4) Fracaso en entender la libertad cristiana en relación a la moralidad: Capítulos 6:12-7:40

1 Corinthians 6:12‑7:40
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Ya que algunos en Corinto habían vivido en sus días de inconversos conforme al estilo de vida corrupto y perverso mencionado en los versículos 9-10, corrían el peligro de recaer en sus viejos hábitos y pecados. Esto lleva al apóstol a emprender una larga disertación sobre el tema de la libertad cristiana en relación con la santidad y el testimonio. Este será su tema desde el capítulo 6:12 hasta el capítulo 11:1. Había varias cosas que tratar en este amplio tema. Los aborda bajo dos epígrafes: la moralidad (capítulos 6:12–7:40) y la idolatría (capítulos 8:1–11:1).
Pablo aborda primero el tema de la moralidad en relación con nuestro cuerpo (capítulo 6:13-20); después en relación con nuestra pareja matrimonial (capítulo 7), antes de pasar a tratar de la idolatría en los capítulos 8–10. Utiliza su propia vida como ejemplo de cómo deben comportarse los cristianos en relación con la libertad, excepto en el caso del matrimonio.
Los santos de Corinto habían malinterpretado totalmente el tema de la libertad cristiana. Pensaban que significaba que podían permitirse cosas, ya fueran morales o espirituales, por las que Cristo sufrió y murió para sacarlos de ellas. Muchos utilizaban su supuesta libertad cristiana para vivir a su antojo. Esto tenía un efecto sobre los demás en la asamblea, de modo que la asamblea en su conjunto estaba en un estado deplorable. El apóstol, por lo tanto, aborda el tema con ellos a la luz del Señorío de Cristo. La enseñanza de Pablo sobre la libertad cristiana es muy necesaria hoy en día, porque la Iglesia en general se encuentra en un estado similar al de los corintios. La libertad cristiana es igualmente malentendida y mal utilizada en nuestros días.
En pocas palabras, la libertad cristiana no es libertad para la carnalidad. Por lo tanto, la libertad no es una licencia. La verdadera libertad cristiana es libertad para que el Espíritu que mora en cada creyente actúe, no guiándole a vivir para sí mismo, sino para Cristo.
Dos principios rectores
Versículo 12.— El motivo subyacente en las acciones del hombre natural es la autogratificación. Todo lo que hace con su cuerpo lo hace con tal fin, aunque el motivo pueda estar oculto a veces. Para el cristiano, esto no debe ser así. El apóstol procede a dar a los corintios dos grandes principios que deben regir las acciones de todo cristiano.
Él dice, “todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen”. Esto es lo primero que debe gobernar nuestra libertad cristiana. Habiendo sido salvos y traídos bajo el Señorío de Cristo, nuestra libertad ha de ser regulada por si aquello que permitimos es espiritualmente provechoso o no. (Cuando el apóstol habla de que “todas las cosas” son lícitas, se refiere a todas las cosas que son moralmente correctas. El pecado, por supuesto, no es lícito para un cristiano en ningún momento). El punto que él está tratando aquí es que, aunque ciertas cosas puedan ser moralmente correctas (lícitas), pueden no ser provechosas para un cristiano, en lo que concierne a su salud espiritual y testimonio.
Entonces, en segundo lugar, dice, “todas las cosas me son lícitas, mas yo no me meteré debajo de potestad de nada”. Este es otro gran principio que debería regular nuestra libertad. Si la cosa que permitimos tiene poder sobre nosotros, en el sentido de que nos cautiva y esclaviza, entonces es algo que no deberíamos estar haciendo. No deberíamos permitir nada en nuestras vidas que nos vaya a dominar y controlar aparte del Señorío de Cristo. Estos dos principios subyacentes deben sobrevenir (interpretar) el curso de todas nuestras acciones como cristianos.
Esta larga sección sobre el uso y el abuso de la libertad cristiana comienza y termina con el apóstol citando estos mismos dos principios subyacentes (capítulo 6:12; 10:23). Sirven de introducción y conclusión a su tratado sobre el tema.
