Lucas Capítulo 10:1-37

Luke 10:1‑37  •  10 min. read  •  grade level: 14
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La Misión De Los Setenta; Su Carácter; Testimonio Entregado En Poder
La misión de los setenta viene a continuación en el capítulo 10, una misión importante en su carácter para el desarrollo de los caminos de Dios.
Este carácter es, de hecho, diferente en algunos aspectos de aquel del principio del capítulo 9. La misión se fundamenta en la gloria de Cristo manifestada en el capítulo 9. Esto, necesariamente, zanja más decisivamente la cuestión de las relaciones de Dios con los judíos: porque Su gloria venía después, y, en cuanto a Su posición humana, fue el resultado de Su rechazo por la nación.
Este rechazo no se cumplía aún: esta gloria fue revelada solamente a tres de Sus discípulos; de modo que el Señor ejercía todavía Su ministerio entre el pueblo. Pero vemos estas alteraciones en él. Él insiste sobre lo que es moral y eterno, la posición a la cual traería a Sus discípulos, el verdadero efecto de Su testimonio en el mundo, y el juicio que estaba a punto de caer sobre los judíos. Sin embargo, la mies era mucha. Porque el amor, no desalentado por el pecado, veía la necesidad a través de la oposición exterior; pero hubo unos pocos movidos por este amor. El Señor de la mies solo podía enviar a los verdaderos obreros.
Ya el Señor anuncia que ellos son como corderos en medio de lobos. ¡Qué cambio desde la presentación del reino al pueblo de Dios! Tenían que confiar (como los doce) en el cuidado del Mesías presente en la tierra, y quien influenciaba el corazón con poder divino. Tenían que ir como los obreros del Señor, manifestando abiertamente su objetivo, no esforzándose por su comida, sino como teniendo derechos de parte de Él. Completamente consagrados a su obra, no debían saludar a nadie. El tiempo apremiaba. El juicio venía. Existían en Israel aquellos que no eran hijos de paz. El remanente se distinguiría por el efecto de su misión en el corazón, aún no judicialmente. Pero la paz reposaría con los hijos de paz. Estos mensajeros ejercían el poder obtenido por Jesús sobre el enemigo, y que Él podía así conferir (y esto era mucho más que un milagro); y tenían que declarar a quienes visitaban que el reino de Dios se había acercado a ellos. ¡Importante testimonio! Cuando no se ejecutaba juicio, se precisaba fe para reconocer el reino en un testimonio. Si no eran recibidos, debían imprecar a la ciudad, asegurándoles que, recibido o no, el reino de Dios se había acercado. ¡Qué solemne testimonio, ahora que Jesús iba a ser rechazado—un rechazo que llenaba la medida de la iniquidad del hombre! Sería más tolerable para la infame Sodoma, el día en que el juicio se iba a ejecutar, que para esa ciudad.
Esto señala claramente el carácter del testimonio. El Señor impreca a las ciudades en las que había obrado, y asegura a Sus discípulos que rechazarlos en su misión era lo mismo que rechazarle a Él, y que, al rechazarle a Él, Aquel que le había enviado era rechazado—el Dios de Israel—el Padre. A su regreso, ellos anuncian el poder que había acompañado su misión; los demonios se sujetaron a su palabra. El Señor les contesta que, efectivamente, esas señales de poder habían presentado a Su mente el pleno establecimiento del reino. Satanás echado completamente fuera del cielo (un establecimiento del cual estos milagros eran sólo una muestra); pero que había algo más excelente que esto, y en lo que podían regocijarse—sus nombres estaban escritos en el cielo. El poder manifestado era verdadero, sus resultados seguros, en el establecimiento del reino; pero algo más comenzaba a aparecer—un pueblo celestial estaba comenzando a existir, un pueblo que tendría su parte con Él, a quien la incredulidad de los judíos y del mundo estaban enviando de regreso al cielo.
La Posición Celestial De Un Pueblo Celestial
Esto expone muy claramente la posición tomada ahora. Habiéndose dado el testimonio del reino en poder, dejando a Israel sin excusa, Jesús pasó a otra posición—a la celestial. Éste fue el verdadero asunto de gozo. Los discípulos, no obstante, todavía no lo comprendían, pero la Persona y el poder de Aquel que iba a introducirlos en la gloria celestial del reino, Su derecho al reino glorioso de Dios, les habían sido revelados por el Padre. La ceguera del orgullo humano, y la gracia del Padre hacia los niños, fueron apropiadas a Él, quien cumplió los consejos de Su gracia soberana a través de la humillación de Jesús, y que estaban en conformidad con el corazón de quien vino a cumplirlos. Además, todas las cosas fueron dadas a Jesús. El Hijo era demasiado glorioso para ser conocido, salvo por el Padre, quien era Él mismo conocido sólo por la revelación del Hijo. A Él debían ir los hombres. La raíz de la dificultad en recibirle yacía en la gloria de Su Persona, la cual era conocida sólo por el Padre, y en esta acción y gloria del Padre, que necesitaba que el Hijo la revelara. Todo esto se hallaba en Jesús allí en la tierra. Pero Él podía decir a Sus discípulos en privado que, habiendo visto en Él al Mesías y Su gloria, habían visto aquello que reyes y profetas desearon ver en vano. El Padre había sido proclamado a ellos, sin embargo no entendieron casi nada. En la mente de Dios esta era la porción de ellos, comprendida más tarde por la presencia del Espíritu Santo, el Espíritu de adopción.
