Nuevas Responsabilidades

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En cualquier relación en que estemos hay ciertas responsabilidades que recaen sobre nosotros, y éstas solamente pueden cumplirse como es propio cuando comprendemos su naturaleza. Hay un Libro, y solamente uno, que pone todo en su lugar apropiado, y que nos da las instrucciones perfectas para nuestra conducta.
Antes de que los jóvenes se casaran, ocupaban la relación de hijos a padres. Es ésta una posición bendita, especialmente para los hijos cristianos de padres que también lo fueron. No les faltaron palabras de sabiduría concerniente a cómo portarse con sus padres, porque Dios ha dicho:
“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa” (Ef. 6:1-2).
“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo; porque esto agrada al Señor” (Col. 3:2020Children, obey your parents in all things: for this is well pleasing unto the Lord. (Colossians 3:20)).
No sólo se trataba de que habían de obedecer a sus padres, sino que lo habían de hacer “en todo,” “en el Señor.” Este no es el camino que la carne escogería, pero es el camino de la bendición. La bendición del padre podrá no agradar al hijo, sin embargo, la obediencia ha de rendirse “en el Señor.” Cuánto más fácil es hacer algo que por naturaleza nos disgusta, cuando lo hacemos “en el Señor.” Dios ha constituido ciertas autoridades en la tierra, y esa de los padres es una de ellas. Si los hijos desobedecen a sus padres, también están desobedeciendo a Dios. Aun cuando los padres pueden cometer errores, esto no les exime de la obediencia a sus padres.
Tal vez los recién casados, tanto él como ella, alcanzaron su mayoría de edad antes de casarse, viviendo en el mismo hogar y bajo el mismo techo que sus padres. Legalmente superaron la edad de la obediencia filial propia de la infancia; pero aun así se les dice a los hijos: “Honra a tu padre y a tu madre.” Y creemos que esto continúa siendo un deber sagrado. El honrar al padre y a la madre, lleva implícitas algunas bendiciones de Dios; éste fue el primer mandamiento con promesa, dado a Israel.
Es también muy probable que antes de casados trabajasen como empleados en algún trabajo. Al ocupar sus puestos por vez primera, estuvieron en la condición de empleados, respecto de sus dueños o patrones. En esto también necesitaron dirección divina para que pudieran glorificar a Dios en esa posición. El cristiano que está empleado nunca debe medir su conducta hacia el que le emplea, por aquella de los inconversos entre los cuales trabaja. La falta de toda responsabilidad y la falta de consideración en general de los derechos de los bienes del empresario, son patentes hoy en día por doquier. Pero Dios dice que el siervo ha de obedecer a su amo en todo, “no sirviendo al ojo, como los que agradan a los hombres, sino con sencillez de corazón, temiendo a Dios” (Col. 3:2222Servants, obey in all things your masters according to the flesh; not with eyeservice, as menpleasers; but in singleness of heart, fearing God: (Colossians 3:22)).
Todo ha de hacerse como para el Señor, y al hacerlo así los empleados cristianos “adornen en todo la doctrina de nuestro Salvador Dios.” El hecho de que se haya supuesto que estas instrucciones fueron dadas para los que en aquellos tiempos eran esclavos, no disminuye en lo más mínimo su fuerza para aquellos que están empleados asalariados en este día de libertinaje y de falta de consideración hacia la autoridad del superior.
Cuando el Espíritu de Dios quiere enseñar a los esposos y esposas sus responsabilidades respectivas en Efesios 5, Él trae primero ante ellos el gran y único ejemplo—Cristo y la iglesia. De esta manera aprendemos de lo que es sublime, para ser aplicado a lo que es inferior. Nunca podríamos comprender de una manera apropiada lo que es superior por el estudio de lo de menor valía.
“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella” (Ef. 5:25). ¿Puede haber algo comparable a la grandeza de este amor? ¡Qué profundidad nos descubre la expresión: “Se entregó a Sí mismo”! ¿Podría el amor dar más? Y el darse a Sí mismo le llevó por todo el camino de las agonías de Gethsemaní, el abandono de los suyos, la negación de Pedro, la traición de Judas, las heridas y los esputos, la burla, y finalmente la cruel cruz donde, en esas tres horas de tinieblas Él fue el sacrificio de expiación por nosotros, y así, abandonado por el Dios santo. Bien podemos nosotros exclamar: “El amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” mientras que al mismo tiempo procuremos aprender más de Él.
