Apocalipsis 2

Revelation 2  •  21 min. read  •  grade level: 17
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Las Siete Iglesias
(Apocalipsis 23)
El primer capítulo nos ha presentado la visión de Cristo, el Hijo del Hombre, en Su carácter como Juez, lo que forma la primera división de Apocalipsis, mencionada en el versículo 19 como «las cosas que has visto». En los capítulos segundo y tercero vienen ante nosotros «las cosas que son». Es evidente, por los versículos 4, 11 y 20 del capítulo 1, que Apocalipsis se dirigía a las siete iglesias existentes en los días de los apóstoles en una provincia de Asia Menor. Pero difícilmente se puede poner en duda que estas iglesias en particular fueron seleccionadas para presentar imágenes de las condiciones morales que se desarrollarían sucesivamente en la profesión de la Cristiandad desde los días de los apóstoles hasta el fin del período de la iglesia. Así, «las cosas que son» presentan proféticamente todo el período de la historia de la iglesia sobre la tierra. Además, estas siete iglesias se ven bajo el símbolo de siete candeleros. Esto indica desde luego que estos destinatarios contemplan la iglesia en su responsabilidad de ser luz para Cristo en la época de Su ausencia.
Además, vemos que el Señor es presentado como andando en medio de las iglesias como el Juez, para descubrir hasta dónde la Iglesia ha actuado conforme a su responsabilidad de alumbrar para Cristo. En base de estas cartas aprendemos que la iglesia, lo mismo que todo lo demás, iba a fracasar totalmente tocante a la responsabilidad. Vemos expuesta la raíz de todo el fracaso, su progreso seguido a lo largo de las eras, y su fin predicho cuando la iglesia profesante será totalmente rechazada por Cristo como algo nauseabundo. No obstante, en medio de todo el fracaso aprendemos que hay aquello que el Señor aprueba, y que es posible para la persona individual vencer aquello que el Señor condena; y para los tales hay especiales promesas de bendición.
¡Cuán alentador es que en los días finales de la Cristiandad no seamos dejados a formarnos nuestro propio juicio acerca de los males de la Cristiandad, ni de aquello que tiene la aprobación del Señor en medio del fracaso! En estas cartas tenemos la mente del Señor. En cada una de ellas tenemos esta exhortación: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» ¡Cuán profundamente importante es entonces que demos oído a las palabras del Señor, registradas por el Espíritu, y aprender así la mente del Señor para la persona individual en un día de ruina! No obstante, si hablamos de la ruina de la iglesia, recordemos que, como se ha dicho, «por lo que respecta al propósito de Dios, la iglesia no puede ser arruinada, pero por lo que respecta a su condición actual presente como testimonio para Dios sobre la tierra, está en ruina».
Además, si reconocemos la ruina de la iglesia en cuanto a su responsabilidad, guardémonos de contentarnos con el conocimiento de que como creyentes nuestra salvación es segura, y de seguir inconscientemente indiferentes a la mente del Señor para con nosotros en medio de la ruina. Guardémonos de pensar, como alguien ha dicho, «que el poder de Señor se debilita cuando hay una ruina real presente. Su obra será conforme al estado en que la iglesia está, no al estado en que no está. ... Lo que necesitamos es ... una fe real y práctica en la aplicación de los recursos de Dios para hacer frente a las circunstancias presentes. ... La fe viva ve no sólo la necesidad, sino también los pensamientos y la mente del Señor acerca de aquella necesidad, y cuenta con el amor actual del Señor.»
Con el deseo de conocer Su mente, consideremos entonces las cartas a las siete iglesias, y aprendamos de esta manera a rehusar todo lo que el Señor condena, mientras tratamos de responder en conformidad a aquello que tiene Su aprobación.
