1 y 2 Timoteo: Bosquejo Expositivo

Table of Contents

1. Citas Bíblicas
2. 1. Introducción a La Primera Epístola a Timoteo
3. 2. El Mandamiento Y Su Propósito
4. 3. El Orden De La Casa De Dios
5. 4. Advertencias Contra La Carne Religiosa Y Enseñanza En La Piedad
6. 5. Advertencias Contra La Mundanalidad Y Enseñanzas En La Piedad
7. 6. Advertencias Contra El Orgullo De La Carne Y Enseñanzas En La Piedad
8. 1. Introducción a La Segunda Epístola a Timoteo
9. 2. Las Consolaciones Del Piadoso En El Día De Ruina
10. 3. La Senda Del Piadoso En Un Día De Ruina
11. 4. Los Recursos Del Piadoso En Los Postreros Días
12. 5. El Servicio De Dios En Un Día De Ruina

Citas Bíblicas

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (“”) y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (“”), se indican otras versiones, tales como:
Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas—1166 Perroy, Suiza)
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada (RVA) (Publicada por Editorial Mundo Hispano).
LBLA (La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso)
Traducido por: B.R.C.O. — Junio 2006
Apartado 1469
Casilla 1360
Casilla 17-10-7013
P.O. Box 649, Addison, IL 60101 EUAVerdadesBíblicas.orgCasilla 17-10-7013
Quito, EcuadorCasilla 1360
Cochabamba, BoliviaApartado 1469
Lima 100, PerúP.O. Box 649, Addison, IL 60101 EUAQuito, EcuadorCochabamba, BoliviaLima 100, PerúVerdadesBíblicas.orgTítulos originales en inglés:
The First Epistle to Timothy
The Second Epistle to Timothy
Traducido con permiso.Versión Reina-Valera Revisada en 1977 (RVR77), Editorial Clie

1. Introducción a La Primera Epístola a Timoteo

La lectura concienzuda de la Escritura muestra que muchas de las epístolas del apóstol Pablo son principalmente correctivas, siendo escritas para hacer frente a graves desordenes y enseñanzas erróneas que atribulaban a las primeras asambleas. Hay, sin embargo, epístolas, como por ejemplo la Epístola a los Efesios y la Primera Epístola a Timoteo, las cuales son principalmente instructivas, por cuanto ellas presentan a la iglesia en su orden divino conforme a la mente de Dios.
Cada una de estas epístolas presenta un aspecto especial de la iglesia. En la Epístola a los Efesios la iglesia es vista como compuesta de creyentes unidos por el Espíritu Santo para formar el cuerpo místico del cual Cristo en el cielo es la Cabeza, presentando así a la iglesia en sus relaciones celestiales conforme a los consejos de Dios.
En la Primera Epístola a Timoteo, la iglesia es vista como compuesta de creyentes “juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22). En conexión con esta gran verdad, la enseñanza de la epístola tiene a la vista un doble propósito. Primeramente, el apóstol escribe para mandar a los creyentes que vivan la vida práctica de piedad consistente con la casa de Dios, tal como leemos, “para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo” (1 Timoteo 3:15—LBLA). En segundo lugar, el apóstol escribe para enseñarnos que el gran propósito de la casa de Dios es ser un testigo en el mundo de que Dios es un Dios Salvador, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4).
El deseo de Dios es que, por medio de la iglesia, haya en el mundo un testimonio colectivo a Él mismo en toda Su santidad y gracia como un Dios Salvador. Para presentar este testimonio tenemos que conocer el orden de la casa de Dios y la conducta apropiada a Su casa.
La Epístola presenta, de este modo, el propósito y el orden de la casa de Dios conforme a la mente de Dios. Muestra que el orden piadoso no es solamente para gobernar la asamblea, sino para que tenga un efecto sobre cada detalle de las vidas de aquellos que componen la casa de Dios, ya sean hombres o mujeres, casados o solteros, siervos o amos, ricos o pobres.
En la arruinada condición de la Cristiandad la verdad de la epístola está en gran parte obscurecida, o ignorada, sea por ‘el individualismo’ o por ‘el sectarismo’. Muchas almas honestas, viendo poco más allá de su salvación individual, son indiferentes al hecho de que, siendo salvos, los creyentes forman la casa de Dios con todos sus privilegios y responsabilidades. Otros, sintiendo la necesidad de la comunión cristiana, pero dejando de ver lo que Dios ha establecido, se han impuesto la obra de formar sistemas religiosos conforme a sus propias ideas de orden.
Así, de diferentes formas, la gran verdad de que Dios ha formado Su casa compuesta de creyentes “juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” es ignorada. La verdad nos conduciría, no a vernos meramente como individuos salvados, no a esforzarnos por reunir cristianos en sistemas inventados por hombres, sino a reconocer nuestra parte en la casa que Dios ya ha formado, y actuar a la luz de ello, al mismo tiempo que rechazamos todo lo que es una negación de esa casa en principio y práctica.
Deseando andar en la sencilla obediencia a la Palabra de Dios, apreciaremos la misericordia que nos ha preservado, en esta epístola, el pensamiento de Dios para Su iglesia contemplada como la casa de Dios. Es solamente en la medida que tenemos ante nosotros el estándar de Dios que podemos procurar inteligentemente responder a Su pensamiento. Debemos conocer la verdad para actuar conforme a ella; y solamente en la medida en que estemos cimentados en la verdad, nosotros seremos capaces de detectar y rechazar el error.
Presentando la conducta consistente con la casa de Dios, da como resultado que la práctica, más bien que la doctrina, pasa ante nosotros en la epístola.
En 1 Timoteo 1, el evangelio de la gracia de Dios es presentado como el gran testimonio que ha de fluir al mundo desde la casa de Dios.
En 1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3, se nos enseña en cuanto al orden práctico que conviene a la casa de Dios, de modo que todos quienes componen la casa, tanto hombres como mujeres, puedan vivir en consistencia con la morada de Dios, y que no se debe permitir nada que estropee el testimonio que fluye de la casa.
En 1 Timoteo 4 a 1 Timoteo 6 se nos advierte contra las diferentes formas en que la carne se manifiesta, y se nos enseña la forma “piadosa”, o la “piedad”, como la gran salvaguardia contra todo principio maligno contrario al orden de la casa de Dios.

2. El Mandamiento Y Su Propósito

(1 Timoteo 1)
La Epístola comienza con la insistencia en las doctrinas de la gracia (v. 3), así como en una condición espiritual correcta (v. 5), para que el pueblo de Dios pueda ser testigo de Dios como el Salvador.
(a) El Saludo (Versículos 1-2)
(V. 1). Teniendo en mente la casa de Dios como un testigo del Dios Salvador, el apóstol se presenta como un apóstol de Jesucristo, por el mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza. De este modo él presenta a Dios como el Salvador del mundo y a Cristo como la única esperanza del alma. Separados de Cristo estamos sin esperanza (Efesios 2:12; Romanos 15:13).
(V. 2). Dirigiéndose a Timoteo, como su hijo en la fe, el apóstol le desea gracia, misericordia y paz; pero, pensando en él como un creyente, él dice ahora, “de Dios nuestro Padre” y Cristo Jesús “nuestro Señor”.
(B) El Mandamiento Y Su Propósito (Versículos 3-5)
A continuación del saludo, el apóstol presenta inmediatamente el propósito especial para el cual él escribe a Timoteo. En primer lugar escribe para insistir sobre la presentación de las doctrinas de la gracia; en segundo lugar, exhorta a una correcta condición espiritual para ser un buen testigo de la gracia.
(V. 3). Con respecto a la doctrina, habiendo trabajado el apóstol en Éfeso por dos años y tres meses, declarando a los santos todo el consejo de Dios, se podría pensar que habría poco peligro de que una falsa doctrina fuese enseñada en medio de ellos. Sin embargo, no era así, pues el apóstol se dio cuenta de que había “algunos” que estaban dispuestos a enseñar “diferente doctrina” incluso entre aquellos que tenían mayor luz. El orgullo natural del corazón puede pensar que mucha luz es una salvaguardia contra el error. Es bueno que nosotros aprendamos, mediante el ejemplo de la asamblea de Éfeso, que el hecho de que una compañía sea enriquecida por la verdad, y disfrute del más alto ministerio, no es garantía contra la falsa doctrina. Timoteo, entonces, debía mandar a algunos que no enseñaran ninguna otra doctrina más que la gran doctrina de la gracia de Dios.
(V. 4). Abandonando la verdad, llegamos a ocuparnos de fábulas y genealogías interminables que pueden apelar a la razón, pero que sólo ocupan la mente con discusiones inútiles y no conducen a la edificación divina que es por fe. Las “genealogías interminables” complacen tanto a la mente natural como a la carne religiosa, pues excluyen a Dios y ensalzan al hombre. Las “genealogías interminables” dan por supuesto que toda bendición es un proceso de desarrollo que va pasando de generación en generación. Por esta razón, el Judío religioso le daba gran importancia a su genealogía. Del mismo modo, también, el hombre del mundo, con su falsamente llamada ciencia, procura excluir la fe en un Creador mediante teorías especulativas que ven todo lo que hay en la creación como un desarrollo gradual y genealógico de una cosa a partir de otra. Las especulaciones humanas, apelando a la razón, sólo pueden hacer surgir “disputas” que dejan el alma en tinieblas y duda. La verdad divina sola, al apelar a la conciencia y a la fe, puede dar certeza y edificación divina.
(V. 5). Habiendo advertido contra la falsa doctrina, el apóstol pasa a hablar del propósito del mandamiento. El propósito que él tiene en mente es una condición espiritual correcta, la cual solamente nos permitirá mantener la verdad y escapar del error. Solamente seremos guardados mientras sostengamos la verdad en conjunto con “el amor, procedente de un corazón puro, y de una buena conciencia, y de fe no fingida.” (Versión Moderna). La sana doctrina sólo puede ser mantenida con una correcta condición moral.
La mente humana puede plantear y discutir cuestionamientos especulativos aparte de una condición moral correcta del alma, pues ellos dejan la conciencia y los afectos intactos, y, por lo tanto, no llevan el alma a la presencia de Dios. En contraste a las especulaciones del hombre, sólo se puede llegar a conocer la verdad de Dios por medio de la fe. Al actuar sobre la conciencia y el corazón, la verdad conduce al fortalecimiento de las relaciones morales del alma con Dios. Así, la verdad edifica conduciendo al amor procedente de un corazón puro, de una buena conciencia y de fe no fingida. Exhortar a estos resultados prácticos fue el gran propósito del mandamiento a los creyentes efesios. El mandamiento no fue llevar a cabo algún gran servicio o hacer algún gran sacrificio. No se trataba de hacer grandes cosas ante los hombres, sino estar es una condición correcta ante Dios. Amor en el corazón, “una buena conciencia”, y, “fe no fingida” son cualidades que Dios solo puede ver, aunque los demás pueden ver los efectos que ellos producen en la vida.
Así, en estos versículos iniciales, el apóstol pone ante nosotros el mandamiento de no enseñar otra doctrina sino sólo las doctrinas de la gracia, y la necesidad de una correcta condición espiritual para mantener la verdad y ser guardados del error.
(C) Advertencias Contra Descuidar El Mandamiento (Versículos 6- 7)
(Vv. 6-7). Habiéndonos apremiado acerca de la profunda importancia de una condición espiritual correcta, el apóstol, antes de continuar su enseñanza, nos alerta contra los solemnes resultados de carecer de estas cualidades morales.
Había algunos en el círculo cristiano que habían perdido estas grandes cualidades espirituales del cristianismo. Careciendo de ellas, se apartaron de la verdad a una vana palabrería. El cristianismo, basado en la gracia de Dios, trae al alma en corazón y conciencia a la presencia de Dios. Cuando existe ‘desviación’ de esta gracia, la carne religiosa se aparta a palabras vanas, conduciendo a los hombres a convertirse en “doctores de la ley”. Los tales no se percatan del significado de su falsa enseñanza, ni tampoco entienden el verdadero uso de la ley que ellos afirman tan enérgicamente.
Qué condena tan solemne es la advertencia del apóstol de la mayor parte de la enseñanza que fluye de los púlpitos de la Cristiandad. Habiendo perdido la verdadera gracia del cristianismo y sus efectos, la profesión cristiana se ha apartado a vana palabrería y a la enseñanza de la ley, con la consecuencia de que el evangelio puro de la gracia de Dios es rara vez predicado.
(D) El Correcto Uso De La Ley Y La Superioridad De La Gracia (Versículos 8-17)
(V. 8). El apóstol condena por igual a los que se apartan a fábulas de la imaginación humana y a los que desean ser doctores de la ley. Sin embargo, existe una gran diferencia entre las fábulas humanas y la ley dada divinamente. Por lo tanto, aunque condena a los doctores de la ley, el apóstol es cuidadoso en mantener la santidad de la ley. Las fábulas son totalmente malas, pero la ley es buena si es usada legítimamente.
(Vv. 9-11). Al apóstol pasa a explicar el correcto uso de la ley. Él afirma que la ley no fue dada para un hombre justo. Tampoco es un medio de bendición para un pecador, ni una regla de vida para el creyente. Su uso legítimo es convencer a los pecadores de sus pecados, mediante el testimonio del juicio santo de Dios contra toda clase de pecado.
Además, los pecados enumerados por el apóstol, como en efecto todos los demás pecados, no solamente son condenados por la ley sino que se oponen a la “sana doctrina” del evangelio de la gloria de Dios. La ley está, con respecto a esto, completamente de acuerdo con el evangelio. Ambos dan testimonio de la santidad de Dios, y por esta razón ambos son intolerantes con el pecado.
No obstante, el glorioso evangelio de Dios, en la bendición que es proclamada al hombre, sobrepasa en alto grado cualquier bien que la ley podía llevar a cabo. Porque el evangelio, encomendado al apóstol, revela la gracia de Dios que puede bendecir al mas grande de los pecadores.
(V. 12). Esto conduce al apóstol a declarar la gracia de Dios del evangelio ilustrada en su propia historia. La gracia soberana no solamente había salvado al apóstol, sino que, habiéndolo hecho, lo tuvo por fiel poniéndolo en el ministerio de la verdad.
(V. 13). Para mostrar la gloria eminente de esta gracia, el apóstol se refiere a su carácter como hombre no convertido. En aquellos días él era un “blasfemo, perseguidor e injuriador”. Él no sólo estaba unido con los sumos sacerdotes Judíos resistiendo al Espíritu Santo en Jerusalén, sino que era agente activo de ellos, al llevar esta oposición a ciudades extranjeras. Blasfemaba el Nombre de Cristo, perseguía a los santos de Cristo, y, siendo celoso por la ley, era insolentemente injuriador en su actitud hacia la gracia.
Tal era el hombre en quien Dios manifestó Su misericordia (v. 13), Su gracia (v. 14) y Su clemencia (v. 16). Como un individuo, él fue objeto de la misericordia de Dios porque, no obstante la intensidad de su oposición a Cristo, había actuado en ignorancia e incredulidad. Era tan ignorante en cuanto a la verdad y a Cristo, que pensaba honestamente que estaba sirviendo a Dios procurando acabar con el Nombre de Cristo. Él no era como uno que, habiendo conocido la verdad del evangelio, se opone y lo rechaza voluntaria y deliberadamente.
(V. 14). De este modo, en la misericordia de Dios, la gracia de nuestro Señor se le reveló como aquella que “fue más abundante” (o “sobreabundó”—Versión Moderna), por sobre todo su pecado. El descubrimiento del pecado de su corazón, y la gracia del corazón de Cristo para un pecador tal, fueron acompañados con “la fe y el amor” que tenían su objeto en Cristo.
(Vv. 15, 16). Habiendo sido bendecido, el apóstol se convierte en un heraldo (o, mensajero) de la gracia de Dios a un mundo de pecadores, y en un ejemplo para los que después hubiesen de creer en Cristo para vida eterna.
(V. 17). El recuento de esta gracia sobreabundante conduce al apóstol a prorrumpir en alabanza al “Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios”. A Él le rendiría “honor y gloria por los siglos de los siglos”. Pablo, cuando era celoso de la ley, era simplemente un hombre del siglo (de la edad) entonces presente, procurando mantener el siglo (la edad) de la ley. Dios es el “Rey de los siglos”, Aquel que está actuando en gracia soberana para Su propia gloria a través de los siglos de los siglos.
(E) El Mandamiento Especial a Timoteo (Versículos 18-20)
Habiendo mostrado el uso correcto de la ley, y el carácter sobreabundante de la gracia, el apóstol retoma el hilo de su discurso desde el versículo 5.
(Vv. 18-20). A Timoteo su hijo, encomienda este mandamiento del cual él ya había hablado en los versículos 3 y 5. Timoteo tenía que actuar con toda la autoridad conferida por el apóstol, conforme a las profecías en cuanto al servicio que había sido demarcado para él. Llevar a cabo este servicio implicaría la milicia. Para que este conflicto tuviese éxito se requeriría que la fe fuese mantenida tenazmente. La fe en este pasaje es, como uno ha dicho, “la doctrina del cristianismo ... aquello que Dios había revelado, recibido con certidumbre como tal — como la verdad” (J. N. Darby).
Además, la verdad debe ser mantenida con una buena conciencia, de modo que el alma se mantenga en comunión con Dios. Cuán a menudo las herejías en las que caen los creyentes tienen su raíz secreta en un pecado consentido o sin juzgar que corrompe la conciencia, priva al alma de la comunión con Dios, y la deja presa de las influencias de Satanás.
Algunos, en efecto, en la época del apóstol, habían desechado una buena conciencia y caído de tal modo en el error que habían naufragado en cuanto a la fe. Se nombra a dos hombres, Himeneo y Alejandro, quienes habían escuchado a Satanás y hecho declaraciones blasfemas. Mediante el poder apostólico ellos habían sido entregados a Satanás. Dentro de la casa de Dios estaba la protección del Espíritu Santo. Fuera de la asamblea está el mundo bajo el poder de Satanás. Se permitió que estos hombres quedaran bajo el poder de Satanás, para que, a través del padecimiento y de la angustia del alma, ellos pudiesen aprender el verdadero carácter de la carne y volver a Dios en humildad y quebrantamiento de espíritu.

