El saludo
Versículo 1.— “Santiago” le escribe a sus compatriotas que habían profesado la fe en “el Señor Jesucristo”. Él no era uno de los doce apóstoles (Lucas 6:13-16), sino más bien, uno de los principales ancianos de la asamblea de Jerusalén (Hechos 12:17; 15:13-21; 21:17-25; Gálatas 2:9). Santiago era “el hermano del Señor”, habiendo crecido en la familia de José y María (Marcos 6:3; Gálatas 1:19). Era un incrédulo durante el ministerio del Señor en la tierra (Juan 7:3-10) pero se convirtió poco después de Su muerte. Esto probablemente sucedió cuando el Señor se le apareció después de resucitar de entre los muertos (1 Corintios 15:7). Josefo nos dice que Santiago fue apedreado hasta la muerte por el Sanedrín (el consejo judío) alrededor del 61-62 d. C. de la misma manera que Esteban.
Esta epístola se clasifica como epístola “general”, lo que significa que no fue escrita a ninguna asamblea o persona en concreto, sino a un público más amplio: “á las doce tribus que están esparcidas” (capítulo 1:1). Estas tribus de Israel han estado esparcidas durante muchos años, comenzando con la expulsión de las diez tribus (2 Reyes 15:27-31; 17:3-41), y más tarde, las otras dos tribus también se esparcieron (2 Reyes 24). Aunque un remanente de judíos (las dos tribus) regresó a su patria, como se registra en Esdras 1–2, la mayoría permanecieron esparcidos (Juan 7:35). La fe de Santiago era tal que creía que había algunos entre estas tribus de Israel que tenían fe en Cristo, y por eso les dirigió esta epístola a ellos. Algunos de estos podrían haber estado en Jerusalén y escuchado a los apóstoles predicar en Pentecostés (Hechos 2), o en alguna fecha posterior, y luego regresaron a los diversos países donde vivían como creyentes en el Señor Jesús. J. N. Darby señala que al Santiago hablar de “las doce tribus” de esta manera, indicaba que la nación aún no había sido formalmente (literalmente) apartada en los tratos de Dios con ellos. Esto sucedió más tarde, en el año 70 d. C.
Dos tipos de tentaciones (pruebas)
Ya que los hermanos a quienes Santiago estaba escribiendo estaban enfrentando una dura prueba de persecución en relación con la postura cristiana que habían adoptado, él aborda primero el tema de las tentaciones (pruebas). Habla de dos tipos de pruebas a las que se enfrenta un creyente en el camino de la fe. Estas son:
• Pruebas santas: Estas son tentaciones de afuera; cosas externas que Dios permite que entren en nuestras vidas para probarnos (versículos 2-12).
• Pruebas impías: Estas son tentaciones que vienen de adentro, que emanan de nosotros, permitiendo que la concupiscencia de nuestra naturaleza pecaminosa gane control sobre nosotros (versículos 13-15).
Hebreos 4:15 nos dice que el Señor Jesús fue probado en todos los puntos al igual que nosotros en el área de la primera clase de tentaciones. Dice que Él fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Esto significa que Él fue probado por todo tipo de pruebas en Su vida en las que un hombre santo podría ser probado, con la excepción de las tentaciones que emanan de la naturaleza del “pecado” de adentro. El Señor nunca tuvo tentaciones de la segunda clase, porque Él no tenía una naturaleza pecaminosa caída con la que responder a las tentaciones de Satanás. Juan 14:30 indica que no había nada “en” Él que pudiera ser afectado por tales cosas porque Él sólo tenía una naturaleza humana santa (Lucas 1:35).
En estos versículos, Santiago muestra que ambos tipos de tentaciones deben afrontarse con fe. La fe no sólo ayudaría a una persona a superarlas victoriosamente, sino que también manifestaría la realidad de su profesión.
Tentaciones de afuera
Versículos 2-4.— En aquel tiempo, la iglesia estaba compuesta principalmente por judíos convertidos, y estaban sometidos a una tremenda persecución por parte de sus compatriotas incrédulos por su profesión de fe en el Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 2:14-16). La forma en que esta compañía mixta de conversos profesos reaccionó ante estas pruebas externas (persecuciones) reveló mucho acerca de dónde se encontraban realmente en sus almas, es decir, si eran verdaderos creyentes o no. Tenían ante sí la tentación constante de evitar la prueba de la persecución volviendo al redil judío (Hebreos 10:38-39). Sin embargo, eso demostraría que su fe profesada en Cristo no era real.
