"Y aconteció en Iconio, que entrados juntamente en la sinagoga de los judíos, hablaron de tal manera, que creyó una grande multitud de judíos, y asimismo de griegas. Mas los judíos que fueron incrédulos, incitaron y corrompieron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo eso se detuvieron allí mucho tiempo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, dando que señales y milagros fuesen hechos por las manos de ellos. Mas el vulgo de la ciudad estaba dividido; y unos eran con los judíos, y otros con los apóstoles. Y haciendo ímpetu los judíos y los gentiles juntamente con sus príncipes, para afrentarlos y apedrearlos, habiéndolo entendido, huyeren a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y por toda la tierra alrededor. Y allí predicaban el evangelio" (vv. 1-7).
Habiendo sido echados los apóstoles Pablo y Bernabé de la ciudad de Antioquía de Pisidia, empezaron luego a predicar las buenas nuevas de Dios a los habitantes de la ciudad de Iconio. Lo único que el diablo como león rugiente efectuó por su maldad fue adelantar la obra del Señor, pues los apóstoles, echados de un lugar, se pusieron a predicar luego en otro.
"La palabra del Señor i predicad! ¡ predicad!
Con anhelo y oración ¡predicad!
Ante el mundo burlador
Sed testigos de su amor:
El poder del Salvador
¡ Predicad!"
En Iconio una gran multitud de judíos se convirtió y también de griegos. Pero dondequiera que Dios esté obrando, pronto viene el diablo maquinando o rugiendo para procurar deshacer la obra divina. En Iconio los judíos incrédulos que siempre vivían sin mantener contactos con los gentiles, sin embargo supieron incitarles contra los hermanos; pero eso no les importaba a los apóstoles: seguían firmes, confiados en el Señor, que les permitió hacer prodigios, señales para convencer a las gentes todas que el evangelio era del verdadero Dios. Cumplido, entonces, el testimonio del Señor en Iconio, el Señor permitió que los judíos, juntamente con los gentiles y sus líderes, hiciesen un complot para matar a los apóstoles; y éstos huyeron a Listra y Derbe, ciudades de otra región: Licaonia. Allí y por todos los alrededores predicaban el evangelio.
"Y un hombre de Listra, impotente de los pies, estaba sentado, cojo desde el vientre de su madre, que jamás había andado. Este oyó hablar a Pablo; el cual, como puso loe ojos en él, y vio que tenía fe para ser sano, dijo a gran voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y saltó, y anduvo" (vv. 8-10).
Aquel pagano escuchó las buenas nuevas de Dios, y se convenció que El era el Dios vivo y verdadero. Tenía fe-la cual es "don do Dios" (Efe. 2:8)-en el Omnipotente, y Pablo, discerniéndolo, le mandó hacer uso de sus pies que eran malogrados. "Saltó y anduvo" (sin jamás haberlo aprendido).
En contraste marcado, a Timoteo, su hijo en la fe que sufría del estómago y de continuas enfermedades, y a Trófimo, otro compañero de milicia, Pablo no les sanó (véase 1ª Tim. 5:23 y 2ª Tim. 4:20). ¿Por qué? ¿Porque les faltaba a Timoteo y a Trófimo la fe? No, más bien que Pablo vio preciso que cada uno de ellos tuviese "un aguijón para la carne" para que no se enaltecieran. (Comp. 2 Cor. 12:7). En aquel caso del impotente de Listra el milagro hecho públicamente era para confirmación del evangelio a los inconversos; en estos últimos casos era la mano correctiva del Señor sobre sus siervos.
"Entonces las gentes, visto lo que Pablo había hecho, alzaron la voz, diciendo en lengua licaónica: Dioses semejantes a hombres han descendido a nosotros. Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque era el que llevaba la palabra. Y el sacerdote de Júpiter, que estaba delante de la ciudad de ellos, trayendo toros y guirnaldas delante de las puertas, quería con el pueblo sacrificar. Y como lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rotas sus ropas, se lanzaron al gentío, dando voces, y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, y la mar, y todo lo que está en ellos; el cual en las edades pasadas ha dejado a todas las gentes andar en sus
caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría nuestros corazones. Y diciendo estas cosas, apenas apaciguaron el pueblo, para que no les ofreciesen sacrificio" (vv. 11-18).
De parte de los apóstoles su fidelidad a Dios fue probada cuando el sacerdote pagano de Júpiter-un dios falso-quería con el pueblo ofrecer sacrificio a ellos como dioses descendidos del cielo. Pablo y Bernabé se presentaron enérgicamente-rotas sus ropas-a los paganos, y les reprendieron, anunciándoles a la vez que se convirtiesen al Dios vivo y verdadero, el gran Creador del cielo, la tierra, el mar y todo lo que había en ellos; El mismo qué les daba lluvias del cielo y tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría sus corazones, cosas que dioses falsos nunca habían hecho, ya que no eran absolutamente nada. Apenas pudieron detener al sacerdote y el pueblo. No quedaban contentos de haber sido frustrados, nos parece.