Libertad cristiana en relación con nuestros cuerpos
Capítulo 6:13-20.— Al abordar este tema de la libertad en relación con nuestros cuerpos, Pablo se centra en los dos mayores apetitos del cuerpo: la comida y el sexo. Estas cosas no son malas en sí mismas, pero si se permiten fuera y más allá de las limitaciones dadas por Dios, es pecado. Él muestra que existe el peligro de que una persona use esas cosas correctas de una manera equivocada y, en consecuencia, caiga bajo el poder de ellas.
Habla primero de la comida. Es posible caer bajo el poder de las “viandas” (comida) en la autoindulgencia y convertirse en un glotón. Luego pasa a hablar de la fornicación (sexo ilícito), dando cuatro razones por las que el cristiano no puede involucrarse en tal cosa.
Cuatro razones por las que no entregamos nuestro cuerpo a la gratificación de la carne
1) Nuestros cuerpos están destinados al honor y la gloria cuando reinemos con Cristo en Su reino. “Dios que levantó al Señor, también á nosotros nos levantará con Su poder” para ese propósito (versículo 14). Teniendo un propósito tan elevado y santo para nuestros cuerpos, no podemos acertadamente hacerlos “miembros de una ramera” (versículo 15). Al estar “juntos con el Señor” por “un Espíritu” somos miembros de Su cuerpo; simplemente no podemos usarlos para un propósito tan impío. Se opone completamente a aquello para lo que hemos sido traídos como miembros de Su cuerpo (versículos 16-17).
2) La persona que se involucra en inmoralidad peca “contra su propio cuerpo” (versículo 18). Abre una “herida” (traducción J. N. Darby) que nunca sana apropiadamente (Proverbios 6:27-28,33), y como resultado, se vuelve susceptible a caer de nuevo en ese pecado a partir de entonces. También acarrea el juicio gubernamental de Dios en nuestras vidas (2 Samuel 12:10-12).
3) Nuestros cuerpos son “templo del Espíritu Santo”, y no podemos vincular al Espíritu —que es un Huésped divino morando en nosotros— con el pecado (versículo 19). El Espíritu será contristado, y no tendrá libertad para obrar en nuestras vidas para bendición (Efesios 4:30).
4) Hemos sido “comprados ... por precio”, y nuestros cuerpos ya no nos pertenecen (versículo 20). Pertenecen al Señor y son para que Él los use como sea de Su agrado. Por lo tanto, no somos libres de hacer lo que queramos con nuestros cuerpos; ellos han sido comprados con otro propósito: glorificar a Dios. La gran motivación que lleva al cristiano a reconocer esto, y a entregar su cuerpo para el uso de glorificar a Cristo, es el “precio” que Él pagó: Sus sufrimientos expiatorios. ¿Cómo podría un cristiano de corazón verdadero continuar con pecados en su vida que costaron al Señor las agonías del Calvario? ¿Cómo podríamos complacernos en algo que a Él le costó sufrimiento? Fue el amor lo que Le llevó a entregarse por nosotros (Gálatas 1:4; 2:20; Efesios 5:25; 1 Timoteo 2:6; Tito 2:14). La respuesta normal de nuestra parte, por lo tanto, debería ser la voluntad de entregarnos (nuestros cuerpos) a Él para promover Su gloria, y así, vivir una vida santa para Él. A lo largo de este pasaje, Pablo ha mostrado que el cuerpo del cristiano no debe usarse para la GRATIFICACIÓN, sino para la GLORIFICACIÓN de Dios.
Libertad cristiana en relación con el matrimonio
Capítulo 7:1-40.— Los temas tratados en los capítulos 7–11 Son la respuesta del apóstol a las preguntas que los corintios le habían escrito sobre sus preocupaciones. En el capítulo 7, continúa el tema de la libertad, hablando de ella en una esfera un poco más amplia: el matrimonio.
La licitud del matrimonio y sus deberes
Versículos 1-9.— El apóstol habla primeramente de la licitud del matrimonio y sus deberes. Habla de la forma legítima de Dios de evitar la tentación de fornicación: estar casado, mediante el cual se pueden satisfacer lícitamente los apetitos naturales del cuerpo. Dice: “Cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido” (versículo 2). Nótese que está escrito en singular, porque la poligamia no es el ideal de Dios. En el principio, Él diseñó el matrimonio para un hombre y una mujer (Marcos 10:6-8). Los polígamos pueden estar en comunión en la Mesa del Señor cuando se convierten, pero no debían estar en un lugar de manejo de los asuntos administrativos de la asamblea (1 Timoteo 3:2). Esta afirmación del apóstol echa por tierra la idea católica del celibato (1 Timoteo 4:3). Pablo insiste en que “cada” hombre y mujer en el cristianismo tiene la libertad de casarse, incluso los que ministran la Palabra (1 Corintios 9:5).
