Apocalipsis 13

Revelation 13  •  10 min. read  •  grade level: 18
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Las Copas
(Apocalipsis 15-16)
En los capítulos 12 y 13 hemos visto el terrible estallido y rebelión contra Dios que tendrá lugar bajo Satanás y sus instrumentos en la esfera del Imperio Romano, durante los tres años y medio que precederán a la venida de Cristo para poner a todos los enemigos bajo Sus pies y establecer Su reinado.
También hemos aprendido que durante este tiempo Dios tomará para Sí un pueblo para el reino de Cristo, anunciará el evangelio eterno a las naciones y actuará en juicio contra los malvados.
Ahora hemos de aprender en los capítulos 15 y 16 detalles adicionales de los juicios especiales que han de caer sobre las esferas oriental y occidental del reino en el que las bestias ejercerán su dominio.
(15:1) Estos juicios son designados como «las siete postreras plagas» (V.M.) que precederán a la manifestación de Cristo, y se nos dice que «en ellas se consumaba el furor de Dios».
(Vv. 2-4) Antes de oír de los juicios que sobrevendrán a los que tienen la marca de la bestia y adoran a su imagen, se nos asegura la bendición de los que conseguirán la victoria sobre la bestia y su imagen. En la visión, Juan ve a estos santos de pie sobre un mar de vidrio mezclado con fuego, y teniendo arpas de Dios. ¿No muestra esto en lenguaje simbólico que estos santos han pasado por una terrible prueba y que han alcanzado una escena de pureza fija, donde no habrá más temor a la contaminación, y donde el dolor dejará lugar a cánticos de gozo y alabanza? Son contemplados como liberados de «las siete postreras plagas», así como en la antigüedad Israel fue liberado de las plagas que cayeron sobre los egipcios. Así como aquella liberación suscitó en Moisés un cántico de alabanza, igualmente y de nuevo esta liberación futura irá seguida de un similar estallido de alabanza que adscribirá su liberación a las grandes y maravillosas obras del Señor Dios Omnipotente, que es justo y verdadero en todos Sus caminos y «Rey de las naciones» (V.M., margen). Bajo la influencia de las dos bestias, dirigidas por Satanás, el mundo se levantará en rebelión contra Dios y el Cordero. Estos santos que han alcanzado la victoria sobre la bestia cantarán el cántico del Cordero por el que se deleitan en reconocer que el Cordero que fue inmolado es digno «de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y el dominio» (Ap 5:12), y anuncian que ha llegado el tiempo en que todas las naciones adorarán delante de Dios; porque al menos Sus juicios ya no son más, como hasta ahora, de carácter providencial, sino que «se han manifestado».
(Vv. 5-8) Habiendo aprendido la bendición de los que alcanzan la victoria sobre la bestia, vemos en el acto que el camino queda abierto para el juicio sobre los que tienen la marca de la bestia. Por los símbolos empleados, ¿no debemos acaso aprender que estos juicios finales, antes que llegue Cristo, no sólo tratarán contra la maldad de las naciones, sino que serán también un testimonio de la santidad de la morada de Dios, porque los ángeles empleados para ejecutar estos juicios proceden del «santuario del tabernáculo del testimonio»? Como testimonio de la santidad del templo de Dios, y de manera consecuente con ella, los ángeles están «vestidos de lino limpio y resplandeciente», y tal como corresponde a los que están a punto de ejecutar juicio, sus afectos están retenidos por ceñidores de oro, que hablan de la justicia de Dios.
En el momento en que los ángeles salieron, «el santuario se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder», y durante el tiempo de estos juicios «nadie podía entrar en el santuario». ¿No puede esto denotar que cuando Dios esté actuando en juicio, en esta solemne ocasión, no podrá haber ni adoración ni intercesión en Su presencia?
(16:1-2) La ira de Dios expresada por la primera copa es derramada sobre «la tierra», lo que significa el pueblo bajo un gobierno establecido. La referencia a la bestia sugiere que se trata de la esfera del Imperio Romano avivado. Este juicio azota a los hombres que tienen la marca de la bestia y adoran su imagen, afligiéndolos con «una úlcera maligna y dolorosa». Esto parece simbolizar algún problema terrible y angustioso que por una parte llenará las mentes de los que se someten a la tiranía de la bestia que quita toda libertad de comprar y vender; y por otra parte los hundirá a la miseria al haber echado de sí toda reverencia a Dios. Sea en el mundo, o entre el pueblo de Dios, permanece verdadero el principio de que la búsqueda de nuestra propia satisfacción, haciendo nuestra propia voluntad, lleva sólo al dolor. Lo que sembramos para satisfacción de la carne lo segamos en angustia de la mente.
(V. 3) En contraste con la primera copa que se derrama sobre la tierra, la segunda copa es derramada «sobre el mar». ¿No representa esto al mundo en estado de agitación? ¿No será que la esclavitud y tiranía de la bestia transformará a una gente ordenada en revolucionada? Este culto a la bestia, y la condición de agitación involucrada, llevará a un juicio que significa muerte moral o separación de Dios de «todo ser vivo» que caiga bajo esta terrible apostasía.
(Vv. 4-7) El tercer ángel derrama su copa «sobre los ríos y las fuentes de aguas». Como símbolo, el río se emplea en la Escritura para denotar una fuente de vida y bendición, sea temporal o espiritual. Leemos de «ríos de aguas de vida» y del «río de agua viva» (Jn 7:38; Ap 22:1). El río que se torna en sangre parece significar que todas las fuentes del pensamiento que conforman las vidas de los hombres quedarán viciadas, y que en lugar de conducir a la vida y a la felicidad, conducirán a la miseria y a la muerte moral.
