Las características de la división
Capítulo 1:10-16.— Llegó a los oídos de Pablo que había disensiones en la asamblea local de Corinto y de inmediato se dispuso a abordar este problema. Era preciso corregir primero este desorden, ya que si no se restablecía la unidad en la asamblea no habría poder para lidiar con los otros males que habían de ser juzgados. La toma de decisiones en la asamblea sería prácticamente imposible si la asamblea seguía en un estado de división.
Los corintios estaban andando como hombres carnales y estaban inmersos en el mundo que los rodeaba, el cual estaba lleno de escuelas de opinión bajo varios filósofos. De la misma manera, formaron diferentes partidos en la asamblea bajo el liderazgo de ciertos hombres dotados y se organizaron en torno a ellos según sus preferencias personales. Sin embargo, esta idea mundana ponía en peligro el testimonio público de la unidad de la asamblea de Corinto. Era un problema básico de que el mundo y el pensamiento mundano se habían introducido en la asamblea.
Versículo 10.— Pablo comienza por rogar a los corintios, en “el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, que este tal no sea el caso entre ellos, y que procuren corregir el problema de inmediato. Al invocar el nombre del Señor, estaba mostrando que no era sólo su idea para ellos, sino que era la voluntad del Señor (capítulo 14:37). Y al proceder como lo hacían, claramente no estaban viviendo bajo la autoridad de Su Señorío.
Les dice que para que una asamblea exista en un estado saludable, no puede haber “divisiones [cismas]” (traducción J. N. Darby; es la misma palabra en griego) entre ellos. Esto hace referencia a una ruptura interna entre los hermanos, incluso si todos ellos están reuniéndose externamente como un único conjunto. Luego, dice que en una asamblea debidamente ordenada según la voluntad de Dios estarán “perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”. Al afirmar esto, Pablo busca llegar a su conciencia, y realmente pone el dedo en la llaga de cómo suceden estas cosas. Las divisiones entre el pueblo del Señor comienzan con algo tan pequeño como las diferencias de “opinión” y parecer (versículo 10, traducción J. N. Darby). Estas diferencias llevarán a “contiendas” (versículo 11). Y, si no se juzgan las contiendas y los conflictos, se convertirán en “divisiones [cismas]” (versículos 12-13).
Más adelante en la epístola, Pablo dice a los corintios que las “divisiones [cismas]”, si no se juzgan, acaban conduciendo a “herejías [sectas]” (capítulo 11:18-19). Este es un tema aún más serio. Una secta o una herejía (“hairesis” en griego) es una ruptura o división externa entre los santos, donde un partido se separa y se reúne independientemente. Esto significa que el problema de la división entre los santos en Corinto era un mal severo, y que necesitaba ser corregido inmediatamente.
Versículo 11.— Este problema entre ellos no era simplemente un rumor; Pablo nombra la fuente de la que había oído estas cosas. Era “por los que son de Cloé”. Esto enfatiza un principio que siempre debe ser aplicado al tratar con problemas en la asamblea: todo debe hacerse “en la boca de dos ó de tres testigos” (2 Corintios 13:1).
Versículos 12-13.— Los partidos o divisiones que se habían formado entre los corintios no eran en realidad en torno a “Pablo”, “Apolos” y “Cefas” (Pedro), aunque utiliza su propio nombre y los nombres de otros obreros prominentes. En el capítulo 4:6, él menciona que a propósito había “transferido, en aplicación” (traducción J. N. Darby) los nombres de los líderes que había entre ellos a sí mismo y a los otros siervos del Señor para dar a entender su punto a los corintios. Utilizando tacto y delicadeza espirituales, no quiso identificar por nombre a las personas en torno a las cuales se juntaban, para que no dijeran que Pablo estaba celoso de ellas. Por eso, se utilizó a sí mismo y a Apolos, etc., a modo de ilustración. Cada vez que hace referencia a esas facciones y a sus líderes, traslada la aplicación a él mismo y a Apolos, etc. (1 Corintios 1:12; 3:4,22; 4:6). De todas las divisiones que había en medio de ellos, el “yo de Cristo” era quizás lo peor de todo, ya que implicaba que ¡ellos eran los únicos que eran de Cristo!
Versículos 14-17.— Tales eran las inclinaciones de los corintios, que Pablo estuvo agradecido por dejar que otros hicieran el bautismo cuando estuvo entre ellos, para que no se levantasen a su nombre y formaran un partido en torno a él. Sin embargo, bautizó a “Crispo” y “Gayo” y a “la familia de Estéfanas”, los primeros creyentes de aquella región (1 Corintios 16:15). A partir de entonces, dejó que otros hicieran esa labor para que no pareciera que él era el fundador de una nueva secta. Este es un principio sabio y debería actuarse hoy en día en el servicio cristiano. Aquellos que son prominentes y dotados deberían diferir ciertas tareas a otros en la obra del Señor para quitarse protagonismo. Esto ayudará a disipar cualquier idea que el pueblo del Señor pueda tener de querer juntarse alrededor de un determinado siervo.
La causa de división: La intrusión de la sabiduría humana en la asamblea
En los capítulos 1:17–2:16, Pablo rastrea la causa de tales divisiones entre los corintios hasta su origen: la intrusión de la sabiduría mundana en la asamblea. Al ser convertidos del mundo, los corintios trajeron mucho exceso de carga con ellos. Los griegos tenían sus diversas escuelas de filosofía a las que se adherían, y estos estimados santos pensaban que lo mismo ocurría con el cristianismo. Pero estaban totalmente equivocados. La triste realidad era que tales cosas únicamente conducían a la formación de partidos entre ellos. Siendo este el caso, Pablo procede a exponer la inutilidad de la sabiduría del hombre en las cosas de Dios.
Versículo 17.— “La cruz de Cristo” es la respuesta de Dios a la sabiduría del mundo. El apóstol señala la cruz para mostrar a los corintios que toda la sabiduría del mundo ha sido juzgada por Dios allí, y por lo tanto, no tiene lugar en la asamblea. (No nos referimos a los conocimientos que el hombre ha adquirido en los campos de la ciencia, la medicina, la tecnología, etc., sino a la supuesta sabiduría y a las filosofías de la vida del mundo, es decir, a las cosas que pertenecen a los valores esenciales de la vida que son morales y espirituales).