En los versículos 3-5 detalla algunas de las responsabilidades del matrimonio. Los cónyuges no deben “defraudarse [privarse]” sexualmente el uno al otro de sus cuerpos, porque existe un peligro real de que Satanás los tiente en su incontinencia (falta de autocontrol) en la inmoralidad fuera del matrimonio. La única excepción es para un ejercicio especial de oración, y eso sólo por un plazo determinado.
En los versículos 6-9, Pablo tiene la delicadeza de mostrar que no está ordenando a los santos que se casen en los versículos anteriores, sino más bien, les está aconsejando. Tienen esa libertad, pero algunos pueden, como Pablo, tener el “don de Dios” de renunciar al matrimonio para servir mejor al Señor “sin impedimento” (versículo 35). Sin embargo, si uno no puede “contenerse [controlarse]”, debe casarse, pues es mejor casarse que “arder” (traducción J. N. Darby) en lujuria.
Matrimonios con problemas
En los versículos 10-24, Pablo da sus comentarios para los matrimonios con problemas. Considera dos escenarios. El primero es un matrimonio cristiano en el que tanto el marido como la mujer son salvos (versículos 10-11). Si la esposa se separa por alguna razón, debe permanecer separada de él y no volver a casarse. Del mismo modo, el marido no debe divorciarse de su mujer si ella se marcha. La razón de esto es que puede haber una oportunidad más adelante para “reconciliarse”. Si uno o ambos siguieran adelante y se volvieran a casar, esto lo haría imposible. Este fue un mandamiento apostólico del Señor (“denuncio, no yo, sino el Señor”).
En el segundo escenario Pablo no estaba dando un mandato apostólico del Señor, sino su consejo apostólico. Trata de un matrimonio de no creyentes, en el cual uno de los cónyuges es hecho salvo. Así, resulta en un matrimonio mixto: uno de los cónyuges es salvo y el otro no (versículos 12-24). Él no está haciendo referencia a un cristiano que ha desobedecido las Escrituras y se ha casado con un incrédulo. Es, más bien, una situación que prevalecía en lugares donde el evangelio era nuevo: donde la gracia de Dios penetra en un hogar en el que tanto el marido como la mujer están perdidos, y uno se convierte. Hay misericordia en tales casos, como sigue explicando el apóstol.
Muestra que el cónyuge incrédulo está en un lugar de favor externo en el cristianismo. “El marido incrédulo es santificado por la esposa (creyente) (versículo 14; traducción King James). En el Antiguo Testamento, si un judío se casaba con una pagana (o viceversa), él se profanaba a sí mismo (Esdras 9:1-5; Nehemías 3:23-28). En el cristianismo, es al revés; si la gracia de Dios ha obrado en un hogar y uno se salva, la pareja incrédula es santificada por su conexión con su pareja creyente. Aunque sea santificada, ¡sigue siendo incrédula! Esto puede sonar extraño, pero es una santificación “externa” o “relativa” solamente.
En tales matrimonios mixtos, si hay deserción voluntaria por parte del incrédulo, el creyente es libre de volver a casarse. Nótese: el apóstol no da libertad para que el cónyuge creyente se aparte y se vuelva a casar (versículos 15-16). Por lo tanto, la Escritura permite el nuevo matrimonio bajo tres condiciones:
•  Muerte (Romanos 7:2; 1 Corintios 7:39).
•  Deserción (1 Corintios 7:15).
•  Infidelidad (Mateo 19:9).
Puesto que la tendencia del corazón humano es querer cambios, en los versículos 17-24 el apóstol pasa a hablar de la llamada de Dios que viene a personas en diversas situaciones de la vida. El principio general es permanecer en el llamado donde la persona ha sido llamada. Sin embargo, si una persona podía librarse de la condición de servidumbre, debía “hacer uso” (no abuso) de esa libertad para servir al Señor (versículo 21; traducción King James).
