1 Tesalonicenses 3

 
La gracia obra por las coyunturas y ligamentos en el cuerpo, el cual está constituido por nuestro Señor Jesús para este fin. Si Pablo no pudo visitar a los Tesalonicenses, él envió a Timoteo. El amor no busca lo suyo propio, y puede hallar recursos conforme a Cristo, cualesquiera que sean los obstáculos que Satanás pone en el camino.
“Por lo cual, como no pudimos soportarlo más, nos pareció bien quedarnos solos en Atenas, y enviamos a Timoteo, nuestro hermano y colaborador1 de Dios en el evangelio de Cristo, para afirmaros y animaros en vuestra fe; para que nadie sea turbado en medio de estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que hemos sido puestos para esto. Porque cuando aún estábamos con vosotros, os predecíamos que habríamos de sufrir tribulaciones. Y así ha acontecido, como bien lo sabéis. Por esta razón, como yo tampoco pude soportarlo más, le envié para informarme de vuestra fe, no sea que os haya tentado el tentador y que nuestro gran esfuerzo haya sido en vano. Pero ahora Timoteo ha vuelto de vosotros a nosotros y nos ha dado buenas noticias de vuestra fe y de vuestro amor, y de que siempre tenéis buenos recuerdos de nosotros, deseando vernos, tal como nosotros también a vosotros. Por eso hemos sido animados por vosotros, hermanos, por medio de vuestra fe, en toda nuestra necesidad y aflicción. Porque ahora vivimos, si efectivamente estáis firmes en el Señor. Por lo cual, ¿qué acción de gracias podremos dar a Dios con respecto a vosotros en recompensa por todo el gozo con que nos regocijamos por causa vuestra delante de nuestro Dios? De día y de noche imploramos con mucha instancia, a fin de veros personalmente y completar lo que falta de vuestra fe. ¡Que el mismo Dios y Padre nuestro, con nuestro Señor Jesús, nos abra camino hacia vosotros! El Señor os multiplique y os haga abundar en amor unos para con otros y para con todos, tal como nosotros para con vosotros; a fin de confirmar vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (versículos 1-13; RVA).
Para el apóstol que estaba de visita en Atenas no fue una prueba pequeña privarse de la compañía de su verdadero y amado hijo en la fe. Pero su afectuosa preocupación por los Tesalonicenses no podía ser satisfecha de otro modo. Él sabía que ellos no eran más que niños espirituales, y que estaban expuestos a enemigos, judíos y gentiles, tan sutiles como determinados e inescrupulosos. Él mismo estaba a punto de encarar a Satanás en una plaza fuerte de su influencia religiosa y especulación filosófica, donde el nombre de Jesús nunca había sido proclamado aún, aún menos tenía él la comunión de hermanos en Cristo con quienes orar y consultar. Una tormenta de furia popular, soliviantada por instigación Judía entre la tuba gentil, prorrumpió contra Jasón (el anfitrión de Pablo) y otros hermanos en Tesalónica, lo que condujo al abandono apresurado de Pablo y Silas esa noche después de una estancia de sólo pocas semanas. La misma influencia Judía había soliviantado las multitudes en Berea, adonde ellos se habían repuesto del viaje, y donde encontraron una recepción aún más dispuesta de la Palabra, y con notable cuidado de traer lo que era predicado a la prueba de las Escrituras. Silas y Timoteo se quedaron allí, mientras Pablo una vez más se marchó de prisa a Atenas. Pero el corazón del apóstol no pudo reposar en cuanto a los Tesalonicenses, recién convertidos como ellos eran, y expuestos al peligro, al sufrimiento, y a los lazos. “Y enviamos a Timoteo, nuestro hermano y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo, para afirmaros y animaros en vuestra fe; para que nadie sea turbado en medio de estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que hemos sido puestos para esto. Porque cuando aún estábamos con vosotros, os predecíamos que habríamos de sufrir tribulaciones. Y así ha acontecido, como bien lo sabéis” (versículos 2-4—LBLA). El Espíritu Santo por medio del apóstol, como el Señor Jesús previamente, había dado una advertencia plena de los problemas especiales y constantes que esperan