La cama nativa con su elástico de sogas cruzadas parecía sacudirse con simpatía por el temblor de la muchacha africana que yacía sobre ella envuelta en sábanas. Sus dientes chocaban y todo su cuerpo se estremecía sin control. Le tomé el pulso. Iba a los saltos, señalando la elevada temperatura. Anoté una receta en un papel y se la alcancé a Daudi. Salió rápidamente al dispensario para prepararla. Mientras estaba esperando que disminuyeran los temblores, me di cuenta que la joven estaba gravemente enferma. Miré a Sechelela que había venido desde el hospital.
— Sechi, ¿has sabido si Perisi ha salido de la escuela últimamente? ¿Ha visitado alguna de las aldeas o ha ido de safari a alguna parte?
— Jih, Bwana, hace una semana viajó más allá del pantano en dirección al río Ruaha. Bwana, ésa es una zona de agua estancada, de muchos mosquitos y de toda clase de dudus.
— Joh, bueno, eso lo explica todo. Supongo que todo se resume en esto: a ella le ha dado un ataque muy malo de paludismo y además, de alguna manera ...
Sacudí la cabeza dubitativamente.
Daudi llegó jadeando con la medicina. Levantamos a la joven y tragó con esfuerzo. Pronto se sintió más tranquila. Con voz débil, me dijo:
— Bwana, en la casa donde estuve no sólo había mizuguni (mosquitos) sino también mikutupa (garrapatas). Kah, una cantidad muy grande, Bwana. Venían de noche y me atacaban. Mira, a la mañana me encontré quince encima mío, quince muy grandes, del tamaño de tu dedo pulgar.
La vieja africana sacudió la cabeza.
— Jih, Bwana, eso es lo más probable, quizás tenga dos enfermedades a la vez.
Bajo el brazo Daudi traía un bote de lata. Sacó la tapa y me miro de manera inquisitiva. Yo asentí. Sacó una placa de vidrio, un frasco de alcohol y una aguja. Frotó vivamente el pulgar de la joven africana con un algodón. Luego le dio una rápida punzada con la aguja y una gota de sangre cayó en la placa. Daudi limpió el pulgar con un algodón y alcohol y dijo:
— Jih, Bwana, pronto lo sabremos. El microscopio nos dirá cuál es el problema y su historia.
— Kah, Daudi, espero que tengas razón, pero no me gusta esto.
— Bwana, me detuve en el lugar donde hay jirafas y muchos árboles y también muchas hermosas mariposas — dijo Perisi — , a mirar una trampa que habían puesto para atrapar un leopardo, junto a un pozo de agua, y allí, Bwana, fui atacada por muchas mbunga.
— Moscas tse-tse (de la enfermedad del sueño) — dijo Daudi en voz bajísima.
— Hhmm — silbé suavemente — . Entonces Daudi quizás sea la enfermedad del sueño. Lo único que espero es que tu placa nos indique algo.
Por media hora miramos aquella placa, buscando en cada rincón posible, pero no había ninguna señal de paludismo o algo que pudieran producir las garrapatas, ni señal de esos animalejos que técnicamente se llaman tripanosomas y que producen la enfermedad del sueño. Una vez Daudi había descrito con exactitud aquellos seres mortales como salchichas con vela.
Aquella tarde Perisi fue llevada al hospital. Estaba en cama con una altísima temperatura, peligrosamente enferma, sufriendo una fiebre que yo no podía diagnosticar. Me senté con un trozo de papel y comencé a considerar las posibilidades. Más que nada, parecía paludismo. A veces no se pueden localizar los pequeños signos rojizos que indican paludismo dentro de los rojos anillos de los glóbulos de la sangre. Muy cuidadosamente le inyecté quinina en las venas.
Era ya oscuro cuando salí del hospital. Por el cielo volaban los cuervos; otros se posaban en el baobab y me miraban con ojos espumantes y graznaban. De alguna parte salió una piedra que los hizo salir volando y quejándose hasta un baobab más lejano. Detrás estaba Simba.
— Bwana, — dijo — ¿habarí gani? (¿Qué noticias hay?)
— Habari njema (las noticias son buenas) — contesté de acuerdo con la costumbre africana — pero ella está muy enferma.
— Bwana, ¿qué puedo hacer?
— No hay nada que tú puedas hacer en el sentido común de la palabra, Simba, pero quiero que ores y pidas a Dios que me ayude a encontrar la mejor manera de proceder con esta fiebre que Perisi tiene.
— Kah, Bwana, — dijo el africano — . Lo haré con mucha insistencia y fervor.
Le puse la mano en el hombro.
— No te olvides, amigo mío, que en el libro de Dios dice que si dos se pusieran de acuerdo en algo que pidieran, les será hecho por nuestro Padre que está en los cielos. Esas mismas palabras, Simba, fueron dichas por el mismo Jesús. En este asunto los dos estamos de acuerdo. Oremos los dos.
Asintió.
— Jih, Bwana, mira, es algo muy digno eso de seguir los caminos de Dios.
Observé su figura musculosa, desaparecer en el gris de la tarde.
Por la puerta del hospital salió una figura de aspecto extraño, envuelta en una manta magenta. Se oyó una voz de tono muy agudo.
— Bwana, oh, Bwana, debes ayudarme. Bwana, tienes que hacerlo, tienes que hacerlo. Mi hija no debe morir, no puede morir. Si muere, ¿qué ocurrirá con mi fortuna? ¿Cómo voy a obtener una dote por una hija muerta?
Sentí que se me apretaba el puño. La voz se hizo más quejumbrosa.
— Bwana, dale la medicina correcta. Tú le das una buena medicina y yo te pago una vaca, una vaca, Bwana, para que mejore mi hija. Bwana, dale la mejor medicina, la más fuerte que tengas, la que usas para ti mismo.
Por dentro, me bullían muchas palabras, pero afortunadamente no las tuve que usar. Daudi apareció antes que pudiera decir nada. Tomó una punta de la manta roja y arrastró consigo al africano.
— Te vuelves a la cama. No hagas enojar al Bwana que no está interesado en el dinero. No quiere tus vacas. Tendrá una gran alegría si salva la vida de tu hija, pero no por avaricia.
Frente al horizonte pude ver a Simba, su silueta recortada en el cielo nocturno.
— Jongo. No piensa para nada en la salud de su hija — dije, girando sobre los talones — sino en las benditas vacas que conseguirá por la dote.
Pero él sólo pensaba en ayudar a la muchacha por la que sentía un gran afecto de la forma más efectiva que conocía. Más cerca estaba la desgarbada figura del padre de Perisi, su desagradable y gruesa figura tan grande y desagradable como la avaricia de su mente.
Pasó una semana, una semana en la cual la muchacha se fue poniendo peor. Sin un diagnóstico claro, yo había empezado un tratamiento tentativo, probando una y otra droga y esperando en que alguna de ellas atacara la raíz del mal. Pero ninguna de las medicinas había hecho mucho bien, y Perisi iba decayendo poco a poco.