La cruz es la prueba suprema de la insensatez de la sabiduría mundana. Los hombres, en su supuesta sabiduría, miraron a Cristo cuando vino a este mundo y no vieron ningún valor en Él, y pidieron su crucifixión. Por lo tanto, Pablo no quiso darle un lugar en su predicación y enseñanza, y exhortó a los corintios a hacer lo mismo. Tampoco nosotros debemos darle un lugar en nuestro ministerio. La sabiduría de este mundo no tiene lugar en la asamblea. Si el evangelio ha de ser transmitido utilizando los métodos de sabiduría del hombre, entonces la cruz de Cristo es “hecha vana”, porque el propósito mismo de la cruz es glorificar a Dios sobre la cuestión del pecado y juzgar todo lo que es del hombre en la carne, incluyendo su supuesta sabiduría. El evangelio anuncia que toda esa filosofía y sabiduría humana ha sido juzgada en la cruz; ¿cómo podríamos entonces implementarla en nuestra predicación y servicio para el Señor?
Para enfatizar esto, el apóstol continúa mostrando la futilidad de la sabiduría del hombre:
• En primer lugar, en transmitir el Evangelio a las almas perdidas (capítulo 1:18-31).
• En segundo lugar, en enseñar a los santos la enseñanza de Dios (capítulo 2:1-16).
La futilidad de la sabiduría humana en ayudar a los hombres a entender el evangelio
Versículos 18-20.— La sabiduría y la filosofía humanas, tanto al comunicar el evangelio como al recibirlo, sólo han impedido a los hombres ver el valor de la obra de Cristo en la cruz. Pablo dice: “La palabra de la cruz es locura á los que se pierden”. Los sabios de este mundo no ven la gloria de la Persona que colgó en ella, ni ven el amor de Dios que dio a su Hijo para morir allí. No ven la santidad de Dios que exigió tal sacrificio, ni la ruina total del hombre que debe ser juzgado. La sabiduría del mundo queda así expuesta como inservible y como un obstáculo en las cosas divinas.
Algunos de los que enseñaban en la asamblea de Corinto intentaban hacer que el evangelio fuera intelectualmente respetable. Su ocupación en la sabiduría mundana les hacía sensibles a aquellos aspectos del mensaje cristiano que eran ofensivos para los filósofos y el público en general. No querían abandonar la fe; sólo querían redefinirla para que fuera más aceptable para los hombres del mundo. Pablo muestra que simplemente no se pueden mezclar las dos cosas, porque son totalmente opuestas. Los principios, los motivos y los objetivos del hombre son opuestos a los de Dios, y sólo son un obstáculo para entender las cosas de Dios. La mente natural del hombre jamás podrá conocer la verdad de Dios, excepto por la revelación de la Palabra de Dios (Job 11:7; 1 Corintios 2:14). Por lo tanto, en la cruz, Dios ha destruido “la sabiduría de los sabios” al juzgar todo el orden del hombre según la carne. Ahora se puede decir: “¿Qué es del sabio? ¿qué del escriba? ¿qué del escudriñador de este siglo?”. Todo ha sido dejado de lado (Romanos 8:3).
Versículos 21-25.— Puesto que el mundo, con su sabiduría, ha demostrado que no puede conocer a Dios, Dios se ha complacido en bendecir al hombre sobre un principio totalmente diferente: la fe. Por medio de “la locura de la predicación” Él quiere “salvar á los creyentes”. Esto exalta la “potencia de Dios, y sabiduría de Dios”. No es que el mundo piense que el medio de predicación sea una locura, porque el mundo también usa ese medio; es aquello que se predica lo que es una locura para ellos.
Versículos 26-29.— La “vocación” de los santos de Corinto fue una prueba remarcable de este mismo punto. Ellos no eran de la clase de grandes filósofos y sabios, o ricos, o famosos en la sociedad; tales personas usualmente son obstaculizadas por su intelecto y su posición en la vida. Pablo menciona tres clases de personas importantes en este mundo que suelen tropezar con el evangelio:
1) “Sabio”: el altamente educado (intelecto).
2) “Poderoso”: el famoso y rico (riquezas).
3) “Noble”: los de la alta sociedad, la nobleza, (nacimiento), etc.
Para enseñar la lección de la vacuidad de la sabiduría humana, Dios ha escogido a propósito a “lo necio”, “lo flaco”, “lo vil” y “lo menos preciado” de este mundo para tener y comunicar Su verdad. De esta manera, ningún hombre sabio según la carne, si se salva, tiene un argumento del cual gloriarse (jactarse).
Versículos 30-31.— El capítulo termina con el apóstol hablando de Cristo en gloria, y de la posición del creyente ante Dios en Él. Esto se ve en la expresión “en Cristo Jesús”, que hace referencia a Él resucitado y ascendido en las alturas. Así, Él es presentado como la fuente de la verdadera “sabiduría”. ¿Dónde está entonces la verdadera sabiduría? Está en un Hombre glorificado en el cielo. No necesitamos recurrir a los sabios del mundo y a sus principios filosóficos para obtener sabiduría; la tenemos en Cristo. El cristiano no sólo tiene “sabiduría” en Cristo, sino que también tiene “justificación”, “santificación” y “redención”. ¿Necesitamos justificación? La tenemos en Cristo (2 Corintios 5:21). ¿Necesitamos santificación y redención? Las tenemos en Cristo (Hebreos 10:10,14; Romanos 8:23). Todo lo que necesitamos está en Cristo. No tenemos necesidad de buscar nada fuera de Él. Por lo tanto, si ha de haber algún tipo de jactancia o gloria, debe ser en Cristo y en lo que tenemos en Él (versículo 31).
Por lo tanto, el capítulo 1 Presenta a Cristo en la cruz (crucificado) como una declaración del juicio de Dios sobre el hombre en la carne (Romanos 8:3). También presenta a Cristo en gloria como la medida de la posición del creyente ante Dios y sus bendiciones y recursos en Él (Efesios 1:3).
La futilidad de la sabiduría humana en ayudar a los santos a aprender la verdad de Dios
En el capítulo 2, el apóstol continúa exponiendo la futilidad de la sabiduría del hombre en la enseñanza de la verdad a los santos. Por lo tanto, la sabiduría humana no puede ayudar a una persona a entender el evangelio (capítulo 1), ni puede ayudar al creyente a aprender la verdad de Dios (capítulo 2). Pablo señala su propio ministerio como una demostración de esto. Rehusó la carne en sí mismo y en su ministerio para que no hubiera ningún obstáculo a la obra del Espíritu de Dios en las almas. Cuando vino a Corinto, no apeló al hombre natural, negándose a utilizar la “altivez de palabra” o cualquier otra muestra de sabiduría humana. Evitó a propósito utilizar tales métodos para comunicar la verdad.
• Versículo 1: El estilo de su predicación era “no ... con altivez de palabra”.
• Versículo 2: El tema de su predicación era “Jesucristo ... crucificado”.
