Juan Capítulo 15

John 15  •  20 min. read  •  grade level: 13
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La Vid Verdadera; Cristo En La Tierra En Contraste Con Israel
El comienzo de este capítulo, y de aquello que se refiere a la vid, pertenece a la porción terrenal—a aquello que Jesús era en la tierra—a Su relación con Sus discípulos en la tierra, y no va más allá de esa posición.
“Yo soy la vid verdadera.” Jehová había plantado una vid hecha venir de Egipto (Salmo 80:8). Esto es Israel según la carne; pero no era la verdadera Vid. La verdadera Vid era Su Hijo, a quien hizo venir de Egipto—Jesús. Él se presenta así a Sus discípulos. Aquí no se trata de aquello que Él será después de Su partida; Él era esto en la tierra, y claramente en la tierra. Nosotros no hablamos de plantar viñas en el cielo, ni de podar ramas allí.
Los Pámpanos Llevando Fruto: La Responsabilidad Individual De Los Discípulos
Los discípulos habrían considerado al Señor como la rama más excelente de la Vid; pero así, Él habría sido sólo un miembro de Israel, mientras que Él mismo era el vaso, la fuente de bendición, conforme a las promesas de Dios. La vid verdadera, por lo tanto, no es Israel; bien al contrario, es Cristo en contraste con Israel, pero Cristo plantado en la tierra, tomando el lugar de Israel, como la Vid verdadera. El Padre cultiva esta planta, evidentemente en la tierra. No hay necesidad de ningún labrador en el cielo. Aquellos que están unidos a Cristo, como el remanente de Israel, los discípulos, son los que necesitan este cultivo. Es en la tierra donde se espera que se lleve fruto. Por consiguiente, el Señor les dice: “Ya vosotros estáis limpios, por la palabra que os he hablado”; “Vosotros (sois) los pámpanos.” Judas, quizás puede decirse, fue quitado, así como los discípulos que no anduvieron más con Él. Los demás serían probados y limpiados, para que llevaran más fruto.
Yo no dudo que esta relación, en principio y en una analogía general, todavía subsista. Aquellos que hacen una profesión, que se unen a Cristo para seguirle, serán, si hay vida, limpiados; si no, aquello que ellos tienen les será quitado. Observen, por lo tanto, que el Señor habla aquí sólo de Su Palabra—la del verdadero profeta—y de juicio, ya sea en disciplina o para ser cortado. Consecuentemente, Él no habla del poder de Dios, sino de la responsabilidad del hombre—una responsabilidad que el hombre no será ciertamente capaz de afrontar sin la gracia, pero que, no obstante, tiene aquí ese carácter de responsabilidad personal.
Podados Por El Padre; El Fruto Como La Prueba De Un Vínculo Vital Y Eterno
Jesús era la fuente de toda su fortaleza. Ellos tenían que permanecer en Él. Así—pues éste es el orden—Él permanecería en ellos. Hemos visto esto en el capítulo 14. Él no habla aquí del ejercicio soberano del amor en salvación, sino del gobierno de hijos por parte de su Padre; de modo que la bendición depende del andar (Juan 14:21,23). Aquí el labrador busca fruto; pero la enseñanza dada presenta una completa dependencia de la Vid como el medio de producirlo. Y Él muestra a los discípulos que, cuando anduvieran en la tierra, serían podados por el Padre, y un hombre (pues en el versículo 6 Él cambia cuidadosamente de expresión, porque Él conocía a los discípulos y los había declarado ya limpios)—un hombre, alguno que no llevara fruto, sería cortado. Porque el asunto aquí no es el de esa relación con Cristo en el cielo por el Espíritu Santo, la cual no puede ser quebrantada, sino el de aquel vínculo que incluso entonces fue formado aquí abajo, el cual podría ser vital y eterno. El fruto sería la prueba.
