(2 Timoteo 2)
El creyente, instruido en la mente de Dios, no puede hacer menos que admitir que lo que es tenido por iglesia de Dios ante los hombres no tiene ningún parecido a la iglesia de Dios presentada en la Escritura. Este grave alejamiento de la Palabra de Dios muestra claramente que la intención de Dios para con la iglesia, durante su residencia temporal en un mundo del cual Cristo está ausente, ha sido arruinada en manos del hombre. Pocos, de hecho, negarían que vivimos en un día de ruina. Es, sin embargo, de importancia primordial entender claramente lo que nosotros queremos decir cuando hablamos de la ruina de la iglesia.
Debemos recordar que en la Escritura la iglesia es contemplada en dos maneras. Por un lado, es presentada conforme al consejo de Dios; por otro lado, es vista en relación con la responsabilidad del hombre. En el primer aspecto es presentada en la Escritura como fundamentada sobre Cristo el Hijo de Dios, compuesta de todos los creyentes verdaderos, y destinada a ser presentada a Cristo como una iglesia gloriosa, sin que tenga mancha, ni arruga, ni cosa semejante. Como tal, es el resultado de la obra de Cristo, y las puertas del infierno no pueden prevalecer contra ella. Ninguna ruina puede tocar la obra de Cristo, ni hacer anular los consejos eternos de Dios para Cristo y la iglesia.
En el segundo aspecto, la iglesia es contemplada como establecida en responsabilidad para testificar de Cristo durante el tiempo de Su ausencia, y para presentar la gracia de Dios a un mundo necesitado. ¡Es lamentable! La iglesia ha fracasado completamente en llevar a cabo esta responsabilidad. A través de la falta de dependencia en el Señor, de sumisión al Espíritu, y obediencia a la Palabra, el pueblo de Dios se ha dividido y se ha dispersado; y la carencia de vigilancia ha terminado en una vasta profesión que incluye a creyentes e incrédulos. Como resultado, aquello que pasa ante el mundo como iglesia, lejos de representar la gloria de Cristo, es ‘una negación de la naturaleza, el amor, la santidad, y los afectos de Cristo.’ De esta manera, en la tierra, el testimonio de la iglesia ha sido arruinado. El hecho de que tengamos que hablar de una iglesia profesante que es visible, y de una iglesia espiritual compuesta de todos los verdaderos creyentes, sólo muestra cuán completa es la ruina.
Entonces, si hablamos de vivir en un día de ruina, queremos dar a entender que nos ha tocado nuestra porción en un día cuando el testimonio rendido por la iglesia a un Cristo ausente ha sido arruinado. En los discursos a las siete iglesias en el libro del Apocalipsis tenemos un perfil profético de la historia de la iglesia en la tierra, vista como el testigo responsable para Cristo; en ellos tenemos el fracaso progresivo de la iglesia en responsabilidad predicho con exactitud divina por el Señor mismo, comenzando con su alejamiento del primer amor, y finalizando con una condición tan nauseabunda para Cristo que finalmente ella será vomitada de Su boca.
La Escritura, sin embargo, da luz adicional con respecto a un día de ruina. En esta Segunda Epístola a Timoteo, no sólo tenemos la predicción de la ruina, sino que el Espíritu Santo, por medio del Apóstol Pablo, da instrucciones muy definidas al piadoso acerca de cómo actuar cuando la ruina ha entrado. No obstante lo oscuro del día, por grande que sea la ruina, el pueblo de Dios no es dejado sin la guía divina. La misericordia de Dios ha marcado una senda para Su pueblo en un día de ruina. Nosotros podemos carecer de la fe en Dios y de la consagración a Cristo que son necesarias para tomar la senda; a pesar de todo, ella está señalada en la Palabra de Dios para la obediencia a la fe.
Así, llegamos a la conclusión de que dos cosas son necesarias para tomar inteligentemente la senda de Dios en medio de la ruina. Primero, es esencial que nosotros tengamos algún conocimiento de la doctrina de Pablo (la cual incluye la verdad del evangelio así como la verdad de la iglesia); en segundo lugar, tiene que haber una correcta condición espiritual. Sin un cierto conocimiento de la iglesia, tal como es presentada en la Escritura, sería imposible apreciar la extensión de la ruina; y sin una correcta condición espiritual, el creyente escasamente estará preparado para tomar la senda que Dios ha señalado en medio de la ruina.
Pablo asume, evidentemente, que aquel a quien él escribe conoce bien su doctrina. En los capítulos primero y segundo él se refiere a las cosas que Timoteo había oído de él (2 Timoteo 1:13; 2 Timoteo 2:2); y en el tercer capítulo él dice, “Tú empero has conocido perfectamente mi enseñanza” (2 Timoteo 3:10 — Versión Moderna). No hay, por lo tanto, ninguna revelación de la verdad de la iglesia en esta Segunda Epístola. Tal verdad es presentada plenamente por el apóstol en las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, en la Primera Epístola a los Corintios y en la Primera Epístola a Timoteo.