(1) La carta a la iglesia en Éfeso (vv. 1-7)
En esta carta, ¿no podemos decir que tenemos una presentación de la iglesia tal como es vista por Cristo en los días finales de los apóstoles? En cada carta se encontrará que el Señor se presenta en un carácter que se corresponde con la condición de la iglesia. En esta etapa temprana de la historia de la iglesia no había señales externas de apostasía. Cristo es visto aún como Aquel que sostiene las siete estrellas en Su mano y que anda en medio de las iglesias. ¿No indica esto que los que fueron puestos en una autoridad subordinada bajo la conducción del Señor para representar Sus intereses en la asamblea, seguían sostenidos por Su poder y estaban bajo Su dirección? Además, el Señor podía aún andar en medio de las iglesias, y no estar fuera, a la puerta, como en Laodicea.
En esta temprana etapa de la historia de la iglesia había todavía mucho de lo que el Señor podía aprobar. Los santos estaban señalados por las labores y la paciencia en el servicio del Señor. Habían sufrido pruebas por el Nombre de Cristo, y no se habían desalentado. Habían resistido a cada ataque de Satanás desde fuera para corromper a la iglesia mediante falsas pretensiones y malas acciones.
Sin embargo, aunque externamente irreprochables, el Señor, que conoce el corazón, tiene esto que decirles: «Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.» Aquí tenemos la raíz de todo fracaso en la iglesia bajo responsabilidad. Se ha dicho: «Lo que daña y finalmente lleva a la ruina surge invariablemente de dentro, no de fuera. En vano intenta Satanás derribar a los que, reposando en el amor de Cristo, lo tienen como el amado objeto de su vida y alma.» Habiendo perdido su primer amor para con Cristo, el Señor tiene que pronunciarles estas solemnes palabras: «Has caído.» Por muy externamente irreprochable que fuese su testimonio ante el mundo, la iglesia estaba caída delante del Señor. Sigue la advertencia de que si no hay arrepentimiento, su candelero será quitado. Si se pierde el primer amor por Cristo, se desvanecerá la luz delante de los hombres.
Lo que es cierto de la iglesia como un todo, es desde luego cierto en la historia de cualquier asamblea local, y, desde luego, de cada creyente individual. La raíz de todo fracaso está en el interior, en el corazón, y si no hay arrepentimiento, el testimonio externo, bajo el gobierno de Dios, dejará de tener poder alguno.
Sin embargo, si, tal como sabemos, no hubo recuperación de parte de la iglesia como un todo, era posible para los individuos vencer este solemne fracaso interior y mantener el primer amor para con Cristo. A estos, el Señor se les revelaría como el Árbol de la Vida—la fuente oculta de sustento espiritual en el paraíso de Dios, donde ningún enemigo se entrometerá jamás para apartar nuestros corazones de Cristo.
(2) La carta a la iglesia en Esmirna (vv. 8-11)
Esta carta indicaría de cierto los días de persecución que sabemos que se permitiría que la iglesia pasase tras su decadencia de la pureza apostólica.
El Señor se presenta de una manera que fuese del mayor aliento a los santos que estaban padeciendo persecución, hasta la muerte. Él es antes de todos los que se levantan contra Su pueblo, y permanecerá cuando los perseguidores hayan pasado para siempre. Si los santos son llamados a hacer frente a la muerte, que recuerden que Cristo estuvo muerto y vive.
En Esmirna vemos los males nuevos con los que era atacada la iglesia, la tribulación que el Señor permitió para detener estos crecientes males y la consagración de los vencedores individuales que, en medio de la persecución, fueron fieles hasta la muerte.
En este período de la historia de la iglesia, el esfuerzo de Satanás por corromper la iglesia y desfigurar todo testimonio adoptó una forma doble. Primero, hubo el surgimiento de la influencia corruptora, dentro del círculo del cristianismo, de los que intentaban añadir judaísmo al cristianismo. Segundo, surgió oposición desde fuera, de parte de perseguidores gentiles, contra el cristianismo. Ambos males se remontan a Satanás. Tocante a los maestros judaizantes, mientras los apóstoles estuvieron en la tierra, quedaron frustrados todos los esfuerzos de Satanás por conseguir la aceptación del judaísmo en la iglesia de Dios. Después de su partida surgieron no sólo individuos judaizantes, sino un partido en concreto, aquí designado como sinagoga de Satanás, que intentó agregar las formas, ceremonias y principios del judaísmo al cristianismo. Este mal ha estado en actividad desde entonces, de modo que en la actualidad la profesión cristiana ha perdido su verdadero carácter celestial y ha venido a ser un gran sistema mundano con magníficos edificios, formas y ceremonias, que atraen al hombre natural según el modelo del sistema judaico.
