Lucas Capítulo 22

Luke 22  •  11 min. read  •  grade level: 13
Listen from:
Acercándose Al Final De La Vida Del Señor; Los Principales Sacerdotes Y Judas; La Pascua
En el capítulo 22 comienzan los detalles del final de la vida de nuestro Señor. Los principales sacerdotes, temerosos del pueblo, buscan la forma de matarle. Judas, bajo la influencia de Satanás, se ofrece como instrumento, para que ellos puedan prenderle en ausencia de la multitud. El día de la Pascua se acerca, y el Señor prosigue con lo que pertenecía a Su obra de amor en estas inmediatas circunstancias. Pondré atención en los puntos que pertenecen al carácter de este Evangelio, en el cambio que se produjo en relación inmediata y directa con la muerte del Señor. De este modo, Él deseó comer esta última Pascua con sus discípulos, porque no la iba a comer más hasta que se cumpliese en el reino de Dios, es decir, mediante Su muerte. No bebe más vino hasta que el reino de Dios venga. Él no dice, hasta que Él lo beba nuevo en el reino de Su Padre (como en Mateo 26:29), sino solamente que Él no lo bebería hasta que el reino viniese: precisamente como los tiempos de los Gentiles son considerados como algo presente, así también el cristianismo aquí, el reino como es ahora, no el milenio. Observemos también qué expresión tan conmovedora de amor tenemos aquí: Su corazón necesitaba este último testimonio de afecto antes de dejarlos.
El Fundamento Del Nuevo Pacto
El nuevo pacto está fundamentado en la sangre bebida aquí en figura. El antiguo se había acabado. Se requería sangre para establecer el nuevo. Al mismo tiempo, hay que decir que el pacto mismo no fue establecido; pero todo fue hecho de parte de Dios. La sangre no fue derramada para consolidar un pacto de juicio como fue el primero; ella fue derramada para aquellos que recibieran a Jesús, mientras esperan el momento en que el pacto mismo sería establecido con Israel en gracia.
La Ignorancia E Inocencia De Los Discípulos
Los discípulos, creyendo las palabras de Cristo, ignoran, y se preguntan unos a otros, cuál de ellos sería el que le traicionaría, una sorprendente expresión de fe en todo aquel que la pronunciaba—pues ninguno, excepto Judas, tenía una mala conciencia—una expresión que señalaba la inocencia de ellos. Y al mismo tiempo, pensando en el reino de una forma carnal, ellos disputan por el primer lugar en él; y esto, en presencia de la cruz, a la mesa donde el Señor les estaba dando las últimas muestras de Su amor. Había sinceridad de corazón, pero ¡qué corazón el que tiene esta verdad! En cuanto a Él, había tomado el lugar más bajo, y ese lugar—como el más excelente para el amor—era de Él solo. Ellos tenían que seguirle lo más cercanamente que pudieran. Su gracia reconoce que así lo habían hecho, como si Él fuese el deudor de ellos al cuidarlos durante Su tiempo de dolor en la tierra. Él lo recordaba. En el día de Su reino, y de entre aquellos que le hubieran seguido, ellos tendrían doce tronos, como cabezas de Israel.
Zarandeados Por Satanás, El Señor Ruega Por Ellos
Pero ahora era un asunto de pasar por la muerte; y, habiéndole seguido hasta aquí, ¡qué oportunidad del enemigo para zarandearlos puesto que ellos ya no podían seguir al Señor, como hombres vivos en la tierra! Todo lo que pertenecía a un Mesías vivo había sido subvertido, y la muerte estaba allí. ¿Quién podía pasar por ella? Satanás iba a aprovecharse de ello, y deseaba tenerlos para zarandearlos. Jesús no busca evitarles a Sus discípulos este zarandeo. No era posible, pues Él debía pasar por la muerte, y la esperanza de ellos estaba en Él. No pueden escapar de esto: la carne debía ser sometida a la prueba de la muerte. Pero Él ruega por ellos, para que la fe de uno, a quien Él menciona especialmente, no faltase. Simón, vehemente en la carne, se expuso más que ninguno al peligro al que una falsa confianza en la carne podía conducirle, pero en el cual ésta no podía sostenerle. Siendo, no obstante, el objeto de esta gracia de parte del Señor, su caída proveería el medio de su fortaleza, al conocer lo que la carne era, y también al conocer la perfección de la gracia; él estaría capacitado para fortalecer a sus hermanos. Pedro afirmó que podía hacer cualquier cosa—las cosas mismas en las que fracasaría totalmente. El Señor le advierte brevemente acerca de lo que él haría realmente.
