Abogacía

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Esta es una de dos funciones que constituyen la obra actual del Señor en las alturas a favor de Su pueblo: Su sacerdocio y Su abogacía. Ambas tienen que ver con Su “intercesión” por nosotros, pero en maneras diferentes (Romanos 8:34).
•  Su intercesión como Sacerdote tiene que ver con el sostenimiento de Su pueblo en el camino de la fe para que no falle.
•  Su intercesión como Abogado es para Su pueblo cuando ellos fallan.
La abogacía se refiere a “uno que asume la causa de otro.” En la Escritura, esta es aplicada al Señor (1 Juan 2:1) y también al Espíritu Santo (traducida como “Consolador” en Juan 14:16, 14:26, 15:26 y 16:7). La abogacía del Señor tiene que ver con Su obra de restaurar a los creyentes a la comunión con Dios.
El pecado interrumpe la comunión del creyente con Dios; el arrepentimiento y la confesión le restauran para volver a la comunión con Dios (1 Juan 1:9). El problema es que, si fallamos y seguimos un rumbo lejos del Señor, no tenemos poder para restaurarnos a nosotros mismos: tal es el efecto del pecado en la vida de un creyente. Dejados a nosotros mismos, nunca volveríamos a Dios en arrepentimiento y confesión. Esa es la razón por la que necesitamos la obra de Cristo como nuestro Abogado. El Señor ejerce su abogacía en cuatro acciones:
1) Él Intercede por Nosotros
(Lucas 22:31) Él va al Padre e intercede por nuestra restauración. Al mismo tiempo, Él sostiene nuestra causa delante de Dios contra las acusaciones del diablo con relación a los pecados que nos han llevado al fracaso (Apocalipsis 12:10). Él hace esto en la base de que Él ha cumplido la “propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 2:2). Él, por así decirlo, apunta hacia Su sangre y dice: “Yo he pagado por esos pecados”. Así, nuestra restauración está basada en lo que Cristo logró en la cruz.
2) Él Dirige al Espíritu de Dios para Traer la Palabra de Dios y Aplicarla a Nuestra Conciencia
(Lucas 22:61) El Espíritu de Dios se dirigirá a nuestro estado y a nuestra conducta pecaminosa y nos ocupará con nuestro fracaso hasta que lo encaremos y nos arrepintamos. Él usará la Palabra de Dios para quebrar nuestros corazones endurecidos por el pecado (Jeremías 23:29). Él puede traer un versículo a la mente—sea por oírlo, leerlo o recordarlo—que hablará a nuestra conciencia. Así, la Palabra de Dios tiene parte en la restauración de nuestras almas (Salmo 19:7, Salmo 119:9).
3) Él Providencialmente Aplica Disciplina en Nuestras Vidas
4) Él Motiva a Nuestros Hermanos a Que Nos Busquen para Restaurarnos
(Gálatas 6:1; Santiago 5:19-20): Un hermano o una hermana podría hablarnos sobre nuestro andar, y esto puede ser usado por el Señor para hacernos volver.
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Lejos esté la idea de que un creyente pueda encontrarse pecando, porque esto es extraño al cristianismo. Pero si peca, 1 Juan 2:1-2 nos dice que la abogacía de Cristo entra inmediatamente en acción. Dice: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, á Jesucristo el justo.” Nota: No dice, “Si alguno se vuelve a Dios y confiesa sus pecados, el Señor viene a obrar como su abogado.” Esto significaría que su abogacía comienza a funcionar cuando el creyente descarriado vuelve a Dios en arrepentimiento. Sin embargo, el Señor no espera a que nosotros recurramos a Dios en arrepentimiento, porque Él sabe que, dejados a nosotros mismos, esto nunca sucedería. La verdad es que un creyente descarriado vuelve a Dios y confiesa sus pecados porque la obra de Cristo, como nuestro abogado, está en operación.
J. N. Darby dijo: “Algunos dicen que nosotros debemos utilizar la abogacía de Cristo, pero no es así. Cristo la utiliza a favor nuestro. ¿Por qué regreso yo a Dios cuando he fallado? Es porque Él utiliza Su abogacía y me da una nueva apreciación de la gracia: la cual Él forma en mi mente. No hay nada en nosotros que nos lleve a Dios sino la apreciación de la gracia obrada en nuestra conciencia. Por lo tanto, dice: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre.” No es “si alguno se arrepiente” (Nine Lectures on First John, p. 16). En otra ocasión se le preguntó al Sr. Darby: —¿Cuándo es que el Señor actúa como abogado?, ¿Es cuando un creyente peca?; él respondió: —No dice, si alguno se arrepiente y confiesa; sino, si alguno hubiere pecado, abogado tenemos. Se le respondió: —¿Entonces nada comienza con nosotros?; y Darby contestó: —Que yo sepa, solo el pecado. Y la confesión es el resultado de la abogacía (Notes and Jottings, p. 6).
Así, la abogacía de Cristo no funciona como el abogado moderno, con lo cual es erróneamente comparada. El abogado moderno comienza a trabajar para su cliente cuando el cliente solicita su ayuda, pero la abogacía de Cristo entra en acción antes de que el creyente descarriado solicite la ayuda restauradora del Señor. Todo esto apunta a la fidelidad de nuestro Dios en restaurar a Su errado pueblo. Él es celoso en cuanto a nuestros afectos y no nos dejará continuar en caminos de maldad de forma permanente. Puede que Él nos deje probar del fruto de nuestros caminos por un tiempo (Proverbios 14:14) puesto que la voluntad de la carne debe ser cortada en el creyente que ha fallado. Pero cueste lo que cueste, Él va a restaurar al descarriado. Muchas veces no es sino hasta en el lecho de muerte de una persona.
La intercesión de Cristo como nuestro Abogado no debe ser confundida con Su intercesión como nuestro Sumo Sacerdote. Ambas se refieren a Su servicio presente en lo alto, pero son diferentes. El sacerdocio de Cristo es para sostener al santo de modo que no peque (Hebreos 4:14-16, 7:25-26); Su abogacía es para restaurar al santo—si fuere necesario—por haber pecado. El sacerdocio es para con Dios (Hebreos 2:17, 5:1, 7:25; 1 Pedro 2:5); la abogacía es para con el Padre (1 Juan 2:1). El sacerdocio de Cristo tiene que ver con una intercesión continua; mientras que Su intercesión como nuestro abogado es ejercida solo cuando fuere necesario. (Véase El Sacerdocio de Cristo)