Hechos 21

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"Y habiendo partido de ellos, navegamos y vinimos camino derecho a Coas, y al día siguiente a Rhodas, y de allí a Pátara" (v. 1).
"Vinimos camino derecho." I Cuán importante es que el cristiano vaya por camino derecho, no por el torcido. "Tus ojos miren lo recto, y tus párpados en derechura delante de ti. Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean ordenados. No te apartes a diestra, ni a siniestra; aparta to pie del mal" (Prov. 4:25-27).
"Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y partimos" (v. 2).
El Señor había enviado a Pablo a los gentiles, pero éste tomó la dirección a Jerusalem, llevando consigo a sus compañeros de milicia, a pesar de las amonestaciones del Espíritu Santo de que no fuese allí. Pero halló un barco que le llevara hacia Jerusalem. Así fue con Jonás: el Señor le había enviado al este, a Nínive; pero Jonás "halló un navío que partía para Tarsis" (Jonás 1:3), al oeste, y entró en él.
Se nota aquí un principio importante: las circunstancias favorables para nuestros propósitos no son por sí indicaciones de que estemos en afinidad con la voluntad del Señor. "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jere. 17:9). Se refiere al corazón del religioso tanto como al del impío. El cristiano debe estar siempre dependiendo del Señor, "orando por el Espíritu Santo" (Judas 20), siendo guiado según la Palabra de Dios y la voluntad de Dios, y no según sus propias ideas e ilusiones.
"Y como avistamos a Cipro, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y vinimos a Tiro; porque el barco había de descargar allí su carga. Y nos quedamos allí siete días, hallados los discípulos, los cuales decían a Pablo, por Espíritu, que no subiese a Jerusalem. Y cumplidos aquellos días, salimos acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la ribera, oramos. Y abrazándonos los unos a lo sotros, subimos al barco, y ellos se volvieron a sus casas" (vv. 3-6).
Al pasar por Cipro, probablemente Pablo se acordó de su primer "compañero de milicia," el apóstol Bernabé, que le dejó por apreciar más la compañía de su sobrino, Juan Marcos, con quien se fue a Cipro, donde había nacido (véase Hch. 15: 36-39). Hay un refrán común que dice: "la sangre es más espesa que el agua," dando a entender que estamos muy propensos a ser influenciados en nuestro juicio espiritual por causa de los parientes.
En aquel entonces no era difícil encontrarse con los cristianos en un lugar extranjero. El mundo conocía a los seguidores de Cristo, a los cuales llamaban "cristianos" (Hch. 11:26). Su luz brillaba. No había ningunas divisiones o sectas, sino una sola iglesia cristiana que testificaba de Cristo su Señor.
¡ Qué gozo tuvo el apóstol y su compañía al encontrar discípulos en Tiro! El evangelio, sin apóstol, se había extendido hasta este puerto en Siria de los gentiles. Ellos aprovecharon bien el tiempo de la descarga del navío para tener comunión mutua con los discípulos, quienes fielmente advirtieron a Pablo a que no subiese a Jerusalem. ¡ Se multiplicaban las exhortaciones, pero él, decidido en su propósito, no las escuchó! Pero el amor de los unos por los otros no se enfrió, y al partir Pablo y sus compañeros, fueron acompañados por todos los discípulos (tal vez no muchos), sus mujeres y sus hijos. Oraron juntamente en la ribera del mar, se abrazaron y se despidieron.
"Y nosotros, cumplida la navegación, vinimos de Tiro a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día" (v. 7).
¡ Cuán rápidamente los creyentes se encontraron los unos a los otros en aquel entonces! Limitados Pablo y sus compañeros de viaje a un solo día (caso que hasta el día de hoy se presenta a veces entre los obreros del Señor), buscaron a los creyentes de Tolemaida y se quedaron con ellos.
"Y otro dia, partidos Pablo y los que con él estábamos, vinimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, el cual era uno de los siete [diáconos, Hch. 6: 5], posamos con él" (v. 8).
Felipe fue escogido por la multitud como un diácono que sirviera en los quehaceres cotidianos; pero el Señor, la cabeza de la iglesia, le había dotado como "evangelista" Efe. 4:7-11). Así que leemos en Hch. cap. 8, de cómo Felipe evangelizó a los samaritanos (vv. 5-12). Después fue enviado a dar el evangelio al etíope, eunuco (vv. 26-39). Este se fue por su camino gozoso, y Felipe, arrebatado por el Espíritu del Señor, "se halló en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea" (v. 40). Muchos años después se hallaba nuevamente, en Cesarea, y recibió a Pablo y a sus compañeros en su casa. Felipe es el único en todo el Nuevo Testamento llamado, "el evangelista." El había seguido fiel y perseverante anunciando las buenas nuevas.
"¡ Trabajad! j trabajad! pues no-en vanoˆal (Señor
Aún servía en su campo doˆhay mucha labor; Uno puede sembrar, otro ha de segar,
Val fin todos con Cristo se han de gozar."
