de las corrupciones que puedan surgir dentro del círculo cristiano por medio de hombres perversos que desvían las almas del Señor tras sí (Hechos 20: 28-31).
Tal era la obra de supervisión (obispado), y el apóstol habla de ella como de una “buena obra”. Hay el testimonio de la gracia de Dios que ha de fluir desde la casa de Dios, y el apóstol ha hablado ya de esto como “bueno y agradable delante de Dios”. Hay también el cuidado de aquellos que componen la casa de Dios, para que su conducta sea la que conviene a la casa. Y su cuidado por las almas también es una “buena obra”.
Es importante recordar que el apóstol no está hablando de “dones”, sino de un oficio local para el cuidado de la asamblea. La Cristiandad ha confundido los dones con los oficios o cargos. En la Escritura ellos son muy distintos. Los dones son dados por la Cabeza ascendida y son ‘puestos’ en la iglesia (Efesios 4:8-11; 1 Corintios 12:28). Siendo así, el ejercicio del don no puede estar limitado a una asamblea local. El oficio de supervisor (obispo) es puramente local.
Además, no hay nada en esta enseñanza en cuanto a la ordenación de individuos para estos oficios. Timoteo y Tito pueden ser autorizados por el apóstol para ordenar (o “establecer”) ancianos (Tito 1:5), pero no hay instrucción para que ancianos designen ancianos, o para que la asamblea elija ancianos.
El hecho de que estos siervos fueran autorizados por el apóstol para establecer ancianos prueba claramente que, en la época del apóstol, había asambleas en las cuales no había supervisores designados. Ellos carecían de ancianos debidamente designados a causa de la falta de autoridad apostólica (directa o indirecta) para designarlos. Es claro, entonces, por la Escritura, que no puede haber ancianos designados oficialmente excepto por un apóstol o sus delegados. El hecho de que el hombre designe ancianos u ordene ministros sería mostrar que se actúa sin la autorización de la Escritura.
Esto no implica que la obra del supervisor no pueda ser hecha, o que no existan aquellos que son aptos para la obra en un día de crisis. La obra de los supervisores nunca fue más necesaria que hoy en día, y aquellos que están calificados de manera escrituraria para la obra pueden, en sencillez, servir al pueblo del Señor en su propia localidad; y es bueno que nosotros reconozcamos a los tales, teniendo siempre en mente la fuerza exacta de las palabras del apóstol, cuando dice, “Si alguno aspira ejercer supervisión, buena obra desea.” (N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby). El apóstol no habla de un hombre deseando el ‘cargo’ a fin de sostener una posición o para ejercer autoridad, sino del deseo de ejercer esta “buena obra”. A la carne le agrada el cargo, y la posición, y la autoridad, pero rehuirá la “obra”. Cuando esto se ve, tendríamos que admitir que existen pocos que tienen el deseo que el apóstol contempla.
(Vv. 2-3). Las cualidades que deberían caracterizar a los tales son claramente expuestas ante nosotros; y, como uno ha dicho, ‘Las instrucciones incluso en cuanto a los ancianos y diáconos no son, por decirlo así, meramente para su propio bien; ellas nos muestran el carácter que Dios valora y busca en Su pueblo’ (F. W. Grant).
El carácter moral del anciano debe ser irreprensible. Debe ser marido de una sola mujer, un requisito que tendría especial aplicación a aquellos surgiendo del paganismo con su poligamia. Un hombre convertido, aunque no debía ser rechazado porque tenía más de una mujer, sería inepto para la supervisión (obispado). Además, un tal (el supervisor) tenía que ser sobrio en el juicio, prudente en sus palabras, decoroso en conducta, hospedador. Él debía ser apto para enseñar, sin implicar necesariamente que tuviera el don de maestro, sino que tuviese aptitud para ayudar a otros en sus ejercicios espirituales. No debía ser una persona dada a exceso en el vino o en la violencia al actuar; por el contrario, él debía ser amable, no contencioso y libre de avaricia.
(Vv. 4-5). Además, tenía que ser uno que gobernara bien su casa, teniendo a sus hijos en sujeción — exhortaciones que indican claramente que el supervisor (obispo) tenía que ser un anciano, no solamente casado y poseyendo un hogar, sino que teniendo hijos.
