Como se ha mencionado en la introducción, los últimos tres capítulos de la epístola son exhortaciones basadas en la verdad doctrinal que se encuentra en los primeros tres capítulos. Al apóstol le fue necesario desviarse del tema en el tercer capítulo para establecer la autoridad que tenía para ministrar la verdad del Misterio, de modo que las exhortaciones que son dadas ahora en este cuarto capítulo nos alcancen con más fuerza.
Habiendo explicado la verdad del Misterio y habiendo orado por los santos, Pablo continúa donde había dejado el tema en el capítulo 3:1. Como “prisionero de Cristo Jesús” (capítulo 3:1), él revela la verdad del Misterio; como “preso en el Señor” (capítulo 4:1), nos exhorta a caminar como es digno de esa gran verdad.
Nótese que el primer verso dice, “Yo pues, preso en el Señor ... ”. La expresión “en Cristo”, que caracteriza los primeros tres capítulos, no aparece en la última mitad de la epístola, y el término “en el Señor” se vuelve prominente. Esto es significativo; es una expresión que se refiere a la autoridad del señorío de Cristo. No es difícil ver la razón de este cambio. Para que nosotros podamos practicar la verdad, es esencial que reconozcamos el señorío de Cristo. Esto significa simplemente reconocer Su potestad sobre nosotros al redimirnos, por medio de someternos a Su derecho de decirnos qué hacer en todas las áreas de nuestra vida.
Además, encontramos la palabra “andar” mencionada varias veces en los últimos tres capítulos de la epístola (capítulo 4:1,17; 5:2,8,15; 6:15). Esto implica vivir la verdad de manera práctica en todo el curso y conducta de nuestra vida.
Tres esferas de responsabilidad cristiana
Dios quiere que nuestro caminar sea consistente con nuestro llamamiento. Por lo tanto, se nos manda a “andar como es digno” de nuestro llamamiento en tres esferas. Ellas son:
• La esfera de la asamblea (capítulo 4:1-16). En estos versículos se nos ve como miembros del cuerpo de Cristo y somos responsables de manifestar este hecho colectivamente.
• La esfera de la profesión cristiana en el mundo (capítulos 4:17–5:21). En esta serie de versículos se nos ve como miembros de la raza de la nueva creación, profesando que conocemos a Dios, y por eso somos responsables de manifestar el carácter del nuevo hombre en Cristo.
• La esfera doméstica del hogar (capítulos 5:22–6:9). En estos versículos se nos ve como miembros de nuestros hogares y debemos reconocer y respetar el orden de Dios en la primera creación, en cuanto a nuestras relaciones naturales.
Miembros del cuerpo de Cristo
Capítulo 4:1-16.— Las exhortaciones de los primeros dieciséis versículos del capítulo 4 pertenecen a la primera esfera —la asamblea, el cuerpo de Cristo—. Estos versículos presentan una hermosa ilustración de lo que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, debería ser en este mundo, según la mente de Dios. No toman en cuenta el fracaso del testimonio de la Iglesia, como se ve hoy en el cristianismo, sino que nos muestran el ideal de Dios.
Versículos 1-3.— Comienza exhortándonos a “andar como es digno” de nuestra “vocación”. Podemos preguntarnos: “¿Cómo podemos andar dignos de nuestra vocación?” El Misterio revela que hemos sido llamados a un lugar privilegiado, como miembros del cuerpo místico de Cristo. Andar como es digno de tal vocación es manifestar ese hecho en este mundo. Dios quiere que el vaso de testimonio (la Iglesia), que Él está formando para la manifestación de Su Hijo en el mundo venidero, exprese la verdad de que hay un solo cuerpo, incluso ahora, mientras se encuentra aquí en el mundo. Pablo no entra en detalles en esta carta acerca de la manera en que la Iglesia debe hacer esto. Simplemente menciona que debemos manifestar la unidad que demuestra la unión que tenemos en el cuerpo. Es la primera cosa práctica que el Señor ha ordenado a los miembros de Su cuerpo que concuerda con la unión que los miembros tienen en “el Cristo” (1 Corintios 12:12-13, traducción J. N. Darby).
