Hechos 2

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"Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos; y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen" (vvss. 1-4).
Era el día cincuenteno después de la muerte de Jesús, el Salvador. Los "hermanos... como de ciento y veinte en número" estaban todos unánimes juntos, esperando "la promesa del Padre" conforme al mandato del Señor Jesús. De repente vino el Espíritu Santo de Dios, enviado por el Padre en el nombre del Hijo, enviado por el Hijo del Padre, y venido en su propio poder (Juan 14:26; 15:26 y 16:13), y manifestado por pruebas maravillosas e indubitables: 1*, su venida acompañada por un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, no una ola de gritos a voz en cuello que sale de una congregación emocionada; 2ª su venida demostrada por medio de las lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos (sin quemarlos); 3ª, su presencia manifestada por cuanto los discípulos galileos pudieron hablar en otras lenguas perfectamente entendidas por los oyentes de muchas naciones, no el hablar de voces o palabras no entendidas por nadie.
Es de notar que—una vez venido el Espíritu Santo—El ha morado en la iglesia en la tierra: "No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (11 Cor. 3:16). Es un error rogar a Dios que nos mande al Espíritu Santo; está aquí y mora, no solamente en la iglesia colectivamente, sino también en cada creyente personalmente desde el momento en que éste ha creído el evangelio de su salvación (véase Efe. 1:13).
Hubo una gran diferencia entre la manera en la cual el Espíritu Santo descendió sobre el Señor Jesús y la manera en la cual descendió sobre los discípulos: "descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma" (Luc. 3:22; véase también Mat. 3:16; Mar. 1:10 y Juan 1:32, 33). La "paloma" simboliza la pureza y la paz (véase Gén. 8:8-11); pero cuando el mismo Espíritu descendió sobre los discípulos, fue a manera de lenguas repartidas, como de fuego. En Heb. 12:29, leemos que "nuestro Dios es fuego consumidor." En nosotros hay y en los discípulos había en aquel entonces, "la carne," (en Jesús, ¡no!); por eso, nos parece, la venida del Espíritu Santo fue acompañada por lo que habla del juicio de Dios (el fuego) contra el principio del pecado, o sea la carne, en los discípulos; pero cuando el Espíritu de Dios venía sobre el Señor Jesús, Dios el Padre expresó su pleno agrado: "este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento."
Los discípulos no solamente recibieron al Espíritu Santo, sino también "fueron todos llenos del Espíritu Santo." Todo cristiano tiene al Espíritu Santo, o no es cristiano: "si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él" (Rom. 8:9); pero no todo cristiano está lleno del Espíritu. En Efesios 5:18, se nos exhorta: "no os embriaguéis de vino, en lo cual hay disolución; mas sed llenos del Espíritu." Si nuestro ser está librado de esclavitud a los deseos naturales, o sea carnales, entonces el Espíritu de Dios nos puede llenar de todo lo que es de El: "hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando gracias siempre de todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Efe. 5:19, 20).
"Moraban entonces en Jerusalem judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo del cielo. Y hecho este estruendo, juntóse la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos? Partos y medos, y damitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Phrygia y Pamphylia, en Egipto y en las partes de Africa que está de la otra parte de arene, y romanos extranjeros, tanto judíos como convertidos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios" (vvss. 5-11). Es muy interesante contrastar este milagro de la gracia de Dios con aquel milagro del juicio de Dios en la antigüedad cuando era "toda la tierra de una lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que, como se partieron de oriente, hallaron una vega en la tierra de Shinar, y asentaron allí. Y dijeron los unos a los otros: Vaya, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y fuéles el ladrillo en lugar de piedra, y el betún en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuésemos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.
"Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un lenguaje; y han comenzado a obrar, y nada les retraerá ahora de lo que han pensado hacer. Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lenguas, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel [confusión], porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra" (Gén. 11:1-9).
¡ Qué contraste con todo aquéllo fue lo que tuvo lugar en el día de Pentecostés! Para demostrar que era obra del Dios sapientísimo y todopoderoso-es decir, la presencia del Espíritu Santo para formar la iglesia por Su bautismo-Dios hizo lo contrario de lo que aconteció en "Babel", de modo que gentes de todas las naciones debajo del cielo entendieron las maravillas de Dios en sus propias y diversas lenguas.
"Y estaban todos atónitos y perplejos, diciendo los unos a los otros: ¿Qué quiere ser esto? Mas otros burlándose, decían: Que están llenos de mosto.
"Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y hablóles diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalem, esto os sea notorio, y oír mis palabras. Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día; mas esto es lo que fue dicho por el profeta Joel:
"Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán,
"Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo: el sol se volverá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y será que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (vvss. 12-21).
Simón Pedro, lleno del Espíritu Santo e inspirado por Dios, discernió que ese pasaje habló de un derramamiento del Espíritu Santo, sobre toda carne. Fue la cosa característica que tuvo lugar en el día de Pentecostés, y no la profecía completamente cumplida, pues ni en el día de Pentecostés ni hasta el día de hoy se han visto prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; tampoco se ha vuelto el sol en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, (no el primer día de la semana, el domingo, sino) el día del juicio de Dios que va a introducir el milenio (véase 1ª Tes. 5:2, 3), el reino del Hijo del hombre en la tierra. La profecía entera del profeta Joel tendrá su cumplimiento en un día ya cercano cuando el Señor habrá primeramente levantado a la iglesia,—la compañía entera de creyentes de esta era cristiana,—al cielo y la casa del Padre.
Es importante notar aquí que la manifestación milagrosa del habla en lenguas no fue un asunto de voces ininteligibles, sino de palabras claramente entendidas por gentes de diversas naciones a pesar de que los que hablaron eran galileos no educados. ("Viendo la constancia de Pedro y de Juan, sabido que eran hombres sin letras e ignorantes, se maravillaban" (Hch. 4:13).
Es importante notar también que este pasaje citado del profeta Joel no trata del orden de culto en la iglesia cristiana. Se dice que mujeres profetizarán; pero en la asamblea cristiana no se permite que la mujer hable (1 Cor. 14: 34). En los Hechos 21:8-10, leemos que "Felipe el evangelista... tenía cuatro hijas, doncellas, que profetizaban," pero no dice que profetizaban en la iglesia. Fue un varón, "un profeta llamado Agabo" que dijo, o profetizó públicamente acerca de San Pablo: "Así atarán los judíos en Jerusalem varón cuyo es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles."
Una mujer piadosa hallará bastante que hacer entre la hermandad sin salir de su debido lugar para ocupar el púlpito.
"Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y prodigios y señales, que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis; a éste, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis por manos de los inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser detenido de ella. Porque David dice de él:
Veía al Señor siempre delante de mí:
Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Por lo cual mi corazón se alegró, y gozóse mi
lengua;
Y aun mi carne descansará en esperanza:
Que no dejarás mi alma en el infierno,
Ni darás a tu Santo que vea corrupción.
Hicísteme notorios los caminos de la vida;
Me henchirás de gozo con tu presencia.
"Varones hermanos, se os puede libremente decir del patriarca David, que murió, y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Empero siendo profeta, y sabiendo que con juramento le había Dios jurado que del fruto de su lomo, cuanto a la carne, levantará al Cristo que se sentaría sobre su trono; viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el infierno, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos" (vvss. 22-32).
¡Qué hecho más maravilloso!, que Jesús fue "entregado por determinado consejo y providencia (o presciencia) de Dios," como el "cordero sin mancha y sin contaminación, ya ordenado de antes de la fundación del mundo" (1a Pedro 1:19, 20). Fue "la determinación eterna" de Dios Padre que su unigénito Hijo se hiciera hombre y muriera la "muerte de cruz" por nosotros los pecadores. ¡ Qué maravilla! (véase Efe. 3:11, Fil. 2:8).
"¡Oh quéˆamor!, Dios, el Padre,
A suˆHijo envió
Aˆeste mundo perdidoˆa salvar."
Pero ¡ qué hecho más malo!, que el hombre, dada la oportunidad, crucificase al Hijo de Dios venido en bondad perfecta y en amor infinito para sacar al hombre del abismo de maldad.
"Mas el hombre al 'Santo
De Dios' noˆasignó
Nada sinoˆen la cruz el penar."
No obstante, el omnisciente y todopoderoso Dios,-por decirlo así,-aprovechó el acto más malo que el hombre jamás hubiera podido concebir y llevar a cabo: la crucifixión del Hijo de Dios, para llevar a cabo Su determinación eterna de que el hombre fuese reconciliado y perdonado todos sus pecados. ¡ Qué maravilla! ¡Y más! Dios resucitó a su Hijo de entre los muertos; la gloria del Padre demandaba que aquel que murió bajo el peso judicial de Dios a causa de nuestros pecados, fuese suelto de los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que Cristo fuese detenido de ella.