(V. 6). No debía ser un neófito (N. del T.: palabra vernácula empleada en la literatura desde Aristófanes en adelante, en la LXX y en papiros, en el sentido original de ‘recién plantado’ (en griego: neos, phuö), de Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento de A. T. Robertson, Editorial Clie — otra traducción: “recién convertido”  — LBLA). Un cristiano joven puede ser usado por el Señor para predicar a los demás tan pronto como se convierte, pero que un tal tome el lugar de un supervisor (obispo) obviamente sería incorrecto, y conduciría probablemente a su caída “en la condenación en que cayó el diablo” (LBLA). Uno dijo verdaderamente que la condenación en que cayó el diablo fue que ‘se exaltó a sí mismo pensando en su propia importancia’ (J. N. Darby).
(V. 7). Finalmente, el supervisor debe tener un buen testimonio de los de afuera, de lo contrario él caerá en descrédito y en lazo del diablo. El lazo del enemigo es entrampar al creyente en alguna conducta delante del mundo, de modo que ya no pueda más lidiar con una conducta cuestionable entre los santos.
(V. 8). El apóstol nos da además los requisitos necesarios para los diáconos. El diácono es un ministro, o uno que sirve. Del capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles aprendemos que su obra especial es descrita como “servir las mesas” y, tal como muestra la relación, esto se refiere a la satisfacción de las necesidades corporales y temporales de la asamblea, en contraste a la obra del supervisor (obispo) el cual está más especialmente preocupado en satisfacer las necesidades espirituales. No obstante, no es menos necesario que el diácono tenga requisitos espirituales. Los escogidos para la obra de diácono, en la iglesia primitiva en Jerusalén, debían ser hombres “de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hechos 6:33Then shall we know, if we follow on to know the Lord: his going forth is prepared as the morning; and he shall come unto us as the rain, as the latter and former rain unto the earth. (Hosea 6:3) — Versión Moderna). Aquí aprendemos que, al igual que los supervisores, ellos tenían que ser “honestos” (“serios” — Versión Moderna), “sin doblez” (“de una sola palabra” — LBLA; “no de dos lenguas” — Versión Moderna), no dados a mucho vino o a codicia.
(V. 9). Además, ellos debían caracterizarse por guardar “el misterio de la fe con limpia conciencia”. Guardar la doctrina correcta no es suficiente. La ortodoxia sin una conciencia pura indicaría cuán poco la verdad tiene poder sobre aquel que la posee; por eso cuán impotente es una persona tal para afectar a los demás.
(V. 10). Asimismo, los diáconos deben ser aquellos que han sido probados y han demostrado, mediante la experiencia, ser irreprensibles en su propia conducta y, de este modo, ser capaces de lidiar con asuntos que necesariamente tendrían que encarar en su servicio.
(Vv. 11-12). Sus mujeres también debían ser “honestas” (“serias” — Versión Moderna), no calumniadoras, y fieles en todo. El carácter de ellas es mencionado especialmente, en vista de que el servicio de los diáconos, al tener que ver con las necesidades temporales, podía dar ocasión para que las esposas hicieran alguna maldad a menos que fuesen “fieles en todo”. Al igual que los supervisores (obispos), los diáconos han de ser maridos de una sola mujer, gobernando bien sus hijos y sus casas. Se reitera, estas exhortaciones implican que el diácono no es un hombre joven, sino uno que está casado y tiene hijos, y de este modo es un hombre con experiencia.
(E) El Misterio De La Piedad (Versículos 14-16)
(Vv. 14-15). “Estas cosas te escribo, esperando ir en breve a verte, por si tardare más largo tiempo, para que sepas cómo debes portarte en la casa de Dios (la cual es la iglesia del Dios vivo) columna y apoyo de la verdad” (Versión Moderna).
El apóstol cierra esta porción de su epístola declarando decididamente que su razón para escribir “estas cosas” es que Timoteo pudiera saber como uno debe portarse en la casa de Dios.