En presencia de este grave distanciamiento, el Señor dejó que la iglesia pasase por un período de persecución que hizo manifestar, en medio de las crecientes tinieblas, a aquellos que le eran adictos, siendo «fieles hasta la muerte». Los tales tienen la certidumbre de parte del Señor de que Él está por encima de todos, y que ha puesto un límite a los padecimientos de Su pueblo. Él recompensará la fidelidad de ellos hasta la muerte con una corona de vida, y la promesa de que aunque puede que pasen a través de la muerte, nunca sufrirán «ningún daño por parte de la muerte segunda».
(3) La carta a la iglesia en Pérgamo (vv. 12-17)
En esta carta vemos un alejamiento mayor de la iglesia profesante, que siguió a los días de la persecución, y que fue consecuencia de la enseñanza y de las prácticas del partido judaizante dentro de la iglesia profesante.
A la profesión cristiana de este período se presenta el Señor como Aquel que «tiene la espada aguda de dos filos». Esta solemne condición de la iglesia es denunciada con el filo cortante de la palabra de Dios. Vincular el judaísmo con el cristianismo es un intento de acomodar el cristianismo con el mundo mediante la adopción de aquello que atrae a la vista y a los sentidos del hombre natural. Acaba no atrayendo a personas fuera del mundo, sino llevando la profesión cristiana, la Cristiandad, al mundo. Así, el Señor tiene esto que decir a la iglesia de este período: «Sé dónde habitas, donde está el trono de Satanás.» Donde habitamos es una seria indicación de lo que desean nuestros corazones. Habitar donde está el trono de Satanás indica de cierto un estado de corazón que desea morar bajo el patrocinio y pompa de un mundo donde Satanás es príncipe.
Sin embargo, aunque buscando el patrocinio del mundo, en este período de la historia de la iglesia se seguían manteniendo las grandes verdades cardinales acerca de la Persona y obra de Cristo, porque el Señor puede decir: «Pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe.» Como sabemos, se celebraron concilios que rehusaron todos los intentos del arrianismo de negar la deidad de Cristo, y que declararon las grandes verdades de la fe frente a persecuciones y martirio.
A pesar de esta medida de fidelidad a Cristo y a la fe, la iglesia, que había caído bajo el patrocinio del mundo, adoptó los métodos del mundo y cayó bajo los males que señalaron a Balaam en la antigüedad. Surgió en la iglesia profesante una clase de hombres que, como aquel malvado, convirtieron el ministerio en una provechosa profesión, ligando de esta manera la iglesia al mundo y privándola de su verdadera posición de una virgen pura desposada con Cristo. Esto abrió a su vez la puerta al nicolaitanismo, que aparentemente era la doctrina antinomiana que mantenía que la vida de piedad práctica valía para poco, siendo que el creyente está justificado por la fe. Esto era transformar la gracia de Dios en disolución. Contra los tales el Señor emplearía la espada de doble filo de Su palabra que ciertamente nos da a conocer la gracia de Dios, pero que también nos advierte que «nuestro Dios es un fuego consumidor».
El vencedor que rehusase asentarse en el mundo buscando la aprobación pública adoptando sus métodos sería recompensado con la secreta aprobación del Señor, y sería sustentado por Cristo como «el maná escondido», que, en Su camino a través de este mundo, fue un extranjero que no tenía donde recostar Su cabeza.
