Capítulo 11

 •  16 min. read  •  grade level: 11
Listen from:
Ya hemos visto en esta epístola que los hebreos estaban en peligro de en lugar de andar por la fe volverse de nuevo a las cosas que podían ver, como ordenanzas y objetos de importancia exterior, de los que estaba lleno el sistema judaico. Pero los cristianos habían sido llamados a salir de estos; Dios los estaba alejando de ellos. La tendencia constante de todos nuestros corazones es la de volver. Es una vergüenza para los gentiles que asuman aquellas sombras; en cierta medida era natural para los judíos, porque a ellos se les había ordenado la observancia de aquellos rudimentos. Ahora había algo mejor. Estaban esperando que Cristo volviera, y se les dice: «El que ha de venir vendrá, y no tardará.» En esta epístola no tenemos el puesto de la iglesia, el cuerpo de Cristo, expuesto en absoluto; en relación con esto el Señor viene y la recibe para Sí. «voy a preparar lugar para vosotros», etc. Aquí, como peregrinos, hay una responsabilidad delante de nosotros, y esperamos a Su manifestación. En carácter eclesial, la esperanza es estar con Él. Aquí es el llamamiento celestial y el sacerdocio entre nosotros y Dios.
El apóstol prosigue, en nuestro capítulo, mostrándonos el poder de la fe. No es una definición, sino una descripción de sus efectos. Es «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» El efecto de la fe es la perfecta certidumbre del cumplimiento. La definición de la fe es que «atestigua que Dios es veraz». Queda que aquello que esperamos lo esperamos con paciencia. La promesa es tan cierta como si tuviéramos ya su cumplimiento. No lo vemos. si lo viéramos no lo esperaríamos, pero estamos conscientes de cosas que no se ven. Éste es el poder de la fe en el alma.
En este capítulo tenemos fe en su carácter activo—la obra de la fe cuando está ahí. Lo que produce fe es el Espíritu de Dios convenciendo de la palabra con poder; y cuando el alma ve algo que pertenece a Cristo, no puede quedar satisfecha sin más. «Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad» describe la recepción de la verdad en el alma. Luego sigue el efecto práctico en el andar del creyente. Hay mucho de método en este capítulo, más de lo que parece a simple vista; porque no es el método del hombre, sino el de Dios. La mente divina está siempre obrando según la medida del amor divino. En el momento en que se ve la clave de la mente divina, se ve belleza y orden. Así, en Éxodo tenemos el relato de los objetos del tabernáculo, y luego los sacerdotes, y luego de nuevo los utensilios. La mente humana no ve nada más que desorden en todo esto; pero cuando se conoce el objeto que arroja la sombra, se observa el más perfecto orden.
Aquí se habla de la fe en relación con la creación. ¡Que de la nada nada viene es la sabiduría del hombre! El filósofo nunca hubiera podido descubrir por sí mismo cómo fue «constituido el universo», etc. La creación es absolutamente desconocida por la razón. «Por la fe entendemos», pero las formas humanas de explicarlo han llevado al panteísmo, al ateísmo, etc. Ahora los hombres poseen un cierto conocimiento de ello gracias a la Biblia; pero sin la Escritura nunca se habría podido conocer de manera simple o cierta.
En el siguiente ejemplo de la fe tenemos la base sobre la que el hombre podía entrar en relación con Dios: en Abel, la fe que aportó un sacrificio; en Enoc, la que condujo a andar con Dios, y el poder de la vida en su traslación. En el versículo 7 es fe conectada con Dios en gobierno, y el consiguiente juicio del mundo; en el siguiente ejemplo tenemos aquella clase de fe que cuenta con la promesa. Toma la promesa de Dios, se satisface con ella, lo abandona todo, y no recibe nada. Todo aquello a lo que se aferra la carne ha de ser abandonado. Estos judíos tenían que hacer esto. Si no tengo nada que hacer con la tierra, soy un hombre celestial. Si nada tengo sobre la tierra, no soy un hombre terrenal. Dios no se avergüenza de llamarse Dios de aquellos cuyo corazón y porción están en el cielo; pero se avergonzaría de serlo de alguien cuyo corazón esté en la tierra. Ésta es la fe que da carácter, carácter celestial, vv. 8-22.
Entonces tienes la fe que cuenta con Dios, la energía activa de la vida—no meramente carácter, sino energía; no tanto el abandonar algunas cosas como la energía activa del nuevo principio en el alma. Esto procede de los versículos 23-31. Pero se pasa por alto la entrada en la tierra; el reposo prometido está en el cielo. Ellos tienen la posesión de la tierra. Es diferente del paso del Mar Rojo y del desierto.