Se nos dice que la casa de Dios es “la iglesia del Dios viviente” (RVR60). Ya no es más un edificio de piedras materiales, como en el Antiguo Testamento, sino una compañía de piedras vivas—de creyentes. Está formada por todos los creyentes viviendo en la tierra en cualquier momento dado. Ninguna asamblea local es llamada jamás la casa de Dios.
Asimismo, es la iglesia (asamblea) del Dios viviente. El Dios que mora en medio de Su pueblo no es como los ídolos muertos que los hombres adoran, que no pueden ver ni oír. Que nuestro Dios es un Dios viviente es una verdad de importancia bendita pero solemne, pero es una verdad que nosotros podemos olvidar fácilmente. Más adelante el apóstol nos puede decir que nosotros podemos trabajar y sufrir oprobios, “porque esperamos en el Dios viviente” (1 Timoteo 4:10). El Dios viviente es un Dios que se deleita en sustentar y bendecir a Su pueblo; sin embargo, si la santidad que conviene a Su casa no es mantenida, Dios puede poner de manifiesto que Él es el Dios viviente en solemnes tratos gubernamentales tales como con Ananías y Safira, quienes experimentaron la verdad de las palabras, “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31).
Además, aprendemos que la casa de Dios es “columna y sostén de la verdad” (LBLA). La “columna” nos habla de ser testigo; el “sostén” es aquello que mantiene firme. No se dice que la casa de Dios es la verdad, sino que es la “columna” o testigo de la verdad. Cristo en la tierra era “la verdad” (Juan 14:6), y leemos nuevamente, “tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Por mucho que la iglesia haya fracasado en sus responsabilidades permanece el hecho de que, establecida por Dios en la tierra, ella es testigo y sostén de la verdad. Dios no tiene a ningún otro testigo en la tierra. En un día de ruina pueden ser unos pocos débiles quienes mantienen la verdad, mientras la gran masa profesante, dejando de ser un testigo, será vomitada de la boca de Cristo.
Es importante recordar que no se dice que la iglesia (o asamblea) enseña la verdad, sino que testifica la verdad que ya se halla en la Palabra de Dios. La iglesia tampoco puede alegar autoridad para decidir lo que es verdad. La Palabra es la verdad y contiene su propia autoridad.
(V. 16). En vista de que la iglesia es la casa de Dios ­— el Dios viviente ­— y testigo y sostén (o baluarte) de la verdad, cuán importante es que sepamos cómo conducirnos en la casa de Dios. Teniendo en mente la conducta piadosa el apóstol habla del “misterio de la piedad,” o del secreto de la conducta correcta. Uno ha escrito de este pasaje, ‘Esto es citado e interpretado a menudo como si hablase del misterio de la Deidad, o del misterio de la Persona de Cristo. Pero se trata del misterio de la piedad, o del secreto mediante el cual toda piedad verdadera es producida ­— el manantial divino de todo lo que puede ser llamado piedad en el hombre’ (J. N. Darby). Este misterio de la piedad es lo que la piedad conoce, pero no es manifestado aún al mundo. El secreto de la piedad reside en el conocimiento de Dios manifestado en y por medio de la Persona de Cristo. Así, en este hermoso pasaje, tenemos a Cristo presentado dando a conocer a Dios a los hombres y a los ángeles. En Cristo, Dios fue manifestado en carne. La santidad absoluta de Cristo fue vista en que Él fue justificado en el Espíritu. Nosotros somos justificados en la muerte de Cristo: Él fue sellado y ungido completamente aparte de la muerte ­— la prueba de Su santidad intrínseca. Luego, en Cristo, como hombre, Dios fue “visto por ángeles” (Versión Moderna). En Cristo, Él fue dado a conocer al mundo, y fue creído en el mundo. Finalmente, el corazón de Dios se da a conocer por la presente posición de Cristo en la gloria.
Se habla de todo esto como del “misterio de la piedad”, porque estas cosas no son conocidas por el incrédulo. Una persona tal, en efecto, puede apreciar la conducta externa que mana de la piedad; pero el incrédulo no puede conocer el manantial secreto de la piedad. Ese secreto es conocido sólo por los piadosos; y el secreto yace en el conocimiento de Dios; y el conocimiento de Dios les ha sido revelado en Cristo.