La Disciplina y La Restauración

Table of Contents

1. Distinciones En Ofensas Y En La Disciplina
2. El Espíritu Correcto De La Disciplina
3. La Disciplina
4. Ejercicio Piadoso En La Disciplina
5. La Restauración
6. Después De La Restauración

Distinciones En Ofensas Y En La Disciplina

Es importante notar las distinciones en ofensas porque frecuentemente entre las asambleas se usan escrituras no aplicables en ciertos casos de disciplina.
El apóstol Santiago nos dice que «todos ofendemos muchas veces» (3:2). Mas Pablo nos dice, «no seáis tropiezo» (1a Cor. 10:32). Vea Mateo 17:27; Hechos 24:16; Rom. 14:21; 2a Cor. 6:3. Al otro lado no debemos «hallar tropiezo en otro» (Mateo 11:6; Salmo 119:165).
1. Tal vez la forma más moderada de ofensa nos es dada para entender en Ef. 4:2, «con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor». Por el amor no se tome en cuenta las cosas pequeñas.
2. Más en el versículo 32 del mismo capítulo la benignidad en «perdonaros unos a otros» es aún más. Vea Mateo 18:21-35; Marcos 11:25,26.
3. Col. 3:13 habla de las dos cosas arriba mencionadas, más se añade «si alguno tuviere queja contra otro». Esto es algo en particular en contra, pero todavía no es contender, ni menos es odiar.
4. «Amonestéis a los que andan desordenadamente» (1a Tes. 5:14).
5. «Si alguno fuere tomado en alguna falta» (Gál. 6:1). Utilizándo la gracia los creyentes, desconfiando de su propia sabiduría, han de trabajar humildemente con la dirección del Espíritu Santo para restaurar la persona al estado correcto. El amor es fiel.
6. Cuando «tu hermano peca contra ti» (Mat. 18: 15-17), la gracia nos enseña a ganar al hermano por medio de irse con él y «reprenderle». Si fuere necesario, lleve uno o dos hermanos. «Mas si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia, y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano», ésto es como si fuese afuera. De ahí deja el asunto para el tribunal de Cristo, mientras tanto no permitas amargura en el corazón.
7. Peor aún es el caso del ofensor en Mateo 5:23-24. Él debe ir primero a reconciliarse con su hermano. Esto es para él, de mayor importancia. Pero que triste es cuando uno es implacable, con soberbia preservandose en resentimiento y en rechazar la reconciliación. En tal caso con sabiduría no se debe mostrarle el perdón hasta que se arrepienta (Lucas 17:3). La raíz de la maldad, si no fuera juzgado, brotará de nuevo. La verdadera gracia no debe ser desechada por una paz falsa. (Jer. 6:14; Oseas 5:15). Este fue el error del rey David con Absalón (2a Sam. 14:33).
8. En 2a Tes. 3:11-15 los santos son ordenados por San Pablo, «no os juntéis» con el hermano que no quiere trabajar, «para que se avergüence». Véase Tito 3:14.
9. Es más grave el caso de Romanos 16: 17. Los santos deben apartarse de aquellos «que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina», haciendo la obra del enemigo para «dispersar las ovejas» (Juan 10:12) en contra de la «unidad del Espíritu» (Ef. 4:3) «para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20:30).
10. De nuevo en Tito 3:10,11 el divisionista, que es llamado «hombre hereje» (ver. 1909), «después de una y otra amonestación» debemos «desecharlo» dejándolo así condenado por sí mismo. «Herejías» («sectas de opiniones» ver. J.N.D.) son en la lista de «las obras de la carne» (Gál. 5:20).
11. «Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina», es uno que destruye las verdades fundamentales acerca de la persona de Cristo, y no debería ser recibido en casa ni saludado con «¡bienvenida!, porque el que le dice: ¡bienvenido! participa en sus malas obras» (2a Juan 10-11).
12. Para «los que persisten en pecar» (1a Tim. 5:20) una reprensión pública es aplicable. Tales necesitan ser avergonzados «para que los demás también teman». Pablo le dio a Pedro una reprensión delante de los demás (Gál. 2:11-14). El apóstol Juan también dijo lo mismo de Diótrefes (3a Juan 9,10).
13. En 1a Cor. 5 vemos como el malvado debe ser quitado por la asamblea. Los hermanos no deberían «juntarse con él» «ni aun comer» con el tal, porque la santidad conviene a la presencia del Señor y a Su asamblea. Levítico 13 y 14 contienen los principios para discernir y actuar referente a la lepra como pecado en su obra contaminadora. Piadoso cuidado en el Espíritu es necesario para evitar una acción a la ligera como la indiferencia. Y conviene sensibilidad hacia la vergüenza y que tomemos el pecado como nuestro propio (Lev. 6:26; 2a Cor. 7:11). El motivo nunca debe ser fríamente él de librarse del tal, mas sólo como el último recurso para la gloria del Señor y el bienestar de su alma, y con una visión siempre para su restauración después de que fuere quebrantado (2a Cor. 2:5-11). Mientras tanto se debe evitar tratarle como hermano.
14. En 2a Tim. 2, donde las congregaciones deshonran al Señor como un principio establecido, les es exigido a los fieles «apartarse», limpiarse de estas cosas, y juntarse «con los que de corazón limpio invocan al Señor». Este es el único camino divino para ser «instrumento para honra» y tener la «aprobación» de Dios (1a Cor. 11:19).

