Capítulo 1

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Es nuestro propósito presentar el tema de la doctrina de Pablo y su aplicación en estos postreros días, y considerar a la vez, y muy especialmente en provecho de los jóvenes, el terreno sobre el cual debemos reunirnos para la comunión y el culto colectivo.
Sabemos que es una materia muy extensa, por lo que será tratada en varios capítulos, en los cuales procuraremos abarcar todos los aspectos de esta preciosa verdad que tenemos ante nosotros.
Debemos decir desde buen principio que, por la promesa que el Señor hiciera cuando dijo: "Edificaré Mi iglesia", algo nuevo que no existía entonces iba a nacer. Yendo un poco más adelante en su historia, al final del evangelio de Lucas, el Señor dice a los discípulos, "Vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto" (Lucas 24:49).
En los Hechos 1:8, se alude de nuevo que esta potencia de lo alto los investiría; y obedeciendo al requerimiento del Señor, vemos a los apóstoles esperando juntos en el aposento alto tal promesa; y llegado el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió del cielo sobre ellos, naciendo una nueva entidad sobre la tierra, la iglesia, la cual sería completada más tarde, de acuerdo a los propósitos divinos, cuando también los gentiles serían incorporados; pero su nacimiento real fue en el día de Pentecostés.
Pedro, al cual el Señor eligió para usar las llaves del reino de los cielos, las utiliza por primera vez en tal día, como más tarde las usaría para dar entrada a los samaritanos, y finalmente Dios se sirve de él de una manera especial y definitiva para abrir de par en par la puerta a los gentiles, como vemos en el cap. 10 de los Hechos. Una vez terminada esta misión por parte de Pedro, su nombre queda prácticamente silenciado, desapareciendo él de la escena, para aparecer otra persona ante nosotros, cuya única figura predomina a lo largo del resto de la historia de la iglesia, según lo tenemos relatado en la Palabra de Dios. Sabemos que tal persona es el Apóstol Pablo.
Trataremos de precisar la relación existente entre el ministerio de Pablo con la revelación de la verdad en cuanto a la iglesia de Dios. El Apóstol tiene un lugar prominente en cuanto a esta peculiar revelación, ocupando él la parte más importante entre los ocho "santos hombres de Dios" por Él escogidos, para escribir el Nuevo Testamento. A diferencia de los demás discípulos, quienes fueron elegidos por el mismo Señor cuando Él estuvo en este mundo, y que Le habían acompañado durante Su vida aquí abajo, cuya condición era indispensable para ser contado entre los apóstoles, Dios obró de manera extraordinaria respecto al Apóstol Pablo, al cual apartó desde el seno de su madre; Dios tenía una importantísima misión para él, por lo que Pablo fue en definitiva, desde su nacimiento, un instrumento que Dios mismo escogió, preparándolo y forjándolo para que pudiera desempeñar Su trabajo mejor que cualquier otro.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el ministerio de Pablo es el que ha levantado más polémicas y oposición que el de cualquier otro autor del Nuevo Testamento. Todos los modernistas están en oposición abierta a la línea del pensamiento de Pablo, quienes consideran que el Apóstol circunscribió el cristianismo al pensamiento judaico (al judaísmo), reduciéndolo y asentándolo sobre un sistema del sacrificio substitutorio, para que el hombre pueda acercarse a Dios. Por lo que, según dicen ellos, el mundo ha perdido la oportunidad de conocer el elevado concepto de Jesús en cuanto a la fraternidad humana, y a la paternidad de Dios. En definitiva, el modernismo no se interesa ni se preocupa por las doctrinas de Pablo, ni por sus enseñanzas; y por desgracia, hay algunas compañías de cristianos que, profesando aceptar las enseñanzas de la Biblia, son bastante reacios para seguir todo lo que Pablo enseña. Es evidente que se dan cuenta de que el Apóstol condena muchas de las prácticas que siguen, pues uno no puede profesar creer una cosa, y actuar abiertamente contra la misma. Por lo que muchos cristianos, y numerosos líderes entre ellos, quienes dicen que creen en la Palabra de Dios y se califican a sí mismos de ser fundamentalistas, están eludiendo muchos puntos y verdades del ministerio de Pablo, por cuanto están en abierta oposición con los sistemas a los cuales pertenecen.
