(1 Timoteo 4)
Habiéndonos enseñado el orden de la casa de Dios y el secreto de toda conducta correcta por parte de los que forman la casa, el apóstol, en el resto de la Epístola, nos advierte contra ciertas actividades carnales que destruyen una conducta correcta, y nos instruye en cuanto a la piedad verdadera que es lo único que guardará a los fieles de esos diferentes males.
En 1 Timoteo 4 el apóstol advierte más especialmente contra la apostasía, y la carne religiosa manifestándose en el falso principio del ascetismo . En 1 Timoteo 5 se nos advierte contra la carne mundana, que se muestra a sí misma en voluntariedad y auto-gratificación. En 1 Timoteo 6 se nos advierte contra la carne codiciosa con su amor al dinero.
La salvaguardia contra esos males se encuentra en la “piedad.” La verdad de la piedad tiene un lugar muy prominente en esta Primera Epístola a Timoteo. La palabra es usada quince veces en el Nuevo Testamento (versión RVR60), encontrándose nueve de estas ocasiones en esta epístola (1 Timoteo 2: 2, 10; 1 Timoteo 3:16; 1 Timoteo 4: 7-8; 1 Timoteo 6: 3, 5-6, 11 — versión RVR60). La piedad es la confianza en el Dios conocido y viviente que conduce al creyente a andar en el santo temor de Dios en medio de todas las circunstancias de la vida. La piedad reconoce y honra a Dios y es, por lo tanto, exactamente lo opuesto a la santurronería que busca exaltar el yo.
En el capítulo 4 el apóstol nos advierte, en primer lugar, contra la apostasía de algunos que se vuelven del cristianismo a una religión de la carne (versículos 1-5); luego él nos presenta la vida de piedad como aquella que guardará al alma de los males de la carne (versículos 6-10); finalmente, el apóstol entrega exhortaciones personales a Timoteo, que contienen enseñanza y guía para todos los siervos del Señor (versículos 11-16).
(a) Advertencias Contra La Carne Religiosa O El Ascetismo (Versículos 1-5)
El apóstol ha finalizado la porción anterior de la Epístola con una hermosa exposición de “la fe” manifestando la gran verdad del cristianismo como la manifestación de Dios en Cristo. Ahora el Espíritu advierte que, en los últimos tiempos de la profesión cristiana, algunos se apartarán, o apostatarán, de la fe. Posteriormente, el apóstol nos advierte que algunos, mediante sus prácticas, negarán la fe (1 Timoteo 5:8 — o, renegarán de la fe, como reza el mismo versículo en la Versión Moderna); algunos, por codicia, se extraviarán de la fe (1 Timoteo 6:10); y algunos, por especulación, se desviarán de la fe (1 Timoteo 6:21 — o, errarán acerca de la fe como reza el mismo versículo en la Versión Moderna).
(Vv. 1-2). Él habla aquí de apostatar de la fe. Claramente, el apóstol no está hablando de la gran apostasía predicha en la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, que se refiere a la apostasía de la Cristiandad como un todo después del arrebatamiento de la iglesia. En este pasaje el apóstol dice “algunos apostatarán”, refiriéndose, evidentemente, a la apostasía de individuos que tiene lugar en los postreros días antes de la venida del Señor.
Mientras la asamblea de Dios está aún en la tierra, se levantarán aquellos que una vez hicieron profesión del cristianismo pero que renuncian a las verdades fundamentales de la fe cristiana con respecto a la Persona de Cristo.
(V. 3). Detrás de esta apostasía está la influencia directa de espíritus engañadores que conducen a doctrinas de demonios en oposición a la verdad. El apóstata no es simplemente uno que descuida la verdad, ni que rechaza la verdad. El apóstata es uno que, habiendo hecho profesión de la fe, renuncia deliberadamente a la verdad y adopta algún otro credo religioso como siendo superior al cristianismo. Los demonios hablan mentira aunque profesan mantener la verdad. Nosotros sabemos que el diablo es “mentiroso” (Juan 8:44) y que sedujo a nuestros primeros padres diciendo mentiras en hipocresía. El hecho de que la verdad no tiene poder sobre sus almas y que presten oídos a doctrinas de demonios demuestra claramente que sus conciencias están tan cauterizadas que ellos ya no son capaces de distinguir entre el bien y el mal. La apostasía, entonces, comprende no solamente el hecho de renunciar o abandonar la verdad sino también la adopción del error — la doctrina de demonios.