3. El Orden De La Casa De Dios

(1 Timoteo 2 Y 1 Timoteo 3)
En esta división de la epístola, el apóstol presenta el carácter de la casa de Dios (1 Timoteo 2:1-4); el testimonio de la gracia de Dios que ha de fluir desde la casa (1 Timoteo 2:5-7); la conducta apropiada para los hombres y mujeres que forman la casa (1 Timoteo 2:8-15); los requisitos necesarios para aquellos que ejercen un cargo en la casa (1 Timoteo 3:1-13); y, finalmente, el misterio de la piedad (1 Timoteo 3:14-16).
(a) La Casa De Dios, Una Casa De Oración Para Todas Las Naciones (1 Timoteo 1: 1-4) (Isaías 56:7; Marcos 11:17)
(V. 1). “Exhorto pues, ante todo, que se hagan rogativas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias, por todos los hombres” (Versión Moderna). La casa de Dios es caracterizada como el lugar de oración. Las peticiones que ascienden a Dios desde Su casa deben estar marcadas por “rogativas”, o ruegos sinceros, para necesidades especiales que surgen en circunstancias particulares; por “oraciones”, las cuales expresan deseos generales apropiados para todo tiempo; por “intercesiones”, implicando que los creyentes están en esa cercanía a Dios en la cual pueden rogar a favor de otros; y, por último, por “acciones de gracias”, las cuales hablan de un corazón consciente de la bondad de Dios que se deleita en responder las oraciones de Su pueblo.
En la Epístola a los Efesios, la cual presenta la verdad de la iglesia en su llamamiento celestial, somos exhortados a orar con súplica “por todos los santos” (Efesios 6:18). Aquí, cuando la iglesia es contemplada como el instrumento para el testimonio de la gracia de Dios, debemos orar con súplica “por todos los hombres”.
(V. 2). Somos llamados especialmente a orar por los reyes y por todos los que están en autoridad (eminencia)—por aquellos que están en posición de influenciar al mundo para bien o para mal. No es simplemente por ‘el rey’ o por ‘nuestro rey’ por quien debemos orar, sino “por los reyes”. Esto supone que nosotros somos conscientes de nuestro vínculo con el pueblo del Señor que está en todo el mundo formando parte de la casa de Dios, y la verdadera posición de la iglesia estando en santa separación del mundo, no tomando parte alguna en su política y gobierno. En el mundo, pero no del mundo, la iglesia tiene el alto privilegio de orar, interceder y dar gracias a favor de aquellos que no oran.
El apóstol da dos razones para orar por todos los hombres. Primeramente, se llama a orar por los reyes y por todos los que están en autoridad (eminencia) teniendo en mente el pueblo del Señor a través de todo el mundo. Hemos de procurar que la bondad soberana de Dios controle de tal forma a los gobernantes de este mundo que Su pueblo pueda vivir “una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad” (RVR77). Es evidentemente el pensamiento de Dios que Su pueblo pueda, pasando a través de este mundo hostil, llevar una vida tranquila, no haciéndose valer como si fuesen ciudadanos de este mundo, en la tranquilidad que refrena de participar en las disputas del mundo, en la piedad que reconoce a Dios en cada circunstancia de la vida, y en una dignidad práctica ante los hombres. Antiguamente el profeta Jeremías envió una carta al pueblo de Dios cautivo en Babilonia, exhortándoles a procurar la paz de la ciudad en la cual ellos eran mantenidos en esclavitud, orando al Señor por ella: “porque”, dice el profeta, “en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:7). En el mismo espíritu, nosotros hemos de procurar la paz del mundo, para que el pueblo de Dios pueda tener paz.
(Vv. 3-4). Luego se da una segunda razón para las oraciones del pueblo de Dios a favor de todos los hombres. Orar por todos los hombres es “bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos.” Hemos de orar, no sólo teniendo en mente el bien de todos los santos, sino teniendo en mente también la bendición de todos los hombres.
El mundo puede perseguir a veces al pueblo de Dios y procurar descargar sobre ellos todo el odio de sus corazones hacia Dios. A menos que andemos en juicio propio, tal trato hará que la carne se levante en resentimiento y represalia. Aprendemos aquí que es “bueno y agradable delante de Dios” actuar y sentir hacia todos los hombres, tal como Dios mismo lo hace, en amor y gracia. Así, hemos de orar por “todos los hombres”, no simplemente por los que gobiernan bien, sino también por aquellos que maltratan al pueblo de Dios (Lucas 6:28—RVR77). Hemos de orar, no para que el juicio retributivo alcance a los perseguidores del pueblo de Dios, sino para que en gracia soberana ellos puedan ser salvos.
La casa de Dios no ha de ser solamente el lugar desde el cual la oración asciende a Dios, sino también el lugar desde el cual un testimonio fluye hacia el hombre. A su debido tiempo Dios tratará en juicio con los impíos, e incluso ahora puede a veces tratar gubernamentalmente con aquellos que se dan a la tarea de oponerse a la gracia de Dios y a los ministros de Su gracia, como cuando Herodes fue herido, y Elimas fue cegado (Hechos 12:23; Hechos 16:6-11). Además, Dios puede, en ocasiones solemnes, tratar en juicio gubernamental con los que forman la casa de Dios para el mantenimiento de la santidad de Su casa, como se presenta en el terrible juicio que alcanzó a Ananías y Safira; y más tarde, el trato gubernamental mediante el cual algunos en la asamblea de Corinto fueron quitados en juicio (Hechos 5:1-10; 1 Corintios 11:32-32), Tales casos, sin embargo, son el resultado del trato directo de Dios. La casa de Dios, como tal, ha de ser un testimonio de Dios como un Dios Salvador, el cual desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.
La ‘voluntad’ de Dios (en el caso del versículo 4: “el cual quiere”), no tiene referencia alguna con los consejos de Dios los cuales, muy ciertamente, se cumplirán. Estas palabras expresan la disposición hacia todos. Dios se presenta a Sí mismo como un Dios Salvador que “quiere” que todos puedan salvarse. Pero, si los hombres han de ser salvos, esto puede ser sólo por medio de la fe que viene al conocimiento de “la verdad”. De esta verdad la casa de Dios es “columna y baluarte” (1 Timoteo 3:15). Mientras la asamblea está en la tierra, ella es el testigo y el sostén de la verdad. Cuando la iglesia sea arrebatada, inmediatamente los hombres caerán en la apostasía y serán entregados a un poder engañoso.
(B) La Casa De Dios, Un Testimonio De La Gracia De Dios (Versículos 5-7)
(V. 5). Dos grandes verdades son expuestas ante nosotros como el terreno en el cual Dios trata con los hombres en gracia soberana. En primer lugar, hay un solo Dios; en segundo lugar, hay un solo Mediador.
El hecho de que hay un solo Dios había sido declarado antes de que Cristo viniera. La unidad de Dios es la gran verdad fundamental del Antiguo Testamento. Fue el gran testimonio de Israel, como leemos, “Oye, Israel: JEHOVÁ nuestro Dios, JEHOVÁ, uno solo es” (Deuteronomio 6:4—Versión Moderna). Era el gran testimonio que debía fluir a las naciones desde Israel, como leemos, “¡Todas las naciones júntense a una .... escuchen a mis testigos, y digan: Es verdad. Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi Siervo, a quien he escogido; para que sepáis, y me creáis, y entendáis que yo soy. Antes de mí no fue formado dios alguno, ni después de mí habrá otro. ¡Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay Salvador!” (Isaías 43:9-11—Versión Moderna).
El cristianismo, al mismo tiempo que mantiene la gran verdad de que hay un solo Dios, presenta además la verdad igualmente importante de que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres. Esta última verdad es la verdad distintiva del cristianismo.
Tres grandes verdades son presentadas caracterizando al Mediador. Primero, Él es uno. Si Dios es uno, es igualmente importante recordar la unidad del Mediador. Hay un solo Mediador y ningún otro. El papado, y otros sistemas religiosos corruptos de la Cristiandad, han negado esta gran verdad, y han restado valor a la gloria del único Mediador, instalando a María, la madre del Señor, y a otros hombres y mujeres canonizados como mediadores.
En segundo lugar, el Único Mediador es un Hombre para que Dios pueda ser conocido por los hombres. El hombre no puede elevarse a Dios; pero Dios, en Su amor, puede descender al hombre. Uno ha dicho, ‘Él descendió a las profundidades más bajas para que no hubiese nadie, incluso el más inicuo, que no pudiese sentir que Dios en Su bondad estaba cerca de él—que había descendido hasta él—Su amor hallando su ocasión en la miseria; y que no había ninguna necesidad para la cual Él no estaba presente, que Él no podía satisfacer’ (J. N. Darby).
(Vv. 6-7). En tercer lugar, este Mediador se dio a Sí mismo en rescate por todos. Si Dios ha de ser proclamado como un Dios Salvador, que quiere que todos los hombres sean salvos, Su santidad debe ser vindicada y Su gloria mantenida. Esto ha sido cumplido perfectamente por la obra propiciatoria de Cristo. La majestad de Dios, la justicia, el amor, la verdad, y todo lo que Él es, ha sido glorificado en la obra llevada a cabo por Cristo. Él es una propiciación por todo el mundo. Se ha hecho todo lo que se necesitaba. Su sangre está disponible para el más vil, quienquiera que él sea. De ahí que el evangelio dice al mundo, ‘el que quiera, venga.’ En este aspecto podemos decir que Cristo murió por todos, que se dio a Sí mismo en rescate por todos, un sacrificio disponible por el pecado, para quienquiera que venga. Estas son las grandes verdades que deben ser testificadas a su debido tiempo — la gracia de Dios proclamando a todos el perdón y la salvación sobre el terreno de la obra de Cristo, quien se dio a Sí mismo en rescate por todos. Cuando Cristo hubo ascendido a la gloria, y el Espíritu Santo hubo descendido a la tierra a morar en medio de los creyentes, formándolos así en la casa de Dios, el debido tiempo había llegado. Desde esa casa el testimonio debía fluir, siendo el apóstol aquel usado por Dios para predicar la gracia, y abrir de este modo la puerta de la fe a los Gentiles (Hechos 14:27). De esta forma él puede hablar de sí mismo como de un predicador, un apóstol, y un maestro de los Gentiles en la fe y en la verdad.
(C) La Conducta Apropiada Para Los Hombres Y Mujeres Que Forman La Casa (Versículos 8-15)
Hemos visto en la primera parte del capítulo que la casa de Dios es el lugar de oración “por todos los hombres” (versículo 1), es testigo de la disposición de Dios en gracia hacia “todos los hombres” (versículo 4), y es testigo de Aquel que se dio a Sí mismo en rescate “por todos” (versículo 6).
Si tal es el gran propósito de la casa de Dios, se concluye que no se debe permitir nada en la casa de Dios que pueda estropear este testimonio ya sea de parte tanto de los hombres como de las mujeres que forman la casa. Así el apóstol procede a dar instrucciones detalladas en cuanto a la conducta de cada clase. Este testimonio de la gracia de Dios no contempla a un grupo de creyentes, participantes de un testimonio particular, uniéndose para el servicio. No se trata de un grupo de evangelistas entregándose a la obra evangelística o al servicio misionero. Éste presenta a todos los santos compartiendo un interés común en el testimonio que fluye desde la casa de Dios.
(V. 8). Primeramente, el apóstol habla de hombres en contraste a las mujeres. Los hombres en la casa de Dios deben caracterizarse por la oración. El apóstol está hablando de la oración pública, y en tales ocasiones el derecho a orar está restringido a los hombres. Además, la enseñanza no contiene ningún pensamiento de una clase oficial que guíe en oración. Orar en público no está limitado a los ancianos, o a hombres dotados, pues la oración nunca es tratada en la Escritura como un asunto de un don. Son los hombres los que deben orar y la única restricción es que una correcta condición moral debe ser mantenida. Aquellos que guían en la oración pública deben caracterizarse por la santidad, y sus oraciones deben ser sin ira ni contienda. El hombre que está consciente de un mal no juzgado en su vida no está en condición de orar. Además, la oración debe ser sin ira. Esta es una exhortación que condena completamente en uso de la oración para atacar veladamente a otros. Detrás de tales oraciones hay siempre ira o maldad. Además, la oración debe ser en la simplicidad de la fe y no con vano razonamiento humano.
(V. 9). Las mujeres deben caracterizarse por vestirse con “una conducta y ropa decentes.” (N. del T.: traducción literal de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento J. N. Darby). Esta mejor traducción indica claramente que no solamente en ropa sino en su actitud general las mujeres deberían caracterizarse por la “modestia” que rehúye toda impropiedad, y por el “pudor” que las conduce a cuidar sus palabras y modos de actuar. Ellas deben tener el cuidado de no usar el cabello, que Dios les ha dado como la gloria de la mujer, como una expresión de la vanidad natural del corazón humano. No deben procurar llamar la atención hacia ellas mismas adornándose con “oro, ni perlas, ni vestidos costosos.” Además, las mujeres hacen bien en recordar que ellas pueden obedecer la letra de esta Escritura y, con todo, pueden perder el espíritu de ésta fingiendo alguna apariencia exterior peculiar, atrayendo así la atención hacia ellas mismas.
La mujer que profesa el temor de Dios se caracterizará, no por fingir una espiritualidad superior, sino por “buenas obras”. El lugar de ellas en el cristianismo es conveniente y hermoso: se halla en esas “buenas obras”, muchas de las cuales sólo pueden ser llevadas a cabo por una mujer.
Nosotros vemos, en los Evangelios, cómo las mujeres servían al Señor de sus bienes (Lucas 8:3). María llevó a cabo una buena obra para el Señor cuando ungió Su cabeza con el perfume de gran precio (Mateo 26:7-10). Dorcas hizo una buena obra al hacer vestidos para los pobres (Hechos 9:39). María, la madre de Juan Marcos, abrió su casa para que muchos se reunieran en oración (Hechos 12:12). Lidia, cuyo corazón el Señor abrió, hizo una buena obra cuando abrió su casa a los siervos del Señor (Hechos 16: 14-15). Priscila hizo una buena obra cuando, con su esposo, ayudó a Apolos a conocer “más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18:26). Febe, de Cencrea, ayudó “a muchos” (Romanos 16:2). Otras Escrituras nos dicen que mujeres piadosas pueden lavar los pies de los santos, aliviar al afligido, criar hijos y conducir el hogar. Leemos aquí que en público la mujer debe aprender en silencio. Ella no debe ejercer dominio sobre el hombre.
El apóstol da dos razones para la sujeción de la mujer al hombre. En primer lugar, Adán tiene el lugar preeminente, puesto que él fue formado primero, después Eva. Una segunda razón es que Adán no fue engañado; la mujer lo fue. En un cierto sentido, Adán fue peor que la mujer, ya que él pecó a sabiendas. No obstante, la verdad recalcada por el apóstol es que la mujer mostró su debilidad en que ella fue engañada. Adán, en efecto, debería haber mantenido su autoridad y haber conducido a su mujer a la obediencia. Ella, en debilidad, fue engañada, usurpó el lugar de autoridad, y condujo al hombre a la desobediencia. La mujer cristiana reconoce esto y cuida de mantenerse en el lugar de sujeción y silencio.
(V. 15). Eva sufrió por su transgresión, pero la mujer cristiana hallará la misericordia de Dios que abunda sobre el juicio gubernamental, si el hombre y la mujer casados prosiguen en fe, amor y santidad, con modestia. Cómo vimos antes que la perseverancia en la sana doctrina depende tan ampliamente de una correcta condición moral (1 Timoteo 1:5-6), así vemos ahora que la misericordia temporal está conectada con un correcto estado espiritual.
(D) La Supervisión (Obispado) En La Iglesia De Dios (Capítulo 3, Versículos 1-13)
(V. 1). El apóstol ha hablado de la posición relativa de hombres y mujeres, y de la conducta conveniente a los tales en la casa de Dios. Esto prepara el camino para la enseñanza en cuanto a la supervisión (obispado) en la casa de Dios. El apóstol dice, “Si alguno aspira ejercer supervisión, buena obra desea.” (N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby; la versión RVR60 traduce: “Si alguno anhela obispado, buena obra desea.”).
En el discurso del apóstol a los ancianos en Éfeso, tres cosas se nos exponen caracterizando la supervisión (obispado). Primeramente, los supervisores (obispos) deben mirar por sí mismos y “por todo el rebaño”. Ellos deben procurar que su propio andar, y el andar del pueblo de Dios, pueda ser digno del Señor. En segundo lugar, ellos han de “apacentar la iglesia del Señor.” Ellos piensan, no solamente en el andar práctico del pueblo de Dios, sino que procuran el bienestar de sus almas, para que ellos puedan entrar en sus privilegios cristianos y hacer que sus almas progresen en la verdad. En tercer lugar, ellos han de ‘velar’ sobre el rebaño para que pueda ser guardado de los ataques del enemigo exterior, así como de las corrupciones que puedan surgir dentro del círculo cristiano por medio de hombres perversos que desvían las almas del Señor tras sí (Hechos 20: 28-31).
Tal era la obra de supervisión (obispado), y el apóstol habla de ella como de una “buena obra”. Hay el testimonio de la gracia de Dios que ha de fluir desde la casa de Dios, y el apóstol ha hablado ya de esto como “bueno y agradable delante de Dios”. Hay también el cuidado de aquellos que componen la casa de Dios, para que su conducta sea la que conviene a la casa. Y su cuidado por las almas también es una “buena obra”.
Es importante recordar que el apóstol no está hablando de “dones”, sino de un oficio local para el cuidado de la asamblea. La Cristiandad ha confundido los dones con los oficios o cargos. En la Escritura ellos son muy distintos. Los dones son dados por la Cabeza ascendida y son ‘puestos’ en la iglesia (Efesios 4:8-11; 1 Corintios 12:28). Siendo así, el ejercicio del don no puede estar limitado a una asamblea local. El oficio de supervisor (obispo) es puramente local.
Además, no hay nada en esta enseñanza en cuanto a la ordenación de individuos para estos oficios. Timoteo y Tito pueden ser autorizados por el apóstol para ordenar (o “establecer”) ancianos (Tito 1:5), pero no hay instrucción para que ancianos designen ancianos, o para que la asamblea elija ancianos.
El hecho de que estos siervos fueran autorizados por el apóstol para establecer ancianos prueba claramente que, en la época del apóstol, había asambleas en las cuales no había supervisores designados. Ellos carecían de ancianos debidamente designados a causa de la falta de autoridad apostólica (directa o indirecta) para designarlos. Es claro, entonces, por la Escritura, que no puede haber ancianos designados oficialmente excepto por un apóstol o sus delegados. El hecho de que el hombre designe ancianos u ordene ministros sería mostrar que se actúa sin la autorización de la Escritura.
Esto no implica que la obra del supervisor no pueda ser hecha, o que no existan aquellos que son aptos para la obra en un día de crisis. La obra de los supervisores nunca fue más necesaria que hoy en día, y aquellos que están calificados de manera escrituraria para la obra pueden, en sencillez, servir al pueblo del Señor en su propia localidad; y es bueno que nosotros reconozcamos a los tales, teniendo siempre en mente la fuerza exacta de las palabras del apóstol, cuando dice, “Si alguno aspira ejercer supervisión, buena obra desea.” (N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby). El apóstol no habla de un hombre deseando el ‘cargo’ a fin de sostener una posición o para ejercer autoridad, sino del deseo de ejercer esta “buena obra”. A la carne le agrada el cargo, y la posición, y la autoridad, pero rehuirá la “obra”. Cuando esto se ve, tendríamos que admitir que existen pocos que tienen el deseo que el apóstol contempla.
(Vv. 2-3). Las cualidades que deberían caracterizar a los tales son claramente expuestas ante nosotros; y, como uno ha dicho, ‘Las instrucciones incluso en cuanto a los ancianos y diáconos no son, por decirlo así, meramente para su propio bien; ellas nos muestran el carácter que Dios valora y busca en Su pueblo’ (F. W. Grant).
El carácter moral del anciano debe ser irreprensible. Debe ser marido de una sola mujer, un requisito que tendría especial aplicación a aquellos surgiendo del paganismo con su poligamia. Un hombre convertido, aunque no debía ser rechazado porque tenía más de una mujer, sería inepto para la supervisión (obispado). Además, un tal (el supervisor) tenía que ser sobrio en el juicio, prudente en sus palabras, decoroso en conducta, hospedador. Él debía ser apto para enseñar, sin implicar necesariamente que tuviera el don de maestro, sino que tuviese aptitud para ayudar a otros en sus ejercicios espirituales. No debía ser una persona dada a exceso en el vino o en la violencia al actuar; por el contrario, él debía ser amable, no contencioso y libre de avaricia.
(Vv. 4-5). Además, tenía que ser uno que gobernara bien su casa, teniendo a sus hijos en sujeción — exhortaciones que indican claramente que el supervisor (obispo) tenía que ser un anciano, no solamente casado y poseyendo un hogar, sino que teniendo hijos.
(V. 6). No debía ser un neófito (N. del T.: palabra vernácula empleada en la literatura desde Aristófanes en adelante, en la LXX y en papiros, en el sentido original de ‘recién plantado’ (en griego: neos, phuö), de Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento de A. T. Robertson, Editorial Clie — otra traducción: “recién convertido”  — LBLA). Un cristiano joven puede ser usado por el Señor para predicar a los demás tan pronto como se convierte, pero que un tal tome el lugar de un supervisor (obispo) obviamente sería incorrecto, y conduciría probablemente a su caída “en la condenación en que cayó el diablo” (LBLA). Uno dijo verdaderamente que la condenación en que cayó el diablo fue que ‘se exaltó a sí mismo pensando en su propia importancia’ (J. N. Darby).
(V. 7). Finalmente, el supervisor debe tener un buen testimonio de los de afuera, de lo contrario él caerá en descrédito y en lazo del diablo. El lazo del enemigo es entrampar al creyente en alguna conducta delante del mundo, de modo que ya no pueda más lidiar con una conducta cuestionable entre los santos.
(V. 8). El apóstol nos da además los requisitos necesarios para los diáconos. El diácono es un ministro, o uno que sirve. Del capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles aprendemos que su obra especial es descrita como “servir las mesas” y, tal como muestra la relación, esto se refiere a la satisfacción de las necesidades corporales y temporales de la asamblea, en contraste a la obra del supervisor (obispo) el cual está más especialmente preocupado en satisfacer las necesidades espirituales. No obstante, no es menos necesario que el diácono tenga requisitos espirituales. Los escogidos para la obra de diácono, en la iglesia primitiva en Jerusalén, debían ser hombres “de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hechos 6:3 — Versión Moderna). Aquí aprendemos que, al igual que los supervisores, ellos tenían que ser “honestos” (“serios” — Versión Moderna), “sin doblez” (“de una sola palabra” — LBLA; “no de dos lenguas” — Versión Moderna), no dados a mucho vino o a codicia.
(V. 9). Además, ellos debían caracterizarse por guardar “el misterio de la fe con limpia conciencia”. Guardar la doctrina correcta no es suficiente. La ortodoxia sin una conciencia pura indicaría cuán poco la verdad tiene poder sobre aquel que la posee; por eso cuán impotente es una persona tal para afectar a los demás.
(V. 10). Asimismo, los diáconos deben ser aquellos que han sido probados y han demostrado, mediante la experiencia, ser irreprensibles en su propia conducta y, de este modo, ser capaces de lidiar con asuntos que necesariamente tendrían que encarar en su servicio.
(Vv. 11-12). Sus mujeres también debían ser “honestas” (“serias” — Versión Moderna), no calumniadoras, y fieles en todo. El carácter de ellas es mencionado especialmente, en vista de que el servicio de los diáconos, al tener que ver con las necesidades temporales, podía dar ocasión para que las esposas hicieran alguna maldad a menos que fuesen “fieles en todo”. Al igual que los supervisores (obispos), los diáconos han de ser maridos de una sola mujer, gobernando bien sus hijos y sus casas. Se reitera, estas exhortaciones implican que el diácono no es un hombre joven, sino uno que está casado y tiene hijos, y de este modo es un hombre con experiencia.
(V. 13). En caso de que se pudiera pensar que el oficio de un diácono era inferior al de un supervisor (obispo), el apóstol declara especialmente que los que ejercen bien el oficio de diácono ganan para sí un grado honroso, y mucho denuedo en la fe que es en Cristo Jesús — una verdad, tal como se ha señalado a menudo, ilustrada notablemente en la historia de Esteban (Hechos 6:1-5, 8-15).
(E) El Misterio De La Piedad (Versículos 14-16)
(Vv. 14-15). “Estas cosas te escribo, esperando ir en breve a verte, por si tardare más largo tiempo, para que sepas cómo debes portarte en la casa de Dios (la cual es la iglesia del Dios vivo) columna y apoyo de la verdad” (Versión Moderna).
El apóstol cierra esta porción de su epístola declarando decididamente que su razón para escribir “estas cosas” es que Timoteo pudiera saber como uno debe portarse en la casa de Dios.
Se nos dice que la casa de Dios es “la iglesia del Dios viviente” (RVR60). Ya no es más un edificio de piedras materiales, como en el Antiguo Testamento, sino una compañía de piedras vivas—de creyentes. Está formada por todos los creyentes viviendo en la tierra en cualquier momento dado. Ninguna asamblea local es llamada jamás la casa de Dios.
Asimismo, es la iglesia (asamblea) del Dios viviente. El Dios que mora en medio de Su pueblo no es como los ídolos muertos que los hombres adoran, que no pueden ver ni oír. Que nuestro Dios es un Dios viviente es una verdad de importancia bendita pero solemne, pero es una verdad que nosotros podemos olvidar fácilmente. Más adelante el apóstol nos puede decir que nosotros podemos trabajar y sufrir oprobios, “porque esperamos en el Dios viviente” (1 Timoteo 4:10). El Dios viviente es un Dios que se deleita en sustentar y bendecir a Su pueblo; sin embargo, si la santidad que conviene a Su casa no es mantenida, Dios puede poner de manifiesto que Él es el Dios viviente en solemnes tratos gubernamentales tales como con Ananías y Safira, quienes experimentaron la verdad de las palabras, “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31).
Además, aprendemos que la casa de Dios es “columna y sostén de la verdad” (LBLA). La “columna” nos habla de ser testigo; el “sostén” es aquello que mantiene firme. No se dice que la casa de Dios es la verdad, sino que es la “columna” o testigo de la verdad. Cristo en la tierra era “la verdad” (Juan 14:6), y leemos nuevamente, “tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Por mucho que la iglesia haya fracasado en sus responsabilidades permanece el hecho de que, establecida por Dios en la tierra, ella es testigo y sostén de la verdad. Dios no tiene a ningún otro testigo en la tierra. En un día de ruina pueden ser unos pocos débiles quienes mantienen la verdad, mientras la gran masa profesante, dejando de ser un testigo, será vomitada de la boca de Cristo.
Es importante recordar que no se dice que la iglesia (o asamblea) enseña la verdad, sino que testifica la verdad que ya se halla en la Palabra de Dios. La iglesia tampoco puede alegar autoridad para decidir lo que es verdad. La Palabra es la verdad y contiene su propia autoridad.
(V. 16). En vista de que la iglesia es la casa de Dios ­— el Dios viviente ­— y testigo y sostén (o baluarte) de la verdad, cuán importante es que sepamos cómo conducirnos en la casa de Dios. Teniendo en mente la conducta piadosa el apóstol habla del “misterio de la piedad,” o del secreto de la conducta correcta. Uno ha escrito de este pasaje, ‘Esto es citado e interpretado a menudo como si hablase del misterio de la Deidad, o del misterio de la Persona de Cristo. Pero se trata del misterio de la piedad, o del secreto mediante el cual toda piedad verdadera es producida ­— el manantial divino de todo lo que puede ser llamado piedad en el hombre’ (J. N. Darby). Este misterio de la piedad es lo que la piedad conoce, pero no es manifestado aún al mundo. El secreto de la piedad reside en el conocimiento de Dios manifestado en y por medio de la Persona de Cristo. Así, en este hermoso pasaje, tenemos a Cristo presentado dando a conocer a Dios a los hombres y a los ángeles. En Cristo, Dios fue manifestado en carne. La santidad absoluta de Cristo fue vista en que Él fue justificado en el Espíritu. Nosotros somos justificados en la muerte de Cristo: Él fue sellado y ungido completamente aparte de la muerte ­— la prueba de Su santidad intrínseca. Luego, en Cristo, como hombre, Dios fue “visto por ángeles” (Versión Moderna). En Cristo, Él fue dado a conocer al mundo, y fue creído en el mundo. Finalmente, el corazón de Dios se da a conocer por la presente posición de Cristo en la gloria.
Se habla de todo esto como del “misterio de la piedad”, porque estas cosas no son conocidas por el incrédulo. Una persona tal, en efecto, puede apreciar la conducta externa que mana de la piedad; pero el incrédulo no puede conocer el manantial secreto de la piedad. Ese secreto es conocido sólo por los piadosos; y el secreto yace en el conocimiento de Dios; y el conocimiento de Dios les ha sido revelado en Cristo.