• Versículo 3: El espíritu que caracterizaba su predicación era “con flaqueza, y mucho temor y temblor”.
• Versículo 4: La fuente de poder en su predicación era “el Espíritu”.
• Versículo 5: El propósito de su predicación era que su “fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios”.
Versículos 6-9.— Pablo hace referencia a la sabiduría muchas veces en los versículos iniciales del capítulo dos; en todos los casos es para desacreditarla por completo. Podríamos concluir de esto que la sabiduría es algo de lo que el cristiano debería desconfiar y rehuir. Podríamos pensar que la fe cristiana es sólo para los sentimientos y las emociones de una persona y que no tiene nada que ofrecer al hombre racional. Sin embargo, Pablo no dice eso. Dijo: “Hablamos sabiduría ... ” (versículo 6), lo que demuestra que valoraba la sabiduría, pero era un cierto tipo de sabiduría la que respaldaba y trataba de comunicar: la sabiduría divina, que es la que sólo se encuentra en Cristo (1 Corintios 1:30).
Aún más, trató de ministrar la verdadera sabiduría de Dios “entre perfectos”: aquellos que eran adultos o creyentes maduros. Esto muestra que Pablo no ministraría la verdad para complacer la mente filosófica griega. Ni tampoco ministraría las cosas de Dios de una manera que complaciera al cristiano carnal. En lugar de eso, buscó alcanzar a aquellos en su audiencia que estaban avanzando espiritualmente, y dejar que ellos enseñaran a los demás en la medida en que fueran capaces de recibirlo. No obstante, hay algunos hoy en día que insisten en que el ministerio en las reuniones debe estar al nivel del creyente más joven. Parece que quieren que todo se mantenga al nivel de no mucho más que una Escuela Dominical. Pero este no era el modo en que Pablo operaba. No es que se negara a soltar “á sabiendas de los manojos” a los jóvenes en su ministerio (Rut 2:16; 1 Corintios 3:1-2), sino que el impulso principal de su labor ministerial era alcanzar a los creyentes maduros de su audiencia (“los perfectos”). Si ellos recibían su doctrina y se edificaban en ella, podían a su vez transmitirla a los demás. Pablo instruyó a Timoteo para que hiciera lo mismo. Le dijo que enseñara la verdad a “hombres fieles” que enseñasen también a otros (2 Timoteo 2:2). Ministrar a los que eran “perfectos” no requería una manera intelectual de hablar, ya que incluso las verdades más profundas de la Biblia pueden ser ministradas con sencillez para que todos los que lo deseen lo entiendan.
Dijo que la sabiduría de Dios se encuentra “en misterio”, que es un secreto que sólo puede conocerse si Dios lo desvela (versículo 7). La indagación filosófica del hombre nunca podrá encontrarla (Job 11:7). Los grandes del mundo, “los príncipes”, lo demostraron al no ver la sabiduría de Dios en Cristo, y así, “crucificaron al Señor de gloria” (versículo 8).
Pablo cita a Isaías para demostrar que el modo en que el hombre adquiere sabiduría y conocimiento es totalmente inadecuado en las cosas de Dios (versículo 9). Los hombres tienen tres vías principales de aprendizaje: el “ojo” —observación—; la “oreja” —tradición— (escuchar las cosas que han sido transmitidas por generaciones anteriores); y el “corazón” —intuición— (por los instintos del corazón). Pero nótese: El pasaje que cita está en forma negativa. El “ojo no vió, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre”. Estos tres métodos, por sí mismos, no pueden encontrar la sabiduría de Dios. De ahí que la verdad de Dios no se descubra por los sentidos naturales del hombre, sin importar lo agudos que puedan ser en un individuo. Por lo tanto, es inútil utilizar tales métodos para tratar de aprender la verdad.
Cómo se adquiere la verdadera sabiduría
La interrogante que surge por consiguiente es: “¿Cómo se adquiere, entonces, la verdadera sabiduría?”. En la segunda mitad del capítulo, Pablo muestra que la verdadera sabiduría proviene toda de Dios, que es su fuente, y que sólo puede ser obtenida por el poder del Espíritu de Dios.
Desde el versículo 7 hasta el final del capítulo, traza una cadena de sucesos por los que Dios nos ha proporcionado la verdad. En primer lugar, fue “predestinada” (establecida) antes de que las edades de los tiempos comenzaran, antes de que todo lo natural fuera creado. Puesto que ha existido antes de lo natural, está completamente fuera del ámbito de lo natural. De ahí que el hombre natural, aunque sea inteligente, la desconozca porque sólo tiene una intuición natural. La mayor prueba de ello es que “los príncipes de este siglo” crucificaron a Cristo. “Si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria” (versículo 8).
Versículo 9b.— En segundo lugar, la verdad de Dios tenía que ser “preparada” para nosotros. Dios no podía dar estas cosas preciosas a los hombres sino sobre la base justa que fue puesta por Cristo al realizar la redención. Su trabajo en la redención preparó el camino para que Dios la trajera a nosotros.
Versículos 10-12.— En tercer lugar, aquello que ha sido predestinado y preparado para los redimidos ha requerido el poder del Espíritu de Dios para hacérselo llegar. Por lo tanto, fue “revelado” a vasos especiales (los apóstoles) “por el Espíritu”, vasos que fueron establecidos con el propósito de llevar la verdad a los santos. “Nosotros”, en el versículo 10, hace referencia a los apóstoles. A ellos se les concedieron revelaciones especiales de la verdad con el propósito de entregárnosla, “para que conozcamos lo que Dios nos ha dado”. “Lo profundo de Dios” no hace referencia a la profecía, sino a la enseñanza del misterio de Cristo y de la Iglesia, y a todas las verdades relacionadas que tienen que ver con la posición y la práctica cristianas, que hasta ahora habían estado “escondidas” en el corazón de Dios (Efesios 3:9; Colosenses 1:26).
Versículo 13.— En cuarto lugar, el medio por el cual los apóstoles comunicaron la verdad a los santos era a través de “palabras” otorgadas divinamente. No son necesariamente las palabras que usarían los sabios intelectuales del mundo, sino “las que enseña el Espíritu, comunicando lo espiritual por medio espiritual” (traducción J. N. Darby). Los apóstoles, a pesar de lo piadosos y dotados que fuesen, no eran más que hombres con limitaciones humanas. No tenían poder en sí mismos para transmitir la verdad a los santos con la absoluta fidelidad y perfección en que les había sido revelada. Por lo tanto, era necesaria una acción adicional del Espíritu. El “medio” espiritual por el que comunicaron la verdad es el de la inspiración divina. En la Iglesia primitiva, los apóstoles dieron a conocer la verdad a los santos en el ministerio oral, pero también fueron guiados por inspiración para escribirla para nosotros en las Escrituras del Nuevo Testamento; esto se llama “inspiración verbal”, que es los pensamientos de Dios dados en “palabras” elegidas por Dios. Algunos han pensado que “comunicando lo espiritual por medio espiritual” se refiere a nuestras labores en el ministerio cristiano de comunicar la verdad a otros. Pero este versículo realmente no está hablando de nuestro ministerio, sino del trabajo de los apóstoles bajo inspiración.
