Autoestima Y Orgullo

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Hemos visto que cuando el hombre fue creado, Dios pudo decir del producto de su obra que era «bueno en gran manera». Así, el hombre era bueno, en el sentido de que era desconocedor del mal, y de que poseía una semejanza moral con Dios. Esto no significa que fuese santo, o siquiera justo, porque ambas cosas implican un conocimiento y aborrecimiento del pecado. Había una hermosura moral en el hombre en su inocencia, y hasta este punto había una semejanza moral con Dios, pero en ningún sentido era igual a Dios.
Soy consciente de que a muchos de vosotros os dan cursos en autoestima, tanto en la escuela como en el mundo laboral. En muchos casos, se mezcla con ello algo de filosofía de la Nueva Era. Para los que no estéis familiarizados con ella, todo el énfasis de la llamada filosofía de la Nueva Era es la ocupación con nosotros mismos, hasta el punto de declarar que todos somos dioses, y que la misma esencia de Dios está dentro de cada uno de nosotros. Se nos induce a pensar muy bien de nosotros mismos, diciéndonos que somos, de hecho, realmente dioses. Este es el trágico fin de mucho del actual pensamiento acerca de la autoestima. Cuando es el hombre, y no Dios, quien deviene el punto de referencia, el hombre acaba deificándose a sí mismo.
Cuando el hombre fue creado, todo era hermoso porque era la obra de Dios. El hombre no había hecho nada para producir el bien del que estaba rodeado, y en su estado de inocencia y de bondad moral no había orgullo. Es indudable que podría reconocer las cualidades y capacidades de que Dios le había dotado, pero en su comunión incólume con Dios no había todavía surgido el orgullo en su ser. Con la introducción del pecado, se ha introducido la soberbia, y la Palabra de Dios no nos deja lugar a dudas de que se trata de uno de los peores pecados. «Los ojos altivos» encabezan la lista de cosas que el Señor aborrece (Proverbios 6:17), y más adelante el mismo libro nos dice que «abominación es a Jehová todo altivo de corazón» (Proverbios 16:5). Luego, en el Nuevo Testamento leemos que «la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16). Muchos otros versículos de la Palabra de Dios nos muestran que la soberbia es un pecado de enorme gravedad.
El pensamiento erróneo básico que colorea la mayor parte de los actuales conceptos de la autoestima es que una apropiada autoestima incluye orgullo, y que el orgullo mismo es bueno. Nuestra anterior cita de la revista Selecciones hablaba de que debíamos estar «orgullosos de nuestra propia imagen» para poder sentirnos «confiados y libres para ser nosotros mismos». El espíritu del orgullo ha impregnado tanto de nuestro mundo actual que entra en casi todos los departamentos de la vida, quizá sin que nos demos demasiada cuenta de ello. Debemos comprender a la luz de la Palabra de Dios que cada forma de soberbia es mala, y un pecado contra Dios.
Para comprender el tema de la autoestima de una manera apropiada, debemos darnos cuenta de que el orgullo es una falsa respuesta al éxito. Tenemos tendencia a sentirnos orgullosos de nuestras capacidades naturales, pero debemos ser conscientes de que todas ellas las hemos recibido de Dios. Somos susceptibles al orgullo incluso de nuestros caminos de pecado, quizá creyendo que hay en ellos algo de bueno.
¡A menudo defendemos nuestra naturaleza pecaminosa y caída y sus acciones, en lugar de condenar la una y las otras! Si alguien me dice que tengo mal genio, probablemente lo negaré, o encontraré algún defecto en la persona que me lo dice, a fin de esquivar el intento de alcanzar mi conciencia. Si alguien me dice que exagero en lugar de decir la verdad, lo negaré vigorosamente, y quizá diré a otros que el que me ha dicho tal cosa es un calumniador y maldiciente. Es una treta bien conocida en el mundo que cuando se nos acusa de algo, tratamos de desenterrar toda la «suciedad» que podemos acerca de nuestro acusador, para evitar hacer frente a algo que pueda ser cierto. Raras veces estamos dispuestos a admitir que estamos en un error, incluso ante nosotros mismos. Nos hiere en lo más vivo de nuestro orgullo. Creo que el mayor obstáculo para avanzar en nuestras vidas cristianas es nuestra mala disposición para admitir cuán malo es realmente el pecado en nosotros, mientras que el primer paso a la felicidad es darnos cuenta de la ruina que el pecado ha introducido, y con ello no tener confianza en nosotros mismos.
Yendo un paso más allá, somos aun más propensos a enorgullecernos de aquello que la gracia ha obrado en nosotros. Los corintios se habían hecho culpables de ello, de modo que Pablo les dice: «Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7).