Este, entonces, es el gran ideal puesto ante los esposos—“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella.” ¿Qué hombre cristiano ocupando esa relación no sentirá cuánto le falta para alcanzar ese grado en este asunto vital? Sin embargo, esto es lo que el Espíritu de Dios pone ante nosotros. Y de estos versículos aprendemos que Cristo no solamente amó a la iglesia en el pasado (v. 25), sino la ama en el presente (v. 26) y la amará en el futuro (v. 27).
“Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama” (Ef. 5:28). Habiendo sido puesto ante nosotros el modelo perfecto el Espíritu de Dios ahora dice que los hombres deben amar a sus esposas “como a sus mismos cuerpos,” porque el marido y su esposa son “dos en una carne.” El gran Apóstol aprendió la lección de esa unión, aprendiéndola muy bien cuando fue herido por esa gran luz del cielo en el camino a Damasco. Él había estado persiguiendo a los santos, a la iglesia, y el Señor ya glorificado en el cielo le hace saber a Saulo, que al perseguir a Su iglesia, le está persiguiendo a Él mismo, la Cabeza gloriosa de ella, al decirle: “¿Por qué me persigues?”
¿Quién será el hombre que pueda decir: “Yo amo a mi esposa como a mí mismo”? ¿No somos más solícitos con nuestros cuerpos, sus dolores y necesidades, que con nuestras esposas? “Ninguno aborreció jamás a su propia carne.” ¡Cuán pronto corremos a curar un dedo infectado! En esta manera Dios procura enseñarnos algo de la medida del amor de Cristo hacia nosotros, y nos muestra lo que hemos de representar en este mundo. El esposo ha de ser una demostración en figura de Cristo, amando a su esposa como a sí mismo, y como Cristo amó a la iglesia.
¡Cuánta desdicha en muchos hogares es el resultado directo del fracaso por parte del esposo en mostrar un amor apropiado para su esposa! Todo esto se puede evitar en los hogares cristianos, comprendiendo los esposos la verdad de cómo han de representar a Cristo, y poniéndolo por obra.
Otro importante punto es mencionado en estos versículos, y es que el esposo ha de sustentar y regalar a su esposa “como ... Cristo ... a la iglesia.” Como Cristo está ocupado ahora en sustentar y regalar a la iglesia, así los esposos han de cuidar de sus esposas. De ello es la responsabilidad de proveer sustento, y eso no solamente de alimento para el cuerpo, sino de alimento espiritual. Esto requerirá diligencia de parte del esposo, porque ¿cómo puede él dar a otro lo que él mismo no posee?
Si el esposo ha de representar a Cristo, la esposa debe representar a la iglesia y ¿cuál es el carácter que en ella se requiere para esto? “Como la iglesia está sujeta a Cristo” (Ef. 5:24), así las esposas han de estar sujetas a sus maridos “en todo.” Nadie osará negar que la iglesia ha sido sujetada a Cristo, su Cabeza, pero que la esposa esté sujeta en todo a su marido va contra la corriente de lo que impera en el mundo entero.
En los tiempos en que vivimos, el comportamiento del hombre en todas las esferas sociales, se burla del orden establecido por Dios: los hijos no obedecen a los padres; no se enseña y menos se aconseja la obediencia como norma de conducta. La “libre expresión” es proclamada como norma de educación en los niños en el nuevo orden, cuando es en realidad el desorden más flagrante que pueda existir. Los servidores (o empleados) no se sujetan (o respetan) a la autoridad de los dueños (o patronos). La rebelión oponiéndose a toda autoridad es en sí misma un principio malo, y cuando se le deja operar sólo puede obtener confusión y anarquía como resultado.
Así que para las mujeres cristianas casadas, la Palabra de Dios es clara; han de estar sujetas a sus maridos. No es cuestión de que sean inferiores, sino simplemente el ocupar su posición dependiente y de acuerdo a la sabiduría de Dios. No siempre resultará fácil estar sujetas y aceptarlo de buen grado; algunas veces será duro y amargo, pero la mujer que teme a Dios lo hará así, y lo hará como para el Señor. Nunca puede haber bendición cuando se obra contra Su Palabra.