En lugar de la verdad el apóstata finge una religión de la carne que profesa ser de la más elevada santidad. Ellos presumen de una pureza extraordinaria mediante la prohibición de casarse, y de una gran negación de sí mismos mediante la abstinencia de alimentos. En realidad, habiéndose apartado de la fe, ellos niegan a Dios como nuestro Salvador y, al rechazar casarse y al abstenerse de alimentos, niegan a Dios como el Creador. Esto significa la pérdida de toda piedad verdadera la cual teme a Dios y, como resultado, abre la puerta al libertinaje y al desenfreno. Estos espíritus engañadores, complaciendo al orgullo de la carne, ofrecen a los hombres la promesa de la mayor santidad para conducirles a la corrupción más profunda.
(V. 4). La verdadera piedad se beneficia de toda misericordia que Dios pone a nuestro alcance. Las misericordias del matrimonio o de los alimentos, las cuales son rechazadas por aquellos que apostatan de la fe, han de ser recibidas con agradecimiento por los creyentes y los que conocen la verdad.
(V. 5). La Palabra de Dios no aprueba el mundo y sus costumbres para el creyente; pero estas misericordias naturales, las cuales están disponibles para todo el mundo, son puestas aparte para que seamos confortados mientras pasamos por el mundo. Sin embargo, su uso es guardado para el creyente por la Palabra de Dios y la oración. La Palabra de Dios regula su uso, y mediante la oración el creyente las toma en dependencia de Dios.
(B) La Piedad O Confianza En El Dios Viviente (Versículos 6-10)
(V. 6). El apóstol nos ha presentado ciertos peligros contra los cuales el Espíritu nos advierte expresamente. Timoteo tenía que enseñar estas cosas a los hermanos, y al hacer esto demostraría ser un buen siervo de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina de la cual él estaba plenamente enterado. Los espíritus engañadores, de los que el Espíritu Santo habla, buscaban exaltar al hombre con un sentido de importancia y santidad religiosas. El siervo verdadero busca exaltar a Cristo ministrando la verdad.
Ser un buen siervo de Jesucristo no es suficiente para conocer la verdad, y mantener la verdad; necesitamos nutrirnos con la verdad y, en la práctica, seguir plenamente la verdad. Nuestras almas deben ser alimentadas si hemos de alimentar a otros. Debemos nutrirnos, no simplemente con las palabras de los maestros, por verdaderas que ellas sean, sino “con las palabras de la fe” que nos comunican “la buena doctrina” del cristianismo y, si se siguen, producirán un efecto práctico en nuestras vidas, preservándonos de los males de los últimos tiempos.
(V. 7). Habiéndonos exhortado a seguir la verdad, el apóstol nos advierte que rechacemos todo lo que está fuera de “las palabras de la fe.” Las imaginaciones de los hombres tenderán siempre a la profanidad y a la insensatez, las cuales el apóstol caracteriza con desprecio como “fábulas... de viejas”. Nuestro gran ‘ejercicio’ debería ser que se nos hallara caminando en la piedad. Podemos poner el servicio en primer lugar; pero existe siempre el grave peligro de estar activos en el servicio, descuidando la piedad personal. El buen siervo se ejercitará en la piedad para que él pueda ser “útil para el Señor, preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 2:21 — LBLA). Nosotros podemos, a veces, como los santos Corintios, estar muy activos en el servicio y jactarnos en nuestros dones y, al igual que ellos, ser muy poco espirituales por no ejercitarnos en la piedad.
(V. 8). Para enfatizar la importancia del ejercicio espiritual en cuanto a la piedad, el apóstol lo contrasta con el “ejercicio corporal.” La alusión es, probablemente, a los juegos públicos, como en 1 Corintios 9:24-25, donde, al hablar de las carreras públicas, él dice, “todo el que compite en los juegos se abstiene de todo” (1 Corintios 9:25 — LBLA), o, “Todo aquel que lucha, en todo ejercita el dominio propio” (1 Corintios 9:25 — RVR77). Él continua advirtiéndonos en ese pasaje que tal ejercicio de dominio propio tiene solamente una ventaja pasajera; a lo más obtiene sólo una “corona corruptible,” en contraste con la “incorruptible” que el cristiano tiene en mente. De igual modo aquí, él dice, que el ejercicio corporal sólo es provechoso para muy pocas cosas; pero el ejercicio espiritual de la piedad es provechoso para todo, siendo rico en bendiciones en esta vida así como en la venidera.