La senda de Dios para nosotros en un día de ruina, y la condición espiritual que se necesita para tomar la senda, son develadas en este segundo capítulo de la Segunda Epístola a Timoteo. Si deseamos responder a los pensamientos de Dios en este día de fracaso, nosotros haremos bien en estudiar, orando sin cesar, este importante pasaje. Las verdades de este capítulo pueden ser consideradas en el orden siguiente:
(a) La condición espiritual necesaria para discernir y tomar la senda de Dios en medio del fracaso de la Cristiandad (Vv. 1-13);
(b) Un breve bosquejo del curso del mal que ha conducido a la corrupción de la Cristiandad (Vv. 14-18);
(c) El recurso del piadoso y la senda de Dios para el individuo en medio de la ruina (Vv. 19-22);
(d) El espíritu en el cual enfrentar a aquellos que se oponen a la senda de Dios (Vv. 23-26);
(a) La condición espiritual necesaria para la senda de Dios en un día de ruina (Vv. 1-13)
(V. 1). La gracia espiritual es la primera gran necesidad en un día de debilidad. Por eso la exhortación del versículo del comienzo es, “fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1 — LBLA). Para resistir la creciente marea del mal, para caminar en una senda que el Señor ha señalado para los Suyos en medio de las corrupciones de la Cristiandad, y para continuar caminando con determinación en esta senda a pesar del fracaso, de la oposición y del abandono, se requiere gran gracia — la gracia que hay en Cristo Jesús. Cualquiera que sea la oposición que pueda haber para con la senda de Dios, cualesquiera sean las dificultades al perseverar en ella, cualesquiera sean las tentaciones a apartarse de ella, la gracia del Señor es suficiente para permitir al creyente vencer toda oposición, elevarse por sobre cada dificultad, resistir toda tentación, y obedecer Su palabra y responder a Sus pensamientos. Como alguien a dicho, ‘Cualquiera sea la necesidad, Su plenitud es la misma, no disminuida, accesible y gratuita.’ La gracia espiritual es el primer requisito para los “hombres fieles” en un día de infidelidad. Además, la gracia de la que el apóstol habla es más que un ‘espíritu agradable.’ Implica que en el Cristo resucitado y ascendido, a partir de la época del inicio de la iglesia en la tierra hasta el último día de su estancia temporal aquí, está cada recurso que capacita al hombre de Dios a mantener su vida de testimonio y servicio sin recurrir a ninguno de los recursos del hombre que tantos han adoptado en un día de decadencia. Escribiendo a los Corintios, el apóstol puede agradecer a Dios por “la gracia de Dios” que les fue dada “en Cristo Jesús;” y al instante él muestra que esta gracia es “toda palabra,” el “conocimiento” y los dones con los que ellos habían sido enriquecidos en Cristo (“Siempre doy gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús, porque en todo fuisteis enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento, así como el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en vosotros; de manera que nada os falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintio 1:4-7 — LBLA). Cada exhortación en el capítulo que estamos considerando sólo profundizará nuestro sentido de la necesidad de la gracia que hay en Cristo Jesús si hemos de responder a la mente de Dios.
(V. 2). En segundo lugar, no sólo la gracia es necesaria, sino que los fieles deben poseer también la verdad, si ellos han de ser provistos con la mente de Dios para un día de fracaso y deben ser idóneos para enseñar a otros. Además, la verdad necesaria para un día de ruina no es solamente la verdad que se encuentra en la Escritura como un todo, sino, muy especialmente, la verdad comunicada por el apóstol en presencia de muchos testigos. En un día de ruina, los escritos apostólicos se convierten en una prueba muy determinante a través de los cuales se puede discernir a los “hombres fieles.” “Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios nos oye; el que no es de Dios, no nos oye” (1 Juan 4:6).
Entonces, para que durante todo el tiempo podamos poseer la verdad, Timoteo es enseñado a encargar “las cosas” oídas del apóstol a hombres fieles, quienes, a su tiempo, estarán capacitados para enseñar a otros. Es el camino de Dios que la verdad encerrada en los escritos apostólicos sean encargados a aquellos que son idóneos para enseñar a otros. La autosuficiencia y la presunción de la carne pueden congratularse a sí mismas de que pueden prescindir de la ayuda de otros; pero, mientras Dios es soberano y puede enseñar directamente desde Su palabra, Su modo habitual es mantenernos mutuamente dependientes los unos de los otros — que recibamos como principiantes, y que comuniquemos a otros la verdad y la luz que hemos recibido.
Además, es importante ver que lo que nosotros transmitimos no es autoridad oficial, o posición oficial, sino la verdad. Timoteo no tenía encargo ni poder para transmitir a cualquier individuo, o clase de individuos, el derecho exclusivo u oficial a predicar. Era la verdad revelada, afianzada contra el error por medio de testigos, la que tenía que ser encargada a otros. A la luz de esta Escritura bien podemos desafiarnos con respecto hasta dónde nosotros estamos respondiendo a nuestras responsabilidades de encargar a otros esta preciosa herencia de verdad que hemos aprendido de hombres fieles. Mantener la verdad y transmitirla a otros sólo es posible cuando somos fuertes en la gracia que es en Cristo Jesús.
(V. 3). El mantenimiento de la verdad en un día de alejamiento general implicará penalidades. Nosotros, naturalmente, evitamos el sufrimiento. Por lo tanto, Timoteo es exhortado — y cada uno que desea ser fiel a Cristo — de esta forma, “Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús” (LBLA). Comparado con Pablo, la parte de las penalidades que nosotros podemos ser llamados a sufrir será pequeña; pero, dondequiera que haya un santo hoy en día que rechace el error y defienda la verdad, él debe estar preparado, en cierta medida, para enfrentar oposición (2 Timoteo 2:25), persecución (2 Timoteo 3:12), desamparo (2 Timoteo 4:10), y maldad (2 Timoteo 4:14); y, de igual forma que con respecto al apóstol, estas cosas pueden venir incluso de sus hermanos. Esto, sin embargo, implica penalidades, y naturalmente cuando se sufre injustamente, nosotros estamos inclinados a desquitarnos. Se nos recuerda, por lo tanto, a tomar nuestra parte en las penalidades, no como un hombre natural, sino “como buen soldado de Cristo Jesús.” Un buen soldado obedecerá a su Capitán y actuará como Él. Cristo es el gran Capitán de nuestra salvación, y Él ha alcanzado Su lugar de gloria, y nos ha dejado el ejemplo perfecto de padecimiento y paciencia, pues “cuando Le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia” (1 Pedro 2:23 — LBLA). Actuar de una manera tan contraria a la naturaleza humana ciertamente requerirá de nosotros que nos fortalezcamos “en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1).