A partir del versículo 32 tenemos todas las varias dificultades y características de la fe en las que los individuos tenían que mantenerse frente al pueblo profesante de Dios. Aquí tenemos lo más difícil de todo. Si quieres vivir una vida de fe, a menudo tendrás que vivir sin cristianos. Los hay que tienen que caminar a solas con Dios y sin nadie más, y si no tienen que introducir la incredulidad para que lo impida. La comunión de los santos es una cosa feliz, pero hay ocasiones en que se tiene que actuar en solitario. Jonatán actuó con fe, pero la insensatez de Saúl lo estropeó todo (cf. 1 S 14). Necesitamos la fe que cuenta con Dios, haga lo que haga el pueblo. No se trata de una acción tan brillante de la fe, pero es muy valiosa. Una persona que sale a predicar a un país pagano sabe lo que tiene que hacer. Su dificultad no es tan grande como la de un cristiano frente a un mundo que profesa ser cristiano. Si no está muy cerca de Cristo, el hombre no puede discernir lo que es del mundo y lo que es de Cristo.
Versículos 37,38. Tuvieron que aceptar la porción que pudieron conseguir aquí, y murieron sin recibir las promesas, «proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros», etc. El comienzo del capítulo 12 está basado en esto. La disciplina está allí conectada con las pruebas de la fe; la disciplina es contra la carne (v. 2). Nuestra atención es apartada de todos los otros ejemplos de fe en el capítulo 11, y la mirada debe ser fijada en Aquel que ha pasado por todo ello. «Puestos los ojos en Jesús.» «Apartando la mirada hacia Jesús» es más bien el sentido de la expresión. «Se sentó a la diestra del trono de Dios», etc. Acerca de los Abrahams, Isaacs, Josés, Moisés, etc., leemos que «no recibieron lo prometido», pero de Cristo no se dice que no lo ha recibido, porque sí lo ha recibido. Él está «sentado a la diestra del trono de Dios». Él tiene la recompensa; y algo más, Él ha pasado por todo el camino, soportando los escarnios, los azotes, etc. Él ha pisado cada tramo de la senda de la fe. Los otros tuvieron cada uno de ellos su prueba de una manera particular, pero el aliento para la fe es que Él se ha sentado, habiéndolo recorrido en su integridad. David no tiene aún su recompensa. Todos estos no fueron aún perfeccionados, pero Cristo sí lo ha sido. El cristianismo no había sido introducido entonces. Ellos no fueron llevados a la gloria de la resurrección. Había otros que iban a ser llevados a una cosa mejor. Jesús fue el autor y consumador de la fe, y él tiene la recompensa.
Es buena cosa ver cuál sea el carácter de la recompensa. La recompensa nunca es el motivo para la conducta; no habría lugar para el amor en esto; pero actúa como un aliento, cuando estamos en el camino al que nos ha conducido el amor y nos vemos rodeados de dificultades y pruebas.
Estos hebreos estaban volviéndose a la expectativa de un Mesías que pudieran ver. Se les recuerda entonces que ninguno de aquellos en quienes se jactaban vieron aquello que esperaban. «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido», etc. Tú quieres un Mesías visible; pero ninguno de aquellos en quien te glorías alcanzó aquello que esperaban. Para un judío, éste es un argumento irrebatible. Los antiguos nada consiguieron sino por la fe. Así es con nosotros. ¿Qué tenemos, excepto lo que tenemos por la fe?
Sin entrar en los detalles del capítulo 11, tenemos, primero, la creación; luego, con respecto al sacrificio, «Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín.» Una cosa que hemos de observar aquí es cómo la fe es idónea para todos los casos desde que entró el pecado. No tiene nada que ver con la inocencia. La inocencia no precisa de fe. Cuando todo era goce alrededor, no había necesidad de fe. Es al entrar el pecado que se conoce la fe—una provisión muy bendita de parte de Dios; porque nos trae todo lo necesario—rectitud, vida, refugio en el juicio del mundo. Puedo ir errante a un país extraño, y llevar conmigo una energía viva para vencer. Introduce a Dios para el goce—comunión—y la carencia de comunión da el sentimiento de pecado y de retroceso. Es la introducción positiva de Dios cuando el pecado había apartado Su presencia. Saca de la carne y lleva a Dios. Introduce a Dios, o, más bien, Dios se introduce a Sí mismo en Su palabra y Espíritu. No hay condición en la que no se pueda tener. Lo primero para la que la queremos es para justicia.
