Juan Capítulo 14

John 14  •  23 min. read  •  grade level: 13
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En Vista De Su Partida; Sólo El Señor Es Un Objeto De La Fe
El Señor comienza ahora a conversar con ellos en vista de Su partida. Él se iba adonde ellos no podían ir. Para el ojo humano ellos serían dejados solos en la tierra. Es por el sentido de esta condición aparentemente desolada que el Señor habla de Él mismo, mostrándoles que Él era un objeto para la fe, igual que Dios lo era. Al hacer esto, Él les descubre toda la verdad con respecto a la condición de ellos. Su obra no es el asunto tratado, sino la posición de ellos en virtud de esa obra. Su Persona debería haber sido para ellos la llave a esa posición, y es lo que iba a ser ahora: el Espíritu Santo, el Consolador, quien iba a venir, sería el poder mediante el cual ellos la disfrutarían, y, verdaderamente, más aún.
La Revelación De Lo Que Hay Más Allá De La Muerte Para La Fe; Lo Que La Partida Del Señor Significaba Para Sus Discípulos; Con Él
A la pregunta de Pedro, “Señor, ¿a dónde vas?” (Juan 13:36), el Señor responde. Sólo cuando el deseo de la carne intenta entrar en la senda en la que Jesús estaba entrando entonces, el Señor no podía más que decir, que la fortaleza de la carne no servía para nada allí; pues, de hecho, él se propuso seguir a Cristo en la muerte. ¡Pobre Pedro!
Cuando el Señor ha escrito la sentencia de muerte sobre la carne para nosotros, al revelar su impotencia, entonces Él puede (cap. 14) revelar aquello que está más allá por la fe; y aquello que nos pertenece mediante Su muerte devuelve su luz, y nos enseña quién era Él, estando aún en la tierra, y siempre, antes de que el mundo fuese. Él no hacía más que regresar al lugar de donde vino. Pero Él comienza con Sus discípulos donde ellos estaban, y satisface la necesidad de sus corazones explicándoles de qué manera—mejor, en un cierto sentido, que siguiéndole aquí abajo—estarían ellos con Él cuando estuvieran ausentes del lugar en el cual Él estaría. Ellos no veían al Padre presente corporalmente entre ellos: para gozar de Su presencia ellos creían en Él; debían hacer lo mismo con respecto a Jesús. Debían creer en Él. Él no los abandonaba al irse, como si solamente hubiera lugar para Él en la casa del Padre. (Él alude al templo como figura). Había lugar para todos ellos. Ir allí era aún Su pensamiento—Él no está aquí en esta escena como el Mesías. Le vemos en las relaciones en las que permaneció conforme a las verdades eternas de Dios. Él siempre tenía Su partida a la vista: en caso de no haber habido lugar para ellos, Él se los habría dicho. El lugar de ellos estaba con Él. Pero Él iba a prepararles lugar. Sin presentar allí la redención, ni presentándose Él como el nuevo hombre conforme al poder de esa redención, no podía haber ningún lugar preparado en el cielo. Él entra en ese lugar en el poder de esa vida que los introduciría a ellos también. Pero no irían solos para volverse a juntar con Él, ni Él se volvería a juntar con ellos aquí abajo. El cielo, no la tierra, estaba en consideración. Ni tampoco mandaría llamarlos por medio de otros, sino que Él mismo vendría a buscarlos, como a aquellos que tanto apreciaba, y los tomaría a Sí mismo, para que donde Él estaba, ellos también estuviesen. Él vendría desde el trono del Padre; allí, por supuesto, ellos no se pueden sentar; pero Él los recibirá allí, donde Él estará en gloria delante del Padre. Ellos estarían con Él—una posición mucho más excelente que Su permanencia aquí abajo con ellos, incluso como Mesías en gloria en la tierra.