Sin embargo hay una manera feliz y sencilla de resolver la mayoría de las cuestiones, y es cuando tanto el marido como la esposa desean hacer la voluntad del Señor; si ambos buscan sinceramente esta voluntad, se sentirán dichosos al ser los dos de una misma mente. El esposo nunca debe imponer su autoridad en razón a lo que él es, sino que debe mostrar una cariñosa consideración hacia su compañera. Cuando la esposa vea en él un espíritu de sujeción a la Palabra de Dios, un verdadero deseo de ajustar su vida a lo que ésta ordena, será mucho más fácil para ella sujetarse a su esposo aunque su criterio sea muy diferente al suyo. Por tanto y en cualquier manera el lugar de la esposa, según Dios, será siempre el de sujeción.
Un joven marido fue cierta vez a pedir a un anciano siervo del Señor que él hablase con su esposa para decirle que la Palabra de Dios ordenaba a ella estar sujeta a su marido. El fiel y prudente siervo del Señor le respondió muy suavemente pero con fidelidad: “La Palabra de Dios no dice eso a Ud.” Y era verdad, pues lo que la Palabra de Dios le decía a él—y dice a cada marido—es que debía amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia, y como se amaba él a sí mismo. Es muy probable que si tal marido hubiera estado demostrando con su conducta, amor, sustento, cariño y tierna consideración hacia su esposa, cual era su responsabilidad, no se hubiera creado esta ocasión en la que sintió necesidad de recurrir al anciano siervo del Señor para tratar de su problema.
Cuando en un hogar cristiano reinan la confusión y el desorden, generalmente la culpa es de la cabeza, pues tal vez no ha ejercitado el amor que debiera hacia su esposa, o no ha provisto del sustento espiritual necesario para su casa, o sencillamente que no ha sabido ocupar su lugar como cabeza, en el cual Dios le colocó. No es sólo un privilegio que él tiene en su posición, sino un deber y debe actuar de acuerdo a él, cumpliendo con su responsabilidad. Algunos se descargan de ella, dejando todo a su esposa, viendo que ella es más capaz. A causa de ello son muchas las esposas que salieron del lugar que les pertenece a causa de la deserción de sus esposos en su cometido.
Es de cierto una solemne responsabilidad que contrae cada esposo, y si fracasa en cumplir la parte que le pertenece ¿deberemos extrañarnos si la estructura del hogar se desmorona? Cuando sucede un trastorno en un hogar, Dios ve al jefe como el responsable, por no haber sabido mantener la posición como era debido.
¡De cuánta tristeza no se hubiera librado Eva si hubiera contestado a la serpiente tentadora: “Adán es mi cabeza, dícelo a él”! Tampoco escapó sin culpa, pues aceptó el fruto de la mano de Eva, comiéndolo en crasa desobediencia. Un antiguo escritor dijo: “Adán no fue engañado, sino influenciado.” ¡Y cuán sutil es la influencia en algunos casos! No obstante el esposo es responsable. Dios vio el peligro de la influencia en este afectuoso vínculo uniendo esposo y esposa y dijo al respecto: “Cuando te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, o tu hija, o la mujer de tu seno ... que sea como tu alma, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos ... no consentirás ... ni tu ojo le perdonará” (Dt. 13:6-86If thy brother, the son of thy mother, or thy son, or thy daughter, or the wife of thy bosom, or thy friend, which is as thine own soul, entice thee secretly, saying, Let us go and serve other gods, which thou hast not known, thou, nor thy fathers; 7Namely, of the gods of the people which are round about you, nigh unto thee, or far off from thee, from the one end of the earth even unto the other end of the earth; 8Thou shalt not consent unto him, nor hearken unto him; neither shall thine eye pity him, neither shalt thou spare, neither shalt thou conceal him: (Deuteronomy 13:6‑8)). Aquí se trataba de un caso en que el marido podía ser influenciado a la idolatría. Una esposa puede tener gran influencia ya sea para bien o para mal, mas “la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Pr. 31:30). Que nuestra influencia de los unos para con los otros sea para bien, que podamos exhortarnos unos a otros diariamente, mayormente al ver que aquel día se acerca (véase He. 10:25).
Por regla general en los primeros años de casados no se piensa mucho en la respectiva posición de esposo y esposa y de sus lugares y responsabilidades que atañen a cada uno. En los primeros años la pareja es muy propensa en no buscar en la Palabra de Dios cómo deben comportarse, y en el transcurso de estos años es fácil que cosas malas echen sus raíces en el hogar, dando fruto amargo en los años venideros. Cada pareja joven debería saber estas cosas desde el principio para buscar la gracia de Dios a fin de llevarlas a cabo como conviene. La sabiduría humana, el amor natural o el espíritu de benignidad no nos podrán guiar con rectitud en nuestra carrera. El amor sin la dirección divina nos podrá descarriar; la benignidad humana nos podrá llevar a una condescendencia culpable con el mal; y en cuanto a la sabiduría humana nunca es una garantía para el creyente. Salomón, aun siendo el hombre más sabio que jamás haya existido, mostró ser necio, por cuanto no hizo todo cuanto Dios le ordenó que hiciese.
