Hechos 15

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"Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Que si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos" (v. 1).
El diablo nunca deja la obra de Dios en paz. Había en la asamblea en Antioquía un "gran número" de creyentes que eran griegos más bien que judíos (cap. 11:20, 21). Llegaron de Jerusalem, la fortaleza religiosa del judaísmo, algunos (no son llamados "hermanos") que querían sujetar a los gentiles (convertidos a Dios) a la circuncisión, (para la institución de la cual véase Génesis, Cap. 17:10-14). El imponer ese rito a los cristianos para la salvación hubiera sido negar la eficacia de la obra redentora de Cristo, a la cual no se puede añadir nada, pues era una obra consumadamente cabal y perfecta, haciendo apto y santo al pecador para entrar en la presencia de Dios.
"Así que, suscitada una disensión y contienda no pequeña a Pablo y a Bernabé contra ellos, determinaron que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalem, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, sobre esta cuestión" (v. 2).
No fue posible tapar las bocas de los enemigos de la verdad en Antioquía, y Dios lo permitió así, para que fuese necesario resolver la grave dificultad en Jerusalem, de donde salieron los maestros con su mala doctrina, y en donde todavía se encontraban los apóstoles que no fueron esparcidos por la persecución (véase Hch. 8:1).
"Ellos, pues, habiendo sido acompañados de la iglesia, pasaron por la Fenicia y Samaria, contando la conversión de los Gentiles; y daban gran gozo a todos los hermanos" (v. 3).
Notemos que en el camino los apóstoles no preocupaban las mentes de los creyentes con la dificultad que apesadumbraba sus espíritus, sino con las nuevas alegres de la conversión de los paganos: "como adoloridos, mas siempre gozosos" (21 Cor. 6:10).
"Y llegados a Jerusalem, fueron recibidos de la iglesia y de los apóstoles y de los ancianos; y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos" (v. 4).
Notemos el orden aquí: "fueron recibidos (1) de la iglesia, (2) de los apóstoles y (3) de los ancianos." La iglesia, la asamblea cristiana en cada lugar, es la que recibe como facultada por el Señor según su palabra: "porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mateo 18:20).
"Mas algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron, diciendo: Que es menester circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés." (v. 5).
Los agentes de Satanás no demoraron en levantar oposición a la verdad del evangelio. Así era preciso que se tratase luego de la cuestión planteada.
"Y se juntaron los apóstoles y los ancianos para conocer de este negocio" (v. 6).
Cuando se presentan dificultades, especialmente en casos graves, no conviene que las mujeres y los jóvenes en la fe intervengan en la discusión, más bien es el deber de los ancianos de la asamblea, y en el caso de Jerusalem, por supuesto de los apóstoles también.
"Y habiendo habido grande contienda, levantándose Pedro, les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio, y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo también como a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos yugo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes por la gracia del Señor Jesús creemos que seremos salvos, como también ellos" (vv. 7-11).
Los que se oponen a la verdad siempre hacen contienda con sus argumentos falsos. Cuando los fariseos dejaron de hablar, entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, pudo dar una exposición terminante acerca de la ley y de la gracia. Dios había dado al Santo Espíritu a los gentiles convertidos tanto como a los judíos convertidos, purificando sus corazones, no con ritos y ceremonias de la ley de Moisés, sino con la fe. Entonces, ¿para qué procurar imponer la ley como una carga para los gentiles cuando ellos-los judíos-no habían podido llevarla? Más bien-concluyó Pedro-serían ellos, los judíos, salvos de la misma manera que los gentiles: por la gracia del Señor Jesús.
"Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes maravillas y señales Dios había hecho por ellos entre los gentiles" (v. 12).
A la declaración del apóstol Pedro fue añadido el testimonio confirmatorio y admirable de dos apóstoles más: Pablo y Bernabé.
"Y después que hubieron callado, Jacobo respondió, diciendo: Varones hermanos, oídme: Simón [es decir, Pedro] ha contado cómo Dios primero visitó a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre; y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: después de esto volveré y restauraré la habitación de David, que estaba caída; y repararé sus ruinas, y la volveré a levantar: para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es llamado mi nombre, dice el Señor, que hace todas estas cosas. Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras" (vv. 13-18).
Jacobo apeló a las Escrituras del Antiguo Testamento para mostrar que Dios desde el siglo había propuesto tomar de los gentiles, o sea de los que no son judíos, un pueblo para su nombre, citando del profeta Amós (cap. 9: 11, 12) el testimonio de ello.
Ante los testimonios fieles y claros de Pedro, Pablo, Bernabé y Jacobo, respaldados por las Sagradas Escrituras', las bocas de los fariseos judaizantes fueron cerradas. Entonce ya era tiempo para expresar un juicio espiritual concluyente y Jacobo pudo darlo "Por lo cual ye juzgo, que los que do los gentiles se convierten a Dios, no han de ser inquietados; sino escribirles que se aparten de les contaminaciones de los ídolos, y de fornicación, y de ahogado, y de sangre. Porque Moisés desde los tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien le predique en las sinagogas, donde es leído cada sábado" (vv. 19-21).