Aunque la persecución fue la prueba más destacada a la que se enfrentaron estos judíos conversos, Santiago dirige sus observaciones a una amplia variedad de pruebas a las que denomina “diversas tentaciones”. Por supuesto, esto incluiría la prueba de la persecución, pero abarcaría todo tipo de cosas que pondrían a prueba la fe de un cristiano. Podrían ser cosas relacionadas con la salud, dificultades financieras, penas familiares, problemas matrimoniales, etc.
Santiago dice que “caemos en” estas tentaciones (pruebas santas). Esto podría sonar un poco inusual; podríamos entenderlo mejor si lo hubiera dicho en relación con el segundo tipo de pruebas relacionadas con el pecado (versículos 13-18). Sin embargo, debemos recordar que la RVA es una traducción antigua que tiene algunos usos arcaicos de las palabras. La expresión “caer en” en este pasaje es un ejemplo. Hoy en día diríamos “acontecer”. Esto nos ayuda a entender de qué está hablando Santiago. Está diciendo que habrá ciertas dificultades y problemas que nos acontecerán y, por lo tanto, llegarán a nuestras vidas de forma bastante inesperada y fuera de nuestro control (compare Hechos 27:41).
Cuatro cosas necesarias para beneficiarse de las pruebas
Santiago habla de cuatro cosas que debemos tener en tiempos de prueba para beneficiarnos espiritualmente de ésta.
UN ESPÍRITU ALEGRE
En primer lugar, debemos mantener un espíritu alegre (versículo 2). Dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando cayereis en diversas tentaciones”. Esto podría parecer un poco paradójico. ¿Como puede alguien alegrarse de tener una prueba en su vida? Sin embargo, Santiago no dice exactamente que debamos alegrarnos de los problemas que se nos presentan. Dios no quiere que nos riamos de una prueba de este tipo, como si fuera algo para no tomarse en serio. Santiago nos previene contra la tendencia a quejarnos cuando se nos presenta una prueba. Por eso, su exhortación es a procurar mantener un espíritu alegre. El “gozo” del que está hablando proviene de la fe que ve más allá de la prueba para ver su resultado positivo (Romanos 5:3-5). Si carecemos de fe y confianza en Dios no nos regocijaremos, sino más bien, nos quejaremos al respecto. Consecuentemente, no estaremos en un estado adecuado para beneficiarnos de la prueba.
UNA MENTE COMPRENSIVA
Santiago continúa hablando de una segunda cosa que necesitamos para beneficiarnos de las pruebas: una mente comprensiva (versículo 3). Dice: “Sabiendo que la prueba de vuestra fe obra paciencia [perseverancia]”. Nuestra habilidad para regocijarnos en las pruebas está conectada con “saber” y creer que el Señor no permitiría que nos tocara nada que no tuviera un propósito de “amor” de Su parte (Hebreos 12:6) y de “necesidad” de nuestra parte (1 Pedro 1:6). Entendiendo que la prueba ha sido ordenada por Dios para obrar algo en nosotros para nuestro beneficio espiritual, deberíamos ser capaces de atravesarla con una correcta actitud. Podría ser algún rasgo de carácter moral, como “paciencia [perseverancia]”, que es algo importante y necesario en la vida cristiana. Sin este conocimiento, podríamos quedar perplejos y abrumados cuando nos asalten los problemas, y esto podría hacer que nuestra fe se quebrantara bajo la prueba y nos desanimáramos.
El apóstol Pablo habla de la importancia de este tipo de conocimiento en Romanos 8:28: “Sabemos que á los que á Dios aman, todas las cosas les ayudan á bien, es á saber, á los que conforme al propósito son llamados”. No dice que todas las cosas que nos suceden son buenas, porque algunas de estas pueden ser muy tristes o malas, pero que esas cosas “ayudan a bien”. Puede que no lo veamos en el momento de la prueba, pero la prueba está destinada a obrar en nuestras vidas hacia algo que es bueno al final, en lo que se refiere a nuestro ser moral (Deuteronomio 8:16). Recordemos que todo hijo de Dios está en la escuela de Dios, y por lo tanto, está bajo Su entrenamiento divino (Job 35:10-11; 36:22; Salmo 94:10; Isaías 48:17; Hebreos 12:10-11). Dios usa las pruebas para nuestra educación espiritual, para enseñarnos dependencia y obediencia (Salmo 119:67-68,71) y para formar el carácter de Cristo en nosotros (Romanos 8:29), etc. Saber y creer que estas cosas nos “ayudan a bien” y nos benefician, nos da la capacidad de perseverar en tiempos de prueba.