En la anterior vid, esto no era necesario, ellos eran judíos de nacimiento, estaban circuncidados, guardaban las ordenanzas, y permanecían en la vid como buenos pámpanos, sin llevar ningún fruto en absoluto. Sólo eran cortados de Israel por una violación voluntaria de la ley. No se trata aquí de una relación con Jehová fundamentada en la circunstancia de nacer de una cierta familia. Aquello que se busca, es glorificar al Padre llevando fruto. Esto es lo que mostrará que son discípulos de Aquel que ha llevado tanto fruto.
Lo Que Precede Al Fruto; La Fuente De Fortaleza Y Fruto; Permaneciendo En Cristo
Cristo, entonces, era la Vid verdadera; el Padre, el Labrador; los once eran los pámpanos. Tenían que permanecer en Él, lo cual es efectuado sin pensar en producir ningún fruto si no es en Él, mirando primero a Él. Cristo precede al fruto. Se trata de dependencia, la cercanía práctica habitual de corazón a Él, y confianza en Él, estando unidos a Él por medio de la dependencia de Él. De esta manera Cristo sería en ellos una fuente constante de fortaleza y de fruto. Él estaría en ellos. Fuera de Él, nada podían hacer. Si, permaneciendo en Él, ellos tenían la fuerza de Su presencia, llevarían mucho fruto. Además, (“Si alguno no permaneciere en mí, será echado fuera como un sarmiento, y se secará; y a los tales los recogerán, y los echarán en el fuego, y serán quemados.” Juan 15:6—Versión Moderna), “si alguno” (Él no dice ‘ellos’, pues ya los conocía como pámpanos verdaderos y limpios) no permanecía en Él, éste sería echado para ser quemado. Nuevamente, si permanecían en Él (es decir, si existía la dependencia constante que se origina en esta fuente), y si las palabras de Cristo permanecían en ellos, dirigiendo sus corazones y pensamientos, ellos gobernarían los recursos del poder divino; ellos pedirían lo que quisieran, y les sería hecho. Pero, además, el Padre había amado divinamente al Hijo mientras Él habitó en la tierra. Jesús hizo lo mismo con respecto a ellos. Tenían que permanecer en Su amor. En los versículos anteriores, era en Él; aquí, es en Su amor. Al guardar los mandamientos de Su Padre, Él permaneció en Su amor; al guardar los mandamientos de Jesús, ellos permanecerían en el Suyo. La dependencia (la cual implica confianza, y referencia a Aquel de quien nosotros dependemos para la fuerza, incapaces de hacer nada sin Él, y, de este modo, apegados junto a Él) y la obediencia, son los dos grandes principios de la vida práctica aquí abajo. Así caminó Jesús como hombre; Él conocía por experiencia la verdadera senda para Sus discípulos. Los mandamientos de Su Padre eran la expresión de lo que el Padre era; guardándolos en el espíritu de obediencia, Jesús anduvo siempre en la comunión de Su amor; mantuvo la comunión consigo mismo. Los mandamientos de Jesús cuando estuvo en la tierra, eran la expresión de lo que Él era, divinamente perfecto en el camino del hombre. Al caminar en ellos, Sus discípulos estarían en la comunión de Su amor. El Señor habló estas cosas a Sus discípulos, a fin de que Su gozo estuviese en ellos, y que el gozo de ellos fuese cumplido.
El Camino De Un Discípulo Es Lo Que Se Trata Aquí; No La Salvación De Un Pecador
Vemos que el asunto que se trata aquí no es la salvación de un pecador, sino el camino de un discípulo, a fin de que pueda gozar plenamente del amor de Cristo, y que su corazón pueda estar sereno en el lugar donde se halla el gozo.
Obediencia: El Medio De Permanecer En El Amor Del Señor
Tampoco se ha entrado aquí en la cuestión de si un verdadero creyente puede separarse de Dios, porque el Señor hace que la obediencia sea el medio de permanecer en Su amor. Ciertamente Él no podía perder el favor de Su Padre, o cesar de ser el objeto de Su amor. Eso era imposible; y, con todo, Él dice, “He guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” Pero esta era la senda divina en la que Él gozó de este amor. De lo que se habla aquí es del andar y de la fortaleza de un discípulo, y no del medio de salvación.