Pedro, inspirado por Dios, citó del Salmo 16 los vvss. 8-11 que hablan proféticamente del hecho de que Cristo sería levantado de la tumba y que su cuerpo no vería corrupción; "el infierno" en este pasaje no quiere decir "el lago de fuego," el destino final de los pecadores no arrepentidos, sino el lugar o estado invisible de los espíritus cuyos cuerpos son muertos. Este sitio se llama (literalmente) "el hades." Tiene dos aspectos. El rico no arrepentido murió y "fue sepultado; y en el infierno (el hades) alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vio a Abraham de lejos, y a Lázaro en su seno" (Lucas 16:22, 23). El rico estuvo en el lugar inferior, o bajo, del hades, del mundo invisible, y Lázaro en el lugar superior, o alto, del hades; el Señor Jesús también. (El dijo al ladrón arrepentido: "hoy estarás conmigo en el paraíso"—Luc. 23:43). Abraham, Lázaro y todos los santos de Dios que han muerto en cuanto al cuerpo mortal, aún están esperando la resurrección, pero la muerte no pudo detener el cuerpo de Jesús, que no vio corrupción, en la tumba, tampoco su espíritu en el hades, o lugar de espíritus desincorporados: ¡ Cristo resucitó!
"Desde la tumbaˆascendió,
Si, triunfante El resucitó!
Sobre todoˆel cetro Cristoˆha deˆempufiar,
Con sus santos para siempreˆha de reinar-
¡El triunfó! ¡sí,ˆEl triunfó!
Aleluya, El triunfó!"
"A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; empero él dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos
Por estrado de tus pies.
"Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo" (vvss. 3236).
El Espíritu Santo, testigo-El mismo-del hecho de que Cristo fue ensalzado a la diestra de Dios, vino al mundo, enviado por el Padre y por el Hijo, cumpliendo con la promesa que el Señor Jesús nos había dado (véase Juan 15:26), y manifestó su presencia en medio de los creyentes-ya incorporados en un solo cuerpo por el bautismo del mismo Espíritu-dándoles a hablar en lenguas perfectamente entendidas por los oyentes de muchas naciones. Y ¿cuál fue el testimonio del Espíritu Santo dado a los hombres? El mismo como David-hablando proféticamente en el Salmo 110:1,-dijo: que "el Señor" (Jehová) había dicho a su "Señor" (o sea amo, pues es una voz distinta de Jehová), es decir, a Cristo: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies." Entonces Pedro acusa a toda la casa de Israel de haber crucificado a Jesús y agrega que aquel que ellos habían crucificado, Dios había hecho-como hombre-Serien o sea el Jefe, y Cristo, o sea el Mesías. Qué contraste entre lo que hizo el hombre y lo que hizo Dios!
"Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Y Pedro les dice: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porqué para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación" (vv. 37-40).
Lo que los judíos habían oído de la boca de Pedro (inspirado de Dios, por supuesto), fue esta acusación grave: "Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo" (v. 36). El testimonio de Dios dado al hombre responsable, sea el judío o el pagano o el así llamado "cristiano", produce en él uno de los dos resultados definitivos: un corazón compungido, o sea el arrepentimiento; o un corazón endurecido o sea la rebelión contra Dios. Por lo menos, tres mil judíos se arrepintieron de su maldad de haber crucificado al Señor de la gloria, y a su Mesías Jesús, el Hijo de David según la carne e Hijo eterno de Dios; fueron compungidos de corazón y preguntaron: "z, qué haremos?"
Ahora bien, notemos cuidadosamente la respuesta de Pedro, la instrucción divinamente inspirada y particularmente apropiada en aquel momento para los judíos culpables por haber dado muerte al Señor Jesucristo: "Jesús...
Señor y Cristo." "Arrepentíos": tuvieron que arrepentirse de su mal hecho.
Actualmente, no hubo ni habrá jamás ninguna salvación para nadie, judío o gentil, aparte del arrepentimiento, aunque el arrepentimiento de por sí no salva; sin embargo, es de Dios (véase Rom. 2: 47). Pablo testificaba "a los judíos y a los gentiles arrepentimier to para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo"
(Hch. 20: 21). Luego Pedro les mandó bautizarse, cada uno, "en el nombre de Jesucristo." En los Hechos 8:16 leemos que los samaritanos "eran bautizados en el nombre de Jesús" (otras traducciones tienen, "del Señor Jesús"). En los Hechos 10:48 leemos que Pedro "les mandó bautizar en el nombre del Señor Jesús" a los gentiles que habían recibido ya al Espíritu Santo. Finalmente, en los Hechos 19: 3-5 leemos de ciertos creyentes que habían sido bautizados con "el bautismo de Juan," pero que no habían oído todavía el evangelio de la gracia de Dios acerca de la fe en nuestro Señor Jesucristo, muerto por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación. "Oído que hubieron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús." Pero, z no hav armonía entre estos pasajes debidamente entendidos, y el de Mateo 28: 19 dado a "los once discípulos": "por tanto, id, y doctrinad a todos los gentiles bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"? Sí, la hay. La frase, "er. el nombre del Señor Jesús," equivale a decir, "con la facultad que el Señor Jesús otorga," y puesto que con la venida del Hijo de Dios al mundo,-sellado por el Espíritu Santo y revelador del Padre.-la bendita Deidad fue revelada, entonces el bautismo con agua se lleva a cabo en -el nombre de Dios, plenamente revelado en las tres Personas de la Trinidad, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Por lo tanto, nos parece que un cristiano, bautizando a una persona, tiene autorización divina para expresarlo así: "con la facultad que nuestro Señor Jesucristo nos otorga, Ud. es (o tú eres) bautizado (a) en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo."
