Segunda Conferencia (Efesios 1): La Iglesia Y Su Gloria

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De los tres objetos que indiqué en nuestra primera conferencia como tema de nuestro estudio, el primero que consideraremos es el de la Iglesia y su gloria. Nos introduce, como hemos dicho, a lo que pertenece al Padre, el carácter bajo el que Dios se nos ha revelado, y de donde derivan para la Iglesia los frutos de la gracia y de todas las circunstancias de su estado en la gloria, como se derivaban para Israel del nombre de Jehová. Y ahora podemos agregar otro principio destacado en la Epístola a los Efesios, y estre­cha­mente relacionado con nuestro tema principal: que el Padre ha dado la Iglesia a Cristo como Su Esposa, de manera que ella partici­pará plenamente en toda Su gloria. Al adoptarnos como hijos suyos, el Padre nos ha asociado a los derechos y a la gloria del Hijo, el primogénito entre muchos her­manos. Como Esposa de Jesús, nos gozamos en todos los privilegios que le pertenecen, en virtud de Su incom­parable amor.
El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en Su mano. He aquí el primer gran principio que deseo presentar. Y de la manera en que el Hijo ha glorificado al Padre, así el Padre glorifica al Hijo.
Un segundo principio es que nosotros partici­paremos de la gloria del Hijo, como está dicho (Juan 17:22): «Y yo les he dado la gloria que me diste». Y ello para que el mundo sepa que el Padre nos ama como ama al mismo Jesús. Al vernos en la misma gloria, el mundo quedará convencido de que nosotros somos objeto del mismo amor; y la gloria que tendremos en el día postrero será simplemente la manifestación de esta preciosa y asombrosa verdad.
Así, la esperanza de la Iglesia no es sólo la de ser salva, la de escapar de la ira de Dios, sino la de tener la gloria del mismo Hijo. Lo que constituye la consuma­ción de su gozo es ser amada por el Padre y por Jesús; y, después, como consecuencia de este amor, ser glorificada. Además, le plugo al Padre comunicar el pleno conocimiento de estas riquezas, y de darnos las arras por la presencia del Espíritu Santo en todos los salvados.
Antes de desarrollar estas ideas mediante otros testimonios de la Palabra de Dios, ideas que no hemos derivado más que de esa fuente, hagamos algunas observaciones acerca del capítulo que hemos leído.
Ya desde las primeras líneas, Dios se nos presenta como Padre, y en las relaciones ya indicadas.
Él es «nuestro Padre» (v. 2), y «el Padre de nuestro Señor Jesucristo».
Hasta el versículo 8 inclusive, el apóstol expone la salvación. Dios nos ha «predestinado para ser adop­tados hijos suyos ... para alabanza de la gloria de su gracia»; y esta salvación está efectuada de una manera real: «Tenemos redención por su sangre».
En los versículos 8-10 vemos que esta gracia de la salvación nos introduce por su poder real, por el Espíritu Santo, en el conocimiento del determinado propósito de Dios en cuanto a la gloria de Cristo: esto es una prueba conmovedora, como hemos dicho ya, del amor de Dios, que nos trata como amigos, y que tranquiliza nuestra alma de una manera inefable, al permitirnos ver a dónde llegarán todos los esfuerzos y toda la agitación de los hombres de este mundo. He aquí el determinado propósito de Dios: Dios reunirá todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
La Participación De La Iglesia En La Gloria
A continuación tenemos, desde el versículo 11, nuestra participación, todavía futura, en la gloria así dispuesta; y además se nos da el sello del Espíritu mientras esperamos esta gloria. «En él asimismo tuvimos herencia ... a fin de que seamos para ala­banza de su gloria.» Antes del versículo 8 se trataba de «la alabanza de la gloria de su gracia»; ahora se trata de «la alabanza de su gloria» (v. 12); y luego, «habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria» (v. 14). El resto del capítulo es una oración del apóstol para que los fieles comprendan su esperanza, y el poder de la resurrección y de la exaltación de Cristo, con quien está unida la Iglesia, y que este poder de Él actúa en ellos.
Esta posición de la Iglesia rescatada, que goza de la redención, y que espera asimismo la redención de la herencia, tiene su tipo perfecto en Israel. Este pueblo, rescatado de Egipto, no entró en el acto en Canaán, sino en el desierto, mientras que la tierra de Canaán seguía en poder de los cananeos. La reden­ción de Israel había sido consumada, pero no la redención de la herencia. Los herederos habían sido redimidos, pero la herencia no había sido aún libertada de manos de los enemigos. «Y estas cosas», dice el apóstol, «les acontecieron [a los israelitas] como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros [a la Iglesia], a quienes han alcanzado los fines de los siglos» (1 Co 10:11).