al santo atravesando el mundo—paz más allá del pensamiento del hombre, paz en Cristo, pero tribulación en el mundo. La fe sola puede gozar lo uno y soportar lo otro. Tal es la experiencia que se da a entender, ninguna otra la expectativa, de los cristianos mientras esperan a Cristo. Incluso los más recién convertidos deben aprender así, porque la verdadera enemistad del mundo y de su príncipe no perdona a ninguno, y por ello el apóstol preparó a los conversos en Tesalónica para que esperasen angustia. Tampoco era que esto iba a ser demasiado pronto en absoluto. Ellos ya tenían la razón más seria para conocer la verdad y la sabiduría de sus advertencias, pero tuvieron el testimonio de amor en la visita de Timoteo para su establecimiento y consuelo referente a su fe. Sólo la gracia podía llamar a una senda tal; sólo la gracia puede sostener en esa senda, pero la gracia no falla. No obstante, el Señor obra por medios, como por el envío de Pablo, por la ida y consuelo de los santos de Timoteo, y por el gozo de ellos en la consolación, cualquiera que pudiera ser la presión de la aflicción. La carne se cansaría, murmuraría, dudaría, y volvería la espalda a la verdad que trajo consigo tanto dolor. La fe ve a Cristo, da gracias a Dios, persevera a toda costa, y crece mediante el ejercicio, mientras los vínculos de amor se fortalecen en todos lados.
“Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano. Pero cuando Timoteo volvió de vosotros a nosotros, y nos dio buenas noticias de vuestra fe y amor, y que siempre nos recordáis con cariño, deseando vernos, como también nosotros a vosotros, por ello, hermanos, en medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados de vosotros por medio de vuestra fe; porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor” (versículos 5-8). La Segunda Epístola proporcionará amplia evidencia de que el apóstol podría haber hecho bien en temer que el tentador se hubiese aprovechado de las circunstancias para deshonrar al Señor en aquellos que llevaban Su nombre en Tesalónica. Por ahora, sin embargo, la obra se mantenía en el vigor y la frescura en que comenzó, y Timoteo tuvo tan buenas noticias para traer de regreso como para alegrar el corazón ferviente y afectuoso de aquel que le había enviado, y cambió su ansiedad por acción de gracias que se elevó por sobre su propia necesidad y aflicción. La fe de ellos resplandecía, el amor de ellos ardía, ellos siempre tenían buenos recuerdos del extranjero con quien estaban en deuda al haber escuchado del Dios vivo y verdadero, y de Su Hijo el Libertador resucitado de entre los muertos quien está viniendo de los cielos. Ellos anhelaban ver nuevamente al mensajero a quien ellos reconocían como trayéndoles inequívocamente la Palabra de Dios, sin importar las variadas tormentas de prueba que había traído sobre ellos de parte del hombre, las pruebas mismas que prueban la sinceridad y verdad de ellos, pues ¿no se les había dicho antes que así iba a ser? Se trató de fortaleza así como de gozo para el obrero, como él expresa enérgicamente, “porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor”.
El gozo del apóstol, así como fue de amor divino, del mismo modo fue santo: ningún vano celo proselitista, sino deleite en la presencia de Dios acerca de lo que era el fruto de Su gracia para gloria de Jesús; deleite acerca de la fe y amor guardados resplandecientes y firmes, en noveles confesantes de Cristo dejados solos, a pesar de la hostilidad de judíos y Griegos. “Por lo cual, ¿qué acción de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de nuestro Dios, orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro, y completemos lo que falte a vuestra fe?” (versículos 9-10). Si el amor de ellos era el de Jonatán, el de él era ciertamente más que el amor de David. Es el amor de la naturaleza divina en el poder de ese Espíritu, que encuentra su gozo siempre creciente en la bendición de los demás, y especialmente de aquellos que ya han sido bendecidos, para que lo que falte pueda ser perfeccionado en ministerio personal.