Notemos cuidadosamente lo agregado por Pedro: "bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo." Pero ¡ cuán distinto todo eso de lo que sucedió cuando Pedro predicó el evangelio más tarde a los gentiles: a Jesús, "a éste dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en El creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. Estando aún hablando Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el sermón.... Entonces respondió Pedro: ¿Puede alguno impedir el agua, para que no sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y les mandó bautizar en el nombre del Señor Jesús" (Hch. 10:43-48). Es bien claro que Dios no quiso dar el perdón de los pecados a los judíos culpables de la crucifixión de Su amado Hijo hasta que se hubiesen bautizado; e igualmente claro que a los gentiles, no sólo les dio el perdón de sus pecados, sino también el don del Espíritu Santo, antes de que fuesen bautizados con agua. Esto demuestra que el bautismo con agua no tiene nada que ver con la "remisión de pecados." "Sir, derramamiento de sangre no se hace remisión" (Heb. 9:22). Los judíos compungidos de corazón en el día de Pentecostés se apartaron de la nación culpable por medio del acto, visible a todos, del bautismo con agua, se manifestaron por ser ya aptos para recibir el perdón de sus pecados. Saulo de Tarso también se apartó de la nación culpable, se lavó públicamente de ese pecado grave de enemistad contra el Cristo de Dios: Ananías le dijo: "hermano Saulo,... ¿por qué te detienes? Levántate, y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre" (Hch. 22:13, 16). Saulo había sido perdonado de sus pecados delante de Dios tres días antes; ahora, bautizándose, se lavó ante la nación culpable de todos sus pecados contra Cristo y su pueblo. En cambio, con respecto a los gentiles odiados por los judíos, Dios quiso que Pedro y los "seis hermanos" que le acompañaron a la casa de Cornelio, el centurión romano, viesen con sus propios ojos y oyesen con sus propios oídos que El había perdonado a los gentiles también sus pecados, y les había dado su Santo Espíritu, sin previa obligación moral alguna de bautizarse con agua. Hay una armonía perfectísima entre todas las partes de las Sagradas Escrituras.
"Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare."
Cuán extensa la oferta divina del perdón de los pecados!: 1. "para vosotros," 2. "para vuestros hijos," y 3. "para todos los que están lejos." La oferta de salvación al carcelero de Filipos, hecha por Pablo y Silas, fue así: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y to casa" (Hch. 16: 31). Dios mismo es un Padre, y ha pensado en los anhelos ardientes (le sus hijos que son padres también. Por supuesto, la fe personal de un padre no basta para su hijo: éste también tendrá que arrepentirse de sus pecados y ejercer la fe personal en el Señor Jesucristo; sin embargo, la oferta de salvación dada a la cabeza de una familia abarca a todos en la casa, pero sólo por la ff el padre se la apropia para sí. Y Pedro probablemente no se dio cuenta de hasta adónde se extendería la promesa "para todos los que están lejos."
"Y con otras muchas palabras testificaba y exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación." No tenemos en las Sagradas Escrituras todo cuanto los apóstoles predicaron, sino solamente todo lo necesario para instruirnos de una manera cabal y comprensiva. En cuanto a la exhortación de Pedro, "sed salvos de esta perversa generación," notemos que él no dijo, "sed salvos de vuestros pecados," sino de "esta perversa generación," la nación culpable de los judíos que Dios iba a juzgar. La puerta de escape era bautizarse públicamente con agua en el nombre de Jesucristo, renunciando todo parentesco o conexión con los judíos: "así que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados: y fueron añadidos a ellos aquel día como tres mil personas" (v. 41). Los judíos compungidos de corazón, habiéndose manifestado por sinceramente arrepentidos, fueron perdonados sus pecados, y no solamente eso, sino también fueron añadidos a la iglesia (no "a ellos," letra cursiva introducida por los traductores) ya formada por el poder del Espíritu Santo: por el Espíritu de Dios bautizados (o incorporados) en el un cuerpo de Cristo (véase 11 Corintios, cap. 12).