4. Advertencias Contra La Carne Religiosa Y Enseñanza En La Piedad

(1 Timoteo 4)
Habiéndonos enseñado el orden de la casa de Dios y el secreto de toda conducta correcta por parte de los que forman la casa, el apóstol, en el resto de la Epístola, nos advierte contra ciertas actividades carnales que destruyen una conducta correcta, y nos instruye en cuanto a la piedad verdadera que es lo único que guardará a los fieles de esos diferentes males.
En 1 Timoteo 4 el apóstol advierte más especialmente contra la apostasía, y la carne religiosa manifestándose en el falso principio del ascetismo . En 1 Timoteo 5 se nos advierte contra la carne mundana, que se muestra a sí misma en voluntariedad y auto-gratificación. En 1 Timoteo 6 se nos advierte contra la carne codiciosa con su amor al dinero.
La salvaguardia contra esos males se encuentra en la “piedad.” La verdad de la piedad tiene un lugar muy prominente en esta Primera Epístola a Timoteo. La palabra es usada quince veces en el Nuevo Testamento (versión RVR60), encontrándose nueve de estas ocasiones en esta epístola (1 Timoteo 2: 2, 10; 1 Timoteo 3:16; 1 Timoteo 4: 7-8; 1 Timoteo 6: 3, 5-6, 11 — versión RVR60). La piedad es la confianza en el Dios conocido y viviente que conduce al creyente a andar en el santo temor de Dios en medio de todas las circunstancias de la vida. La piedad reconoce y honra a Dios y es, por lo tanto, exactamente lo opuesto a la santurronería que busca exaltar el yo.
En el capítulo 4 el apóstol nos advierte, en primer lugar, contra la apostasía de algunos que se vuelven del cristianismo a una religión de la carne (versículos 1-5); luego él nos presenta la vida de piedad como aquella que guardará al alma de los males de la carne (versículos 6-10); finalmente, el apóstol entrega exhortaciones personales a Timoteo, que contienen enseñanza y guía para todos los siervos del Señor (versículos 11-16).
(a) Advertencias Contra La Carne Religiosa O El Ascetismo (Versículos 1-5)
El apóstol ha finalizado la porción anterior de la Epístola con una hermosa exposición de “la fe” manifestando la gran verdad del cristianismo como la manifestación de Dios en Cristo. Ahora el Espíritu advierte que, en los últimos tiempos de la profesión cristiana, algunos se apartarán, o apostatarán, de la fe. Posteriormente, el apóstol nos advierte que algunos, mediante sus prácticas, negarán la fe (1 Timoteo 5:8 — o, renegarán de la fe, como reza el mismo versículo en la Versión Moderna); algunos, por codicia, se extraviarán de la fe (1 Timoteo 6:10); y algunos, por especulación, se desviarán de la fe (1 Timoteo 6:21 — o, errarán acerca de la fe como reza el mismo versículo en la Versión Moderna).
(Vv. 1-2). Él habla aquí de apostatar de la fe. Claramente, el apóstol no está hablando de la gran apostasía predicha en la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, que se refiere a la apostasía de la Cristiandad como un todo después del arrebatamiento de la iglesia. En este pasaje el apóstol dice “algunos apostatarán”, refiriéndose, evidentemente, a la apostasía de individuos que tiene lugar en los postreros días antes de la venida del Señor.
Mientras la asamblea de Dios está aún en la tierra, se levantarán aquellos que una vez hicieron profesión del cristianismo pero que renuncian a las verdades fundamentales de la fe cristiana con respecto a la Persona de Cristo.
(V. 3). Detrás de esta apostasía está la influencia directa de espíritus engañadores que conducen a doctrinas de demonios en oposición a la verdad. El apóstata no es simplemente uno que descuida la verdad, ni que rechaza la verdad. El apóstata es uno que, habiendo hecho profesión de la fe, renuncia deliberadamente a la verdad y adopta algún otro credo religioso como siendo superior al cristianismo. Los demonios hablan mentira aunque profesan mantener la verdad. Nosotros sabemos que el diablo es “mentiroso” (Juan 8:44) y que sedujo a nuestros primeros padres diciendo mentiras en hipocresía. El hecho de que la verdad no tiene poder sobre sus almas y que presten oídos a doctrinas de demonios demuestra claramente que sus conciencias están tan cauterizadas que ellos ya no son capaces de distinguir entre el bien y el mal. La apostasía, entonces, comprende no solamente el hecho de renunciar o abandonar la verdad sino también la adopción del error — la doctrina de demonios.
En lugar de la verdad el apóstata finge una religión de la carne que profesa ser de la más elevada santidad. Ellos presumen de una pureza extraordinaria mediante la prohibición de casarse, y de una gran negación de sí mismos mediante la abstinencia de alimentos. En realidad, habiéndose apartado de la fe, ellos niegan a Dios como nuestro Salvador y, al rechazar casarse y al abstenerse de alimentos, niegan a Dios como el Creador. Esto significa la pérdida de toda piedad verdadera la cual teme a Dios y, como resultado, abre la puerta al libertinaje y al desenfreno. Estos espíritus engañadores, complaciendo al orgullo de la carne, ofrecen a los hombres la promesa de la mayor santidad para conducirles a la corrupción más profunda.
(V. 4). La verdadera piedad se beneficia de toda misericordia que Dios pone a nuestro alcance. Las misericordias del matrimonio o de los alimentos, las cuales son rechazadas por aquellos que apostatan de la fe, han de ser recibidas con agradecimiento por los creyentes y los que conocen la verdad.
(V. 5). La Palabra de Dios no aprueba el mundo y sus costumbres para el creyente; pero estas misericordias naturales, las cuales están disponibles para todo el mundo, son puestas aparte para que seamos confortados mientras pasamos por el mundo. Sin embargo, su uso es guardado para el creyente por la Palabra de Dios y la oración. La Palabra de Dios regula su uso, y mediante la oración el creyente las toma en dependencia de Dios.
(B) La Piedad O Confianza En El Dios Viviente (Versículos 6-10)
(V. 6). El apóstol nos ha presentado ciertos peligros contra los cuales el Espíritu nos advierte expresamente. Timoteo tenía que enseñar estas cosas a los hermanos, y al hacer esto demostraría ser un buen siervo de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina de la cual él estaba plenamente enterado. Los espíritus engañadores, de los que el Espíritu Santo habla, buscaban exaltar al hombre con un sentido de importancia y santidad religiosas. El siervo verdadero busca exaltar a Cristo ministrando la verdad.
Ser un buen siervo de Jesucristo no es suficiente para conocer la verdad, y mantener la verdad; necesitamos nutrirnos con la verdad y, en la práctica, seguir plenamente la verdad. Nuestras almas deben ser alimentadas si hemos de alimentar a otros. Debemos nutrirnos, no simplemente con las palabras de los maestros, por verdaderas que ellas sean, sino “con las palabras de la fe” que nos comunican “la buena doctrina” del cristianismo y, si se siguen, producirán un efecto práctico en nuestras vidas, preservándonos de los males de los últimos tiempos.
(V. 7). Habiéndonos exhortado a seguir la verdad, el apóstol nos advierte que rechacemos todo lo que está fuera de “las palabras de la fe.” Las imaginaciones de los hombres tenderán siempre a la profanidad y a la insensatez, las cuales el apóstol caracteriza con desprecio como “fábulas... de viejas”. Nuestro gran ‘ejercicio’ debería ser que se nos hallara caminando en la piedad. Podemos poner el servicio en primer lugar; pero existe siempre el grave peligro de estar activos en el servicio, descuidando la piedad personal. El buen siervo se ejercitará en la piedad para que él pueda ser “útil para el Señor, preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 2:21 — LBLA). Nosotros podemos, a veces, como los santos Corintios, estar muy activos en el servicio y jactarnos en nuestros dones y, al igual que ellos, ser muy poco espirituales por no ejercitarnos en la piedad.
(V. 8). Para enfatizar la importancia del ejercicio espiritual en cuanto a la piedad, el apóstol lo contrasta con el “ejercicio corporal.” La alusión es, probablemente, a los juegos públicos, como en 1 Corintios 9:24-25, donde, al hablar de las carreras públicas, él dice, “todo el que compite en los juegos se abstiene de todo” (1 Corintios 9:25 — LBLA), o, “Todo aquel que lucha, en todo ejercita el dominio propio” (1 Corintios 9:25 — RVR77). Él continua advirtiéndonos en ese pasaje que tal ejercicio de dominio propio tiene solamente una ventaja pasajera; a lo más obtiene sólo una “corona corruptible,” en contraste con la “incorruptible” que el cristiano tiene en mente. De igual modo aquí, él dice, que el ejercicio corporal sólo es provechoso para muy pocas cosas; pero el ejercicio espiritual de la piedad es provechoso para todo, siendo rico en bendiciones en esta vida así como en la venidera.
(Vv. 9-10). El apóstol insiste acerca de la importancia de este ejercicio en cuanto a la piedad declarando, “Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos.” Fue debido a su piedad que el apóstol pudo decir, “por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobio.” Nosotros podemos estar preparados para trabajar y ser prominentes ante los hombres, y de este modo trabajar y ganar el aplauso, o trabajar para exaltar el yo. Pero si la piedad está detrás de nuestro trabajo, significará inevitablemente trabajo y oprobio.
El apóstol procede a demostrar que la fuente de la piedad es la confianza en Dios. Nosotros confiamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen. La piedad es esa confianza individual en Dios que toma cada circunstancia de la vida como estando relacionada con Dios. El hombre no regenerado deja a Dios fuera de su vida; el creyente Le reconoce en todos los detalles de la vida y recibe y usa agradecidamente cada misericordia que Él pone a su alcance sin abusar de las misericordias. De este modo, la piedad es el antídoto contra todas las malas influencias de los postreros días, ya sea que el mal tome la forma de ascetismo, de celibato, de abstinencia de alimentos (1 Timoteo 4:3), de abandono del hogar propio y de vivir en hábitos de auto-indulgencia (1 Timoteo 5:4-6), o de dar importancia a la ventaja mundana y al dinero (1 Timoteo 6:3-10).
(C) Preceptos (Mandamientos) Personales Para El Siervo Del Señor (Versículos 11-16)
(Vv. 11-12). Estas cosas Timoteo tenía que mandar y enseñar. Siendo un hombre joven él tenía que estar especialmente en guardia contra cualquier presunción o soberbia juvenil que estropearía su testimonio conduciéndole a ser menospreciado a causa de su juventud. Si sus exhortaciones y enseñanzas a los demás iban a ser eficaces, el tendría que ser, en su vida, un “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” ¡Es lamentable! Cuán a menudo nosotros estropeamos nuestro testimonio por no lograr exhibir estas hermosas cualidades de Cristo. Si las verdades que enseñamos no afectan nuestras propias vidas, ¿podemos esperar que nuestra enseñanza afecte a los demás?
(V. 13). Al ser su vida pura, el siervo tendría libertad para procurar ayudar a otros mediante la lectura, la exhortación y la enseñanza. La conexión de la lectura con la exhortación parecería demostrar que la “lectura” no se refiere a su estudio personal, sino más bien a la lectura pública de las Escrituras, que en esos días tenía un lugar de especial importancia.
(V. 14). Además, en el caso de Timoteo, un don para el ministerio se le había impartido, y para el cual se le había señalado especialmente por una palabra profética de Dios, y con quien el presbiterio había expresado su comunión mediante la imposición de manos. Semejantes profecía e imposición de manos habían sido plenamente presentadas en el caso de Bernabé y Saulo (Hechos 13:2-3). No obstante lo correcto y hermoso de la vida cristiana, ello no habilitaría al siervo a tomar el lugar determinado de un maestro. Para esto era necesario un don dado por el Señor. En el caso de Timoteo él pudo seguir adelante en la confianza de que este don había sido impartido por una palabra directa de Dios, y pudo ser ejercitado en la conciencia de que él tenía la plena comunión de los ancianos del pueblo de Dios. El don había sido dado mediante profecía, y por la imposición de las manos de Pablo (2 Timoteo 1:6). No había sido dado por la imposición de manos de los ancianos: ellos impusieron sus manos sobre Timoteo como una expresión de su comunión con él. Animado de este modo, él debía guardarse de descuidar el don por medio de cualquier timidez natural.
(V. 15). Fortalecido y animado de esta forma, Timoteo debía consagrarse a las cosas del Señor, como el apóstol dice, “Ocúpate en estas cosas” (1 Timoteo 4:15 — RVR77). Demasiado a menudo permitimos ser distraídos por otros objetos aparte del Señor y Sus intereses. Es bueno que nosotros abracemos de corazón el cristianismo y hagamos de las cosas del Señor nuestros intereses — para ocuparnos “enteramente de ellas” (Versión Moderna). Entonces, en efecto, nuestro progreso espiritual sería manifiesto a todos.
(V. 16). El apóstol resume su exhortación a Timoteo diciendo, “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina.” Insistir en la doctrina mientras descuidamos nuestro propio andar, o dar mucha importancia a la piedad personal mientras afirmamos que es de poca importancia lo que sostenemos, son dos trampas en las cuales muchos han caído. Ambas son fatales por igual para todo testimonio verdadero. Es sólo cuando cuidamos de nosotros mismos y de la doctrina que nos salvaremos nosotros y los que nos oyen de los males de los últimos tiempos.

5. Advertencias Contra La Mundanalidad Y Enseñanzas En La Piedad

(1 Timoteo 5)
Habiendo advertido contra el mal de algunos que apostatarán del cristianismo y adoptarán una religión carnal falsa, el apóstol nos advierte ahora contra males que pueden surgir de la mundanalidad dentro del círculo cristiano, y nos enseña cómo tratar con las necesidades del pueblo de Dios de modo que no se pueda permitir nada que brinde ocasión para la maledicencia y entorpezca así el testimonio de la gracia de Dios ante el mundo.
(a) El Espíritu En El Cual Los Males Deben Ser Tratados (Vv. 1-2)
Pueden surgir ocasiones cuando los males que se manifiestan en el círculo cristiano pueden llamar, en forma justa, a la reprensión. No obstante, al administrar la reprensión debemos reconocer lo que es adecuado a la edad y al sexo, y cuidar así que la reprensión sea dada en un espíritu correcto. La reprensión puede ser correcta y sin embargo puede tener ningún efecto, o incluso herir, debido al espíritu equivocado en la que se da. Una reprensión correcta en un espíritu equivocado es simplemente enfrentar la carne en la carne.
Se debe respetar la edad, incluso si se precisa reprensión. Un hermano anciano no debe de ser reprendido con dureza, sino con toda la deferencia que un hijo tendría para con su padre (“No reprendas con dureza al anciano, sino, más bien, exhórtalo como a padre” — LBLA). Los jóvenes no deben ser tenidos en poco, sino reprendidos con amor como a hermanos, a las ancianas con la deferencia debida a una madre. Se debe tratar con las mujeres más jóvenes “con toda pureza,” evitando así la descuidada familiaridad que la naturaleza podría adoptar.
De esta forma, en todos nuestros tratos los unos con los otros, el modo debe ser tal que nada se haga que pudiera ultrajar el decoro y dar ocasión para el escándalo.
(B) Enseñanza Con Respecto a Satisfacer Las Necesidades Del Pueblo De Dios Y Advertencias Contra La Auto-Indulgencia En Las Cosas Temporales (Versículos 3-16)
(V. 3). En primer lugar, se nos enseña a mostrar el debido respeto por las “viudas que en verdad lo son.” Una viuda que ‘en verdad lo es,’ no es simplemente una mujer privada de su marido, sino una que se caracteriza por ciertas cualidades morales. Ya sea que esté en necesidad o no, las tales han de ser tenidas en honor.
(V. 4). No obstante, si tales mujeres tienen necesidad temporal, que los descendientes demuestren su piedad práctica y recompensen a sus padres, porque esto es bueno y agradable delante de Dios. Aquí vemos nuevamente que la piedad deja entrar a Dios en todos los detalles de la vida, y procura actuar en un modo que complazca a Dios.
(V. 5). El apóstol nos da, entonces, las hermosas señales de una viuda que en verdad lo es. Ella ha quedado sola (“desamparada” — Versión Moderna), estando sin recursos humanos; su confianza está en Dios — ella “espera en Dios”  — y depende de Dios, pues “persevera en rogativas y en oraciones noche y día” (Versión Moderna).
(V. 6). En oposición a la viuda que en verdad lo es, el apóstol nos advierte contra todas las que, en la casa de Dios, se entreguen a “los placeres desenfrenados” (LBLA). Las tales aún viviendo, están muertas. Somos exhortados a considerarnos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (Romanos 6:11). No podemos vivir para nosotros mismos y para Dios al mismo tiempo. Si vivimos para nosotros estamos viviendo para el pecado, lo cual es estar sin ley, o es la indulgencia de nuestras propias voluntades. Los hábitos de auto-indulgencia han de introducir la muerte espiritual entre el alma y Dios.
(V. 7). Semejantes advertencias son necesarias para que, andando en piedad, cada uno en la casa de Dios no sólo sea aceptable y agradable a Dios sino también irreprensible delante de los hombres.
(V. 8) Para el cristiano, el hecho de no proveer para los suyos, y especialmente para los de su casa, es hundirse por debajo de lo que es natural, y negar así la fe del cristianismo que aprueba estas relaciones naturales y nos enseña a respetarlas. Es posible para un cristiano, si actúa en la carne, comportarse de un modo que es “peor que un incrédulo”.
(Vv. 9-10). Sin embargo, pueden haber casos individuales en el círculo cristiano, que no tienen parientes que provean para ellas. Tales personas deberían ser puestas en la lista de aquellas que pueden ser debidamente cuidadas por la asamblea. No obstante, uno debe tener cuidado de no utilizar la casa de Dios como si fuera meramente una institución para sostener a personas necesitadas.
En ocasiones, en efecto, la gracia puede ayudar a las más abandonadas. Aquí se trata de un asunto de idoneidad para la inclusión en una lista de aquellas que reciben la ayuda regular del pueblo del Señor. Tales personas deben, mediante su vida, haber demostrado su aptitud para tal ayuda. En personas de salud normal, la que es apta para la lista debe ser de una edad cuando, bajo circunstancias comunes, ya no pueda trabajar para su subsistencia; debe haber sido esposa de un solo marido, y una de quien se de testimonio a causa de sus buenas obras al haber criado hijos, al haber mostrado amabilidad a los extranjeros, al haber lavado los pies de los santos, socorrido a los afligidos, y, de hecho, “si hubiere seguido estrictamente toda buena obra.” (v. 10 — Versión Moderna).
De manera muy bienaventurada esta Escritura muestra cuánto puede hacer una mujer piadosa que es agradable a Dios y cuánto puede hacer para ayudar al pueblo del Señor. Las omisiones, sin embargo, son tan asombrosas como las buenas obras que se enumeran. No se dice nada acerca de la enseñanza o la predicación o, de hecho, de nada que pueda llevar a la mujer a un lugar de prominencia en una manera pública contraria al orden de la casa de Dios.
(Vv. 11-13). “Pero rehúsa poner en la lista a viudas más jóvenes, porque cuando sienten deseos sensuales, contrarios a Cristo, se quieren casar, incurriendo así en condenación, por haber abandonado su promesa anterior (Gr. Su primera fe). Y además, aprenden a estar ociosas, yendo de casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no son dignas” (LBLA). Las viudas más jóvenes no deben ser puestas en la lista. Proveer para tales personas, como en el caso de las viudas, de hecho, las conduciría a olvidar a Cristo como su único Objeto y, en cambio, a tener ante ellas simplemente el deseo de volver a casarse, y llegar a ser así culpables de haber quebrantado su primera fe. Es posible de este modo, no sólo perder nuestro primer amor, sino quebrantar nuestra primera fe, la cual, al comienzo de nuestra vida cristiana, hizo que Cristo fuese el gran Objeto.
Además, poner a las viudas más jóvenes en la lista solamente las animaría a la ociosidad y a convertirse de este modo en un tropiezo, pues su ociosidad las conduciría a andar de casa en casa como “chismosas y entremetidas” (RVR60). Un chismoso repite historias y chismorrea a costa de los demás; un entremetido interfiere en los asuntos de los demás, expresando libremente opiniones sobre asuntos que no son de su incumbencia. En ninguno de los casos existe un solo pensamiento acerca de ayudar al necesitado, o de procurar corregir algo que está mal, sino más bien es la indulgencia de la carne en su amor por la difamación. Chismosos y entremetidos, ya sea que repitan lo que es falso o verdadero, hablan en ambos casos de “lo que no debieran.” El predicador dice, “Revela los secretos aquel que anda en chismes” (Proverbios 20:19 — Versión Moderna); y, otra vez, “todos los necios se meten en pendencias” (Proverbios 20:3 — Versión Moderna). La ley dice, “No andarás como chismoso entre tu pueblo” (Levítico 19:16 — Versión Moderna). El cristianismo nos advierte en contra de andar “de casa en casa” como ‘chismosos y entremetidos.’
¡Qué cantidad de nombres han sido estropeados y quebrantados
Qué sentinas pestilentes han sido removidas
Por una palabra pronunciada en liviandad —
Por sólo una palabra ociosa!
(V. 14). La opinión del apóstol es que las más jóvenes se casen y encuentren su esfera adecuada de actividad en la vida hogareña, criando hijos y gobernando la casa. Ya sea que se hable a los ancianos, a las viudas o a las más jóvenes, todos deben recordar que ellos forman parte de la casa de Dios, y en la casa de Dios no se debe permitir nada que de al adversario ocasión de maledicencia.
(V. 15). De hecho algunas, a través del descuido de estas enseñanzas, ya se habían apartado en pos de Satanás. Ellas podrían no admitir o no darse cuenta de la seriedad del curso que estaban siguiendo; pero, evidentemente, en relación a Cristo, el hecho de descuidarse y dejarse impulsar por el deseo conducirá a que el alma sea seducida por Satanás y se desvíe a las tentaciones del diablo.
(V. 16). Las viudas en las familias de cristianos han de ser mantenidas por la familia, dejando libre a la asamblea para que ayude a las que en verdad son viudas.
(C) Las Necesidades De Los Ancianos (Vv. 17-21)
El apóstol pasa a instruirnos en lo que respeta a la satisfacción de las necesidades de aquellos que sostienen una posición como ancianos oficiales, y el espíritu en el cual se debe enfrentar cualquier acusación contra los tales.
(Vv. 17-18). “Los ancianos que dirigen bien sean tenidos por dignos de doble honor, especialmente los que trabajan en la palabra y en la enseñanza. Porque dice la Escritura: Al buey que trilla no pondrás bozal, y: Digno es el obrero del salario de él.” (Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, por Francisco Lacueva, Editorial Clie).
El trabajo de los ancianos era gobernar (dirigir) en las asambleas del pueblo de Dios. Ellos son responsables de ver que el orden piadoso sea mantenido en público y en privado. Se debía honrar a un anciano tal; aquellos que hacían bien su trabajo debían ser tenidos por dignos de doble honor, especialmente los que, además de cuidar a los santos, trabajaban en la palabra y en la enseñanza. Además, sus necesidades temporales no debían ser olvidadas. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo son citados, como teniendo igual autoridad como Escritura, para insistir en nuestra responsabilidad de ayudar al obrero. (Deuteronomio 25:4; Lucas 10:7).
(V. 19). El anciano, a causa de su servicio, estaría más sujeto que los demás al malentendido y a la detracción. El tener que tratar a veces con las faltas en otros podría conducir al resentimiento y a un mal sentimiento que podrían manifestarse en una acusación maliciosa. Podría, de hecho, haber una causa justa para una acusación, pero no debía ser recibida excepto de testigos.
(Vv. 20-21). Los culpables, sean ancianos o no, cuyas faltas han sido totalmente probadas por testigos adecuados, han de ser reprendidos delante de todos, para que los demás también tengan temor. No obstante, todo lo que tiene forma de reprensión debe ser hecho, no simplemente en presencia de todos, sino “delante de Dios” cuya casa somos nosotros, delante del Señor Jesucristo, quien es Hijo sobre la casa de Dios, y delante de los ángeles escogidos quienes son ministros de los que forman la casa. De este modo la reprensión sería sin “prejuicios” que formarían una opinión sin considerar debidamente todo el asunto, y sin parcialidad que preferiría a uno antes que a otro.
(D) Cuidado En La Expresión De Comunión
(V. 22). En la Escritura, imponer las manos sobre otro es señal de comunión, más bien que la comunicación de autoridad como la Cristiandad enseña. La falsa liberalidad puede fingir una grandeza de corazón extendiendo descuidadamente la comunión a aquellos que están siguiendo un curso equivocado. Podemos dar así nuestra aprobación al mal y participar en los pecados ajenos. Debemos conservarnos puros, una prescripción que demuestra claramente que nosotros podemos ser contaminados por nuestras asociaciones.
(E) Enseñanza Con Respecto a Necesidades Corporales
(V. 23). Las necesidades de un cuerpo débil y que sufre no deben ser descuidadas. Timoteo debía usar “de un poco de vino” a causa de su estómago y de sus “frecuentes enfermedades.” Timoteo no es culpado por sus enfermedades, ni se sugiere que la continua ocurrencia de ellas demuestra alguna falta de fe de parte de él; tampoco se le exhorta a procurar que los ancianos impongan sus manos sobre él o incluso que oren por su sanación. Se le manda usar un remedio común. Sin embargo, se trata “de un poco de vino” y a ser usado a causa de un estómago débil. Así que no hay excusa, en el consejo del apóstol, para beber vino en exceso o utilizarlo por simple auto-indulgencia.
(F) Advertencia Contra El Juzgar Por Las Apariencias (Vv. 24-25)
(V. 24). Al juzgar nuestras asociaciones con los demás debemos guardarnos de ser engañados por las apariencias. Los pecados de algunos son tan evidentes que no puede haber dudas en cuanto al carácter y condenación de los tales. Otros pueden ser igualmente malvados y aún así engañar por medio de una buena apariencia en la carne. No obstante, sus pecados los perseguirán hasta el juicio.
(V. 25). Esto puede ser verdadero de aquellos en quienes la gracia ha obrado. Con algunos es obvio que sus buenas obras proclaman su verdadero carácter. Otros pueden ser igualmente sujetos de la gracia y, con todo, sus obras pueden ser menos públicas. Todo saldrá a luz a su debido tiempo.
Mientras leemos las enseñanzas y advertencias del apóstol nosotros bien podríamos considerar la palabra, “el que piensa que está firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12 — Versión Moderna). A partir de las exhortaciones del capítulo es evidente que el creyente puede caer en una condición en la cual él se deja estar en hábitos de auto-indulgencia (versículo 6); puede actuar de un modo que es peor que el de un incrédulo y negar así la fe (versículo 8); puede rebelarse contra Cristo y quebrantar así su primera fe (versículo 11); puede convertirse en un vagabundo ocioso yendo de casa en casa, chismorreando y entremetiéndose en los asuntos de los demás (versículo 13); y se puede apartar para ir en pos de Satanás (versículo 15).
Además, mientras leemos las enseñanzas, aprendemos que los que componen la casa de Dios deberían procurar vivir de una manera que sea buena y agradable delante de Dios (versículo 4); irreprensibles delante de los hombres (versículo 7); no dando ocasión para la maledicencia (versículo 14).