Expresar, en la práctica, la verdad del un cuerpo requiere que los miembros del cuerpo estén en un estado de alma correcto. Esto es aludido en el primer versículo del capítulo, con la exhortación que Pablo les da “en el Señor” (versículo 1). Implica darle al Señor el lugar que le corresponde en nuestras vidas al reconocer la autoridad de Su Señorío sobre nosotros en asuntos prácticos —lo que implica estar en un estado de alma correcto—. También hay la necesidad de tener “toda humildad y mansedumbre, con paciencia”, y de soportarnos “los unos á los otros en amor” (versículo 2). Andar juntos en una unidad práctica requerirá la práctica de estas cosas por parte de cada miembro del cuerpo.
La “humildad” mantiene al yo sometido y la “mansedumbre” da paso a lo demás. Las dos andan juntas (Mateo 11:29; Efesios 4:2; Colosenses 3:12). La mansedumbre tiene que ver con la manera en que interactuamos con los demás, para no ofenderlos (1 Corintios 4:21; 2 Corintios 10:1; Gálatas 6:1; 2 Timoteo 2:24; Tito 3:2). La humildad, por otro lado, no se ofende cuando interactuamos con alguien que no es manso (Números 12:3, nota al pie de la traducción J. N. Darby). “Con paciencia” habla de ser pacientes cuando vemos la incapacidad de otro, y “soportar los unos á los otros en amor” es no tomar en cuenta las ofensas personales. Las dos primeras cualidades son las que necesitamos dentro de nosotros; las dos siguientes son las que necesitamos con respecto a los demás, cuando ellos no están ejercitando las dos primeras. En resumen, debemos tener paciencia y soportarnos en presencia de aquellos que no son mansos y humildes.
Estas cosas prácticas deben ejercerse con el fin de “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (versículo 3). Podemos preguntarnos: “¿Qué es exactamente la unidad del Espíritu?” Es una unidad práctica entre los creyentes que el Espíritu de Dios está formando para dar expresión a la verdad del un solo cuerpo. En pocas palabras, Dios quiere que haya una manifestación práctica de la verdad del “un cuerpo”. Él quiere que pongamos en práctica lo que es un hecho en verdad; y el Espíritu de Dios está trabajando con ese fin con los miembros del cuerpo de Cristo.
Esta unidad encuentra su centro en Cristo. Hablar de unidad y trabajar por ella sin reconocer la autoridad de Cristo como su fundamento es una obra de la carne. Además, mantener la unidad del Espíritu implica estar en comunión con Aquel que es llamado “el Espíritu de santidad” y el “Espíritu de verdad” (Romanos 1:4; Juan 14:17). Esto significa que los miembros del cuerpo no solo deben reconocer la autoridad de Cristo en todo, sino que también deben caminar en “santidad” y “verdad”. Esto implica la separación de todo lo que sea incompatible con Su Persona, porque Él es llamado “el Espíritu Santo”. Si se sacrifican los principios divinos para lograr la unidad, esta no es la unidad del Espíritu. El ecumenismo moderno, por ejemplo, es una unidad creada por el hombre; no es la unidad del Espíritu. Por lo tanto, la “unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” a la que Pablo se refiere aquí no es paz a cualquier precio, sino paz como resultado de Cristo tener el lugar que le corresponde y de que los creyentes estén sujetos al Espíritu de Dios. Por tanto, la unidad del Espíritu es la unidad que reconoce la autoridad del Señorío de Cristo y está separada de toda doctrina y práctica impía.
Notemos que no estamos llamados a proteger la unidad del cuerpo. Esta unión la mantiene Dios mismo, porque solo Él puede hacerlo. Nada puede romper este vínculo que los miembros tienen con Cristo, la Cabeza ascendida. La unidad del Espíritu, por otro lado, es algo práctico que los miembros del cuerpo son responsables de mantener. Por lo tanto, aunque todos los cristianos tienen unión con Cristo, quizás no todos los cristianos caminan en la unidad del Espíritu.
