Capítulo 14

Romans 14  •  5 min. read  •  grade level: 12
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«Al que es débil en la fe, recibidle, mas no a disputas de opiniones dudosas» (v. 1, V.M.). Podemos llegar a ser tan estrechos como para rechazar a un hermano débil en la fe, o podemos hacer de la recepción de una persona caviladora la determinación de opiniones dudosas y de especulaciones de razonamientos. El Espíritu Santo querría que evitemos cuidadosamente estos extremos. En muchas cosas—como el comer y el beber, el considerar un día santo o todos los días iguales—en todas estas cuestiones no debemos juzgarnos unos a otros, sino andar juntos en amor.
Versículo 10. «Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo.» Aquí no se trata de una cuestión de entrar en el juicio de pecados, o del pecado. Esto ya ha quedado resuelto con anterioridad en esta epístola (cap. 8:1, 33-34). El Señor nos asegura que no vendremos a juicio (Jn. 5:2424Verily, verily, I say unto you, He that heareth my word, and believeth on him that sent me, hath everlasting life, and shall not come into condemnation; but is passed from death unto life. (John 5:24)). ¿Qué es entonces lo que se significa aquí? Simplemente esto de que se trata. El hecho de que todo será puesto delante de Dios, que no puede cometer un error en aquello que Él aprueba, debería ser un sano freno para impedir el dañino hábito de juzgarnos unos a otros. «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros.»
Desde luego, esto no nos enseña a ser indiferentes cuando se ataca la Persona de Cristo o la verdad que es en Él. En esto, Pablo tuvo que resistir a la cara incluso a un Pedro. Pero nos enseña a «no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano». Hacer tal cosa no es andar en amor. Un hermano débil pudiera, al verme comer cosas ofrecidas a ídolos, ser llevado a hacerlo, y al quedar contaminada su conciencia, podría caer en la idolatría y quedar, por aquel tiempo, bajo el poder de Satanás, fuera de comunión con Cristo. De hecho, pudiera llegar justo al punto de aquel malo que tuvo que ser excluido para destrucción de la carne (1 Co. 5:5). Esto sería destruir un hermano en lugar de la carne, o, por otra parte, podría quedar destruida su conciencia. En todo caso, el amor buscará no poner tropiezo en el camino de un hermano.
También hemos conocido casos en los que una persona ha observado el Día del Señor como el sábado, de una manera piadosa pero judaica. Otra persona, para mostrar su superior conocimiento, ha hecho cosas en el domingo, el día del Señor, que eran una profanación para el primero, y el resultado ha sido sumamente desastroso para ambos. Durante años se perdieron o quedaron destruidas tanto la conciencia como la comunión.
No supongamos por un momento que estas palabras «no destruyas» puede significar la destrucción de la vida eterna. La Escritura no puede contradecirse. Si parece que lo hace, es evidente que no hemos comprendido el sentido de al menos uno de los textos. Si pudiera destruirse la vida eterna que tenemos en Cristo, entonces no sería eterna. De los que tienen la vida eterna, Jesús dice: «no perecerán jamás». Esto es suficiente para la fe. Sin embargo, es sumamente sano e importante tener siempre ante nosotros la perspectiva del tribunal de Cristo. Nos preservará de mucho juicio o devoramiento mutuo.
Versículos 17-18. «Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres.» La gran cuestión aquí es servir a Cristo de una forma aceptable a Dios. Estas son unas preciosas palabras: «Justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo». Si Dios reina en nuestros corazones, habrá coherencia, aquello que es coherente con el lugar santo en el que estamos.
Versículo 19. «Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.» Esto nos llevará a no hacer nada, sea comer carne o beber vino, en lo podamos hacer tropezar a un hermano. Esto, sin embargo, no debe llevarnos a comprometer el evangelio. Si Pablo hubiera rehusado comer con los gentiles para no ofender a Pedro, esto no hubiera sido para edificación, sino que hubiera comprometido el evangelio. Hubiera sido lo mismo que decir: Cristo no es suficiente para vuestra salvación eterna; tenéis además que guardar la ley. Así, por parte de algunos la ley era considerada como superior a Cristo.
Del mismo modo, si una sociedad humana fuese a decir: Cristo solo no es suficiente para la liberación de un pecador y para su completa salvación: tienes que comprometerte con nosotros a no beber vino—no sería un acto de fe, de amor ni de edificación comprometer de tal modo el evangelio. Su resultado sería como en el caso de los maestros judaizantes seducir y apartar de Cristo.
Si Cristo no tiene la preeminencia, alguna otra cosa tomará Su lugar. Satanás siempre trata de usar lo bueno para desplazar a Cristo. La ley es buena, la temperancia es buena, pero vigilemos, no sea que usemos una cosa o la otra para privarnos de Cristo. Tenemos que ser guardados a diestra y a siniestra. Estas observaciones sólo quieren ser de aplicación cuando se pone la temperancia en lugar de Cristo. Que cada uno esté plenamente convencido en su propia mente (cp. v. 5), y que recuerde que «todo lo que no proviene de fe, es pecado». Preguntémonos en presencia de Dios: «¿Necesito yo esto para mi cuerpo que pertenece al Señor? ¿Hay algún hermano que yo conozca que pueda tropezar si lo tomo? ¿Tengo fe, agrada al Señor que lo tome, o que yo haga esto?
Cuidémonos mucho respecto a jactarnos en estas cuestiones o acerca de juzgar a nuestro hermano. «¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba.»