Versículos 14-16.— En quinto lugar, hay todavía otra cosa necesaria para que la verdad sea recibida y comprendida por los santos. Tiene que ser “examinada” espiritualmente. No basta con tener un alma salva con una vida nueva para recibir la verdad; el creyente necesita que el Espíritu de Dios que mora en él le ayude a asimilarla. Esto se llama iluminación. El Espíritu de Dios ilumina el alma, haciendo que el creyente entienda la verdad. Sin embargo, ser “espiritual” va más allá de poseer el Espíritu; implica una condición en la que uno está bajo el control del Espíritu. Esto muestra que una condición espiritual del alma en nosotros es imperativa para aprender la verdad. Si andamos en el poder del Espíritu de Dios no contristado, Él nos dará el discernimiento espiritual para conocer la verdad (1 Juan 2:20-21,27). “El hombre natural” (el alma perdida; traducción King James) no puede recibir las cosas de Dios porque no tiene la capacidad espiritual para hacerlo. “Empero el espiritual juzga todas las cosas”.
Estas cinco cosas muestran que Dios obra desde ambos extremos al llevar la verdad a los santos. Él predestinó y preparó la verdad, luego la reveló a los apóstoles, inspirándoles a escribirla en las Sagradas Escrituras. Pero también obra en los santos para producir una condición del alma que los ilumine y los capacite para asimilarla.
Por tanto, en conexión con el dar y el recibir la verdad de Dios, hay cinco eslabones:
1) Predestinación (versículo 7)
2) Preparación (versículo 9)
3) Revelación (versículo 10)
4) Inspiración (versículo 13)
5) Iluminación (versículos 14-16)
Como resumen de los dos primeros capítulos, Pablo ha declarado dos grandes cosas para la corrección y bendición de la asamblea de Corinto: la cruz de Cristo y el Espíritu de Dios. La cruz expulsa al hombre, y el Espíritu introduce a Dios. El gran resultado es que los santos son instruidos en “la mente de Cristo” (versículo 16), lo que significa que tienen la habilidad de pensar en términos espirituales y conocer la verdad de Dios. Pero nótese: Todo este proceso de traernos la verdad está totalmente fuera de los recursos del hombre natural y su sabiduría. Esto prueba concluyentemente que la sabiduría y filosofía del hombre no tiene valor en las cosas de Dios y que no se le debe dar un lugar en la asamblea.
Si hay algún obstáculo para que los cristianos aprendan la verdad ahora, tiene que ver totalmente con su condición de alma. Si no entendemos una determinada parte de la Escritura, es porque:
1) No hemos leído el pasaje con suficiente atención.
2) Hemos traído ideas preconcebidas a la Palabra y estamos intentando interpretar la Escritura a partir de esas nociones.
3) Nuestra voluntad está actuando y no queremos la verdad.
Las consecuencias de la sabiduría mundana en la asamblea
En el capítulo 3:1-17, el apóstol continúa exponiendo los peligros de la sabiduría humana. En los capítulos 1–2, ha mostrado que la sabiduría mundana no producirá nada positivo en las cosas de Dios. Ahora, en el tercer capítulo, muestra que en realidad tiene graves efectos negativos en la asamblea.
Pablo procede a hablar a los corintios de las tristes consecuencias que se derivan de la implementación de la sabiduría mundana entre los santos. Lejos de ser provechosa, es destructiva para la vida de la asamblea. Él muestra que:
• Empequeñece a los santos (versículos 1-2).
• Divide la asamblea (versículos 3-8).
• Contamina la casa de Dios (versículos 9-17).
1) Se impide el crecimiento espiritual
Capítulo 3:1-2.— En primer lugar, la sabiduría mundana, siendo lo opuesto a la sabiduría de Dios, es contraproducente para el crecimiento espiritual de los santos. Las ideas humanas en la filosofía no sólo no dan a los santos la verdad de Dios por la cual crecerían; ¡en realidad atrofia el crecimiento! Los corintios eran una prueba viviente de esto. Eran enanos espirituales. Pablo les escribió esta epístola unos cinco años después de que se habían convertido en cristianos, y en el momento de escribirla todavía eran “niños en Cristo”. Esto era para su vergüenza.
El apóstol hace referencia a tres condiciones en esta parte de la epístola. Al final del capítulo 2, habló de los que eran “espirituales” (un creyente que posee el Espíritu y es controlado por Él) y de los que eran “naturales” (una persona perdida que no tiene el Espíritu). Ahora en el capítulo 3, habla de los que eran “carnales”. Esto se refiere a una persona que es salva, que posee el Espíritu, pero que no vive bajo el control del Espíritu.
El problema con la mayoría de los corintios era que estaban en una condición carnal. Para probar esto, Pablo señala el hecho de que él no podía ministrarles “lo profundo de Dios” (“vianda”), sino sólo las enseñanzas elementales de la fe cristiana (“leche”). Sencillamente, no estaban en condiciones de asimilar nada más.
2) Se desarrolla un espíritu de rivalidad
Capítulo 3:3-8.— Otro resultado negativo de promover la sabiduría mundana es que fomenta la rivalidad en la asamblea. Hacer partidos, por supuesto, no produce unidad piadosa, sino más bien, aviva la carne con “celos, y contiendas” (versículo 3). Los corintios habían copiado las maneras del mundo de jactarse en sus fundadores de ciertas escuelas de pensamiento, diciendo: “Yo cierto soy de Pablo; y el otro: Yo de Apolos”. Esto llevó al orgullo de partido: cada uno trataba de defender a su maestro favorito. Esta rivalidad polarizó a los santos y creó “divisiones” entre ellos y sólo confirmó su estado carnal (versículo 4).
Que haya un estado de agitación como de aguas convulsas (contención y divisiones) en una asamblea local, significa que la asamblea está en un estado decaído o “carnal”. Si los santos están distraídos con peleas internas y problemas entre sí, no pueden alimentarse y crecer juntos. Es imperativo, por lo tanto, tener “aguas de reposo” en la asamblea (Salmo 23:2). El apóstol explica que los dotados maestros que había entre ellos no debían rivalizar entre sí. Cada uno tenía un lugar diferente que ocupar en el cuerpo, y cada uno tenía un servicio diferente que desempeñar. Fue el Señor quien les dio sus dones distintivos, y por lo tanto, era imposible compararlos cuando había tal diversidad de servicio (versículo 5).
