Actuar En Comunión Con Respecto a La Disciplina

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Cuando una asamblea haga una acción, lo hará, si se hace en forma correcta, como en la presencia de Dios mismo, con la autoridad del Señor, y la guía del Espíritu Santo. Cuando una asamblea actúa así, justamente podemos asumir dos cosas: primero, que se sujetaron a la Palabra de Dios para tomar la decisión y su debido carácter; segundo, que las conciencias de los individuos que forman la asamblea fueron alumbradas y gobernadas por la Palabra de Dios en cuanto al asunto. La acción hecha así estará hecha con unanimidad, y en comunión.
En una asamblea reunida al nombre del Señor, en la cual hay aumento de nuevos creyentes, naturalmente es importantísimo que se den referencias de la Palabra de Dios cuando alguna acción es necesaria. Es importante que las conciencias de todos estén ejercidas por medio de la Palabra de Dios, y que nadie sea ignorante de las Escrituras aplicables al asunto delante de la asamblea; ni que se apliquen una disciplina que no disponga a sus conciencias como lo que Dios ordenó hacer. Si este cuidado no es constantemente ejercido, después que pasa el tiempo, resultará que algunos de la asamblea tomarán una posición de inferioridad y seguirán a los líderes o a la mayoría. En esta forma, para algunos en la asamblea, la sujeción práctica de sus conciencias respecto a la asamblea estará en peligro. Cuando tal estado ocurre en la mayoría de una asamblea, el resultado será de líderes controlando, y no la acción en comunión. La base misma de la asamblea, como reunidos al nombre del Señor Jesús, estará en peligro. No resultará, en su forma práctica, unificar a los hermanos al nombre del Señor, ni a buscar la dirección del Espíritu, en relación a los asuntos de la asamblea. En consecuencia, los santos pueden aun estar actuando en unión, pero será prácticamente por la autoridad de uno u otro hermano, o la dirección de tal hermano fulano. Sencillamente estará el hombre, no Dios.
El juicio de un líder o de la mayoría puede ser correcto, mas lo que se requiere es hacer más de lo que es correcto. El asunto moral es importante. Es importantísimo que la conciencia de cada uno en la asamblea sienta su responsabilidad ante Dios, y que todos actúen unidos delante de Dios. Cuando, por ignorancia o flojedad, las personas de una asamblea siguen a un líder o caminan con la mayoría, se debilita la iglesia muchísima. Las personas pierden el principio de responsabilidad individual delante de Dios, y la realidad de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia. Sólo aceptan una condición que pertenece a la asamblea local donde están, y no actúan como guiados por el Espíritu. También, aunque los hermanos principales realizan una acción, como se dice, “por toda la asamblea”, y todo parece ser en conformidad, y la acción en sí misma sea la cierta, sin embargo habrá una decadencia espiritual tocante la comunión y la sujeción a Dios.
Cuando las conciencias no están en ejercicio, y no se averigua la Palabra de Dios, se siembra lo que va desarrollar el ministerialismo y la renuncia de juicio y conciencia a los ministros. La obra del Espíritu Santo en la asamblea prácticamente es puesto a un lado; y cuando esta condición madura, sólo queda la profesión del nombre de la asamblea de Dios. Individuos piadosos pueden conformar la congregación que profesa ser la asamblea, mas la vitalidad de su congregación vendrá de los hombres, y no de Dios, quien es el Compaginador de todo.