Yendo Al Padre; Él Mismo Es El Camino
Ahora, asimismo, habiéndoles dicho adónde iba, es decir, a Su Padre (y hablando conforme al efecto de Su muerte para ellos), Él les dice que ellos sabían dónde Él iba, y el camino. Él iba al Padre, y, al verle a Él, ellos habían visto al Padre; y así, habiendo visto al Padre en Él, ellos conocían el camino; pues, al venir a Él, venían al Padre, quien estaba en Él así como Él estaba en el Padre. Él mismo era, entonces, el camino. Por consiguiente, Él reprocha a Felipe el hecho de que no le haya conocido aún. Él había estado largo tiempo con ellos, como la revelación del Padre en Su propia Persona, y debieron haberle conocido, y haber visto que Él estaba en el Padre, y el Padre en Él, y así haber sabido donde Él iba, ya que iba al Padre. Él les había declarado el nombre del Padre, y si eran incapaces de ver al Padre en Él, o ser convencidos de ello por Sus palabras, deberían haberlo sabido por Sus obras, pues el Padre que habitaba en Él—era Él quien hacía las obras. Esto dependía de Su propia Persona, estando todavía en el mundo; pero una prueba sorprendente estaba relacionada con Su partida. Después que se hubiese ido, ellos harían obras aún mayores que las que Él hizo, porque actuarían en relación con Su mayor cercanía al Padre. Esto era indispensable para Su gloria. Esto, incluso, era ilimitado. Él los situó en una relación inmediata con el Padre por el poder de Su obra y de Su nombre; y todo lo que ellos pidieran al Padre en Su nombre, Cristo mismo la haría para ellos. La petición de ellos sería oída y concedida por el Padre—mostrando qué cercanía Él había adquirido para ellos; y Él (Cristo) haría todo lo que le ellos pidieran. Pues el poder del Hijo no era, y no podía ser, falto para la voluntad del Padre: no había límite para Su poder.
Discipulado Caracterizado Por La Obediencia; La Promesa Del Espíritu Santo, Para Estar Para Siempre
Pero esto condujo a otro asunto. Si ellos le amaban, esto debía ser demostrado, no en lamentos, sino en guardar Sus mandamientos. Tenían que caminar en obediencia. Esto caracteriza al discipulado hasta el momento presente. El amor desea estar con Él, pero muestra que es real obedeciendo Sus mandamientos. Cristo también tiene derecho a ordenar. Por otra parte, Él buscaría el bien de ellos en lo alto, y se les concedería otra bendición; a saber, el Espíritu Santo mismo, el cual nunca los abandonaría, como Cristo estaba a punto de hacerlo. El mundo no le pudo recibir. Cristo, el Hijo, había sido mostrado a los ojos del mundo, y debió haber sido recibido por él. El Espíritu Santo actuaría, siendo invisible; ya que por el rechazo de Cristo, todo había terminado con el mundo en sus relaciones naturales y de creación con Dios. Pero el Espíritu Santo sería conocido por los discípulos; pues Él no sólo permanecería con ellos, como Cristo no pudo, sino que estaría en ellos, no con ellos, como Él estuvo. El Espíritu Santo no sería visto entonces o conocido por el mundo.
El Camino, La Verdad, Y La Vida
Hasta ahora, en Su discurso, Él había conducido a Sus discípulos a seguirle (en espíritu) en lo alto, por medio del conocimiento que la familiaridad con Su Persona (en la cual el Padre era revelado) les dio de adonde Él iba, y del camino. Él era el camino, como hemos visto. Él era la verdad, en la revelación (y la revelación perfecta) de Dios y de la relación del alma con Él; y, realmente, de la condición verdadera y carácter real de todas las cosas, al mostrar la luz perfecta de Dios en Su propia Persona, la cual le revelaba. Él era la vida, en la cual Dios y la verdad podían ser conocidos. Los hombres venían por medio de Él; ellos hallaron al Padre revelado en Él; y poseyeron en Él aquello que les capacitaba gozar del Padre, y aquello que en cuya recepción vinieron, de hecho, al Padre.