El ángel justifica a Dios por Su justo juicio. Es justo que aquellos que han derramado la sangre de santos y profetas que daban testimonio de la verdad beban también de la copa de muerte—y esto en su forma más terrible como separación eterna de Dios—por cuanto ellos han envenenado las mentes de los hombres con el error. Los hombres pueden ser poderosos, y por un tiempo puede que exhiban el mal de sus corazones persiguiendo al pueblo de Dios, pero el Señor Dios es Todopoderoso, y a Su tiempo Él vengará la sangre de Su pueblo. La alusión al martirio de los santos muestra otra vez que estos juicios se dirigen de forma especial contra el reino de la bestia.
(Vv. 8-9) El cuarto ángel derrama su copa sobre el sol. Como figura, el sol denota autoridad suprema. ¿No puede esto referirse al reinado de la bestia, que en este tiempo tan crucial tendrá el poder supremo de dictador? Bajo este poder implacable, los hombres quedarán privados de toda libertad, y como abrasados por fuego, toda capacidad de resistencia desaparecerá. ¡Ay!, en lugar de arrepentirse de su idolatría y de dar a Dios la gloria que sólo a Él pertenece, blasfemarán el nombre de Dios, dándose cuenta de que Él tiene poder sobre estas plagas.
(Vv. 10-11) La quinta copa es derramada sobre la sede o «trono de la bestia», con el resultado de que su reino queda envuelto en tinieblas. Esto desde luego denota las tinieblas espirituales que son el resultado de un reino gobernado por uno que deriva su poder de Satanás. Los hombres quedan reducidos a un dolor agudo, pero, ¡ay!, a pesar de sus dolores y úlceras no se vuelven a Dios ni se arrepienten de sus acciones.
(Vv. 12-16) La sexta copa se derrama sobre «el gran río Éufrates». Este río ha sido siempre el límite oriental del Imperio Romano. El secado del río simbolizaría la eliminación de la barrera que mantiene separadas a las naciones Orientales de las Occidentales. La preparación del camino para los reyes del Oriente sugiere que todas las malvadas supersticiones del Oriente podrán prevalecer en Occidente. Además, las tres ranas inmundas de la trinidad del mal representada por el dragón, la bestia y el falso profeta, y que obran milagros, implicaría que las naciones de Oriente quedarán corrompidas por los líderes de Occidente. Como resultado, «los reyes de la tierra en todo el mundo», habiéndose corrompido unos a otros, se unirán en oposición conjunta contra el Dios Todopoderoso. Los hombres pueden llegar a creer, en esta coyuntura de la historia del mundo, que Oriente y Occidente se han unido para su propia gloria y para introducir un nuevo orden según su propia voluntad. Poco sabrán que están siendo reunidos por el diablo para oponerse a Dios.
Se da una palabra de aliento y advertencia para los que confían en Dios en medio de estas terribles circunstancias. A los tales se les recuerda que si todo este mundo es reunido bajo el diablo en oposición a Dios, que sin embargo Dios, por medio de la venida de Cristo, intervendrá inesperadamente en juicio sobre el mundo, porque Su venida será como de ladrón. Pero si Su venida será un juicio inesperado para el mundo, traerá bendición para los que están vigilando y que andan en separación del mundo, tal como se expone con el hecho de que guardan limpias sus ropas. La referencia a Armagedón nos lleva en pensamiento a la Meguidó del Antiguo Testamento, donde, en los días de los Jueces, las naciones, que se habían reunido contra el pueblo de Dios, descubrieron que Dios estaba contra ellos en juicio, tal como leemos, «desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara» (Jue 5:19-20). Cuando Dios envíe Su «evangelio eterno» a cada nación para reunir un pueblo para el reino de Cristo, el dragón, la bestia y el Anticristo se combinarán para reunir «a los reyes de la tierra en todo el mundo» para luchar contra el Dios Todopoderoso, sólo para encontrarse con un juicio abrumador en manos del Todopoderoso.
(Vv. 17-21) Con el derramamiento de la séptima copa, el juicio de las naciones alcanzará su punto culminante más solemne, como aprendemos de la gran voz del cielo y del trono del juicio, que proclama: «Hecho está».
Este juicio último cae sobre «el aire», denotando seguramente que el mismo aliento del hombre queda afectado por un cataclismo desencadenado por un «gran temblor de tierra» que afectará de tal manera a la sociedad que será imposible la continuación de la existencia familiar, social o política. Quebrantará el poder de Roma—«la gran ciudad»—como desde luego todos los poderes del mundo, simbolizados por «las ciudades de las naciones». Pero, por encima de todo recordará Dios aquel sistema religioso corrupto, simbolizado por la «Gran Babilonia», y que a lo largo de los siglos se ha opuesto a Dios y a Su pueblo, y tendrá que beber del cáliz del ardor de Su ira. Todos los refugios terrenales serán impotentes aquel día para ocultar a los hombres de la tempestad del juicio, porque «toda isla huyó, y los montes no fueron hallados». No habrá escape del huracán del juicio que es asemejado a una poderosísima tempestad de granizo gigantesco. ¡Ay!, en lugar de confesar que sus pecados han causado esta tempestad de juicio, los hombres blasfemarán contra Dios como autor de todas sus plagas.
Al leer de estos terribles juicios que caerán sobre el ámbito de la Cristiandad, es solemne darse cuenta de que en esta misma sección del mundo donde nos ha tocado vivir, y que durante siglos ha gozado de los privilegios externos del cristianismo, y donde se ha proclamado la gracia de Dios en el evangelio, que ahí se desarrollará la gran apostasía y que ahí se derramará la ira de Dios que se expresa en estas copas.