Apocalipsis 17

Revelation 17  •  8 min. read  •  grade level: 16
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La Manifestación De Cristo
(Apocalipsis 19:11–20:3)
Ya hemos visto por el capítulo 11:15-18 que con el toque de la última trompeta de juicio los reinos de este mundo vienen a ser los reinos de nuestro Señor y de Su Cristo. El registro de este gran acontecimiento va seguido de una importante porción parentética de Apocalipsis que pone ante nosotros las personas y los acontecimientos principales durante el tiempo inmediatamente precedente al reinado de Cristo. Después de este paréntesis, la historia profética de los acontecimientos venideros es continuada en el versículo undécimo del capítulo 19.
(V. 11) Ahora se nos habla de la manifestación pública de Cristo y de Sus santos para establecer Su reino sobre la tierra. Juan dice: «Vi el cielo abierto». Siempre que los cielos se abren, ello sucede en relación con Cristo. Cuando estaba en la tierra, «los cielos le fueron abiertos» para que por fin el cielo pudiese mirar y ver en la tierra a Uno en quien el Padre encontraba toda Su complacencia (Mt 3:16-17). Después de la ascensión, Esteban puede decir: «Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está de pie a la diestra de Dios». Los cielos están ahora abiertos para que los creyentes en la tierra puedan contemplar y ver a un Hombre en la gloria (Hch 7:55-56). En Apocalipsis 4:1 vemos «una puerta abierta en el cielo», para que Juan pueda pasar en espíritu a aquella escena de gloria para hallar a Cristo, como el Cordero, el tema de alabanza universal, como Aquel que, como Creador y Redentor, es digno de recibir «gloria, honra y poder» (cf. Ap 4:11; 5:9-14). En este capítulo diecinueve, los cielos son abiertos para que Cristo pueda salir para reinar como Rey de reyes y Señor de señores. De ahí en adelante veremos «los cielos abiertos» para que los ángeles sirvan a Cristo—el Hijo del Hombre—en los días del milenio, cuando, bajo el reinado de Cristo, el cielo estará en contacto con la tierra (Jn 1:51).
En la visión, Juan vio «un caballo blanco», el símbolo de poder victorioso. Su Primera Venida tuvo lugar bajo circunstancias de debilidad y humilde gracia, como un pequeño bebé. La siguiente venida será con poder y gloria. Sabemos que el Jinete sobre el caballo blanco sólo puede representar a Cristo, porque, ¿quién sino Cristo puede ser descrito como «Fiel y Verdadero»? En Su primera venida estuvo marcado por «gracia y verdad» trayendo salvación a los hombres. En la segunda venida se manifestará como Fiel y Verdadero para ejecutar juicio; así, leemos acto seguido: «el cual con justicia juzga y pelea».
(V. 12) Sus ojos como llama de fuego hablan ciertamente de la mirada penetrante de la que nada se esconde. Las «muchas coronas» pueden recordarnos Su dominio universal y derechos soberanos. Luego leemos que tenía «un nombre escrito que ninguno conoce sino él mismo». Este pasaje nos trae ante nosotros otros nombres que, en alguna medida, podemos conocer, porque «se llama Fiel y Verdadero», y «su nombre es: El Verbo de Dios», y también, «tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores». Pero si sale como Hijo del Hombre para reinar, la gloria de Su Persona como Hijo de Dios queda cuidadosamente preservada. Como tal, está por encima del hombre y más allá de la comprensión de la criatura, porque «nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (Mt 11:27, V.M.).
(V. 13) Su «ropa teñida en sangre» habla desde luego no de Su sangre derramada por los pecadores, sino de la sangre de los rebeldes—la señal de la muerte de ellos bajo juicio. Por el Evangelio de Juan sabemos que, como el Verbo, Cristo revela al Padre en gracia y en verdad. Aquí aprendemos que declara a Dios en justicia e ira contra las naciones.
(V. 14) Ahora vemos que los santos glorificados vendrán con Cristo en Su manifestación. Por otras Escrituras, sabemos que cuando el Señor Jesús sea revelado del cielo, lo hará «con los ángeles de Su poder» (2 Ts 1:7). Sabemos también que los creyentes vendrán con Cristo, porque leemos: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col 3:44When Christ, who is our life, shall appear, then shall ye also appear with him in glory. (Colossians 3:4)). Aquí los ejércitos que siguen a Cristo parecen ser una referencia a los santos glorificados y no a las huestes angélicas. Por el capítulo 17:14 hemos visto que los que están con el Señor de señores y Rey de reyes son «llamados y elegidos y fieles», una designación que difícilmente se podría aplicar a ángeles. Además, leemos de estos seguidores que están «vestidos de lino finísimo, blanco y limpio», y por ello moralmente idóneos para acompañar al Rey y Señor en Su poder victorioso.
