Capítulo 2

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Los primeros cuatro versículos de este capítulo son una exhortación basada en la precedente. Observemos esto: que esta epístola no comienza con una introducción apostólica, como las demás, sino que Pablo se pone enteramente entre estos creyentes judíos, y habla de Cristo como el Apóstol de ellos, no él mismo; y a todo lo largo del escrito expone todas las riquezas de Cristo, para guardarlos de que se deslicen de nuevo al judaísmo. Aunque el evangelio de la incircuncisión fue encomendado a Pablo, como el de la circuncisión lo fue a Pedro, sin embargo es Pablo el empleado para dirigirse a estos creyentes hebreos. En el capítulo 1:1,2, Dios «nos ha hablado»; esto es, Pablo se incluye a sí mismo entre ellos. En Hebreos no se habla a la iglesia como tal, sino a los santos de forma individual—no en su aspecto de unidad con Cristo. Incluso en la Epístola a los Romanos se dice: «Y a los que justificó, a éstos también glorificó»; pero aquí es sólo Él el presentado «coronado de gloria y de honra». Además, se debe observar que como el apóstol no está hablando aquí de la unión con Cristo, se apremia la responsabilidad; y de ahí brotan continuos «síes» condicionales y advertencias. Estas advertencias no tocan en abso­luto la perseverancia final de los santos, tal como se llama a esta doctrina; aunque yo quisiera más bien llamarla la perseverancia de Dios, Su fidelidad, porque es Él quien nos guarda hasta el fin. «Si en verdad permanecéis» (Col 1:2323If ye continue in the faith grounded and settled, and be not moved away from the hope of the gospel, which ye have heard, and which was preached to every creature which is under heaven; whereof I Paul am made a minister; (Colossians 1:23)) no arroja dudas sobre vuestra permanencia. En esta epístola apenas si se hace referencia a la obra vivificadora del Espíritu de Dios; sólo en uno o dos casos. En el capítulo 2:2, «la palabra dicha por medio de ángeles» se refiere a la ley promulgada en el Sinaí. Estos versículos se dirigen a toda la nación judía, mientras que sólo los que tuvieran fe recibirían la advertencia. Y quisiera observar que las advertencias de Dios no son meramente en contra del pecado, sino en contra de deslizarse de la verdad. Cristo vino al mundo no imputándoles sus transgresiones, pero ellos aña­dieron a su rebelión de corazón rechazando a Aquel que había venido a advertirles. Descuidar la salva­ción es menospreciarla. Por el rechazamiento de Cristo, los judíos se ataron sus pecados sobre sí mismos. Haber quebrantado la ley era ya cosa mala, pero peor aún era rechazar la gracia; y estos primeros versículos les apremian esto a ellos.
El propósito de Dios para el hombre (v. 5 y ss.) es el de ponerlo sobre todas las cosas, pero este propósito sigue aún sin cumplir. «El mundo venidero» no es el cielo, porque éste ya existe ahora; se trata de la tierra habitable, no esta tierra en su estado actual. Los judíos esperaban un nuevo orden de cosas; esperaban bendición y paz, y tenían razón, porque así será. Este mundo actual está sujeto a ángeles. La mano de Dios no se ve de manera directa, pero Sus ángeles son espíritus ministradores para los herederos de salvación. Todo lo que está en este mundo, por muy misericordiosamente que esté ordenado en providen­cia, constituye una prueba de pecado—la ropa que llevamos, las casas en que vivimos, etc. No era éste el propósito de Dios. Él no está ahora, como he dicho, actuando de manera directa. Él permite y pre­domina, pero atrae a Su propio pueblo fuera del mundo (liberándonos «del presente siglo malo», Gá 1:4), y luego le enseña a caminar por él como no siendo de él. Nos protege mediante Sus ángeles; ellos son Sus ministros en Sus tratos providenciales, v. 6. Pero es un Hombre quien ha de ser puesto sobre el mundo venidero. Una vez (en Adán) el dominio le fue entregado al hombre, pero lo perdió; v. 8, etc. El propósito de Dios, esto es, Su orden de cosas, no queda por ello afectado. Ahora vemos a Jesús coronado, y cuando nosotros lo seamos, entonces todas las cosas quedarán cumplidas. El Cabeza está ahora glorificado, y los miembros están aquí abajo en sufrimiento. Cristo está sentado a la diestra de Dios, esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por escabel de Sus pies.
Tomemos el Salmo 2 y comparémoslo con el Salmo 8. Dios dice: «Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte.» Cristo ha venido, y no está aún establecido como rey. Pero el Salmo 8 nos muestra que, aunque rechazado como Mesías, Jesús tomó el puesto de Hijo del hombre. Así que cuando Pedro lo confiesa como el Cristo, Jesús le manda rigurosamente que no lo diga a nadie, porque «le era necesario al Hijo del Hombre (su título en el Salmo 8) padecer mucho», etc. (Mr 8:31; cf. Lc 9:22; Mt 16:21). El pecado tiene que ser quitado antes que Dios pueda establecer Su reino. Estamos ahora pasando a través de este orden o estado de cosas que todavía no está puesto bajo Jesús. Cristo ha pasado a través de este mismo mundo, y ha sido tentado, antes de tomar Su puesto como Sacerdote, para poder auxiliar a los que son tentados. Esto no es pecado, porque no queremos simpatía en el pecado, sino ayuda y poder para salir fuera de él y vencerlo, y esto es lo que tenemos en Él. Él pasó en perfección, por medio de vituperio y tribulación. Satanás hizo todo lo que estaba en su poder para detenerlo en su curso de piedad, pero todo en vano. El Señor «resistió hasta la sangre». Tenemos que rogar a Dios que nos ayude a juzgar el pecado, cada uno por sí. La simpatía en la angustia y en el sufrimiento es otra cosa, y ésta la tenemos, así como el perdón.