J. N. Darby señaló que una “prueba no puede conferir por sí misma la gracia, pero bajo la mano de Dios puede quebrantar la voluntad y detectar males ocultos y no sospechados, y que si se juzgan, la nueva vida se desarrolla más plenamente, y Dios ocupa un lugar más grande en el corazón. También, por medio de esta, se enseña la humilde dependencia; y como resultado, hay más desconfianza del yo y de la carne, y una conciencia de que el mundo es nada, y lo que es eternamente verdadero y divino tiene un lugar más grande en el alma”. De ahí que las pruebas tengan una forma de eliminar lo superfluo en nuestras vidas y en nuestra personalidad. Tienden a desconectarnos de nuestros recursos materiales y posiciones en la vida y a conectarnos con lo que es espiritual y eterno.
Cuando llegan las pruebas, pensamos naturalmente, “¿Cómo puedo sacarme de esto?” Pero lo que realmente deberíamos estar diciendo es, “¿Qué puedo sacar de esto?” Hay por lo menos diez cosas positivas que resultan de las pruebas por las que pasa el pueblo del Señor, si se reciben correctamente:
• Son oportunidades para que Dios muestre Su poder y gracia para sostener a Su pueblo en tiempos difíciles, y así, manifestar Su gloria (Job 37:7; Juan 9:3; 11:4).
• A través de estas conocemos más profundamente el amor de Dios y nos acercamos más al Señor (Romanos 5:3-5).
• A través de estas somos moralmente moldeados a la imagen de Cristo (Romanos 8:28-29), y así, obran en favor de nuestra perfección moral (Santiago 1:4).
• Si andamos por caminos de injusticia, Dios las utiliza para corregir nuestros espíritus y nuestros caminos, y así, producir en nosotros el fruto apacible de la justicia (Hebreos 12:5-11).
• A través de estas nuestra fe es fortalecida (2 Tesalonicenses 1:3-4).
• Nos enseñan dependencia (Salmo 119:67-68,71).
• Nos desprenden de las cosas terrenales y, de este modo, nos dirigen hacia el cielo; como resultado, la esperanza celestial arde con más fuerza en nuestros corazones (Lucas 12:22-40).
• Acercan a los hermanos entre sí (Job 2:11; 6:14; 1 Crónicas 7:21-22).
• Las lecciones que aprendemos al atravesar las pruebas nos permiten simpatizar mejor con los demás (2 Corintios 1:3-4).
• Nos capacitan para el tema de la alabanza en la gloria venidera (2 Corintios 4:15-17).
UNA VOLUNTAD SUMISA
Santiago habla de una tercera cosa que necesitamos para beneficiarnos de las pruebas: una voluntad sumisa que acepte las pruebas de la mano de Dios como una designación divina (versículo 4). Santiago dice: “Mas tenga la paciencia [perseverancia] perfecta su obra, para que seáis perfectos”. El peligro aquí es resistir lo que Dios está haciendo en nuestras vidas a través de las pruebas, y por lo tanto, no beneficiarse de esto. La clave está en dejar que las pruebas hagan su trabajo en nosotros porque son enviadas por Dios para hacernos “perfectos”. La perfección, en el sentido en que Santiago habla aquí, significa crecimiento pleno (madurez). Esto demuestra que Dios está profundamente interesado en nuestro desarrollo espiritual, y que está dispuesto a permitir sufrimiento en nuestras vidas “un poco de tiempo” para lograrlo (1 Pedro 1:6).
Se requiere fe para permitir que la prueba haga su trabajo divinamente designado. Pero, si creemos que Dios lo ha ordenado para nuestro bien y bendición, y que Él tiene algo para enseñarnos de esta, estaremos más dispuestos a someternos a Él en la prueba. La prueba trabajará en la formación de nuestro carácter y de las cualidades morales que hacen de nosotros cristianos maduros (“perfectos”). Así, creceremos espiritualmente. David habló de esto, diciendo: “Estando en angustia, Tú me hiciste ensanchar” (Salmo 4:1). Un gran resultado de someterse a las pruebas en fe es que llegaremos a ser “perfectos y cabales, sin faltar en alguna cosa”. Así, no nos faltará nada en lo que se refiere a la formación de nuestro carácter cristiano.
