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Un orador ateo estaba propagando su incredulidad en las cosas de Dios y pronunciaba discursos en varias ciudades. Como él era un hombre muy sagaz podía engañar a muchos con sus complicados discursos. Pero Dios, que no puede ser burlado, estaba reservando a uno de sus hijos para confundir a este mensajero de Satanás.
Una noche cuando él estaba hablando en una próspera ciudad minera, observó la presencia de un hombre que escuchaba atentamente. Estaba vestido de un sucio traje minero, y su alto y musculoso cuerpo revelaba que era un hombre de mucha fuerza.
Cuando el orador concluyó sus argumentos contra la inspiración divina de la Biblia, contra la divinidad del Señor Jesucristo y contra la cristiandad como la lógica creencia, entonces enalteciéndose por suponer que había derribado cualquier fe de sus oyentes, terminó su disertación diciendo: «Ahora estoy seguro que he tenido buen éxito explicándoles acerca este mito llamado “la religión de Jesucristo”».
Apenas había terminado, cuando el minero, al cual había notado previamente, se levantó firmemente de pie. Aunque tenía su vestido de trabajo, sin embargo se destacó majestuosamente entre los oyentes y su voz resonó en el salón.
«Señor,» dijo, «yo soy solamente un obrero minero y no sé hablar su lenguaje educado, pero esta gente me conoce y ellos saben que hasta hace tres años yo era el hombre más duro y malvado de esta ciudad. Saben que hasta esa fecha yo abandoné a mi esposa y niños, yo blasfemaba y maldecía, yo gastaba mi sueldo en la cantina y si alguno osaba enfrentarme le daba un puñetazo en la cara.»
«Entonces vino alguien que me habló del amor de Dios hacia los pobres pecadores y cómo El puede transformar nuestra vida. Me hizo ver a Cristo Jesús muriendo en la cruz del Calvario por desdichados como yo. Entonces Cristo me regeneró y puso en mí fe y esperanza y todo por medio de las mismas cosas que Ud. llama fábulas o mitos. Yo creo precisamente en las cosas que Ud. niega y me beneficié por medio de la fe en la virtud sanadora de la sangre del Salvador, ¡El cambió completamente mi vida! Este pueblo puede testificar que toda mi pasada manera de vivir ha cambiado. Ahora nosotros tenemos un hogar feliz. Yo amo a mi esposa y a mis niños. Me siento muy feliz en todo y Dios ha quitado mi violencia y el deseo de la bebida. Un nuevo poder me ha llenado desde que Cristo entró en mi vida». La cara del rudo minero resplandecía mientras hablaba y luego preguntó: «¿Si lo que Ud. dice es la verdad, entonces cómo explica mi cambio?»
El orador impío quedó callado; ni supo qué contestar. Y todos los oyentes volvieron a sus casas sabiendo que la Biblia es en verdad la Palabra de Dios, que Jesucristo es mucho más que una fábula y que el evangelio «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.»
Y Ud., lector, también debe creer en Dios y en su Hijo el Señor Jesucristo. Por medio de Él Ud. puede lograr cambiar su vida como cambió el minero y miles más. Pero si Ud. no se arrepiente de sus pecados y no recibe el testimonio de Cristo Jesús, sepa bien claro que este mismo Jesús será su juez.
«Dios...ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó (Cristo), dando fe a todos con haberle levantado de los muertos» (Hechos 17:30‑31).
«Mirad a Mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque Yo soy Dios, y no hay más» (Isaías 45:22).
«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a Sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio» (1ª Timoteo 2:5‑6).