El primer deber de un rey, al subir al trono de Israel, era escribir en un libro toda la ley como le fuera dado a Moisés para conducir al pueblo de Dios—no solamente los diez mandamientos. Esta debía haber sido la primera diligencia a cumplir por el nuevo rey. No bastaba con que él la leyera, sino que debía escribirla. Haciéndolo así le quedaría más grabada la ley en su mente y corazón. Luego él había de “leerá ... todos los días de su vida.” Esto sería una garantía y seguridad para él, pues al leer esas Palabras de Dios él había de aprender “a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de aquesta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra.”
Quisiéramos hacer notar algunas palabras que Pedro escribió a los esposos y esposas, en las que el Espíritu de Dios trazó por mano del Apóstol, y que muestran las dificultades y pruebas en el camino del desierto y dan consejos y sana amonestación como guía. “Herederas juntamente de la gracia de la vida” (1 P. 3:7). Dios no quiere que sus hijos sean desdichados, y si siempre andamos de acuerdo con Su Palabra, por cierto que no lo seremos.
En este pasaje habla de habitar juntamente como esposo y esposa. Mirándolo desde un cierto punto, esto es muy hermoso, pero hay el otro aspecto y es que cuando dos personas viven en esta intimidad constante del esposo y esposa, se descubren mutuamente las faltas y fracasos de cada uno y ello puede producir algunos disgustos que pueden empañar la felicidad matrimonial.
Aquí, como está escrito en Efesios también, la esposa ha de reconocer el lugar de su esposo como la cabeza, ya que Dios así lo ha colocado, y actuar de acuerdo con este principio. Debe también usar su ornamento—adorno agradable a Dios, no de acuerdo con las modas inconstantes y descaradas de este mundo—cuyo ornamento debe ser un “espíritu agradable y pacífico” (1 P. 3:4), el cual siempre será actual y de buen gusto, y lo mejor de él es que es tenido en mucha estima delante de Dios. Es en el círculo familiar donde mejor se puede ver y observar este precioso ornamento: Dios conoce el peligro de que la mujer siga las modas de este mundo, y por ello el Espíritu de Dios presenta ante ellas tales adornos que deben buscar y usar en todo tiempo, en contraste con otros adornos de la moda mundana.
Por otra parte, se amonesta al esposo a que viva con su esposa “según ciencia” (1 P. 3:7). Esta no es la ciencia que hincha, sino aquella que nos hace ver insignificantes a nuestros propios ojos. Es importante que recordemos nuestras debilidades y defectos y cuanta gracia nos ha sido mostrada, y así manifestar de una manera propia a Cristo en nuestros tratos con nuestras esposas. El esposo no debe olvidar que la esposa es como un vaso más frágil, por lo cual la esposa debe encontrar protección a su lado. Esto es lo que Cristo hace con la iglesia. Esta amonestación debe ejercitar al esposo a buscar ayuda y fortaleza de Dios, pues ¿qué esposo no conoce en su intimidad que él no es una torre fuerte en sí mismo?
Nos es también aquí presentado un pensamiento solemne: el matrimonio es solamente para un cierto tiempo. En cambio en su condición de salvados son herederos juntamente de “la gracia de la vida.” Ambos van a otra escena donde Cristo su vida será manifestado (véase Col. 3:44When Christ, who is our life, shall appear, then shall ye also appear with him in glory. (Colossians 3:4)), y aun ahora poseen la gracia que fluye de Cristo. Tales pensamientos elevan sus corazones lejos de este mundo hacia Cristo y Su gloria venidera.
Prestando a estas cosas la atención debida, sus oraciones no serán impedidas. En cambio ¿cómo podrían dos orar juntos si hubiera entre ellos discordia o desdicha? ¿Y cómo esperar respuesta a sus oraciones si no anduvieran en obediencia a la Palabra de Dios? ¿Quién puede valorar la gran bendición que viene de orar juntos el esposo y la esposa? Es uno de los benditos privilegios de “habitar juntos.”