Hechos 28

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"Y cuando escapamos, entonces supimos que la isla se llamaba Melita. Y los bárbaros nos mostraron no poca humanidad; porque, encendido un fuego, nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que venía, y del frío. Entonces habiendo Pablo recogido algunos sarmientos, y puéstolos en el fuego, una víbora, huyendo del calor, le acometió a la mano. Y como los bárbaros vieron la víbora colgando de su mano, decían los unos a 'os otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado de la mar, la justicia no deje vivir. Mas él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún mal padeció. Empero ellos estaban esperando cuándo se había de hinchar, o caer muerto de repente; mar habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, mudados, decían que era un dios" (vv. 1-6).
El Señor Jesús, desde el cielo, reveló al apóstol Pablo (y a ningún otro) las verdades celestiales características de la iglesia a fin de que él, mediante sus enseñanzas verbales y escritos inspirados, las comunicara a los cristianos de aquel entonces y hasta que venga el Señor para arrebatar a la iglesia al cielo, poniendo fin a esta dispensación de la gracia de Dios. El diablo siempre procuraba matar a Pablo: en Jerusalem los judíos le atacaron (Hch. 21:30, 31); en el viaje hacia Roma los soldados intentaron matarle (Hch. 27:42, 43); y en la isla de Melita una víbora (figura de saña diabólica) le acometió. Pero el Señor siempre protegía a su siervo, conforme a su promesa fiel (véase Hch. 23:11). Y cuando Pablo no sufrió ningún mal, el Señor aprovechó el incidente, permitiendo que los bárbaros viesen la potencia de Dios manifestado en Pablo. Luego, en vez de ser una víctima de la serpiente, fue muy respetado por todos.
"En aquellos lugares había heredades del principal de la isla, llamado Publio, el cual nos recibió y hospedó tres días humanamente. Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebres y de disentería: al cual Pablo entró, y después de haber orado, le puso las manos encima, y le sanó. Y esto hecho, también los otros que en la isla tenían enfermedades, llegaban, y eran sanados; los cuales también nos honraron con muchos obsequios; y cuando partimos, nos cargaron de las cosas necesarias" (vv. 7-10).
Pablo, después de haber orado, usó su don de sanidad para curar al padre de Publio y a otros tantos enfermos, acreditando así las buenas nuevas de Dios que anunciaba por dondequiera. Aunque no está escrito que Pablo predicó el evangelio en Melita (o aun durante el viaje marítimo), podemos estar seguros de que él no callaba.
"Así que, pasados tres meses, navegamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla, la cual tenía por enseña a Cásior y Pólux. Y llegados a Siracusa, estuvimos allí tres días. De allí, costeando alrededor, vinimos a Regio; y otro día después, soplando el austro, vinimos al segundo día a Puteolos: donde habiendo hallado hermanos, nos rogaron que quedásemos con ellos siete días; y luego vinimos a Roma; de donde, oyendo de nosotros los hermanos, nos salieron a recibir hasta la plaza de Appio, y Las Tres Tabernas; a los cuales como Pablo vio, dio gracias a Dios, y tomó aliento. Y como llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto de los ejércitos, mas a Pablo fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardase" (vv. 11-16).
Se terminó el viaje marítimo cuando arribaron a Puteolos. Al desembarcar Pablo y sus compañeros encontraron un grupo de hermanos en Cristo. Ellos rogaron que los viajantes se quedasen con ellos una semana. ¡Qué maravilla! Parece que el centurión accedió a su deseo, aunque su deber era llevar a los presos sin demora innecesaria a la jurisdicción del emperador. (léase Prov. 21:1).
Hacía tiempo que Pablo les había escrito su epístola a los hermanos en Roma. Ahora, al ver algunos de ellos, "tomó aliento." ¡Qué gran consuelo!
"Y como llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto de los ejércitos, mas a Pablo fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardase.
"Y aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos; a los cuales, luego que estuvieron juntos, les dijo; ye, varones, hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra los ritos de la patria, he sido entregado preso desde Jerusalem en manos de los romanos; los cuales, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mi ninguna causa de muerte. Mas contradiciendo los judíos, fui forzado a apelar a César; no que tenga de qué acusar a mi nación. Así que, por esta causa, os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy rodeado de esta cadena" (vv. 16-20).