La Corriente De Bendición Fluyendo Para Los Discípulos En Este Mundo; Vida En Cristo
Pero ahora, no es lo que es objetivo lo que Él presenta, no se trata del Padre en Él (al cual deberían haber conocido), ni Él en el Padre cuando estuvo aquí abajo. Por consiguiente, Él no eleva los pensamientos de los discípulos al Padre por medio de Él y en Él, y Él en el Padre en el cielo. Él les presenta aquello que les sería dado aquí abajo—la corriente de bendición que fluiría para ellos en este mundo, en virtud de aquello que Jesús era, y lo que era para ellos, en el cielo. Una vez presentado el Espíritu Santo como enviado, el Señor dice, “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.” Su presencia, en espíritu, aquí abajo, es el consuelo de Su pueblo. Ellos le verían; y esto es mucho más verdadero que verle a Él con los ojos de la carne. Sí, es más verdadero; es conocerle de un modo mucho más real, aunque, por gracia, ellos habían creído en Él como el Cristo, el Hijo de Dios. Y, además, esta visión espiritual de Cristo por medio del corazón, mediante la presencia del Espíritu Santo, está relacionada con la vida. “Porque yo vivo, vosotros también viviréis.” Le vemos, porque tenemos vida, y esta vida está en Él, y Él está en esta vida. “Esta vida está en su Hijo.” (1 Juan 5:11). Esto es tan seguro como su duración. Esta vida deriva de Él. Porque Él vive, nosotros viviremos. Nuestra vida es, en todo, la manifestación de Él, quien es nuestra vida. Como el apóstol lo expresa: “Para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal.” (2 Corintios 4:11—Versión Moderna). ¡Es lamentable! la carne resiste; pero ésta es nuestra vida en Cristo.
Los Discípulos En Cristo En Virtud De La Presencia Del Espíritu Santo
Pero esto no es todo. Habitando el Espíritu Santo en nosotros, sabemos que estamos en Cristo. “En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.” No es, ‘El Padre en mí [lo cual, no obstante, fue siempre cierto], y yo en Él’—palabras, las primeras de las cuales, omitida aquí, expresaban la realidad de Su manifestación del Padre aquí en la tierra. El Señor expresa solamente aquello que pertenece al hecho de que Él es real y divinamente uno con el Padre—“Yo estoy en mi Padre.” Es de la última parte de la verdad (implicada, sin duda, en la otra, cuando se comprende bien) de la que el Señor habla aquí. Podía, realmente, no ser así; pero los hombres podrían imaginar una cosa tal como una manifestación de Dios en un hombre, sin ser este hombre un hombre tal—tan verdaderamente Dios, es decir, en Sí mismo—que sea menester decir también que Él está en el Padre. La gente sueña con semejantes cosas; ellos hablan de la manifestación de Dios en la carne. Nosotros hablamos de Dios manifestado en carne. Pero aquí toda ambigüedad es obviada—Él estaba en el Padre, y es esta parte de la verdad la que es repetida aquí; añadiendo a ello, en virtud de la presencia del Espíritu Santo, que mientras los discípulos debían conocer plenamente a la divina Persona de Jesús, debían conocer, además, que ellos mismos estaban en Él. “Aquel que se une con el Señor, un mismo espíritu es con él.” (1 Corintios 6:17—Versión Moderna). Jesús no dijo que deberían haber conocido esto mientras Él estaba con ellos en la tierra. Ellos deberían haber conocido que el Padre estaba en Él, y Él en el Padre. Pero en eso, Él estaba solo. Los discípulos, sin embargo, habiendo recibido al Espíritu Santo, conocerían su propia posición de estar en Él—una unión de la que el Espíritu Santo es la fuerza y el vínculo. La vida de Cristo fluye de Él en nosotros. Él está en el Padre, nosotros en Él, y Él también en nosotros, conforme al poder de la presencia del Espíritu Santo.