Y lo que es más triste todavía, es que hay algunos sistemas que, llamándose cristianos, procuran que sus componentes ignoren las enseñanzas de Pablo, especialmente en lo que atañe a la verdad de que "hay un Solo Mediador" entre Dios y los hombres. Tampoco desean que la gente sepa que nuestro Señor Jesucristo, "con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados".
Cuenta un creyente que hablando en cierta ocasión con un clérigo de uno de los mayores sistemas cristianos, éste le confesó sin ningún bochorno que había leído los cuatro evangelios, pero que jamás había leído nada acerca del ministerio de Pablo, ni nada se le había enseñado de ello en los varios años de sus estudios como religioso.
Sin este ministerio de Pablo, el cual es la clave de la presente dispensación de la gracia en la cual estamos, perderíamos nuestro propio carácter como poseedores de la vocación celestial a la cual hemos sido llamados, como los que esperamos ser arrebatados de este mundo por el Señor, y como aquellos que esperan Su venida para tomarnos consigo donde Él está, al lugar al cual pertenecemos.
Volviendo sobre la sucesión histórica de los acontecimientos, vemos en el cap. 2 la formación de la iglesia; y, en los dos capítulos que le siguen, podemos ver cómo el poder del Espíritu Santo llena a todos sus miembros con ese inigualable poder y puro amor cual nunca antes el mundo había conocido, donde no hay nota discordante, antes todo es en perfecta armonía, siendo la preciosa y plena respuesta a la oración del Señor en Juan 17, para que todos "fuesen consumadamente una cosa". Mas por desgracia, muy pronto llega el fracaso; recordemos de paso que nunca Su Palabra promete una condición perfecta en la iglesia de Dios mientras ésta se encuentra en la tierra. Sabemos que el hombre ha fracasado en todo cuanto le ha sido confiado. Así se demuestra en el cap. 5 con el engaño de Ananías y Safira, defraudando del precio de su heredad; también en el cap. 6 aparece la murmuración y el egoísmo, viniendo a turbar desde su mismo principio a la naciente iglesia de Dios.
Espero que ninguno de nosotros sea tan iluso como para esperar encontrar una compañía de personas perfectas. Cierto hermano solía decir que, si alguna vez él llegara a encontrar un tal grupo, no querría unirse a ellos, por temor de arruinarlo. No procuramos formar una compañía perfecta, sino tratamos de discernir por la Palabra de Dios, la senda trazada por la fe en estos últimos tiempos en que vivimos.
Llegando al cap. 7, encontramos que la nación judía peca de nuevo contra Cristo, al apedrear a Esteban, siendo la contundente reafirmación de lo que ya se había expresado en Lucas 19:14, "No queremos que éste [Jesús] reine sobre nosotros". ¡Cuán terrible y tajante ha sido el rechazo de Israel a su Mesías!
Llegando al cap. 8, tenemos que la gracia empieza a obrar más allá de los límites del pueblo de Israel, siendo incorporados los samaritanos; debemos notar cómo hay un progreso ordenado y armónico desde el día de Pentecostés hasta llegar al cap. 9, cuando Saulo de Tarso es convertido, el instrumento escogido que Dios se había reservado, por así decir, en secreto, más manteniendo Su mirada sobre él. Pablo estaba siguiendo su propio camino, y usando toda su energía en su propósito de barrer el nombre de Jesús de sobre la faz de la tierra, nombre que aborrecía por encima de todo. Con todo, él era "un vaso de misericordia". Dios iba a mostrar por medio de ese vaso que "cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Ro. 5:20). Así en este cap. 9, es Saulo mismo quien es traído a Dios, y, en los caps. 10 y 11, tenemos que los gentiles son incorporados a la iglesia de Dios.