"Y éste tenía cuatro hijas, doncellas, que profetizaban" (v. 9). No sabemos cuántos hijos tenía Felipe, pero había cuatro solteras en su familia que no solamente eran creyentes, sino también "profetizaban." Eran señoritas apartadas de "las cosas que están en el mundo" (1ª Juan 2:15). Amaban al Señor y eran muy espirituales. Tenían discernimiento espiritual y podían profetizar, es decir, sabían hablar la palabra en sazón. El testimonio paterno y espiritual de Felipe en su hogar y el de su esposa-fueron bendecidos por Dios para la salvación y la santificación de sus hijas. Pero no predicaban públicamente, sino particularmente, porque el ministerio público de la palabra de Dios no es encomendado a la mujer.
Hay otros lugares para el ministerio de la mujer y es un ministerio muy necesario, el cual el varón no puede, ni debe usurpar. Característicamente, el ministerio del varón es público, el de la mujer privado. La práctica demasiado común entre mujeres cristianas de rebelarse contra el orden divino, dio lugar al mandamiento del Señor escrito en 1ª Corintios 14:34, 35:
"Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley dice. Y si quieren aprender alguna cosa, pregunten en casa a sus maridos; porque deshonesta cosa es hablar una mujer en la congregación".
Las cuatro hijas de Felipe ni siquiera hicieron uso de la palabra para amonestar a Pablo, huésped en la casa de su padre: "y parando nosotros allí por muchos días, descendió de Judea un profeta, llamado Agabo; y venido a nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalem al varón cuyo es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles" (vv. 10, 11).
Desde Judea el mismo Dios mandó a un profeta-Agabo-para hacer saber gráfica-mente a Pablo lo que le iba a suceder en Jerusalem." "Lo cual como oímos, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalem" (v. 12). Pero toda exhortación fue en vano. "Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y afligiéndome el corazón? porque ye no sólo estoy presto a ser atado, mas aun
a morir en Jerusalem por el nombre del Señor Jesús. Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor" (vv. 13, 14).
El gran afecto que Pablo tuvo por sus "hermanos... mis parientes según la carne" (Rom. 9:3) lo llevó fuera del camino que el Señor le había señalado "Ye te tengo que enviar lejos a los gentiles" (Hch. 22: 21).
"Y después de estos días, apercibidos, subimos a Jerusalem. Y vinieron también con nosotros de Cesaren algunos de los discípulos, trayendo consigo a un Mnasón, Cyprio, discípulo antiguo, con el cual posásemos" (vv. 15, 16).
Pablo se había quedado "muchos días" en Cesarea; y el amor engendrado en los corazones de algunos de los discípulos les hizo acompañarle hasta Jerusalem, a pesar de la profecía de Agabo de que "prisiones" le esperaban.
Habían de posar con un discípulo antiguo, Mnasón, un cyprio, que tenía casa en Jerusalem. En casi toda asamblea cristiana, no importa cuán pequeña sea, hay a lo menos una familia "siguiendo la hospitalidad" (Rom. 12:13). Nadie puede estimar la bendición que resulta de ello. Nombradas en la Biblia hay muchas: las casas de Abraham y Sara, de Aquila y Priscila, de Estéfanas, de Filemón y Apphia, y otras.
(véase Gén. cap. 18; Rom. 16:3-5; 1ª Cor. 16:15; Filemón 2). Es un "trabajo de amor" (1ª Tes. 1:3). Cierta vez un siervo del Señor muy conocido, llegó a una gran ciudad capital. Se presentaron varias hermanas en Cristo, damas de alta categoría, queriendo tener al maestro muy dotado por huésped en casa; pero él les dio las gracias a todas, y preguntó: "¿Quién es el hermano que suele alojar a cualquier siervo del Señor?" Luego fue llevado a esa su casa humilde.
"Y cuando llegamos a Jerusalem, los hermanos nos recibieron de buena voluntad. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y todos los ancianos se juntaron; a los cuales, como loa hubo saludado, contó por menudo lo que Dios había hecho entre los Gentiles por su ministerio" (vv. 17-19).
En Jerusalem-igualmente como en su propia asamblea de Antioquía-Pablo relató lo que DIOS HABIA HECHO, no lo que Pablo había hecho. (comp. Hch. 14:27). El servía "al Señor con toda humildad" (Hch. 20:19). Bien hacemos en seguir su ejemplo: "Sed imitadores de mí como ye de Cristo" (1ª Cor. 11:1).
"Y ellos como lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celadores de la ley: mas fueron informados acerca de ti, que enseñas a apartarse de Moisés a todos los judíos que están entre loa gentiles, diciéndoles que no han de circuncidar a los hijos, ni andar según la costumbre. ¿Qué hay pues? La multitud se reunirá de cierto: porque oirán que has venido. Haz pues esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen voto sobre sí: tomando a éstos contigo, purifícate con ellos, y gasta con ellos, para que rasuren sus cabezas, y todos entiendan que no hay nada de lo que fueron informados acerca de ti; sino que tú también andas guardando la ley.
"Empero cuanto a los que de los gentiles han creído, nosotros hemos escrito haberse acordado que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo que fuere sacrificado a los ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de fornicación.