"La esperanze de Israel" es el Señor Jesucristo, su gran Mesías; así fue escrito de El en el Antiguo Testamento: "¡Oh Jehová, esperanza de Israel! todos los que te dejan, serán avergonzados; y los que de Mí se apartan, serán escritos en el polvo; porque dejaron la vena de aguas vivas, a Jehová" (Jere. 17:13). Jehová del Antiguo Testamento es Jesús del Nuevo.
"Llamarás su nombre JESUS, porque El salvará a su pueblo de sus pecados" (Matt. 1:21). ¿El pueblo de quién? ¡Israel el pueblo de Jehová!
Desde la conversión de Saulo de Tarso, hasta su llegada a Roma, su predicación de Cristo, que es el Hijo de Dios, fue contradicha por los judíos, los cuales, además, procuraron matarle.
Ahora, ¿cuál fue la actitud de los judíos vueltos a Roma algunos años después del edicto del emperador Claudio, que los había echado fuera de Roma?
"Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido cartas tocante a ti de Judea, ni ha venido alguno de los hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti. Mas querríamos oir de ti lo que sientes; porque de esta secta notorio nos es que en todos lugares es contradicha. Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales declaraba y testificaba el reino de Dios, persuadiéndoles lo concerniente a Jesús, por la ley de Moisés y por los profetas, desde la mañana hasta la tarde. Y algunos asentían a lo que se decía, mas algunos no creían" (vv. 21-24).
Cuando el Señor Jesús, ya resucitado de entre los muertos, reprendio la insensatez de los dos discípulos en el camino hacia Emmaus, El, "comenzando desde Moisés, y de todos los profetas, declarables en todas las Escrituras lo que de él decían" (Luc. 24:27). Y Pablo habló en la misma forma a los judíos en Roma, pero ellos eran inconversos, no discípulos, y sólo una parte de ellos recibieron la palabra con fe.
"Y como fueron entre sí discordes, se fueron, diciendo Pablo esta palabra: Bien ha hablado el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis; porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y de los oídos oyeron pesadamente, y sus ojos taparon, porque no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y ye los sane. Séaos pues notorio que a los gentiles es enviada esta salud de Dios; y ellos oirán. Y habiendo dicho esto, los judíos salieron, teniendo entre sí gran, contienda" (vv. 25-29).
Cuando los pobres judíos oyeron que Dios iba a bendecir a los gentiles en vez de ellos, no quisieron oir más, y se fueron. Así terminó su triste historia de incredulidad escrita en el libro de los Hechos, la de una oposición tenaz a la gracia de Dios.
"Pablo empero, quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento" (vv. 30, 31).
Pablo estaba impedido de moverse libremente, pero seguía predicando el reino de Dios y lo tocante del Señor Jesucristo, a pesar de la cadena de César; y les animaba a los creyentes en Roma: "muchos de los hermanos en el Señor, tomando ánimo con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor" (Fil. 1:14). Sentía pena también, puesto que algunos predicaban a "Cristo por envidia y porfía" (Fil. 1:15). Pero dijo: "¡Qué pues? Que no obstante, en todas maneras, o por pretexto, o por verdad, es anunciado Cristo; y en esto me huelgo, y aun me holgaré" (Fil. 1:18).
Durante su prisión en una casa alquilada, él escribió las siguientes epístolas: Efesios, Filipenses,
Colosenses, Filemón y Hebreos (ésta es anónima, pero su contenido revela quién fue el autor). Cuánto bien resultó del encarcelamiento de Pablo para la Iglesia del Señor!
De dos ó tres pasajes en estas epístolas, deducimos que Pablo fue libertado después de haber aparecido la primera vez ante Nerón: "fui librado de la boca del león" (2ª Tim. 4:/ü). Léanse Fil. 1:23-26; Filemón 22; Heb. 13:23.
Así se cumplió la palabra profética del Señor Jesús: "instrumento escogido me es éste, para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque ye le mostraré cuánto le sea menester que padezca por mi nombre" (Hch. 9:15, 16).
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