El Espíritu Correcto De La Disciplina

«Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga». Esta palabra bendita es siempre buena y vigente en medio de cualquier circunstancia; sea con la disciplina individual o sea con la disciplina colectiva; asimismo en los casos del Nuevo Testamento como 1a Cor. 5, o en los casos como Heb. 12. Nuestro Padre nunca se aparta de este principio, nunca emplea la vara salvo que sea por su gran motivo de amor perfecto. La santidad es el objeto final, el motivo es amor. La disciplina fiel es siempre una forma del amor de Dios en acción. Siempre es saludable y bueno recordarlo. La rectitud de juicio y ternura de corazón deben ser combinadas en nosotros como están en Dios. Todo lo que sea justo se tiene que aprender de los caminos de Dios, manteniéndonos en sumisión, para no mezclar y confundir lo que es de Él con lo que viene de nosotros. «Mezclar y confundir» no son términos de suficiente fuerza, porque definitivamente es daño el resultado de hacer una cosa justa en una manera injusta.
La manera en que se debe ejercer la disciplina en la asamblea es muy clara en 1a Cor. 5, como también los justos requisitos del Señor; mas tenemos que quitarnos a nosotros mismos de la escena, para tener la perspectiva para poder ver el espíritu que se debe utilizar en nuestras acciones. Hasta leer 2a Cor. no aprendemos cuanto le costó al apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu, escribir 1a Cor. 5. Mientras que no fuesen los corintios quebrantados y con duelo, no pudiera Pablo expresar cuánto padecía él. No es sencillamente una cuestión de que los corintios debían humillarse por causa de la triste maldad con que estaban conectados; sino que es más amplio y profundo el asunto, es decir que los que están en el camino de la verdad deben enseñarles a los que están en el error con su propia conducta. Pablo, que andaba con razón, es el primero en sentir con el corazón quebrantado y pesar por el pecado de los corintios, y lo hizo para inducir que los corintios sentiesen igual, para que ellos, a su debido tiempo, conduzcan al culpable a arrepentirse. Pablo trataba con y escribía principalmente a los corintios, y ellos con el culpable, el duelo de ellos siendo calculado, sobre todo, para tocar la conciencia del culpable, y ganar su corazón para el Señor.
La disciplina no puede ser sólo la excomunión, aunque ésta puede ser necesaria por la santidad del Señor, más junto con la disciplina tiene que asumirse la pena y culpa en comer del «sacrificio por el pecado» en el lugar santísimo, confesando el pecado por si mismo y juzgándolo, siempre con una visión hacia la restauración del culpable. Aplicar 1a Corintios capítulo 5 sin darse cuenta de 2a Corintios capítulos 2 y 7 traerá mucha confusión y daño. Cuando es así los santos se forman como una corte de justicia y sentencian a muchos sin darse cuenta en su conciencia que cada sentencia es contra sí mismo, y les llevará a un castigo propio. Estas son las palabras que el apóstol escribió de lo que sentía cuando escribía la primera epístola: «Porque por la mucha tribulación y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas», y el efecto resultante en los santos por el espíritu de su carta es esto: «Porque he aquí, esto mismo que según Dios fuisteis contristados, cuánta solicitud ha obrado en vosotros, aún defensa, aún enojo, y aún temor, y aún gran deseo, y aún celo, y aún vindicación». El único camino de limpiarnos, según Dios, es asumir la pena del pecado como hizo Dios.
Este es un principio que con Dios no cambia. Al igual como fue con Israel en tiempos pasados, así es con la iglesia. Cuando el pueblo del Israel antiguo cruzó el río Jordán, y viendo la caída de Jericó, como Jehová castigó al enemigo, llegaron a Haí esperando que aconteciera igual. Ellos, como los corintios, fallaron al descuidarse, y por su indiferencia a lo malo, dejaron que Acán tomase del anatema. La historia es muy notable, no dice que «Acán», sino que «los hijos de Israel cometieron prevaricación» (Josué 7:1). Todos tenían su parte en el hecho. Y el pueblo se juzgó a si mismo delante del mismo culpable. Tanto para nosotros como para Josué ésto no es muy fácil de entender y hacer. Son muy tristes las palabras que dijeron. «¡Ojalá nos hubiéramos quedado de la otra parte del Jordán!» Esto es, no nos gusta que la disciplina les caiga a los muchos del pueblo antes que al reo. Mas éste es el principio de la disciplina.
Este principio no fue usado sólo en el tiempo de Josué, cuando la casa de Israel estaba en orden, sino también en el fin de la época de los Jueces. Cuando los tribus uno al otro vivían aislados, y «no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía». Este es el principio que lleva a toda perversidad. Los «ídolos de talla y de fundición» en la casa de Micaía, y la astucia del levita con idolatría eran condiciones muy tristes. Mas Israel no afrontó la maldad hasta que creció a la apostasía, el pecado de Sodoma, y el pecado que trajo el diluvio sobre la tierra. Entonces fue que la sensibilidad moral del pueblo de Israel tomó acción, y reunieron «todos los hijos de Israel . . . como un sólo hombre . . . a Jehová en Mizpa» (Jueces 20:1). El significado de «Mizpa» es torre de vigilancia, e indica que ellos debían vigilarse. Cuando Jehová los tiene una vez reunidos juntos, empieza de nuevo con el mismo principio de castigar a los muchos del pueblo antes que al culpable. Y la lección les costó las vidas de cuarenta mil hombres de los suyos para aprender su conexión con la iniquidad de Benjamín. ¡No!, fue aún más, «Entonces subieron todos los hijos de Israel, y todo el pueblo, y vinieron a la casa de Dios; y lloraron, y se sentaron allí delante de Jehová, y ayunaron aquel día hasta la tarde; y sacrificaron holocaustos y pacíficos delante de Jehová». Solo fue después de esta dolorosa experiencia, que obraba bien en ellos, que pudo Dios mostrarse a su favor y prepararlos para tratar con justicia a Benjamín, su hermano.
Cristianos que no vean su posición en la tierra de promesa celestial, no ven ni reconocen este principio. No están en el terreno desde donde pueden reconocer este principio. Mas cuando estamos en la posición de los efesios, sea un Josué o uno de los jueces, tenemos que recordar que Dios nos trata conforme a lo que Él es, y también conforme a lo que nosotros debemos ser.