Amor De Unos a Otros: Su Medida
En el versículo 12 empieza otra parte del asunto. Él quiere (éste es Su mandamiento) que se amen unos a otros, como Él los había amado. Antes, Él había hablado del amor del Padre por Él, el cual manaba del cielo hacia Su corazón aquí abajo. Él los había amado de la misma manera; pero también había sido un compañero, un siervo, en este amor. Así tenían que amarse los discípulos unos a otros con un amor que se elevaba por encima de toda la debilidad de los demás, y el cual era al mismo tiempo fraternal, y que causaba que cualquiera que lo sentía se hiciera siervo de su hermano. Iba tan lejos como para dar la propia vida por la de un amigo. Ahora bien, para Jesús, aquel que le obedecía, era Su amigo. Observen, Él no dice que sería amigo de ellos. Él fue nuestro amigo cuando dio Su vida por los pecadores: somos Sus amigos cuando disfrutamos de Su confianza, tal como Él lo expresa aquí: “todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” Los hombres hablan de sus asuntos, según la necesidad de hacerlo que pueda surgir, con aquellos que están interesados en estos asuntos. Yo comunico todos mis pensamientos a uno que es mi amigo. “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Génesis 18:17) y Abraham fue llamado el “amigo de Dios.” (Santiago 2:23). Ahora, no fueron cosas concernientes a Abraham mismo lo que Dios le contó entonces (Él lo había hecho como Dios), sino de cosas concernientes al mundo—a Sodoma. Dios hace lo mismo con respecto a la asamblea, en forma práctica con respecto al discípulo obediente: tal discípulo sería el depositario de Sus pensamientos. Además, Él los había escogido para esto. No fueron ellos quienes le habían escogido a Él por el ejercicio de su propia voluntad. Él los había escogido y les había ordenado ir y dar fruto, un fruto que permaneciese; de modo que, siendo escogidos así por Cristo para la obra, recibieran del Padre, el cual no podía fallarles en este caso, todo lo que pidieran. Aquí el Señor llega a la fuente y certeza de la gracia, a fin de que la responsabilidad práctica, bajo la cual los coloca, no oscureciera la gracia divina que actuaba para con ellos y que los situaba allí.
Odiados Por El Mundo: En La Misma Posición De Su Maestro
Ellos tenían que amarse unos a otros. Que el mundo los odiara no era sino la consecuencia natural de su odio hacia Cristo; esto sellaba su asociación con Él. El mundo ama aquello que es del mundo: esto es bastante natural. Los discípulos no eran de él; y, además, el Jesús que el mundo había rechazado los había escogido y los había separado del mundo: por tanto, el mundo los odiaría por causa de ser elegidos así en gracia. Estaba, asimismo, la razón moral, a saber, que ellos no eran de él; pero esto demostraba la relación de ellos con Cristo, y Sus derechos soberanos, por los cuales Él los había tomado para Sí de un mundo rebelde. Tendrían la misma porción que su Maestro: sería por causa de Su nombre, porque el mundo—y Él habla especialmente de los judíos, entre quienes había trabajado—no conocía al Padre que le había enviado a Él en amor. El hecho de jactarse en Jehová, como su Dios, les venía muy bien. Ellos habrían recibido al Mesías sobre esa base. Conocer al Padre, revelado en Su verdadero carácter por el Hijo, era algo muy diferente. Sin embargo, el Hijo le había revelado, y, tanto por Sus palabras como por Sus obras, había manifestado al Padre y Sus perfecciones.
