Simba se encontraba sentado sobre el tanque de gasolina, mientras Daudi le recortaba el cabello con un par de tijeras, para luego cortar definitivamente algunos de los rizos negros con una herrumbrada navaja.
— Ahora, jeh, fíjate, se te ve mucho mejor — le dijo Daudi — , y cuando te pongas los pantalones cortos nuevos y la camisa nueva, entonces no habrá en toda la comarca quien pueda compararse contigo.
Simba sonrió. Tenía unos cortes profundos en los huesos de las mejillas, donde cuando era pequeño sus padres se habían dedicado a hermosearlo. También tenía cicatrices alrededor de los ojos, que contaban de nuestro esfuerzo por mejorar la condición de sus ojos enfermos, lo que era tan común en Tanganica.
— Jeh, Bwana — dijo — , hoy quiero tu ayuda. Mira, voy a ir a hablar a las wabibi (maestras europeas de la escuela misionera) y preguntarles si me permiten casarme con Perisi.
Yo había conversado del asunto con las maestras, no una, sino muchas veces y todo estaba arreglado, pero de acuerdo con las costumbres africanas, Simba debía ir y tener una shauri en cuanto a la dote y a toda variedad de cosas que debía hacer.
— Bwana, nuestra costumbre es llevar un compañero para dialogar esos asuntos con los familiares de la muchacha. Mira, ha dicho el jefe que las wabibi son las personas a las que debo ir y con quien hablar sobre la dote. Diles, Bwana, que su padre me pidió veintiocho vacas. Bwana, trata de que bajen a veinticinco. Mira, eso sería una gran alegría y nos quedarían algunas vacas para hacer una fiesta.
— ¿Qué? ¿Pero no pagaste ya tres vacas al jefe Makaranga?
— Jeh, Bwana, ¿acaso entenderán eso?
— Yo se lo diré y veremos qué podemos hacer.
Llegamos a la puerta de la escuela.
— Bibi, ¿jodi? (¿Se puede?).
— Karibu — contestó la directora.
Entramos. Simba parecía sentirse cohibido. Le trajeron un banquito de tres patas y se sentó mientras yo llevaba adelante el diálogo.
Hablé en idioma nativo.
— Mire, mi amigo ha venido para pedir la mano de una muchacha de la escuela, de Perisi, con quien se quiere casar.
— Jih, pero ¿él es la persona adecuada, con quien a mí puede gustarme que se case una de mis muchachas? — preguntó la directora, guiñando un ojo.
— Kah, esas son palabras difíciles — dije — . Me temo que puede ser un hombre muy fiero, un peligroso cazador, uno de esos hombres que quizás le pegue a la esposa.
— Yah, Bwana — dijo Simba — . Mira ...
Entonces vio que yo también guiñaba el ojo y rió.
— Jeh — exclamó y se acomodó mejor en su banquito.
— Simba dice que puede pagar una dote de veinte vacas — sugerí.
Simba se sorprendió por lo que dije.
— Ooh, mejor treinta vacas ... — dijo la directora, en su mejor acento africano.
— Yah, considera que es un hombre pobre, ¿no aceptarían ustedes veinticuatro? — continué yo, según lo que Daudi me había enseñado.
— Jih, yih, quizás podríamos coincidir en veintiséis — dijo la directora.
— Kah, es un hombre que ha estado muy enfermo. ¿Sabía usted fue atacado por un león? ¿y no ha sido muy útil en la grave enfermedad de Perisi? Quizás sin él, ella se hubiera muerto.
— Jih, entonces quizás podrían ser veinticinco vacas.
Simba movió la cabeza, haciéndome señas que terminara el regateo. De repente, hablando en inglés, pregunté:
— ¿Dónde van a poner ustedes veinticinco vacas?
Riéndose, la directora dijo:
— Me he estado haciendo la misma pregunta. ¿Tiene alguna sugerencia?
Miré a Simba.
— Simba, amigo mío, quiero que traigas el ganado. Todas deben ser zingombe zinhukulu (vacas) porque pensamos enseñar a los niños del hospital cómo deben cuidarse las vacas, especialmente cómo ordeñarles la leche que ayudará a los chicos a ser más sanos y fuertes, para que los bebés se alimenten bien y para que el camino de la salud resulte claro a las mujeres de este país.