Job demostró este espíritu de sumisión cuando se enfrentó a su prueba multifacética. Él “se levantó, y rasgó su manto, y trasquiló su cabeza, y cayendo en tierra adoró; Y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré allá. Jehová dió, y Jehová quitó: sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:20-21). La fe cree que Dios está por encima de todas las cosas, y que Él es bueno y sólo designa lo que es para el bien de Su pueblo. En el caso de Job, Dios usó las pruebas para hacer mejor a un buen hombre. En los capítulos intermedios del libro de Job, Job desarrolló un mal espíritu al ser provocado por sus tres amigos y se amargó, pero Dios prevaleció, y al final Job se arrepintió y obtuvo una bendición de todo ello. El problema de Job no estaba en sus acciones, sino en su actitud. Era “perfecto” exteriormente (Job 1:1), pero Dios también quería que fuera perfecto interiormente (Job 23:10). Que Dios hiciera tan grandes esfuerzos por medio de los problemas que permitió en la vida de Job demuestra la importancia que Él pone en que Su pueblo tenga una correcta actitud. La lección para nosotros aquí es que si no tenemos un correcto espíritu, la prueba puede amargarnos en lugar de mejorarnos, y así, perderemos la bendición que Dios tiene para nosotros en esta.
Algunas cosas para recordar que nos ayudarán en aceptar nuestras pruebas de la mano de Dios con un espíritu correcto son:
• Nuestra prueba ocurre en un tiempo divinamente determinado (Job 23:14).
• Nuestro sufrimiento en la prueba ha sido divinamente medido (Job 34:23).
• Estaremos divinamente dotados de la gracia para soportarlas (1 Corintios 10:13).
• Seremos divinamente compensados (1 Pedro 1:6-7).
UN CORAZÓN EJERCITADO
La cuarta cosa que necesitamos para beneficiarnos de las pruebas es un corazón ejercitado que busca el rostro de Dios en la oración sobre las pruebas (versículo 5). Santiago, por lo tanto, nos anima a entrar a la presencia de Dios en oración y encomendar nuestra situación a Él, pidiéndole sabiduría para saber cómo manejar el problema adecuadamente. Dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela á Dios, el cual da á todos abundantemente, y no zahiere [reproche]; y le será dada”. Si nos preocupamos de verdad por lo que Dios tiene para nosotros en las pruebas, aunque no sepamos porqué las circunstancias se han producido de la manera en que lo han hecho, eso hará que “dé fruto apacible de justicia á los que en él son ejercitados” (Hebreos 12:11).
Elifaz exhortó a Job a buscar el rostro de Dios en sus pruebas. Le dijo: “Yo buscaría a Dios, y depositaría en Él mis negocios” (Job 5:8). Siempre será un ejercicio fructífero. Alguien dijo alguna vez, “Nunca debemos dejar que la adversidad nos doblegue, salvo sobre nuestras rodillas”. La fe verá la dificultad como proveniente de la mano de Dios y acudirá a Él para tratarla. Dios quiere que vayamos a Él con nuestras dificultades y problemas; Él ha prometido darnos “sabiduría” en las pruebas para que sepamos cómo afrontar las cosas que nos asaltan. Santiago nos asegura que la sabiduría que necesitamos para esas situaciones difíciles nos “será dada” si la “demandamos” a Él. Él nunca nos “zahiere [reprocha]” por acudir a Él en busca de ayuda. Esto nos debería animar aún más a ir a Él en oración. Por eso, las pruebas nos acercan al Señor, y eso ¡ciertamente es algo bueno!
Santiago añade: “Pero pida en fe, no dudando en nada”. Aunque nos falte sabiduría para la situación, nunca nos debe faltar fe. Nótese también: Santiago no nos dice que le pidamos ayuda a Dios para salir de las pruebas, sino para que tengamos sabiduría divina en las pruebas. Naturalmente, quisiéramos salir de las pruebas, y es comprensible, pero eso no es lo que Santiago nos anima a pedir. Él quiere que busquemos la gracia y la sabiduría de Dios en las pruebas, y que intentemos beneficiarnos de éstas.
Estas cuatro cosas que se han mencionado serán evidentes en la vida de una persona que tiene fe en tiempos de prueba. De hecho, las circunstancias más difíciles de la vida son nuestras mayores oportunidades de manifestar nuestra fe en Dios (Job 13:15). Será evidente por la manera en que respondemos en las pruebas.