6. Advertencias Contra El Orgullo De La Carne Y Enseñanzas En La Piedad

(1 Timoteo 6)
El apóstol nos ha advertido contra la carne religiosa que apostata de la verdad y adopta el ascetismo (1 Timoteo 4); y contra la carne mundana, que conduce a la rebelión y a la autoindulgencia (1 Timoteo 5); ahora, en el capítulo final, se nos advierte contra el orgullo de la carne que codicia dinero y ventajas mundanas. Para enfrentar estos males el apóstol nos insiste nuevamente sobre la piedad práctica (versículos 3, 5-6, 11).
En el curso de su exhortación el apóstol nos presenta el esclavo cristiano (versículos 1-2); el soberbio e ignorante profesante del cristianismo (versículos 3-8); el reincidente, atraído por las riquezas del mundo (versículos 9-10); el hombre de Dios (versículos 11-12); Cristo, el Ejemplo perfecto (versículos 13-16); el creyente que es rico en este mundo ) versículos 17-19); y el que profesa ser científico ( versículos 20-21).
(a) Esclavos Cristianos (Vv. 1, 2)
(V. 1). El capítulo comienza adecuadamente con enseñanza para el esclavo cristiano. Un tal podría intentar utilizar el cristianismo como un medio de mejorar su posición social. La institución de la esclavitud puede ser, en efecto, completamente contraria al espíritu del cristianismo. Sin embargo, el gran objetivo de la casa de Dios no es corregir el mundo, ni hacer progresar los intereses mundanos de aquellos que forman la casa, sino mantener la gloria del Nombre de Dios y dar testimonio y ser baluarte de la verdad. El esclavo cristiano, entonces, debía mostrar todo honor a sus amos incrédulos, para que no hubiese nada en su conducta que pudiese echar, justamente, una mancha sobre el Nombre de Aquel que habita en la casa, o que negase la verdad que la casa de Dios debe mantener.
(V. 2). El apóstol da una advertencia especial al esclavo cristiano con un amo creyente. El hecho de que su amo era un hermano en el Señor no debía ser utilizado para invalidar el respeto que el siervo debía a su amo. Cualquier carencia en este apropiado aspecto sería un intento por parte del esclavo de utilizar el cristianismo para elevar su posición social, buscando así su propia ventaja mundana.
En la asamblea, el esclavo y el amo estaban en un terreno común, iguales delante del Señor. Allí el esclavo podía, efectivamente, a causa de su espiritualidad, o don, ser más prominente que su amo terrenal. Que los esclavos creyentes, sin embargo, se cuiden de ser tentados a abusar de los privilegios de la asamblea haciendo de ellos un terreno para una familiaridad indebida hacia sus amos en los asuntos diarios de la vida. Lejos de volverse negligentes en sus deberes para con sus amos que eran creyentes, ellos debían rendirles servicio debido a que eran creyentes y amados y partícipes de los beneficios cristianos.
(B) El Profesante Ignorante, Destituido De La Verdad (Vv. 3-8)
(V. 3). Claramente, entonces, el cristianismo no es un sistema para el progreso de nuestra posición social en este mundo. Es verdad que el creyente, mientras pasa por este mundo, debe hacer lo bueno, y que la presencia del cristiano y de la correcta conducta cristiana han de tener un efecto beneficioso. No obstante, el gran objetivo de la casa de Dios no es mejorar el mundo, sino dar testimonio de la gracia de Dios para que los hombres puedan ser salvos del mundo que, a pesar de la civilización y cualquier mejora social, continua hacia el juicio.
Aparentemente, en esos días tempranos existían los que enseñaban otra cosa. Ellos veían el cristianismo meramente como un medio de mejorar la condición social de hombres y mujeres, haciendo así que este mundo fuera un lugar mejor y más resplandeciente. Probablemente ellos estaban enseñando que el esclavo convertido, habiendo llegado a estar bajo el Señorío de Cristo, podía considerarse a sí mismo libre de su amo terrenal. Tales opiniones, sin embargo, eran contrarias a las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo, y a la enseñanza que es conforme a la piedad.
De este modo, nuevamente, el apóstol introduce la piedad como la salvaguardia contra el abuso de nuestros privilegios cristianos. La piedad camina en el temor de Dios, confiando en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres. Caminando así deberíamos ser preservados de procurar utilizar el cristianismo simplemente como un medio de mejorar nuestra posición mundana.
(Vv. 4-5). Habiendo mostrado que la piedad es la salvaguardia contra el abuso del cristianismo, el apóstol declara que aquel que enseña otra cosa es movido por el orgullo de la carne. (“El tal es hinchado de orgullo, no sabiendo nada...” versículo 4 — Versión Moderna). El orgullo que confía en el yo, y procura mantener la presunción propia, es totalmente opuesto a la piedad que confía en Dios y procura Su gloria.
Detrás de este orgullo está la ignorancia de la mente del Señor tal como está comunicada en Sus palabras. Esta ignorancia de la mente del Señor surge del hecho de permitir que la mente humana se ocupe de cuestiones interminables planteadas por los hombres y de contiendas de palabras. Completamente indiferentes al poder moral de la fe cristiana que obra en el alma y conduce a la vida de piedad, los hombres tratan el cristianismo como si fuera un asunto de “cuestiones y contiendas de palabras.”
Semejantes contiendas de palabras, en lugar de fortalecer la piedad, sólo brindan la ocasión para la manifestación de las obras de la carne. El orgullo que procura exaltar el yo mediante estas cuestiones interminables conduce inevitablemente a las “envidias,” pues el hombre orgulloso no puede tolerar a ningún rival. Naturalmente la carne contenderá contra aquel de quien está envidiosa. De este modo la envidia lleva a la contienda, y el contender contra otro conducirá a las “blasfemias” acerca de Él. El conocimiento de que las “blasfemias” están siendo pronunciadas hará surgir “malas sospechas” (“sospechas siniestras” — Versión Moderna) y “disputas necias” (“constantes rencillas” — LBLA). Tal es la mala cosecha que surge de la envidia. No hay poder más grande para el mal entre los santos de Dios que la permisión de la envidia en el corazón. “Cruel es la cólera, y diluvio destructor es la ira; mas,” dice el predicador, “¿quién podrá estar en pie delante de la envidia?” (Proverbios 27:4 — Versión Moderna). Fue envidia lo que condujo al primer asesinato en este mundo; y fue envidia lo que condujo al mayor asesinato en este mundo. Pilato “sabía que por envidia Le habían entregado” (Mateo 27:18).
¡Es lamentable! Esta envidia puede mostrarse entre el pueblo verdadero del Señor. Aquí el apóstol le sigue el rastro a la envidia hasta el orgullo de un corazón que es corrupto y que está destituido de la verdad del cristianismo. El motivo subyacente de un corazón tal es la ganancia terrenal; de ahí que ellos supongan que la “ganancia” es el objetivo de la piedad. (“Constantes rencillas de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que suponen que la piedad es una fuente de ganancia; apártate de los tales” (Versículo 5—RVR77). En otras palabras, ellos enseñan que el cristianismo es meramente un medio de mejorar nuestra condición y de añadir a nuestra ventaja mundanal. Sabemos que esto, y lo obtenemos de la historia de Job, es realmente una sugerencia del diablo. Job era un hombre piadoso y uno que temía a Dios, pero Satanás dice, “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” La vil sugerencia de Satanás es que no existe una cosa tal como la piedad, y que si un hombre hace profesión de piedad, no es que él tema a Dios, o se preocupe de Dios, sino que es simplemente que él sabe que es rentable y que es para su ventaja terrenal. Satanás dice a Dios, “extiende ahora Tu mano, y toca todo lo que tiene, y verás si no Te blasfema en Tu rostro.” (Job 1:11 — LBLA). El Señor permite que esta terrible mentira del diablo sea totalmente expuesta. Se le permite a Satanás despojar a Job de todo lo que tiene, y, como resultado, Satanás es expuesto como un mentiroso. En lugar de blasfemar contra Dios, Job se postró en tierra y adoró, diciendo, “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” (Job 1:8-12, 20-21).
(Vv. 6-8). “Mas en verdad es grande ganancia la piedad, unida con un espíritu contento; porque nada trajimos al mundo, ni tampoco podremos sacar cosa alguna. Teniendo pues con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos contentos con esto” (Versión Moderna). De este modo la verdad, así como la experiencia del pueblo de Dios, no sólo demuestra que la piedad es ganancia sino que, cuando está acompañada de contentamiento que confía en Dios, es una gran ganancia. No trajimos nada al mundo, y cualesquiera sean las posesiones que podamos adquirir mientras pasamos a través del mundo, es evidente que no nos podemos llevar nada. Teniendo “sustento y abrigo” (RVR60) contentamiento — y el esclavo tenía estas cosas — estemos contentos con ello.
(C) El Reincidente Atraído Por Las Riquezas Del Mundo (Vv. 9-10)
En oposición al contentamiento piadoso existe el desasosiego de aquellos que desean ser ricos. La riqueza tiene sus lazos, como el apóstol muestra un poco más adelante, pero no es necesariamente la posesión de riqueza lo que arruina el alma, sino el querer enriquecerse o desear ser rico. Se ha indicado que esta palabra desear incluye la idea de un propósito. El peligro es que el creyente, en lugar de contentarse con ganarse la vida, pueda proponerse en su corazón ser rico. De esta forma las riquezas se convierten en un objeto en vez del Señor. Es mejor para nosotros que permanezcamos fieles al Señor “con propósito de corazón” (Hechos 11:23).
El apóstol nos advierte contra los males resultantes del deseo de adquirir riqueza. Todos son tentados, pero aquel que desea enriquecerse caerá en la tentación y se encontrará él mismo atrapado en algún lazo escondido del enemigo. Además, el querer enriquecerse abre el camino a las codicias necias y dañosas, pues ello complace a la vanidad y al orgullo de la carne, ministrando al egoísmo y la ambición. Estas son las cosas que “hunden a los hombres en destrucción y perdición.” Así que no es simplemente el dinero, sino que “el amor al dinero” es la raíz de todos los males. Cuán solemne es el hecho de que sea posible que el creyente sea atraído a las cosas mismas que traen destrucción y perdición sobre los hombres de este mundo. Incluso en los días del apóstol algunos habían codiciado riquezas, solamente para extraviarse de la fe y ser traspasados de muchos dolores.
(D) El Hombre De Dios (Vv. 11-12)
(V. 11). En contraste con el reincidente que se extravía de la fe, el apóstol nos presenta las características del “hombre de Dios.” En el Nuevo Testamento la expresión “hombre de Dios” se encuentra solamente en las Epístolas a Timoteo. Aquí es aplicada ciertamente a Timoteo; en la Segunda Epístola se aplica a todos quienes, en un día malo, andan en fiel obediencia a la Palabra de Dios (2 Timoteo 3:17). Hay cosas de las cuales el hombre de Dios tiene que huir; cosas que es exhortado a seguir; cosas por las cuales es llamado a pelear; hay algo a lo que se debe echar mano; y algo que ha de ser profesado (confesado, según la Versión Moderna).
El hombre de Dios huirá de las codicias necias y dañosas de las que el apóstol ha estado hablando. Sin embargo, no es suficiente evitar el mal; se debe perseguir lo bueno. Por consiguiente, el hombre de Dios ha de seguir “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.” Comoquiera que los demás actúen, el hombre de Dios procurará andar en consistencia con su relación con los demás como hermanos; esto es justicia. Pero esta justicia hacia los demás ha de ser adoptada en el santo temor que se percata de nuestras relaciones con Dios, y de lo que es debido a Dios; esto es piedad. Además, el hombre de Dios seguirá la fe que tiene a Cristo como Su objeto, y el “amor” que brota hacia sus hermanos, soportando males e insultos con tranquila paciencia y mansedumbre, en vez de impaciencia y resentimiento.
(V. 12). Aún más, el hombre de Dios no se contentará huyendo del mal y siguiendo ciertas grandes cualidades morales. Estas cosas, de hecho, son de primera importancia, pero el hombre de Dios no se contenta con la formación de un hermoso carácter individual, mientras se permanece indiferente al mantenimiento de la verdad del cristianismo. Él se da cuenta que las grandes verdades del cristianismo se encontrarán con la oposición incesante y mortal del diablo y no evitará pelear por la fe.
Además, al pelear por la fe, el hombre de Dios no olvidará la vida eterna que, aunque él la posee, en toda su plenitud, se presenta ante él. Él ha de echar mano de ella en el disfrute presente como su esperanza sustentadora.
Finalmente, si el hombre de Dios huye del mal, sigue el bien, pelea por la fe y echa mano de la vida eterna, él será uno que en su vida hace una buena profesión delante de los demás. Llega a ser un testimonio viviente de las verdades que profesa.
(E) El Ejemplo Perfecto (Vv. 13-16)
Para animarnos a guardar este mandato, el apóstol nos recuerda que nosotros vivimos en presencia de Aquel que da vida a todas las cosas. (N. del T.: “que preserva todas las cosas con vida,” traducción del Nuevo Testamento de J. N. Darby en Inglés). ¿No puede preservar Él a los Suyos, no obstante lo severo del conflicto a través del cual ellos puedan tener que pasar? Además, si somos llamados a fidelidad, no olvidemos que estamos bajo la mirada de Aquel que ha estado antes que nosotros en el conflicto, y quien, en presencia de la contradicción (hostilidad, oposición) de pecadores, de la envidia y el insulto, actuó en absoluta fidelidad a Dios, manteniendo la verdad en paciencia y mansedumbre, y dio así testimonio de la buena profesión.
Además, la fidelidad tendrá su recompensa. El mandamiento es, por lo tanto, guardarse sin mancha, irreprensible, “hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo.” La gloria de Su aparición traerá con ella una respuesta a toda pequeña fidelidad por parte nuestra, así como, efectivamente, será la gloriosa respuesta a la fidelidad perfecta de Cristo. Entonces, en efecto, cuando Aquel que los hombres ultrajaron, insultaron y crucificaron sea manifestado en gloria, no habrá solamente una respuesta plena a toda Su fidelidad, sino una manifestación plena de todo lo que Dios es. Se manifestará a todo el mundo lo que ya se ha revelado a la fe, a saber, que en la Persona de Cristo, Dios se revela como el bienaventurado y único Soberano, Rey de reyes, y Señor de los hombres, Aquel único que, en la majestad de Su Deidad, tiene inmortalidad esencial, y que habita en luz inaccesible.
Aquellos que forman la casa de Dios pueden dejar de testificar para Dios; el hombre de Dios sólo puede manifestar a Dios con medida, pero en Cristo estará la manifestación plena de Dios para Su gloria eterna.
(F) Los Ricos En Este Siglo (Vv. 17-19)
El apóstol tiene una exhortación especial para los creyentes que son ricos en este siglo. Los tales son asediados por dos peligros. En primer lugar, existe la tendencia de las riquezas a conducir a los poseedores a asumir un aire de altivez, pensando que ellos son superiores a los demás debido a sus riquezas. En segundo lugar, existe la tendencia natural a confiar en las riquezas que, en el mejor de los casos, son inciertas.
La salvaguardia contra estos lazos se encuentra en poner la esperanza en el Dios vivo, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Sin importar cuan rico pueda ser un hombre, él no puede comprar las cosas que Dios da. No obstante lo pobre que sea el hombre, él puede recibir y disfrutar lo que Dios da.
El poner la esperanza en el Dios vivo, que es el Dador de todo lo bueno, le permitirá al rico convertirse en un dador. Pero Dios ama a un dador alegre; de ahí que el rico es exhortado a ser liberal en el repartir (dadivoso, generoso) y pronto a compartir. Actuando así él estará atesorando para sí un buen fondo considerando futuras bendiciones, en lugar de atesorar riquezas para este presente siglo. El hombre que atesora para el tiempo venidero echará mano de aquello que es realmente la vida, en contraste con la vida de placer y autoindulgencia que las riquezas terrenales podrían asegurar.
(G) El Que Profesa Ser Científico (Vv. 20-21)
Finalmente, se nos advierte que guardemos lo que se nos ha encomendado. La verdad completa del cristianismo ha sido dada a los santos como un depósito que ha de ser mantenido frente a toda oposición. Aquí se nos advierte especialmente contra las teorías de los hombres, las cuales demuestran ser completamente falsas subordinando a Dios, a Su creación y a Su revelación, a la mente del hombre, en lugar de sujetarse a Dios y a Su Palabra. Ocupados presuntuosamente con sus teorías infieles ellos se han desviado de la fe.

1. Introducción a La Segunda Epístola a Timoteo

La Primera Epístola a Timoteo presenta a la iglesia de Dios como la casa de Dios y prescribe su orden divino según la mente de Dios. Reconoce que había, incluso entonces, individuos que se habían apartado a vana palabrería, deseando ser doctores de la ley, y que había algunos que habían naufragado en cuanto a la fe. Se dan, también, advertencias de que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe. No obstante, la masa de los cristianos es vista como deseando responder a sus responsabilidades manteniendo el orden de la casa de Dios, y el gran propósito del Espíritu en la Epístola es dar instrucciones en cuanto a ese orden y a la conducta consistente con él en todos los detalles de su administración en la tierra.
En la Segunda Epístola a Timoteo todo cambia. La iglesia, como casa de Dios, ya no es vista como mantenida en el orden según Dios, sino como habiendo caído en desorden por efecto del fracaso del hombre. En vista de este fracaso y desorden el apóstol Pablo escribe a Timoteo para estimularle, instruirle y exhortarle en un día de ruina y, además, advertirle que el mal continuaría y aumentaría durante todo el transcurso de la dispensación, manifestándose en sus peores formas en los postreros días.
Así, en el curso de la Epístola, aprendemos que ya en la época del apóstol el evangelio estaba en aflicción, el predicador a los Gentiles estaba en prisión, y los santos habían abandonado a uno que les había dado a conocer la verdad plena del cristianismo (2 Timoteo 1). Falsos maestros se estaban levantando en la profesión cristiana quienes, mediante profanas y vanas palabrerías, estaban enseñando errores que conducirían a la impiedad, de tal manera que, como resultado, la casa de Dios vendría a ser como una casa grande en la que hay utensilios para usos honrosos asociados con utensilios para usos viles (2 Timoteo 2). Además, si tal era la condición que tenía su comienzo en aquel día, una condición peor seguiría. En los postreros días vendrían tiempos peligrosos cuando la masa de cristianos profesantes estaría caracterizada por la apariencia de piedad sin su eficacia (N. del T.: “teniendo la forma de la piedad, mas negando el poder de ella” — 2 Timoteo 3:5 — Versión Moderna). En una condición semejante los malos hombres irían de mal en peor hasta que finalmente la profesión cristiana no soportaría la sana doctrina. De este modo, en la Primera Epístola la masa es contemplada aún como fiel, aunque los individuos pudiesen fracasar: en la Segunda Epístola la masa ha fracasado, y solamente los individuos permanecen fieles a su profesión (2 Timoteo 3 y 2 Timoteo 4).
Además, la epístola muestra que en el momento cuando la tormenta de mal estaba surgiendo, el mismo que tan a menudo derrotó al enemigo y condujo a los santos, estaba a punto de ser quitado. De este modo podría parecer que el apóstol iba a ser quitado en el momento mismo cuando su presencia se necesitaba más.
Sin embargo, esta combinación de circunstancias — la tormenta naciente de mal y la remoción de uno tan apropiado para enfrentarla — es usada por el Espíritu de Dios para demostrar a los fieles en todo el transcurso del período cristiano que, aparte de toda acción humana, Dios es suficiente para cada emergencia que ellos puedan ser llamados a enfrentar.
Aunque estaba a punto de partir, y esperando con confianza la corona de justicia en el día del Señor, el apóstol no podía más que sentir profundamente el fracaso de aquello que, conforme a Dios, él había sido utilizado para establecer en la tierra. Todo este dolor de corazón él lo vierte en los oídos de sus amados hijos en la fe. Este desahogo del corazón del apóstol a Timoteo es usado por el Espíritu de Dios por una parte, para advertir anticipadamente a los creyentes del carácter progresivo de la corrupción de la Cristiandad a través del transcurso de toda la dispensación y, por otra parte, para presentarnos la grandeza de nuestros recursos en Dios, en Cristo y en las Escrituras, para que podamos sostenernos en medio del mal y andar conforme a la mente de Dios en tiempos peligrosos.
La enseñanza de la Epístola es presentada en el orden siguiente:
1. En primer lugar, en 2 Timoteo 1, las consolaciones permanentes del piadoso en el día de ruina;
2. En segundo lugar, en 2 Timoteo 2, la senda del piadoso en un día de ruina;
3. En tercer lugar, en 2 Timoteo 3, los recursos del piadoso en los días postreros;
4. En cuarto lugar, en 2 Timoteo 4, las instrucciones especiales para el servicio a Dios en el día cuando la masa de la profesión cristiana ya no soportará la sana doctrina.