“Ahora, pues, que el mismo Dios y Padre nuestro, y Jesús nuestro Señor, dirijan nuestro camino a vosotros; y que el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros, y para con todos, como también nosotros lo hacemos para con vosotros; a fin de que Él afirme vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos Sus santos” (versículos 11-13—LBLA).
Tal fue la oración dictada por el afecto del apóstol cuando el Espíritu Santo trajo la necesidad de ellos ante él en la presencia de Dios. Y el camino del apóstol fue dirigido a los Tesalonicenses, pero no antes de que otra epístola dirigida a ellos siguiera a la presente, y de que intervinieran años de trabajo en otra parte. Lo que él busca entretanto para ellos no es menos importante para nosotros y para todos los santos—el crecimiento y abundancia de amor en nosotros, unos para con otros, y para con todos, para que nuestros corazones sean afirmados irreprensibles en santidad. Este es el camino de Dios tan ciertamente como no es el del hombre; pues él insiste en la santidad para poder amar, mientras que, verdaderamente, el amor debe obrar para santidad. Es un principio verdadero a través de todo el evangelio; porque fue el amor de Dios que nos encontró y nos bendijo en gracia soberana cuando nosotros éramos enemigos, impotentes e impíos, en la muerte de Cristo por nosotros, y este fue el motivo más poderoso que obró en nosotros para santidad. Así es aquí entre los santos, quienes son exhortados a amarse mutuamente, así como a amar a todos, para que sus corazones puedan ser afirmados irreprensibles en santidad; así como Cristo, en amor por la iglesia, primeramente se entregó a Sí mismo, y luego la lava con la Palabra, a fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante.
Pero hay otra consideración de gran peso e interés en esta breve oración. No sólo él une en una unidad sorprendente a nuestro Dios y Padre con nuestro Señor Jesús en su ferviente oración por la bendición de los santos por medio de una renovada visita, sino que él desea que el Señor pueda afirmar sus corazones irreprensibles en santidad “delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos Sus santos” (versículo 13—LBLA)—no meramente ahora delante de Dios, para que esto sea real, sino en la venida del Señor con todos los que son Suyos, sin una pausa en el pensamiento hasta ese día cuando el fracaso o la infidelidad de cada uno aparecerá más allá de toda controversia. Pues como es una cuestión de responsabilidad, aquí no se habla simplemente de Su venida, sino de Su venida con todos Sus santos, es decir, Su día cuando ellos aparecerán con Él en gloria, y Él vendrá para ser glorificado en Sus santos y para ser admirado en todos los que creyeron. ¡De qué manera esto trae la luz de ese día a la hora presente! Incluso si uno no anda ahora, por causa del Señor, con todos los santos, no es que el corazón esté alejado, sino que ello anticipa esa escena gloriosa en la que ellos vendrán con Él, los objetos de nuestro amor debido a que todos ellos son Suyos.
 
1. Probablemente las varias formas de los Manuscritos aquí se deben a correctores que deseando suavizar lo que a ellos no les gustó o no entendieron, omiten τὸν συνεργὸν ἡμῶν, B omite τοῦ Θεοῦ. La copia Clermont parece haber preservado al texto verdadero tal como está dado arriba, aunque algunos erróneamente aquí como en otras partes, lo traducen “compañero de trabajo con Dios”. Comparen con 1 Corintios 3:9; 2 Corintios 6:1. “Bajo Dios” (Versión Inglesa de J. N. Darby) puede ser una paráfrasis, pero parece en nuestro idioma necesario para guardar de un error contra el cual el conocimiento verdadero de Dios y de Su Palabra deberían haber preservado las almas. El genitivo Griego admite relaciones mucho más amplias que el inglés. Se trata de una cuestión de requisito contextual.