Lejos de poner a los obreros en rivalidad, Pablo muestra que deben estar unidos en sus labores. Habla de sí mismo y de Apolos como ejemplo. Uno “plantó” y el otro “regó”. Su trabajo se complementaba. No competían entre sí como rivales; trabajaban juntos hacia el mismo fin común. Además, cualquier resultado que produjeran sus labores no era obra de ellos, sino de Dios. Dice: “Dios ha dado el crecimiento”. Por lo tanto, estaba completamente fuera de lugar exaltar a los siervos del Señor cuando en realidad todo era obra de Dios (versículo 6).
Los siervos del Señor no deben verse a sí mismos como “algo”, ya sea el que “planta” o el que “riega” (versículos 7-8). Si vamos a ser usados por Él en Su viña, necesitamos vernos a nosotros mismos tal como somos: no somos nada. La actitud del apóstol refleja esto; él dijo: “¿Qué pues es Pablo?”. Este es el espíritu correcto que debemos tener. Una de las cosas que Dios hace en Su entrenamiento a Sus siervos es reducirlos a un tamaño útil. Si somos demasiado grandes a nuestros ojos, o a los ojos de los santos, probablemente no seremos usados por el Señor de ninguna manera perceptible. Si aquellos que sirven en el ministerio público se ven a sí mismos como algo importante entre el pueblo de Dios, esto podría suscitar orgullo en aquellos que los buscan para el ministerio, y llevarlos a vanagloriarse de esos siervos, lo que a su vez podría llevar a la formación de un partido. A un hermano de avanzada edad que fue muy usado por el Señor en su vida, se le preguntó cuándo fue la primera vez que el Señor comenzó a usarlo. Respondió: “¡Cuando me di cuenta de que Él no me necesitaba!”. Esto es algo importante que todos los que sirven al Señor deben entender. Él no nos necesita a ninguno de nosotros, aunque a veces se complace en utilizarnos. Cuando lo hace, debemos considerarlo un privilegio, y tratar de llevar a cabo ese trabajo con humildad.
3) Trae corrupción mundana a la casa de Dios y una pérdida de recompensa
Capítulo 3:9-17.— Una tercera consecuencia negativa de ingerir y propagar la sabiduría mundana es que trae la contaminación a la casa de Dios, lo que resulta en una pérdida de recompensa para el obrero.
El apóstol muestra que, cuando se trabaja en la casa de Dios, es posible construir con malos materiales que no contarán con la aprobación del Señor. Esto lleva al apóstol a hablar de la calidad de la obra con la que se debe trabajar para obtener la aprobación del Señor. La obra de cada siervo será examinada en el tribunal de Cristo. Pablo señala el hecho solemne de que cuando se revisen nuestras labores, podrían “ser perdidas”. Promover la sabiduría mundana y apoyar la división entre los santos es un desperdicio de energía que podría utilizarse para edificar la casa de Dios. Ello no soportará la prueba del tribunal de Cristo. Todos aquellos que hacen su trabajo de manera carnal “sufrirán pérdida” (traducción J. N. Darby).
Versículo 9.— Se utilizan dos figuras para describir el ámbito en el que los siervos del Señor han de trabajar para Él; una es la “labranza de Dios” (una viña) y la otra es el “edificio de Dios” (una casa). Presentan dos aspectos de la esfera del obrero. Los versículos siguientes se centran especialmente en el aspecto de la casa (1 Timoteo 3:15).
Versículos 10-11.— La asamblea como casa de Dios tiene dos aspectos. En primer lugar, los creyentes son vistos como “piedras vivas” en la casa (Mateo 16:18; Efesios 2:20-21; 1 Pedro 2:5; Hebreos 3:6). Cristo es visto como el Constructor (Mateo 16:18), y todos los que componen la casa en este aspecto son genuinos. En segundo lugar, está el aspecto de la casa de Dios en el que se incluye la profesión (Efesios 2:22; 1 Timoteo 3:15; 2 Timoteo 2:20-21). Es decir, abarca a todos los que hacen profesión en Cristo, sean verdaderamente salvos o no. En este aspecto, se considera que los hombres forman parte del edificio, y por lo tanto, existe la posibilidad de que se construya con material malo en la casa. Pablo dice: “Cada uno vea cómo sobreedifica”. Todo lo que se construye debe estar conforme con el “fundamento”, que es Cristo mismo, a fin de obtener la aprobación de Dios (versículo 11). Esto demuestra que hay una responsabilidad vinculada a la obra en la casa de Dios.
Tres tipos de materiales buenos y tres tipos malos
Versículos 12-13.— Los corintios necesitaban entender que aunque algunos en esa asamblea habían asumido el papel de enseñar, eso no significaba necesariamente que estuvieran obrando bajo la aprobación de Dios. Uno puede encontrarse haciendo (lo que cree que es) una obra para Dios, pero sin ser una obra de Dios —es decir, Dios no es el Autor de ella—. Pablo, por tanto, indica que hay quien puede obrar o construir en la casa de Dios con materiales totalmente inadecuados. Las buenas intenciones no son el criterio para la aprobación de Dios, sino el estar en conformidad con la verdad.
Hace referencia a tres tipos de materiales buenos que son figurativos del trabajo que cuenta con la aprobación del Señor.
• El “oro” alude a la gloria de Dios; por ejemplo, las labores que pertenecen a la exaltación de la gloria de Dios en Cristo.
• La “plata” alude a la obra redentora de Cristo (Éxodo 30:12-16); por ejemplo, las labores en el Evangelio y la enseñanza que ayuda a establecer a los creyentes en las bendiciones del Evangelio.
• Las “piedras preciosas” aluden a la formación de Cristo en los santos de Dios (Malaquías 3:17); por ejemplo, las labores que pertenecen al perfeccionamiento de los santos en su andar con el Señor.
También hace referencia a tres tipos de material malo que son figurativos del trabajo que no contará con la aprobación del Señor. Lamentablemente, los corintios habían traído estas tres cosas a la asamblea.
• La “madera” alude a lo que es natural y meramente humano (Amós 2:9; Marcos 8:24; Lucas 3:9; Isaías 2:12-13; 7:2; 10:16-19).
• El “heno” alude a lo que es carnal (Isaías 40:6; 1 Pedro 1:24).
• La “hojarasca” alude a lo que es absolutamente perverso (Job 21:17-18; Malaquías 4:1).