"Entonces Pablo tomó consigo aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, hasta ser ofrecida ofrenda por cada uno de ellos" (vv. 20-26).
El Espíritu Santo ya había advertido a Pablo repetidas veces a que no fuese a Jerusalem, por lo que fue obligado a someterse a las ceremonias y ritos judaicos (de los cuales los creyentes en el Señor Jesús en Jerusalem no se habían librado todavía por falta de entendimiento espiritual), l hasta purificarse y hasta que fuese ofrecida ofrenda (por el pecado) por él! El Espíritu no hace ningún comentario, sólo nos da, históricamente, a saber los resultados del paso que Pablo tomó en falso.
Podemos aprender una lección saludable de todo eso: si desobedecemos en un punto la guía del Espíritu Santo que mora en nosotros los hijos de Dios, perdemos luego su dirección de todo y nos encontramos como un barco sin timón a no ser que la gracia de Dios intervenga.
¿Cómo era posible que Pablo, purificado con la fe su corazón, perdonado ya todos sus pecados, y una vez firme en la libertad con que Cristo nos hizo libres, volviese otra vez a las ordenanzas de la ley mosaica? Hay que tomar en cuenta que él era completamente hebreo y que sólo el gran amor para con su pueblo según la carne le hizo errar.
"Y cuando estaban para acabarse los siete días, unos judíos de Asia, como le vieron en el templo, alborotaron todo el pueblo y le echaron mano, dando voces: Varones Israelitas, ayudad: Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, y la ley, y este lugar; y además de esto ha metido gentiles en el templo, y ha contaminado este lugar santo. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, efesio, al cual pensaban que Pablo había metido en el templo. Así que, toda la ciudad se alborotó, y agolpóse el pueblo; y tomando a Pablo, hiciéronle salir fuera del templo, y luego las puertas fueron cerradas" (vv. 27-30).
Pablo, el apóstol de la vocación celestial, dejó a su compañero cristiano Trófimo en la ciudad, y se hizo otra vez participante de la vocación terrenal, entrando en el templo ya abandonado por su Señor. De allí fue sacado a la fuerza, y LUEGO LAS PUERTAS FUERON CERRADAS. No volvió nunca a entrar en el templo judaico.
¿Le amaba menos el Señor Jesús? De ninguna manera! Es el motivo que da valor al acto. El Señor conocía el corazón de Pablo y su extraordinario amor para el mismo pueblo de Israel que el Señor desde siglos antes había amado y había procurado ganar, pero en vano. "Me volvieron la cerviz, y no el rostro" (Jere. 2: 27).
"Y procurando ellos matarle [a Pablo], fue dado aviso al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalem estaba alborotada; el cual tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y ellos como vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de herir a Pablo" (vv. 31, 32).
No sabemos quién fue el mensajero que llevó el aviso oportuno al tribuno, pero entendemos que fue enviado por el Señor, el cual le perdonó a Pablo la vida cuando él comenzó a sufrir las consecuencias de no haber escuchado las numerosas amonestaciones del Espíritu Santo de que no fuese a Jerusalem. Cuán misericordioso es el Señor! ¿No lo hemos probado, cada uno de nosotros, sus redimidos?
"Entonces llegando el tribuno, le prendió, y le mandó atar con dos cadenas; y preguntó quién era, y qué había hecho. Y entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó llevar a la fortaleza. Y como llegó a las gradas, aconteció que fue llevado de los soldados a causa de la violencia del pueblo; porque multitud de pueblo venía detrás, gritando: Mátale." (vv. 33-36).
Esos judíos eran de la misma generación de gente que clamaban a Pilato: "¡Crucifícale! ¡crucifícale!" insistiendo a que matase a su Mesías, Jesucristo.
"Y como comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dice al tribuno: ¿Me será lícito hablarte algo? Y él dijo: ¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel egipcio que levantaste una sedición antes de estos días, y sacaste al desierto cuatro mil salteadores?
"Entonces dijo Pablo: Ye de cierto soy hombre judío, ciudadano de Tarso, ciudad no oscura de Cilicia; empero ruégote que me permitas que hable al pueblo. Y como él se lo permitió, Pablo, estando en pie en las gradas, hizo serial con la mano al pueblo. Y hecho grande silencio, habló en lengua hebrea, diciendo: Varones hermanos y padres, oíd la razón que ahora os doy. (Y como oyeron que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio)" (cap. 21:37-40 y 22:1, 2).
Pablo, al contestar al tribuno, le hizo saber que él era ciudadano de Tarso, ciudad libre reconocida por el gobierno romano, cuyos habitantes en su mayoría eran ciudadanos romanos por nacimiento. Luego le rogó que se le permitiera hablar al pueblo, queriendo Pablo aprovechar cualquier oportunidad para hablarles de su Mesías y Salvador, Jesucristo. El tribuno, sin duda muy impresionado por el dicho de Pablo, le dio permiso y Pablo se dirigió a ellos en su propia lengua hebrea, por lo que guardaron más silencio.