Capítulo 2

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Llegando al final del cap. 14, encontramos a Pablo de regreso de un viaje misionero, que, junto con sus compañeros, "habiendo llegado, y reunido la iglesia, relataron cuán grandes cosas había Dios hecho con ellos, y cómo había abierto a los Gentiles la puerta de la fe" (v. 27). ¿No es esto muy significativo? Una vez llegados, Pablo acude a la iglesia y desahoga su corazón, contando cómo Dios había obrado en el transcurso de aquel viaje, pletórico de sucesos memorables. Esto demuestra que Pablo era un hombre con muy alta estima de la iglesia, la asamblea, al servicio de la cual dedicó su vida, sujetándose a ella. ¡Quiera Dios que cada uno de nosotros, en nuestro servicio a Cristo, no estemos nunca fuera del lugar que en la iglesia nos corresponde!
Hay algunos creyentes que, al ocuparse exclusivamente en el evangelio, no dan ningún valor ni importancia a las otras actividades de la asamblea, mientras otros, por el contrario, sólo se ocupan de la enseñanza de la doctrina, descuidando del todo la evangelización. Podemos asegurar de una manera categórica que ni los unos ni los otros obran dentro del pensamiento de Dios. Cierto hermano solía decir para ilustrar esto, "en nuestro ministerio, tendríamos que ser como un compás de dibujo, que mientras uno de sus extremos se apoya en el centro—la asamblea—no abandonando tal punto, con el otro extremo alcanza tanta extensión como le es posible—el círculo de nuestro testimonio del evangelio—, haciendo la obra de evangelista." Todo ello debe ser hecho en consonancia con la Palabra de Dios.
Así lo enseña Pablo, y él mismo lo pone en práctica en su servicio al Señor, lo que da más consistencia a las verdades de su doctrina. Una vez terminado su viaje misionero, lo vemos quedarse en la asamblea, y en feliz comunión con todos sus miembros, les va relatando todas las experiencias y pormenores, y todo cuanto Dios había hecho con él, y cómo había abierto la entrada de los gentiles a la fe por el evangelio. "Y se quedaron allí mucho tiempo con los discípulos" (v. 28). Pablo fue un fiel y relevante siervo, al que se le confió la más grande verdad que jamás haya sido confiada a hombre alguno. Sin embargo, nunca su entusiasmo y vehemencia por salvar almas—véase Hch. 17:16, 17, 22-31, y 26:29—le cegaron como para olvidar y desatender la vida y testimonio de la asamblea. Aquí en esta ocasión vemos como se queda por mucho tiempo con los discípulos.
¡Cuán fácil es dar la máxima importancia a unas cosas en detrimento de las otras! Aprendemos una buena lección en Juan 21:15-17, cuando el Señor, habiendo restaurado a Pedro, le hace una petición; ¿qué le pide? ¿que predique el evangelio ante todo? ¡No! Le dice: "Apacienta a mis ovejas" Él es un pastor—"Mis ovejas". Todo esto tiene que ver con la casa de Dios. ¡Cuánto ama el Señor a las ovejas!, y cuando anteponemos el evangelio al ministerio, cuando sacrificamos la enseñanza de la doctrina en aras de una mayor predicación del evangelio, podemos estar seguros que no estamos obrando de acuerdo a la mente de Dios. El más grande de los predicadores y evangelistas ha sido, sin lugar a dudas, Pablo, pero nunca pensó estar malgastando el tiempo, cuando se ocupaba en enseñar a los discípulos de Antioquía.
Y de otro lado, tampoco Pedro desaprovechó la oportunidad de anunciar el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, cuando la ocasión era propicia—ved Hechos 2, 3, 4, 5, etc. etc. En ambos casos, tanto Pedro como Pablo hicieron lo uno sin dejar de hacer lo otro, en una maravillosa manera, dentro de un perfecto orden, porque seguían la dirección del Espíritu Santo, y no sus propios impulsos naturales. Procuremos hacer lo mismo.
En el cap. 20, Pablo pronuncia su discurso de despedida en su última visita a los efesios, y derramando todo su corazón, henchido de amor por los demás discípulos, les dice: "Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, por quien he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que yo soy limpio de la sangre de todos: porque no he rehuído de anunciaros TODO el consejo de Dios" (vv. 25-27). Y en los versículos que le siguen, hasta el 32, les amonesta y anima para que sigan el camino del servicio al Señor, y los encomienda a Dios y a la Palabra de Su gracia, como únicos guías en su camino.