Tampoco debemos pensar que la unidad del Espíritu es una exhortación a la unidad en una comunión de iglesia local; es más que eso. Esta unidad tiene en vista el un solo cuerpo, como dice el versículo siguiente: hay “un cuerpo” (versículo 4). Dado que los miembros del cuerpo de Cristo no se encuentran en una sola localidad, sino que están esparcidos por todo el mundo, esta unidad debe verse dondequiera que haya cristianos en la tierra. Dios quiere que los cristianos universalmente anden juntos en esta unidad, expresando el hecho de que son un cuerpo. La acción de partir el pan es una confesión práctica de esta verdad (1 Corintios 10:16-17), pero la Iglesia también debe manifestar la unidad del cuerpo en asuntos prácticos de comunión y disciplina. Las epístolas a los Corintios desarrollan este lado de la verdad.
En los primeros días de la Iglesia, esta unidad era mantenida. Los santos estaban “todos unánimes juntos” (Hechos 2:1; 4:32), pero es triste decirlo, no permaneció así por mucho tiempo. C. H. Brown dijo: “Evidentemente, la unidad del Espíritu debe haberse roto”. J. N. Darby dijo: “Ananías y Safira fueron los primeros en estropearla (Hechos 5); después de eso, se encuentra a los helenistas murmurando contra los hebreos (Hechos 6)”. El hecho de que se nos diga que debemos ser “solícitos” o usar “diligencia” (traducción J. N. Darby) significa que habrá resistencia a ello de parte del mundo, la carne y el diablo. Por lo tanto, guardar esta unidad requerirá energía de nuestra parte.
Tres círculos concéntricos
Versículos 4-6.— El apóstol hace referencia a tres esferas de responsabilidad cristiana. Como se ha mencionado, las exhortaciones en el resto de la epístola fluyen de las respectivas responsabilidades en estas tres esferas. Se entienden mejor si se ven como tres círculos concéntricos.
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El círculo interno es la esfera en la que existe una realidad cristiana. “Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados á una misma esperanza de vuestra vocación” (versículo 4). Los verdaderos creyentes (cristianos) son los únicos en este círculo. Un creyente es introducido en este círculo al ser sellado por el Espíritu Santo, lo que sucede cuando cree en el evangelio de su salvación (Efesios 1:13).
El segundo círculo es la esfera de la profesión cristiana donde hay “un Señor, una fe, un bautismo” (versículo 5). Este es un círculo más amplio que incluye a todos los que están el primer círculo y a todos los que hacen una profesión de fe en Cristo, sea real o no. Una persona es introducida formalmente en esta esfera mediante el bautismo con agua.
El tercer círculo es la esfera de las relaciones naturales, donde hay “un Dios y Padre de todos” (versículo 6a). Esta esfera es aún más amplia; incluye a los que están en los otros dos círculos, pero se extiende más allá para incluir a toda persona viva sobre la tierra. La paternidad de Dios aquí no es Su paternidad en la familia cristiana, sino Su paternidad en cuanto a todos los seres creados. En este sentido, todos los hombres son “linaje de Dios” (Hechos 17:29). Una persona es introducida en esta esfera por nacimiento natural. Al decir luego: “Por todas las cosas, y en todos vosotros [nosotros]” (versículo 6b), Pablo está regresando al primer círculo. Dios habita sólo “en” los verdaderos creyentes (1 Juan 4:12; 4:15).
La función de los dones en la edificación del cuerpo
Versículos 7-16.— Dado que es la voluntad de Dios que la Iglesia manifieste de forma visible que es “un cuerpo”, Cristo ascendió a lo alto para hacer una provisión completa con el fin de que los miembros anden juntos colectivamente de esta manera. A cada miembro le ha sido dada “gracia conforme á la medida del don de Cristo”. El Señor ha impartido a cada uno de nosotros un don de poderes espirituales (1 Corintios 12), y también nos ha dado la “gracia” necesaria para usar este don con destreza en el lugar donde nos ha colocado en el cuerpo.
El apóstol toma prestado del Salmo 68:18, que celebra la victoria del Señor sobre Sus enemigos en un día venidero (en Su aparición), y aplica este principio a Su victoria sobre Satanás en la cruz. Habiendo derrotado a Satanás por medio de la muerte (Hebreos 2:14), el Señor ha traído a los creyentes a someterse a Él, quienes antes eran esclavos de Satanás. De la manera que un vencedor regresa victorioso de la batalla, y trae consigo el botín tomado del enemigo como prueba de la victoria, así Cristo ha hecho exhibición de Su victoria al otorgar “dones” a los que estaban cautivos de Satanás (versículo 8). Estos dones son poderes espirituales y fueron dados con el propósito de ayudar a los santos a andar juntos en la unidad del Espíritu y así manifestar la gloria de Cristo en la Iglesia.