El verdadero sentido de actuar en comunión es perdido por aquellos que siguen a un líder, a la mayoría, o a una minoría; porque ellos no disciernen que el Espíritu Santo está guiándoles a hacer una decisión de la asamblea en obediencia a la Palabra de Dios, sino que ven que la acción es de fulano tal o la acción de los que tienen más influencia en la asamblea. Esta es una obra muy triste, y no es digna de la gracia de Dios. No es digna al Dios que abrió nuestros ojos ver lo que es nuestro privilegio y deber, “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. El mandato de los hombres no es la unidad del Espíritu. Seguir el mandato de los hombres es regresión, tal como la condición de la cristiandad desde Roma hacia adelante; en la cual los hombres entregan sus conciencias a sus líderes en cuanto a asuntos de disciplina. [En la cristiandad actual también se votan para tomar una decisión la cual tampoco puede ser “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (N. del T.).] Y tan sólo necesitamos considerar el estado dividido de la cristiandad actual para formar un juicio sabio del resultado de seguir a un líder, a una mayoría, o a una minoría. Sí, y es una advertencia de nuestro fin, si nosotros hacemos como la cristiandad actual.
Aquellos a quienes Dios ha dotado en la asamblea para guiar o enseñar son responsables ante Dios dirigir la mente de Su pueblo hacia El mismo en estos asuntos. Es importantísimo que la fe de los hermanos esté en ejercicio en cuanto a realizar la presencia del Espíritu Santo en la asamblea y ante el hecho de que El puede dirigir la iglesia a unanimidad de juicio, y lo hace. La fe debería estar en ejercicio en cuanto a esta operación del Espíritu Santo, porque si sólo se acepta la obra del Espíritu Santo como una doctrina, y se ignora la aplicación práctica de la verdad de que Dios Espíritu Santo está con nosotros, estamos dando abertura a Satanás. Retener la verdad en la mente y no practicarla es una mentira. Si creemos que el Espíritu Santo está presente para guiarnos, necesariamente esperaríamos con paciencia que El nos oriente. Y en proporción al grado de nuestra fe en Dios rechazaremos las obras carnales y las energías de nosotros mismos. Los procedimientos para obtener una mayoría en la asamblea, o para forzar la voluntad de una minoría, o llevar el punto de vista de un líder, son evidencias de independencia del Espíritu Santo.
Es muy grande la responsabilidad que tienen los guías en una asamblea de dirigir con sus palabras y su práctica los santos para reconocer la presencia del Espíritu Santo. Igualmente es muy grande su responsabilidad vigilar sobre sus propios espíritus cuando se presenten delante de la asamblea asuntos de disciplina. Las personas espirituales son reconocidas por Dios; “vosotros que sois espirituales” (Gál. 6:1). ¡Ay! de la asamblea que reconoce como espirituales a los que actúan al contrario del “espíritu de mansedumbre”, o que utilizan otros medios que no son conforme la santidad y la verdad del Espíritu Santo y el Espíritu de Verdad. Los hechos que profesan ser realizados por el Espíritu, pero que niegan Su carácter, son un agravio a El y al Señor.
Todos los casos de disciplina y los casos de intentar disciplinar, siempre prueban las congregaciones de cristianos. En el día de hoy varias congregaciones grandes están titubeando con los resultados que una disciplina puede derivar. Y nosotros sabemos que si se presente un caso de disciplina en nuestra asamblea, se manifestaría la condición actual. “Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados” (1aCor. 11:19). En tal momento se oirán voces que muy pocas veces se oyeron en las reuniones de oración o en los estudios bíblicos. Y las personas que sólo asisten por los domingos para la adoración estarán más activas. Estas personas, por lo general, darán ocasión para más problemas.
La disciplina es la cosa más difícil que hace la asamblea. Aunque sea correcto en todo sentido el juicio de un hermano mayor, no llevará mucho peso moral para inspirar confianza si su alma no está en comunión con Dios. Sus palabras carecerán de poder, y él será un obstáculo. Siempre debemos recordar que Cristo está sumamente interesado en los asuntos de la asamblea, y que Sus ojos son como una llama de fuego que disciernen los pensamientos y las intenciones de todos los corazones, y que no podemos ejecutar una disciplina sólida con poder propio.