(4) La carta a la iglesia en Tiatira (vv. 18-29)
¿Acaso se podrá dudar que en esta carta tenemos una predicción de la condición de la iglesia profesante en los tiempos medievales? El Señor es presentado como el Hijo de Dios con ojos como llama de fuego, discerniendo todo mal, y con pies como de bronce bruñido, preparado para actuar contra el mal.
Las palabras del Señor indican que en este período la iglesia profesante estaba distinguida por dos marcas características. Primero, por parte de muchos había una gran consagración expresada por sus obras, amor, fe, servicio y paciencia. ¿No confirma la historia las palabras del Señor? Sabemos que a pesar de mucha ignorancia y superstición, hubo durante la Edad Media un gran número de individuos señalados por su consagración personal, una abnegación integral y un paciente padecimiento por causa de Cristo.
Segundo, a pesar de esta consagración por parte de estas personas, las palabras del Señor indican que en este período la iglesia profesante llegó a «las profundidades de Satanás». Porque fue entonces que se manifestó plenamente el terrible sistema conocido como el Papado, simbolizado por «esa mujer Jezabel». En este sistema vemos la exaltación de la carne, porque esa mujer «se dice profetisa». La iglesia asume el papel de maestro para enunciar doctrina, llevando a una impía alianza con el mundo, y estableciendo un sistema de idolatría con el culto a las imágenes y a los santos. Aquí vemos un gran avance sobre el mal que se había manifestado en Pérgamo. Ahí la iglesia estaba asentándose bajo el patrocinio del mundo, donde Satanás está entronizado. En Tiatira vemos que la consecuencia de morar en el mundo es que la iglesia profesante intenta exaltarse a sí misma gobernando sobre el mundo y ministrando a sus concupiscencias. La consecuencia de este terrible sistema es una generación dentro de la iglesia profesante que incurre en sentencia de muerte, y los escrutadores juicios del Señor, según sus obras.
Sin embargo, en presencia de este sistema corruptor de mal el Señor tenía un remanente, que estaban personalmente libres de su enseñanza, y que eran extraños a las profundidades de Satanás en las que había caído. Los tales no debían esperar arrepentimiento ni reforma en este terrible sistema, sino mantenerse firmes en la verdad que tenían hasta que el Señor venga. Entonces tendrán su recompensa. Habiendo rehusado reinar en el mundo durante la ausencia de Cristo, gobernarán con poder sobre las naciones en el día de Su gloria. Mientras tanto, el vencedor conocerá a Cristo como la Estrella de la Mañana—Aquel que vive por Su pueblo en todas sus pruebas, antes que amanezca el día en el que Él vendrá como Sol de justicia.
(5) La carta a la iglesia en Sardis (3:1-6)
A esta iglesia el Señor se presenta como Aquel «que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas». Por mucho que el romanismo haya asumido «poder sobre las naciones», sigue siendo cierto que la plenitud del poder, expuesto por «los siete espíritus de Dios», está en el Señor; y por muy grande que haya sido el apartamiento de la verdad, hay aquellos, simbolizados por las siete estrellas, mediante los que puede dar luz celestial a Su pueblo. Así, sabemos que a pesar del poder y de las pretensiones de Roma, surgieron los que resistieron a los males de este sistema. ¡Ay!, cualquiera que fuese la resistencia al error, y cualquiera que fuese el avivamiento de verdad en este movimiento, que conocemos como la Reforma, se ha desmoronado en las manos de los hombres. Como siempre, el hombre fracasa en su responsabilidad. El resultado ha sido el desarrollo del protestantismo, que ciertamente tiene «nombre» de que vive, y que por ello se mantiene por la verdad delante de los hombres, pero el Señor tiene que decir, en cuanto a la realidad, que delante de Él, «estás muerto». Podemos desde luego sentir gratitud que por medio de su posición contra el romanismo se ha conseguido una Biblia abierta para el pueblo de Dios, y que se ha reafirmado la gran verdad de la justificación por la fe. Pero, ¡ay!, contentados con la mera ortodoxia, la Biblia la llegado a ser para las masas protestantes poco más que letra muerta, y sus verdades no han sido recibidas con fe personal, dejando las vidas de la masa sin cambios. Alguien ha dicho: «Nada es más común entre los protestantes que admitir que algo sea totalmente cierto porque está en la Palabra de Dios, pero sin la menor intención de actuar en base de ello.»