Protección Y Gobierno Constantes; El Amor Del Hijo, El Amor Del Padre, Y El De Cristo, Mostrados En El Camino De Obediencia
Éste es el asunto de la fe común, verdadero en todos. Pero hay una protección y un gobierno constantes, y Jesús se manifiesta a nosotros en relación con nuestro andar, y de una manera que depende de este andar. Aquel que está atento a la voluntad del Señor la poseerá, y la observará. Un buen hijo no sólo obedece cuando conoce la voluntad de su padre, sino que adquiere el conocimiento de esa voluntad prestándole atención. Éste es el espíritu de obediencia en amor. Si actuamos así con respecto a Jesús, el Padre, quien tiene presente todo lo que se refiere a Su Hijo, nos amará. Jesús nos amará también, y se manifestará a nosotros. Judas (no el Iscariote) no comprendió esto porque no veía más allá de una manifestación corporal de Cristo, tal como la podía percibir el mundo. Jesús añade, por tanto, que el discípulo verdaderamente obediente (y aquí Él habla más espiritualmente y de modo más general de Su Palabra, no meramente de Sus mandamientos) sería amado por el Padre, y que el Padre y Él vendrían y harían morada con él. Así que, si hay obediencia mientras esperamos el momento en que iremos y moraremos con Jesús en la presencia del Padre, Él y el Padre moran en nosotros. El Padre y el Hijo se manifiestan en nosotros, en quienes el Espíritu Santo está morando, así como el Padre y el Espíritu Santo estaban presentes, cuando el Hijo estaba aquí abajo—sin duda de otra manera, pues Él era el Hijo, y nosotros sólo vivimos por Él—habitando sólo el Espíritu Santo en nosotros. Pero con respecto a estas Personas gloriosas, ellas no están desunidas. El Padre hizo las obras en Cristo, y Jesús echó fuera demonios por el Espíritu Santo; sin embargo, el Hijo obró. Si el Espíritu Santo está en nosotros, el Padre y el Hijo vienen y hacen su morada en nosotros. Sólo que se observará aquí que hay gobierno. Nosotros somos, conforme la vida nueva, santificados para obedecer (1 Pedro 1:2). No se trata aquí del amor de Dios en gracia soberana hacia un pecador, sino de los tratos del Padre con Sus hijos. Por lo tanto, es en el camino de la obediencia donde se hallan las manifestaciones del amor del Padre y del amor de Cristo. Nosotros amamos, pero no acariciamos, a nuestros hijos díscolos. Si contristamos al Espíritu, Él no será en nosotros el poder de la manifestación a nuestras almas del Padre y del Hijo en comunión, sino que más bien actuará en nuestras conciencias en convicción, aunque dándonos el sentido de la gracia. Dios puede restaurarnos mediante Su amor, y testificando a nuestras conciencias cuando nos hemos extraviado; pero la comunión es en obediencia. Por último, Jesús tenía que ser obedecido; pero fue la Palabra del Padre a Jesús, observen, la que Él habló aquí abajo. Sus palabras eran las palabras del Padre.
Cristo Verdaderamente Y Siempre Hombre, Pero Dios Manifestado En Carne
El Espíritu Santo rinde testimonio de aquello que Cristo era, así como de Su gloria. Es la manifestación de la vida perfecta del hombre, y de Dios en el hombre, del Padre en el Hijo—la manifestación del Padre por el Hijo que está en el seno del Padre. Tales fueron las palabras del Hijo aquí abajo; y cuando hablamos de Sus mandamientos, no hablamos solamente de la manifestación de Su gloria por el Espíritu Santo, cuando Él está en lo alto, y sus resultados; sino que hablamos de Sus mandamientos cuando Él habló aquí abajo, y habló las palabras de Dios; pues Él no tenía el Espíritu Santo por medida, de modo que Sus palabras hubieran sido mezcladas, y en parte imperfectas, o cuando menos no divinas. Él fue verdaderamente hombre, y siempre hombre; pero era Dios manifestado en carne. El antiguo mandamiento del principio es nuevo, puesto que esta misma vida, que se expresó en Sus mandamientos, ahora nos mueve y nos anima—cierto en Él y en nosotros (comparar 1 Juan 2). Los mandamientos son aquellos del hombre Cristo, no obstante son los mandamientos de Dios y las palabras del Padre, conforme a la vida que ha sido manifestada en este mundo en la Persona de Cristo. Ellas expresan en Él, y forman y dirigen en nosotros, esa vida eterna que estaba con el Padre, y la cual ha sido manifestada a nosotros en el hombre—en Aquel que los apóstoles podían ver, escuchar y tocar; y cuya vida poseemos nosotros en Él. Sin embargo, el Espíritu Santo nos ha sido dado para llevarnos a toda verdad, según este mismo capítulo de la epístola de Juan: “Tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas.” (1 Juan 2:20).