2. Las Consolaciones Del Piadoso En El Día De Ruina

(2 Timoteo 1)
El Espíritu de Dios está a punto de presentarnos la ruina de la Casa de Dios y el fracaso creciente de la profesión cristiana a través de todo el transcurso de la dispensación con su culminación del mal en los días postreros. Semejante terrible retrato del colapso de la Cristiandad bien puede espantar al corazón más resuelto. Por consiguiente, antes de describir la ruina, el Apóstol busca establecer nuestras almas y fortalecer nuestra confianza en Dios antes de presentarnos nuestros recursos de ayuda en Dios. Por lo tanto, en este primer capítulo, pasan allí ante nosotros, la vida que es en Cristo Jesús (versículo 1); las cosas que Dios nos ha dado (versículos 6-7); el testimonio de nuestro Señor (versículo 8); la salvación y el llamamiento de Dios (versículos 9-10); el día de gloria, mencionado como “aquel día” (versículos 12, 18); y las sanas palabras de verdad que ningún error pueden afectar (versículo 13).
(V. 1). Pablo comienza la Epístola presentando sus credenciales. Él escribe con toda autoridad como “apóstol de Jesucristo.” Es bueno para nosotros, entonces, leer la Epístola como trayéndonos un mensaje de Jesucristo por medio de Su enviado. El apostolado de Pablo no es por ordenación o voluntad de hombre, sino “por la voluntad de Dios.” Además, Pablo fue enviado por Jesucristo para servir en este mundo de muerte teniendo en cuenta el cumplimiento de la promesa de la vida, la vida que es contemplada en toda su plenitud en Cristo Jesús en gloria. Como sucede a menudo con el Apóstol Pablo, “la vida” es contemplada en su plenitud en gloria, y, en este sentido, puede ser mencionada como una promesa. Ninguna ruina de la Iglesia puede tocar esta vida que es en Cristo Jesús y que pertenece a todo creyente.
(Vv. 2-5). El Apóstol puede dirigirse a Timoteo como su “amado hijo.” Qué consuelo es que en un día de ruina existan aquellos a quienes podemos expresar nuestro afecto sin reservas, y ante quienes, con toda confianza, podemos desahogar nuestros corazones. Dos características principales en Timoteo motivaron el amor y la confianza de Pablo. Primero, él se acordaba de sus lágrimas; en segundo lugar, él recordaba su fe no fingida. Las lágrimas de Timoteo demostraban que él era un hombre de una profundidad y de un afecto espiritual que sentía la condición baja y quebrantada de la profesión cristiana: su fe no fingida demostraba que él podía elevarse por sobre todo el mal en obediencia a, y con confianza en, Dios.
De hecho Timoteo puede haber sido de una naturaleza tímida y en peligro de haberse angustiado por el mal que estaba entrando en la Iglesia; como él se caracterizaba por lágrimas y fe, el Apóstol fue estimulado a enseñarle y exhortarle sabiendo que él tenía las cualidades que le capacitarían para responder a esta instancia. Y no es de otra forma hoy en día. Las enseñanzas de esta conmovedora Epístola encontrarán poca respuesta a menos que haya lágrimas que hablen de un corazón tierno que puede lamentarse sobre las desdichas del pueblo de Dios, y la fe que puede tomar el camino de separación de Dios en medio de la ruina.
Pablo se complacía en recordar en sus oraciones a este hombre de lágrimas y fe. Que alegría para todo santo que tenga el corazón quebrantado por la condición del pueblo de Dios, saber que hay santos consagrados y fieles que le recuerdan en oración. La fidelidad en un día de deserción une a los corazones en los lazos de amor divino.
(V. 6). “Por causa de lo cual, te amonesto que avives el don de Dios que hay en ti, por medio de la imposición de mis manos” (Versión Moderna). Habiendo expresado su amor para con Timoteo y su confianza en él, Pablo pasa a la exhortación, al estímulo y a la enseñanza. Primero, le exhorta a avivar “el don de Dios” que le había sido impartido para el servicio del Señor. En su caso este había sido dado a través del Apóstol. En presencia de dificultades, peligros e infidelidad general, cuando pareciera haber pocos resultados del ministerio, existe el peligro de pensar que es casi inútil ejercitar el don. Por lo tanto, necesitamos la advertencia contra dejar caer el don en desuso. Debemos avivarlo; y, en un día de ruina, debemos ser más insistentes en su uso. Poco tiempo después el Apóstol puede decir, “que prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2).
(V. 7). Habiendo hablado de dones que son especiales para el individuo, el Apóstol pasa a recordarle a Timoteo el don que es común a todos los creyentes. Dios da a algunos un don especial para el ministerio de la palabra, Él da a todo Su pueblo el espíritu de poder, y de amor, y de dominio propio. Difícilmente podría parecer que la referencia es al Espíritu Santo, aunque el don del Espíritu se implica. Es más bien el estado y el espíritu del creyente que es el resultado de la obra del Espíritu Santo y, por consiguiente, participa del carácter del Espíritu, como el Señor dijo, “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Timoteo puede haber sido tímido por naturaleza, y retraído en cuanto a la disposición, pero el Espíritu Santo no produce espíritu de cobardía, sino de poder y de amor y de dominio propio. En el hombre natural nosotros podemos hallar poder sin amor, o amor degenerándose en un mero sentimiento. Con el cristiano, bajo el control del Espíritu, el poder se combina con el amor, y el amor es expresado con dominio propio.
Así, no obstante lo difícil del momento, el creyente está bien equipado con poder para hacer la voluntad de Dios, para expresar el amor de Dios, y para ejercitar un juicio sobrio en medio de la ruina.
(V. 8). Habiéndonos recordado el espíritu de santo denuedo que nos ha sido dado, el Apóstol puede decir de inmediato, “No te avergüences pues del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo” (Versión Moderna). El testimonio de nuestro Señor es el testimonio de la gloria de Cristo establecido como Hombre en poder supremo después de haber triunfado sobre todo el poder de Satanás. Pedro no se avergonzó del testimonio de nuestro Señor, pues él testificó con denuedo, diciendo, “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Como alguien ha dicho, ‘Después que el diablo hubo conducido al hombre a llevar a cabo todo lo que pudo hacer contra Cristo, he aquí que, después de todo, Jesús es coronado con gloria y honra. Ahora bien, ¡con toda seguridad eso es victoria!’
De modo que, en este día, cuando la ruina ha entrado entre el pueblo de Dios, cuando el triunfo de Satanás es tal que Pablo está encarcelado, los santos le han abandonado y el mal está aumentando, el Apóstol, aunque esté sintiendo profundamente todo esto, es sostenido a través de todo y elevado por sobre todo ello por la comprensión de que el Señor Jesús está en el lugar supremo de poder sobre toda influencia de Satanás. El Señor en gloria es su recurso. Por consiguiente él dice, “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” y, “El Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:17-18).
Nosotros hablamos mucho, y debidamente, de Cristo en Su senda terrenal, de Cristo en la cruz, y de Cristo regresando, pero cuán raramente hablamos de Cristo donde Él está actualmente en la gloria de Dios, y con todo, este es el testimonio del Señor — el gran testimonio que se necesita para el momento, el testimonio del cual se nos advierte que no nos avergoncemos.
No obstante la magnitud de la ruina, no obstante el fracaso entre el pueblo de Dios, cualesquiera sean las dificultades que debemos enfrentar, no obstante el abandono de los santos (2 Timoteo 1:15), la voluntad propia de aquellos que se oponen (2 Timoteo 2:25-26), o la maldad de los que puedan procurar causarnos mal (2 Timoteo 4:14), nuestro recurso infalible es que nos encontramos en el Señor Jesús a la diestra de Dios. Mirándole a Él encontraremos, como el Apóstol, que seremos elevados por sobre todos los fracasos, ya sea en nosotros o en los demás. ¡Lamentablemente! en nuestras dificultades podemos empeorar las cosas procurando corregirlas en nuestra propia fuerza; mientras que si nos volviésemos al Señor hallaríamos, como Pablo, que el Señor está con nosotros para fortalecernos y para librarnos de toda obra mala.
Cuán necesario es, entonces, que rindamos un testimonio claro a la presente posición del Señor en el lugar de supremacía y poder como un Hombre en la gloria, en quien está todo recurso para sostenernos en los días más oscuros.
Además, cuidémonos de avergonzarnos de aquellos que, en un día de alejamiento, buscan con denuedo dar al Señor Su lugar; y estemos preparados para soportar el mal, si es necesario, en el mantenimiento del evangelio, conociendo que podemos contar con el poder de Dios para sostenernos.
(Vv. 9-10). Habiéndonos advertido de que no nos avergoncemos del testimonio del Señor, ni de uno que testifica de Su lugar supremo como Señor y sufre oprobio a causa de su testimonio, y habiéndonos estimulado a participar de las aflicciones del evangelio, el Apóstol procede a recordarnos la grandeza de ese evangelio, que es poder de Dios para los que se salvan y para los llamados (1 Corintios 1:18, 24). La comprensión de la gloria del Señor y la grandeza del evangelio nos guardará de avergonzarnos del testimonio y nos prepara para soportar aflicciones con el evangelio.
Queda claro a partir de estos versículos que los dos grandes temas del evangelio son la salvación y el llamamiento. Por una parte el evangelio proclama la manera de ser salvo; por otra parte nos presenta el propósito de Dios para el cual somos salvados. Nosotros somos propensos a limitar el evangelio al importante asunto de nuestra salvación; pero haciendo esto perdemos la bendición mucho más profunda conectada con el propósito eterno de Dios, y de esta manera nos privamos de entrar en el llamamiento celestial. Es claro que el primer gran objetivo del evangelio es nuestra salvación, y Dios no iba a dejar al creyente en incertidumbre en cuanto a esta salvación, como leemos en esta Escritura, Él “nos salvó.” El efecto bendito de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo es situar al creyente fuera del juicio que se merece a causa de sus pecados, y librarle de la maldición de este mundo. Por lo cual leemos que Él “se dio a Sí Mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Aunque por ahora estamos, de hecho, en el mundo, nosotros no somos, al estar libres de su poder e influencia, moralmente de él.
Esta es la primera parte del evangelio, y con esta parte la mayoría del pueblo de Dios procuraría estar satisfecha. No obstante, el evangelio proclama bendiciones mucho mayores, pues nos habla del llamamiento de Dios. No sólo Dios nos ha salvado, sino que leemos que Él nos “llamó con llamamiento santo.” En este pasaje el llamamiento es mencionado como un “llamamiento santo”; también se habla de él como de un “llamamiento celestial” (Hebreos 3:1), y de un “supremo llamamiento” (Filipenses 3:14). La salvación nos libra de nuestros pecados y del mundo condenado a juicio: el llamamiento nos une con el cielo y con todas esas bendiciones espirituales que Dios ha determinado para nosotros en los lugares celestiales en Cristo. Por lo tanto, las bendiciones del llamamiento de Dios son “no conforme a nuestras obras,” ni a nuestros pensamientos, ni a nuestros méritos, sino “según el propósito suyo y la gracia.”
No se trata solamente de que todas nuestras deudas han sido pagadas, y que hemos sido librados de la influencia y el poder de la escena en la cual incurrimos en las deudas, sino que aprendemos para nuestra admiración que, conforme al propósito de Dios, hay cosas preparadas para los que le aman que “ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre” (1 Corintios 2:9). En el llamamiento de Dios se nos revela el secreto de Su corazón mientras Él despliega ante nosotros una vasta perspectiva de bendiciones celestiales, y nos asegura que toda esta bendición fue determinada para nosotros en Cristo antes de la fundación del mundo. Aprendemos así que mucho antes de que nosotros hubiésemos pecado, o incurrido en una sola responsabilidad, Dios tenía un propósito establecido para nuestra eterna bendición. Ningún mal que nosotros hayamos hecho, ningún fracaso en responsabilidad en la Iglesia, pueden alterar el propósito de Dios, del mismo modo que ningún bien que podamos hacer puede conseguirlo.
Este propósito eterno ahora ha sido manifestado por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio. Cristo al morir ha enfrentado, para el creyente, el juicio de muerte que permanecía sobre nosotros, y nos abrió una nueva escena de vida e incorrupción. La muerte ya no puede evitar que el creyente entre en esta escena de vida y bendición conforme al propósito de Dios. No se trata solamente de que el alma pase de muerte a vida, sino que el cuerpo se vestirá de incorrupción. De este modo, por medio del evangelio, es traída a la luz una esfera de vida e incorruptibilidad que nunca más podrá ser estropeada por la muerte o la corrupción. En el poder del Espíritu se puede disfrutar de esta nueva escena incluso ahora.
(V. 11). Además, se nos ha dado a conocer este evangelio en toda su plenitud por medio de un instrumento especialmente designado — uno que viene a nosotros como Apóstol de Jesucristo a los Gentiles. Viene, por lo tanto, con la autoridad adecuada a través de un Apóstol que habla por revelación e inspiración.
(V.12). Al mismo tiempo, fue a causa de su fiel testimonio que Pablo tuvo que sufrir. No fue ninguna maldad lo que le llevó al sufrimiento y al oprobio. Su celo como heraldo, su consagración como Apóstol enviado por Cristo, su fidelidad a la Iglesia como maestro, le permitió decir, “por causa de lo cual también padezco estas cosas” (V. 12 — Versión Moderna). La prisión fue sólo una de “estas cosas” que este siervo fiel tuvo que padecer. Hubo otros sufrimientos sentidos de forma más penetrante por su sensible corazón, pues “estas cosas” incluyeron el abandono de aquellos que él amaba que estaban en Asia y entre quienes había trabajado por tanto tiempo. Además, también, él padeció por la oposición de profesantes que, como Alejandro, le causaron muchos males al Apóstol (2 Timoteo 4:14). No obstante, viendo que estaba sufriendo por su fidelidad como siervo de Jesucristo, él puede decir, “no me avergüenzo.” Además, no solamente no se avergonzaba, sino que él no fue derribado, tampoco ninguna palabra de enojo resentido escapó de sus labios a causa de la injusticia del mundo, y el abandono, ingratitud, e incluso oposición de parte de muchos cristianos. Él es elevado por sobre toda depresión, todo resentimiento y todo rencor, ya que está persuadido de que Cristo puede guardar su depósito hasta aquel día. Cuando a Cristo “le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia (1 Pedro 2:23 — LBLA). En el espíritu de su Maestro, Pablo, en presencia del padecimiento, del abandono y los insultos, encomienda todo en manos de Cristo. Su honra, su reputación, su carácter, su defensa, su felicidad, todas estas cosas son encomendadas a Cristo sabiendo que, aunque los santos puedan abandonarle, e incluso oponérsele, con todo, Cristo nunca le faltará. Él está persuadido de que Cristo puede cuidar sus intereses, defender su honra y corregir todo mal en “aquel día.”
En la luz de “aquel día” Pablo puede pasar triunfalmente a través del “día de hoy” con todo sus insultos, burla y vergüenza. Podemos preguntarnos porqué se permitió que el consagrado Apóstol fuera abandonado y recibiera oposición incluso de parte de los santos; pero nosotros no nos preguntaremos en “aquel día” cuando todo lo malo será corregido, y cuando se hallará que toda la vergüenza y el padecimiento y el oprobio resultarán en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. Los fieles en el día de hoy pueden realmente ser una minoría pequeña e insignificante, como el Apóstol Pablo y los pocos que estaban asociados con él al final de su vida; no obstante, en “aquel día” se hallará que fue mucho mejor haber estado con los pocos despreciados que con la mayoría infiel.
La vanidad de la carne gusta de ser popular y darse importancia a sí misma, y hacerse prominente ante el mundo y los santos, pero en vista de aquel día, es mejor tomar un lugar humilde no atrayendo la atención sobre uno mismo, que tomar un lugar público y hacerse notar, pues allí se hallará que los primeros serán postreros; y los postreros, primeros.
De hecho, nosotros podemos padecer a causa de nuestro propio fracaso, y esto debería humillarnos. Sin embargo, con el ejemplo del Apóstol ante nosotros, hacemos bien en recordar que si hubiéramos andado en fidelidad absoluta, nosotros habríamos padecido aún más, pues siempre permanece como una verdad que “todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12 — Versión Moderna). Si somos fieles a la luz que Dios nos ha dado, y procuramos andar en separación de todo aquello que es una negación de la verdad, nosotros hallaremos, en nuestra pequeña medida, que tendremos que enfrentar persecución y oposición, y, en sus formas más dolorosas, de nuestros compañeros cristianos. Y que bueno es para nosotros, cuando viene la prueba, si podemos, como Pablo, encomendar todo al Señor, y esperar su vindicación en aquel día. Demasiado a menudo nosotros somos iracundos e impacientes en la presencia de males, y procuramos corregirlos en el “día de hoy,” en lugar de esperar “aquel día.” Si, en la fe de nuestras almas, la gloria de aquel día resplandece ante nosotros, en lugar de ser tentados a rebelarnos ante los insultos y males que puedan ser permitidos, nosotros nos gozaremos y alegraremos porque, dice el Señor, “vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5:12).
(Vv. 13-14). Contemplando, entonces, que este gran evangelio, con su salvación y su llamamiento, llega a Timoteo a través de una fuente inspirada, él es exhortado a retener “el modelo de las sanas palabras” (1:13 — RVR77) que había oído del Apóstol. Las verdades comunicadas a Timoteo en “sanas palabras” tenían que ser sostenidas por él en una forma ordenada, o en un modelo, de modo que el pudiese declarar clara y ciertamente lo que él sostenía. Teniendo este modelo, las verdades transmitidas por las “sanas palabras” serían contempladas en relación correcta las unas con las otras. Para nosotros este modelo (o forma) se encuentra en la Palabra escrita, y muy especialmente en las Epístolas de Pablo. Así, en la Epístola a los Romanos, hay una presentación ordenada de las verdades concernientes a nuestra salvación, mientras sus otras Epístolas entregan un modelo respecto a la iglesia, la venida del Señor y otras verdades. En la Cristiandad este modelo se ha perdido en gran parte mediante el uso de textos aislados aparte de su contexto. Este modelo (o forma), presentado en la Escritura, debe ser guardado celosamente. Hombres sinceros pueden intentar formular su creencia en confesiones religiosas, artículos de religión, y credos teológicos: sin embargo, tales expedientes humanos, cualquiera sea el uso que puedan tener en su lugar, resultan siempre ser insuficientes para alcanzar la verdad y no pueden tomar el lugar del modelo inspirado presentado en la Escritura.
Por otra parte, este modelo de sanas palabras recibidas del Apóstol, debe ser sostenido, no como un mero credo al cual podemos otorgar nuestro asentimiento, sino en fe y amor en Cristo Jesús, la Persona viviente de quien la verdad habla. No es suficiente tener un modelo (o forma) de sanas palabras. Si la verdad ha de ser efectiva en nuestras vidas, ella deber ser sostenida “en la fe y amor que es en Cristo Jesús.” La verdad que cuando es presentada por primera vez al alma es recibida con gozo, perderá su frescura a menos que sea mantenida en comunión con el Señor. Además, si la verdad debe ser sostenida en comunión con Cristo, solamente puede ser en el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, toda la extensión de la verdad contenida en el modelo (o forma) de las sanas palabras que había sido dado a Timoteo, debía ser guardada por el Espíritu Santo que mora en nosotros.
(V. 15). La inmensa importancia de mantener el modelo de la verdad en comunión con Cristo, mediante el poder del Espíritu, es enfatizada por el hecho solemne de que aquel por medio del cual la verdad había sido revelada fue abandonado por el cuerpo principal de santos en Asia. Los mismos santos a quienes habían sido revelados el llamamiento celestial y toda la extensión de la verdad cristiana, se habían apartado de Pablo. No se trata de que estos santos se habían apartado de Cristo, o que habían renunciado al evangelio de su salvación; pero la verdad del llamamiento celestial revelada por el Apóstol no había sido sostenida en comunión con Cristo, y en el poder del Espíritu. Por lo tanto, ellos no estaban preparados para estar asociados con él en el lugar exterior de rechazamiento en este mundo que la verdad plena del cristianismo implica.
Es evidente, entonces, que nosotros no podemos confiar en los santos más iluminados para el mantenimiento de la verdad. Es solamente del modo que Cristo ordena los afectos en el poder del Espíritu que nosotros guardaremos el buen depósito que nos ha sido encomendado.
(Vv. 16-18). La referencia a Onesíforo y su casa es muy conmovedora. Demuestra que la indiferencia y el abandono de la mayoría no condujeron al Apóstol a pasar por alto el amor y la amabilidad de un individuo y su familia. De hecho, el abandono de la mayoría hizo que el afecto de los pocos fuese mucho más precioso. Cuando la gran mayoría afligía el corazón de Pablo, había por lo menos uno de quien él podía decir, “muchas veces me confortó.” Los demás podían avergonzarse de él, pero de este hermano él podía decir que “no se avergonzó de mis cadenas.” Cuando los demás le abandonaron aún había uno de quien él puede escribir, “me buscó solícitamente y me halló.” Cuando los demás no se ocupaban de él, Pablo puede reconocer con placer a este hermano que “tantos servicios” le prestó “en Éfeso” (V. 18 — Versión Moderna).
Cuán gratificante debe haber sido para el corazón del Apóstol, en el día de su abandono, comprender la compasión y las consolaciones de Cristo hallando su expresión a través de este hermano consagrado. Si Pablo no olvida esta expresión de amor en el día de su abandono, el Señor no la olvidará en “aquel día” — el día de la gloria venidera.