(Vv. 9-10). El apóstol insiste acerca de la importancia de este ejercicio en cuanto a la piedad declarando, “Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos.” Fue debido a su piedad que el apóstol pudo decir, “por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobio.” Nosotros podemos estar preparados para trabajar y ser prominentes ante los hombres, y de este modo trabajar y ganar el aplauso, o trabajar para exaltar el yo. Pero si la piedad está detrás de nuestro trabajo, significará inevitablemente trabajo y oprobio.
El apóstol procede a demostrar que la fuente de la piedad es la confianza en Dios. Nosotros confiamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen. La piedad es esa confianza individual en Dios que toma cada circunstancia de la vida como estando relacionada con Dios. El hombre no regenerado deja a Dios fuera de su vida; el creyente Le reconoce en todos los detalles de la vida y recibe y usa agradecidamente cada misericordia que Él pone a su alcance sin abusar de las misericordias. De este modo, la piedad es el antídoto contra todas las malas influencias de los postreros días, ya sea que el mal tome la forma de ascetismo, de celibato, de abstinencia de alimentos (1 Timoteo 4:3), de abandono del hogar propio y de vivir en hábitos de auto-indulgencia (1 Timoteo 5:4-6), o de dar importancia a la ventaja mundana y al dinero (1 Timoteo 6:3-10).
(C) Preceptos (Mandamientos) Personales Para El Siervo Del Señor (Versículos 11-16)
(Vv. 11-12). Estas cosas Timoteo tenía que mandar y enseñar. Siendo un hombre joven él tenía que estar especialmente en guardia contra cualquier presunción o soberbia juvenil que estropearía su testimonio conduciéndole a ser menospreciado a causa de su juventud. Si sus exhortaciones y enseñanzas a los demás iban a ser eficaces, el tendría que ser, en su vida, un “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” ¡Es lamentable! Cuán a menudo nosotros estropeamos nuestro testimonio por no lograr exhibir estas hermosas cualidades de Cristo. Si las verdades que enseñamos no afectan nuestras propias vidas, ¿podemos esperar que nuestra enseñanza afecte a los demás?
(V. 13). Al ser su vida pura, el siervo tendría libertad para procurar ayudar a otros mediante la lectura, la exhortación y la enseñanza. La conexión de la lectura con la exhortación parecería demostrar que la “lectura” no se refiere a su estudio personal, sino más bien a la lectura pública de las Escrituras, que en esos días tenía un lugar de especial importancia.
(V. 14). Además, en el caso de Timoteo, un don para el ministerio se le había impartido, y para el cual se le había señalado especialmente por una palabra profética de Dios, y con quien el presbiterio había expresado su comunión mediante la imposición de manos. Semejantes profecía e imposición de manos habían sido plenamente presentadas en el caso de Bernabé y Saulo (Hechos 13:2-3). No obstante lo correcto y hermoso de la vida cristiana, ello no habilitaría al siervo a tomar el lugar determinado de un maestro. Para esto era necesario un don dado por el Señor. En el caso de Timoteo él pudo seguir adelante en la confianza de que este don había sido impartido por una palabra directa de Dios, y pudo ser ejercitado en la conciencia de que él tenía la plena comunión de los ancianos del pueblo de Dios. El don había sido dado mediante profecía, y por la imposición de las manos de Pablo (2 Timoteo 1:6). No había sido dado por la imposición de manos de los ancianos: ellos impusieron sus manos sobre Timoteo como una expresión de su comunión con él. Animado de este modo, él debía guardarse de descuidar el don por medio de cualquier timidez natural.
(V. 15). Fortalecido y animado de esta forma, Timoteo debía consagrarse a las cosas del Señor, como el apóstol dice, “Ocúpate en estas cosas” (1 Timoteo 4:15 — RVR77). Demasiado a menudo permitimos ser distraídos por otros objetos aparte del Señor y Sus intereses. Es bueno que nosotros abracemos de corazón el cristianismo y hagamos de las cosas del Señor nuestros intereses — para ocuparnos “enteramente de ellas” (Versión Moderna). Entonces, en efecto, nuestro progreso espiritual sería manifiesto a todos.
(V. 16). El apóstol resume su exhortación a Timoteo diciendo, “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina.” Insistir en la doctrina mientras descuidamos nuestro propio andar, o dar mucha importancia a la piedad personal mientras afirmamos que es de poca importancia lo que sostenemos, son dos trampas en las cuales muchos han caído. Ambas son fatales por igual para todo testimonio verdadero. Es sólo cuando cuidamos de nosotros mismos y de la doctrina que nos salvaremos nosotros y los que nos oyen de los males de los últimos tiempos.