El peligro de no afrontar las pruebas con fe
Versículos 6-8.— Santiago continúa hablando de los peligros de no enfrentar las pruebas con fe. Dice: “El que duda es semejante á la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte á otra. No piense pues el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor”. Es inútil acudir a Dios ante ciertas dificultades de nuestra vida si no acudimos a Él con verdadera fe. Si pedimos ayuda al Señor en las pruebas, pero no creemos que Él vaya a hacer nada por nosotros, demostramos ser de “doblado ánimo” e infieles en el asunto. Todo aquel que duda no “recibirá ninguna cosa del Señor”. Esto demuestra que las respuestas a nuestras oraciones pueden verse obstaculizadas por la incredulidad.
Una persona puede afirmar ser creyente, pero si no lo es de verdad, su vida de oración lo manifestará. Las pruebas tienen una forma de sacar esto a la luz. Quienes somos realmente se hace evidente en tiempos de prueba. Si la fe de una persona es sólo algo profesado, no se volverá verdaderamente a Dios en las pruebas, aunque pueda haber una pretensión de hacerlo. Se verá que él o ella recurre a recursos humanos y a otras cosas en busca de ayuda.
Recompensas por ejercitar la fe y la sabiduría en las pruebas
Versículos 9-12.— Santiago muestra que los efectos positivos de las pruebas se manifiestan en personas de toda condición: afectan la vida de todos de un modo u otro. Toma dos extremos para demostrarlo: un pobre y un rico.
Un “hermano que es de baja suerte” (un hombre pobre) se alegra porque las lecciones que aprende en las pruebas le hacen valorar más profundamente lo que tiene en su lugar de “alteza” con Cristo. Se regocija en sus bendiciones espirituales. También aprende lecciones prácticas sobre la compasión de Dios al recibir Su ayuda en momentos de necesidad. El resultado es que el Señor se hace más precioso para él.
El hombre “rico”, por otra parte, aprende valiosas lecciones de humildad (“bajeza”) pasando por las pruebas. Aprende que su dinero no puede aislarlo de los problemas, y así, es entregado a Dios como cualquier otro creyente. Las pruebas tienen una forma de “reducir” a un hombre rico al tamaño de un hombre normal. Le enseñan a ser dependiente, algo que todo hombre debe aprender. Santiago no dice: “Que el rico se regocije en sus riquezas”, sino que debe alegrarse en “su bajeza” y que así es hecho más semejante a Cristo (Mateo 11:29). Esto demuestra que hay algo valioso en aprender humildad. Al rico se le enseña a no confiar en sí mismo, ni en la “incertidumbre de las riquezas”, sino en Dios (1 Timoteo 6:17).
Ante la eternidad, las ventajas temporales que tiene un rico no durarán. Para enfatizar este punto, Santiago nos recuerda que como “el sol” sale con “ardor” y “la hierba se secó” y “su flor”, así también “se marchitará el rico en todos sus caminos”. Aunque Santiago se está refiriendo a los hombres ricos en general, el hombre rico que tiene fe puede aprender de sus pruebas (si se toman correctamente) que las riquezas materiales no son nada en comparación de las cosas divinas y eternas. Puede que lo sepa en su cabeza, pero la prueba le ayudará a saberlo de forma consciente y práctica. Su enfoque en la vida cotidiana dejará de lado las cosas temporales para enfocarse en las cosas eternas de una manera más real, y así, las valorará más profundamente.
El punto en estos versículos es que sin importar si una persona es rica o pobre, puede obtener beneficios espirituales duraderos de las pruebas de la vida, si las toma con fe. El pobre y el rico pueden regocijarse por igual en el hecho de que varias cualidades morales y espirituales se producen en ellos al soportar las pruebas.
Versículo 12.— Santiago pasa a dar una palabra de aliento al que “sufre la tentación” (prueba). Dice: “Bienaventurado el varón que sufre la tentación; porque cuando fuere probado, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido á los que le aman”. Muestra que hay recompensas presentes y futuras por atravesar las pruebas con el Señor. Hay una bendición presente. (“Bienaventurado” significa ser feliz). Esto se refiere a una alegría interna que es dada a los que caminan con el Señor en su prueba. Resulta de saber que somos los objetos especiales de Su cuidado en la prueba particular que Él nos ha dado. Esta alegría sólo la conocen los que aceptan la prueba del Señor con fe. Luego, también está la recompensa futura de recibir una “corona de vida” en el día del juicio final. Esto sería en el tribunal de Cristo (Romanos 14:10-12; 1 Corintios 3:13; 4:5; 2 Corintios 5:10; Mateo 25:20-23). Esto nos enseña que el Señor valora la fe, y que la recompensará en un día venidero.