3. La Senda Del Piadoso En Un Día De Ruina

(2 Timoteo 2)
El creyente, instruido en la mente de Dios, no puede hacer menos que admitir que lo que es tenido por iglesia de Dios ante los hombres no tiene ningún parecido a la iglesia de Dios presentada en la Escritura. Este grave alejamiento de la Palabra de Dios muestra claramente que la intención de Dios para con la iglesia, durante su residencia temporal en un mundo del cual Cristo está ausente, ha sido arruinada en manos del hombre. Pocos, de hecho, negarían que vivimos en un día de ruina. Es, sin embargo, de importancia primordial entender claramente lo que nosotros queremos decir cuando hablamos de la ruina de la iglesia.
Debemos recordar que en la Escritura la iglesia es contemplada en dos maneras. Por un lado, es presentada conforme al consejo de Dios; por otro lado, es vista en relación con la responsabilidad del hombre. En el primer aspecto es presentada en la Escritura como fundamentada sobre Cristo el Hijo de Dios, compuesta de todos los creyentes verdaderos, y destinada a ser presentada a Cristo como una iglesia gloriosa, sin que tenga mancha, ni arruga, ni cosa semejante. Como tal, es el resultado de la obra de Cristo, y las puertas del infierno no pueden prevalecer contra ella. Ninguna ruina puede tocar la obra de Cristo, ni hacer anular los consejos eternos de Dios para Cristo y la iglesia.
En el segundo aspecto, la iglesia es contemplada como establecida en responsabilidad para testificar de Cristo durante el tiempo de Su ausencia, y para presentar la gracia de Dios a un mundo necesitado. ¡Es lamentable! La iglesia ha fracasado completamente en llevar a cabo esta responsabilidad. A través de la falta de dependencia en el Señor, de sumisión al Espíritu, y obediencia a la Palabra, el pueblo de Dios se ha dividido y se ha dispersado; y la carencia de vigilancia ha terminado en una vasta profesión que incluye a creyentes e incrédulos. Como resultado, aquello que pasa ante el mundo como iglesia, lejos de representar la gloria de Cristo, es ‘una negación de la naturaleza, el amor, la santidad, y los afectos de Cristo.’ De esta manera, en la tierra, el testimonio de la iglesia ha sido arruinado. El hecho de que tengamos que hablar de una iglesia profesante que es visible, y de una iglesia espiritual compuesta de todos los verdaderos creyentes, sólo muestra cuán completa es la ruina.
Entonces, si hablamos de vivir en un día de ruina, queremos dar a entender que nos ha tocado nuestra porción en un día cuando el testimonio rendido por la iglesia a un Cristo ausente ha sido arruinado. En los discursos a las siete iglesias en el libro del Apocalipsis tenemos un perfil profético de la historia de la iglesia en la tierra, vista como el testigo responsable para Cristo; en ellos tenemos el fracaso progresivo de la iglesia en responsabilidad predicho con exactitud divina por el Señor mismo, comenzando con su alejamiento del primer amor, y finalizando con una condición tan nauseabunda para Cristo que finalmente ella será vomitada de Su boca.
La Escritura, sin embargo, da luz adicional con respecto a un día de ruina. En esta Segunda Epístola a Timoteo, no sólo tenemos la predicción de la ruina, sino que el Espíritu Santo, por medio del Apóstol Pablo, da instrucciones muy definidas al piadoso acerca de cómo actuar cuando la ruina ha entrado. No obstante lo oscuro del día, por grande que sea la ruina, el pueblo de Dios no es dejado sin la guía divina. La misericordia de Dios ha marcado una senda para Su pueblo en un día de ruina. Nosotros podemos carecer de la fe en Dios y de la consagración a Cristo que son necesarias para tomar la senda; a pesar de todo, ella está señalada en la Palabra de Dios para la obediencia a la fe.
Así, llegamos a la conclusión de que dos cosas son necesarias para tomar inteligentemente la senda de Dios en medio de la ruina. Primero, es esencial que nosotros tengamos algún conocimiento de la doctrina de Pablo (la cual incluye la verdad del evangelio así como la verdad de la iglesia); en segundo lugar, tiene que haber una correcta condición espiritual. Sin un cierto conocimiento de la iglesia, tal como es presentada en la Escritura, sería imposible apreciar la extensión de la ruina; y sin una correcta condición espiritual, el creyente escasamente estará preparado para tomar la senda que Dios ha señalado en medio de la ruina.
Pablo asume, evidentemente, que aquel a quien él escribe conoce bien su doctrina. En los capítulos primero y segundo él se refiere a las cosas que Timoteo había oído de él (2 Timoteo 1:13; 2 Timoteo 2:2); y en el tercer capítulo él dice, “Tú empero has conocido perfectamente mi enseñanza” (2 Timoteo 3:10 — Versión Moderna). No hay, por lo tanto, ninguna revelación de la verdad de la iglesia en esta Segunda Epístola. Tal verdad es presentada plenamente por el apóstol en las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, en la Primera Epístola a los Corintios y en la Primera Epístola a Timoteo.
La senda de Dios para nosotros en un día de ruina, y la condición espiritual que se necesita para tomar la senda, son develadas en este segundo capítulo de la Segunda Epístola a Timoteo. Si deseamos responder a los pensamientos de Dios en este día de fracaso, nosotros haremos bien en estudiar, orando sin cesar, este importante pasaje. Las verdades de este capítulo pueden ser consideradas en el orden siguiente:
(a) La condición espiritual necesaria para discernir y tomar la senda de Dios en medio del fracaso de la Cristiandad (Vv. 1-13);
(b) Un breve bosquejo del curso del mal que ha conducido a la corrupción de la Cristiandad (Vv. 14-18);
(c) El recurso del piadoso y la senda de Dios para el individuo en medio de la ruina (Vv. 19-22);
(d) El espíritu en el cual enfrentar a aquellos que se oponen a la senda de Dios (Vv. 23-26);
(a) La condición espiritual necesaria para la senda de Dios en un día de ruina (Vv. 1-13)
(V. 1). La gracia espiritual es la primera gran necesidad en un día de debilidad. Por eso la exhortación del versículo del comienzo es, “fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1 — LBLA). Para resistir la creciente marea del mal, para caminar en una senda que el Señor ha señalado para los Suyos en medio de las corrupciones de la Cristiandad, y para continuar caminando con determinación en esta senda a pesar del fracaso, de la oposición y del abandono, se requiere gran gracia — la gracia que hay en Cristo Jesús. Cualquiera que sea la oposición que pueda haber para con la senda de Dios, cualesquiera sean las dificultades al perseverar en ella, cualesquiera sean las tentaciones a apartarse de ella, la gracia del Señor es suficiente para permitir al creyente vencer toda oposición, elevarse por sobre cada dificultad, resistir toda tentación, y obedecer Su palabra y responder a Sus pensamientos. Como alguien a dicho, ‘Cualquiera sea la necesidad, Su plenitud es la misma, no disminuida, accesible y gratuita.’ La gracia espiritual es el primer requisito para los “hombres fieles” en un día de infidelidad. Además, la gracia de la que el apóstol habla es más que un ‘espíritu agradable.’ Implica que en el Cristo resucitado y ascendido, a partir de la época del inicio de la iglesia en la tierra hasta el último día de su estancia temporal aquí, está cada recurso que capacita al hombre de Dios a mantener su vida de testimonio y servicio sin recurrir a ninguno de los recursos del hombre que tantos han adoptado en un día de decadencia. Escribiendo a los Corintios, el apóstol puede agradecer a Dios por “la gracia de Dios” que les fue dada “en Cristo Jesús;” y al instante él muestra que esta gracia es “toda palabra,” el “conocimiento” y los dones con los que ellos habían sido enriquecidos en Cristo (“Siempre doy gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús, porque en todo fuisteis enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento, así como el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en vosotros; de manera que nada os falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintio 1:4-7 — LBLA). Cada exhortación en el capítulo que estamos considerando sólo profundizará nuestro sentido de la necesidad de la gracia que hay en Cristo Jesús si hemos de responder a la mente de Dios.
(V. 2). En segundo lugar, no sólo la gracia es necesaria, sino que los fieles deben poseer también la verdad, si ellos han de ser provistos con la mente de Dios para un día de fracaso y deben ser idóneos para enseñar a otros. Además, la verdad necesaria para un día de ruina no es solamente la verdad que se encuentra en la Escritura como un todo, sino, muy especialmente, la verdad comunicada por el apóstol en presencia de muchos testigos. En un día de ruina, los escritos apostólicos se convierten en una prueba muy determinante a través de los cuales se puede discernir a los “hombres fieles.” “Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios nos oye; el que no es de Dios, no nos oye” (1 Juan 4:6).
Entonces, para que durante todo el tiempo podamos poseer la verdad, Timoteo es enseñado a encargar “las cosas” oídas del apóstol a hombres fieles, quienes, a su tiempo, estarán capacitados para enseñar a otros. Es el camino de Dios que la verdad encerrada en los escritos apostólicos sean encargados a aquellos que son idóneos para enseñar a otros. La autosuficiencia y la presunción de la carne pueden congratularse a sí mismas de que pueden prescindir de la ayuda de otros; pero, mientras Dios es soberano y puede enseñar directamente desde Su palabra, Su modo habitual es mantenernos mutuamente dependientes los unos de los otros — que recibamos como principiantes, y que comuniquemos a otros la verdad y la luz que hemos recibido.
Además, es importante ver que lo que nosotros transmitimos no es autoridad oficial, o posición oficial, sino la verdad. Timoteo no tenía encargo ni poder para transmitir a cualquier individuo, o clase de individuos, el derecho exclusivo u oficial a predicar. Era la verdad revelada, afianzada contra el error por medio de testigos, la que tenía que ser encargada a otros. A la luz de esta Escritura bien podemos desafiarnos con respecto hasta dónde nosotros estamos respondiendo a nuestras responsabilidades de encargar a otros esta preciosa herencia de verdad que hemos aprendido de hombres fieles. Mantener la verdad y transmitirla a otros sólo es posible cuando somos fuertes en la gracia que es en Cristo Jesús.
(V. 3). El mantenimiento de la verdad en un día de alejamiento general implicará penalidades. Nosotros, naturalmente, evitamos el sufrimiento. Por lo tanto, Timoteo es exhortado — y cada uno que desea ser fiel a Cristo — de esta forma, “Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús” (LBLA). Comparado con Pablo, la parte de las penalidades que nosotros podemos ser llamados a sufrir será pequeña; pero, dondequiera que haya un santo hoy en día que rechace el error y defienda la verdad, él debe estar preparado, en cierta medida, para enfrentar oposición (2 Timoteo 2:25), persecución (2 Timoteo 3:12), desamparo (2 Timoteo 4:10), y maldad (2 Timoteo 4:14); y, de igual forma que con respecto al apóstol, estas cosas pueden venir incluso de sus hermanos. Esto, sin embargo, implica penalidades, y naturalmente cuando se sufre injustamente, nosotros estamos inclinados a desquitarnos. Se nos recuerda, por lo tanto, a tomar nuestra parte en las penalidades, no como un hombre natural, sino “como buen soldado de Cristo Jesús.” Un buen soldado obedecerá a su Capitán y actuará como Él. Cristo es el gran Capitán de nuestra salvación, y Él ha alcanzado Su lugar de gloria, y nos ha dejado el ejemplo perfecto de padecimiento y paciencia, pues “cuando Le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia” (1 Pedro 2:23 — LBLA). Actuar de una manera tan contraria a la naturaleza humana ciertamente requerirá de nosotros que nos fortalezcamos “en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1).
El Señor Jesús está en el lugar de poder supremo y a su debido tiempo ejercerá el poder mediante el cual Él puede someter a todos los enemigos bajo Sus pies. Es aún, no obstante, el día de la gracia; el día de juicio para los enemigos de la gracia no ha llegado todavía. Por consiguiente, nosotros no necesitamos poder para aplastar a nuestros enemigos, sino que necesitamos gracia para tomar nuestra parte en las penalidades. Esteban, en presencia de sus enemigos, quienes crujían los dientes contra él, y le apedrearon con sus piedras, miró fijamente al cielo a “Jesús, puesto en pie, a la diestra de Dios” (Hechos 7:55 — Versión Moderna). Pero, si bien Jesús es Señor en el lugar de poder supremo, Él no actúa por lo general en poder para aplastar a Sus enemigos. Él hizo lo que estaba en perfecta congruencia con el día de la gracia. Él dio gracia mediante la cual Esteban se fortaleció tanto en la gracia que hay en Cristo Jesús que pudo tomar su parte en las penalidades, y, como un buen soldado de Cristo Jesús, no amenazó o respondió ultrajando a sus perseguidores; al contrario, él oró por ellos y encomendó su espíritu al Señor. Pablo, igualmente en su día, se fortaleció tanto en la gracia que hay en Cristo Jesús que soportó penalidades por Cristo y encomendó su vida, su felicidad, su todo, a Cristo para “aquel día” (2 Timoteo 1:12).
(V. 4). En cuarto lugar, si nosotros, de corazón, aceptamos la senda de Dios en un día de fracaso, será necesario que nos guardemos de enredarnos en los negocios de esta vida. El apóstol no sugiere que nosotros no debamos atender los negocios de esta vida, o que seamos llamados a dejar necesariamente nuestros negocios terrenales. En otras Escrituras él rechaza tal pensamiento, pues nos enseña determinadamente a trabajar con nuestras manos para proveer las cosas honradamente, y puede decir de sí mismo, “vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hechos 20:34). Pero él nos advierte contra el hecho de que permitamos que los negocios de esta vida ocupen de tal manera nuestro tiempo, absorban nuestras energías, y ocupen tan completamente nuestras mentes, que lleguemos a quedar enredados en una red, y no seamos ya libres para llevar a cabo la voluntad de Dios. El buen soldado de Cristo Jesús es uno que procura, no agradarse él mismo, o incluso agradar a los demás, sino que en primer lugar procura agradar a Aquel que le ha escogido para ser un soldado. En fiel lealtad a Aquel que le ha escogido para ser un soldado bajo Su liderazgo, y procurando solamente Su deleite, nosotros deberíamos rechazar toda organización humana que involucre la dirección de alguna autoridad humana. Escapar de los enredos de esta vida y ser leales al Capitán de nuestra salvación sólo será posible en la medida que nos fortalezcamos en la gracia que es en Cristo Jesús.
(V. 5). En quinto lugar, utilizando los juegos públicos como figura, el apóstol dice, “Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente.” De igual modo en la esfera espiritual, la corona no será dada por una gran actividad, ni por la cantidad de servicio, sino por la fidelidad en el servicio. La corona es dada al que lucha legítimamente. Se podría argumentar que, en un día de gran debilidad, cada uno de nosotros tiene que adoptar cualesquiera métodos que pensemos que son los mejores para llevar a cabo nuestro servicio. Para hacer frente a tales argumentos nosotros somos especialmente advertidos que, en un día de ruina, aún se mantiene como una obligación para nosotros el luchar “legítimamente.” De esta forma, la introducción de métodos carnales, maquinaciones humanas y recursos mundanos en el servicio del Señor, es condenada. Servir conforme a los principios de la Escritura requerirá que nosotros nos esforcemos “en la gracia que es en Cristo Jesús.”
(V. 6). En sexto lugar, el siervo fiel debe estar preparado para trabajar antes de participar de los frutos. Este no es nuestro reposo; es el tiempo de trabajar; el tiempo de la siega está por venir. A menudo estamos demasiado ansiosos de ver frutos; pero es mejor perseverar en nuestro trabajo, sabiendo que Dios no es injusto para olvidar la obra de nuestra fe y el trabajo de nuestro amor (1 Tesalonicenses 1:3). El siervo fiel espera oír el “Bien hecho” (Lucas 19:17 — LBLA) de Aquel a quien él busca complacer, recibir la corona después de haber luchado legítimamente, y participar de los frutos después de haber trabajado primero.
(V. 7). “Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo” (LBLA). No es suficiente, sin embargo, tener estas exhortaciones y admitir, de un modo general, su verdad. Si ellas han de gobernar nuestras vidas, debemos considerar lo que el apóstol dice; y, a medida que consideremos estas cosas, el Señor nos dará entendimiento en todas las cosas. Progresaremos poco en el entendimiento divino a menos que tomemos tiempo para meditar. El apóstol puede presentarnos ciertas verdades, pero él no puede darnos el entendimiento. Esto, el Señor solo lo puede hacer. De modo que leemos que el Señor no sólo ‘les abrió las Escrituras’ a los discípulos, sino que Él “les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24: 27, 32, 45).
(V. 8). Además, como un estímulo a nosotros para llevar a cabo estas instrucciones, nuestra mirada es dirigida a Cristo. Debemos recordar a “Jesucristo (de la simiente de David), como resucitado de entre los muertos, según mi evangelio” (Versión Moderna). No es simplemente el hecho de la resurrección lo que debemos recordar, sino a Aquel que ha resucitado, y eso como Hombre, la simiente de David. ¿Somos llamados a padecer en la senda de fidelidad? Entonces recordemos que nuestra parte de las “penalidades” es pequeña comparada con las “penalidades” a las cuales Él tuvo que hacer frente. Si por causa de cualquier pequeña fidelidad de nuestra parte nos hallamos abandonados, hallamos que se nos oponen y nos vemos insultados, incluso por muchos del pueblo de Dios, recordemos que Cristo, en Su senda perfecta, fue siempre fiel a Dios y anduvo haciendo bienes a los hombres; y sin embargo, debido a Su fidelidad, Él siempre estuvo en afrenta. Por eso Él pudo decir, “por amor de Ti he sufrido afrenta” (Salmo 69:7), y otra vez, “Me devuelven mal por bien, y odio por Mi amor” (Salmo 109:5 — Versión Moderna).
Si, en la senda del servicio, somos exhortados a soportar penalidades, procurando solamente agradarle a Él que nos ha escogido, recordemos que Cristo pudo decir, “yo hago siempre lo que Le agrada” (Juan 8:29). Nada pudo mover al Señor de la senda de absoluta obediencia al Padre. Él trabajó, teniendo en vista los frutos de Su trabajo, pues Él pudo decir, “Me es necesario hacer las obras del que Me envió, entre tanto que el día dura” (Juan 9:4). Ahora Él ha terminado la obra que Dios le dio para hacer; las penalidades y el trabajo han finalizado y Le vemos resucitado y coronado de gloria y de honra, para recibir allí en resurrección “el fruto del trabajo de su alma” (Isaías 53:11 — Versión Moderna). Entonces, en nuestra senda con su medida de penalidades y trabajo, ‘acordémonos de Jesucristo.’
(V. 9). No solamente tenemos el modelo perfecto del Señor Jesús en Su senda de penalidades y trabajo, sino que tenemos el ejemplo del apóstol Pablo quien, en su consagración para dar a conocer el evangelio, participó en una medida no menor de las penalidades de la vida de Cristo. En lugar de estar en honra en este mundo, él padeció hasta prisiones a modo de malhechor. Así él siguió en las pisadas de Su Maestro quien fue acusado por el mundo religioso de Su día de ser “un hombre comilón y bebedor de vino” (Lucas 7:34), de tener “demonio” (Juan 8:48), y de ser un “pecador” (Juan 9:24). Sin embargo, ninguna persecución por parte del mundo puede impedir que la bendición alcance al escogido de Dios. El mundo puede poner en prisión al predicador: no puede encarcelar la Palabra de Dios. En realidad, la enemistad del mundo que encarceló a Pablo sólo se convirtió en una ocasión para llevar el evangelio ante los grandes de la tierra, y además para escribir las Epístolas de la prisión que revelan tan maravillosamente nuestra vocación.
(V. 10). Puede ser que nosotros no estemos preparados para soportar mucha penalidad ni mucho insulto, pero el apóstol puede decir, “todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.” Alguien ha dicho, ‘¡Cuán pocos aventurarían decir estas palabras como siendo la experiencia de sus propias almas desde ese día hasta el día de hoy! No obstante, podemos desearlo fervientemente en nuestra medida; pero esto supone en el creyente no meramente una buena conciencia, y un corazón ardiendo en amor, sino a él juzgándose a sí mismo minuciosamente, y ¡Cristo morando en su corazón por la fe!’ (William Kelly).
Los escogidos de Dios obtendrán sin duda la salvación y alcanzarán la gloria. Sin embargo, en el camino a la gloria todo el poder de Satanás, la enemistad del mundo, y las corrupciones de la Cristiandad, se habrán puesto en formación de batalla contra ellos. Así que será a través de prueba y penalidad que ellos alcanzarán la gloria. Para hacer pasar a los escogidos a través de tales circunstancias se necesitará toda “la gracia que es Cristo Jesús” ministrada, como a menudo lo es, a través de Sus siervos fieles.
(Vv. 11-12a). Para animarnos a recordar a Jesucristo y seguir el ejemplo del apóstol de aceptar la senda de penalidad y trabajo, se nos recuerda la palabra fiel, “Si somos muertos con Él, también viviremos con Él.” Si somos llamados a soportar “todo,” incluso la muerte, no olvidemos que podemos dejar ir la vida a la luz de la gran verdad de que habiendo muerto con Cristo de cierto viviremos con Él. Y no sólo viviremos con Él sino que, “si sufrimos, también reinaremos con Él.”
(Vv. 12b-13). Existe, sin embargo, la solemne advertencia, “Si Le negáremos, Él también nos negará. Si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a Sí mismo.” La negación aquí no es una caída aislada, por muy vergonzosa que ella sea, como en el caso del apóstol Pedro, sino la línea de conducta continuada de aquellos que, independientemente de la profesión que hacen, niegan la gloria y la obra del Hijo. Los tales serán negados, tal como se ha dicho verdaderamente que ‘Dios dejaría de ser Dios, si Él consintiera la deshonra de Su Hijo.’ Entre toda la infidelidad de la Cristiandad hacia Cristo, “Él permanece fiel; Él no puede negarse a Sí mismo.”
De esta forma, los versículos de apertura de este gran pasaje demuestran claramente que, para discernir la parte de Dios en un día de ruina y, sobre todo, para andar fielmente este camino frente al abandono, la oposición y la maldad, no se necesita pedir poder divino para aplastar a nuestros enemigos, sino la gracia que es en Cristo Jesús que nos permitirá tomar nuestra parte en el sufrimiento — la gracia que busca con ojo sencillo agradar a Aquel que nos ha escogido; la gracia que nos conducirá a luchar legítimamente, rechazando todos los métodos carnales y mundanos; y la gracia que prepara para el trabajo paciente mientras se esperan los frutos de nuestro trabajo.
Además, necesitaremos, no sólo gracia ministrada desde el Señor en gloria, sino en entendimiento espiritual que el Señor solo puede dar, y sobre todo tener al Señor mismo ante nosotros como nuestro único Objeto — un Hombre verdadero de la simiente de David, pero un Hombre vivo en la gloria más allá del poder de la muerte.
(B) El Curso Del Mal Que Ha Conducido a La Ruina De La Iglesia Como La Casa De Dios (Vv. 14-18)
En los versículos que dan comienzo al capítulo hemos traído ante nosotros la condición espiritual que debería caracterizar a los “hombres fieles” y deberían capacitarles para discernir el grave alejamiento de la verdad, así como la senda de Dios en medio de la corrupción. Antes de presentarnos la senda de Dios, el apóstol, en los versículos 14 al 18, habla brevemente de algunos de los males que han causado la ruina de la iglesia en la responsabilidad.
(Vv. 14-16). Ya hemos aprendido del capítulo primero que todos los que estaban en Asia se habían apartado del apóstol. Esto implica que la iglesia no se había mantenido a la altura del llamamiento celestial. El primer paso en la decadencia de la iglesia fue la renuncia a su carácter celestial. La verdad más elevada es siempre la que primero es abandonada. Esta renuncia al llamamiento celestial dejó la puerta abierta para la intrusión del mundo y la carne. En el versículo 14 de este capítulo el siervo de Dios se refiere a la primera manifestación de la corrupción. El traza la ruina a partir de la mente humana que conduce a contender “sobre palabras, lo cual para nada aprovecha,” dejando ir, de este modo, “la palabra de verdad.”
Él nos advierte contra disputas de palabras y nos llama a regresar, no sólo a la palabra de verdad, sino a la palabra de verdad usada bien. Toda la Escritura es la palabra de verdad y sin embargo qué desastre puede ser provocado al dar a la Escritura una interpretación privada, o al usar textos fuera de su contexto, y de esta forma, como Pedro dice, torcer la Escritura para nuestra destrucción (2 Pedro 3:16).
Luego, somos advertidos de más decadencia. Las especulaciones no provechosas del versículo 14 iban a degenerar en “discursos profanos y vacíos” (V. 16 — Versión Moderna). Los discursos que son profanos tratan las cosas divinas como si fuesen cosas comunes, en vista de que dan poca importancia a las cosas sagradas. Estos discursos son “vacíos” por el hecho de que los argumentos utilizados carecen de toda sustancia.
Además, somos advertidos de que estos “discursos profanos y vacíos” irán en aumento. En lo que respecta a la masa de la profesión cristiana, Pablo no mantiene ninguna esperanza en cuanto a que el movimiento de degradación pueda ser detenido permanentemente. Por el contrario, nosotros somos advertidos categóricamente que el mal avanzará “más y más” (V. 16 — Versión Moderna).
Asimismo, somos advertidos de que con el aumento de los “discursos profanos y vacíos” vendrá un incremento de conductas impías. Conversaciones profanas conducen a un andar impío. Mantener o propagar el error degradará, como siempre, la conducta externa. El relajamiento de la doctrina conduce al relajamiento de las reglas o hábitos de conducta.
(Vv. 17-18). Un terrible resultado adicional del aumento de los discursos profanos y de la impiedad será la destrucción de las verdades vitales del cristianismo en las mentes de los hombres, pues leemos que la palabra de estos discursistas profanos se extenderá como gangrena la cual carcome interiormente hasta destruir los tejidos vitales del cuerpo.
De esta manera, paso a paso, con habilidad divina, el apóstol traza el progreso del mal que ha corrompido la Cristiandad:
Primero, las especulaciones humanas sobre palabras que para nada aprovechan;
En segundo lugar, disputas sobre las palabras degenerando en discursos profanos y vacíos;
En tercer lugar, el constante aumento de los discursos profanos y vacíos conduciendo a la impiedad; la conducta externa de la profesión cristiana degradada crecientemente a un nivel donde los hombres actúan sin temor de Dios.
En cuarto lugar, un andar impío que tiende a destruir y dejar a los hombres sin las verdades vitales del cristianismo.
Para mostrar el efecto de esta degradación y la malvada condición en la cual la Cristiandad caería, el apóstol da dos ejemplos solemnes. Himeneo y Fileto, dos hombres dentro de la profesión cristiana, estaban enseñando el error. En lugar de ‘trazar rectamente la palabra de verdad’, ellos habían errado acerca de la verdad. Enseñaban que la resurrección ya se había efectuado. Por lo visto, ellos no negaron la resurrección; parece que ellos la espiritualizaron y argumentaron que, de alguna manera, ya había tenido lugar. Un error tal no debe ser desestimado ligeramente como si fuese la descabellada especulación de fanáticos irresponsables. Independientemente de lo irrazonable del error, el apóstol prevé que este error corromperá la iglesia profesante y actuará como una gangrena. Tampoco es difícil ver que ‘trastornaría la fe’ de aquellos que se embebieron del error. Si la resurrección ya se había efectuado, es evidente que los santos han alcanzado su condición final mientras están aún en la tierra, con el resultado de que la iglesia cesa de esperar la venida del Señor, pierde la verdad de su destino celestial, y renuncia a su carácter de extranjera y peregrina. Habiendo perdido su carácter celestial, la iglesia se arraiga en la tierra, tomando un lugar como parte del sistema para emprender la reforma y el gobierno del mundo.
Cuando este fin ha sido alcanzado, la obra del diablo ha sido hecha y él no conducirá más a sus instrumentos a insistir en el particular error. Hoy en día puede no haber nadie que intentara enseñar que la resurrección ya se ha efectuado, pero los resultados de este extravagante error permanecen y son contemplados plenamente desarrollados en la profesión cristiana. La constitución, la administración, los esfuerzos religiosos, el celo misionero de la profesión cristiana, dan por seguro que la iglesia está arraigada en su hogar y llevando a cabo su obra encomendada de reformar el mundo y civilizar a los paganos para hacer de este mundo un lugar respetable y feliz.
(C) La Senda De Dios Para El Individuo En Un Día De Ruina (Vv. 19-22)
(V. 19). Habiendo predicho la mala condición en que la Cristiandad caería, el apóstol ahora nos instruye de qué manera actuar en medio de la ruina. Antes de hacerlo él nos presenta dos grandes hechos para el consuelo de nuestros corazones:
En primer lugar, independientemente de la magnitud del fracaso del hombre, “el fundamento de Dios está firme.” El fundamento es la propia obra de Dios — cualquiera sea la forma que esta obra pueda tomar — ya sea el fundamento en el alma, o el fundamento de la iglesia en la tierra, por medio de los apóstoles y la venida del Espíritu Santo. Ningún fracaso del hombre puede anular el fundamento que Dios ha puesto, o evitar que Dios complete lo que Él ha comenzado.
En segundo lugar, se nos dice para nuestro consuelo, “Conoce el Señor a los que son suyos,” y, como alguien ha dicho, ‘Este conocimiento es nada menos que un conocimiento de corazón a corazón, una relación entre el Señor y los que son Suyos.’ La confusión ha llegado a ser tan grande, creyentes e incrédulos se hallan en una asociación tan cercana, que, en lo que respecta a la masa, nosotros no podemos decir categóricamente quién es del Señor y quién no lo es. En una condición tal, que consuelo es saber que lo que es de Dios no puede ser desechado, y aquellos que son del Señor, aunque estén escondidos en la masa, a la larga no se pueden perder.
La obra de Dios, y los que son del Señor, saldrán a la luz en “aquel día” al cual el apóstol alude una y otra vez en el curso de la Epístola (2 Timoteo 1:12, 18; 2 Timoteo 4:8).
Habiendo consolado nuestros corazones en cuanto al carácter permanente de la obra de Dios y la seguridad de aquellos que son del Señor, el siervo de Dios instruye al individuo de qué manera actuar entre las corrupciones de la Cristiandad.
Después de la partida de los apóstoles, la decadencia comenzó rápidamente y ha continuado a través de los siglos hasta que, hoy en día, vemos en la Cristiandad la solemne condición predicha por Pablo. Además, como hemos visto, el apóstol no mantiene ninguna esperanza de recuperación por parte de la masa. Por el contrario, él nos advierte más de una vez que, con el paso del tiempo, habrá un incremento del mal. No sólo aumentarán “los discursos profanos y vacíos” (2 Timoteo 2:16 — Versión Moderna), sino que los “hombres malos y los impostores irán de mal en peor” (2 Timoteo 3:13 — Versión Moderna), y llegará el tiempo cuando los que componen la profesión cristiana “no soportarán la sana doctrina” y, “apartarán sus oídos de la verdad” (2 Timoteo 4:3-4 — LBLA).
Si, como se nos muestra, no hay ninguna perspectiva de recuperación para la gran masa de la profesión cristiana, ¿cómo debe actuar el individuo que desea ser fiel al Señor? Esta pregunta profundamente seria es abordada y respondida por el apóstol en el importante pasaje que sigue a continuación — un pasaje que señala claramente la senda de Dios para el individuo en un día de ruina (2 Timoteo 2:19-22).
Primeramente, notemos que no se nos dice que dejemos aquello que profesa ser la casa de Dios en la tierra. Esto es imposible a menos que salgamos de la tierra o nos convirtamos en apóstatas. No debemos abandonar la profesión del cristianismo a causa de que, en manos de los hombres, esa profesión ha llegado a corromperse. Es más, no se nos dice que reformemos la profesión corrupta. A la Cristiandad, como un todo, ya no es posible reformarla. Sin embargo, si no debemos dejar la profesión, ni debemos procurar reformar la masa, ni establecernos quietamente y aprobar la corrupción asociándonos con ella, ¿cuál es el curso que deberíamos seguir?
Habiendo consolado nuestros corazones el apóstol procede a presentar ante el creyente individual la senda en la cual Dios querría que caminara en un día de ruina. Podemos estar seguros que, no obstante lo oscuro que sea el día, cuán difíciles sean los tiempos, cuán grande sea la corrupción, nunca ha habido, ni nunca habrá, un período en la historia de la iglesia en la tierra cuando los piadosos son dejados sin instrucción en cuanto a la senda en medio de la ruina. Dios ha visto con anticipación la ruina, y Dios ha suministrado en Su palabra lo necesario para un día de ruina. Nosotros podemos, por no estar ejercitados, no discernir la senda; por carecer de fe, podemos vacilar en tomarla; a pesar de todo, la senda de Dios está señalada para nosotros tan claramente en el día más oscuro como en el más resplandeciente.
Entonces, si Dios ha señalado una senda para Su pueblo en un día de ruina, es evidente que no se nos deja que inventemos una senda o que simplemente hagamos lo mejor que podamos hacer. Nuestra parte es procurar discernir la senda de Dios y entrar en ella en la obediencia de la fe, buscando al mismo tiempo la gracia de Dios que nos mantenga en la senda.
La separación del mal es el primer paso en la senda de Dios. Si no puedo reformar los males de la Cristiandad, yo soy responsable de andar en orden. Aunque no puedo renunciar a la profesión del cristianismo, puedo, en efecto, separarme de los males de la profesión. Notemos cuidadosamente cuántas veces, bajo diferentes términos y diferentes maneras, se insta a la separación del mal en la Epístola. El Apóstol dice:
Evita los discursos profanos y vacíos” — (2 Timoteo 2:16, Versión Moderna);
Apártese de iniquidad” — (2 Timoteo 2:19);
“Si pues se purificare alguno de éstos” de los instrumentos para usos viles, (2 Timoteo 2:21 — Versión Moderna).
Huye también de las pasiones juveniles” — (2 Timoteo 2:22);
Evita las cuestiones necias y nacidas de la ignorancia”  — (2 Timoteo 2:23, Versión Moderna);
Apártate también de los tales” — (2 Timoteo 3:5, Versión Moderna).
En primer lugar, entonces, le corresponde a todo aquel que invoca el Nombre del Señor apartarse de la iniquidad. No debemos unir el Nombre del Señor con el mal en ninguna forma. La confusión y el desorden de la Cristiandad ha llegado a ser tan grande que, por un lado, podemos fácilmente juzgar mal que una persona no es del Señor, cuando en el fondo es un creyente verdadero — pero, “Conoce el Señor a los que son suyos.” Por otro lado, aquel que confesa al Señor es responsable de apartarse de la iniquidad. Si él rechaza hacerlo, no puede quejarse si es juzgado mal. En un día de confusión ya no es suficiente que una persona confiese al Señor. Su confesión debe ser puesta a prueba. La prueba es, ¿nos sometemos a la autoridad del Señor separándonos de la iniquidad? Permanecer asociados con el mal y con el Nombre del Señor es unir Su Nombre con el mal.
(Vv. 20-21). En segundo lugar, no solo debemos separarnos de la iniquidad sino también de las personas asociadas con el mal, llamados aquí utensilios para usos viles (RVR60), o vasos para deshonra (Versión Moderna). El apóstol utiliza la ilustración de una gran casa de un hombre de mundo para presentar la condición en que la Cristiandad ha caído. Aquello que toma el lugar en la tierra de ser la casa de Dios, en lugar de estar aparte del mundo y en contraste al mundo, ha llegado a ser como el mundo y como las casas del mundo, en las que hay utensilios (o vasos) de diferentes materiales utilizados para diferentes propósitos, pero en las cuales los utensilios (o vasos) para usos honrosos pueden ser hallados en contacto con utensilios (o vasos) para usos viles (o para deshonra). Si, no obstante, un utensilio (o vaso) ha de ser útil al Señor (o útil al Dueño), no debe estar en contacto con un utensilio para uso vil (o para deshonra).
De este modo, el creyente que será útil al Señor es aquel que ‘se limpia él mismo’ de utensilios para usos viles. Se ha señalado que el único otro lugar en el Nuevo Testamento en que la palabra traducida “limpia” es usada es en 1 Corintios 5:7, donde la asamblea de Corintios es instruida de este modo, “limpiaos . . .de la vieja levadura.” Cuando la asamblea estaba en su condición normal, y un perverso era hallado en medio de ellos, se les había instruido ‘quitar’ de entre ellos mismos a la persona perversa (1 Corintios 5:13). Aquí (V. 20), el apóstol prevé un tiempo cuando la masa profesante estará en una condición tan baja que no habrá poder para quitar al perverso. En una condición tal, cuando toda reconvención piadosa es en vano, los piadosos son instruidos a separarse de los utensilios para usos viles. En ambos casos el principio en el mismo: no debe haber ninguna asociación entre el piadoso y el impío. Para rechazar tal asociación, en un caso — la condición normal — la asamblea debe ‘limpiarse . . . de la vieja levadura’: en el otro caso — cuando ya no hay poder para lidiar con el mal — el instrumento para honra debe ‘limpiarse él mismo’ de los utensilios para usos viles separándose de ellos. Alguien ha dicho, ‘Por consiguiente, si cualquiera que lleva el Nombre del Señor, y bajo el pretexto de la unidad, o por amor a la comodidad, o por parcialidad para con sus amigos, tolera el mal que la Escritura muestra que Dios aborrece, un hombre piadoso no tiene otra opción, sino que está obligado a oír la palabra divina y a limpiarse de estos vasos para deshonra.’
Así, está claro que debemos dejar de hacer el mal antes de aprender a hacer el bien; ya que es solamente separada del mal que cualquier persona es santificada e idónea para el uso que le quiera dar el Señor y preparada para toda buena obra. La medida de nuestra separación será la medida de nuestra preparación. Alguien ha dicho con razón, ‘En cada época de la iglesia cualquier pequeño esfuerzo por obedecer este mandato ha tenido su recompensa, ya sea que haya sido observado por uno o por más; y quienquiera que se tome el trabajo de investigar el curso de cualquier distinguido siervo del Señor, o de una compañía de creyentes, hallará que la separación del mal circundante fue una de las características principales, y que el servicio y la honra fueron proporcionales a esto, pero que disminuyeron y menguaron cuando esta llave al servicio fue descuidada o no fue utilizada.’
Para su aliento y estímulo, aquel que actúa conforme a este mandato, se asegura que no sólo será útil para el Señor, sino que él será un “instrumento para honra.” Él puede tener que enfrentar las afrentas, e incluso la burla, de aquellos de quienes se separa, pero, dice el apóstol que “será instrumento para honra.”
Estos versículos muestran que la separación es de un carácter doble; primero, debemos retirarnos de todo sistema inicuo; en segundo lugar, debemos separarnos de personas deshonrosas.
Aquí, entonces, está nuestra autorización para que el individuo se separe de todos estos grandes sistemas de los hombres, que desechan a Cristo como la única Cabeza de Su cuerpo, en los que creyentes e incrédulos están asociados juntos, y en los que no hay poder para lidiar con el mal o admitir principios que hacen imposible que se pueda lidiar con el mal.
(V. 22). La instrucción a separarse del mal es seguida por el mandato igualmente importante, “Huye también de las pasiones juveniles.” Habiéndonos separado de las corrupciones de la Cristiandad, debemos tener cuidado de no caer en las corrupciones de la naturaleza. “Pasiones juveniles” no sólo aluden a los más indecorosos deseos de la carne, sino también a todas esas cosas que la naturaleza caída desea con la irreflexiva impetuosidad y obstinación de la juventud. Nunca estamos en mayor peligro de actuar en la carne que cuando hemos actuado en infidelidad al Señor. Alguien ha dicho, ‘podemos ser seducidos al relajo moral a través de nuestra satisfacción en nuestra separación eclesiástica.’ Cuan razonable es, entonces, esta exhortación a huir también de las pasiones juveniles, siguiendo, como lo hace, el mandato de apartarse de la iniquidad y separarse de los utensilios para usos viles.
Habiéndonos separado de las corrupciones de la Cristiandad y habiendo rechazado las corrupciones de la naturaleza, somos exhortados a procurar ciertas grandes cualidades morales las cuales dan un carácter positivo a la senda. No se nos dice que sigamos a algún maestro prominente, aunque debemos reconocer de buena gana todo don, si conduce en la senda que tiene estas marcas. Las cualidades que debemos procurar son “la justicia, la fe, el amor y la paz.”
La justicia viene necesariamente en primer lugar, ya que de lo que se trata aquí es de la senda individual. Habiéndonos separados de la iniquidad debemos juzgar nuestros caminos y ver que todas nuestras relaciones prácticas, sean en conexión con el mundo o con el pueblo de Dios, estén de acuerdo con la justicia.
Luego viene la fe y esto angosta la senda aún más, ya que la fe tiene que ver con Dios; y no todo camino justo es un camino de fe. La justicia práctica hacia los hombres, en el sentido de un trato honesto los unos con los otros, puede existir sin fe en Dios. La senda de Dios para los Suyos a través de este mundo demanda el ejercicio constante de la fe en el Dios viviente. No sólo necesitamos una senda que caminar, sino que necesitamos fe para caminar la senda.
El amor es lo que sigue. Si estamos en relaciones correctas con lo demás, y caminando por fe en Dios, nuestros corazones serán libres para sentir una gran compasión por los demás. La “fe en el Señor Jesús” va seguida por el “amor para con todos los santos” (Efesios 1:15; Colosenses 1:4).
La paz viene al final y en su debido lugar como el resultado de la justicia, de la fe y del amor. La justicia encabeza la lista y la paz la cierra, pues “la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz” (Santiago 3:18 — LBLA). A menos que sea guardada por las cualidades que la preceden, procurar la paz puede degenerar en indiferencia a Cristo y en consentimiento del mal.
Aquí tenemos, entonces, enseñanzas claras para nuestro caminar individual en un día de ruina. Las enseñanzas, no obstante, no finalizan con estas instrucciones individuales, ya que, en este punto, el apóstol pasa de lo que es individual a lo que es colectivo. Él nos dice que estas cualidades han de ser procuradas “con los que invocan al Señor con corazón puro” (V. 22 — Versión Moderna). Las palabras “con los” (plural) introducen claramente lo que es colectivo. Esto es de la más profunda importancia, ya que, sin esta enseñanza, podríamos preguntarnos, ¿Qué autorización nos da la Escritura para caminar con otros en un día de ruina? Aquí está nuestra autorización: no se nos deja aislados. Siempre habrá otros quienes, en un día de ruina, invocan al Señor con corazón puro. Invocar al Señor es la expresión de dependencia en el Señor y parece especialmente conectada con un día de alejamiento del Señor. En los malvados días de Set leemos que, “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4:26). Así, también, leemos de Abraham, cuando salió de su tierra, y de su parentela y de la casa de su padre, que él “invocó el nombre de Jehová” (Génesis 12:8). De este modo tenemos una compañía que, en lealtad al Señor, se han separado de las corrupciones de la Cristiandad y, en este lugar afuera, caminan en dependencia del Señor, y lo hacen teniendo un corazón puro. Un corazón puro no es uno que afirma ser puro, sino más bien un corazón que, bajo la mirada del Señor, sigue la justicia, la fe, el amor y la paz.
De esta manera, tenemos una senda determinada señalada por la Palabra de Dios para un día de ruina caracterizada:
-En primer lugar, por la separación de las corrupciones de la Cristiandad;
-En segundo lugar, por la separación de las corrupciones de la carne;
-En tercer lugar, por procurar ciertas cualidades morales;
-En cuarto lugar, por la asociación con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro.
Si, entonces, unos pocos se hallan reunidos, conforme a estas claras instrucciones, puede surgir la pregunta, ¿Qué principios han de guiarles en su adoración, al recordar al Señor, en sus reuniones para edificación, en su servicio, y en su forma de vida los unos para con los otros y para con el mundo? La respuesta es simple: los tales hallarán de inmediato que todos los principios para el ordenamiento de cada detalle de la asamblea de Dios están disponibles para guiarles, tal como se nos presentan en la Primera Epístola a los Corintios y en otras porciones del Nuevo Testamento, principios que ninguna ruina de la iglesia puede anular. Además, habiéndose separado de los males de la Cristiandad, los tales hallarán que muchos principios e instrucciones para la administración práctica de la iglesia, que difícilmente habría sido posible llevar a cabo en el sistema de los hombres, pueden ser aplicados ahora en sencillez. Así, los que aceptan la senda de Dios en un día de ruina hallarán que aún es posible caminar en la luz de la asamblea tal como fue constituida al principio. Ellos, de hecho, no tratarán de establecer que son la asamblea, o incluso de ser un modelo de la asamblea pues, a lo más, no son más que unos pocos individuos que se han separado de las corrupciones de la Cristiandad y por eso, si dan testimonio, sólo dan testimonio de la condición arruinada de la iglesia en estos días finales, más que ser un modelo de la iglesia en sus tempranos días.
(D) El Espíritu En El Cual Hacer Frente a La Oposición (Vv. 23-26)
En los versículos que cierran el capítulo tenemos una advertencia importante para el siervo del Señor. En referencia a esta senda de separación de las corrupciones de la Cristiandad, el apóstol prevé que al existir aquellos que van a obedecer estas instrucciones, también van a existir aquellos por medio de los cuales iban a recibir vigorosa oposición. La afirmación de estas verdades traería a la imaginación una multitud de “cuestiones necias, y nacidas de la ignorancia” (V. 23 — Versión Moderna). La experiencia ha demostrado cuán verdadero es esto. Casi todo argumento que el ingenio humano puede sugerir ha sido utilizado para anular las claras enseñanzas de este pasaje. Se nos advierte que estos argumentos ‘engendrarán contiendas.’ Independientemente de lo que suceda, el siervo de Dios no debe dejarse llevar a la contienda — él “no debe ser contencioso.” Si él permite dejarse llevar a la contienda, se puede encontrar completamente derrotado, aunque esté defendiendo la absoluta verdad. El siervo debe recordar que es solamente el siervo y no el Maestro. Como siervo del Señor, su tarea es exhibir el carácter del Señor — amabilidad, aptitud para enseñar, paciencia y mansedumbre en presencia de la oposición. La tendencia natural es defender y aferrarse a aquello con lo cual uno está asociado, incluso aunque ello sea completamente anti-escriturario. Por eso el primer efecto de la presentación de estas verdades es a menudo levantar oposición. Si, como puede ser, el siervo mismo una vez se opusiera, le conviene tener gran paciencia y mansedumbre al procurar instruir a los demás. Al presentar la verdad no debe ser con el pensamiento de que mediante su clara presentación, o mansedumbre de maneras, esta será aceptada, sino con la determinada conciencia de que sólo Dios es quien puede traer a alguno al “conocimiento de la verdad.” (V. 25 — Versión Moderna).