Tres tipos de edificadores en la casa de Dios
Seguidamente, Pablo habla de tres clases de edificadores en la casa de Dios. Cada uno de estos edificadores se indica en el texto con las palabras: “Si alguno ... ” (versículos 14-15,17).
Versículo 14.— Un buen constructor es un creyente temeroso de Dios que se esfuerza “legítimamente” en sus labores (2 Timoteo 2:5). Pablo habla de sí mismo como “perito arquitecto” bajo Cristo, que puso “el fundamento” en Corinto, predicando primero el Evangelio por el cual se salvaron (versículo 10). Él sería un ejemplo de buen constructor. Procuró trabajar conforme a los principios de la Palabra de Dios y, por lo tanto, su obra resistirá la prueba del tribunal. “Recibirá recompensa”.
Versículo 15.— Un mal constructor es un verdadero creyente, pero uno que trabaja bajo sus propios principios en ignorancia o en desacato de la Palabra de Dios. “La obra ... será perdida: él empero será salvo”.
Versículos 16-17.— Un constructor corrupto es uno que no es salvo, y contamina la casa de Dios con su presencia y sus doctrinas. Las obras de los de esta clase suelen ser las que atacan a la Persona de Cristo y la obra de Cristo o socavan la fe cristiana de alguna manera.
“El espíritu de Dios” habita en la casa de Dios, el templo de Dios. No sólo habita en los santos, sino que también habita entre ellos colectivamente, que aquí es el aspecto de la presencia del Espíritu (véase también Juan 14:17: “con vosotros” y “en vosotros”). “Vosotros”, en el versículo 16, es plural y se refiere a los santos colectivamente. Esto significa que es posible para una persona perdida (un mero profesante) moverse entre los santos y estar donde el Espíritu de Dios está obrando. Es así que se le hace partícipe del Espíritu Santo de una manera externa. Pero como ocupa un lugar privilegiado en la casa de Dios, se le hace responsable de sus acciones, y su fin es el juicio: “Dios destruirá al tal”. El rey Acaz es una figura de quien contamina la casa de Dios como constructor corrupto (2 Reyes 16:10-16).
El apóstol utiliza la expresión “no sabéis” diez veces en la epístola. Los corintios se jactaban de sus conocimientos, pero es terrible lo que no sabían. Parece que no sabían que:
• Los santos colectivamente son el templo de Dios: capítulo 3:16.
• Un poco de levadura leuda toda la masa: capítulo 5:6.
• Los santos han de juzgar al mundo: capítulo 6:2.
• Los santos han de juzgar a los ángeles: capítulo 6:3.
• Los injustos no poseerán el reino: capítulo 6:9.
• Los cuerpos de los santos son miembros de Cristo: capítulo 6:15.
• El que se junta con una ramera, es hecho con ella un cuerpo: capítulo 6:16.
• Los cuerpos de los santos son templo del Espíritu Santo: capítulo 6:19.
• Los que ministran las cosas santas viven de aquellas cosas que fueron ofrecidas: capítulo 9:13.
• Los que corren en una carrera corren contra todos los participantes: capítulo 9:24.
El remedio para la división
En los capítulos 3:18–4:21, Pablo procede a dar el remedio para el problema de división en la asamblea.
1) Una visión adecuada de nosotros mismos
Capítulo 3:18.— Para solucionar el problema de división en una asamblea, primero debemos tener una visión correcta de nosotros mismos. Muchos de los corintios tenían una elevada opinión de sí mismos intelectualmente. Se consideraban a sí mismos entendidos en sabiduría filosófica; era en gran medida parte de su cultura. Se gloriaban en los principios insignificantes de la sabiduría mundana, que tendían a cegar sus ojos y a engañar sus corazones. Ser capaz de hablar en los términos filosóficos de la sabiduría del mundo puede dar a uno un falso sentido de importancia. Por eso Pablo advierte del carácter engañoso de la misma, diciendo: “Nadie se engañe á sí mismo”. Luego los invita a juzgarse a sí mismos, diciendo: “si alguno entre vosotros parece ser sabio en este siglo, hágase simple, para ser sabio”. Por lo tanto, necesitaban un cambio en su forma de pensar que diera como resultado una visión adecuada de sí mismos ante Dios. Esto se aplicaría particularmente a aquellos que tenían los roles de enseñanza en Corinto.
Pensar que nosotros mismos somos algo importante en la asamblea no es, por supuesto, más que orgullo. Ya que el corazón es intrínsecamente engañoso (Jeremías 17:9), es difícil detectar esto en nuestros corazones. Sin embargo, el orgullo no juzgado suele estar en el fondo de toda división (Proverbios 13:10; 28:25; 1 Timoteo 6:4; 1 Corintios 4:6). J. N. Darby dijo que el orgullo es la causa de la división, y la humildad es el secreto de la unidad y la verdadera comunión. ¡Qué gran verdad! Si cada persona en una asamblea local juzgara el orgullo de su corazón, no se desarrollarían contiendas ni divisiones. El hermano Darby también dijo que necesitamos ver la carne en nosotros mismos y a Cristo en nuestros hermanos. Esto nos guardaría de ser críticos y de imponernos en la asamblea.
2) Una visión adecuada de la sabiduría del mundo
Capítulo 3:19-20.— Pablo prosiguió a declarar una segunda cosa que conduciría a curar las divisiones entre ellos. Dijo: “La sabiduría de este mundo es necedad para con Dios”. Al decir esto, les estaba diciendo a los corintios que necesitaban ver la sabiduría del mundo como lo que realmente era ante Dios: “necedad”. Necesitaban tener una visión adecuada de ella —verla como Dios la ve— y echarla fuera de la asamblea. Era el fondo de las divisiones en Corinto, y ya era hora de que dejaran de pensar mundanamente.
Mientras que la sabiduría mundana en temas morales y espirituales puede inspirar el respeto de los hombres naturales y carnales, sólo es “necedad para con Dios”. Pablo cita un par de pasajes del Antiguo Testamento para confirmar el hecho de que la sabiduría humana es necia y vana (Job 5:13; Salmo 94:11). ¡Qué paradoja! El mundo piensa que el Evangelio de Dios es necio (capítulos 1:18; 2:14), pero Dios dice que la sabiduría del mundo es “necedad”. Por lo tanto, debemos contentarnos con ser considerados necios a los ojos del mundo y no preocuparnos por tratar de ser aceptables para el mundo. Tenemos que aceptar el hecho de que los cristianos aparentan ser necios a los ojos de la gente del mundo.