En Hechos 11:19-25, tenemos algo muy significativo; tan pronto como los gentiles empiezan a aceptar el evangelio, Bernabé, un hombre de Dios, estando lleno del Espíritu Santo, se da cuenta instintivamente que la persona que allí hace falta es Saulo de Tarso. Y es sin duda alguna que, siendo guiado por el Espíritu Santo, Bernabé va a Tarso para traerlo a Antioquía, y como resultado de ello, una vez llegados, "conversaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente" (v. 26). Esto es lo que ha caracterizado siempre a Pablo: "Con la iglesia", cosa que vemos innumerables veces a través de varias escrituras, ligando siempre muy estrechamente el nombre de Pablo a todo cuanto al precioso ministerio de Cristo y de la iglesia se refiere.
Al empezar Pablo su ministerio, lo encontramos pasando un año "con la iglesia" de Antioquía, donde algo muy significativo ocurre, y es que "los discípulos fueron llamados Cristianos primeramente en Antioquía". Es importante notar que solo es reconocido el cristianismo como algo nuevo y determinado, a partir del inicio del ministerio de Pablo, en la mencionada ciudad, tan distante y apartada de Jerusalén. Después de esto, vemos esfumarse muy rápidamente la figura de Pedro como conductor y guía, para aparecer la de Pablo, salvo en un pequeño incidente que surgiría más tarde a raíz del problema de la relación de los gentiles con la ley. Y aun en este caso, no fue Pedro, sino Jacobo, quien dio la respuesta inspirada por el Espíritu, en la decisión tomada a este respecto. Y como aclaración final a este asunto, leemos en el cap. 12:17, "Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos. Y salió, y partió a otro lugar". Es lo último que oímos respecto al ministerio oficial de Pedro.
Pasando al cap. 13, empezamos leyendo, "Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y doctores: Bernabé, y Simón el que se llamaba Niger, y Lucio Cireneo, y Manahén, que había sido criado con Herodes el tetrarca, y Saulo". Pablo, siendo idóneo, estaba disponible y pronto en la iglesia de Antioquía, y es escogido para llevar el Evangelio a los gentiles, a la vez que, de una manera simbólica, es usado para arrojar a los judíos a su ceguera, bajo el castigo divino, cual se infiere en el v. 9; "Entonces Saulo [...] lleno del Espíritu Santo, poniendo en él los ojos [...]", cuyo resultado es determinado por el v. 11, con lo cual se nos da a entender que es el Apóstol Pablo quien pronuncia la última palabra al apóstata Israel. Así pues, los judíos fueron castigados a permanecer por un tiempo en su ceguera, y continúan aun así en el día de hoy.
Recuerdo que de muchacho asistía a la Escuela Dominical, donde estudiamos seis meses las bellas historias de José en Egipto, David y Goliat, etc., en el Antiguo Testamento, y otros seis meses estudiamos en el Nuevo Testamento, donde aprendimos la maravillosa historia de la vida de nuestro bendito Señor. Todo fue muy precioso, y doy gracias a Dios por ello. Nunca me enseñaron en mi casa tales cosas. Pero lo que quiero hacer notar es que nunca en tal Escuela Dominical estudiamos las Epístolas de Pablo, y, salvo algunos versículos extractados como contextos con las lecciones que estudiábamos, nada en absoluto se nos dijo de todo el esquema del magnífico ministerio que le fue confiado a Pablo. El Apóstol siempre fue el gran desconocido.
Al recordar a este gran siervo del Señor queremos hacer resaltar como la mayoría de los cristianos dejan a Pablo en el olvido. ¡Qué pérdida es para ellos! Tales cristianos perderán su vigor y frescura espiritual, saliéndose del camino del pensamiento y comunión con Cristo.