Mateo Capítulo 19

Matthew 19  •  7 min. read  •  grade level: 13
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Principios Que Gobiernan La Naturaleza Humana; El Verdadero Carácter Del Vínculo Matrimonial
Este capítulo continúa con el asunto del espíritu apropiado para el reino de los cielos, y profundiza en los principios que gobiernan la naturaleza humana, y en aquello que se introducía ahora divinamente. Una pregunta hecha por los Fariseos—pues el Señor se ha acercado a Judea—da lugar a la exposición de Su doctrina sobre el matrimonio; y, prescindiendo de la ley, dada a raíz de la dureza de sus corazones, Él regresa a lo instituido por Dios, según lo cual un hombre y una mujer tenían que unirse y ser uno a los ojos de Dios. Él establece, o mejor dicho, restablece, el verdadero carácter del indisoluble vínculo del matrimonio. Lo llamo indisoluble, porque la excepción del caso de infidelidad, no lo es; la persona culpable ya había roto el vínculo. Ya no eran hombre y mujer una sola carne. Al mismo tiempo, si Dios daba poder espiritual para ello, era mejor aún permanecer soltero.
Enseñanza Con Respecto a Los Niños
Entonces Él renueva Su enseñanza con respecto a los niños, al tiempo que testifica de Su afecto hacia ellos: aquí me parece que es más bien en relación con la ausencia de todo lo que ata al mundo, a sus distracciones y codicias, y reconociendo lo que es amable, confiable y externamente sin mancha por naturaleza; mientras que, en el capítulo 18, era el carácter intrínseco del reino. Después de esto, Él muestra (con referencia a la introducción del reino en Su Persona) la naturaleza de la completa consagración y sacrificio de todas las cosas, a fin de poder seguirle, si verdaderamente ellos sólo buscaban agradar a Dios. El espíritu del mundo se oponía en todos los sentidos—pasiones carnales, y riqueza. No hay duda de que la ley de Moisés refrenaba estas pasiones; pero las aceptaba como realidad, y, en algunos sentidos, las soportaba. Según la gloria del mundo, un niño no era de valor. ¿Qué poder podía haber ahí? Esto es de valor a los ojos del Señor.
Los Motivos Del Corazón Puestos a Prueba; Riquezas Terrenales
La ley prometía vida al hombre que la guardaba. El Señor la hace sencilla y práctica en sus demandas, o más bien, recapacita sobre ellas en su verdadera sencillez. Las riquezas no estaban prohibidas por la ley; es decir, aunque la obligación moral entre el hombre y sus semejantes era mantenida por la ley, aquello que ataba el corazón al mundo no era juzgado por ella. Lo estaba, más bien, la prosperidad, conforme al gobierno de Dios, relacionada con la obediencia a ella. Porque ello implicaba a este mundo, y al hombre viviendo en él, y probado él allí. Cristo reconoce esto; pero los motivos del corazón son probados. La ley era espiritual, y, el Hijo de Dios estaba allí; hallamos de nuevo lo que hallamos antes—el hombre probado y descubierto, y Dios revelado. Todo es intrínseco y eterno en su naturaleza, pues Dios es ya revelado. Cristo juzga todo aquello que tiene un mal efecto sobre el corazón y que actúa por su egoísmo, y lo separa así de Dios. “Vende lo que tienes”, dice Él, “y sígueme.” ¡Es lamentable! el joven no supo renunciar a sus posesiones, a su comodidad, a él mismo. “Difícilmente”, dice el Señor, “entrará un rico en el reino de los cielos.” Esto era manifiesto: era el reino de Dios, de los cielos; el yo y el mundo no tenían lugar en él. Los discípulos, quienes no comprendían que no había ningún bien en el hombre, estaban sorprendidos al ver que alguien tan favorecido y tan dispuesto debiera estar todavía lejos de la salvación. ¿Quién, entonces, podría tener éxito? Entonces, toda la verdad sale a la luz. Es imposible para los hombres. Ellos no pueden vencer los deseos de la carne. Moralmente, y en cuanto a su voluntad y a sus afectos, estos deseos son el hombre. Uno no puede hacer blanco a un negro, o quitarle las manchas al leopardo: aquello que ellos exhiben está en su naturaleza. Pero para Dios, ¡bendito sea Su nombre! todas las cosas son posibles.
Renunciación Por Causa De Cristo; Su Recompensa
Estas enseñanzas acerca de las riquezas dan origen a la pregunta de Pedro: ¿Cuál será la porción de aquellos que han renunciado a todo? Esto nos lleva a retroceder a la gloria del capítulo 17. Habría una regeneración; el estado de cosas debía ser totalmente renovado bajo el dominio del Hijo del Hombre. En aquel entonces ellos se sentarían sobre doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel. Ellos tendrían el primer lugar en la administración del reino terrenal. Cada uno, no obstante, tendría su propio lugar; pues por cualquier cosa que uno renunciara por amor de Jesús, recibiría cien veces más y la vida eterna. No obstante, estas cosas no serían decididas por las apariencias aquí; ni por el lugar que los hombres ocuparan en el antiguo sistema y ante los hombres: algunos que eran los primeros serían los últimos, y los últimos primeros. De hecho, había que temer que el corazón carnal tomase este estímulo, dado en forma de recompensa por toda su labor y todos sus sacrificios, en un espíritu mercenario, e intentase hacer a Dios su deudor; y, por lo tanto, en la parábola por medio de la cual el Señor continúa Su discurso (capítulo 20), Él establece el principio de gracia y de la soberanía de Dios en aquello que Él da, y hacia aquellos a quienes Él llama, de manera muy distinguible, y hace que Sus dones, dados a quienes Él introduce en Su viña, dependan de Su gracia y de Su llamamiento.