Quienes deseen beneficiarse del ministerio de Pablo, es obvio que desearán seguir TODO el consejo de Dios, y no sólo en parte. Pues si voluntariamente rehúsan Su consejo, se apartan de lo que Dios les ha preparado. Aquellos que a conciencia niegan tal ministerio a los demás son como quien ciñe una atadura al brazo de una persona, impidiendo la libre circulación de la sangre por tal miembro, paralizándolo. Cualquiera que priva a un santo de Dios, aunque sólo sea una parte de esta verdad, acerca de Sus consejos para con los santos, los está perjudicando, y es responsable de su sangre, a tenor de las palabras de Pablo. Lo que significa que es moralmente responsable del estado de atrofia, debilidad, y ruina espiritual, y de la falta del normal desarrollo, en que los tales quedan sumidos. Pablo podía decir de sí mismo: "No he rehuído de anunciaros TODO el consejo de Dios". ¿Podríamos estar nosotros satisfechos con algo que no sea TODO el consejo de Dios?
En el cap. 22:14, se nos habla de nuevo de la conversión de Pablo en el orden histórico de los hechos ocurridos, y Ananías dice al Apóstol: "El Dios de nuestros padres te ha predestinado para que conocieses Su voluntad, y vieses a aquel Justo, y oyeses la voz de Su boca". Lo que aquí se está enfatizando, es: "PARA QUE CONOCIESES SU VOLUNTAD." Esto significa mucho más que ir simplemente a predicar el evangelio. Desde el mismo principio de su elección para desempeñar la importante tarea encomendada al Apóstol, debía conocer la voluntad de Dios.
Yendo a los dos últimos versículos del capítulo final de los Hechos, encontramos que el Apóstol se "quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento." El doble carácter del ministerio de Pablo es aquí puesto de manifiesto—predicar y enseñar—; los vemos a los dos juntos, siendo el tema de ambos lo concerniente al reino de Dios, y todo lo que corresponde al Señor Jesucristo. Es de notar los tres títulos dados aquí al Señor: SEÑOR-JESÚS-CRISTO; trae ante nosotros la verdad referente a la bendita Persona de Su Hijo, en toda su extensión, como Dios quiere que le conozcamos. Como el SEÑOR, el SALVADOR, el UNGIDO DE DIOS, y como el HOMBRE CRUCIFICADO, allí en los cielos, todo cuanto es nuestro amado SEÑOR-JESÚS-CRISTO.
Algo que en general podemos observar en las conversaciones de muchos cristianos, y es triste el decirlo, es que muy raramente hablan de Él, diciendo: el Señor Jesús, y es más raro que digan, SEÑOR JESUCRISTO. Se les oye solamente decir Jesús, o Cristo Jesús, pero raras veces anteponen SU título de SEÑOR.
El ministerio y enseñanzas del Apóstol abarcan la totalidad del pensamiento de Dios acerca de Cristo, y él deseaba que todos los cristianos hiciesen lo mismo. Si conectamos la expresión, "para que conocieses Su voluntad (Hch. 22:14), con, "por tanto, no seáis imprudentes, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor (Ef. 5:17), ¿no seremos convencidos de la importancia que tiene el conocer la voluntad de Dios, en lo que concierne a estas preciosas verdades, con cuyo conocimiento empezó Pablo la gran obra que le fue encomendada, cuando le fue dicho, "para que conocieses Su voluntad" (de Dios)? Querido joven, nunca comprenderemos suficientemente la gran importancia que tiene el ser instruidos en la voluntad de Dios. Él no quiere que seamos insensatos, sino entendidos de cuál sea Su voluntad.
Hay cristianos que, si se les habla de la necesidad de conocer estas cosas, dicen, mientras se encogen de espaldas, "Mire Ud., nos falta tiempo para considerar a fondo estas cosas. No conocemos bien toda la Biblia, es cierto; pero tenemos entre nosotros a un hermano quien toma cuenta de todo esto, él nos puede ayudar". De esta manera tan pasiva, muchos cristianos se privan de la inmensa riqueza del conocimiento de estas preciosas verdades que se encuentran en la Palabra de Dios. Tal vez algunos piensan que estas cosas son sólo para que las disfruten los hermanos ancianos. No es así; son para todos, para cada hijo de Dios. Él no quiere que las ignoremos, antes por el contrario, desea que conozcamos Su voluntad y estemos fundados en El. La Palabra de Dios ha sido escrita para cada uno de nosotros, y nos dice: "No seáis imprudentes, sino entendidos de cual sea la voluntad del Señor".