La Disciplina

Como en Corinto antiguamente, así en el día de hoy, es a veces imposible no ejercer la disciplina, si el nombre del Señor ha de ser honrado en medio de la iglesia cristiana, aun hasta tener que excomulgar, o quitar de en medio, a uno que está «llamándose hermano.»
No hacía mucho tiempo que la asamblea de Corinto había sido formada cuando el pecado vergonzoso se manifestó en uno que estaba «llamándose hermano» en medio de esa iglesia. El apóstol San Pablo tuvo que escribirles a los hermanos en esa, con «angustia del corazón . . . y muchas lágrimas» así: «¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura: porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros. Así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad . . . quitad pues a ese malo de entre vosotros» (1a Cor. 5:6,7,8,13). Fuera desde luego de la iglesia cristiana (en aquel tiempo no dividida todavía), se encontraba en la atmósfera fría de este mundo egoísta y pecador, en vez de estar en medio de la atmósfera del calor del amor de Dios derramado entre sus redimidos; se encontraba a solas, juzgado por su pecado vergonzoso, como aquel leproso excluido del real de Israel: «Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro: habitará solo; fuera del real será su morada» (Lev. 13:46).

Ejercicio Piadoso En La Disciplina

El capítulo 13 del libro de Levítico es un hermoso estudio para todos aquellos que estén realmente interesados en la condición espiritual de las asambleas. No podemos intentar aquí extendernos en este asunto, pero recomendamos encarecidamente la atención de nuestros hermanos. El sacerdote no podía pronunciar juicio de una manera apresurada en ningún caso dado. El cuidado más paciente era requerido a fin de que nadie fuera apartado por leproso, sin serlo realmente, o para que ningún caso real de lepra escapase. No se permitía ni la precipitación ni la indiferencia.
Es de la mayor importancia llegar a comprender el objeto real, la naturaleza y el carácter de la disciplina en la Iglesia de Dios. Hemos de temer que éstos puedan ser mal o escasamente entendidos. El gran objeto de la disciplina es la gloria de Dios como sostenida por la santidad de su asamblea, y la virtud genuina del alma hacia quien se ejerce la disciplina.
Y como naturaleza y carácter de la disciplina debemos recordar en todo momento que para tomar parte en la misma, de acuerdo con los propósitos de Cristo, debemos hacer propios los pecados del individuo, y confesarlos como a tales ante Dios. [Véase Lev. 6:24-26; 10:16-18; 1a Cor. 5:2-Redtr.]
Una cosa es levantarse con formalidad inhumana, y declarar a una persona fuera de la asamblea, y otra muy distinta para la asamblea entera es venir ante Dios quebrantada y en contrición de corazón, para apartar con lágrimas y confesión al perverso, que de cualquier otro modo no podía ser quitado. Si hubiere más de todo esto, veríamos más restauración divina.