El Señor Jesús está en el lugar de poder supremo y a su debido tiempo ejercerá el poder mediante el cual Él puede someter a todos los enemigos bajo Sus pies. Es aún, no obstante, el día de la gracia; el día de juicio para los enemigos de la gracia no ha llegado todavía. Por consiguiente, nosotros no necesitamos poder para aplastar a nuestros enemigos, sino que necesitamos gracia para tomar nuestra parte en las penalidades. Esteban, en presencia de sus enemigos, quienes crujían los dientes contra él, y le apedrearon con sus piedras, miró fijamente al cielo a “Jesús, puesto en pie, a la diestra de Dios” (Hechos 7:55 — Versión Moderna). Pero, si bien Jesús es Señor en el lugar de poder supremo, Él no actúa por lo general en poder para aplastar a Sus enemigos. Él hizo lo que estaba en perfecta congruencia con el día de la gracia. Él dio gracia mediante la cual Esteban se fortaleció tanto en la gracia que hay en Cristo Jesús que pudo tomar su parte en las penalidades, y, como un buen soldado de Cristo Jesús, no amenazó o respondió ultrajando a sus perseguidores; al contrario, él oró por ellos y encomendó su espíritu al Señor. Pablo, igualmente en su día, se fortaleció tanto en la gracia que hay en Cristo Jesús que soportó penalidades por Cristo y encomendó su vida, su felicidad, su todo, a Cristo para “aquel día” (2 Timoteo 1:12).
(V. 4). En cuarto lugar, si nosotros, de corazón, aceptamos la senda de Dios en un día de fracaso, será necesario que nos guardemos de enredarnos en los negocios de esta vida. El apóstol no sugiere que nosotros no debamos atender los negocios de esta vida, o que seamos llamados a dejar necesariamente nuestros negocios terrenales. En otras Escrituras él rechaza tal pensamiento, pues nos enseña determinadamente a trabajar con nuestras manos para proveer las cosas honradamente, y puede decir de sí mismo, “vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hechos 20:34). Pero él nos advierte contra el hecho de que permitamos que los negocios de esta vida ocupen de tal manera nuestro tiempo, absorban nuestras energías, y ocupen tan completamente nuestras mentes, que lleguemos a quedar enredados en una red, y no seamos ya libres para llevar a cabo la voluntad de Dios. El buen soldado de Cristo Jesús es uno que procura, no agradarse él mismo, o incluso agradar a los demás, sino que en primer lugar procura agradar a Aquel que le ha escogido para ser un soldado. En fiel lealtad a Aquel que le ha escogido para ser un soldado bajo Su liderazgo, y procurando solamente Su deleite, nosotros deberíamos rechazar toda organización humana que involucre la dirección de alguna autoridad humana. Escapar de los enredos de esta vida y ser leales al Capitán de nuestra salvación sólo será posible en la medida que nos fortalezcamos en la gracia que es en Cristo Jesús.
(V. 5). En quinto lugar, utilizando los juegos públicos como figura, el apóstol dice, “Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente.” De igual modo en la esfera espiritual, la corona no será dada por una gran actividad, ni por la cantidad de servicio, sino por la fidelidad en el servicio. La corona es dada al que lucha legítimamente. Se podría argumentar que, en un día de gran debilidad, cada uno de nosotros tiene que adoptar cualesquiera métodos que pensemos que son los mejores para llevar a cabo nuestro servicio. Para hacer frente a tales argumentos nosotros somos especialmente advertidos que, en un día de ruina, aún se mantiene como una obligación para nosotros el luchar “legítimamente.” De esta forma, la introducción de métodos carnales, maquinaciones humanas y recursos mundanos en el servicio del Señor, es condenada. Servir conforme a los principios de la Escritura requerirá que nosotros nos esforcemos “en la gracia que es en Cristo Jesús.”
(V. 6). En sexto lugar, el siervo fiel debe estar preparado para trabajar antes de participar de los frutos. Este no es nuestro reposo; es el tiempo de trabajar; el tiempo de la siega está por venir. A menudo estamos demasiado ansiosos de ver frutos; pero es mejor perseverar en nuestro trabajo, sabiendo que Dios no es injusto para olvidar la obra de nuestra fe y el trabajo de nuestro amor (1 Tesalonicenses 1:3). El siervo fiel espera oír el “Bien hecho” (Lucas 19:17 — LBLA) de Aquel a quien él busca complacer, recibir la corona después de haber luchado legítimamente, y participar de los frutos después de haber trabajado primero.
(V. 7). “Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo” (LBLA). No es suficiente, sin embargo, tener estas exhortaciones y admitir, de un modo general, su verdad. Si ellas han de gobernar nuestras vidas, debemos considerar lo que el apóstol dice; y, a medida que consideremos estas cosas, el Señor nos dará entendimiento en todas las cosas. Progresaremos poco en el entendimiento divino a menos que tomemos tiempo para meditar. El apóstol puede presentarnos ciertas verdades, pero él no puede darnos el entendimiento. Esto, el Señor solo lo puede hacer. De modo que leemos que el Señor no sólo ‘les abrió las Escrituras’ a los discípulos, sino que Él “les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24: 27, 32, 45).
(V. 8). Además, como un estímulo a nosotros para llevar a cabo estas instrucciones, nuestra mirada es dirigida a Cristo. Debemos recordar a “Jesucristo (de la simiente de David), como resucitado de entre los muertos, según mi evangelio” (Versión Moderna). No es simplemente el hecho de la resurrección lo que debemos recordar, sino a Aquel que ha resucitado, y eso como Hombre, la simiente de David. ¿Somos llamados a padecer en la senda de fidelidad? Entonces recordemos que nuestra parte de las “penalidades” es pequeña comparada con las “penalidades” a las cuales Él tuvo que hacer frente. Si por causa de cualquier pequeña fidelidad de nuestra parte nos hallamos abandonados, hallamos que se nos oponen y nos vemos insultados, incluso por muchos del pueblo de Dios, recordemos que Cristo, en Su senda perfecta, fue siempre fiel a Dios y anduvo haciendo bienes a los hombres; y sin embargo, debido a Su fidelidad, Él siempre estuvo en afrenta. Por eso Él pudo decir, “por amor de Ti he sufrido afrenta” (Salmo 69:7), y otra vez, “Me devuelven mal por bien, y odio por Mi amor” (Salmo 109:5 — Versión Moderna).