Comparado cuanto hemos considerado con Colosenses 1:9, 10, nos encontraremos sobre un terreno ya conocido: "Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de Su voluntad, en toda sabiduría y espiritual inteligencia; para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios." De estos dos versículos aprendemos que difícilmente podremos andar como cristianos, de acuerdo a la vocación celestial a la que hemos sido llamados, a menos que comprendamos las enseñanzas cual nos han sido dadas en el ministerio de Pablo. Podemos verlo demostrado, mirando a nuestro alrededor, lo que pasa en el mundo cristiano profesante, que ha abandonado la doctrina del Apóstol. Dondequiera que miremos, veremos toda suerte de contradicciones a la vocación del cristiano.
Hay infinidad de cristianos en el día de hoy que se han asociado con toda suerte de organizaciones mundanas, sin que su conciencia sea sensible para repudiar las cosas malas con las que están ligados, y que son contrarias al llamamiento celestial, y que aparentemente desconocen que la venida del Señor puede producirse en cualquier momento, viniendo a interrumpir el curso de todos los acontecimientos sobre la tierra. Y también dentro del círculo cristiano, se hacen toda suerte de proyectos a largo plazo, contemplando los años venideros, fundándose instituciones con miras permanentes, y se lanzan de lleno a toda suerte de reformas políticas y sociales, sin tener en cuenta que la doctrina de Pablo enseña que la iglesia debe estar siempre en compás de espera, en esa expectativa gozosa de la venida del Señor por los Suyos, pues ignoran totalmente tal verdad, la cual ha sido del todo abandonada, y en muy raras ocasiones se hace mención de ella.
Visitando cierta vez a un querido hijo de Dios, en una de las varias denominaciones cristianas, recuerdo que al hablarle acerca de la posible venida del Señor en cualquier momento, no le impresionó lo más mínimo, sino que, por el contrario, y como restándole importancia, me contestó: "Si es que el Señor va a venir, vendrá, y por supuesto, yo estaré preparado. Pero no creo que Su venida deba ocupar demasiado nuestros pensamientos, ni afectar a nuestros planes. Debemos continuar esforzándonos en la predicación del evangelio como si Él no tuviera que venir; cuando Él tenga que venir, vendrá. Esto es todo cuanto yo creo."
No había en este cristiano la alentadora esperanza que debe anidar en todo corazón de un hijo de Dios. Y ¿por qué? ¿No era él un cristiano? Lo que pasa que era salvo, pero no había recibido la sana instrucción del ministerio de Pablo en las cosas que al Señor Jesucristo se refieren; por tanto, no había sido instruido en "la voluntad de Dios", no habiendo oído prácticamente nada acerca de las doctrinas de Pablo, que se contienen en sus epístolas, esas preciosas porciones destinadas para ser el "pan" espiritual del cristiano. La instrucción que tal cristiano había recibido no era una doctrina depravada, pero era una incompleta y mutilada enseñanza.
Desconocía prácticamente la totalidad de las preciosas verdades de la asamblea. Sí, sabía bastante del evangelio; tal vez podría extenderse su conocimiento a todo el curso de la vida del Señor aquí abajo, y también podría predicar acerca del amor del Señor hacia el pecador, expresado en Juan 3:16, etc. etc. Tenía un estimable conocimiento acerca de Cristo y de Su obra en la cruz del Calvario, Su muerte expiatoria, pero ignoraba todo cuanto contienen las maravillosas epístolas del Apóstol Pablo, las cuales nos revelan la glorificación del Señor, hablándonos de Su exaltación en los cielos, y de nuestra vital unión con Él, y que un día la iglesia será llamada para ir a reunirse con Él en la gloria. ¡No es esto una gran pérdida! ¡Quiera Dios que no lo sea para el querido santo de Dios que lee estas líneas!
Nunca podremos caminar ni obrar correctamente, como nos corresponde, en ninguna actividad cristiana, mientras no hayamos recibido la oportuna instrucción derivada del conocer la voluntad de Dios en su totalidad y plenitud, tal cual la tenemos trazada en Su Palabra, incluyendo muy primordialmente las 14 epístolas de Pablo.