Versículos 9-10.— Antes de que Cristo ascendiera victoriosamente a las alturas de la gloria, primero descendió a la tumba (“las partes más bajas de la tierra”) para derrotar al enemigo, levantándose de entre los muertos, para entonces tomar Su lugar en lo alto “sobre todos los cielos”. Así, Cristo tuvo que ocupar primero Su lugar en el cielo, como Cabeza de la Iglesia, antes de que pudieran ser otorgados los dones. El punto del apóstol aquí es que todo ministerio cristiano fluye de Cristo, la Cabeza ascendida en el cielo. No buscamos en la tierra ninguna organización humana de la que los dones reciban su dirección, sino miramos a Cristo en el cielo. Las agencias humanas, creadas para enviar a personas dotadas a ciertas obras en el servicio del Señor, aunque bien intencionadas, son contrarias a las Escrituras.
Versículo 11.— Desde Su lugar en lo alto, Cristo “dió unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores”. Estos hombres tienen poderes espirituales distintivos para el ministerio público de la Palabra y ellos mismos han sido dados como dones de Cristo a la Iglesia. El punto aquí no es que Cristo da el apostolado, sino que da apóstoles, etc. El pasaje no se centra en los poderes espirituales dados a ellos, sino en el hecho de que ellos mismos son un regalo de Cristo a la Iglesia.
Los “apóstoles” y “profetas” fueron dados para ayudar a establecer el fundamento de la Iglesia en el siglo primero a través de su ministerio (capítulo 2:20). Ahora que han sido puestos los cimientos, estos dones ya no son dados, aunque todavía disfrutamos del ministerio de ellos, a los que el Espíritu de Dios inspiró a escribir en las Escrituras del Nuevo Testamento. Todavía tenemos el ejercicio del don de profecía en el sentido de que alguien exponga la mente de Dios para la ocasión, por medio de una palabra de ministerio (1 Corintios 14:1,31), pero no en el sentido de que alguien tenga revelaciones especiales y pueda predecir eventos futuros, como era el caso con Agabo (Hechos 11:27-28; 21:10-11).
El Señor también ha dado “evangelistas”, “pastores” y “doctores [maestros]” a la Iglesia. Nuevamente, esto no se refiere a los poderes espirituales del evangelismo, etc., sino que los hombres mismos han sido dados como dones a la Iglesia. Estos hombres todavía están siendo levantados por el Señor para ayudar a la Iglesia.
Primera de Corintios capítulo 12:8-10 habla entonces de los poderes espirituales particulares que el Espíritu de Dios imparte o deposita en hombres como estos. Por ejemplo, la “palabra de sabiduría” es el poder o don espiritual que un “pastor” tendría, y la “palabra de ciencia [conocimiento]” es el don espiritual que un “doctor [maestro]” tendría. El énfasis en 1 Corintios 12 no está en la sabiduría o conocimiento que ellos tienen (porque todos los santos deben poseerlos) sino en su habilidad especial de comunicar la sabiduría y el conocimiento que tienen. Por eso se les llama “palabra de sabiduría” y “palabra de ciencia”. Notemos que no se menciona aquí, ni en ninguna otra parte de la Escritura, que los hombres que tienen un don espiritual de enseñar o predicar necesitan ser designados por alguna organización humana para poder funcionar en la Iglesia.