3) Una visión adecuada de aquellos que ministran la Palabra
Capítulos 3:21–4:5.— En tercer lugar, en la asamblea de Corinto había quienes exaltaban demasiado a sus maestros, poniéndolos en un pedestal. Los corintios se gloriaban en sus maestros, en torno a los cuales se concentraban. Tenían una visión distorsionada de la grandeza de los que ministraban entre ellos y tendían a venerarlos de una manera carnal. Veían a “los hombres ... que andan como árboles” (Marcos 8:24), y tenían “en admiración las personas” (Judas 16). Necesitaban cesar y desistir de esto inmediatamente porque este énfasis indebido en gloriarse de los hombres avivaba el espíritu partidista. Alimentaba las contiendas y creaba rivalidades entre los santos de Corinto, causando lamentables divisiones.
El remedio del apóstol para esto fue que “ninguno se gloríe en los hombres” (versículo 21). Dice, “porque todo es vuestro”; ya se trate de los siervos del Señor, o de todas las cosas del mundo —tanto en el tiempo presente como en el venidero—, ¡incluso “sea la vida, sea la muerte”! (versículos 22-23). Todo pertenece al cristiano porque es coheredero con Cristo, quien es el “heredero de todo” (Romanos 8:17; Hebreos 1:2). Comprender su posición digna “en Cristo” (que es estar en el lugar de Cristo ante Dios) liberaría a los corintios de gloriarse de ciertos maestros y concentrarse en torno a ellos porque hacer tal cosa estaba por debajo de la dignidad de la posición cristiana. Como cristianos, no pertenecemos a los hombres ni a sus partidos porque todas las cosas nos pertenecen en Cristo. Por lo tanto, no les pertenecemos a ellos, ¡ellos nos pertenecen a nosotros! Han sido entregados a la Iglesia como siervos para ayudarnos a comprender la revelación de Dios y a andar a la luz de ella (Efesios 4:11). Entender esto curará cualquier idea que podamos tener de poner a los siervos del Señor en un pedestal y ser reunidos bajo sus pies como seguidores de ellos.
En el capítulo 4, Pablo continúa elaborando sobre este punto, mostrando que no corresponde a los santos estar evaluando los diversos dones que Cristo ha dado a la Iglesia. La tendencia entre los santos es valorar a los siervos de Dios por su conocimiento o elocuencia, pero es algo puramente carnal. Debemos considerarlos a todos simplemente como “ministros de Cristo, y dispensadores de los misterios de Dios”, sin rango alguno (versículo 1). ¡El verdadero valor de un siervo a los ojos de Dios se mide por su fidelidad y no por su popularidad entre los santos! (versículo 2).
Es más, si alguien empezaba a calificar a los siervos del Señor conforme a sus criterios personales, debía seguir el ejemplo del apóstol. Dijo que tales prácticas propias de la carne eran “muy poco” para él, porque no confiaba en su capacidad para evaluar correctamente (versículo 3). Pablo no juzgaba sus propias labores, sino que lo dejaba todo “hasta” que viniera el Señor. Entonces Él evaluará todo correctamente en Su tribunal (Romanos 14:10; 2 Corintios 5:10). En ese momento, el Señor indagará incluso en los motivos que hay detrás de nuestras acciones de servicio. Él “aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones”.
En el capítulo 3:13-15, habló de que el Señor juzgará nuestras obras de servicio en el tribunal; aquí habla de que Él juzgará nuestros motivos en el servicio. Esto demuestra que sólo una Persona divina, que tiene atributos omniscientes, puede evaluar adecuadamente el servicio de Sus siervos. La Escritura dice que “á Él toca el pesar las acciones” (1 Samuel 2:3). Sólo Él es capaz de sopesar los motivos de una acción. Esto demuestra la insensatez de las meras criaturas que intentan tal tarea. El cristiano más espiritual y sincero, siendo un mero humano, no puede pesar los motivos del corazón de otra persona; mucho menos pueden hacerlo los cristianos carnales como lo eran los corintios. Cuando Pablo dijo “no juzguéis nada antes de tiempo”, se refería a los motivos del corazón en el servicio. En otras partes se nos dice que juzguemos las palabras de una persona, su ministerio oral y sus acciones (1 Corintios 5:12; 10:15; 14:29). En el tribunal de Cristo, Él hallará motivo para recompensar a cada uno de los Suyos por lo que hayan hecho por amor de Su nombre. “Entonces cada uno tendrá de Dios la alabanza” (versículos 4-5).
4) Emular los caminos de Pablo en Cristo
Capítulo 4:6-21.— Las palabras finales sobre este tema se dirigen a los líderes de los partidos que se habían desarrollado entre los corintios. La forma en que se comportaban contribuía a la polarización de los santos en sus divisiones. Pablo, por tanto, tenía unas palabras para ellos. Podían ayudar a disipar los deseos de los santos de ponerlos en un pedestal emulando los “caminos cuáles sean en Cristo” del apóstol (versículo 17). De ahí que Pablo señale su propia manera humilde de vivir mientras servía al Señor; es un modelo a seguir para nosotros (1 Corintios 11:1; 1 Timoteo 1:16). Esto es algo que todos los santos deben emular, no sólo los que toman la iniciativa en el ministerio público.
A lo largo de estos capítulos iniciales, Pablo había “pasado” el “ejemplo” de estas cosas referentes a los líderes de los partidos en Corinto tanto a sí mismo como a Apolos, cuando en realidad, eran ciertos maestros en medio de ellos en torno a quienes se estaban concentrando. Hizo esto para no exponer a esos líderes por sus nombres y evitar cualquier conflicto abierto que pudiera surgir de ello. Ahora menciona otra razón por la que lo hizo: “ ... para que en nosotros aprendáis á no saber más de lo que está escrito, hinchándoos por causa de otro el uno contra el otro” (versículo 6). Los que enseñaban en Corinto necesitaban desesperadamente “aprender” cómo comportarse en el servicio observando los caminos de Pablo y Apolos. Los apóstoles y los que servían con ellos eran modelos a seguir por otros siervos. Muy al contrario de estar “hinchado” de orgullo “el uno contra el otro” (como los maestros corintios), Pablo y Apolos estaban revestidos de humildad (1 Pedro 5:5). Necesitaban ser “imitadores” del apóstol (versículo 16), imitando sus “caminos” (versículo 17). Él colaboraba con los demás siervos de Dios en armonía bajo el señorío de Cristo.