Por más débiles que podamos ser, si nos entregamos a las manos del Señor, honradamente buscando la dirección del Espíritu, resultará, por lo menos, una percepción para detectar quién está en comunión con Dios, y quién tiene razón. Veremos una distinción muy clara entre aquel que tiene razón y el que tiene persuasión. Necesitamos estar cerca a Dios en una manera especial cuando actuamos para la gloria del Señor en asuntos de disciplina. Necesitamos sentir el mal como si fuera nuestro propio; tratar de otro modo con el mal nos hace desequilibrar el espíritu, afectando injuriosamente el sentido moral.
Satanás está activo donde se encuentra el mal, y la disciplina se relaciona con el mal. Por eso habrá conflicto, y sólo se vence por la obediencia a la Palabra de Dios en sujeción al Espíritu Santo. Y además, al tratar con el mal siempre tendemos a contaminarnos, aunque sea juzgado y quitado el mal. Por tanto es necesario juzgarnos a nosotros mismos en tales circunstancias. La realidad es que cuando juzgamos el mal en otros, el enemigo nos hace ensoberbecer.
Por esta causa frecuentemente se da el caso de una crisis en la asamblea causadas por estas dos males. En primer lugar, el mal que la asamblea está considerando para saber como obrar en consecuencia; y en el otro lugar, el mal de no actuar por el Espíritu sino por fuerza propia y por medios humanos, procurando poner las cosas en orden para Dios con manos profanas. Dios, quien no puede negarse a Sí mismo, tiene una controversia con tal asamblea, no sólo por el mal que ésta quiere juzgar, sino también por la manera que los hombres están tratando juzgarlo.
La disciplina siempre revela la condición de los hermanos de la asamblea, y en tales ocasiones se hacen manifiestos los motivos de los hermanos, como también sus juicios. Supongamos el caso de un hermano que es un justo enderezador de agravios, pero disgusta por motivos personales al que erró, ¿cree Ud. que Dios quien prueba la mente y el corazón, y pesa las acciones, pasará por alto este pecado? Hay sólo un camino seguro cuando tratamos con el mal, y esto es actuar en la luz de Dios. Si en nuestros corazones miramos la iniquidad, el Señor no nos escuchará. Si utilizamos la obra del Señor para encubrir nuestro disgusto es una iniquidad. “La santidad conviene a Tu casa, oh Jehová” (Sal. 93:5).
Otra cosa notaria en los casos de disciplina es que la detección de un mal frecuentemente conduce a detectar otro. Es como ver brotar una hierba de la tierra, no se sabe si viene de una pequeña semilla o de una raíz profunda y extensa. Dios se hace aparecer lo que está escondido, y abre los ojos de Su pueblo para que vea lo que anteriormente no veía. Es como si Dios trajese a la luz poco a poco lo oculto de las tinieblas y las intenciones de los corazones. Así que es necesario que esperemos en El quien sabe todo. Cuántas historias largas y tristes no hubieron acontecido, si cuando a la primera manifestación del mal, los hermanos hubieran orado con ayuno.
La primera consideración que se debe tener en cuenta cuando se presenta el mal en la asamblea es la honra del Señor. Tenemos que mantener a toda costa Su honor, sin obscurecerlo con nuestro honor. Es un horrible engaño cuando los cristianos llaman la honra del Señor lo que es su propia honra. Muchos conflictos en varias edades del cristianismo que se dijeron que batallaron por el nombre del Señor, en realidad fueron por motivos engañosos. En vista de que la honra del Señor es la primera consideración de la asamblea, tenemos que reconocer que cada miembro es una parte viva de Su cuerpo, y que en consecuencia cada miembro tiene que mantenerse limpio según las Escrituras, y tener una conciencia ejercida delante de Dios en cuanto al mal. Sin duda esto nos hará juzgar a nosotros mismos y producirá una condición de humildad en toda la asamblea.