Una condición así sólo puede llevar al juicio del Señor. Su venida encontrará dormidos a todos los profesantes sin vida, así como sucederá con el mundo (1 Ts 5:26).
Sin embargo, lo mismo que en el corrompido e idólatra romanismo existe un devoto remanente, lo mismo hay en la muerta ortodoxia del protestantismo «unas pocas personas» que constituyen un remanente, del que el Señor puede decir que «no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas». En medio de una profesión sin vida, ellos anduvieron personalmente con Cristo, y sus nombres serán retenidos en el libro de la vida, y serán reconocidos públicamente delante del Padre y de Sus ángeles.
(6) La carta a la iglesia en Filadelfia (3:7-13)
A esta asamblea, el Señor no se presenta en un aspecto judicial como dispuesto para juzgar, ni en una manera oficial como dirigiendo las asambleas, sino más bien en Sus atributos morales como «el Santo» y «el Verdadero». Esto tiene una bendita concordancia con la condición moral de la asamblea de la que el Señor puede decir: «has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre». En medio de un apartamiento general ellos atesoraron y obedecieron la palabra del Señor, y por encima de todo mantuvieron celosamente la gloria de la Persona de Cristo, y rehusaron toda «negación» de Su Nombre.
El Señor, que tiene la llave, puede emplearla en favor de los tales. A pesar de todo el poder del enemigo, Él les abre puertas de servicio, en conformidad con Su voluntad, y cierra puertas que llevarían a un camino contrario a Su mente. Los tales puede que tengan poca fuerza y que no sean muy atrayentes para el mundo, como en el caso de Tiatira. Ni tienen ningún nombre por una gran reforma, como en el caso de Sardis. Pero si no están señalados por nada acerca de lo que el mundo pueda maravillarse y admirarse, tienen la aprobación del Señor, y en el día venidero todos los opositores llegarán a saber que son amados del Señor.
¿No tenemos en esta asamblea la predicción del Señor de que en medio de las crecientes corrupciones de la Cristiandad, y antes del fin del período cristiano, se suscitaría un testimonio de las verdades de la palabra de Cristo, y de la autoridad y valor supremos de Su Nombre?
No obstante, si Dios suscita este testimonio renovado en medio de las tinieblas que prevalecen, también somos advertidos de que Satanás intentará suscitar un contra-testimonio mediante un avivamiento del judaísmo con sus formas y ceremonias. Sabemos que el avivamiento de la verdad de la iglesia contenida en la Palabra de Cristo fue en el acto confrontada con un gran estallido de ritualismo y superstición mediante el que Satanás ha tratado de desvirtuar la Palabra de Cristo y apartar corazones de la Persona de Cristo, y con ello robar a los cristianos de todo verdadero servicio y culto.
Si los tales son advertidos de la oposición que encontrarán de parte de Satanás, también son alentados a soportar con paciencia, sabiendo que si son guardados a través de las pruebas presentes, serán también guardados de la hora de la prueba que está para venir «sobre el mundo entero».
Debido a su «poca fuerza» y al constante conflicto debido a la oposición de Satanás, que intenta mediante falsos sistemas religiosos robar la verdad a los santos, esta asamblea está especialmente expuesta al peligro de abandonar el mantenerse firme por la verdad que ha sido recuperada para ellos. Para hacer frente a este peligro son exhortados a «retener» lo que tienen—la verdad, el valor del Nombre de Cristo y el amor y la aprobación del Señor. Dejar ir estas grandes bendiciones resultará en la pérdida de su corona de recompensa en el día venidero. Para alentarlos a «retener», el Señor pone ante ellos Su venida, por la que tienen que esperar sólo un poco, porque viene en seguida.