"Entonces sobrevinieron unos judíos de Antioquía y de 'cardo, que persuadieron a la multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le sacaron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. Mas rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad; y un día después, partió con Bernabé a Derbe" (vv. 19, 20).
Desde lejos vinieron los judíos incrédulos, enemigos de Jesús el Señor y determinados a matar a Pablo, su siervo. De qué manera persuadieron a los paganos no se nos da a saber; pero ellos, probablemente, se hallaban irritados porque los apóstoles no aceptaron su amistad idólatra, y con corazones pérfidos ellos dieron oídos a las mentiras de los judíos y luego apedrearon a su benefactor, Pablo.
La Escritura guarda silencio, pero se cree que fue en ese tiempo cuando Pablo fue "arrebatado hasta el tercer cielo" (2a Cor. 12:2). Es casi increíble que un hombre apedreado y dejado por muerto, ¡ se levantara luego y anduviera por la ciudad; y al día siguiente marchara con Bernabé a otra ciudad! Pablo fue reanimado de una manera sobrenatural (comp. Fil. 3:10).
"Y como hubieron anunciado el evangelio a aquella ciudad, y enseñado a muchos, volvieron a Listra, y a Iconio, y a Antioquía, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y que es menester que por muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios." (vv. 21, 22).
"Ninguna cosa podemos contra la verdad, sino por la verdad" (24 Cor. 13: 8). Toda la oposición que Satanás levantó contra el evangelio, sólo resultó en la propagación de las buenas nuevas por muchas regiones. Ya había asambleas cristianas en varios lugares, pero precisaban de ayuda espiritual. Así que los apóstoles, no obstante el mal trato que habían recibido, volvieron por el mismo camino que habían andado, visitando a los nuevos creyentes en Cristo en la capacidad de "pastores," y ayudándoles con la palabra de "edificación, exhortación y consolación."
"Y habiéndoles constituido ancianos en cada una de las iglesias, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en el cual habían creído" (v. 23).
Desde el principio ha habido la necesidad de orden, de gobierno, en las iglesias, o asambleas, locales. En aquel entonces los apóstoles ejercitaban su autoridad apostólica en medio de las asambleas que eran el fruto de su labor en el evangelio: escogieron ancianos, u obispos. Ya que todos los creyentes no eran sino solamente "niños en Cristo," es evidente que la voz "anciano" no se refería a gran desarrollo espiritual, sino de cierta madurez de parte de padres de familia (véase 1ª Tim. 3:4, 5). Para apacentar el rebaño del Señor, para gobernar bien, se precisa de padres de familia que sepan gobernar bien en sus propias casas. Notemos también que la Escritura habla siempre de una pluralidad de "ancianos" u "obispos," nunca de uno solo; además, que no son ancianos sino solamente en sus respectivas asambleas, no en varias, mucho menos con un obispado que abarca hasta países enteros.
Y, como ya hemos observado, no tenemos desde los días de los apóstoles y sus delegados nadie que escoja anciano u obispo; m bien tenemos por escrito en 1ª Tim. 3:1-7 y Tito 1:5-9 los requisitos de los tales. Por lo tanto, los que tienen lo imprescindible debemos respetar y dar gracias a Dios por ellos. Los tesalonicenses eran "niños en Cristo," pero Pablo les exhorto así: "os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima por amor de su obra. Tened paz los unos con los otros" (1ª Tes. 5:12, 13).
Sigamos: "y pasando por Pisidia vinieron a Pamphylia. Y habiendo predicado la palabra en Perge, descendieron a Atalia; y de allí navegaron a Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían acabado." (vv. 24-26).
No se da a saber si una asamblea fue formada en Perge, o no; sólo se nos dice que los apóstoles predicaron la palabra, dejando los resultados con el Señor. (Fue desde Perge que Juan Marcos volvió atrás -Hch. 18:18).
Volvieron a su propia asamblea local, Antioquía (al norte de Jerusalem unos 500 kilómetros). Habían sido encomendados a la gracia de Dios (Hch. 13:3) por sus hermanos de Antioquía, no por los apóstoles en Jerusalem. Es muy importante sujetarnos al hecho de que cada creyente debe de tener una identificación local. La palabra de Dios condena el espíritu de independencia tan prevaleciente hoy en día. Aun los apóstoles Pablo y Bernabé tenían su identificación local en la asamblea de Antioquía.
"Y habiendo llegado, y reunido la iglesia, relataron cuán grandes cosas había Dios hecho con ellos, y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y se quedaron allí mucho tiempo con los discípulos" (vv. 27-28).
Era muy apropiado que los hermanos que les habían dado las diestras de comunión para su misión, oyesen de los labios de los apóstoles, no lo que ellos habían hecho, sino lo que Dios había hecho con ellos. ¡ A El sea siempre toda la gloria! Después se quedaron mucho tiempo en Antioquía. Nuestro Señor no es "hombre duro" que siempre está exigiendo demasiado de sus siervos, no. Dejó que Pablo y Bernabé se restablecieran en el seno de su propia asamblea y, a la vez, servirle en medio de ella, pues siempre hay necesidades espirituales en cualquier asamblea de cristianos.