Juan Capítulo 18

John 18  •  5 min. read  •  grade level: 14
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La Gloria Del Señor Destacada En La Historia De Sus Últimos Momentos
La historia de los últimos momentos de nuestro Señor comienza después de las palabras que Él dirigió a Su Padre. Hallaremos, incluso en esta parte de la historia, el carácter general de aquello que se relata en este Evangelio (según todo lo que hemos visto en él), que los acontecimientos destacan la gloria personal del Señor. Tenemos, en realidad, la malignidad del hombre fuertemente caracterizada; pero el objeto principal en la descripción es el Hijo de Dios, no el Hijo del Hombre sufriendo bajo el peso de aquello que le sobrevino. No tenemos la agonía en el jardín. No tenemos la expresión de Su sentimiento cuando fue abandonado por Dios. Los judíos también son puestos en el lugar de absoluto rechazo.
La Iniquidad De Judas: La Maldad De Un Corazón Endurecido
La iniquidad de Judas es tan fuertemente señalada aquí como en el capítulo 13. Él conocía bien el lugar, pues Jesús tenía la costumbre de reunirse allí con Sus discípulos. ¡Qué idea—escoger tal sitio para traicionarle! ¡Qué dureza de corazón tan inconcebible! Pero ¡ay! él se había entregado a Satanás, instrumento del enemigo, la manifestación de su poder y de su verdadero carácter.
La Gloria Divina Mostrada; El Buen Pastor Y Sus Ovejas
¡Cuántas cosas habían sucedido en aquel jardín! ¡Qué comunicaciones de un corazón lleno del amor de Dios, que intentaba hacerlas penetrar en los estrechos e insensibles corazones de Sus amados discípulos! Pero todo esto pasó inadvertido para Judas. Él viene, con los agentes utilizados por la malignidad de los sacerdotes y de los Fariseos, para prender a la Persona de Jesús. Pero Jesús se les anticipa. Es Él quien se presenta a ellos. Sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelanta, preguntado: “¿A quién buscáis?” Es el Salvador, el Hijo de Dios, quien se entrega. Ellos responden: “a Jesús nazareno.” Jesús les dice, “Yo soy.” Judas, también, estaba allí, quien le conocía bien, y conocía esa voz, por tanto tiempo familiar para sus oídos. Nadie puso sus manos sobre Él: pero en cuanto Su palabra resonó en sus corazones, en cuanto ese divino “Yo soy” es escuchado en el interior de ellos, ellos retroceden, y caen a tierra. ¿Quién le prendería? Él solamente tenía que marcharse y dejarlos a todos allí. Pero Él no vino para esto, y el tiempo para entregarse había llegado. Por lo tanto, Él les pregunta de nuevo: “¿A quién buscáis?” Ellos dicen, como antes, “a Jesús nazareno.” La primera vez, la gloria divina de la Persona de Cristo se tenía que manifestar necesariamente; y ahora, Su cuidado por los redimidos. “Si me buscáis a mí”, dijo el Señor, “dejad ir a éstos”—para que se cumpliese la palabra, “De los que me diste, no perdí ninguno.” Él se presenta como el buen Pastor, dando Su vida por las ovejas. Se sitúa delante de ellos para que pudieran escapar del peligro que les amenazaba, y para que todo le pudiese sobrevenir a Él. Él se entrega a ellos. Todo se trata aquí de Su ofrenda voluntaria.
Obediencia Perfecta Mostrada Por El Señor; La Energía Carnal Y Poco Inteligente De Pedro
Sin embargo, cualquiera que fuese la gloria divina que manifestó, y la gracia de un Salvador que fue fiel a los Suyos, Él actúa en obediencia, y en la perfecta quietud de una obediencia que había calculado el costo completo con Dios contando el costo, y que lo había recibido todo de la mano de Su Padre. Cuando la energía carnal y poco inteligente de Pedro emplea la fuerza para defenderle a Él, quien, si hubiese querido, solamente habría necesitado marcharse cuando una palabra de Sus labios hubiese hecho caer a tierra a los que se acercaban para prenderle, y la palabra que les reveló el objeto de su búsqueda, les hubiese privado de todo poder para comprenderla—cuando Pedro golpea al siervo Malco, Jesús toma el lugar de obediencia. “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” La divina Persona de Cristo había sido manifestada; la ofrenda voluntaria de Sí mismo había sido hecha, y eso, a fin de proteger a los Suyos; y ahora, al mismo tiempo, Su perfecta obediencia es mostrada.
Ante El Sumo Sacerdote; El Tranquilo Sometimiento Del Señor Al Hombre Para Cumplir Los Consejos De Dios
La malignidad de un corazón endurecido, y la falta de inteligencia de un corazón carnal, aunque sincero, han sido expuestos. Jesús tiene Su lugar solo y apartado. Él es el Salvador. Sometiéndose así al hombre, a fin de cumplir los consejos y la voluntad de Dios, permite que le lleven donde ellos querían. Poco de lo que sucedió se relata aquí. Jesús, aunque fue interrogado, escasamente dice algo acerca de Él. Hay, delante tanto del sumo sacerdote como de Poncio Pilato, la superioridad serena y humilde de Uno que se estaba entregando: con todo, Él es condenado solamente por el testimonio que dio de Sí mismo. Ya todos habían escuchado aquello que Él enseñó. Desafía a la autoridad que prosigue con el interrogatorio, no de manera oficial, sino pacífica y moralmente; y cuando es injustamente golpeado, Él protesta con dignidad y perfecta serenidad, sometiéndose a los insultos. Pero no reconoce al sumo sacerdote de ningún modo, mientras que, al mismo tiempo, Él no se opone en absoluto a él. Le deja en su incapacidad moral.
La debilidad carnal de Pedro se manifiesta, al igual que antes se manifestó su energía carnal.
Ante Pilato, Y Pilato Ante Jesús
Cuando es llevado ante Pilato (aunque por causa de la verdad, por confesar de que Él era rey), el Señor actúa con la misma serenidad y la misma sumisión, pero Él interroga a Pilato y le instruye de tal manera que Pilato no pudo hallar ninguna falta en Él. No obstante, moralmente incapaz de estar a la altura de aquello que estaba ante él, Pilato le hubiera dejado libre valiéndose de una costumbre, practicada entonces por el gobierno, que era la de soltarles un culpable a los judíos en la Pascua. Pero la inquieta indiferencia de una conciencia que, endurecida como estaba, se inclinaba ante la presencia de Uno que (incluso mientras era humillado así) no hacía más que alcanzarla, no escapó así de la activa malignidad de aquellos que estaban haciendo la obra del enemigo. Los judíos exclaman contra la propuesta que el desasosiego del gobernante sugirió, y escogen a un ladrón en lugar de Jesús.