La Restauración

Pero debemos siempre recordar que la disciplina tiene por objeto, no sólo honrar al nombre del Señor, sino esperar el arrepentimiento, confesión y restauración del que ha caído. Vemos el corazón de amor del Señor Jesús manifestado, al ver nosotros la pena que El tuvo para llevar a cabo la restauración completa de Pedro.
Lo que ha dado ocasión para este artículo es el extracto siguiente de una carta personal dirigida al escritor:
«De nuestros hermanos en el ——— tengo malas noticias. Lo que no han podido hacer los peligros tan grandes que están pasando lo hizo el pecado. Unos hermanos cometieron el pecado del adulterio y fueron separados de la asamblea, pero al poco tiempo volvieron confesando su pecado y pidiendo ser admitidos de nuevo y aquí fue donde hubo una gran división, pues un grupo de hermanos creyó que debían estar más tiempo fuera y otros que debían ser aceptados inmediatamente, y de ello vino la división . . . »
Lo que el diablo no pudo lograr (como «león rugiente» — 1a Ped. 5:8) por medio de la persecución de los primitivos cristianos llevada a cabo diez veces por los emperadores paganos de Roma, él sí logró (como «astuta serpiente» — 2ª Cor. 11:3) por medio de la fornicación espiritual, es decir: «la amistad del mundo» (Stg. 1:1). Lo mismo hizo Satanás con Israel: Balaam no pudo maldecir al pueblo terrenal de Dios, pero sí logró corromperlo por medio de «las hijas de Moab» (véanse Números cap. 22:1 hasta 25:3; Apo. 2:14).
Sometemos ahora, para ser puesto a la prueba de las Escrituras (lo cual hicieron los de Berea con las cosas dichas aun por el apóstol Pablo y Silas — Hch. 17:11), lo siguiente, esperando que sirva para edificación.
El pecado hace inmunda e inquieta la conciencia ante Dios. Si es un creyente que ha pecado, Abogado tiene para con el Padre, Jesucristo el Justo (1a Jn. 2:1), quien empieza a obrar para efectuar su plena restauración (el Señor aun oró por Pedro antes de que cayese — Luc. 22:32). El Espíritu Santo, que mora en cada persona redimida por la sangre preciosa de Cristo, empieza a redargüirle la conciencia, usando la Palabra de Dios. Esto conduce al arrepentimiento, y a la confesión del pecado. A veces cuesta mucho reconocer y confesar lo que uno ha hecho. En el Salmo 32:4 vemos a uno que no quería confesar su pecado. «Mientras callé envejeciéronse mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; volvióse mi verdor en sequedades de estío.» Mas por fin tuvo que confesarlo: «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Confesaré, dije, contra mí mis rebeliones a Jehová; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» (vso. 5).
En 1a Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.» Pero es muy triste ver cómo algunos cristianos citan ligeramente este versículo, habiendo pecado, y su curso espiritual después demuestra que tienen muy poco concepto de la gravedad del pecado ante Dios.
Para dar el debido peso a cada parte de la Palabra de Dios, debemos considerarla a la luz que otras porciones derraman sobre ella, pues la Escritura es una gran unidad. Hay que acomodar «lo espiritual a lo espiritual» (1a Cor. 2:13). «Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra» (2a Tim. 3:16,17).
Consideremos, entonces, lo siguiente en el libro de Números, cap. 19:17-19 (no podemos imprimir todo el capítulo aquí, aunque es de sumo provecho leer todo): «Y para el inmundo tomarán de la ceniza de la vaca quemada de la expiación, y echarán sobre ella agua corriente en un recipiente; y un hombre limpio tomará hisopo, y mojarálo en el agua, y . . . rociará sobre el inmundo al tercero y al séptimo día: y cuando lo haya purificado al día séptimo, él lavará luego sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será limpio a la noche.»