La Diferencia Entre Los Mandamientos De Cristo Y La Ley
Dirigir la vida es diferente de conocer todas las cosas. Las dos cosas están relacionadas, porque, al caminar de acuerdo a esa vida, no contristamos al Espíritu, y estamos en luz. Dirigir la vida, allí donde existe, no es lo mismo que dar una ley impuesta sobre el hombre en la carne (de manera justa, no hay duda), prometiéndole la vida si guardaba esos mandamientos. Ésta es la diferencia entre los mandamientos de Cristo y la ley; no en cuanto a autoridad—la autoridad divina es siempre igual en sí misma—sino que la ley ofrece vida y es dirigida al hombre responsable en la carne, ofreciéndole vida como resultado; mientras que los mandamientos de Cristo expresan y dirigen la vida de uno que vive por el Espíritu, en relación con el hecho de que él está en Cristo, y Cristo en él. El Espíritu Santo (quien, además de esto, enseña todas las cosas) les recordó los mandamientos de Cristo—todas las cosas que Él les había dicho. Se trata de la misma cosa en detalle, por Su gracia, con los cristianos individualmente ahora.
Su Propia Paz Como Don Del Señor
Finalmente, el Señor, en medio de este mundo, dejó la paz a Sus discípulos, dándoles Su propia paz. Es cuando se iba, y en la plena revelación de Dios, que Él podía decirles esto; de modo que Él la poseía a pesar del mundo. Él había pasado por la muerte y había bebido la copa, había quitado los pecados en lugar de ellos, había destruido el poder del enemigo en la muerte, y había hecho propiciación glorificando plenamente a Dios. La paz fue hecha, y hecha para ellos ante Dios, así como todo en lo que fueron introducidos—a la luz tal como Él era, de modo de que esta paz era perfecta en la luz y perfecta en el mundo, porque los llevaba de un modo tal a una relación con Dios que el mundo no podía siquiera tocar, ni alcanzar su fuente de gozo. Además, Jesús había consumado esto de un modo tal para ellos, y Él lo otorgó sobre ellos de manera tal, que les dio la paz que Él mismo tenía con el Padre, y en la cual, consecuentemente, Él anduvo en este mundo. El mundo da una parte de sus bienes sin ceder la totalidad de ellos; pero lo que da, lo da y ya no lo tiene más. Cristo introduce en el gozo de aquello que es Suyo—Su propia posición delante del Padre. El mundo no da, ni puede dar, de esta manera. ¡Qué perfecta debe haber sido esta paz, la cual Él gozaba con el Padre—esa paz que Él nos da—Su propia paz!
En La Gloria Y En La Felicidad Del Señor Hallamos Las Nuestras
Queda aún un pensamiento precioso—una prueba de gracia inefable en Jesús. Él cuenta de tal modo con nuestro afecto, y esto como algo personal para Él, que les dice, “Si me amaseis, os regocijaríais por cuanto me voy al Padre.” (Juan 14:28—Versión Moderna). Él nos concede que nos interesemos en Su propia gloria, en Su felicidad, y, en ello, para hallar las nuestras.
El Deseo Del Corazón Del Cristiano
¡Buen y precioso Salvador, de cierto nos regocijamos de que Tú, que has sufrido tanto por nosotros, hayas cumplido ahora todas las cosas, y que estés reposando con Tu Padre, cualquiera que sea Tu amor activo hacia nosotros! ¡Ojalá te conociéramos y te amáramos mejor! Pero todavía podemos decir con plenitud de corazón: ¡ven pronto, Señor! Deja una vez más el trono de Tu reposo y de Tu gloria personal, para venir y tomarnos a Ti mismo, que todo pueda cumplirse también para nosotros, y que podamos estar contigo en la luz del semblante de Tu Padre, y en Su casa. Tu gracia es infinita, pero Tu presencia y el gozo del Padre será el descanso de nuestros corazones, y nuestro gozo eterno.