El Poder Del Reino; El Llamamiento Del Señor a Regocijarse Por Tener Un Lugar Y Un Nombre En El Cielo
Podemos observar aquí, el poder del reino otorgado a los discípulos; su gozo en ese momento (por la presencia del Mesías, trayendo consigo el poder del reino que vencía el del enemigo) a la vista de aquellas cosas de las cuales los profetas habían hablado; y, al mismo tiempo, el rechazo de su testimonio, y el juicio de Israel entre quienes éste era rendido; y, finalmente, el llamamiento del Señor, (mientras se reconocía en la obra del remanente todo el poder que establecerá el reino), no para regocijarse en el reino establecido así en la tierra, sino en la gracia soberana de Dios quien, en Sus consejos eternos, les había otorgado un lugar y un nombre en el cielo, en relación con el rechazo de ellos en la tierra. La importancia de este capítulo es evidente bajo este punto de vista. Lucas introduce constantemente la parte mejor e inadvertida en un mundo celestial.
La Relación Y La Gloria Del Padre Y El Hijo; La Pregunta Del Intérprete De La Ley En Cuanto a La Vida Eterna
El alcance del dominio de Jesús en relación con este cambio, y la revelación de los consejos de Dios que lo acompañaban, nos son dados en el versículo 22, así como el descubrimiento de las relaciones y la gloria del Padre y del Hijo; al mismo tiempo, también la gracia mostrada a los humildes conforme al carácter y a los derechos de Dios el Padre. Más tarde encontramos el desarrollo del cambio en cuanto al carácter moral. El maestro de la ley deseaba saber las condiciones de la vida eterna. Esto no es el reino, ni el cielo, sino una parte de la manera judía de comprender la relación del hombre con Dios. La posesión de la vida fue propuesta a los judíos mediante la ley. Se había descubierto, mediante desarrollos escriturarios subsiguientes a la ley, que se trataba de la vida eterna, la cual ellos entonces, al menos los Fariseos, vinculaban, como tal, a la observancia de la ley—algo poseído por los glorificados en el cielo, por los bienaventurados en la tierra, durante el milenio, lo cual nosotros poseemos ahora en vasos de barro; aquello que la ley, interpretada por conclusiones extraídas de los libros proféticos, proponía como el resultado de la obediencia. “El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas.”
La Respuesta Del Señor; La Ley Quebrantada
Por consiguiente, el intérprete de la ley pregunta qué es lo que debía hacer. La respuesta fue clara: la ley (con todas sus ordenanzas, sus ceremonias, todas las condiciones del gobierno de Dios, las cuales el pueblo había quebrantado, y cuya violación condujo al juicio anunciado por los profetas—juicio que debía ser seguido por el establecimiento, de parte de Dios, del reino en gracia), la ley, como digo, contenía la semilla de la verdad en este aspecto, y expresaba claramente las condiciones de vida, si el hombre iba a gozarla conforme a la justicia humana—justicia obrada por él mismo, por la cual viviría. Estas condiciones se resumían en muy pocas palabras—amar a Dios perfectamente y al prójimo como a uno mismo. Habiendo dado el intérprete de la ley este resumen, el Señor lo acepta y repite las palabras del Legislador: “Haz esto, y vivirás.” Pero el hombre no lo ha hecho y es consciente de que no lo ha hecho. En cuanto a Dios, él está alejado; el hombre se aparta de Él con facilidad; le rendirá algunos servicios exteriores, y se jactará de ellos. Pero el hombre está cerca; su egoísmo le hace comportarse conforme a la interpretación de este precepto, el cual, si se observara, sería su felicidad—hacer de este mundo una clase de paraíso. La desobediencia a este precepto se repite a cada momento, en las circunstancias de cada día, lo cual hace que este egoísmo actúe. Todo lo que le rodea (sus vínculos sociales) hacen al hombre consciente de estas violaciones de estos preceptos, aunque el alma misma no se sienta turbada por ello. Aquí el corazón del intérprete de la ley se traiciona a sí mismo. ¿Quién, pregunta, es mi prójimo?
La Gracia Manifestada E Introducida Por El Hombre Cristo Jesús; El Amor Del Buen Samaritano
La respuesta del Señor exhibe el cambio moral que ha tenido lugar por la introducción de la gracia—mediante la manifestación de esta gracia en el hombre, en Su propia Persona. Nuestras relaciones los unos con los otros son medidas ahora por la naturaleza divina en nosotros, y esta naturaleza es amor. El hombre bajo la ley se medía por la importancia que él se daba a sí mismo, lo que es siempre opuesto al amor. La carne se gloriaba de una cercanía a Dios que no era real, que no pertenecía a la participación de Su naturaleza. Por otra parte, el sacerdote y el levita pasan de largo. El Samaritano, despreciado como tal, no preguntó quién era su prójimo. El amor que estaba en su corazón hacía de él un prójimo para cualquiera que estuviese en necesidad. Esto es lo que Dios mismo hizo en Cristo; pero entonces, las diferencias legales y carnales desaparecieron ante este principio. El amor que actuaba según sus propios impulsos halló la ocasión de ejercerse en la necesidad que vino ante él.
Aquí termina esta parte de los discursos del Señor. Un nuevo asunto comienza en el versículo 38.