Números es el libro que tiene que ver con la marcha del pueblo de Dios por el desierto, y corresponde, espiritualmente, al andar del cristiano por este mundo de maldad. En «la ceniza de la vaca quemada» tenemos una provisión para la contaminación que contraemos en nuestro andar, cuando por falta de vigilancia y dependencia en el Señor, y por haber cedido a una tentación, hayamos pecado contra Dios. La vaca bermeja, perfecta, es otro tipo de Cristo. Quemada, y sus cenizas guardadas «para el agua de separación — es una expiación» (vso. 9) —nos habla del memorial de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, de su muerte que nuestros pecados ocasionaron, el «agua viva» corresponde a la palabra de Dios, «viva y eficaz;» pueda ser que el «vaso» corresponde a cualquier instrumento limpio que Dios escogiere. Así, la palabra de Dios trae ante la conciencia del creyente contaminado por su pecado el memorial de Cristo inmolado, sufriendo por sus pecados, y muerto en la cruz; «al tercer día»: el primer efecto de la aplicación eficaz a la conciencia de la muerte expiatoria del Salvador es hacer a uno sentir cuán horrible ha sido su pecado que enclavó al Salvador al madero, así haciéndole arrepentirse en «el polvo y en la ceniza» (Job 42:6); «al séptimo día»: el efecto culminante de la aplicación eficaz a la conciencia de la muerte expiatoria del Salvador, es ver cómo la gracia del Dios santo ha podido triunfar sobre el pecado, así profundizando, en el alma ya restaurada, un conocimiento verdadero de su santidad, su justicia, su amor, y cómo El es amplio en perdonar.
El tiempo necesario para llevar a cabo estos debidos ejercicios en el alma puede ser, a veces, comparativamente corto, pero según la gravedad del pecado ha de ser la profundidad de los ejercicios, de modo que se necesita suficiente tiempo para hacer bien la obra de restauración.
Con menos de estas dos aplicaciones del memorial de la muerte de Cristo a la conciencia «al tercer y al séptimo día», no se puede realizar en el alma una verdadera, completa obra de restauración. Repetimos, que tememos de aquellos que pecan, y luego dicen en manera ligera: «Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.» Durante más de treinta años, hemos visto el curso subsiguiente de algunos, manifestando bien claro que nunca se habian arrepentido «según Dios.» (Comp. 2a Cor. 7:9,10).
Con respecto a los gravisimos pecados nombrados en 1a Cor. 5:11, incluso el de fornicación o adulterio (u otros no mencionados en esa lista), para efectuar una verdadera restauración, Dios tiene que llévar a cabo en el alma una obra profunda, tal como hizo con el rey David, cuyos ejercicios se expresan, al menos en parte, en el Sal. 51.
Vale decirlo también, que aunque los hombres pequen juntamente, cada uno tiene su propio genio y conciencia, y tiene que pasar por sus propios ejercicios, pues cada caso es siempre un caso distinto. Entre unas personas que han pecado en la misma manera, puede ser también que una es mucho más responsable que las demás, quizás un líder. En el Antiguo Testamento, se ve en los sacrificios prescritos que un sacerdote tuvo que traer un «becerro,» un principe un «macho cabrío, » alguna persona del común del pueblo, una «cabra,» y un pobre «dos tórtolas o palominos» (Lev. cap. 1 y 5). Todos esos sacrificios eran tipos iguales del sacrificio eficaz de Cristo, pero es bien claro que los líderes eran tenidos por más responsables. Nos acordamos del caso de algunos hermanos que pecaron voluntariamente en dejar su congregación, sólo para darse cuenta después de un tiempo de ejercicios que se habían equivocado. Volvieron, se sentaron atrás, y luego pidieron que fuesen recibidos en comunión de nuevo. Todos fueron recibidos debidamente salvo uno, el líder entre ellos. La iglesia le dejó sentado atrás un tiempo más para ver si se hubiera humillado verdaderamente. Así fue, y él siguió muy fielmente, y por duras pruebas, durante el transcurso de muchos años. Si no hubiera sido humilde, sólo habría ocasionado más dificultad en la iglesia local.
La recepción, todos juntos, de un grupo de personas, es casi siempre un gran equívoco, pues no hay manera alguna de averiguar el estado espiritual de un hermano sino individualmente. Hay la que llamamos la conciencia de la asamblea, del conjunto de creyentes ejercitados en cuanto a cualquier negocio de la asamblea, pero recibir en comunión a otros nunca se hace conforme a la voluntad de Dios en grupos, sin poder probar el estado espiritual de cada persona.
El Señor la tiene por responsable a la asamblea, o iglesia local, en cuanto a quiénes reciban, y no busca tanto la inteligencia espiritual en los que buscan comunión como en los que constituyen la asamblea y deben actuar como «sacerdotes,» con discernimiento, para recibir a la gloria de Dios los que deben estar «dentro» y rehusar a los que deben permanecer «fuera.»