La siguiente consideración debe ser la restauración del transgresor o los transgresores. Si andamos en la luz, tendremos el deseo ferviente que se acerque a Dios el delincuente para ver su error y arrepentirse. Cuando vean ese deseo en nosotros, no le resultará difícil al transgresor confesar su pecado a Dios, y reconocerlo delante de la asamblea. La persona que ya confesó su pecado a Dios, y a quien Dios perdonó y limpió de todo su maldad, sería el primero en justificar a Dios y sus acciones de disciplina en vez de justificarse a si mismo. El alma restaurada, aquella que anda en la luz, y que es perdonada de Dios, no necesita ser empujada para reconocer el mal que hacía. El arrepentimiento verdadero es lamentarse por el pecado y apartarse de ello. Donde hay un sincero arrepentimiento, la asamblea ya puede dar su sello de aprobación sobre la obra que el Espíritu Santo hizo en el alma de esa persona. Cuando Dios haya restaurado, la asamblea puede recibir al restaurado.
Dios es justo; no hay injusticia en El. La asamblea sencillamente está actuando por Cristo. La asamblea está limpiándose a sí misma del mal en el nombre del Señor. Así que si no actúa con plena santidad, vendrán más problemas. “Porque . . . con la medida con que medís, os será medido” (Mt. 7:2). También debemos recordar que es muy raro tener un espíritu tranquilo de juicio en la asamblea que es probada con una cuestión de disciplina. Pues se trata de un momento decisivo para los hermanos, y, si los hermanos no descansan en la presencia de Dios, estando así por encima del mal que está obrando y que precisa ser juzgado, no habrá en la asamblea una santa quietud. Asimismo reconocemos que si el hombre no está frente la luz, no estará libre de parcialidad, y no tendrá un juicio imparcial que debe caracterizar nuestras acciones realizadas en el nombre del Señor.
Mayormente, cuando al comienzo una asamblea es floja y benigna en disciplinar, más tarde será demasiada severa al transgresor; se irá de un extremo al otro. Mas Dios demanda obediencia a Su Palabra. Tenemos que hacerlo con paciencia. Ni la laxitud ni la injusticia son de El. Ambas no estarán en nosotros si estamos en comunión con El. No puede haber un aborrecimiento demasiado grande del mal en nuestras almas, pero sí, podemos reprender con demasiada severidad al transgresor. Muchos hombres que aun hasta ahora no han sido restaurados ni vienen al partimiento de pan, habrían podidos ser restaurados si las mismas manos que los hirieron hubieran sido guiadas con ojos de piedad.
Cuando los padres tienen que castigar a su hijo con la vara de corrección, el hijo pierde la mayor parte de la lección, si el padre no controla su ira y enojo. El niño recibirá su castigo, pero el padre pierde su influencia. El Señor no quiere que Su pueblo haga la disciplina de El en Su asamblea, sino como El lo dirige. Ni tampoco disciplinaríamos en una manera incorrecta si estuviéramos en sujeción a Su Espíritu. La disciplina tiene que ser algo severa, severa en sí mismo, mas no debe haber un corazón severo. Mayormente los que tratan con severidad de corazón lo hacen porque no están librados del mismo malo que tiene el que fue disciplinado, o no se han juzgado a sí mismos delante de Dios. Basta con observar la historia de aquellos cuya indigna severidad contra el transgresor con sabor a vindicación para aprender que hombres de duro corazón — duro, no para con el mal, sino para con el transgresor — guardaban en sus corazones los gérmenes del mismo tipo de error que denunciaron en los demás. Vendrá el tiempo de segar, “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6:7).
Este es uno de los notorios síntomas del corazón perverso y engañoso del hombre. Es muy cierto que el Señor tratará con esta injusticia. Cuando tratamos con el mal necesitamos recordar las palabras del Señor acerca de la viga en nuestro ojo. De otro modo, ¿Cómo podemos obtener Su luz para juzgar con justo juicio? (Vea Juan 7:24.) Así que, desde cualquier punto de vista que consideremos este tema, estamos siempre obligados volver a la condición del alma de aquellos que juzgan y a la necesidad de sentir la total incapacidad de una asamblea para actuar en comunión menos que tenga lugar la dirección de Dios Espíritu Santo.