Siguiendo adelante en el tema contenido en el primer cap. de Colosenses en los vv. 23-25, veremos cómo Pablo recibe un doble ministerio, a tenor de lo que leemos: "Si empero permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído; el cual es predicado a toda criatura que está debajo del cielo; del cual yo Pablo soy hecho ministro. Que ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia; de la cual soy hecho ministro, según la dispensación de Dios que me fue dada en orden a vosotros, para que cumpla la palabra de Dios." ¡Cuán solemnes son estos versículos! ¡Cuán pletóricos están de tal verdad! El peculiar instrumento que Dios escogió recibe aquí su doble ministerio: El ministerio del evangelio, al cual él llama el "Evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo," y en otro lugar, el "Evangelio de la gloria del Dios bendito" (Ef. 3:8, y 1ª Ti. 1:11). Podríamos decir que el evangelio de Pablo incluye Juan 3:16, pero va más alla, alcanzando todo cuanto nos pertenece en Cristo, como resultado de Su padecimientos y muerte, y resurrección, habiendo sido exaltado a lo sumo, y estando sentado "a la diestra de la Majestad en las alturas". (Heb. 1:3).
Y no sólo esto, pues Pablo nos dice que Dios le ha dado otro ministerio, el cual es él de la Iglesia, el ministerio del cuerpo de Cristo: "para que cumpla la Palabra de Dios", lo cual quiere decir que el ministerio de Pablo contiene y expone todo cuanto Dios tiene para el hombre, de modo que cuando el Apóstol terminó sus epístolas, la verdad en su totalidad y extensión, y contenido, había sido revelada. También Dios usó posteriormente a Juan y a otros escritores para ejercitar a Sus santos sobre esta tierra, pero nunca fue sobrepasado el límite de lo expuesto en sus escritos apostólicos, o sea, el ministerio de Pablo.
El Apóstol tuvo que sufrir a causa de su ministerio, según él mismo afirma: "Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia" (v. 24). El ministerio de Pablo siempre ha conllevado sufrimiento a los santos de Dios. El Apóstol dice: "cumplo . . . lo que falta de las aflicciones de Cristo." Sabemos que no se trata de ningún sufrimiento de expiación. ¡Cierto que no! Pablo viene a probar con ello que estaba tan vinculado con la mente del Señor, que compartía la misma naturaleza del rechazo del que su Señor fuera objeto en este mundo. Si nosotros estamos andando en esta misma línea del ministerio y doctrina de Pablo, en el pleno círculo de la verdad de Cristo y de la iglesia, pagaremos el precio que ello cuesta.
Nunca ha sido posible, ni lo será, el andar en este mundo, y testificar de la verdad celestial enseñada por Pablo, sin sentir el rechazo de este mundo sobre nosotros. Ni la misma profesión cristiana gusta de tal ministerio, ni que se insista en sus enseñanzas. No les gusta oír del "misterio que . . . quiso Dios hacer notorias las riquezas de la gloria de este misterio entre los Gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria" (vv. 26, 27).
Al exponer Pablo el tema de Cristo y de la iglesia, agotó, por así decir, todo el más excelente vocabulario. ¿Es qué nosotros nos contentaremos con algo que sea menos que estas preciosas verdades? El evangelio, siendo algo excelente, no contiene todas las riquezas del ministerio de Pablo. Debemos vivir sujetándonos a la verdad de Cristo y de la iglesia, según Pablo enseña. Si lo hacemos así, es posible que paguemos un precio, pero el resultado será precioso, "Nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús" (v. 28). No hay nada tan elevado como "presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús", este es el verdadero ministerio. Cualquier ministerio que no contenga todo ello será insuficiente, y nunca el Espíritu Santo lo podrá aprobar, pues sería sólo un ministerio parcial. Y esta verdad es para todos, sin distinción, aunque sean hermanos dotados, predicadores, o líderes. Los más sencillos hijos de Dios, como las hermanas, sin discriminación alguna, pueden recibir y gozar toda la preciosa verdad en ello contenido. Dios quiere que todos alcancemos un mismo nivel de perfección en la verdad que el ministerio de Pablo nos presenta, Pablo deseó que todos los hijos de Dios anduvieran en el gozo y bendición de ello.