El vencedor—el que «retiene», tendrá una brillante recompensa en el día de la gloria. Poniendo atención a la advertencia del Señor a «retener», y contentándose con un poco de fuerza y con ello de ser poco considerado en la estima del mundo en el día presente, tendrá una posición de poder en el día venidero. Haciéndolo todo del Nombre de Cristo en el día de Su rechazo y en un mundo que más y más menosprecia Su Nombre, tendrá el Nombre de Cristo expuesto sobre él en aquel hogar de gloria, la Nueva Jerusalén.
(7) La carta a la iglesia en Laodicea (3:14-22)
En la última carta aprendemos del solemne fin del creciente fracaso de la iglesia en su responsabilidad a lo largo de todo el período de la iglesia. Vemos también cómo se ha abusado de la gracia avivadora del Señor, y lo poco que se han oído Sus advertencias. Pero aprendemos que en medio de todos los fracasos el Señor permanece como el inmutable recurso de Su pueblo, y que en el día más tenebroso hay una rica bendición para el creyente individual.
En acusado contraste con la gran profesión cristiana que nunca ha sido fiel a Dios ni un verdadero testigo ante los hombres, el Señor se presenta como «el Amén»—Aquel mediante quien se cumplirán todos los propósitos de Dios; como «el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios», donde todo será conforme a Dios.
Luego pasa ante nosotros una solemne imagen de la última etapa de la iglesia profesante. El fracaso que comenzó con la pérdida del primer amor a Cristo acaba con una indiferencia tan grande acerca de Cristo, que la iglesia no se siente movida aunque Cristo está fuera de su puerta, y sorda a todo llamamiento con el que Él querría ganar sus corazones. La gracia que nos ha restaurado una Biblia abierta, y que ha avivado las grandes verdades tocantes a Cristo y a la iglesia, es tan abusada por la masa profesante cristiana que acaba con la gran masa empleando la verdad para exaltarse a sí mismos y jactarse de que son ricos y enriquecidos y que no necesitan nada. Como siempre, la vanidad de los jactanciosos los ciega a su verdadera condición. La masa autocomplacida no sabe que a los ojos de Dios son espiritualmente «desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos». La condición de los tales es nauseabunda para Cristo, y sólo puede terminar con el rechazo total de la profesión cristiana por parte de Cristo.
Sin embargo, la gracia del Señor les aconseja a que se vuelvan a Él para hallar en Él todo lo que suplirá su desesperada necesidad, para que obtengan las verdaderas riquezas, para que su vergüenza sea cubierta, y para que sus ojos sean abiertos para ver en Cristo a Aquel que puede no sólo suplir las necesidades de ellos, sino a Aquel que es «todo delicias» (Cnt 5:16, V.M., margen).
Entonces aprendemos que en medio de estos últimos y tenebrosos días habrá almas fieles que el Señor ama, manifestadas por las mismas reprensiones y por la disciplina que el amor pueda hallar necesario para llamarlas a Sí mismo. El Señor se encuentra a la puerta de las tales, llamando con paciencia, mientras trata de encontrar un lugar en los afectos de ellas. Abrirle la puerta significa desde luego que le damos lugar en nuestros corazones y que de esta manera volvemos a nuestro primer amor. A los tales, el Señor les dice: «Cenaré con él, y él conmigo.» Entrará en todos nuestros ejercicios y en nuestras pruebas, y nos conducirá a Sus cosas celestiales.
¿No debemos entonces aprender que en los días finales del período cristiano el camino se irá haciendo más y más individual, pero que será posible para el individuo volver al primer amor y gozar así de la más elevada bendición espiritual de la comunión secreta con el Señor, aunque no haya una vuelta a un testimonio público o unido de parte de la gran masa profesante?
El vencedor que no se vanagloria de riqueza espiritual, que no busca reconocimiento público y que se siente contento con la aprobación secreta del Señor será, en el día de la gloria, manifestado con Cristo en Su trono.