En días de mucha confusión y debilidad, nos sirve de instrucción meditar en lo que está escrito en el libro de Nehemías, quien vivió en tiempos difíciles también. Citaremos un solo versículo aquí: «No se abran las puertas de Jerusalem hasta que caliente el sol» (cap. 7:3). Esto quiere decir no recibir a persona cualquiera en comunión hasta que el Señor haya traído todo a la luz. Josué y los príncipes de Israel concertaron con «los de Gabaón» y «tres días después» descubrieron que eran sus enemigos: fueron engañados porque «no preguntaron a la boca de Jehová» (Jos. cap. 9).
Si las conciencias de algunos hermanos (a veces se ha de respetar la de sólo uno, si es piadoso y conocido por su espiritualidad) no están todavía tranquilas acerca de la recepción de una persona, o más, entonces que los demás (y el que pide su lugar entre ellos), esperen con paciencia. No se hace ningún daño nunca al que espera con corazón humilde (gozando a la vez de su propia comunión personal con su Señor), mientras los que tienen la responsabilidad en su recepción lleguen a saber la voluntad del Señor.
Si varios de la misma iglesia cometieron el mismo pecado grave, y casi a la vez, ¿en qué estado espiritual estaba esa iglesia? No sólo los individuos que pecaron, sino la asamblea entera, debe arrepentirse. «Israel ha pecado,» dijo el Señor a Josué cuando un solo Israelita hubo pecado entre ellos, y procuró esconderlo. (Comp. Jos. 7:11 en su contexto). Un solo individuo cometiendo el pecado de adulterio es bastante para humillar al polvo a toda la asamblea, pero unos cuantos cometiéndolo es síntoma de una condición deplorable. Una iglesia local en tal estado que repetidos pecados gravísimos se cometiesen en medio de ella apenas estaría en condiciones para actuar con verdadero discernimiento sacerdotal en la restauración de cualquier persona, sin que primeramente se hubiese arrepentido, para entonces poder hallar la gracia para discernir «según Dios» a quiénes fuesen verdaderamente restaurados en sus almas y dignos de ser recibidos de nuevo en el seno de la iglesia.
Dividirse la iglesia sobre la recepción o no de unos que han profesado arrepentirse, es prueba clara de su estado caído. En tales casos, es muy instructivo meditar en Lev. 14:34-53, que tiene que ver con la lepra en una «casa» (figura de una iglesia local). A veces es la voluntad del Señor «cerrar la casa» por un tiempo, es decir, no tener de fuera ninguna comunión con ella, sino dejarla a los debidos ejercicios de corazón para que se solucionen los problemas internos sin llevar, probablemente, contaminación, (división, contenciones, etc.) a todas las demás iglesias locales en derredor. También convendría que los hermanos en una condición dividida entre sí, dejaran de partir el pan, que es símbolo de un cuerpo: «Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo» (1a Cor. 10:17).
Eso no quiere decir que un «sacerdote» — un hermano o más guiados por el Señor, no pueden visitar a los hermanos en dificultad para ayudarles con las Escrituras, orar por ellos, y también procurar discernir dónde estén en sus ejercicios, pero sí quiere decir excluir provisionalmente de la comunión la que puede manifestarse como un foco de infección en medio del cuerpo, envenenando a todos los miembros.
Es muy provechoso leer y meditar en los capítulos 13 y 14 enteros de Levítico, en donde se trata del discernimiento de la lepra en personas, en vestidos y en casas, y de la purificación. No había apuro en declarar a uno bajo sospecha que sea un leproso, y no había descuido en hacer conforme a la voluntad de Dios la purificación.
«Dios es luz,» y por lo tanto el pecado no puede permanecer en medio de la asamblea cristiana donde mora El. Mas «Dios es amor,» y quiere ver plenamente restaurado al que pecó.
Los corintios estaban lentos para limpiar la vieja levadura de su asamblea; Pablo tuvo que exhortarles fuertemente en su primera epístola. Pero una vez que ellos habían quitado al malo de en medio de la asamblea, estaban demasiado lentos en volver a recibirle, y el mismo apóstol, con un corazón lleno de amor, tuvo que volver a exhortarles a que le recibiesen, ya que se había arrepentido en tal manera que estaba por ser «consumido de demasiada tristeza.» (Comp. 1a Cor. cap. 5 y 2a Cor. cap. 2).
«Hágase todo decentemente y con orden.» «Todas vuestras cosas sean hechas con caridad.»