La Plenitud De Gracia Y Perfección Mostrada En La Persona De Cristo
El Señor concluye aquí esta parte de Su discurso. Él les había mostrado en su totalidad, todo aquello que seguía como consecuencia de Su partida y de Su muerte. La gloria de Su Persona, observen, es siempre aquí el asunto; pues, aun con respecto a Su muerte, se dice, “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre.” (Juan 13:31). No obstante, Él les había prevenido acerca de ello, para que ello pudiese fortalecer y no debilitar la fe de ellos, puesto que Él no hablaría ya mucho con ellos. El mundo estaba bajo el poder del enemigo, y él estaba viniendo: no porque tuviera algo en Cristo—él no tenía nada—por consiguiente, él no tenía ni siquiera el poder de la muerte sobre Él. Su muerte no fue el efecto del poder de Satanás sobre Él, sino que por ella mostró al mundo que Él amaba al Padre, y que Él era obediente al Padre, costase lo que costase. Y esto fue perfección absoluta en el hombre. Si Satanás era el príncipe de este mundo, Jesús no buscó mantener Su gloria Mesiánica en él. Pero Él mostró al mundo, allí donde el poder de Satanás estaba, la plenitud de la gracia y de la perfección en Su propia Persona, a fin de que el mundo pudiese acudir desde sí mismo (si puedo usar tal expresión)—aquellos, al menos, que tuviesen oídos para oír.
El Señor, entonces, cesa de hablar, y sale. Él ya no se encuentra sentado con los Suyos, como si fueran de este mundo. Él se levanta y abandona el lugar.
Resumen Del Discurso Del Señor En Los Capítulos 14 Al 16
Aquello que hemos dicho de los mandamientos del Señor, dados durante Su permanencia aquí abajo (un pensamiento al cual los sucesivos capítulos darán un interesante desarrollo), nos ayuda mucho a comprender todo el discurso del Señor aquí hasta el final del capítulo 16. El asunto está dividido en dos partes principales: La acción del Espíritu Santo cuando el Señor esté lejos, y la relación de los discípulos con Él durante Su estancia en la tierra. Por un lado, se trata de aquello que fluía de Su exaltación a la diestra de Dios (lo que le elevó sobre la cuestión del judío y el Gentil) y, por otra parte, aquello que dependía de Su presencia en la tierra, centrando necesariamente todas las promesas en Su propia Persona y las relaciones de los Suyos consigo mismo, vistas en relación con la tierra y estando ellos mismos en ella, incluso cuando Él estuviese ausente. Había, en consecuencia, dos clases de testimonio: el del Espíritu Santo, estrictamente hablando (es decir, aquello que Él reveló referente a Jesús ascendido a lo alto), y el de los discípulos, como testigos oculares de todo lo que habían visto de Jesús en la tierra (cap. 15:26-27). No es que para este propósito estuviesen ellos desprovistos de la ayuda del Espíritu Santo; pero este último testimonio (el de los discípulos) no fue el testimonio nuevo de la gloria celestial por el Espíritu Santo enviado desde el cielo. Él les recordó aquello que Jesús había sido, y lo que Él había hablado, mientras estuvo en la tierra. Por lo tanto, en el pasaje que hemos estado leyendo, Su obra se describe de la siguiente manera (cap. 14:26): “Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (comparar con el versículo 25). Las dos obras del Espíritu Santo son presentadas aquí. Jesús les había hablado muchas cosas. El Espíritu Santo les enseñaría todas las cosas; además, Él les recordaría todo lo que Jesús había dicho. En el capítulo 16, versículos 12 y 13, Jesús les dice que Él tenía muchas cosas que decir, pero que ellos no podían sobrellevarlas a la sazón. Después, el Espíritu de verdad los conduciría a toda la verdad. Él no hablaría por Su propia cuenta, sino que hablaría todo lo que oiría. El Espíritu Sano no era como un espíritu individual, que hablase por su propia cuenta. Siendo uno con el Padre y el Hijo, y descendido para revelar la gloria y los consejos de Dios, todas Sus comunicaciones estarían relacionadas con ellos, revelando la gloria de Cristo ascendido a lo alto—de Cristo, a quien pertenecía todo lo que el Padre tenía. Aquí no se trata de recordar todo lo que Jesús había dicho en la tierra: todo está celestialmente relacionado con lo que está en lo alto, y con la plena gloria de Jesús, o bien se relaciona de otro modo con los propósitos futuros de Dios. Volveremos a este asunto más tarde. He dicho estas pocas palabras para marcar las distinciones que he señalado.