4. Los Recursos Del Piadoso En Los Postreros Días

(2 Timoteo 3)
En el segundo capítulo se nos es enseñada con respecto a la baja condición de la iglesia profesante, manifestándose ya en aquel día. Este tercer capítulo nos da una solemne descripción de la terrible condición en la que caerá la profesión cristiana en los últimos días.
Al vivir nosotros en estos días podemos estar agradecidos de que no se nos deja que nos formemos nuestro propio juicio en cuanto a la condición de la Cristiandad. Dios ha predicho y ha descrito esta condición, de modo que podamos tener una estimación justa, y entregada divinamente, del pueblo de Dios profesante.
Careciendo de un pensamiento verdadero del cristianismo tal como la Escritura lo presenta, la masa de la profesión cristiana ve el cristianismo meramente como un sistema religioso a través del cual el mundo será reformado gradualmente y los paganos serán civilizados. Incluso, muchos de los hijos de Dios, con sólo un conocimiento parcial de la salvación que trae el evangelio, abrigan la falsa expectativa de que, mediante la propagación del evangelio, el mundo se convertirá gradualmente y el Milenio será introducido.
Así, entre los meros profesantes, y en muchos de los verdaderos hijos de Dios, existe la equivocada impresión de que la Cristiandad está progresando hacia una victoria triunfante sobre el mundo, la carne y el diablo. La verdad evidente de la Escritura es que la iglesia, contemplada en la responsabilidad de los hombres, ha sido arruinada tan completamente que la masa de los que forman la Cristiandad va camino del juicio.
Los escritores inspirados del Nuevo Testamento se unen al advertirnos del mal predominante de la profesión cristiana en los últimos días y del juicio que alcanzará a la Cristiandad. Santiago nos dice que “el juez está a las puertas” (Santiago 5:7-9 — Versión Moderna); Pedro nos advierte que “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” y que, en los postreros días, la profesión cristiana estará caracterizada por burladores y un materialismo grosero (1 Pedro 4:17; 2 Pedro 3:3-5); Juan nos advierte que en el último tiempo surgirán anticristos del círculo cristiano (1 Juan 2:18-19); Judas nos habla de la apostasía venidera; y el apóstol en este pasaje solemne nos prepara para la espantosa corrupción que caracterizará a la profesión cristiana en su final.
Sin embargo, si para nuestra advertencia tenemos esta detallada descripción de la forma en que concluyen los días finales, del mismo modo tenemos, para el estímulo del piadoso, una revelación igualmente clara de la plenitud de nuestros recursos para permitir al creyente escapar de las corrupciones de la Cristiandad y vivir piadosamente en Cristo Jesús.
Estas, entonces, son los dos grandes asuntos de este tercer capítulo — el mal de la Cristiandad profesante en los últimos días y los recursos del piadoso en presencia del mal.
(a) Las Corrupciones De La Cristiandad En Los Últimos Días (Vv. 1-9)
(V. 1). Dios no querría que quedásemos ignorantes en cuanto a la condición de la Cristiandad, ni que, bajo ningún pretexto especial de caridad, fingiéramos indiferencia al mal. Por consiguiente, el siervo de Dios abre esta parte de su enseñanza con las palabras, “También debes saber esto ... ” Él prosigue entonces a advertirnos de que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos (o ‘difíciles’).”
(Vv. 2-5). El apóstol procede a darnos con suma precisión un cuadro terrible de la condición en que la Cristiandad caerá, delineando detalladamente las características preponderantes de aquellos que formarán la masa de la profesión cristiana es esos últimos días. El Espíritu de Dios habla de estos profesantes religiosos como de “hombres” pues no hay ninguna base para llamarles santos o creyentes. Sin embargo, es de notar, que el apóstol no está describiendo la condición de “hombres” paganos sino la de aquellos que profesan ser cristianos fingiendo la forma externa de piedad. En este cuadro terrible diecinueve características son hechas desfilar ante nosotros.
(1) “Los hombres serán amadores de sí mismos.” (Versión Moderna). La primera y destacada característica de la Cristiandad en estos días es el amor al yo. Esto está en contraste directo al cristianismo verdadero que nos enseña que Cristo “murió por todos, para que los que viven, no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió, y volvió a resucitar” (2 Corintios 5:15 — Versión Moderna).
(2) “Avaros” (RVR60) o, “amadores del dinero” (Versión Moderna). Amarse a sí mismo conducirá a amar el dinero, pues con ello los hombres pueden comprar aquello que contribuirá a la gratificación del yo. El cristianismo nos enseña que el amor al dinero es la raíz de todos los males, y que aquellos que lo codicien se extraviarán de la fe y serán traspasados de muchos dolores (1 Timoteo 6:10).
(3) “Vanagloriosos.” El amor al dinero hará que los hombres se vuelvan vanagloriosos (o jactanciosos). Leemos en la Escritura acerca de los que “confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan” (Salmo 49:6); y otra vez, “el malo se jacta del deseo de su corazón, bendice al codicioso, y desprecia a Jehová” (Salmo 10:3). Los hombres no solamente se jactan de su habilidad adquiriendo riqueza, sino que, habiendo acumulado riquezas, ellos a menudo aprovechan la oportunidad para hacer notorios sus actos de caridad, en contraste a la humilde gracia del cristianismo que nos enseña dar de tal manera que la mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha.
(4) “Soberbios” o ‘arrogantes.’ La jactancia que lleva a gloriarse en uno mismo está estrechamente ligada con la arrogancia, o soberbia, que da mucha importancia al nacimiento, a la posición social y a las capacidades naturales, en contraste al cristianismo que nos conduce a estimar esas cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor (Filipenses 3:8).
(5) “Blasfemos” o ‘maldicientes.’ La soberbia conduce a la blasfemia. Orgullosos de sus logros y de sus habilidades intelectuales, los hombres no dudan en hablar “mal de cosas que no entienden” (2 Pedro 2:12); y hablan “palabras contra el Altísimo” (Daniel 7:25) y atacan la Persona y la obra de Cristo, rechazando la revelación y mofándose de la inspiración.
(6) “Desobedientes a los padres.” Si los hombres son capaces de blasfemar contra Dios, nos asombra poco que sean desobedientes a los padres. Si tienen poco respeto por las Personas divinas, no tendrán ningún respeto para con las relaciones humanas.
(7) “Ingratos” o ‘desagradecidos’. Para aquellos que son desobedientes a los padres, toda misericordia de Dios es recibida como un asunto de derecho adquirido donde no hay ningún llamamiento al agradecimiento. El cristianismo nos enseña que todas las cosas creadas son misericordias “para que con acción de gracias” participen de ellas, “los creyentes y los que han conocido la verdad” (1 Timoteo 4:3).
(8) “Impíos” o “profanos.” Si los hombres no agradecen las bendiciones temporales y espirituales, ellos pronto despreciarán y desdeñarán la misericordia y la gracia que concede las bendiciones. Esaú despreció profanamente la primogenitura mediante la cual Dios le habría bendecido.
(9) “Sin afecto natural.” El hombre que trata ligeramente el amor y la misericordia de Dios pronto perderá el afecto natural hacia sus semejantes. El amor por sí mismo conduce a ser indiferente a los lazos de la vida familiar, o incluso a ver estos lazos como un obstáculo para la propia satisfacción.
(10) “Desleales” (RVR09), o “implacables” (RVR60). El hombre que es insensible al llamamiento del afecto natural seguramente será implacable, o será un hombre que no está abierto a ser convencido y que no puede ser apaciguado.
(11) “Calumniadores” o ‘falsos acusadores.’ Aquel cuyo espíritu vengativo es insensible a toda instancia no dudará en calumniar o acusar falsamente a aquellos que contraríen su voluntad.
(12) “Intemperantes” (RVR60) o “desenfrenados” (LBLA). El hombre que no duda en calumniar a los demás con su lengua, será uno que pierde el control de sí mismo fácilmente y actúa sin restricción.
(13) “Crueles” (RVR60), o “fieros” (Versión Moderna), o “salvajes” (LBLA y Versión J. N. Darby en Inglés). Aquel que calumnia a los demás al hablar y actúa sin restricción, exhibirá una disposición salvaje que carece totalmente de la gentileza que caracteriza al espíritu cristiano.
(14) “Aborrecedores de los que son buenos” (Versión Moderna), o “aborrecedores de lo bueno” (RVR60). La disposición salvaje ciega inevitablemente a los hombres a aquello que es bueno. No se trata solamente de que existan aquellos en la profesión cristiana que aman el mal, sino que ellos realmente aborrecen “lo bueno.”
(15) “Traidores.” No teniendo amor por lo que es bueno, los hombres no vacilarán en actuar con la malicia que traiciona las confianzas y que no tiene respeto por las intimidades de aquellos de quienes ellos profesan tratar como amigos.
(16) “Arrebatados” (RVR09), o “impetuosos” (RVR60, LBLA), o “protervos” (Versión Moderna). El hombre que puede traicionar a sus amigos es uno que procurará determinadamente hacer su voluntad, indiferente a las consecuencias y sin consideración por los demás.
(17) “Infatuados” (RVR60), o “hinchados de orgullo” (Versión Moderna), o “envanecidos” (LBLA). Lleno de vanidad, el hombre infatuado busca cubrir su obstinación bajo el vano fingimiento de que él está actuando por el bien general.
(18) “Amadores de los placeres, más bien que amadores de Dios” (Versión Moderna). Siendo vanas las pretensiones de los hombres, sus búsquedas carecerán igualmente de toda seriedad. Las nubes del juicio venidero se pueden estar reuniendo pero la Cristiandad, cegada por su propia vanidad y egoísmo, se abandona a sí misma a un torbellino de entusiasmo, procurando encontrar su placer en el gozo sensual, siendo los ministros profesantes de la religión, muy a menudo, los líderes en toda clase de placer mundano.
(19) “Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (RVR60), o “teniendo la forma de la piedad, mas negando el poder de ella” (Versión Moderna). De este modo, en los días finales de la Cristiandad, se hallará a la masa profesante abandonándose a toda forma de mal, mientras procura cubrir su maldad con el manto de la santidad. Así, los cristianos nominales llegan a ser más malvados que los paganos, pues, mientras se complacen en todos los males del paganismo, ellos añaden a su maldad procurando ocultarlo bajo la forma de cristianismo, aunque completamente desprovisto de su poder espiritual. ¿Qué puede ser más desesperadamente malvado que el esfuerzo por usar el Nombre de Cristo como un manto para cubrir el mal? Es este manto de santidad lo que constituye los “días peligrosos” de los postreros días, pues la apariencia de piedad a veces engaña incluso a verdaderos cristianos.
Se observará que el primer mal y aquel que es destacado en primer lugar en este cuadro terrible es el incontrolable egoísmo de los hombres que conduce a todos los demás males. Los hombres, al ser amadores de sí mismos, codiciarán para ellos mismos y se jactarán de sí mismos. Jactándose de sí mismos, serán intolerantes a toda restricción sobre su yo, sea humana o divina. El amor a sí mismos y la gratificación del yo harán que los hombres sean desagradecidos, impíos y los conducirá a anular el afecto natural, y los convertirá en implacables y calumniadores. El amor al yo conducirá a los hombres a dar libre curso a sus pasiones, conduciendo al salvajismo en presencia de todo lo que frustra su voluntad. Este mismo amor al yo conducirá a los hombres a despreciar lo que es bueno, a traicionar confianzas, y, con vanidad precipitada, a ser amadores del placer en vez de ser amadores de Dios.
Tal es el cuadro terrible que la Escritura presenta de los últimos días de la profesión cristiana. Israel, que fue puesto aparte de todas las naciones para dar testimonio del Dios verdadero, fracasó tan completamente en la responsabilidad que al final se tuvo que decir de ellos, “el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2:24). Pero con una luz mucho mayor y con mayores privilegios, cuánto más terrible ha sido el fracaso de la iglesia profesante. Establecida para ser un testigo para Cristo en el tiempo de Su ausencia, la gran masa de aquellos que profesan el Nombre de Cristo se han hundido por debajo del nivel de los paganos y se han convertido en la expresión de la voluntad y de las pasiones de los hombres, y de este modo han llevado al bendito Nombre de Cristo a ser vituperado. ¿Podemos asombrarnos de que el fin será que aquello que profesa el Nombre de Cristo en la tierra será vomitado de Su boca? Sin embargo, no olvidemos que en medio de esta vasta profesión Dios tiene a los Suyos, y el Señor conoce a los que son Suyos. Ninguno de los que son Suyos se perderá, y al final aquellos que forman la verdadera iglesia de Dios serán presentados a Cristo sin mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:27).
Mientras tanto, el pueblo verdadero de Dios — los que invocan al Señor con un corazón puro — son claramente instruidos a ‘evitar’ la profesión corrupta de la Cristiandad (2 Timoteo 3:5 — “a éstos evita”). No se nos llama a contender con los que forman esta gran profesión, y aún menos a pedir que el juicio caiga sobre ellos. Nosotros debemos evitar a los tales y abandonarlos al juicio de Dios.
Solamente en la medida que estemos separados de la profesión corrupta de la Cristiandad apreciaremos verdaderamente su terrible condición o daremos algún testimonio adecuado a la verdad.
Percatándonos de la condición de la Cristiandad, nos humillaremos ante Dios, confesando nuestro fracaso y debilidad, recordando que nosotros también tenemos la carne en nosotros que, de no ser por Su misericordia, puede traicionarnos fácilmente en cualquiera de estos males.
(Vv. 6-9). El escritor ha descrito la terrible condición que caracterizará a la Cristiandad como un todo en los últimos días. Él nos advierte ahora contra un mal particular que se desarrollará a partir de esta corrupción. Una clase especial de personas surgirá, quienes serán instrumentos activos en la resistencia a la verdad mediante la enseñanza del error. Completamente aparte de su falsa enseñanza, los tales son condenados por los métodos subrepticios que ellos adoptan. Leemos que ellos “se meten en las casas.” Es característico del error que rehúya la luz y que primeramente deba ser promulgado secretamente. Luego, cuando el terreno ha sido preparado secretamente mediante métodos subrepticios, los proponedores del error, no temen declarar abiertamente su falsa doctrina. Habiéndose declarado abiertamente el error, generalmente sale a la luz que éste ha sido mantenido y enseñado secretamente por años.
Además, estos falsos maestros son condenados por el hecho de que ellos ejercen atracción sobre aquellas que son caracterizadas como “mujercillas,” las que estarían en posición de influenciar los hogares y las familias de cristianos profesantes. El apóstol probablemente utiliza la término despectivo “mujercillas” para resaltar una clase disoluta de personas (sea hombre o mujer) que son gobernadas por sus emociones y pasiones, más que por la conciencia y la razón. Con mentes obsesionadas con el error, aunque enorgulleciéndose de que “siempre están aprendiendo,” estas personas “nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad.” El error deja a sus víctimas en las tinieblas de la incertidumbre.
Tales maestros, como antiguamente Janes y Jambres, resisten la verdad mediante la imitación de las formas externas de la religión, aunque están completamente desprovistos de todo lo que es vital en el cristianismo. Los tales son “hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe.” El origen de todo falso sistema en la Cristiandad puede ser rastreado hasta hombres cuyas mentes han sido corrompidas por el mal y son hallados sin ningún valor en cuanto a la fe.
No obstante, Dios, en Sus modos gubernamentales, a menudo permite que estos falsos maestros sean totalmente expuestos ante los ojos “de todos.” Una y otra vez la “insensatez” de estos sistemas religiosos, así como las vidas malvadas de muchos de sus líderes, han sido expuestas tan plenamente ante el mundo que se han convertido en objetos de desprecio a los ojos de todos excepto de sus engañadas victimas.
(B) Los Recursos Del Piadoso En Presencia Del Mal (Vv. 10-17)
En la mitad anterior del capítulo somos instruidos en la rica provisión que Dios ha hecho para que Su pueblo pueda ser preservado de las corrupciones de la Cristiandad y pueda actuar como conviene al hombre de Dios en los postreros días.
(Vv. 10, 11). En primer lugar, se nos dice definitivamente que la gran salvaguardia contra todo lo que es falso es el conocimiento de lo que es verdad. Así el apóstol puede decir a Timoteo, “Tú empero has conocido perfectamente mi enseñanza, mi conducta, mi propósito, mi fe, mi longanimidad, mi amor, mi paciencia, mis persecuciones, mis padecimientos” (Vv. 10-11 — Versión Moderna). No hay necesidad de conocer plenamente el mal, pues nosotros no escapamos del mal simplemente por conocerlo. Es mediante el conocimiento de la verdad que podemos detectar lo que es falso y contrario a la verdad; y habiendo detectado el mal, somos exhortados a no ocuparnos de él, sino a ‘evitar’ a aquellos que siguen en pos de él. La verdad ha sido presentada en la enseñanza del apóstol y se nos ha revelado en sus Epístolas. Ésta se puede resumir como el descarte del hombre según la carne como estando plenamente corrupto y bajo la muerte, como la condenación del viejo hombre en la cruz de Cristo, y como la introducción de un nuevo hombre en vida e incorruptibilidad, manifestado en Cristo resucitado y glorificado, a quien los creyentes, de entre Judíos y Gentiles, están unidos en un cuerpo por el Espíritu Santo.
Esta doctrina es la que Pablo puede decir a Timoteo que ha “conocido perfectamente” (Versión Moderna). Mientras más plenamente entremos en la enseñanza de Pablo, más definitivamente seremos capaces de detectar y de evitar el mal de estos postreros días.
En segundo lugar, el apóstol puede apelar a su “conducta.” Su vida era plenamente consistente con la doctrina que él enseñaba. En esto, indudablemente, hay un contraste intencionado entre el apóstol y los malos maestros de quienes él ha estado hablando. La insensatez de ellos es expuesta en vista de que sus vidas están en evidente contradicción con la piedad que ellos profesan. Es manifiesto a todos que su profesión de la forma de piedad no tiene poder sobre sus vidas. En el caso del apóstol era completamente de otra manera. En su enseñanza él proclamaba el llamamiento celestial de los santos y, en consistencia con su doctrina, su conducta era la de un extranjero y peregrino cuya ciudadanía está en los cielos. Se trataba de una vida gobernada por un “propósito” definido, vivida por “fe,” exhibiendo el carácter de Cristo en toda “longanimidad, amor, paciencia,” implicando “persecuciones” y “padecimientos.” De este modo la primera gran salvaguardia contra el mal de los postreros días es una vida vivida en consistencia con la verdad. Hay, sin embargo, una fuente adicional de seguridad, pues, en tercer lugar, leemos acerca del sostenimiento del Señor. De esto Pablo puede testificar a partir de su propia experiencia, pues, hablando de los padecimientos y persecuciones involucradas en su vida, él puede decir, “de todas me ha librado el Señor.” Si somos diligentes en conocer la doctrina, si estamos preparados para vivir una vida consistente con la enseñanza, percibiremos el sostenimiento del Señor. Los demás pueden abandonarnos así como lo hicieron con el apóstol; otros pueden pensar que somos demasiado extremos y demasiado intransigentes; pero al contender por la fe, hallaremos tal como él, que el Señor estará a nuestro lado, nos dará fuerzas, nos permitirá proclamar la verdad, nos librará de la boca del león y de toda obra mala, y nos preservará para Su reino celestial (2 Timoteo 3:11; 2 Timoteo 4:17-18).
(Vv. 12-13). Se nos recuerda cuán necesario es el sostenimiento del Señor, al ser advertidos que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. La forma que la persecución toma puede variar en diferentes épocas y en diferentes lugares, pero permanece verdadero el hecho de que uno que se mantiene aparte del mal de la Cristiandad y busca mantener la verdad debe estar preparado para el abandono, los insultos y la maldad. ¿Cómo puede ser de otro modo cuando, en la Cristiandad misma, “los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando, y siendo ellos mismos engañados” (V. 13 — Versión Moderna)?
(V. 14). En cuarto lugar, en presencia del mal, el piadoso hallará seguridad y sostenimiento persistiendo en las cosas que hemos aprendido por medio del apóstol. Así él escribe a Timoteo, “persevera tú en las cosas que has aprendido, y de que has tenido la seguridad, sabiendo de quién las aprendiste” (V. 14 — versión Moderna). Por tercera vez en el curso de esta breve Epístola, Pablo enfatiza la importancia, no sólo de tener la verdad, sino de recibirla de una fuente inspirada si ella ha de ser sostenida con plena seguridad (ver 2 Timoteo 1:13; 2 Timoteo 2:2).
La experiencia demuestra que muy a menudo los creyentes no pueden resistir el error en forma definida debido a que ellos no están plenamente persuadidos o no han tenido la seguridad de la verdad. En presencia del error, y especialmente del error mezclado con la verdad, necesitamos estar plenamente convencidos que las cosas que hemos aprendido son realmente verdad. Esta seguridad sólo la podemos tener sabiendo que aquel de quien hemos recibido la verdad habla con autoridad inspirada. Un maestro nos puede presentar la verdad, pero ningún maestro puede hablar con autoridad inspirada. Él debe dirigirnos a los escritos inspirados si hemos de sostener la verdad en fe y seguridad. En presencia de malos hombres y de engañadores, que van de mal en peor, siempre presentando nuevos desarrollos del mal, podemos bien precavernos de todo lo que profese ser una nueva luz y continuar en las cosas que hemos aprendido.
(Vv. 15-17). De este modo, la salvaguardia final contra el error es la inspiración y la suficiencia de las Sagradas Escrituras. Los hombres dan libre curso a sus interminables y cambiantes teorías, pero en las Escrituras tenemos cada verdad que sería para nuestro provecho preservada en una forma permanente, protegida del error por la inspiración, y presentada con autoridad divina. Sin duda, las Sagradas Escrituras que Timoteo había conocido desde la niñez serían las Escrituras del Antiguo Testamento. Pero, cuando el apóstol declara además, “Toda Escritura es inspirada por Dios” (LBLA), él incluye el Nuevo Testamento con todos los escritos apostólicos. Sabemos que Pedro clasifica todas las Epístolas de Pablo con “las otras Escrituras” (2 Pedro 3:16).
Además, allí se expone ante nosotros el gran beneficio de las Escrituras. Primero, ellas nos pueden hacer sabios “para la salvación, por medio de la fe que es en Cristo Jesús” (V. 15 — Versión Moderna). En segundo lugar, habiendo sido dirigidos a Cristo de modo que hallamos en Él salvación, descubriremos además que “toda Escritura” es “útil” para el creyente, puesto que en la ley de Moisés, los profetas, y los Salmos, nosotros descubriremos cosas acerca de Cristo (Lucas 24:27, 44). Además, hallaremos cuán útil son las Escrituras “para redargüir” (o “para reprender” — LBLA). ¡Es lamentable! podemos estar ciegos a nuestras propias faltas, y tan llenos de nuestra propia importancia, que somos sordos a las reprensiones de los demás; pero, si estamos sujetos a la Palabra, hallaremos que la Escritura trae convicción pues es “viva, y eficaz, y más aguda que toda espada de dos filos ... y es hábil en discernir los pensamientos y propósitos del corazón” (Hebreos 4:12 — Versión Moderna).
Además, Las Escrituras no sólo redarguyen, sino que también son útiles para “corregir.” Habiendo redargüido, ellas corregirán; y habiendo corregido ellas nos enseñarán en la forma que es correcta. Teniendo, entonces, las Escrituras inspiradas, al hombre de Dios le es posible estar completamente establecido en la verdad en presencia del error abundante, y estar “enteramente preparado para toda buena obra” en un día malo.