Sin embargo, si nos rebelamos contra las cosas que el Señor nos ha dado para soportar, no solo perdemos nuestra alegría presente en el Señor y el beneficio espiritual que Dios quiere que obtengamos de la prueba, sino que también perdemos una recompensa futura. Santiago añade que estas alegrías presentes y recompensas futuras son prometidas “á los que le aman” y soportan la prueba con fe. Esto demuestra que las pruebas que el Señor nos da para soportar son una excelente forma para mostrarle nuestro amor. Tomarlas de Su mano en sumisión es realmente algo hermoso para Él; Él lo valora y nos recompensará en ese día.
Resumen de las cosas buenas que producen las pruebas en nuestras vidas si se asumen con fe
• Son oportunidades para manifestar nuestra fe (versículo 3).
• Desarrollan la paciencia en nosotros (versículo 3).
• Producen madurez espiritual (versículo 4).
• Nos enseñan a depender de Dios (versículos 5-6).
• Nos enseñan a valorar las cosas eternas (versículos 9-11).
• Seremos recompensados por soportarlas, en el presente y en el futuro (versículo 12).
• Son oportunidades para demostrar nuestro amor por el Señor Jesús (versículo 12).
Tentaciones de adentro
Versículos 13-15.— Santiago sigue hablando del otro tipo de tentación: la tentación a pecar. Como se ha mencionado, éstas son pruebas impías que provienen de la naturaleza pecaminosa caída. Nota: Santiago no dice: “Tened sumo gozo” aquí, como lo hizo con el primer tipo de tentación. A Satanás le gustaría presentarnos estas cosas como algo que nos harán felices, pero es una mentira. En realidad, y todos lo sabemos por experiencia, ceder a los deseos de la carne no trae la felicidad. Nos deja insatisfechos y fuera de la comunión con Dios. En esta serie de versículos, Santiago muestra que podemos superar estas tentaciones a pecar si las afrontamos con fe.
Comienza diciendo claramente que este tipo de tentaciones no vienen de Dios. Dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de Dios: porque Dios no puede ser tentado de los malos, ni Él tienta á alguno”. Santiago menciona esto porque la tendencia natural del corazón humano es transferir la responsabilidad de nuestras malas acciones a otra persona. Sin embargo, no podemos culpar a Dios de nuestros deseos pecaminosos. Dios no tienta a las personas a hacer lo que Él odia; Él probará nuestra fe de varias maneras, pero Él no nos tentará a hacer el mal.
El pecado emana de la actuación de nuestras propias voluntades; y todo proviene del interior del corazón humano. El Señor enseñó: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, las desvergüenzas, el ojo maligno, las injurias, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23). La simple verdad es que pecamos porque decidimos pecar. Un creyente puede “entrar” en este tipo de tentaciones si él o ella deciden hacerlo (Mateo 26:41). Por lo tanto, somos plenamente responsables de permitir el pecado en nuestras vidas.
Santiago nos muestra el fruto de permitir la concupiscencia en nuestro interior. Hay un curso, o una cadena de acontecimientos que se desarrollan en nuestras vidas. Comienza con “concupiscencia” concebida en el corazón, y si no se juzga en presencia de Dios (1 Juan 1:9), da fruto en actos de “pecado”, que finalmente resulta en “muerte”. Su punto es inequívocamente claro: si permitimos que los pensamientos de concupiscencia permanezcan en nuestros corazones, seguramente traerán el pecado y la muerte a nuestras vidas.
Siembra un pensamiento, cosecha una acción,
Siembra una acción, cosecha un hábito,
Siembra un hábito, cosecha un carácter,
Siembra un carácter, cosecha un destino.
Se podría preguntar: “¿De qué manera el permitir el pecado en la vida de una persona produce la muerte?”. “Muerte” en las Escrituras siempre está relacionado con algún tipo de separación. Depende del contexto del pasaje; podría ser la separación del alma y el espíritu del cuerpo en la muerte física (Santiago 2:26), o podría ser la separación del incrédulo de la presencia de Dios para siempre en una eternidad perdida (Apocalipsis 20:6,14: “la segunda muerte”), etc. El pecado, en su sentido más amplio, provoca la muerte física (Génesis 2:17; Romanos 5:12) y, si una persona no se salva, resulta en la separación eterna de Dios. Con respecto a un creyente permitiendo el pecado en su vida, se refiere a la muerte en un sentido moral. Es decir, habrá una desconexión en su comunión con Dios en la práctica, por lo que no se puede producir ningún fruto en su vida. El apóstol Pablo habla de este aspecto de la muerte en Romanos 8:13: “Porque si viviereis conforme á la carne, moriréis”. (Véase también 1 Timoteo 5:6).