Si, en la senda del servicio, somos exhortados a soportar penalidades, procurando solamente agradarle a Él que nos ha escogido, recordemos que Cristo pudo decir, “yo hago siempre lo que Le agrada” (Juan 8:29). Nada pudo mover al Señor de la senda de absoluta obediencia al Padre. Él trabajó, teniendo en vista los frutos de Su trabajo, pues Él pudo decir, “Me es necesario hacer las obras del que Me envió, entre tanto que el día dura” (Juan 9:4). Ahora Él ha terminado la obra que Dios le dio para hacer; las penalidades y el trabajo han finalizado y Le vemos resucitado y coronado de gloria y de honra, para recibir allí en resurrección “el fruto del trabajo de su alma” (Isaías 53:11 — Versión Moderna). Entonces, en nuestra senda con su medida de penalidades y trabajo, ‘acordémonos de Jesucristo.’
(V. 9). No solamente tenemos el modelo perfecto del Señor Jesús en Su senda de penalidades y trabajo, sino que tenemos el ejemplo del apóstol Pablo quien, en su consagración para dar a conocer el evangelio, participó en una medida no menor de las penalidades de la vida de Cristo. En lugar de estar en honra en este mundo, él padeció hasta prisiones a modo de malhechor. Así él siguió en las pisadas de Su Maestro quien fue acusado por el mundo religioso de Su día de ser “un hombre comilón y bebedor de vino” (Lucas 7:34), de tener “demonio” (Juan 8:48), y de ser un “pecador” (Juan 9:24). Sin embargo, ninguna persecución por parte del mundo puede impedir que la bendición alcance al escogido de Dios. El mundo puede poner en prisión al predicador: no puede encarcelar la Palabra de Dios. En realidad, la enemistad del mundo que encarceló a Pablo sólo se convirtió en una ocasión para llevar el evangelio ante los grandes de la tierra, y además para escribir las Epístolas de la prisión que revelan tan maravillosamente nuestra vocación.
(V. 10). Puede ser que nosotros no estemos preparados para soportar mucha penalidad ni mucho insulto, pero el apóstol puede decir, “todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.” Alguien ha dicho, ‘¡Cuán pocos aventurarían decir estas palabras como siendo la experiencia de sus propias almas desde ese día hasta el día de hoy! No obstante, podemos desearlo fervientemente en nuestra medida; pero esto supone en el creyente no meramente una buena conciencia, y un corazón ardiendo en amor, sino a él juzgándose a sí mismo minuciosamente, y ¡Cristo morando en su corazón por la fe!’ (William Kelly).
Los escogidos de Dios obtendrán sin duda la salvación y alcanzarán la gloria. Sin embargo, en el camino a la gloria todo el poder de Satanás, la enemistad del mundo, y las corrupciones de la Cristiandad, se habrán puesto en formación de batalla contra ellos. Así que será a través de prueba y penalidad que ellos alcanzarán la gloria. Para hacer pasar a los escogidos a través de tales circunstancias se necesitará toda “la gracia que es Cristo Jesús” ministrada, como a menudo lo es, a través de Sus siervos fieles.
(Vv. 11-12a). Para animarnos a recordar a Jesucristo y seguir el ejemplo del apóstol de aceptar la senda de penalidad y trabajo, se nos recuerda la palabra fiel, “Si somos muertos con Él, también viviremos con Él.” Si somos llamados a soportar “todo,” incluso la muerte, no olvidemos que podemos dejar ir la vida a la luz de la gran verdad de que habiendo muerto con Cristo de cierto viviremos con Él. Y no sólo viviremos con Él sino que, “si sufrimos, también reinaremos con Él.”
(Vv. 12b-13). Existe, sin embargo, la solemne advertencia, “Si Le negáremos, Él también nos negará. Si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a Sí mismo.” La negación aquí no es una caída aislada, por muy vergonzosa que ella sea, como en el caso del apóstol Pedro, sino la línea de conducta continuada de aquellos que, independientemente de la profesión que hacen, niegan la gloria y la obra del Hijo. Los tales serán negados, tal como se ha dicho verdaderamente que ‘Dios dejaría de ser Dios, si Él consintiera la deshonra de Su Hijo.’ Entre toda la infidelidad de la Cristiandad hacia Cristo, “Él permanece fiel; Él no puede negarse a Sí mismo.”
De esta forma, los versículos de apertura de este gran pasaje demuestran claramente que, para discernir la parte de Dios en un día de ruina y, sobre todo, para andar fielmente este camino frente al abandono, la oposición y la maldad, no se necesita pedir poder divino para aplastar a nuestros enemigos, sino la gracia que es en Cristo Jesús que nos permitirá tomar nuestra parte en el sufrimiento — la gracia que busca con ojo sencillo agradar a Aquel que nos ha escogido; la gracia que nos conducirá a luchar legítimamente, rechazando todos los métodos carnales y mundanos; y la gracia que prepara para el trabajo paciente mientras se esperan los frutos de nuestro trabajo.
Además, necesitaremos, no sólo gracia ministrada desde el Señor en gloria, sino en entendimiento espiritual que el Señor solo puede dar, y sobre todo tener al Señor mismo ante nosotros como nuestro único Objeto — un Hombre verdadero de la simiente de David, pero un Hombre vivo en la gloria más allá del poder de la muerte.
(B) El Curso Del Mal Que Ha Conducido a La Ruina De La Iglesia Como La Casa De Dios (Vv. 14-18)
En los versículos que dan comienzo al capítulo hemos traído ante nosotros la condición espiritual que debería caracterizar a los “hombres fieles” y deberían capacitarles para discernir el grave alejamiento de la verdad, así como la senda de Dios en medio de la corrupción. Antes de presentarnos la senda de Dios, el apóstol, en los versículos 14 al 18, habla brevemente de algunos de los males que han causado la ruina de la iglesia en la responsabilidad.