En el versículo 7, se dirige directamente a los líderes, diciendo: “¿Quién te distingue? ¿ó qué tienes que no hayas recibido?”. Aparentemente, se gloriaban en que su don era distinto de los demás dones. Pero si se diferenciaba de otros por el don de un siervo, de todos modos, era únicamente aquello que había recibido de Dios. ¿Cómo, pues, podría vanagloriarse como si fuera algo que hubiera producido por su propia fuerza? Utilizar lo que Dios nos ha dado para promover nuestra propia gloria en la asamblea no es más que una vergonzosa muestra de un orgullo carente de juicio. Hacer del ministerio público un ámbito de competencia no hacía más que agravar el problema de la división. El uso de un don espiritual no tiene el propósito de exaltarse a uno mismo, sino el de la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:16).
Era evidente que los maestros corintios vivían para el presente —para “ya”— y buscaban la alabanza de los hombres (versículo 8). En contraste con esto, los verdaderos siervos de Dios vivían con miras al futuro (al tribunal de Cristo) —un tiempo que Pablo llama “entonces” (versículo 5)— cuando tendrían la alabanza de Dios. ¡Qué contraste tan sorprendente! Esto demuestra que había algo seriamente equivocado en la visión que los corintios tenían del cristianismo. Vivían como “reyes”, lo cual estaba completamente fuera de lugar para quienes deberían ser peregrinos (versículo 8). Su estilo de vida no concordaba con el carácter peregrino del cristianismo. Pablo deseaba que el tiempo del reinado hubiera llegado de verdad, y entonces todos los santos podrían reinar juntos, pero no era el momento para eso, porque todavía estamos viviendo en el tiempo del rechazo de Cristo. La actitud correcta para nosotros ahora, en el tiempo de la ausencia de Cristo, es la de lamentarnos y ayunar y abstenernos de los placeres mundanos (Marcos 2:20; 2 Samuel 19:24; 1 Pedro 2:11).
En los versículos 9-10, Pablo vuelve a referirse al estilo de vida de “los apóstoles”, que eran modelos de carácter y propósito cristianos. Alude al anfiteatro romano (donde los cristianos eran echados a los leones como espectáculo) para mostrar que los apóstoles eran igualmente un “espectáculo” para todos. Sin embargo, su anfiteatro era mucho mayor. Era el universo entero; tanto los ángeles como los hombres (el cielo y la tierra) estaban mirando. Y ¿qué es lo que veían?, hombres rechazados por el mundo, que los consideraba “necios”, “flacos” y “viles” (versículo 10). Los apóstoles se conformaban con ser considerados como tales por quienes crucificaron a su Salvador. Por el contrario, los corintios intentaban ganarse el favor del mundo. Con su conocimiento de las cosas divinas intentaban ser “prudentes”, “fuertes” y “nobles” a los ojos del mundo (versículo 10). Es imposible hacer la revelación cristiana agradable al hombre mundano sin comprometerla de alguna manera, pero esto era lo que los maestros corintios estaban haciendo.
Por otra parte, los apóstoles estaban pagando el precio de predicar la verdad. “Hambrearon, y tenían sed”, etc. (versículo 11). Además, “trabajaban” con sus propias “manos” para sostener su labor, cosa que evidentemente no hacían los maestros entre los corintios, quienes vivían a costa de los donativos de los santos de Corinto (1 Corintios 9:12; 2 Corintios 2:17). En resumen, los apóstoles sufrían el reproche y la persecución del mundo, mientras que los corintios y sus maestros cortejaban el favor del mundo. Algo no cuadraba bien aquí (versículos 12-13). Pablo dijo a Timoteo: “Y también todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Vivir un cristianismo normal resulta naturalmente en el rechazo del mundo.
El apóstol quería que entendieran que decía estas cosas porque los amaba, llamándolos “mis hijos amados”. Les advirtió porque había serios peligros en perseguir el favor del mundo (versículo 14). Puede que tuvieran muchos “ayos” (maestros), pero ¿dónde estaban los “padres” entre ellos que señalaran fielmente este peligro? (versículo 15). Pablo, en cambio, había sido un padre espiritual entre los corintios, sacrificándose por el bien de los santos. Esto es lo que deberían haber hecho los maestros locales en torno a los cuales se estaban concentrando.
Pablo concluye sus observaciones diciendo: “Os ruego que me imitéis” (versículo 16). Este es el modelo de conducta para todos en la asamblea local. Él y los demás apóstoles andaban con humildad. No buscaban un lugar en este mundo (Jeremías 45:5).
Para ayudar a los corintios en esta dificultad de la división, Pablo envió a Timoteo para recordarles de sus “caminos cuáles sean en Cristo”, que era el remedio divino para todas esas dificultades. Su modelo de conducta era para “todas partes en todas las iglesias” (versículo 17). Es esencial para las asambleas continuar felizmente en unidad. Timoteo apoyaría esto con su palabra y su conducta entre ellos. Si todos en la asamblea practicaran estas cosas, el problema de la división en su seno se solucionaría.
Un resumen de la solución de Pablo para las divisiones
En resumen, la solución del apóstol para la división en una asamblea local es la siguiente:
• Tener una visión adecuada de nosotros mismos: comprender que no somos nada. Necesitamos ver la carne en nosotros mismos y a Cristo en nuestros hermanos (capítulo 3:18).
• Tener una visión adecuada de la sabiduría del mundo: entendiendo que ella no es nada. Sabiendo esto, no querremos darle un lugar en la asamblea (capítulo 3:19-20).
• Tener una visión adecuada de aquellos que ministran la Palabra: entendiendo que ellos no son nada. Por lo tanto, debemos tener cuidado de no ponerlos en un pedestal y gloriarnos en ellos (capítulo 3:21–4:5).
• Emular la conducta de humildad y abnegación de los apóstoles: porque procuraron no ser nada para que Cristo lo fuera todo (capítulo 4:6-21).
Capítulo 4:18-20.— Pablo preveía que habría resistencia a sus correcciones y concluye con una palabra de advertencia a aquellos que presuponía que harían de manera diferente. Teniendo la causa y la cura de la división claramente expuestas ante ellos, los corintios eran responsables de seguir las instrucciones que el apóstol les había dado. Si había quienes no escuchaban su consejo, imaginando que no eran más que palabras vanas, Pablo les advertía que tendría que acudir a ellos en juicio, y entonces conocerían no sólo su “palabra”, sino también su “poder” (traducción J. N. Darby) apostólico. Les recuerda que el reino de Dios no se caracteriza por las palabras, sino por el poder moral y espiritual. Les dijo: “¿Qué queréis?”. En otras palabras, la elección era de ellos. Si elegían no dar por válida su solución para la división, se vería obligado a acudir a ellos en juicio para corregir los problemas entre ellos.
• El capítulo 4:6-8 es una amonestación por estar “hinchados”.
• El capítulo 4:9-16 es un ejemplo de no estar “hinchado”.
• El capítulo 4:17-20 es una advertencia a aquellos que están “hinchados”.