La Advertencia Anticipada De Cambio En La Ausencia Del Señor; El Poder Del Enemigo
Luego, Jesús toma ocasión para prevenirlos de que todo estaba a punto de cambiar. Durante Su presencia aquí abajo, el verdadero Mesías, Emanuel, los había resguardado de todas las dificultades; cuando los envió a través de todo Israel, no les faltó de nada. Pero ahora (pues el reino no venía aún en poder) ellos estarían expuestos, al igual que Él, al desprecio y la violencia. Humanamente hablando, ellos tendrían que cuidar de sí mismos. A Pedro, siempre atrevido, tomando las palabras del Señor literalmente, se le permitió poner al desnudo sus pensamientos exhibiendo dos espadas. El Señor le detiene con una palabra que le mostró que era inútil ir más lejos. Ellos no estaban capacitados para eso en aquel momento. En cuanto a Él, prosigue con perfecta tranquilidad Sus hábitos diarios.
Abrumado en espíritu por lo que se acercaba, Él exhorta a Sus discípulos a orar, para que no entren en tentación; es decir, para que cuando llegara el momento de ser puestos a prueba, caminando con Dios, esto fuera para ellos ocasión de mostrar obediencia a Dios, y no un medio para alejarse de Él. Existen tales momentos, si Dios permite que vengan, en los que todo es puesto a prueba mediante el poder del enemigo.
El Hombre Perfecto, Dependiente, En Getsemaní
La dependencia del Señor como hombre es entonces exhibida de la manera más sorprendente. La escena entera de Getsemaní y de la cruz, en Lucas, es el hombre dependiente perfecto. Él ora: Él se somete a la voluntad de Su Padre. Un ángel le fortalece: este era el servicio de ellos para con el Hijo del Hombre. Más tarde, en profundo combate, Él ora con más fervor: como hombre dependiente, Él es perfecto en toda Su dependencia. La intensidad del conflicto hace más profunda Su relación con el Padre. Los discípulos estaban angustiados al sólo ver la sombra de lo que llevó a Jesús a orar. Ellos se refugian en el olvidadizo sueño. El Señor, con la paciencia de la gracia, repite Su advertencia, y la multitud llega. Pedro, sintiéndose confiado al ser advertido, durmiendo ante la cercanía de la tentación cuando el Señor oraba, golpea cuando Jesús se entrega para ser llevado como oveja al matadero, y entonces, ¡cuán lamentable! él niega al tiempo que Jesús confiesa la verdad. Pero, sumiso como el Señor era a la voluntad de Su Padre, muestra claramente que Su poder no se había apartado de Él. Sana la herida que Pedro infligió al siervo del sumo sacerdote, y luego permite que se lo lleven, con la observación de que esa era la hora de ellos y la potestad de las tinieblas. ¡Triste y terrible asociación!
El Juicio Inicuo; La Defección De Pedro; El Hijo Del Hombre Es El Hijo De Dios
En toda esta escena contemplamos la completa dependencia del hombre, el poder de la muerte sentido, como una prueba, en toda su fuerza; pero aparte de todo aquello que estaba sucediendo en Su alma y delante de Su Padre, en lo cual vemos la realidad de estas dos cosas, había la más perfecta tranquilidad, la calma más gentil para con los hombres,—gracia que nunca se contradice. Así, cuando Pedro le niega como Él había predicho, Él le mira en el momento apropiado. Toda la puesta en escena de ese juicio mentiroso no distrae Sus pensamientos, y Pedro es quebrantado mediante esa mirada. Cuando es interrogado, Él tiene poco que decir. Su hora había llegado. Sometido a la voluntad del Padre, aceptó la copa de Su mano. Sus jueces no hicieron más que cumplir esa voluntad, y le traen la copa. No da ninguna respuesta a la pregunta de si Él es el Cristo. Ya no era el tiempo de hacerlo. Ellos no lo habrían creído—y tampoco le hubieran respondido si Él les hubiera hecho preguntas que hubieran sacado la verdad a la luz; tampoco le hubiesen dejado marchar. Pero Él ofrece el más claro testimonio del lugar que, desde esa hora, tomó el Hijo del Hombre. Esto lo hemos visto repetidamente al leer este Evangelio. Él se iba a sentar a la diestra del poder de Dios. Vemos también que es el lugar que ocupa en el presente. Ellos sacan inmediatamente la conclusión correcta: “¿Luego eres tú el Hijo de Dios?” (Lucas 23:70). Él da testimonio de esta verdad, y todo termina; es decir, queda pendiente la pregunta de si Él era el Mesías—eso había pasado para Israel—Él iba a sufrir; Él es el Hijo del Hombre, pero de ahora en adelante solamente como entrando en la gloria; y Él es el Hijo de Dios. Todo había terminado con Israel en cuanto a su responsabilidad; la gloria celestial del Hijo del Hombre, la gloria personal del Hijo de Dios pronto iba a resplandecer; y Jesús (cap. 23) es conducido a los Gentiles, para que todo se cumpla.