Abel era pecador; la fe introduce en un mejor lugar que la inocencia. No puedo gozar de nada rectamente según la carne; pero en el momento en que me aferro a Dios, estoy fuera de estas cosas, y estoy conectado con Él. Cuando estaban en la tierra, cesó la oportunidad para la fe, excepto cuando una necesidad especial la suscitara.
Cuando el pecado nos excluyó de Dios, la justicia vino a ser una posesión mediante la fe. «Alcanzó testimonio de que era justo.» Caín, antes que su corazón quedara a descubierto, era un hombre muy decente; estaba trabajando con el sudor de su frente, y luego fue a adorar a Dios. ¿Qué habría podido ser mejor? Pues en realidad esto mismo mostraba que no tenía un solo pensamiento justo acerca de Dios. Pensó que podía adorar a Dios de manera tan cómoda como siempre. Caín el realidad le trajo a Dios la prueba de la maldición—precisamente lo que hace el hombre natural. Lo que encontramos en Abel es totalmente diferente. Él introduce muerte; toma una primicia del rebaño, un animal muerto, por el que reconoce que está bajo los efectos del pecado, no sólo de una manera externa. Trae sangre a Dios, un sacrificio, un sacrificio muerto, el único camino. Con ello reconoce que es pecador, y que está perdido a no ser que se interponga la muerte de otro. Acude a Dios con un sacrificio, y esto declara que sin este sacrificio estoy perdido. Este pasaje es meridianamente claro con respecto a la justicia: «alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas.» No se trata aquí sólo de que la justicia esté en Cristo; Él es mi justicia, yo soy «hecho justicia de Dios en él.» Abel obtuvo un testimonio de que él era justo, no de que Dios fuera justo. No meramente que Dios hubiera dado el sacrificio, sino que tenemos las actuaciones de Dios en el hombre. Dios proveyó el sacrificio, pero la fe actúa en presentarlo ante Dios. «Dando Dios testimonio de sus ofrendas.» Está lleno de bendición. Tengo el testimonio de que soy justo. Esto no es experiencia.
No quiero un testimonio para lo que yo experimento. Quiero un testimonio que me libre de las cosas en que me ocupo de mí mismo, cuando estoy sufriendo por ellas. Y lo consigo en el don de Dios, que es perfecto. Soy «aceptado en el amado». Uno dirá: Hay algo en mí de lo que no me puedo librar. Recuerda esto: el testimonio del Espíritu Santo en nosotros es lo contrario al testimonio del Espíritu Santo a nosotros. En mí, Él observa cada falta que no es rectitud; pero el testimonio a nosotros es: «Nunca más me acordaré de sus pecados y de sus transgresiones.» Si alguien me trae una nota, no me pregunta lo que soy. Al presentar Cristo a Dios, traigo perfección. En el sacrificio de Abel tenemos una peculiar figura de Cristo. Cristo se hizo a Sí mismo nuestro prójimo: e Israel le dio muerte. Ellos tienen la marca en su frente, habiendo rechazado a Cristo. Pero Él es el sacrificio mediante el que serán restaurados. La fe dice; voy a Dios por medio del sacrificio.
En Enoc ha entrado la vida, así como la justicia. Cristo es «declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos» (Ro 1:4). Enoc, antes de ser trasladado, tuvo este testimonio de haber agradado a Dios. Se dice en el Antiguo Testamento que anduvo con Dios. Si estamos reconciliados con Dios, podemos andar con Él. Entonces la vida se manifiesta en el andar, y el poder de esta vida es que no muere en absoluto. Cristo dijo: «El que viva y crea en mí, no morirá jamás.» De la misma manera los que estén vivos cuando Él venga no morirán. Puede que no muramos. No todos dormiremos. La «paga del pecado» queda totalmente anulada para la fe. Enoc no es hallado, porque Dios lo tomó: la muerte no le toca en absoluto. Aquello que constituye el poder de la muerte queda anulado. Otra cosa que acompaña a esta es que «antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Aquí tengo vida antes de la muerte. Ésta la tenemos como una cosa presente, y si el Señor viene, no moriremos. Su longanimidad es Su razón para no venir. Andando con Dios, tenemos el testimonio de que agradamos a Dios. Es paz, consuelo, gozo del favor en el que estamos. En lugar de reprendernos, el Espíritu de Dios saca a la luz el favor de Dios, que ilumina nuestras almas. Ahora vemos la gloria, a través de un espejo, oscuramente; pero es una verdadera realidad que el Espíritu Santo está en nosotros, y si estamos andando con Dios, Él nos hace felices en Su favor. No meramente que yo haya hecho rectamente en esto o en aquello; no pienso realmente acerca de mí mismo en absoluto, sino acerca de Dios.
