7: Tela Adhesiva

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Daudi bajó la voz hasta que sólo oía un susurro.
— Bwana, allí hay un hombre que se ha hecho el camino desde la aldea de Makali, donde Simba ha empezado su trabajo. Este es su primer caso. Mira, Bwana, este hombre Moto, es un subjefe, y muy importante. Voy a seguir atendiendo a los pacientes del consultorio externo. Mientras tanto, vas y lo ves. Está allí fuera de tu oficina. Será muy buena cosa si lo sanamos de algo. Además, esto ayudaría a Simba en su nuevo trabajo.
Asentí con la cabeza y alcancé mi estetoscopio a Daudi.
— Sigue adelante. Volveré pronto.
Frente a mi oficina había un alto africano, en cuya cara se veían claramente señales de dolor.
— Mbukwa — dije extendiendo ambas manos en un saludo a lo africano.
Las tomé y entonces me contó una historia que yo había oído muchas veces. Era la historia de un hombre que estaba trabajando en su huerta y se lastimó con la azada. La herida se había hecho llaga y la llaga úlcera. Bien sabía yo lo que había ocurrido después, aunque él no me lo dijera: el médico brujo le untó sus mejunjes, hechos especialmente con estiércol de vaca por lo que la úlcera se ponía peor y siendo a veces muy dolorosa. Esto es lo que había ocurrido a este hombre que tenía frente a mí.
— Kah, Bwana, me duele cuando camino. Me duele aun cuando me siento. Me sigue doliendo hasta que me acuesto. De día y de noche me da puntadas y me hace gemir. Kah, Bwana, no hay ninguna alegría en vivir con una ilonda (úlcera). ¿Tienes medicina que pueda ayudarme? Simba dice que las úlceras no son más que cosa de poca importancia en este hospital.
— Por supuesto, gran jefe, tenemos una medicina poderosa para las úlceras. Ven a la habitación donde las trataremos.
Me siguió al vestuario, hasta una mesa llena de vendas y remedios. Kefa estaba ordenando las cosas, después de una mañana muy ocupada. Le di instrucciones de que lavara la pierna y la limpiara y que luego me llamara cuando todo estuviera listo.
La úlcera se veía en mal estado.
— Kah, esto no es nada bueno — dijo el enfermero — . No atrae ni a los ojos ni a la nariz.
— Jih, Bwana, ¿acaso no lo sé? — dijo el subjefe — . ¿No está en mi pierna?
Fui al dispensario y mezclé un preparado en polvo. Lo llevé y dije al jefe que extendiera la lengua. Le dimos una taza de agua y se tomó la medicina calmante, haciendo caras raras mientras la tragaba.
— Yah, Bwana, jih, ¡Qué medicina! Kah, ¡es amarga como sal!
— Eso te hará pasar el dolor; ahora veremos la úlcera.
Cuidadosamente puse una tela sobre la infección, que era del tamaño de la palma de una mano. Yendo a un armario especial, del que yo guardaba la llave, saqué un rollo de tela adhesiva. Podría usar fácilmente cien veces más en un año, pero sólo tenía tres paquetes de rollos para todo el hospital. Miré al subjefe.
— Escucha, este es un tipo de venda muy especial. Se queda sola en el lugar en el que se lo coloca. Mantiene alejado a los insectos. Impide que la piel tenga comezón. Puedes dejarlo cubriendo tu úlcera por unas tres semanas y, bueno, en ese tiempo habrá mucha mejoría. Pero, NO DEBES SACÁRTELA.
— ¡Joh!, pero ¿cómo voy a saber cómo sigue? — dijo el africano — . ¿Cómo voy a saber si mejora?
— Tienes que creerme en eso. He visto a mucha gente con ese tipo de mal.
Moto movió la cabeza. Pero no estaba convencido. Pronto lo vimos caminando con una docena de tabletas de aspirina, cuidadosamente atadas a la esquina de la tela que usaba en su cintura.
— ¡Joh!, mira, Bwana — dijo Kefa — , ese es un hombre que no hará caso a lo que dijiste que hiciera. Toma nota de mis palabras.
Luego pude comprobar que la opinión de Kefa había sido acertada.
Eso ocurrió una semana después. Estaba otra vez atendiendo el consultorio externo. Daudi apareció con una gran sonrisa.
— Bwana, es buena cosa que haya dos puertas en este consultorio. Mira, por aquella puerta — y señaló con el mentón — está el hombre a quien le pusiste tela adhesiva en la pierna. Y fuera de aquella otra puerta — señaló en la otra dirección — está Simba. Bwana, Simba tiene una sonrisa tan grande que parece que va a lastimarle la boca. Y, Bwana, se ha reído hasta que le dolían los costados. Quiere hablarte.
Salí y encontré a Simba mirando como si estuviera por contar algo que ya no podía guardar por más tiempo. Después de pasar por todos los saludos habituales, dijo:
— Bwana, me duele el estómago de tanto reírme cada vez que pienso en Moto. Yo le conté cómo tú curabas úlceras. Cuando volvió, dijo que todas mis palabras eran ciertas. Bueno, tú le diste medicina, Joh! — hizo un guiño — , medicina que detiene el dolor. Luego pintaste la herida con una medicina de un color muy fuerte y la cubriste de la tela que queda pegada sola. Bwana, estuvo alabándote todo el tiempo por cuatro días y entonces, mira, decidió que debía ver cómo iba la úlcera.