¡ Qué milagro sublime de la gracia perdonadora de Dios!: "Tres mil" personas perdonadas del pecado de haber crucificado al Señor de la gloria: "su sangre sea *obre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mateo 27:25). ¡ Qué contraste con aquel día funesto en el cual el pueblo de Israel fue castigado por haberse hecho y adorado un ídolo, un becerro de fundición, y por haberse despojado para vergüenza entre sus enemigos; cayeron del pueblo... como tres mil hombres! (léase Exodo 32:19-28).
¿Qué hacían esos nuevos miembros de la iglesia en compañía con los demás miembros bautizados en un solo cuerpo en aquel día? "Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones" (v. 42). Aquí tenemos el banquillo de tres patas del cristiano. La primera parte de este verso puede traducirse así: "perseveraban en la doctrina y comunión apostólicas." La verdadera comunión depende de la verdadera doctrina. El cristiano se sienta bien en su banquillo de tres patas: una es la doctrina y la comunión apostólicas; otra es el partimiento del pan, y la tercera es las oraciones; mas puede ser que un cristiano retenga la sana doctrina apostólica y goce de comunión con otros cristianos; pero si no persevera en el partimiento del pan, si no cumple con el ruego amante de su Señor: "haced esto en memoria de Mí," él ha dejado su primer amor; se ha cortado de su banquillo una pata. En la iglesia de Éfeso había mucho que el Señor encomendó, mucho; pero a ella escribió por la mano de Juan: "tengo contra ti que has dejado to primer amor" (Apo. 2:2-4). Puede ser también que un cristiano esté tan ocupado en muchas cosas, aun la obra del Señor, que se olvida de las oraciones y pierde poco a poco su sentido de dependencia en el Señor, arriesgando una caída espiritual: se ha cortado otra pata del banquillo. Y, finalmente, el cristiano que no persevera en la doctrina apostólica será llevado "por doquiera de todo viento de doctrina": se ha cortado la última pata; el banquillo está en el suelo.
Leamos ahora de los resultados maravillosos engendrados entre los cristianos primitivos: "y toda persona tenía temor; y muchas maravillas y seriales eran hechas por los apóstoles. Y todos los que creían estaban juntos; y tenían todas las cosas comunes; y vendían las posesiones, y las haciendas, y repartíanlas a todos, como cada uno había menester" (vv. 43-45). Esa fue una comunidad bendita; no había ningún espíritu de egoísmo. Esos judíos cenvertidos, ya no judíos, sino cristianos (véase 1ª Cor. 10:32), fueron perseguidos tenazmente. Al bautizarse en el nombre del menospreciado Jesús de Nazaret, muchos fueron echados de sus hogares, y despojados de sus posesiones. Leamos el mensaje dirigido a los tales en Hebreos 10:32-34: "traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra parte hechos compañeros de los que estaban en tal estado. Porque de mis prisiones también os resentisteis conmigo, y el robo de vuestros bienes padecisteis con gozo, conociendo que tenéis en vosotros una mejor sustancia en los cielos, y que permanece". Entonces el amor de Cristo constreñía a los creyentes que tenían posesiones y haciendas, y ellos vendíanlas y repartíanlas a los que habían menester.
"Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo" (vv. 46, 47). Cada día ellos daban testimonio de Jesucristo, el Salvador, en el templo en donde los judíos inconversos se encontraban, es decir, en los pórticos y atrios públicos; pero no celebraban el partimiento del pan públicamente entre la gente inconversa, sino en sus hogares (como se hacía más tarde también en varios hogares de siervos fieles del Señor; véase Rom. 16:5; 1ª Cor. 16:19; Col. 4:15 y Filmn. 2).
"Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos" (v. 47). Fue el Señor, no el hombre, quien añadía a la iglesia, al cuerpo de Cristo, los judíos que en aquella época habían de ser rescatados de la nación culpable antes de que Dios la juzgara por el rechazamiento de su amado Hijo. Actualmente, o éramos judíos o éramos gentiles, "por gracia" somos "salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparé para que anduviésemos en ellas" (Efe. 2:8-10). ¡Aun hasta nuestras buenas obras, Dios las ha preparado de antemano para que andemos en ellas!