Hablamos acerca de los que tienen una «deficiente autoestima» y de otros que tienen una «elevada autoestima». A menudo se trata de caras opuestas de la misma moneda, la moneda del orgullo. El que tiene una «deficiente autoestima» se siente deprimido y molesto porque su propia imagen no es la que él cree que debería ser. En realidad, tiene una autoestima muy elevada: lo que le sucede es que la realidad no se ajusta a sus ideales. No acepta la forma en que Dios le ha hecho. (Nos estamos refiriendo ahora a las aptitudes que ha recibido de Dios, no acerca del pecado.) ¡Cuántas veces no nos habremos mirado en el espejo y deseado de corazón ser más altos, con un color diferente de cabello, ser más listos, o quizá que tuviéramos otras cualidades que el Señor no nos ha dado! ¡Cuántas veces no he contemplado a otros participando en actividades deportivas, y he deseado poseer algo de su capacidad! Según proseguía la vida, descubrí que muchos de los que eran tan buenos en actividades atléticas deseaban una mejor actuación en los círculos académicos, donde quizá algunos de nosotros nos sentíamos algo más cómodos. Parece que siempre deseamos lo que no poseemos. Triste es decirlo, Satanás obra en nosotros a través de nuestras naturalezas pecaminosas para hacernos sentir desgraciados acerca de lo que Dios nos ha dado, y para consumirnos con deseos por talentos que Él no nos ha dado.
El que tiene una «elevada autoestima» cree que ha llegado a un cierto punto, cuando no ha llegado en absoluto. Tiene una propia imagen irreal, ¡mientras que otros lo evalúan de una manera generalmente mucho más realista! Ya conocéis a esta clase de persona: se trata de alguien que está siempre pensando en sí mismo y en lo que puede hacer. La encontramos inaguantable, y no queremos tenerla a nuestro alrededor.
Pero quizá me dirás: «Me siento satisfecho de mí mismo. Estoy justo en medio — no tengo una autoestima excesiva ni baja.» Esto es lo que está intentando comunicarnos el artículo de Selecciones: que debemos ser conscientes de cuál es nuestra propia imagen, y estar orgullosos de ella. Esto también es malo, porque el orgullo, como hemos visto, está siempre condenado en la Palabra de Dios. En tanto que debemos reconocer las capacidades que hemos recibido de Dios, debemos darnos cuenta de que nunca seremos felices si nos ocupamos con nosotros mismos, porque el orgullo siempre entrará. Se dice que en la actualidad hay una epidemia de deficiencia en autoestima en nuestra sociedad. Seamos sinceros, y reconozcamos que lo que hay es una epidemia de orgullo. Es el resultado de centrarse en el hombre, en lugar de en Dios.
La sabiduría de este mundo dice que tenemos que edificar la autoestima del individuo. Se nos dice que debemos tomar a las personas y mostrarles que tienen buenas cualidades, que son personas valiosas, que tienen capacidades que pueden desarrollar, y que pueden estar orgullosos de sí mismos. Que debemos mostrarles que son miembros útiles de la sociedad, que tienen algo que hacer en este mundo, y una contribución importante que dar. Esto está muy bien hasta cierto límite, porque muchos no llegan a ser conscientes de sus capacidades naturales debido a la carencia de un aliento, amor y comprensión apropiados. Pero si esta manera de actuar me lleva a centrarme en mí mismo, estaré siempre ocupado con mi yo, bien de una manera positiva, bien negativa. Y el orgullo siempre tendrá tendencia a introducirse, si yo soy el objeto de mi propio corazón.
Antes de abandonar mi práctica clínica, solía llevar a cabo muchas operaciones de cirugía. Y hubiera podido dejar que mi capacidad como cirujano llegase a ser mi fuente de autoestima: eso es lo que el mundo nos dice que hagamos. En tanto que cualquier capacidad que tuviera era dada por Dios, y por ello algo que reconocer y usar, hubiera sido un error que fuese una causa de orgullo. Un colega mío, que era anestesista y colaboraba mucho en mis operaciones, descubrió que yo tenía una motosierra, y que la usaba con frecuencia para cortar leña para nuestro hogar. Me dijo que era un insensato, que un solo desliz con aquella motosierra me podría arruinar una de las manos, o ambas, y poner fin a mi carrera. Esto era verdad, y si mi autoestima hubiera residido en mi capacidad como cirujano, entonces la pérdida de mis manos hubiera significado no sólo el fin de mi carrera como cirujano, sino también el fin de mi autoestima.
Todo lo que poseemos en este mundo, sea salud, capacidad, posesiones o cualquier otra cosa, es muy frágil, y podemos perderlo con suma facilidad. ¿Vamos a edificar sobre cosas temporales, y que se pierden tan fácilmente? Muchos hacen precisamente esto, y por esto se pone tanto énfasis en la autoestima. Pero el problema no desaparece con ello. Más bien, parece estar empeorando. Esto se debe sencillamente a que todo el concepto de autoestima tiende a basarse en lo que el hombre pecaminoso es, y en cosas que no sólo no pueden dar satisfacción en ningún caso, sino que además se pueden perder con facilidad.
¿Qué hay acerca del peligro de hacer un cumplido y que con ello la persona se enorgullezca? Algunos padres pocas veces dan ninguna alabanza a sus hijos, por temor a que se enorgullezcan de sí mismos. Todos hemos tenido a personas con autoridad sobre nosotros que nunca nos hablaban sino para decirnos que habíamos hecho algo mal. Los hijos en este tipo de hogares, o las personas que trabajan bajo supervisores así, no encuentran un buen ambiente en el que crecer o en el que trabajar. ¿Está mal entonces que un marido diga a su mujer que es hermosa, o a su hija que su nuevo vestido le sienta muy bien? ¿Es peligroso hacer una observación sobre el traje nuevo de alguien, o decirle que ha hecho un buen trabajo?