Versículos 16-18.— En relación con lo anterior, Santiago dice: “Amados hermanos míos, no erréis”. Esencialmente, está diciendo, “No te equivoques (‘erréis’) pensando que puede obtener algo bueno a través de la concupiscencia”. Cada vez que pensamos que podemos obtener algo bueno de gratificar nuestra concupiscencia, cometemos un error; sólo produce muerte moral en nuestras vidas. Nos quedamos infelices, insatisfechos y fuera de la comunión con Dios.
Cómo afrontar las tentaciones internas
Santiago pasa a mostrarnos cómo hay que manejar este tipo de tentaciones para que no pequemos en estas situaciones. En primer lugar, tenemos que recordar que Dios es un Dios bueno y dadivoso, que mantiene a todas Sus criaturas. Todo lo que los hijos de Dios necesitan para su felicidad “desciende del Padre de las luces”; no se consigue alcanzándolo por medio de la concupiscencia. Necesitamos mantener este gran hecho delante de nuestras almas porque la tendencia es perderlo de vista en tiempos de tentación.
Santiago señala que hay dos clases de dones que Dios da a los hombres. Hay dones de “bien”, que son las cosas naturales de la vida que Él da a toda la humanidad (Eclesiastés 3:13; 5:19; Hechos 14:17; 1 Timoteo 6:17), y están los dones “perfectos”, que son cosas espirituales que Dios da a los creyentes (Romanos 6:23; Juan 4:10; 1 Tesalonicenses 4:8; Efesios 2:8; 4:7). Esto demuestra que Dios es la Fuente y el Dador de toda cosa buena y perfecta. Él suplirá todas nuestras necesidades, naturales y espirituales, a Su debido tiempo (Filipenses 4:19). Él no es el autor de las tentaciones pecaminosas internas. Debemos tener fe para creer esto con el fin de vencer los deseos pecaminosos.
Además, Santiago llama a Dios “Padre de las luces”. Esto indica que Él es un Dios que todo lo sabe y todo lo cuida. “Padre” habla de ternura, amor y cuidado. Significa que no es un Dios impersonal que actúa sin sentimientos hacia Sus criaturas. “Luces” destaca Su infinito conocimiento y comprensión de todas las situaciones de la vida. Significa que Él conoce perfectamente nuestra situación en la vida y nos proporcionará lo que necesitemos según Su gran bondad. Santiago añade: “En el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Esto significa que la disposición de Dios hacia nosotros no cambia; Sus intenciones de bendecirnos y mantenernos no pueden alterarse (Malaquías 3:6). No es un Dios inconstante. Podemos estar seguros, por tanto, de que Él hará lo mejor para nosotros en nuestra situación en la vida. La fe cree esto. Cree que Dios es el Otorgador de todos los beneficios de los que disfrutamos, tanto naturales como espirituales, y la fe espera que Él nos proporcione lo que necesitemos en el momento oportuno. Este tipo de confianza en Dios le agrada enormemente (Salmo 118:8-9).
Él se interesa, Él sabe, Él ama,
Nada esta verdad puede oscurecer;
Él da lo mejor de lo mejor,
A los que la elección dejan a Él.
Sin embargo, la fe del creyente es precisamente lo que Satanás ataca (Lucas 22:32). Su objetivo es sacudir nuestra confianza en la bondad de Dios. Cuando tenemos una necesidad que no es satisfecha inmediatamente por Dios, estamos siendo probados por Él en el asunto. Cuando Satanás vea esto, nos sugerirá que Dios nos está privando de algo bueno. También nos sugerirá que, por lo tanto, actuemos por nosotros mismos en el asunto. Si nuestra confianza en Dios es sacudida, es probable que aceptemos las sugerencias de Satanás y busquemos aquello que pensamos que necesitamos. Sin embargo, cuando actuamos en la voluntad propia y no dependemos de Dios, traemos el pecado y la muerte a nuestras vidas. H. E. Hayhoe dijo acertadamente: “La incredulidad en la bondad de Dios es la raíz de todos nuestros fracasos”.
Esta es exactamente la línea en la que Satanás tentó a Eva en el jardín del Edén. Le dijo que comer el fruto del árbol los haría “como dioses” (Génesis 3:5), y que Dios estaba privándolos de esa cosa buena. Cuando su fe fue sacudida en cuanto a la bondad de Dios y creyó que si tomaba el fruto mejoraría su posición y la de su marido, tomó lo prohibido y lo comió. Pero todo era mentira. Tomar el fruto no mejoró a Adán y Eva y los hizo como Dios; los hizo pecadores.