Consejo apostólico para los solteros
En los versículos 25-40, Pablo da su “parecer” a los solteros, ya sean hombres o mujeres. (La palabra “virgen” se utiliza para cualquiera de los dos). Su consejo general es que si uno realmente tiene ante sí el servicio del Señor y ha recibido un “don” de Dios para vivir libre de lujuria en su estado de soltero, debe permanecer soltero. Da tres razones para permanecer soltero:
En primer lugar, debido a la condición hostil del mundo hacia la fe cristiana, existía una posibilidad muy real de martirio. Estaba “la necesidad que apremia” de la persecución romana. Con las circunstancias de tener esposa y familia, las responsabilidades de uno hacia ellas eran mayores. Había una preocupación por su seguridad y una posibilidad muy real de enviudar y tener hijos huérfanos, etc. De ahí que Pablo juzgue que, si una persona podía recibirlo, entonces sería bueno para un cristiano permanecer soltero (versículos 25-26).
En segundo lugar, hay “aflicción de carne” en el matrimonio (versículos 27-28). No es que el matrimonio no sea gratificante, pero las dificultades vienen con él. Los problemas a causa de tener la naturaleza humana caída (la carne) se multiplican en el matrimonio. Ya es suficientemente difícil para una persona que tiene la naturaleza pecaminosa en su interior mantener la carne en el lugar de la muerte, mucho más vivir con otra persona que también tiene la carne. Cuando dos personas se convierten en una sola carne, hay dos voluntades y dos personalidades con diferentes gustos y desagrados, etc. La convivencia requiere gracia. Permaneciendo soltero, una persona puede “evitar” esas dificultades.
En tercer lugar, hay preocupaciones en el matrimonio (versículos 29-35). El cristiano debe vivir teniendo en cuenta que “el tiempo es corto”, pues nuestra expectativa es la venida del Señor en cualquier momento. Este mundo pasará pronto. Por lo tanto, todo debe priorizarse hacia la devoción a la voluntad de Dios. Sin embargo, en el matrimonio hay responsabilidades para mantener una relación y una vida familiar felices. Las alegrías y las penas, y las posesiones de la vida que acompañan al matrimonio, tienen una forma de apremiar nuestro tiempo. La persona casada se ve obligada a usar las cosas temporales de este mundo (pero “como los que no usan” de ellas) para “agradar á su mujer”, mientras que una persona soltera no necesita involucrarse en tales cosas, y por lo tanto, estará más libre de ataduras terrenales para servir al Señor. En los versículos 32-34 da un ejemplo. La persona soltera tiene más tiempo para “sin impedimento ... llegarse al Señor”.
Versículos 36-38.— Sin embargo, si uno tiene dificultades para controlar sus deseos sexuales, él (o ella) debe entregar su virginidad en matrimonio, pues es mejor “casarse que arder” en lujuria (versículo 9, traducción J. N. Darby ). Una persona no debe sentirse culpable al hacerlo: ha obrado “bien”. Pero el cristiano que “tiene libertad de su voluntad”, teniendo un “don” de Dios para ello, hace aún “mejor” permaneciendo soltero.
Versículos 39-40.— En cuanto al volver a casarse, el apóstol da un consejo. Los viudos, y los que se han divorciado con respaldo bíblico, son libres de casarse con quien mejor les parezca, pero deben casarse “en el Señor”. Esto es algo más elevado como principio que casarse “en Cristo”. “En Cristo”, como hemos señalado anteriormente en la epístola, es la posición de cada cristiano ante Dios en la aceptación de Cristo. No toma en consideración la condición del creyente. Por lo tanto, casarse “en Cristo” sería casarse con otro cristiano, sin considerar su condición personal o interés en las cosas del Señor. Sin embargo, Pablo no les dice que se casen “en Cristo”, sino que se casen “en el Señor”. Esta es una cosa más elevada en la cual ambas personas en el matrimonio reconocen el Señorío de Cristo en sus vidas de manera práctica. Por lo tanto, un matrimonio cristiano debe ser una unión en la cual ambas personas en la relación reconocen el Señorío de Cristo.