Versículo 12.— Estos dones no les han sido dados para su beneficio personal, sino para el enriquecimiento del cuerpo de Cristo. Es cierto que los que saciaren ellos también serán saciados (Proverbios 11:25), pero lo que ellos tienen del Señor es principalmente para sus hermanos, los otros miembros del cuerpo. El propósito de estos dones es “para perfección de los santos”. La perfección, en el sentido en que se usa aquí, es “crecimiento pleno”. Entonces, estos dones son para ayudar a los santos a crecer espiritualmente. Además, esta “perfección” es “para la obra del ministerio”. Esto muestra que es el deseo de Dios que los miembros del cuerpo maduren (crezcan espiritualmente) con la ayuda de los dones, para que ellos también puedan participar en la “obra del ministerio” y así ser útiles en la extensión del testimonio cristiano. El ministerio es simplemente poner en práctica nuestro don espiritual. Como todos tenemos un don, todos debemos estar activos en el ministerio. No existen “zánganos” en el cuerpo de Cristo; todos los miembros del cuerpo deben participar en este trabajo. Quizás no todos tengan un don distintivo y sean dados a la Iglesia de la manera en que se menciona en el versículo 11, pero todos deben estar involucrados en la “obra del ministerio” de alguna manera. Cada miembro puede hacer su parte en la “edificación del cuerpo de Cristo”. No era la intención de Dios de que algunos de los miembros del cuerpo fueran solo espectadores mientras que los otros estuvieran involucrados en la obra.
Esta obra debe continuar “hasta que todos lleguemos á la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, á un varón perfecto [maduro]” (versículo 13). Esto no se logrará en un sentido colectivo hasta que Cristo regrese (en el Arrebatamiento). Por lo tanto, “la obra del ministerio” (llamar, cuidar y edificar a los santos) seguirá hasta que el Señor venga por nosotros. Esto significa que estos dones para la edificación (versículo 11) seguirán siendo impartidos hasta que la Iglesia sea completada. En contraste con esto, no se menciona en la Escritura que los dones de lenguas y sanidades, etc., continuarían. La historia confirma que estos no continuaron.
El versículo 13 nos presenta el objetivo final de los dones en “la obra del ministerio”, pero los versículos 14-16 nos dan su objetivo inmediato, que es sacar a los santos de la niñez espiritual, como dice Pablo, para “que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquiera de todo viento de doctrina”. Existe una necesidad urgente e inmediata de que los santos sean establecidos en la verdad, para que el enemigo no los arrastre. Si eso sucede, los santos no podrán cumplir adecuadamente su función en el cuerpo ni podrán ser una ayuda positiva en la edificación de otros miembros. Pablo habla de estas doctrinas erróneas introducidas por el enemigo como “error sistematizado” (traducción J. N. Darby). Normalmente se encontrará que detrás de las malas doctrinas existe todo un sistema de enseñanza errónea.
Versículo 15.— Nuestra protección contra el error se encuentra no en conocer mejor el error para refutarlo, sino en “seguir la verdad en el amor”. Esto va más allá de conocer la verdad e implica estar afectuosamente apegados a ella, manteniendo la verdad en nuestros afectos. El salmista ejemplifica esto, diciendo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11). La traducción King James en inglés traduce este versículo 15 “hablando la verdad en amor”, pero esto podría confundirnos; traducido así, implica que debemos presentar la verdad a los demás de una manera amorosa y amable. Esto es ciertamente algo que debemos hacer, pero el contexto aquí tiene que ver con ser preservados de los errores doctrinales que son propagados. Decir la verdad a los demás de una manera amorosa y amable no es lo que nos va a guardar de estos sutiles errores. “Sostener la verdad en el amor” (traducción J. N. Darby) —como debería traducirse— es amar a la verdad misma. El punto de Pablo aquí es que cuando la verdad se guarda adecuadamente en nuestros afectos, no solo será una salvaguardia contra los errores dentro de la cristiandad, sino que también hará que “crezcamos en todas cosas en aquel que es la cabeza, a saber, Cristo”.
Versículo 16.— No solo seremos preservados y creceremos espiritualmente, sino que también seremos útiles en el cuerpo como “junturas de su alimento”. Contribuiremos eficazmente a la edificación del cuerpo en amor. Su deseo es que “cada miembro” tenga algo que proporcionar en beneficio de “todo el cuerpo”.
Resumen de los ejercicios necesarios para andar de acuerdo con la verdad del “un cuerpo”
• El reconocimiento práctico de la autoridad que tiene el Señorío de Cristo en nuestras vidas (versículo 1).
• Un ejercicio personal de caminar humildemente con nuestros hermanos (versículo 2).
• Sumisión al Espíritu de Dios que nos conduce a la unidad que Él ha formado (versículos 3-6).
• Aprovechar los dones (hombres) dados a la Iglesia que nos ayudarán a ejercer nuestra función en el lugar que tenemos en el cuerpo (versículos 7-16).