Cristo espera el momento en el que tomará la Iglesia para Sí, para que todo le sea sujetado, sujetado no sólo por derecho, sino también de hecho, en aquel momento solemne en el que Jehová pondrá a todos Sus enemigos por estrado de Sus pies. Y hasta que no llegue este momento, guardado en secreto en la profundidad de los consejos divinos, Él se ha sentado a la diestra de la Majestad en las alturas.
Cristo tomará la herencia de todas las cosas como hombre, a fin de que la Iglesia, redimida por Su sangre, pueda heredar todas las cosas con Él, coheredera purificada de una herencia que Él mismo habrá purificado.
Recordemos, pues, estos dos principios:
1. Cristo, en los consejos de Dios, posee todas las cosas.
2. En su calidad de Esposa de Cristo, la Iglesia participa en todo lo que Él tiene, en todo lo que Él es, excepto Su eterna divinidad, aunque, en cierto sentido, somos hechos partícipes de la naturaleza divina (2 P 1:4).
Cristo Es Heredero De Todo
Pasemos a los pasajes que desarrollan los pensa­mientos que hemos estando contemplando. Se nos dice que todas las cosas son para Cristo. Él ha sido constituido «heredero de todo» (He 1:2). Todas las cosas son de derecho suyas, por cuanto Él es el Creador (Col 1:15-1815Who is the image of the invisible God, the firstborn of every creature: 16For by him were all things created, that are in heaven, and that are in earth, visible and invisible, whether they be thrones, or dominions, or principalities, or powers: all things were created by him, and for him: 17And he is before all things, and by him all things consist. 18And he is the head of the body, the church: who is the beginning, the firstborn from the dead; that in all things he might have the preeminence. (Colossians 1:15‑18)). Observemos en este pasaje dos primacías de Cristo: Él, desde el principio, es llamado «primogénito [esto es, cabeza] de toda la creación», luego, «primogénito de entre los muertos», cabeza de la Iglesia que es Su cuerpo. Ésta es una distinción que arroja mucha luz sobre nuestro tema. Todas las cosas han sido creados por Él y también para Él. Y también las poseerá como hombre, el segundo Adán, a quien Dios ha querido, en Sus consejos, sujetar todas las cosas.
Esto es lo que leemos en el Salmo 8, y que es aplicado a Cristo por Pablo (He 2:6), y que es de hecho la piedra angular de la doctrina del apóstol acerca de esta cuestión. Él cita tres veces este salmo en sus epístolas, en los pasajes que presentan la idea principal de la sujeción de todas las cosas al Hombre Cristo, bajo tres aspectos distintos, cada uno de ellos importante para nosotros.
1. Según Hebreos 2:6, la profecía no está aún cumplida, pero la Iglesia tiene, en el cumplimiento parcial de lo anunciado en este pasaje, la prenda de su cumplimiento total. Todas las cosas no han sido todavía sujetadas a Jesús; pero, mientras tanto, Jesús ya ha sido coronado de gloria y honra, lo que es una cierta prenda de que lo restante se cumplirá a su tiempo. Bajo la actual dispensación, cuyo objeto es el recogimiento de los coherederos, no le están sujetas todas las cosas; pero Él está glorificado, y los fieles reconocen Sus derechos. Tenemos entonces en Hebreos 2:1 la aplicación del pasaje citado del Salmo 8:5,6, y se nos advierte de que todavía no se ha dado la sujeción de todas las cosas al segundo Adán.
2. En Efesios 1:20-23 vemos igualmente a Jesús exaltado, elevado soberanamente a la diestra de la Majestad en las alturas, y también se pone ante nosotros la sujeción de todas las cosas a Sus pies, pero como teniendo por efecto la introducción de la Iglesia dentro de esta misma gloria. Jesús nos es presentado dentro de esta gloria como cabeza de la Iglesia, que es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo; ésta es otra verdad en la que hemos insistido.
3. Luego se nos muestra, en 1 Corintios 15, la glorificación de Jesús y la sujeción de todas las cosas a Él, aunque desde otra perspectiva, es decir, como teniendo que darse en la resurrección, en base de cuya potencia Jesús ha sido declarado el postrer Adán, y como un reino que Él poseerá como hombre, y que deberá entregar a Dios Padre. Luego Él mismo, como postrer Adán, se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas—en lugar de reinar como Hombre, como lo habrá estado haciendo hasta entonces, sobre todas las cosas: todas, naturalmente, menos sobre Aquel que las ha sujetado a Él.