Criaturas Caídas En Presencia De Misericordia Y Gracia Demostrando Que Preferían El Pecado Antes Que a Dios; El Padre Y El Hijo Vistos Y Odiados
Si Cristo no hubiera venido y les hubiera hablado, Dios no habría tenido que reprocharles ningún pecado. Ellos todavía podían continuar interminablemente, incluso si lo hacían en un estado no purgado, sin ninguna prueba (aunque había suficiente pecado y trasgresión como hombres y como un pueblo bajo la ley) de que ellos no aceptarían a Dios—de que no regresarían cuando se les llamase por misericordia. El fruto de una naturaleza caída estaba allí, sin duda, pero no así la prueba de que esta naturaleza prefería el pecado antes que a Dios, cuando Dios estaba allí en misericordia no imputándoles esto. La gracia estaba tratando con ellos, no imputándoles pecado. La misericordia los había estado tratando como caídos, no como criaturas voluntariosas. Dios no tomaba el terreno de la ley, el cual imputa, o el del juicio, sino el de la gracia en la revelación del Padre por medio del Hijo. Las palabras y las obras del Hijo revelando al Padre en gracia, rechazado, los dejó sin esperanza (comparar con cap. 16:9). De otro modo la verdadera condición de ellos no hubiera sido sometida enteramente a prueba, Dios habría tenido aún medios para utilizarlos; Él amaba demasiado a Israel para condenarlos mientras hubiera uno que no fuese probado.
Si el Señor no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre había hecho, ellos podrían haber permanecido como estaban, podrían haber rechazado creer en Él, y no habrían sido culpables ante Dios. Ellos habrían sido aún el objeto de la paciencia de Jehová; pero, de hecho, habían visto y habían aborrecido tanto al Hijo como al Padre. El Padre había sido manifestado plenamente en el Hijo—en Jesús; y si cuando Dios fue manifestado plenamente, y en gracia, ellos le rechazaron, ¿qué podía hacerse si no dejarlos en el pecado, lejos de Dios? Si Él hubiese sido manifestado sólo en parte, ellos habrían tenido una excusa; podrían haber dicho: ‘¡Ah! si nos hubiera mostrado gracia, si le hubiéramos conocido como Él es, no le habríamos rechazado.’ Ellos no podían decir esto ahora. Habían visto al Padre y al Hijo en Jesús. ¡Lamentable! ellos habían visto y habían aborrecido.
Pero esto fue sólo la consumación de aquello que fue predicho acerca de ellos en su ley. En cuanto al testimonio que el pueblo dio de Dios, y de un Mesías recibido por ellos, todo había terminado. Le habían aborrecido sin una causa.
El Espíritu Santo Prometido: Nuevo Testimonio Del Hijo De Dios a Ser Rendido
El Señor se refiere ahora al asunto del Espíritu Santo que vendría a mantener Su gloria, la cual el pueblo había derribado a tierra. Los judíos no habían conocido al Padre manifestado en el Hijo; el Espíritu Santo vendría ahora del Padre para dar testimonio del Hijo. El Hijo le enviaría del Padre. En el capítulo 14, el Padre le envía en el nombre de Jesús para la relación personal de los discípulos con Jesús. Aquí Jesús, ascendido a lo alto, le envía a Él, el testigo de Su gloria exaltada, desde Su lugar celestial. Éste era el nuevo testimonio, y tenía que rendirse de Jesús, el Hijo de Dios, ascendido al cielo. Los discípulos también darían testimonio de Él, porque habían estado con Él desde el principio. Tenían que testificar con la ayuda del Espíritu Santo, como testigos oculares de Su vida en la tierra, de la manifestación del Padre en Él. El Espíritu Santo, enviado por Él, era el testigo de Su gloria con el Padre, desde donde Él había venido.
La Posición De Los Discípulos Después De La Partida De Cristo
Así en Cristo, la vid verdadera, tenemos a los discípulos, a los pámpanos, ya limpios, estando Cristo presente todavía en la tierra. Después de Su partida, ellos tenían que mantener esta relación práctica. Debían estar en relaciones con Él, así como Él, aquí abajo, lo había estado con el Padre. Y ellos tenían que ser unos con otros como Él había sido con ellos. Su posición era fuera del mundo. Ahora, los judíos aborrecieron tanto al Hijo como al Padre; el Espíritu Santo daría testimonio del Hijo con el Padre, y en el Padre; y los discípulos testificarían también de aquello que Él había sido en la tierra. El Espíritu Santo, y, en cierto sentido, los discípulos, toman el lugar de Jesús, así como el de la antigua vid, en la tierra.
