Compromisos

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Aunque no todo contacto o asociación de jóvenes cristianos necesita culminar en el matrimonio, sin embargo es de deplorar cuando los creyentes imitan al mundo impío y juegan frívolamente el uno con los afectos del otro. Dios puso el afecto en el corazón humano; no se debe jugar con él. Un hermano joven debe cuidar de no ilusionar a una hermana joven sin tener intenciones serias, y viceversa. Un creyente recto no va a engañar a otro, demostrando un intento que en realidad no existe. Es para deshonra del Señor cuando se causa daño a un corazón por el agrado de la coquetería; dicha conducta es enteramente indigna de una fiel cristiana.
Normalmente, después de una temporada de estar esperando en el Señor para tener la seguridad de haber conocido su voluntad, llega el momento en que el joven y la señorita tomen la decisión de comprometerse.
“Os he desposado a un marido, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Co. 11:2).
Este es el día de nuestro desposorio, y ¿cuál debe ser nuestra actitud? Debemos estar llenos de pensamientos de Aquel que nos ha prometido tomarnos a Sí mismo para ser Su compañera. Nuestros corazones deben estar llenos de anhelo para ese bendito momento en que Él nos presentará a Sí mismo como Su inmaculada esposa.
Sería del todo ilícito que una joven comprometida aceptase las atenciones de otros jóvenes que no fuesen las de su novio, porque ella demostraría que su corazón no había sido ganado plenamente por el novio.
Asimismo se echa de ver una falta triste en nuestro afecto para con nuestro Señor cuando nos olvidamos de Él y volvemos a buscar nuestra felicidad en las cosas mezquinas del mundo.
Los compromisos son asuntos serios y no deben contraerse a menos que haya el propósito expreso de matrimonio. Deben considerarse como obligatorios y tratados como deberes definitivos.
Para que uno rompa el compromiso, debe tener un motivo que el Señor apruebe. Difícilmente se rompe honrosamente. Pero se puede mencionar que si un creyente se ha comprometido con un inconverso, debe preguntarse seriamente si deliberadamente va a desobedecer a Dios, casándose con un inconverso. A veces el novio (la novia) dice que ha dado su palabra y por lo tanto está obligado a hacer lo que él sabe es malo. Herodes fue uno de estos: le prometió a Salomé lo que ella pidiere, y cuando ella pidió la cabeza de Juan el Bautista, Herodes cumplió su juramento y cometió un crimen. Tal caso demuestra la falacia de cumplir una promesa en contra del deber conocido.
Entonces si alguno se encuentra en la situación de estar comprometido con un inconverso, debe poner sus súplicas al Señor acerca de ello, buscando de él la honrosa salida de una situación peligrosa, pues uno puede deshonrar al Señor por la manera en la cual procura zafarse de la red de una posición que Él jamás podrá aprobar. Mientras el creyente espera el rescate, convendría que se juzgara a sí mismo por haber tomado el paso en falso. Tal vez valdría mucho hablar francamente con el inconverso con el cual se ha hecho el compromiso, confesándole la desobediencia y el fracaso, mostrando lo que la Escritura dice, y con toda humildad, puesto que es una situación muy desagradable.