Vemos pues que se trata de una sujeción de todas las cosas a Cristo que es aún futura, de un dominio que compartirá con la Iglesia en tanto que ella es Su cuerpo, y que tendrá lugar, como consecuencia, cuando tenga lugar la resurrección de este mismo cuerpo, de la Iglesia; se trata, en fin, de un poder que Él entregará a Dios Padre, en el tiempo decretado, para que Dios sea todo en todos.
Cristo, glorificado ahora personalmente, mientras espera el recogimiento de Su Iglesia, está sentado en el trono de Dios, esperando hasta que quede completada, hasta que llegue el momento en que Él sea investido de Su poder regio, y que Jehová ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies.
De los pasajes citados surge una distinción suma­mente importante, y será necesario destacarla: Además de la reconciliación de la Iglesia tenemos la reconcilia­ción de todas las cosas. Ya habrá sido entrevista en la lectura de la Escritura con la que hemos comenzado nuestra reunión. Hemos visto que el determinado propósito de Dios es reunir todas las cosas en Cristo; que la reconciliación de la Iglesia nos es presentada, en los versículos que preceden al versículo 8, como una cosa ya cumplida, y su gloria como una cosa futura, de la que sólo tenemos por ahora las arras por la presencia del Espíritu Santo en nosotros después de haber creído. Pero vemos, en el capítulo 8 de la epístola a los Romanos, que la liberación de la creación tiene que tener lugar en la época de la manifestación de los hijos de Dios. En cuanto a nuestro tiempo presente, o sea, mientras Cristo está sentado a la diestra de Dios, todo está en un estado de desdicha; toda la creación permanece encadenada en corrupción. Es cierto que estamos redimidos, y también que ya se ha dado el precio de la redención por la creación, y además que hemos recibido las primicias del Espíritu Santo como las arras de la gloria; pero todo esto en espera de que el Dios Fuerte ejercite Su poder, y que reine y sea el poseedor de hecho, como lo es de derecho, de los cielos y de la tierra. Unidos por nuestros cuerpos a la creación caída, así como por el Espíritu lo somos a Cristo, tenemos, de un lado, la certidumbre de ser hijos aceptados, hechos aptos en el Amado, y el gozo de la herencia en esperanza por el Espíritu, que es las arras; pero, por otro lado, por el mismo Espíritu, emitimos los suspiros y los gemidos de la creación, de cuyas miserias participamos por este cuerpo mortal. Todo está en desorden, pero conocemos a Aquel que nos ha rescatado, y que nos ha hecho herederos de todas las cosas, que nos ha iniciado en el amor del Padre. Nos regocijamos de estos privilegios, pero, comprendiendo asimismo la bendi­ción que se exten­derá sobre la herencia cuando Cristo la venga a tomar y nosotros aparezcamos en gloria, sintiendo al mismo tiempo el triste estado en que se encuentra actualmente esta herencia, servimos, por el Espíritu, de canal para estos gemidos que suben ante el trono del Dios de misericordia.
El pasaje ya citado en parte de la epístola a los Colosenses constata esta distinción de manera muy clara. Se dice, en el versículo 20: «Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de la cruz. Y a vosotros [los fieles] también ... ahora os ha recon­ciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte.» La Iglesia está ya reconciliada. Las cosas de los cielos y de la tierra serán reconciliadas posteriormente, según la eficacia de Su sangre ya derramada. El orden de las ceremonias en el gran Día de la Expiación expresaba tipológicamente esta reconciliación, pero con una especial relación, cuando se trata de los detalles, con la parte que los judíos tendrán en estas bendiciones.
Vemos claramente en Colosenses 1:16 cuáles son las cosas que quedan comprendidas dentro de esta recon­cilia­ción: «Todas las cosas fueron creadas por él y para él». Todas las cosas que Él ha creado como Dios las herederará como restaurador de todas las cosas. Si hubiera, por así decirlo, tan sólo una brizna de hierba que no quedara sujeta al poder de Cristo en bendición, Satanás habría conquistado alguna cosa perteneciente a Cristo, a Sus derechos y a Su heren­cia. Y ahora será el juicio el que vindicará todo el legítimo derecho de Cristo.
Además, Cristo, cuando venga, será la fuente de gozo para todas las inteligencias creadas, gozo reflejado y exaltado por la bendición que se extenderá a toda la creación, por cuanto el gozo de ver la dicha de otros, y también la procedente de la liberación de toda la creación de la esclavitud de la corrupción, es una parte divina de nuestro regocijo; participaremos de esta dicha con el Dios de toda bondad.
