Capítulo 16

Romans 16  •  6 min. read  •  grade level: 14
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Llegamos ahora a las observaciones finales y a las salutaciones. El Señor no permitió que se olvidase a la devota Febe. Era diaconisa, o sierva, de la iglesia en Cencrea. Y se les dice: «que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo».
Estos versículos arrojan mucha luz acerca del verdadero carácter del diácono, tal como había sido designado por los apóstoles antes que la iglesia cayera de manera tan triste en su fracaso. Aquí no hay ni sombra de la moderna idea clerical. Ella era alguien que había «ayudado a muchos». Es evidente que era en cosas temporales. Ella debía ser recibida en el Señor, en esta relación. ¡Qué hermoso amor y solicitud! Ella debía ser ayudada en cualquier cosa que tuviera que hacer en Roma. Entonces se podría decir: Mirad como se aman estos cristianos.
También descubrimos que para este tiempo Priscila y Aquila están en Roma. Se menciona la devoción de éstos, y «la iglesia de su casa». Hasta el versículo 16, tenemos diversos grupos de santos que parecen pertenecer a diferentes casas, todos ellos constituyendo la una asamblea de Dios en Roma (véase vv. 14-15). Y había también «todos los santos que están con ellos».
Los que ejercían la supervisión de estos diferentes grupos de hermanos eran llamados ancianos, o supervisores (obispos) en otras epístolas tempranas. ¿Por qué no se dirige ni una palabra a ningún Obispo de Roma? Simple y evidentemente debido a que no existía tal persona. Es muy notable que no hay ni una palabra en esta epístola que pueda considerarse como autoridad en favor del episcopado de Roma. ¡De qué manera tan notable exhibe esto la presciencia y la sabiduría de Dios!
Contrastemos la Roma de aquel tiempo con la de nuestra época. ¿Qué encontramos en la iglesia que estaba en Roma cuando fueron escritas estas salutaciones? Ni Papa, ni cardenales, ni clero, ni frailes o monjas, ni un solo sacerdote celebrando misa, ni grandes edificios. En lugar de ello, nos encontramos con distintas reuniones de «santos por llamamiento» que conocen que sus pecados han sido perdonados, que han sido justificados de todas las cosas, que tienen paz para con Dios y que pueden amonestarse los unos a los otros. Todas estas asambleas estaban bajo el cuidado del Espíritu Santo, y se nombran obreros activos en cada grupo—siendo el todo miembros del un cuerpo de Cristo. Somos impulsados a reconocer que no hay semejanza alguna entre la Roma en el año 60 d.C. y la Iglesia de Roma en estos días. La Roma de hoy es evidentemente una desviación de la verdadera iglesia de Dios.
¿No es digno de nota que la única persona que se nombra con una posición oficial—si es que podemos considerar a una diaconisa como tal—es una mujer? Para que las personas saludadas no sean consideradas o designadas como sacerdotes, o episkopoi, se nombran mujeres entre ellos. ¡Qué hermoso era aquel tiempo en que estos hermanos y hermanas andaban juntos en la unidad del Espíritu, trabajando tanto algunos de ellos en el Señor—como la amada Pérsida! Querido joven creyente, ¿hay alguna razón por la que no deberíamos contentarnos con la misma simplicidad en la actualidad?
Versículo 17. «Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan [o, forman] divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos.» Aquí debemos observar dos cosas con todo cuidado. La división es un mal en sí misma—es enérgicamente condenada en otras escrituras (véase 1 Co. 1:3). También aprendemos que si hay algunos practicando este mal, causando o formando divisiones contrarias a la doctrina que habían recibido, otros debían evitarlos, esto es, separarse de ellos. Pero si los creyentes se separan de aquellos que forman divisiones y los evitan, ¿no forman también con ello una secta o división? No, la obediencia a la Palabra no es división. Además, aquellos que causan divisiones pueden siempre ser conocidos por el espíritu con el que actúan: «Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo».
Nunca nos equivocaremos si Cristo es nuestro único objeto. ¡Qué felicidad cuando se puede decir: «Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos,  .  .  . pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal»! Es mortífero para toda vida espiritual ocuparse con el mal.
Versículo 20. «Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies.» Esto es cosa cierta. Sea que persiga o seduzca, es por un breve tiempo. Él es el Acusador, pero pronto será echado fuera. Mientras, «la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros». Esto se repite en los vv. 20 y 24. Sí, este favor sin nubes, este amor inmutable, soberano y libre, sea con todos vosotros.
Siguen las salutaciones de otros. Incluso Timoteo es «mi colaborador». ¡Qué humildad más sincera y qué amor fraternal!
Así como Pablo encomendó a los ancianos de Éfeso (Hch. 20), así él dice aquí: «Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas [o, por las escrituras proféticas], según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.»
Sí, Dios es poderoso para confirmar a todos los creyentes según aquello que Pablo designa como «mi evangelio». Las gratas nuevas confiadas a Pablo tienen un gran alcance. En esta epístola hemos visto el desenvolvimiento del sólido fundamento de estas gratas nuevas—la justicia de Dios revelada en la justificación de los impíos—tanto respecto a los pecados, hasta el capítulo 5:11, como luego también respecto al pecado, capítulo 5:12-8:4. También contiene las gratas nuevas de liberación respecto del pecado y de la ley, de la paz para con Dios, de que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, sea con respecto a los pecados o al pecado, y de que no hay posibilidad de que nada nos separe del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
Aquí tenemos también una referencia a una revelación aún adicional del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos. Este misterio se explica de manera plena en Efesios 3. Esto no fue manifestado en las escrituras del Antiguo Testamento. ¿Y cómo podría haberlo sido, siendo que entonces era un profundo secreto? Pero fue revelado por escrituras proféticas, esto es, del Nuevo Testamento. Es sin embargo digno de nota lo pronto que este misterio celestial fue olvidado, y que la Cristiandad se retrotrajo a un judaísmo terrenal. No sólo se puso a sí misma bajo la ley para justicia, sino que estableció un gobierno de tipo mundano para la iglesia, en imitación del judaísmo. Pronto, y durante largos siglos, se perdió toda huella de la iglesia tal como la Escritura la contempla. Así es el hombre. Siempre ha caído en la insensatez. Toda su sabiduría es insensatez.
Las palabras finales de esta epístola nos dirigen no al hombre ni a aquello que se designa a sí mismo como la iglesia, sino a Dios: «Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.» Por mucho que el hombre haya fracasado y por mucho que la iglesia pueda fracasar como testimonio para Dios en la tierra, Dios será eternamente glorificado mediante Jesucristo Señor nuestro. Amén.