(Vv. 14-16). Ya hemos aprendido del capítulo primero que todos los que estaban en Asia se habían apartado del apóstol. Esto implica que la iglesia no se había mantenido a la altura del llamamiento celestial. El primer paso en la decadencia de la iglesia fue la renuncia a su carácter celestial. La verdad más elevada es siempre la que primero es abandonada. Esta renuncia al llamamiento celestial dejó la puerta abierta para la intrusión del mundo y la carne. En el versículo 14 de este capítulo el siervo de Dios se refiere a la primera manifestación de la corrupción. El traza la ruina a partir de la mente humana que conduce a contender “sobre palabras, lo cual para nada aprovecha,” dejando ir, de este modo, “la palabra de verdad.”
Él nos advierte contra disputas de palabras y nos llama a regresar, no sólo a la palabra de verdad, sino a la palabra de verdad usada bien. Toda la Escritura es la palabra de verdad y sin embargo qué desastre puede ser provocado al dar a la Escritura una interpretación privada, o al usar textos fuera de su contexto, y de esta forma, como Pedro dice, torcer la Escritura para nuestra destrucción (2 Pedro 3:16).
Luego, somos advertidos de más decadencia. Las especulaciones no provechosas del versículo 14 iban a degenerar en “discursos profanos y vacíos” (V. 16 — Versión Moderna). Los discursos que son profanos tratan las cosas divinas como si fuesen cosas comunes, en vista de que dan poca importancia a las cosas sagradas. Estos discursos son “vacíos” por el hecho de que los argumentos utilizados carecen de toda sustancia.
Además, somos advertidos de que estos “discursos profanos y vacíos” irán en aumento. En lo que respecta a la masa de la profesión cristiana, Pablo no mantiene ninguna esperanza en cuanto a que el movimiento de degradación pueda ser detenido permanentemente. Por el contrario, nosotros somos advertidos categóricamente que el mal avanzará “más y más” (V. 16 — Versión Moderna).
Asimismo, somos advertidos de que con el aumento de los “discursos profanos y vacíos” vendrá un incremento de conductas impías. Conversaciones profanas conducen a un andar impío. Mantener o propagar el error degradará, como siempre, la conducta externa. El relajamiento de la doctrina conduce al relajamiento de las reglas o hábitos de conducta.
(Vv. 17-18). Un terrible resultado adicional del aumento de los discursos profanos y de la impiedad será la destrucción de las verdades vitales del cristianismo en las mentes de los hombres, pues leemos que la palabra de estos discursistas profanos se extenderá como gangrena la cual carcome interiormente hasta destruir los tejidos vitales del cuerpo.
De esta manera, paso a paso, con habilidad divina, el apóstol traza el progreso del mal que ha corrompido la Cristiandad:
Primero, las especulaciones humanas sobre palabras que para nada aprovechan;
En segundo lugar, disputas sobre las palabras degenerando en discursos profanos y vacíos;
En tercer lugar, el constante aumento de los discursos profanos y vacíos conduciendo a la impiedad; la conducta externa de la profesión cristiana degradada crecientemente a un nivel donde los hombres actúan sin temor de Dios.
En cuarto lugar, un andar impío que tiende a destruir y dejar a los hombres sin las verdades vitales del cristianismo.
Para mostrar el efecto de esta degradación y la malvada condición en la cual la Cristiandad caería, el apóstol da dos ejemplos solemnes. Himeneo y Fileto, dos hombres dentro de la profesión cristiana, estaban enseñando el error. En lugar de ‘trazar rectamente la palabra de verdad’, ellos habían errado acerca de la verdad. Enseñaban que la resurrección ya se había efectuado. Por lo visto, ellos no negaron la resurrección; parece que ellos la espiritualizaron y argumentaron que, de alguna manera, ya había tenido lugar. Un error tal no debe ser desestimado ligeramente como si fuese la descabellada especulación de fanáticos irresponsables. Independientemente de lo irrazonable del error, el apóstol prevé que este error corromperá la iglesia profesante y actuará como una gangrena. Tampoco es difícil ver que ‘trastornaría la fe’ de aquellos que se embebieron del error. Si la resurrección ya se había efectuado, es evidente que los santos han alcanzado su condición final mientras están aún en la tierra, con el resultado de que la iglesia cesa de esperar la venida del Señor, pierde la verdad de su destino celestial, y renuncia a su carácter de extranjera y peregrina. Habiendo perdido su carácter celestial, la iglesia se arraiga en la tierra, tomando un lugar como parte del sistema para emprender la reforma y el gobierno del mundo.
Cuando este fin ha sido alcanzado, la obra del diablo ha sido hecha y él no conducirá más a sus instrumentos a insistir en el particular error. Hoy en día puede no haber nadie que intentara enseñar que la resurrección ya se ha efectuado, pero los resultados de este extravagante error permanecen y son contemplados plenamente desarrollados en la profesión cristiana. La constitución, la administración, los esfuerzos religiosos, el celo misionero de la profesión cristiana, dan por seguro que la iglesia está arraigada en su hogar y llevando a cabo su obra encomendada de reformar el mundo y civilizar a los paganos para hacer de este mundo un lugar respetable y feliz.
(C) La Senda De Dios Para El Individuo En Un Día De Ruina (Vv. 19-22)
(V. 19). Habiendo predicho la mala condición en que la Cristiandad caería, el apóstol ahora nos instruye de qué manera actuar en medio de la ruina. Antes de hacerlo él nos presenta dos grandes hechos para el consuelo de nuestros corazones:
En primer lugar, independientemente de la magnitud del fracaso del hombre, “el fundamento de Dios está firme.” El fundamento es la propia obra de Dios — cualquiera sea la forma que esta obra pueda tomar — ya sea el fundamento en el alma, o el fundamento de la iglesia en la tierra, por medio de los apóstoles y la venida del Espíritu Santo. Ningún fracaso del hombre puede anular el fundamento que Dios ha puesto, o evitar que Dios complete lo que Él ha comenzado.