— Jeh, esas son palabras sabias — dijo Simba — . Pero, Bwana, nuestra costumbre es siempre dar muchos toros en la dote. Mira, hay más provecho en una vaca que en un toro, Entonces, digamos, ¿Bibi no estaría de acuerdo en que le diera veinte vacas?
Entonces pensó que debería traer no veinte, sino doce vacas y que, en lugar de las otras, cuidaría de construir una boma (cerco de espinos) donde se pudiera guardar el ganado a prueba de leopardos y hienas y que él se pondría a trabajar, a recoger pasto y cultivar maíz, para que cuando llegara la estación de las lluvias, habría alimento para los animales. Todo eso sería mientras Perisi recuperaba fuerzas y entonces, a su debida hora, se realizaría el casamiento.
Mientras volvíamos al hospital, Simba me palmeó el brazo.
— Bwana, de veras que éste es un lugar de alegría. La primera vez que vine por este camino me tuvieron que traer. Mis parientes pensaban que me estaba muriendo. Pero en el hospital encontré vida. Jeh, Bwana, oí las palabras de Dios y encontré la vida superior, que dura cuando el cuerpo se ha ido y luego, Bwana, llegó el amor a mi vida. Qué bueno, Bwana, ahora todo está arreglado. Antes parecía haber dificultades por todas partes. Parecía imposible que Perisi fuera mía. Pero ahora, Bwana, jeh, voy por este camino y estoy vivo, con fuerza, con mi corazón que canta y, bueno, cuando construya mi kaya (casa), la haré para tener una compañera cuyo corazón arde en la misma dirección que el mío.
Caminamos en silencio por un trecho. Simba se detuvo frente a un arbusto.
— Kah, Bwana, has venido a mi país para contar a mi gente las palabras de Dios y para ayudarles. Y yo que soy de la tribu mugogo, contaré a mi tribu las palabras de Dios. Perisi y yo mostraremos con nuestro hogar el camino mejor. Ella aprenderá el camino de la salud y el camino de ayudar a los bebés. Mira, aprenderé a leer más y más, para que en nuestra aldea podamos ser los que indiquemos a nuestra gente el camino de Dios. Bwana, como aquella señal — indicó con su mentón hacia el hospital de Mvumi — , con aquella señal, Bwana, muestra el camino a la salud, Perisi y yo mostraremos el camino a Jesús, el Hijo de Dios. Kah, Bwana, a la noche nos sentaremos alrededor del fuego y contaremos a la gente las historias de Dios. ¿Has oído a Perisi? ¿No es cierto que tiene una buena lengua? ¿No la mueve dulce y suavemente cuando cuenta una historia?
Llegamos al hospital y cruzamos el portón. Casi había oscurecido, y en la galería vimos sentados a los enfermeros y enfermeras. Entre ellos, estaba Perisi. Era una muchacha muy distinta a la que cojeaba dos semanas atrás. Estaba fuerte y marchando bien por el camino de la salud. Se lo indiqué a Simba.
— Mira, está recuperando fuerzas.
En ese momento empezaron a cantar. Daudi y Kefa elevaron su voz en un himno, con típica música africana, que se adaptaba a la letra del himno. Simba las escuchó y cuando terminaron, dijo:
— Kah, Bwana, qué bueno es cantar nuestra gratitud a Dios. Bwana, mi voz no es buena para cantar, como lo hacen ellos, pero, mira, yo viviré mi gratitud a él.
— Esa es la mejor manera de hacerlo — respondí — . Dios no pide a menudo a la gente que esté dispuesta a morir por él, aunque algunas veces sea necesario. En cambio, les pide que vivan para él. Mira, si tú y Perisi lo hacen, pueden lograr grandes cosas para Dios.
Le puse la mano en el hombro, mientras subíamos la cuesta hacia el grupo en la galería.
— ¿Saben? El asunto de la dote está arreglado.
Perisi y algunas de las enfermeras se deslizaron dentro de la sala. Esa era la costumbre.
— Vean, mi esperanza es que dentro de poco Simba pueda pagar las vacas y la dote esté cumplida; entonces oiremos los tambores de la aldea sonando con alegría por el casamiento de Simba y Perisi.