Miré a Daudi y sonreí. Eso ya había pasado antes.
— Entonces, Bwana –continuó Simba — , trató de levantar la tela para poder ver, pero, bueno, era muy fuerte y no se movía. Y entonces tomó una punta y tiró. Salió bien, pero, Bwana, se le quedó pegada. Trató de sacársela. Bueno, era material muy fuerte y sus manos no son hábiles. Pronto descubrió que había echado a perder el vendaje especial, de modo que decidió que debía sacarlo del todo. Pero, Bwana, el vendaje se la había pegado a los vellos de la pierna. ¡Jih! — Simba se rió — , Kah, Bwana, debieras haberlo oído.  — ¡Yah, yah, yah! — , gritaba al arrancarse los vellos.
“Vamos”, le decía yo, “sé un hombre y tira. Eres un hombre grande haciendo ruido como un chiquillo de la aldea”. Tiró de un golpe y fuertemente. Yah, Bwana. ¡Cómo gritó! Y entonces se sentó gruñendo. La úlcera parecía estar como antes. “Kah, la medicina de Bwana no funciona”, dijo. “Mira, ¿no has hecho caso al brujo?”, le dije. “¿No te ha hecho un encantamiento alrededor del cuello que has usado por cuatro días y te lo dejaste allí?”. “Kah. Lo dejé”, dijo. “Bueno, ¿y por qué sacaste de la pierna el vendaje especial de Bwana?”, le pregunté. “Es que quería ver qué pasaba con mi úlcera”. “¿No te dijo el Bwana que no lo hicieras?” “El Bwana lo dijo, pero yo lo quería ver”. “Jongo! Y si ahora te va mal con la úlcera, ¿será culpa de lo que tú hiciste o de la medicina del Bwana?Ji, Bwana, le hablé muy fuerte. Mira, está aquí.
Ocurría que ese mismo día yo había recibido un paquete envuelto en celofán. Había pensado en cómo conservar mi stock de tela adhesiva y para eso había llevado algo de ese celofán y lo había esterilizado. Me pareció que este era justo uno de los casos que necesitaba para probarlo. Entonces escuché la larga historia de Moto, que no era toda la verdad, aunque era muy dramática. Cuando terminó, dije:
— Bueno, y cuando te sacaste la tela, ¿se te calmó el dolor?
— Bwana, no había dolor –dijo.
— ¡Oh! — comenté, sacándole un par de vellos de la pierna de un tirón.
— Yah, eso duele. Claro que duele.
— Koh? ¿Y no te dolió cuando el vendaje tiró de los vellos?
— Este, Bwana,  ...  es, bueno  ...  este  ...
Estaba muy confundido. Lo miré y sonreí.
— Ahora te haré un nuevo tratamiento si me prometes seguir mis indicaciones. Prométemelo y si me desobedeces, no habrá más tratamiento.
— Bwana, seguiré tus indicaciones.
— Muy bien.
Sacando algo del celofán, cubrí la úlcera.
— Puedes ver a través de esto, ¿verdad? ¿Puedes ver la úlcera?
— Jih, Bwana –asintió.
En la parte superior e inferior del plástico puse la venda elástica. El jefe miraba con asombro.
Kah, eso es sabiduría. Ahora puedo ver la úlcera. Puedo ver la úlcera, y sin embargo los dudus (insectos) no pueden meterse dentro.
— Muy bien, ahora vuelve a tu casa y regresa en tres semanas.
Asintió. Salí de la habitación y me encontré con Simba. Lo llevé a un lado.
— ¿Viste lo que ha ocurrido? Cuando Moto no hizo caso a mis indicaciones se metió en problemas.
— Jii, Bwana, ¡y bien que se metió!
El africano se frotó los ojos.
— Simba, eso también te pasará a ti.
— Kah, ¿por qué, Bwana?
— Te pasará a ti y a mí y a cualquiera de nosotros si no obedecemos las indicaciones de Dios.
Simba movió la cabeza lentamente, asintiendo.
— Escucha, amigo mío. Te diré las palabras que Jesús mismo dijo a un joven que fue a él y le preguntó cómo podía tener la vida que nunca termina, la vida que es toda alegría, la vida que no siempre es fácil, pero que siempre merece vivirse. “Mira”, le dijo, “debes amar al Señor tu Dios de todo tu corazón y de toda tu mente y de toda tu alma y con todas tus fuerzas”.
Simba volvió a mover la cabeza.
— Bwana, leí eso el otro día. Entonces Jesús le dijo: “Y debes amar a los otros como te amas a ti mismo”.
— Por cierto, esas son indicaciones de Dios para sus hijos. Y son verdad para la aldea de Makali. Mira (no solo vas a trabajar para Dios allí, sino que si primero buscas su voluntad, y su Reino, entonces todo lo demás que tu deseas vendrá si está en el plan de Dios.
— Kumbe, Bwana, ya lo entiendo. Es mejor confiar en Dios que impacientarse y ponerse a tironear la tela adhesiva para ver lo que pasa.
Se dirigió hacia la puerta. Puse mi mano sobre su hombro desnudo.
— Recuérdalo, cazador de leones. Si Dios quiere que las cosas ocurran más pronto, él hará que así sea.