He comenzado diciendo que había dos cosas: el propósito y los caminos de Dios. Ahora bien, es nuestro privilegio seguir esto último, mientras que lo primero permanece sin cumplir. En lugar de ser meramente el Hijo de David, Cristo es el Hijo del Hombre. Toma posesión en nuestra naturaleza—no, naturalmente, en el estado en que está en nosotros, pero con todo, en nuestra misma naturaleza. Ahora bien, en cuanto a los caminos de Dios, los vemos en los versículos 9 y 10: «Para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos,» etc. Observemos esto bien: nuestro pecado nos lleva al mismo lugar que, por la gracia de Dios, tomó Él. Cuando Cristo vino, como en el Salmo 40, para hacer la voluntad de Dios, la majestad de Dios necesitaba ser vindicada. Y quisiera decir sin ninguna vacilación que la verdad de Dios, Su justicia, Su amor, Su majestad, todo fue vindicado por la muerte de Cristo—sí, mucho más que lo habrían sido si todos hubiéramos muerto. Anticipando esto, dijo: «De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!» (Lc 12:50). Su amor no podía derramarse plenamente hasta entonces. En las palabras «convenía a aquel», encuentro el carácter de Dios, mientras que en la expresión «muchos hijos», encuentro a los objetos de Su amor. No podía llevarnos a la gloria en nuestros pecados. Tenemos a Cristo asumiendo la causa de este remanente: ¿y dónde comenzó Él, históricamente? Fue en el bautismo de Juan que Él se identificó exteriormente con Su pueblo, esto es, con los santificados; v. 11. Véase Salmo 16:2,3. Su asociación tuvo lugar con los santos; y no puede haber un paso en la vida divina en la que Cristo no vaya junto con nosotros. Cristo, en todo lo que Él es, está con nosotros en la más mínima fibra de la vida divina, desde el arrepentimiento a su inicio. No, naturalmente, que él tuviera nada de qué arrepentirse; sin embargo, Su corazón está con nosotros en ello. Esto es tan cierto ahora como lo será cuando se manifieste en gloria: v. 16. No hubo unión de Cristo con la carne. Los asociados de Cristo son los excelentes de la tierra; mientras que en gracia uno de Sus más entrañables títulos fue: «amigo de publi­canos y pecadores.»
El versículo 12 es una cita del Salmo 22:22, donde Jesús, en resurrección, asume el puesto de director de la alabanza de Sus hermanos. Nuestros cánticos deberían por esto siempre concordar con los Suyos; y si nuestra adoración expresa incertidumbre y duda en lugar de gozo y certidumbre en el sentido de la redención consumada, no puede haber armonía, sino discordia, con la mente del cielo.
El versículo 13 es una cita del Salmo 16, donde, como también en otros pasajes, Cristo toma en la tierra el puesto del Hombre dependiente. Él es así descrito de manera especial en el Evangelio de Lucas, donde se le registra tantas veces orando. Luego: «He aquí yo y los hijos que Dios me dio». Este pasaje de Isaías 8:18 es de particular aplicación a estos creyentes hebreos. Mientras espera a Israel, Él y Sus discípulos constituyen señales.
En el versículo 14 encontramos la consecuencia de Su asociación con nosotros. En estos últimos versículos tenemos estas dos cosas: Que Él tomó nuestra naturaleza para poder morir; y también para poder ir a través de la tentación. Nosotros estábamos vivos bajo la muerte; entonces viene Cristo, y toma sobre Sí todo el poder de Satanás y de la muerte, y destruye así a aquel que tenía el poder de la muerte. Mediante Su muerte, hizo la propiciación por el pecado. Los sentimientos de Su alma, y las tentaciones de Satanás, tuvieron lugar antes de Su muerte, en el huerto de Getsemaní, donde su lenguaje fue: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte» (Mt 26:38). Esto era debido al poder de Satanás, porque Él dijo: «Ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas» (Lc 22:53). Pero Él pasó a través de todo ello como parte de los padecimientos que tenía señalados. En los primeros tres Evangelios tenemos Su clamor en Getsemaní. En Juan tenemos Su recuerdo de Su madre, y Sus otros clamores («¡Tengo sed!» y «¡Consumado es!») en la cruz; y concuerda con el carácter de Aquel evangelio en el que se da Su aspecto divino. Después que terminara su conflicto con Satanás, Cristo tomó la copa de manos de Su Padre. Los que fueron enviados a arrestarle no tenían poder alguno contra Él, porque todos cayeron al suelo; pero Él se entregó. Satanás apremió la copa sobre Él, pero Él la tomó de manos de Su Padre.
Por lo que respecta a la tentación, espero poder hablar más acerca de ella en otra ocasión. Sólo quiero decir ahora que socorrernos no es morir en lugar de nosotros; pero ahora que voy a través de este mundo necesito socorro. El arca en el Jordán era como Cristo precediéndonos a nosotros a través de las aguas de la muerte, que para Él inundaron las riberas, mientras que nosotros seguimos a pie enjuto. Porque, ¿qué es morir para el cristiano? Es pasar de toda tristeza a la presencia del Señor—el momento más dichoso en la existencia de un cristiano.