Después De La Restauración

«¿Puede ministrar en la asamblea el hermano excomulgado tanto en la Palabra (de Dios) como en el trabajo de diácono aun después de ser restaurado?» Este depende de varios factores: 1. La gravedad de pecado cometido. 2. La actitud del hermano restaurado. 3. El círculo de acción. 4. El carácter del ministerio. 5. El paso del tiempo.
1. Un pecado grave, públicamente conocido, que horroriza hasta los inconversos, exige que la persona restaurada ande muy humilde y calladamente. Hay varios grados del pecado. La reincidencia, por ejemplo, siempre es un agravante. El Señor en medio de la congregación dará discernimiento espiritual (eso es lo que figura «el sacerdocio»).
2. Así que la actitud de la persona restaurada demostrará hasta qué grado haya reconocido su pecado. Un hermano que todavía muestra algo de orgullo, resentimiento u otra actitud negativa, no sirve para la obra del Señor.
3. El círculo de acción, o sea la esfera de influencia, del hermano será limitado. Pecados graves dejan sus cicatrices. En este respecto, léase Levítico 21: 17-23. Las muchas faltas físicas enumeradas tienen su significado espiritual. Cuando un hermano ha cometido un pecado grave, se habla de él como «un sacerdote cojo»: pero el pasaje no sólo habla de «cojo», sino también de «ciego», etc. A veces el resultado de un pecado es que un hermano pierde discernimiento espiritual: queda «ciego.» De todas maneras, aplicando este pasaje del Antiguo Testamento, hay que atenernos al espíritu de la gracia de nuestro Señor Jesús, y no al de la ley de Moisés. «La letra mata.»
4. La expresión, «no se allegará a ofrecer el pan de su Dios» (v. 21) corresponde al acto de dar gracias por el pan y por el vino en la cena del Señor. Un hermano, consciente de que es «sacerdote cojo», no se atreverá a partir el pan.
Hay un sinnúmero de servicios humildes en cada iglesia o asamblea local, los cuales pueden ser desempeñados por hermanos restaurados.
5. Con el paso del tiempo, un hermano verdaderamente restaurado que ha seguido al Señor sin resbalar otra vez, adquiere la confianza de sus hermanos; también la ofensa ocasionada por su pecado se olvida paulatinamente. Lo que conviene, en todo caso, será comprendido por el que es humilde.
En resumen, no conviene establecer reglas fijas. Hay que guiarnos por los principios expuestos en la Palabra de Dios. Desgraciadamente, si no conocemos la Palabra de Dios, entonces no estamos en condiciones para servir de vasos, no sólo limpios, sino útiles en la casa de Dios. Finalmente, tenemos la promesa fiel del Señor en el salmo 25:9: «Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera.»