La Presencia Y El Testimonio Del Espíritu Santo En La Tierra
La presencia y el testimonio del Espíritu Santo en la tierra son ahora descritos.
Es bueno notar la conexión de los asuntos en los pasajes que estamos considerando. En el capítulo 14 tenemos a la Persona del Hijo revelando al Padre, y al Espíritu Santo dando el conocimiento del Hijo estando en el Padre, y de los discípulos estando en Jesús en lo alto. Ésta era la condición personal de ambos, de Cristo y de los discípulos, quedando todo unido; sólo que primero el Padre, estando el Hijo aquí abajo, y luego el Espíritu Santo enviado por el Padre. En los capítulos 15-16, se observan las distintas dispensaciones—Cristo, la Vid verdadera en la tierra, y luego el Consolador venido a la tierra, enviado por el Cristo exaltado. En el capítulo 14 Cristo ruega al Padre, el cual envía el Espíritu en el nombre de Cristo. En el capítulo 15 Cristo exaltado envía el Espíritu desde el Padre (“el cual procede del Padre”), un testigo de Su exaltación, como los discípulos, guiados por el Espíritu, lo fueron de Su vida de humillación, pero como Hijo en la tierra.
El Espíritu Enviado Por El Padre En El Nombre De Cristo Como Un Consolador Permanente Después De La Partida Del Señor
Sin embargo, hay un progreso así como una conexión. En el capítulo 14, el Señor, aunque dejando la tierra, habla en relación con aquello que Él era sobre la tierra. Es (no Cristo mismo) el Padre quien envía al Espíritu Santo a petición Suya. Él va de la tierra al cielo, por ellos, como Mediador. Él rogaría al Padre, y el Padre les daría otro Consolador, quien continuaría con ellos, no dejándoles como Él lo estaba haciendo. Al depender de Él la relación de ellos con el Padre, sería creyendo en Él que les sería enviado el Espíritu—no al mundo—no a los judíos, como tales. Esto sería hecho en Su nombre. Además, el Espíritu Santo mismo les enseñaría y les traería a la memoria los mandamientos de Jesús—todo lo que Él les había dicho. El capítulo 14 da toda la posición que resultó de la manifesta­ción del Hijo, y aquella del Padre en Él, y desde Su partida (es decir, su resultado con respecto a los discípulos).
El Espíritu Va Ser Enviado También Por Cristo Desde El Cielo, Un Testimonio De Su Exaltación
Ahora, en el capítulo 15, Él había agotado el asunto de los mandamientos en conexión con la vida manifestada en Él aquí abajo; y al cierre de este capítulo Él se considera como ascendido, y añade: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre.” Él viene, ciertamente, del Padre; pues nuestra relación es, y debería ser, inmediata con Él. Es allí donde Cristo nos ha situado. Pero en este versículo no es el Padre quien envía el Espíritu a petición de Jesús, y en nombre de Él. Cristo ha tomado Su lugar en la gloria como Hijo del Hombre, y esto conforme a los frutos gloriosos de Su obra, y Él envía el Espíritu Santo. Consecuentemente, Él da testimonio de aquello que Cristo es en el cielo. Sin duda que Él nos hace percibir aquello que Jesús fue aquí abajo, donde en gracia infinita Él manifestó al Padre, y lo percibimos mucho mejor de lo que lo percibieron ellos, quienes estuvieron con Él durante Su estancia en la tierra. Pero esto es en el capítulo 14. No obstante, el Espíritu Santo es enviado por Cristo desde el cielo, y Él nos revela al Hijo, a quien conocemos ahora como habiendo manifestado (aunque como hombre y en medio de hombres pecadores) perfecta y divinamente al Padre. Conocemos, repito, al Hijo, con el Padre, y en el Padre. Es desde allí que Él nos ha enviado el Espíritu Santo.