La Posición Celestial De La Iglesia
En cuanto a nosotros, será en los «lugares celestiales» que hallaremos nuestro lugar. Las bendiciones espirituales en los lugares celestiales que ya incluso ahora disfrutamos en esperanza, aunque estorbados de muchas maneras, serán desde aquel día, para nosotros, cosas naturales, esto es: nuestro estado permanente y normal, si puedo decirlo así. Pero la tierra no dejará de sentir los efectos de esto mismo. Los poderes espirituales de maldad en lugares celestiales (Ef 6:12) serán reem­plazados por Cristo y Su Iglesia, dejando de ser las causas continuas y fecundas de las desdichas de un mundo sujeto a su poder por el pecado. Bien al contrario, la Iglesia, con Cristo, reflejando la gloria de la que participará, y gozando de la presencia de Aquel que es para ella la fuente y la plenitud, resplandecerá sobre el mundo en bendición; y las naciones que hayan sido salvas caminarán bajo su luz. Y ella, «ayuda idónea», semejante a Él en su gloria, llena de los pensamientos de su Esposo, y gozando de Su amor, será el instru­mento libre y digno de Sus bendiciones, así como también la demostra­ción vibrante de la eficacia de las mismas. Por cuanto Dios ha hecho estas cosas «para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús». La tierra gozará de los frutos de la victoria y de la fidelidad del postrer Adán, y será el magnífico testimonio a la vista de los principados y de las potes­tades, como es ahora, por el caos provocado por el pecado, testimonio de la debilidad, de la ruina y de la iniquidad del primer Adán. Y, sin duda alguna, el gozo más excelente, el gozo supremo, será la comunión del Esposo y del Padre; pero ser testimonio de Su bondad, y tener parte y ser instrumento de ella para con un mundo caído es desde luego gustar de los gozos divinos; por cuanto Dios es amor.
Queridos amigos, es esta tierra en la que moramos la que Dios ha querido tomar para hacer de ella el escenario de la manifestación de Su carácter y de Sus obras de gracia. Es en esta tierra que el pecado entró y se arraigó; aquí es que Satanás ha exhibido su energía para el mal; aquí es que el Hijo de Dios fue humillado, donde murió y resucitó; es sobre esta tierra que el pecado y la gracia han surtido todos sus efectos; es sobre esta tierra donde el pecado abundó, y donde la gracia ha sobreabundado. Si Cristo está ahora escondido en el cielo, es sobre esta tierra que será revelado; es sobre ella que los ángeles han llegado a comprender mejor las profundidades del amor de Dios; sobre ella que aprenderán los resultados de este amor, cuando se manifiesten gloriosamente. Sobre esta tierra donde el Hijo del Hombre fue humillado, el Hijo del Hombre será glorificado. Si esta tierra es por ella misma poca cosa, lo que Dios ha hecho y lo que Dios hará no son poca cosa para Él. Para nosotros (esto es, la Iglesia), los lugares celestiales son la ciudad donde morare­mos, por cuanto nosotros somos los coherederos (y no la herencia); nosotros somos herederos de Dios y coherederos de Cristo, pero la herencia es necesaria para la gloria de Cristo, así como los coherederos son el objeto de Su amor más entrañable, Sus her­manos, Su esposa.
Así, queridos amigos, os he expuesto, reconozco que de manera breve y débil, el destino de la Iglesia. Sólo el Espíritu puede hacernos sentir toda la dulzura de la comunión del amor de Dios, y la excelencia de la gloria que nos ha sido dada. Pero, al menos, os he señalado suficientes pasajes de la Palabra para llevaros a comprender—con la ayuda del Espíritu Santo, la cual impetro para todos vosotros como para mí mismo—los pensamientos que quería compar­tiros esta tarde. El resultado evidente es que estamos viviendo durante el tiempo en el que los herederos están siendo recogidos, y que hay una dispensación venidera cuya instauración veremos cuando vuelva el Salvador: aquella en la que los herederos gozarán de la herencia de todas las cosas; en la que todas las cosas quedarán sometidas a Cristo y a Su Iglesia unida a Él y revelada con Él. Lo que seguirá a con­tinua­ción no es ahora nuestro objeto: me estoy refiriendo al último período, en el que Dios será todo en todos, y donde Cristo mismo, como Hombre, quedará sujeto a Dios, y cabeza de una familia eternamente bendecida, en la comunión del Dios que la ha amado, y que tendrá Su tabernáculo en medio de ella: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, eterna­mente bendito. Amén.
Es ocupándose de estos temas que por el Espíritu la llenan de esperanza que la Iglesia será separada del mundo y se revestirá del carácter que le es propio como la novia comprometida de Cristo, a quien le debe todos sus afectos y todos sus pensamientos.