La verdad del “un cuerpo” solo se puede practicar hoy en día en el testimonio de un remanente debido a la ruina de la cristiandad
Al repasar los primeros dieciséis versículos del capítulo 4, vemos que este es el ideal de Dios para con la Iglesia como cuerpo de Cristo. Su deseo es que haya una manifestación práctica de unidad permanente entre los miembros del cuerpo, mientras funcionan bajo la dirección de la Cabeza en el cielo. Si los miembros del cuerpo prestaran atención a estas exhortaciones, habría una feliz comunidad de santos en la tierra viviendo juntos en armonía y gozo, trabajando para el placer de Dios y la gloria de Cristo, y para la mutua edificación. No existiría ninguna secta denominacional o división en el testimonio público de la Iglesia. ¡Qué cosa tan maravillosa sería eso! Esto es lo que Dios quiere para la Iglesia.
Como se ha mencionado anteriormente, la verdad presentada en Efesios no toma en cuenta la ruina y el fracaso del testimonio cristiano, porque el enfoque del apóstol está en el deseo de Dios para con la Iglesia. Hoy, debido a la ruina irreparable que entró en la cristiandad, no es posible practicar la verdad del “un cuerpo” junto con todos los miembros del cuerpo de Cristo. La mayoría de los miembros del cuerpo de Cristo ni siquiera conocen el orden de Dios para los cristianos al reunirse para la adoración y el ministerio, sobre el terreno de un solo cuerpo. Están muy contentos de estar en sus diversos grupos denominacionales y no denominacionales, en medio del estado dividido de la cristiandad, y si se les ilumina con respecto a estas verdades, probablemente no querrán dejar sus posiciones eclesiásticas. Por lo tanto, es simplemente imposible practicar la verdad del “un solo cuerpo” con toda la Iglesia en la tierra hoy.
Cuando alguien se percata de este hecho por primera vez, puede ser algo devastador. Pero no hay por qué desesperarse. Dios anticipó completamente el estado de ruina que se desarrollaría en el testimonio de la Iglesia e hizo provisión para esos días de fracaso, de modo que los cristianos ejercitados sobre la verdad de un solo cuerpo pudieran practicarla. Las Escrituras indican que cuando entra un fracaso generalizado, un gran principio al que Dios recurre es que deja de lado el testimonio público en su conjunto (en la forma en que lo estableció originalmente) y comienza a trabajar con un remanente. Cuando falla lo que Él ha confiado en las manos de los hombres en cuanto al testimonio, Él reduce su tamaño, fuerza, gloria y número, y continúa con el testimonio de un remanente (Isaías 1:2-9). La palabra “remanente” significa “el residuo” o “lo que queda” de todo lo que se estableció originalmente. Dios actuó según este principio en la historia de Israel (1 Reyes 11–12; Esdras 1–6), y ahora con la Iglesia (Apocalipsis 2:24-29), y lo hará de nuevo, en un día venidero, con los judíos en la Tribulación (Isaías 8:11-8; 10:21-22; 11:11; Joel 2:32; 3:1-2; Miqueas 4:7; Sofonías 3:13; Apocalipsis 12:17).
En la prerrogativa y gracia divinas, Dios está tomando uno de acá y otro de allá, y los está reuniendo aparte de la confusión y el desorden de la cristiandad al nombre del Señor en una posición de remanente, , donde se puede practicar la verdad del “un solo cuerpo” (Mateo 18:20). Los que están “congregados” al nombre del Señor no son el remanente. Propiamente hablando, todos los verdaderos creyentes entre la masa de meros profesantes en la cristiandad conforman el remanente de Dios, pero eclesiásticamente, los santos congregados al nombre del Señor ocupan una posición de remanente en el testimonio, y están donde el remanente (todos los verdaderos creyentes) debería estar, esto es, reunidos al nombre del Señor.
Dado que la ruina ahora impregna el testimonio público de la Iglesia, debemos mirar la verdad del un cuerpo, como se presenta en Efesios 4, a través de la “mirilla” de 2 Timoteo, que toma en cuenta la ruina. Esta pequeña y útil epístola de 2 Timoteo ilumina al creyente para este día difícil en el que vivimos.