Si me cuido sólo de lo que dice la conciencia natural, no alcanzo en absoluto la mente de Dios. Esto no toca para nada lo que Dios es, sino lo que es el hombre; es decir que el hombre se puede exaltar a sí mismo, que es responsable ante sí mismo; pero creer en Dios es mucho más, porque con ello se reconoce responsa­bilidad ante Dios. «Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan», etc. De lo que se habla es de acudir a Otro. ¿Voy yo a una persona con la que estoy? Al acudir, pienso en lo que Él es, en lo que Dios piensa acerca de algo. Tenemos que ver con Él de una manera viva por la fe. Él todo lo observa. Si aplicas esto de manera práctica en todo momento, ¡qué diferencia hará! Somos llamados a juzgarlo todo en la luz. ¿Qué me importan las dificultades, si sé que estoy agradando a Dios? Este hombre no menospre­ciará ninguna oportunidad, porque, pensando acerca de Dios, va de fortaleza en fortaleza. La relación con Dios le muestra más de la mente de Dios. Ve lo que Dios está haciendo. «Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz.» Si fracasa, habrá angustia, andando así con Él, porque ha perdido aquello en lo que se deleita. Si está acostumbrado a caminar de manera descuidada, no se dará cuenta. «Sin fe es imposible agradar a Dios.» Si hay diligencia en buscarlo, hay galardón.
Versículo 7. Si en el caso de Enoc tenemos una traslación excepcional, como en la iglesia, en el de Noé, como en el remanente judío de los días postreros, tenemos que se encuentra en el lugar sobre el que se abate el juicio, y, advertido de cosas que aún no se venían (además de ser predicador de justicia, como oímos en otros lugares), es movido con temor, y prepara un arca. El suyo es un espíritu profético; el mundo es condenado, y él mismo deviene heredero de la justicia que es por la fe. Noé aceptó el testimonio de Dios con los medios dados para escapar, y así heredó aquella justicia sobre la que se funda el nuevo mundo. Así, hemos tenido fe en la creación, fe en el sacrificio, andar con Dios, y testimonio.
Desde el versículo 8 hasta el 16 tenemos no los grandes principios de la relación humana con Dios desde principio hasta el fin, como en los versículos precedentes, sino la fe que sale y se mantiene fuera en peregrinaje, con toda la fortaleza dada para el cumplimiento de las promesas. Y mientras estos se mantenían con extranjeros en la tierra por la fe, viviendo y muriendo en fe, no en la posesión de lo prometido, así Dios los consideró con un especial favor, y no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, e irá con creces mucho más allá de sus esperanzas de cosas celestiales. Además, llegamos (vv. 17-22) a la fe que sacrifica aquello que aparentemente cumple la promesa, para recibirlo sólo de Dios, o que confía, a pesar de todo aquello que tiende a destruir la confianza.
Lo anterior es más bien la paciencia de la fe, y lo que sigue es su energía. Así, la fe en la historia de Moisés (vv. 23-27) se mantiene firme frente a las más grandes dificultades. Además, es la fe, y no la providencia, lo que debería gobernar al creyente. También podemos observar en los siguientes versículos (28-31) que la fe emplea los medios que Dios señala, y que la naturaleza o bien rehúsa, o que bien sólo manipula para su propia ruina. Pero si los egipcios fueron ahogados (el tipo de aquellos que creen poder pasar, por sí mismos, a través de la muerte y del juicio), la ramera Rahab se identifica por la fe con los espías y con el pueblo de Dios, antes que se diera un golpe a este lado del Jordán, escapando de la destrucción que le sobrevino a la confiada Jericó.
Luego siguen declaraciones de las actuaciones y sufrimientos de la fe todo a través de la historia de Israel después de la conquista de Canaán, no detallados como antes, sino más generales. Pero todos, como los patriarcas, sin recibir el cumplimiento de la promesa. Ésta era una gran lección para los cristianos hebreos.
Además, tenían que mantener bien presente (v. 40) que Dios ha proveído alguna cosa mejor para nosotros. Ellos serán perfeccionados, al igual que nosotros, en la gloria de la resurrección; pero hay unos privilegios especiales para los santos que ahora están siendo llamados: «para nosotros.»