En segundo lugar, se nos dice para nuestro consuelo, “Conoce el Señor a los que son suyos,” y, como alguien ha dicho, ‘Este conocimiento es nada menos que un conocimiento de corazón a corazón, una relación entre el Señor y los que son Suyos.’ La confusión ha llegado a ser tan grande, creyentes e incrédulos se hallan en una asociación tan cercana, que, en lo que respecta a la masa, nosotros no podemos decir categóricamente quién es del Señor y quién no lo es. En una condición tal, que consuelo es saber que lo que es de Dios no puede ser desechado, y aquellos que son del Señor, aunque estén escondidos en la masa, a la larga no se pueden perder.
La obra de Dios, y los que son del Señor, saldrán a la luz en “aquel día” al cual el apóstol alude una y otra vez en el curso de la Epístola (2 Timoteo 1:12, 18; 2 Timoteo 4:8).
Habiendo consolado nuestros corazones en cuanto al carácter permanente de la obra de Dios y la seguridad de aquellos que son del Señor, el siervo de Dios instruye al individuo de qué manera actuar entre las corrupciones de la Cristiandad.
Después de la partida de los apóstoles, la decadencia comenzó rápidamente y ha continuado a través de los siglos hasta que, hoy en día, vemos en la Cristiandad la solemne condición predicha por Pablo. Además, como hemos visto, el apóstol no mantiene ninguna esperanza de recuperación por parte de la masa. Por el contrario, él nos advierte más de una vez que, con el paso del tiempo, habrá un incremento del mal. No sólo aumentarán “los discursos profanos y vacíos” (2 Timoteo 2:16 — Versión Moderna), sino que los “hombres malos y los impostores irán de mal en peor” (2 Timoteo 3:13 — Versión Moderna), y llegará el tiempo cuando los que componen la profesión cristiana “no soportarán la sana doctrina” y, “apartarán sus oídos de la verdad” (2 Timoteo 4:3-4 — LBLA).
Si, como se nos muestra, no hay ninguna perspectiva de recuperación para la gran masa de la profesión cristiana, ¿cómo debe actuar el individuo que desea ser fiel al Señor? Esta pregunta profundamente seria es abordada y respondida por el apóstol en el importante pasaje que sigue a continuación — un pasaje que señala claramente la senda de Dios para el individuo en un día de ruina (2 Timoteo 2:19-22).
Primeramente, notemos que no se nos dice que dejemos aquello que profesa ser la casa de Dios en la tierra. Esto es imposible a menos que salgamos de la tierra o nos convirtamos en apóstatas. No debemos abandonar la profesión del cristianismo a causa de que, en manos de los hombres, esa profesión ha llegado a corromperse. Es más, no se nos dice que reformemos la profesión corrupta. A la Cristiandad, como un todo, ya no es posible reformarla. Sin embargo, si no debemos dejar la profesión, ni debemos procurar reformar la masa, ni establecernos quietamente y aprobar la corrupción asociándonos con ella, ¿cuál es el curso que deberíamos seguir?
Habiendo consolado nuestros corazones el apóstol procede a presentar ante el creyente individual la senda en la cual Dios querría que caminara en un día de ruina. Podemos estar seguros que, no obstante lo oscuro que sea el día, cuán difíciles sean los tiempos, cuán grande sea la corrupción, nunca ha habido, ni nunca habrá, un período en la historia de la iglesia en la tierra cuando los piadosos son dejados sin instrucción en cuanto a la senda en medio de la ruina. Dios ha visto con anticipación la ruina, y Dios ha suministrado en Su palabra lo necesario para un día de ruina. Nosotros podemos, por no estar ejercitados, no discernir la senda; por carecer de fe, podemos vacilar en tomarla; a pesar de todo, la senda de Dios está señalada para nosotros tan claramente en el día más oscuro como en el más resplandeciente.
Entonces, si Dios ha señalado una senda para Su pueblo en un día de ruina, es evidente que no se nos deja que inventemos una senda o que simplemente hagamos lo mejor que podamos hacer. Nuestra parte es procurar discernir la senda de Dios y entrar en ella en la obediencia de la fe, buscando al mismo tiempo la gracia de Dios que nos mantenga en la senda.
La separación del mal es el primer paso en la senda de Dios. Si no puedo reformar los males de la Cristiandad, yo soy responsable de andar en orden. Aunque no puedo renunciar a la profesión del cristianismo, puedo, en efecto, separarme de los males de la profesión. Notemos cuidadosamente cuántas veces, bajo diferentes términos y diferentes maneras, se insta a la separación del mal en la Epístola. El Apóstol dice:
“Evita los discursos profanos y vacíos” — (2 Timoteo 2:16, Versión Moderna);
“Apártese de iniquidad” — (2 Timoteo 2:19);
“Si pues se purificare alguno de éstos” de los instrumentos para usos viles, (2 Timoteo 2:21 — Versión Moderna).
“Huye también de las pasiones juveniles” — (2 Timoteo 2:22);
“Evita las cuestiones necias y nacidas de la ignorancia” — (2 Timoteo 2:23, Versión Moderna);
“Apártate también de los tales” — (2 Timoteo 3:5, Versión Moderna).
En primer lugar, entonces, le corresponde a todo aquel que invoca el Nombre del Señor apartarse de la iniquidad. No debemos unir el Nombre del Señor con el mal en ninguna forma. La confusión y el desorden de la Cristiandad ha llegado a ser tan grande que, por un lado, podemos fácilmente juzgar mal que una persona no es del Señor, cuando en el fondo es un creyente verdadero — pero, “Conoce el Señor a los que son suyos.” Por otro lado, aquel que confesa al Señor es responsable de apartarse de la iniquidad. Si él rechaza hacerlo, no puede quejarse si es juzgado mal. En un día de confusión ya no es suficiente que una persona confiese al Señor. Su confesión debe ser puesta a prueba. La prueba es, ¿nos sometemos a la autoridad del Señor separándonos de la iniquidad? Permanecer asociados con el mal y con el Nombre del Señor es unir Su Nombre con el mal.