Esos pecados y prácticas malas caracterizaban a los gentiles. Era necesario abstenerse de ellos, no por cuanto la ley de Moisés los prohibía, sino porque eran contrarios a la voluntad, del Dios vivo y verdadero desde el principio. El hacer y adorar ídolos es negar que hay un solo Dios viviente. El fornicar es negar que Dios les hizo al hombre y a la mujer "una sola carne" (Gén. 2: 24). El comer "de sangre y de ahogado," es negar que la vida pertenece a Dios, derecho a la cual vida el hombre perdió cuando pecó: "empero carne con su vida, que es si sangre, no comeréis" (Gén. 9: 4). Así que estos principios de la palabra y la voluntad de Dios fueron asentados siglos antes de que la ley de Moisés fuese impuesta a los israelitas. Conviene, por lo tanto, que todo cristiano los respete en su vida diaria.
"Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir varones de ellos, y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé: a Judas que tenía por sobrenombre Barrabas, y a Silas, varones principales entre los hermanos; y escribir por mano de ellos: Loe apóstoles y los ancianos y los hermanos de loe gentiles que están en Antioquía, y Siria, y en Cilicia, salud: Por cuanto hemos oído qua algunos que han salido de nosotros, os han inquietado con palabras, trastornando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, a los cuales no mandamos; nos ha parecido, congregados en uno, elegir varones, y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que, enviamos a Judas y a Sitas, los cuales también por palabra os harán saber lo mismo. Que ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de fornicación; de Ras cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien" (vv. 22-29).
Vemos que la decisión o sea la conclusión era de toda la iglesia tanto como de los apóstoles y los ancianos; no era de unos líderes, mucho menos de un solo guía, que se enseñoreaban de la iglesia y no le daban a ella ninguna voz en los negocios del Señor.
La carta comunicando su decisión también fue escrita en nombre de "los apóstoles y los ancianos y los hermanos."
Los de Jerusalem reconocieron que los que habían inquietado a los hermanos entre los gentiles salieron de Jerusalem, pero les aclararon que la iglesia misma no les había enviado.
De Pablo y Bernabé escribieron que eran "amados" y que eran "hombres que han expuesto sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo," lo que les caracterizaba en medio de los judíos incrédulos y los paganos.
Enviaron con los apóstoles dos varones principales, Judas y Silas, para que el mensaje por escrito fuese respaldado por la palabra de los enviados.
Les advirtieron a los creyentes entre los gentiles que sólo habían de abstenerse de ciertas "cosas necesarias" prohibidas siglos antes de que fuese impuesta la ley de Moisés a los israelitas.
"Ellos entonces enviados, descendieron a Antioquía; y juntando la multitud, dieron la carta. La cual, como leyeron, fueron gozosos de la consolación. Judas también y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabra" (vv. 30-32).
Así la verdad triunfó, el diablo quedó derrotado y los creyentes fueron consolados y edificados en su santísima fe. Judas y Silas, siendo dotados como "profetas" por el Señor Jesús, la cabeza de la Iglesia, de su propia iniciativa se quedaban con la asamblea de Antioquía y ministraban la palabra para "edificación, exhortación y consolación." No dependían de Jerusalem para eso.
"Y pasando allí algún tiempo, fueron enviados de los hermanos a los apóstoles en paz. Mas a Silas pareció bien el quedarse allí." (vv. 33, 34).
Silas, habiendo cumplido con el encargo de la asamblea de Jerusalem juntamente con Judas, se sentía dirigido del Espíritu Santo a quedarse en la asamblea de Antioquía.
"Y Pablo y Bernabé se estaban en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos. Y después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las cuales hemos anunciado la palabra del Señor, cómo están. Y Bernabé quería que to-mazan consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos; mas a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Pamphylia, y no había ido con ellos a la obra. Y hubo tal contención entre ellos, que se apartaron el uno del otro; y Bernabé tomando a Marcos, navegó a Cipro." (vv. 35-39).
Pablo, con corazón de "pastor," sugirió a Bernabé que volviesen a visitar a los hermanos por dondequiera que habían predicado el evangelio. Pero Bernabé quería que tomasen consigo a Juan. Pablo no quiso porque Juan Marcos se había vuelto atrás a la casa de su madre, María, en Jerusalem (Hch. 12:12 y 13:13), abandonando a los apóstoles en su primer viaje misionero. Luego se apartaron los dos apóstoles. Qué triste! Aunque sea un apóstol, el hombre permanece hombre. Bernabé y Juan Marcos se fueron, sin las diestras de comunión de sus hermanos en Cristo. Navegaron a Cipro, el país natal de Bernabé, siendo Juan Marcos su sobrino (Hch. 4:36 y Col. 4:10).
"Y Pablo escogiendo a Silas, partió encomendado de los hermanos a la gracia del Señor. Y anduvo la Siria y la Cilicia, confirmando a las iglesias" (vv. 40, 41).
El Señor había previsto el propósito equivocado de Bernabé y le proveyó a Pablo un compañero de milicia en Silas. El partió con Silas, y con las diestras de comunión de los hermanos de Antioquía. Visitaron en orden consecutivo las iglesias, confirmando a los discípulos, una necesidad espiritual muy apremiante de nuevos creyentes.