Satanás intentó la misma táctica con el Señor en las tentaciones del desierto (Lucas 4:1-13). En esencia, le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, ¿por qué Dios no cuida de Ti en una de las cosas más básicas de la vida: Tu necesidad de alimento?”. Detrás de esta tentación había un intento de hacer que el Señor se compadeciera de Sí mismo en aquella situación. En efecto, el diablo le dijo: “Te estás muriendo de hambre aquí; ¡esto no debería pasarle a un hombre piadoso!”. Entonces, sugirió que el Señor debería usar el poder de Su Deidad para suplir esa necesidad, que Dios evidentemente no estaba supliendo. Pero al hacerlo, Él estaría dando un paso en independencia de Dios. Nótese cuán sutil es Satanás: le dijo al Señor que convirtiera la piedra en pan; ¡pero no llego a decirle que se lo comiera! Sabía, por su experiencia con el comportamiento humano, que un hombre hambriento que ve comida delante de él no tarda en extender la mano y comérsela. Pero Satanás fue derrotado en esta artimaña, por la fe del Señor en Dios (Salmo 16:1) y la obediencia del Señor a la Palabra de Dios (Salmo 17:4).
El diablo ha estado utilizando esta táctica con hombres y mujeres desde el principio de los tiempos. Nos muestra lo sutil que es (2 Corintios 11:3) y también lo engañoso que es el corazón humano (Jeremías 17:9). Por eso, Santiago nos enseña que podemos vencer estas tentaciones de pecar teniendo fe en la bondad de Dios, y esto se hará evidente cuando esperemos en Él para que supla nuestras necesidades.
Versículo 18.— Santiago habla entonces de la gran soberanía de Dios. “De Su voluntad nos ha engendrado por la Palabra de verdad”. Se refiere a nuestro nuevo nacimiento (Juan 3:3-5; 1 Pedro 1:23). Él no fue forzado a hacer este gran acto de bondad y misericordia: Él lo hizo de “Su voluntad” y por la bondad de Su corazón. Él inició nuestra vida espiritual en primer lugar, y al hacerlo, Él se ha responsabilizado de cuidarnos y sostenernos en el camino de la fe. Si realmente somos Sus hijos, ¿por qué pensar que Él no cuidará de nosotros, y que tenemos que pecar para sostener nuestras necesidades prácticas? Además, los cristianos son “primicias de Sus criaturas”. Así, se nos ha dado un lugar único y muy favorecido entre todas las criaturas de Dios. Siendo tan favorecidos como somos, es aún más necio de nuestra parte pensar que Él no proveerá para nosotros (Isaías 49:15).
Por lo tanto, así como hay formas correctas e incorrectas de reaccionar ante las tentaciones (pruebas) externas, también hay formas correctas e incorrectas de reaccionar ante las tentaciones internas. En cuanto a esto último, podemos permitirnos ser “atraídos” en nuestras concupiscencias y ser “seducidos” (LBLA), pero solo traerá la “muerte” moral. En cambio, podemos esperar con fe en el Padre de las Luces, que suplirá nuestras necesidades a Su debido tiempo.
Como responde una persona en estas situaciones de la vida dará un indicativo de donde está espiritualmente en su alma. Si una persona no confía en Dios y no se juzga a sí misma, sino que sucumbe habitualmente a la concupiscencia y al pecado como forma de vida, se pone en duda que tenga fe. La falsedad de la fe profesada por una persona queda así al descubierto. Un creyente es capaz de pecar y fallar en su vida, pero se arrepentirá y se juzgará a sí mismo, y entonces se levantará y seguirá por el camino de la fe (Proverbios 24:16). Caer no hará que una persona fracase en la vida; permanecer en el suelo lo hará. Caer no significa que una persona no sea salva; pero permanecer en el suelo pone en duda que lo sea. Una persona que no es un verdadero creyente en el Señor Jesucristo permanecerá en sus pecados como un curso habitual de vida, y por esto, mostrará que su profesión de fe no es real.
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Lo que Santiago quiere decir en esta primera sección de versículos es que las tentaciones, vengan de fuera o de adentro, manifiestan dónde se encuentra una persona en su alma. Por lo tanto, las pruebas y tentaciones en la vida son realmente oportunidades para manifestar nuestra fe y demostrar que somos verdaderos creyentes.