(Vv. 20-21). En segundo lugar, no solo debemos separarnos de la iniquidad sino también de las personas asociadas con el mal, llamados aquí utensilios para usos viles (RVR60), o vasos para deshonra (Versión Moderna). El apóstol utiliza la ilustración de una gran casa de un hombre de mundo para presentar la condición en que la Cristiandad ha caído. Aquello que toma el lugar en la tierra de ser la casa de Dios, en lugar de estar aparte del mundo y en contraste al mundo, ha llegado a ser como el mundo y como las casas del mundo, en las que hay utensilios (o vasos) de diferentes materiales utilizados para diferentes propósitos, pero en las cuales los utensilios (o vasos) para usos honrosos pueden ser hallados en contacto con utensilios (o vasos) para usos viles (o para deshonra). Si, no obstante, un utensilio (o vaso) ha de ser útil al Señor (o útil al Dueño), no debe estar en contacto con un utensilio para uso vil (o para deshonra).
De este modo, el creyente que será útil al Señor es aquel que ‘se limpia él mismo’ de utensilios para usos viles. Se ha señalado que el único otro lugar en el Nuevo Testamento en que la palabra traducida “limpia” es usada es en 1 Corintios 5:7, donde la asamblea de Corintios es instruida de este modo, “limpiaos . . .de la vieja levadura.” Cuando la asamblea estaba en su condición normal, y un perverso era hallado en medio de ellos, se les había instruido ‘quitar’ de entre ellos mismos a la persona perversa (1 Corintios 5:13). Aquí (V. 20), el apóstol prevé un tiempo cuando la masa profesante estará en una condición tan baja que no habrá poder para quitar al perverso. En una condición tal, cuando toda reconvención piadosa es en vano, los piadosos son instruidos a separarse de los utensilios para usos viles. En ambos casos el principio en el mismo: no debe haber ninguna asociación entre el piadoso y el impío. Para rechazar tal asociación, en un caso — la condición normal — la asamblea debe ‘limpiarse . . . de la vieja levadura’: en el otro caso — cuando ya no hay poder para lidiar con el mal — el instrumento para honra debe ‘limpiarse él mismo’ de los utensilios para usos viles separándose de ellos. Alguien ha dicho, ‘Por consiguiente, si cualquiera que lleva el Nombre del Señor, y bajo el pretexto de la unidad, o por amor a la comodidad, o por parcialidad para con sus amigos, tolera el mal que la Escritura muestra que Dios aborrece, un hombre piadoso no tiene otra opción, sino que está obligado a oír la palabra divina y a limpiarse de estos vasos para deshonra.’
Así, está claro que debemos dejar de hacer el mal antes de aprender a hacer el bien; ya que es solamente separada del mal que cualquier persona es santificada e idónea para el uso que le quiera dar el Señor y preparada para toda buena obra. La medida de nuestra separación será la medida de nuestra preparación. Alguien ha dicho con razón, ‘En cada época de la iglesia cualquier pequeño esfuerzo por obedecer este mandato ha tenido su recompensa, ya sea que haya sido observado por uno o por más; y quienquiera que se tome el trabajo de investigar el curso de cualquier distinguido siervo del Señor, o de una compañía de creyentes, hallará que la separación del mal circundante fue una de las características principales, y que el servicio y la honra fueron proporcionales a esto, pero que disminuyeron y menguaron cuando esta llave al servicio fue descuidada o no fue utilizada.’
Para su aliento y estímulo, aquel que actúa conforme a este mandato, se asegura que no sólo será útil para el Señor, sino que él será un “instrumento para honra.” Él puede tener que enfrentar las afrentas, e incluso la burla, de aquellos de quienes se separa, pero, dice el apóstol que “será instrumento para honra.”
Estos versículos muestran que la separación es de un carácter doble; primero, debemos retirarnos de todo sistema inicuo; en segundo lugar, debemos separarnos de personas deshonrosas.
Aquí, entonces, está nuestra autorización para que el individuo se separe de todos estos grandes sistemas de los hombres, que desechan a Cristo como la única Cabeza de Su cuerpo, en los que creyentes e incrédulos están asociados juntos, y en los que no hay poder para lidiar con el mal o admitir principios que hacen imposible que se pueda lidiar con el mal.
(V. 22). La instrucción a separarse del mal es seguida por el mandato igualmente importante, “Huye también de las pasiones juveniles.” Habiéndonos separado de las corrupciones de la Cristiandad, debemos tener cuidado de no caer en las corrupciones de la naturaleza. “Pasiones juveniles” no sólo aluden a los más indecorosos deseos de la carne, sino también a todas esas cosas que la naturaleza caída desea con la irreflexiva impetuosidad y obstinación de la juventud. Nunca estamos en mayor peligro de actuar en la carne que cuando hemos actuado en infidelidad al Señor. Alguien ha dicho, ‘podemos ser seducidos al relajo moral a través de nuestra satisfacción en nuestra separación eclesiástica.’ Cuan razonable es, entonces, esta exhortación a huir también de las pasiones juveniles, siguiendo, como lo hace, el mandato de apartarse de la iniquidad y separarse de los utensilios para usos viles.
Habiéndonos separado de las corrupciones de la Cristiandad y habiendo rechazado las corrupciones de la naturaleza, somos exhortados a procurar ciertas grandes cualidades morales las cuales dan un carácter positivo a la senda. No se nos dice que sigamos a algún maestro prominente, aunque debemos reconocer de buena gana todo don, si conduce en la senda que tiene estas marcas. Las cualidades que debemos procurar son “la justicia, la fe, el amor y la paz.”
La justicia viene necesariamente en primer lugar, ya que de lo que se trata aquí es de la senda individual. Habiéndonos separados de la iniquidad debemos juzgar nuestros caminos y ver que todas nuestras relaciones prácticas, sean en conexión con el mundo o con el pueblo de Dios, estén de acuerdo con la justicia.
Luego viene la fe y esto angosta la senda aún más, ya que la fe tiene que ver con Dios; y no todo camino justo es un camino de fe. La justicia práctica hacia los hombres, en el sentido de un trato honesto los unos con los otros, puede existir sin fe en Dios. La senda de Dios para los Suyos a través de este mundo demanda el ejercicio constante de la fe en el Dios viviente. No sólo necesitamos una senda que caminar, sino que necesitamos fe para caminar la senda.