5. El Servicio De Dios En Un Día De Ruina

(2 Timoteo 4)
En el capítulo tercero el apóstol ha predicho muy plenamente la terrible condición de la profesión cristiana en los postreros días y, además, ha recordado a los creyentes la rica provisión que Dios ha hecho para que ellos puedan estar preparados “para toda buena obra” en un día de mal abundante.
Habiendo presentado la ruina de la profesión y los recursos del piadoso, Pablo, en este cuarto capítulo, da instrucciones especiales para el servicio del Señor en el día de fracaso general.
La experiencia nos dice que en un día en que el mal va en aumento en la profesión cristiana y en un día de debilidad entre el pueblo de Dios, el siervo se puede desalentar fácilmente y desanimarse en su servicio. De ahí la importancia de estas instrucciones en las cuales el escritor, en lugar de permitir que el estado penoso y desesperado de la Cristiandad sea una excusa para la apatía de parte del siervo, lo utiliza como un incentivo para un servicio más ferviente.
(V. 1). El apóstol comienza esta porción de su enseñanza presentando los argumentos de su apelación a los creyentes a perseverar en su servicio para el Señor. Él habla con toda solemnidad como estando ante Dios y Cristo Jesús, el gran Observador de nuestra posición y de la actitud que asumimos, y nos insta al servicio en vista de tres grandes hechos:
Primero, Cristo es el Juez de vivos y muertos. Él es el Arbitrador de la senda que caminamos y de nuestra condición en esa senda. Además, la condición de la profesión cristiana es tal que la mayoría no es convertida y va camino al juicio, sea como hombres vivientes cuando Cristo se manifieste o contados con los muertos ante el Gran Trono Blanco. Nos conviene, entonces, advertir a los hombres acerca del juicio por venir y señalarles al Salvador.
En segundo lugar, Pablo nos anima a continuar en nuestro servicio mediante la gran verdad de la manifestación de Cristo. La mejor traducción es “mediante Su manifestación,” haciendo de esta manifestación un segundo hecho y distinto del juicio de los vivos y los muertos. Él no habla del rapto de la iglesia, sino de la manifestación de Cristo para reinar, ya que el galardón por el servicio siempre está conectado con la manifestación. La Palabra es, “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
En tercer lugar, somos animados al servicio mediante la mención de “su reino.” Toda alma salvada por medio de la predicación del evangelio añadirá a la gloria de Cristo cuando Él venga a reinar y a ser glorificado en Sus santos.
Entonces, ya sea el juicio de los impíos, el galardón del siervo, o la gloria de Cristo, allí está cada incentivo para que el siervo persevere en su servicio.
(V. 2). Habiendo indicado los argumentos de su apelación, el apóstol pronuncia sus encargos para el servicio. Si los hombres son responsables para con Dios, entonces han de predicar “la palabra;” tienen que insistir (o “instar” — Versión Moderna) “a tiempo y fuera de tiempo.” Si Cristo ha de juzgar, entonces han de redargüir (refutar) y reprender a aquellos que viven de una forma que pide juicio. Si los santos van a ser galardonados en la manifestación de Cristo, entonces se tiene que exhortar “con toda paciencia y doctrina.”
El siervo tiene que predicar “la palabra.” Esto no es simplemente el evangelio al pecador, sino “la palabra” de Dios tanto a los pecadores como a los santos. Hay una necesidad, también, para instar a la predicación, así como a predicar en todo tiempo. La palabra de Dios es para todos y en todo tiempo. La refutación y la reprensión se pueden necesitar tanto entre los santos como entre los pecadores. Pero esto sólo puede ser mediante la predicación de la Palabra, pues es solamente la Palabra la que redarguye. Podemos procurar redargüir y reprender mediante nuestras propias palabras y argumentos, sólo para hallar que nosotros irritamos y provocamos resentimiento. Las reprensiones, si han de ser eficaces, deben estar basadas sobre la palabra de Dios. Para aquellos que están dispuestos a someterse a la Palabra y aceptar sus refutaciones y reprensiones, hay palabra de estímulo.
Cualquiera sea la forma que el servicio pueda tomar, este ha de ser llevado a cabo con “toda paciencia” y conforme a la verdad o “doctrina.” La Palabra seguramente hará surgir la oposición de la carne y esto hará que sea necesaria la paciencia de parte del siervo, y la única respuesta efectiva a la oposición está en la doctrina o verdad de la Escritura.
(Vv. 3-4). En el primer versículo el siervo de Dios ha mirado más allá del período presente y, a la luz de lo que viene, apremia la urgencia del servicio. Ahora nuevamente él mira hacia más adelante, pero al final del período cristiano, y utiliza la pasmosa condición que se hallará entre los profesantes del cristianismo como un nuevo incentivo para la actividad en el servicio. Él ya ha hablado de los falsos maestros que se meten en las casas; él habla ahora de las personas mismas. Fracasen o no los maestros, llegará el tiempo cuando las personas, “teniendo comezón de oír,” no soportarán la sana doctrina, sino que “amontonarán para sí maestros, conforme a sus propias concupiscencias” (Versión Moderna). Esta no es una descripción de paganos que nunca han oído la verdad, sino de la Cristiandad en donde los hombres han oído el evangelio pero ya no lo soportarán. Aún así, ellos no renuncian del todo a la profesión del cristianismo pues aún amontonan para sí mismos maestros, pero tienen que ser maestros que no interfieran con la gratificación de sus pasiones mundanas al predicar la verdad.
El hecho de que compañías de cristianos deban escoger un maestro es enteramente extraño a la Escritura y muestra cuán lejos la Cristiandad se ha apartado del orden de Dios para Su asamblea. El resultado de este desorden es que demasiado a menudo el maestro escogido no es más que un ciego guía de ciego, y “si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15:14). Sucede, de este modo, que apartándose de la verdad, los hombres “se volverán a las fábulas.”
(V. 5). Entonces, si la condición de la Cristiandad se ha vuelto tan pasmosa que los que profesan el cristianismo no sufren la sana doctrina, siguen sus concupiscencias y se vuelven a las fábulas, se requiere que el siervo sea “sobrio en todo,” que tenga su juicio formado por la verdad y que no permita que su mente sea influenciada por los males y las fábulas de la masa profesante.
Ya hemos sido exhortados a participar “de las aflicciones por el evangelio” (2 Timoteo 1:8), a sufrir “penalidades” como buenos soldados de Jesucristo (2 Timoteo 2:3); y hemos sido advertidos de que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Ahora somos advertidos adicionalmente que debemos estar preparados para “soportar las aflicciones” debido a los males de la Cristiandad.
Así, el fiel debe estar preparado para sufrir por causa del evangelio, por causa de Jesucristo en el terreno de la piedad de tipo cristiano, y en vista de los males de la época.
Además, no obstante lo malo del momento, y mientras el día de la gracia continúe, el hombre de Dios, cualquiera sea su don, debe desempeñar su obra como un evangelista. El abandono de la verdad por parte de la masa, con la mayor parte de sus así llamadas iglesias entregadas a la mundanalidad y a las fábulas, no hace más que obligar al hombre de Dios a continuar su obra evangelista, y cumplir su ministerio. La obra del Señor no debe ser llevada a cabo a medias. Debemos procurar terminar a la perfección aquello que Él nos ha dado para hacer.
(V. 6). El siervo de Cristo se refiere ahora a su partida como otro incentivo para el servicio. El final de su vida de consagración, y la persecución consiguiente de parte del mundo, estaban tan cerca que él podía decir, “yo ya estoy para ser derramado como una ofrenda de libación” (2 Timoteo 4:6 — LBLA). Él habla de su partida como el tiempo de su “disolución” o de su “suelta” (N. del T.: en griego: analúseos. Ver “Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, de Francisco Lacueva, Editorial Clie. Es un viejo término analuö, desatar, desligar, disolver — Ver “Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento de A. T. Robertson, Editorial Clie). Para él, dejar esta escena era una “disolución” o “suelta” de un cuerpo que le mantenía lejos de Cristo, pero él presenta esto como una razón para que Timoteo cumpla su ministerio. Cuán a menudo, desde ese día, el hecho de que el Señor haya quitado un siervo consagrado ha sido utilizado por Él para despertar a aquellos que son dejados para el servicio activo.
(V. 7). Sin embargo, si la iglesia iba a ser privada de la guía activa del apóstol, su ejemplo permanece para nuestro estímulo. Aquí, entonces, Pablo en vísperas de su partida mira hacia atrás a su trayectoria como siervo, y mira hacia adelante al día de gloria cuando su servicio tendrá su galardón resplandeciente. Mirando hacia atrás, él puede decir, “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” En el tiempo de Pablo la fe ya era atacada por todos lados, y es atacada aún más en nuestro día. Fuera del círculo cristiano la fe recibía oposición de parte de los Judíos ritualistas y de los filósofos Gentiles. Dentro de la profesión cristiana estaban aquellos que habían “errado acerca de la fe” (1 Timoteo 6:21 — Versión Moderna), y algunos que eran “réprobos en cuanto a la fe” (2 Timoteo 3:8). En presencia de esos ataques desde dentro y desde fuera, Pablo podía decir, “He peleado la buena batalla.” Él había batallado por la fe y había “guardado la fe.”
“La fe” es más que el evangelio de nuestra salvación; ella se centra en Cristo e incluye las glorias de Su Persona y la grandeza de Su obra. Implica toda la verdad completa del cristianismo. El apóstol batalló denodadamente por la fe, rehusando permitir cualquier ataque hostil sobre ella desde cualquier sector. No se permitió que ninguna falsa caridad interfiriese con su defensa inflexible de la gloria de la Persona y la obra de Cristo.
(V. 8). Habiendo peleado la buena batalla, acabado la carrera, y guardado la fe, él podía mirar con gran seguridad hacia el futuro y decir, “De ahora en adelante me está reservada la corona de justicia” (V. 8 — Versión Moderna). Él había transitado por la senda de justicia (2 Timoteo 2:22), había seguido la instrucción de justicia (2 Timoteo 3:16), y ahora consideraba llevar la corona de justicia.
Además, la corona de justicia será dada al apóstol por el Señor, el Juez justo. Él había mantenido los derechos del Señor en el día de Su rechazo, y recibirá la corona de justicia en el día de Su gloria. El hombre le había dado al apóstol una prisión; muchos de los santos le habían abandonado, y algunos se le habían opuesto; pero, en cuanto a él, tenía “en muy poco” el que fuera juzgado por los santos o por tribunal humano. Para él el Señor era el Juez (1 Corintios 4:3-5). Él no dice que el juicio de los santos en cuanto a la fidelidad, o de otra manera, de su trayectoria, no era nada; sino que, comparado con el juicio del Señor, era muy poca cosa. Demasiado a menudo los juicios que nos formamos los unos de los otros están pervertidos por personalidades mezquinas y consideraciones egoístas. El Señor es el Juez justo.
Por tercera vez en el curso de la Epístola, el apóstol se refiere a “aquel día” (2 Timoteo 1:12, 18; 2 Timoteo 4:8). En todos los padecimientos, persecuciones, abandonos e insultos que tuvo que enfrentar, ese día brillaba resplandeciente ante él — el día de la manifestación del Señor. Cuánto hay que no podemos comprender y no podemos desenmarañar, cuántos desaires e insultos en presencia de los cuales debemos callar en este día. Pero de todas estas cosas podemos hallar alivio encomendándolas al Señor — el Juez justo — para aquel día, cuando Él “sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y pondrá de manifiesto los propósitos de los corazones; y entonces cada cual tendrá su alabanza de Dios, y no del hombre” (1 Corintios 4:5 — Versión Moderna).
Además, para nuestro estímulo, no se nos dice que la corona de justicia está reservada simplemente para un apóstol, o para un siervo dotado, sino para “todos los que aman su venida.” Nosotros podemos pensar que la corona de justicia está reservada para una gran actividad en la obra del Señor, o solamente para aquellos que están en la vanguardia como los que guían al pueblo de Dios; pero la Palabra no dice que la corona es para los que obran, o para aquellos que son prominentes, sino para los que aman Su venida. Verdaderamente, el gran tema de esta porción de la Epístola es estimular al siervo a que trabaje; pero que sea cuidadoso de que su obra sea gobernada por el amor. Amar Su venida implica que amamos a Aquel que va a venir y, amándole, amamos pensar en el día cuando Aquel que ahora es rechazado y despreciado por los hombres, venga “para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron” (2 Tesalonicenses 1:10). Además, amar Su venida supone que estamos caminando juzgándonos a nosotros mismos, pues leemos que, “todo aquel que tiene esta esperanza puesta en él” — la esperanza de ser como Cristo cuando Él venga — “se purifica, así como él es puro.” (1 Juan 3:3 — Versión Moderna).
En los versículos finales de la Epístola tenemos un hermoso cuadro de las gracias de Cristo, los afectos cristianos y los intereses del Señor que unen a los santos individuales; esto es precioso en cualquier tiempo, pero cuánto más lo es en un día de debilidad y fracaso cuando los que temen al Señor habla cada uno a su compañero (Malaquías 3:16).
(V. 9). Pablo ya ha expresado su deseo de ver a Timoteo, su amado hijo (2 Timoteo 1:2); ahora, en vista de su pronta partida, él insta a Timoteo a venir rápidamente.
(Vv. 10-11). Él anhelaba ver a Timoteo tanto más porque había sufrido la pérdida de un compañero de labores. Demas había abandonado al apóstol, habiendo amado el mundo presente. No dice que Demas había abandonado a Cristo, sino que él halló que era imposible continuar con un representante tan fiel de Cristo y, al mismo tiempo, mantenerse en buenos términos con el mundo presente. Se debía renunciar al uno o al otro. ¡Es lamentable! Él abandonó a Pablo y escogió el mundo. Otros se habían marchado, sin duda alguna, del servicio del Señor. Solamente Lucas estaba con él. Este fiel compañero de sus activas labores permaneció con él en los momentos próximos a su muerte, y el apóstol se deleita en dejar registrado su devoto amor.
Pablo desea especialmente que Timoteo traiga consigo a Marcos. Hubo un tiempo cuando Marcos se había alejado de la obra y del apóstol, a causa de ello, consistentemente rehusó llevarle consigo en su segundo viaje al servicio del Señor. Juzgó que no sería provechoso. Evidentemente que este fracaso por parte de Marcos había sido juzgado y, por lo tanto, todo sentimiento había sido removido, y no se hace ninguna alusión adicional en cuanto al fracaso. Si esta fuese la única referencia a Marcos, nosotros no habríamos sabido nunca de algún fracaso en el servicio. Pablo ya lo había encomendado a la asamblea de los Colosenses (Colosenses 4:10); ahora desea su presencia, y hace notar especialmente que, en el asunto mismo en que él había fracasado, este siervo restaurado iba a ser muy útil, pues, dice el apóstol, “me es útil para el ministerio.”
(V. 12). Tíquico, quien aparentemente había sido enviado anteriormente por el apóstol a Creta (Tito 3:12), fue enviado ahora a Éfeso. Él era uno que estaba dispuesto a servir bajo la dirección del siervo de Cristo.
(V. 13). El hombre natural podría pensar que, en este importante cargo pastoral, el apóstol debería dejar de hablar de un capote y de libros. Nosotros olvidamos que el Dios que ha provisto para nuestra bendición eterna no descuida nuestras más pequeñas necesidades temporales. El abrigo que usamos y los libros que leemos no son asuntos que son indiferentes a Él. En nuestra insensatez podemos pensar que esas cosas están más allá de Su atención; pensando de este modo, estas mismas cosas — el vestido que usamos, los libros que leemos — a menudo se convierten en nuestras mayores trampas.
(Vv. 14-15). Alejandro no es mencionado como un maestro del error, como en el caso de Himeneo, ni como amando este mundo presente como Demas. Él es más bien un activo enemigo personal del apóstol, y, siendo impulsado por una enemistad personal, sin importar lo que Pablo dijera, Alejandro se oponía a sus palabras. Tales personas existían en los días del apóstol, y aún se las encuentra, lamentablemente, en la profesión cristiana, y son quienes resisten lo que se dice, no porque sea incorrecto, sino debido a la enemistad hacia la persona que habla. Conscientes de la injusticia de tales personas, nosotros podemos fácilmente bajar la guardia y enfrentar a la carne actuando en la carne. El siervo del Señor no devuelve a una persona como esa mal por mal, ni maldición por maldición. No dice, ‘Yo trataré de lidiar con él conforme a sus obras;’ él encomienda todo el asunto al Señor, y, por lo tanto, puede decir, “el Señor le retribuirá conforme a sus hechos” (2 Timoteo 4:14 — LBLA). No obstante, el apóstol advierte a Timoteo que se cuide de él. ¡Cuán lamentable! que existan aquellos en la profesión cristiana contra los cuales sea necesario advertir a los santos.
(V. 16). El apóstol encontró en su día, así como muchos han encontrado desde entonces, que la senda se vuelve más angosta mientras nos acercamos a la meta. De este modo, hecho comparecer ante los poderes de este mundo, él tiene que decir, “Nadie estuvo conmigo, antes todos me abandonaron” (Versión Moderna). Este trato, que parece despiadado y cobarde, no hace surgir ningún resentimiento en el corazón de Pablo. Al contrario, le induce a orar por ellos para que esto “no les sea tomado en cuenta.”
(V. 17). Si todos los demás fracasan y nos abandonan, las palabras del Señor permanecen siempre verdaderas, “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Así Pablo encontró, en el día en que los santos le abandonaron, que el Señor estuvo a su lado y le dio “fuerzas.” Si, no obstante, el Señor da fuerzas, no son fuerzas para aplastar a nuestros enemigos, o fuerzas para librarnos de circunstancias difíciles, sino que es poder espiritual para testificar de Él en presencia de Sus enemigos. De modo que el apóstol puede decir, “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen.” De los registros de las predicaciones de Pablo sabemos que la predicación era la proclamación del perdón de pecados “por medio de Él” — de Cristo Jesús, el Hombre resucitado en la gloria (Hechos 13:38). Si a Pablo se le habían dado fuerzas para predicar a Cristo, el mismo Señor ejerció Su poder para librar a Su siervo del peligro inmediato. Así que él no dice, ‘Me libré a mí mismo;’ sino que puede decir, “fui librado de la boca del león.”
(V. 18). Además, el apóstol puede considerar todo con confianza y decir, “el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial.” Como el Salmista puede decir, “Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma” (Salmo 121:7). El reino celestial puede, en efecto, ser alcanzado a través de la muerte de un mártir, pero el alma será preservada a través de todo mal.
Teniendo en mente este reino celestial, el fiel siervo de Dios puede finalizar su Epístola prorrumpiendo en alabanza a Aquel que, a pesar del abandono de los santos, el poder del león o toda obra mala, preservará a Su pueblo para Su reino — y, “A Él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén” (Versión Moderna).
(V. 19). Pablo añade un saludo final a dos santos, Prisca y Aquila, quienes habían estado asociados con él en sus primeras labores y habían permanecido fieles a él en sus días finales (Hechos 18:2). Nuevamente él piensa, también, en la casa de uno que no se avergonzó de sus cadenas (2 Timoteo 1:16-18).
(V. 20). Con el interés que no podemos evitar tener en los movimientos, labores y bienestar de fieles siervos del Señor, Pablo, en su día, registra el hecho de que “Erastos se quedó en Corinto” y que había dejado a Trófimo en Mileto enfermo. Por lo visto, el poder milagroso de sanar que en el curso de su testimonio había sido tan sorprendentemente utilizado por el apóstol, nunca fue utilizado para el alivio de un hermano o un amigo. Como alguien ha dicho, ‘Los milagros, como una regla, eran señales para los incrédulos, no un medio de sanación para la familia de la fe.’
(V. 21). Ningún detalle que concierne a Sus hijos es demasiado pequeño para que no sea considerado por nuestro Dios y Padre. Pablo ya había mencionado el capote y los libros; ahora, él piensa en la estación del año. Timoteo debe esforzarse por venir antes de que el invierno añada a las privaciones de su jornada.
Tres hermanos y una hermana son mencionados por su respectivo nombre como enviando saludos a Timoteo junto con “todos los hermanos”, una prueba, no solamente del amor y la estima en que Timoteo era tenido, sino de la preocupación del apóstol para promover el amor entre los santos.
(V. 22). Pablo finaliza muy maravillosamente la Epístola a Timoteo con el deseo de que el Señor Jesucristo esté con su espíritu. Cuán a menudo nosotros podemos ser correctos en doctrina y principio, e incluso en conducta externa, y aún así, todo esto puede ser estropeado siendo incorrectos en espíritu. Si el Señor Jesús está con nosotros en Espíritu, nosotros exhibiremos en nuestras palabras y modos “el Espíritu de Jesucristo” (Filipenses 1:18). Para esto Timoteo y los santos con él necesitaban gracia; de modo que el apóstol cierra su Epístola con el deseo de que, “La gracia sea con vosotros.”
Que nosotros podamos, también, en estos tiempos más difíciles, saber cómo fortalecernos en la gracia que es en Cristo Jesús, que nuestros espíritus puedan ser guardados en presencia de todo esfuerzo del enemigo para estropear nuestro testimonio despertando la carne. Necesitamos fidelidad inflexible en el mantenimiento de la verdad, combinada con la gentileza de Cristo, no sea que se hable mal hasta del camino de la verdad.