(V. 15) Los santos pueden acompañar al Señor, pero es Él, Él mismo, quien ejecutará el juicio. Es Su boca la que hablará la palabra que, como una aguzada espada, destruirá a los malvados. Es Su mano la que blandirá la vara de hierro que, en cumplimiento del Salmo segundo, quebrantará en pedazos a las naciones apóstatas y rebeldes. Son Sus pies las que, con un juicio implacable, pisarán «el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso».
(V. 16) Así, cuando aparezca en gloria y enfrentándose a todos los enemigos de Dios, se hará patente que ciertamente Él es «Rey de reyes y Señor de señores», Aquel de quien Dios ha dicho: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Sal 2:8).
(Vv. 17-18) Los versículos que concluyen el capítulo predicen los juicios que seguirán de inmediato a la manifestación de Cristo. En el versículo nueve hemos oído de la bienaventuranza de los santos en el cielo que serán llamados a la cena de bodas del Cordero. Aquí leemos de una cena muy diferente—«la gran cena de Dios», que tendrá lugar sobre la tierra, a la que son llamados los carroñeros a comer reyes, tribunos y valientes, caballos y sus jinetes, libres y esclavos, pequeños y grandes, que quedarán aplastados por el juicio en la venida de Cristo.
(V. 19) Si el Rey de reyes llega a la tierra seguido de los ejércitos del cielo, el diablo reúne «a los reyes de la tierra y a sus ejércitos», para hacer la guerra contra Aquel que montaba el caballo y contra Su ejército.
(V. 20) El resultado de un conflicto entre Cristo y los ejércitos del cielo, por una parte, y la bestia acaudillando los ejércitos de la tierra, por la otra, sólo puede llevar a la aplastante derrota de las fuerzas del mal. En el curso de la historia de este mundo, dos hombres han sido señalados para la especial gloria y honra de ser llevados al cielo sin pasar por la muerte. Cuando el mundo se había abandonado a la violencia y a la corrupción, Enoc, que andaba con Dios, «no fue hallado, porque Dios lo tomó». De nuevo, cuando la nación de Israel se estaba hundiendo en la corrupción y apostasía, el profeta Elías fue llevado al cielo. Ahora esperamos el tiempo en que un mundo apóstata será reunido para hacer la guerra a Dios y a Cristo, y aprendemos que los dos cabecillas de esta rebelión serán «lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre». Como se ha observado, si Dios se había interpuesto para mostrar una señalada misericordia al llevar vivos al cielo a dos hombres que se habían mantenido firmes por Dios, así ahora Dios se interpone en un aplastante juicio enviando vivos al lago de fuego a dos hombres que habían sido los cabecillas en el mal bajo Satanás. No se precisa de ningún juicio adicional ante el gran trono blanco para la bestia y el falso profeta. Su sentencia eterna queda ejecutada en el acto. Los ejércitos que les siguen caen bajo el juicio gubernamental del Rey de reyes, pero no con una condenación tan inmediata y terrible como la de los dos cabecillas. Tendrán que comparecer aún ante el gran trono blanco.
(20:13) Hemos visto la terrible culminación del mal al que está dirigiéndose la Cristiandad actual, cuando las naciones, bajo los gobernantes de estas tierras de Occidente, se unirán en abierta revuelta contra Cristo y los ejércitos del cielo. Hemos visto, asimismo, la terrible condenación que espera a los cabecillas y a sus ejércitos, y así, con toda la certidumbre de la Palabra de Dios, aprendemos la solemne crisis que espera al mundo que nos rodea. Pero queda el supremo enemigo de Dios y del hombre, de Cristo y Sus santos. Ahora se nos dice de quién se trata y cómo será privado de todo su poder. Se nos recuerda que este enemigo es aquel ser caído, «la serpiente antigua», que desde el principio de la historia del mundo, y a lo largo de los siglos, ha sido la fuente activa de rebelión contra Dios. Como serpiente ha sido desde el principio el seductor del hombre; como Satanás ha sido el adversario del hombre; como el diablo, ha sido siempre el acusador de los santos; y como el dragón ha ejercido su poder buscando la destrucción de los hombres.
En la manifestación de Cristo, un ángel del cielo encadenará su poder, bajo los símbolos de la llave y de la cadena, y lo confinará al abismo, librando así la tierra de su presencia durante el reinado de mil años de Cristo.
En el capítulo 12 hemos aprendido que Satanás será arrojado del cielo «a la tierra», y ahora aprendemos que será arrojado de la tierra «al abismo», para ser desatado por un poco de tiempo cuando se cumplan los mil años, antes de recibir su final condenación en el lago de fuego.