Aquí tenemos un punto de enorme importancia. Hemos visto que todos necesitamos amor y comprensión. Cuando decimos a alguien: «De veras me gusta tu cabello; te cae muy bien», o «has hecho un gran trabajo; no creo que nadie lo hubiera podido hacer mejor», ¿qué es lo que estamos comunicando? Sugiero que la persona a la que se le han dicho esas cosas se va complacida porque ha agradado a alguien a quien quería agradar. Los hijos buscan el amor y la aprobación de sus padres, y cuando sus padres los elogian, son conscientes de que han agradado a aquellos que más significan para ellos. No hay nada de malo en ello, y tenemos ejemplos de eso en la Escritura. Pablo elogia a los corintios cuando dice: «nada os falta en ningún don» (1 Corintios 1:7). En la segunda epístola, donde trata de la cuestión de las dádivas cristianas, les dice que se había jactado a los de Macedonia, «que Acaya está preparada desde el año pasado» (2 Corintios 9:2). Es indudable que esto significó un aliento para ellos, porque ellos habían complacido a su padre espiritual. El Señor mismo nos alienta de vez en cuando en la senda cristiana al dejar que otros nos digan que lo que hemos hecho por ellos ha tenido un efecto benéfico.
Quizá el ejemplo más hermoso del uso recto de los cumplidos aparece en el Cantar de los Cantares. Allí la esposa no tiene altos pensamientos acerca de sí misma, pero luego se regocija en la estima que el esposo tiene de ella. Él la inunda con su amor y con todo lo que ve en ella, mientras que ella, como respuesta, sólo tiene amor hacia él, y habla de él. El gozo de él reside en ella, y lo expresa de una manera plena, pero todo esto sólo hace que él sea más encantador para ella, y así ella habla sólo de él. La única queja que ella tiene es que no tiene una mayor capacidad para gozar de él. Todo esto es un ejemplo maravilloso del uso apropiado de los cumplidos, y de la reacción correcta ante ellos.
Satanás querría, usando nuestra naturaleza de pecado, corromper todo esto. Él toma este cumplido o aquella palabra de aliento, y nos sugiere: «¡Qué persona más maravillosa debes ser, para ser tan hermosa!», o «¡Qué personaje más notable debes ser, para poder hacer un trabajo como este!» Luego comienza a arder la llama de la soberbia, y todo queda estropeado, porque el orgullo es pecado. Agradar a alguien de una manera correcta no es malo, pero estar orgulloso de ello es nuestra naturaleza caída convirtiéndolo en pecado.
A veces puede que sea muy fina la línea entre ambas cosas, pero esta línea está siempre ahí. Existe el peligro de hacer demasiados cumplidos y también el de no hacer ninguno. He conocido a los que nunca hacían un cumplido porque tenían miedo que resultase en orgullo en la persona a la que iba dirigido. El resultado era que la persona citada comenzó a pensar: «No puedo hacer nada bien, ¡porque siempre que intento alguna cosa, todo lo que consigo son críticas!» Esta no es la manera divina de actuar, porque la manera divina es la de alentarnos. Nos es necesario recibir la reacción del otro para saber cuando lo estamos haciendo bien, y cuando no. Por otra parte, es igualmente cierto que Dios quiere apartar el yo de mi centro de atención, de modo que me ocupe de agradarle a Él. Cuando hacemos algo agradable para el Señor, es sólo debido a que aquello que Él nos ha dado mana de nuestras vidas. Me gustó un comentario que me hizo una hermana mayor en Cristo hace algunos años: «Un poco de elogio para elevarte, pero no suficiente para hincharte.» Expresó muy bien con ello lo que enseña la Palabra de Dios.
Alguien me dio recientemente un folleto de CareLines [Líneas Solícitas] para el mes de agosto de 1991, y su mensaje se ajusta mucho a nuestro tema. El versículo citado era: «No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios» (2 Corintios 3:5). Luego el comentario era como sigue:
La autoconfianza respecto a que puedo hacer cualquier cosa porque soy bueno no es un pensamiento escriturario. La confianza en Dios, porque Cristo me da precisamente lo que necesito para usarlo para Él y para Su gloria, es la forma que debería adoptar nuestra confianza. No se basa en nosotros mismos, sino en Dios. Él es la fuente que da el don, y el poder para llevar las cosas a cabo. No nosotros. Jesús es Aquel que murió para limpiarnos de nuestros pecados; no lo hicimos nosotros. Cerciorémonos de que otros ven que nuestra confianza es realmente confianza en Dios, y que yo, como persona, no tengo confianza en mí mismo.
El orgullo es siempre mencionado de manera negativa en la Palabra de Dios, y es siempre condenado; la confianza es casi siempre mencionada como algo positivo, por cuanto lo que se tiene a la vista es la confianza en Dios. ¡Pero esto se tratará más adelante!