El amor es lo que sigue. Si estamos en relaciones correctas con lo demás, y caminando por fe en Dios, nuestros corazones serán libres para sentir una gran compasión por los demás. La “fe en el Señor Jesús” va seguida por el “amor para con todos los santos” (Efesios 1:15; Colosenses 1:4).
La paz viene al final y en su debido lugar como el resultado de la justicia, de la fe y del amor. La justicia encabeza la lista y la paz la cierra, pues “la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz” (Santiago 3:18 — LBLA). A menos que sea guardada por las cualidades que la preceden, procurar la paz puede degenerar en indiferencia a Cristo y en consentimiento del mal.
Aquí tenemos, entonces, enseñanzas claras para nuestro caminar individual en un día de ruina. Las enseñanzas, no obstante, no finalizan con estas instrucciones individuales, ya que, en este punto, el apóstol pasa de lo que es individual a lo que es colectivo. Él nos dice que estas cualidades han de ser procuradas “con los que invocan al Señor con corazón puro” (V. 22 — Versión Moderna). Las palabras “con los” (plural) introducen claramente lo que es colectivo. Esto es de la más profunda importancia, ya que, sin esta enseñanza, podríamos preguntarnos, ¿Qué autorización nos da la Escritura para caminar con otros en un día de ruina? Aquí está nuestra autorización: no se nos deja aislados. Siempre habrá otros quienes, en un día de ruina, invocan al Señor con corazón puro. Invocar al Señor es la expresión de dependencia en el Señor y parece especialmente conectada con un día de alejamiento del Señor. En los malvados días de Set leemos que, “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4:26). Así, también, leemos de Abraham, cuando salió de su tierra, y de su parentela y de la casa de su padre, que él “invocó el nombre de Jehová” (Génesis 12:8). De este modo tenemos una compañía que, en lealtad al Señor, se han separado de las corrupciones de la Cristiandad y, en este lugar afuera, caminan en dependencia del Señor, y lo hacen teniendo un corazón puro. Un corazón puro no es uno que afirma ser puro, sino más bien un corazón que, bajo la mirada del Señor, sigue la justicia, la fe, el amor y la paz.
De esta manera, tenemos una senda determinada señalada por la Palabra de Dios para un día de ruina caracterizada:
-En primer lugar, por la separación de las corrupciones de la Cristiandad;
-En segundo lugar, por la separación de las corrupciones de la carne;
-En tercer lugar, por procurar ciertas cualidades morales;
-En cuarto lugar, por la asociación con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro.
Si, entonces, unos pocos se hallan reunidos, conforme a estas claras instrucciones, puede surgir la pregunta, ¿Qué principios han de guiarles en su adoración, al recordar al Señor, en sus reuniones para edificación, en su servicio, y en su forma de vida los unos para con los otros y para con el mundo? La respuesta es simple: los tales hallarán de inmediato que todos los principios para el ordenamiento de cada detalle de la asamblea de Dios están disponibles para guiarles, tal como se nos presentan en la Primera Epístola a los Corintios y en otras porciones del Nuevo Testamento, principios que ninguna ruina de la iglesia puede anular. Además, habiéndose separado de los males de la Cristiandad, los tales hallarán que muchos principios e instrucciones para la administración práctica de la iglesia, que difícilmente habría sido posible llevar a cabo en el sistema de los hombres, pueden ser aplicados ahora en sencillez. Así, los que aceptan la senda de Dios en un día de ruina hallarán que aún es posible caminar en la luz de la asamblea tal como fue constituida al principio. Ellos, de hecho, no tratarán de establecer que son la asamblea, o incluso de ser un modelo de la asamblea pues, a lo más, no son más que unos pocos individuos que se han separado de las corrupciones de la Cristiandad y por eso, si dan testimonio, sólo dan testimonio de la condición arruinada de la iglesia en estos días finales, más que ser un modelo de la iglesia en sus tempranos días.
(D) El Espíritu En El Cual Hacer Frente a La Oposición (Vv. 23-26)
En los versículos que cierran el capítulo tenemos una advertencia importante para el siervo del Señor. En referencia a esta senda de separación de las corrupciones de la Cristiandad, el apóstol prevé que al existir aquellos que van a obedecer estas instrucciones, también van a existir aquellos por medio de los cuales iban a recibir vigorosa oposición. La afirmación de estas verdades traería a la imaginación una multitud de “cuestiones necias, y nacidas de la ignorancia” (V. 23 — Versión Moderna). La experiencia ha demostrado cuán verdadero es esto. Casi todo argumento que el ingenio humano puede sugerir ha sido utilizado para anular las claras enseñanzas de este pasaje. Se nos advierte que estos argumentos ‘engendrarán contiendas.’ Independientemente de lo que suceda, el siervo de Dios no debe dejarse llevar a la contienda — él “no debe ser contencioso.” Si él permite dejarse llevar a la contienda, se puede encontrar completamente derrotado, aunque esté defendiendo la absoluta verdad. El siervo debe recordar que es solamente el siervo y no el Maestro. Como siervo del Señor, su tarea es exhibir el carácter del Señor — amabilidad, aptitud para enseñar, paciencia y mansedumbre en presencia de la oposición. La tendencia natural es defender y aferrarse a aquello con lo cual uno está asociado, incluso aunque ello sea completamente anti-escriturario. Por eso el primer efecto de la presentación de estas verdades es a menudo levantar oposición. Si, como puede ser, el siervo mismo una vez se opusiera, le conviene tener gran paciencia y mansedumbre al procurar instruir a los demás. Al presentar la verdad no debe ser con el pensamiento de que mediante su clara presentación, o mansedumbre de maneras, esta será aceptada, sino con la determinada conciencia de que sólo Dios es quien puede traer a alguno al “conocimiento de la verdad.” (V. 25 — Versión Moderna).