Capítulo 3

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El primer título de nuestro Señor en este capítulo está relacionado con la primera parte de la epístola; el segundo, esto es, el sacerdocio, se refiere a lo que sigue luego. En el capítulo 1 también tenemos Su calificación para ser el Apóstol; en el capítulo 2, Su cualificación para el Sacerdocio. Él era el Mensajero Divino para el testimonio que iba a traer a la tierra; y ha ascendido a las alturas para ejercer Su Sacerdocio en favor de un pueblo necesitado aquí donde Él ha estado. «Dios manifestado en carne, justificado en el Espíritu ... recibido arriba en gloria», refiriéndose al hecho de que Él vino aquí abajo y que se hizo hombre. Tiene que estar en el Lugar Santo a fin de poder llevar a cabo Su obra como Sacerdote; pero tiene que ser un hombre. Por ello, lo que fue en la tierra le equipó, por así decirlo, para esta obra. Hay un tercer carácter relacionado con Cristo que se expone en este tercer capítulo: es Cristo puesto «sobre su casa».
En esta epístola no se expone en absoluto la unidad del cuerpo; se expone un Mediador hablando a Dios por nosotros y hablándonos a nosotros de parte de Dios: «Retengamos nuestra profesión» (4:14), etc. Si hablara de la unidad del cuerpo, es inseparable. Hay un Espíritu Santo que une a los miembros a la Cabeza: «vosotros en mí y yo en vosotros». Pero no es así aquí. Por ello, de lo que se está hablando es de la profesión, y de la posibilidad de que no sea una verdadera profesión. Pero aún suponiendo que sea sincera, «estamos persuadidos de cosas mejores», etc. (cap. 6). Podrían existir todos estos privilegios, pero ningún fruto, sino una apostasía. Estos hebreos habían hecho una pública profesión de haber abrazado a Cristo, y habían recibido un llamamiento celestial. Al hablar del cuerpo de Cristo, sabemos que es perfecto: no existe la posibilidad de que entre en él un falso miembro; pero en una congregación viva puedo dirigirme a ella con la esperanza de que todos sean santos, pero el final lo demostrará. Nadie puede decir el final, si todos perseverarán: pero si hay vida, sabemos que sí perseverarán.
«Apóstol de nuestra profesión»—no se podía decir Apóstol de vida. No podremos comprender nunca esta epístola de manera apropiada a no ser que comprendamos esta verdad. En Efesios, donde el tema es más el cuerpo, no encuentro una expresión de este tipo: «para santificar al pueblo mediante su propia sangre.»
El hecho de que no se comprenda el carácter de esta epístola es la razón de que muchas almas se vean puestas a prueba y ejercitadas por los pasajes que encuentran en ella. Encuentran que se les habla con la posibilidad de que no tengan vida, y que por ello mismo no persistan hasta el final. La iglesia presupone un cuerpo en el cielo. «Llamamiento celestial» no implica necesariamente que porque sean llamados al cielo, sean parte del cuerpo de Cristo. El reino y el cuerpo son cosas distintas. «Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia» es también más amplio que el reino. El reino implica un rey; un cuerpo implica una cabeza. La iglesia es preciosa para Dios. Todo lo que Cristo tenga, lo tengo yo; la misma vida, la misma justicia, la misma gloria. Si mi mano se duele, digo que soy yo el que se duele. Pablo fue convertido por esta verdad: «¿Por qué me persigues?» Muestra lo que ha hecho la gracia por nosotros: nos ha sacado de nosotros mismos. El cuerpo de Cristo muestra la plenitud de la redención, y el propósito de Dios acerca de ella. Pero otro aspecto del pueblo de Dios es que anda aquí en debilidad, pero poseyendo este llamamiento celestial. En esta condición necesito a Uno en el cielo; y no hay una debilidad, una necesidad, un dolor, una pena, una ansiedad, que no atraiga simpatía y ayuda de parte de Cristo. Esto suscita mis afectos hacia Él. Pero antes de entrar a tratar el sacerdocio, se habla de Moisés como tipo: «Cristo Jesús, el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.» La casa es el lugar donde mora Dios; y hay otra cosa ahí; el Cabeza de la casa que la administra.
Dios ha ido al encuentro de Su pueblo en conformidad a la necesidad en que se encontraban. En Egipto necesitaban redención, y Él acude a redimir. En el desierto estaban morando en tiendas, y Él también tuvo una tienda. Al entrar en la tierra necesitaban a Uno que los introdujera, y ahí encontramos al Príncipe del ejército de Jehová. Luego, cuando están en la tierra, Él edifica Su palacio, Su templo. Hay reposo. No hemos llegado aún al templo—no tenemos reposo: tenemos el tabernáculo ahora, y «aún queda reposo». Existía un templo cuando se dirigió la palabra a estos hebreos, pero no era para nosotros.
El templo es una morada para Dios. Nunca hubo morada para Dios hasta que entró la redención. La Escritura nunca habla del hombre recuperando la inocencia, ni la imagen de Dios. Dios no moraba con Adán, aunque fuera a pasear con él al fresco del atardecer. Tampoco habitó con Abraham. Él «ha dado la tierra a los hijos de los hombres»—«Los cielos son los cielos de Jehová.» Pero cuando se introduce la redención, Dios está formando algo para Sí mismo. Así, en Éxodo 15:13 «morada» se refiere a lo que tenían en el desierto (Éx 29:44-46), pero el versículo 17 se refiere al reposo al final.
Abraham tuvo visitas (Abraham morará en el cielo), pero Dios no podía tener morada entre los hombres hasta que les hubiera dado a conocer la redención. La naturaleza y el carácter de Dios demandan esto. El amor es el carácter de Dios: para gozar de Dios debo estar con Él. La santidad es Su naturaleza. Somos hechos hijos de Dios («El esclavo no queda en la casa para siempre», etc.). Por la naturaleza divina que nos es comunicada podemos encontrarnos cómodos en aquella casa de Dios, y la redención nos da título a ella.
El cristiano individual es ahora un templo; pero lo temporal y provisional es que Dios ahora mora con nosotros. La plena bendición es que moraremos con Dios; Juan 14. No voy allí para estar a solas allí, sino para teneros allí conmigo. «Voy, pues, a preparar lugar para vosotros.» En el versículo 23 el padre y el Hijo hacen morada con nosotros hasta que nosotros somos tomados para morar con ellos. Que Dios tenga una casa, como concepto general, es la consecuencia de la redención. Aquí en hebreos se alude más a ello en el aspecto de administración que en el de morada. «Morada de Dios» es lo actual. «Templo» es futuro en Efesios 2. En Hebreos es mencionado de una manera más amplia y general porque aquí hace referencia a la profesión. El que hizo todas las cosas es Dios. En un sentido, la creación es Su casa; en otro, Cristo traspasó los cielos, como Sumo Sacerdote, entrando en el cielo de los cielos (a través de los dos velos, tal como se representaba en el tipo), hasta el lugar santísimo. En un tercer sentido, el cuerpo de la cristiandad profesante es Su casa, «la cual casa somos nosotros», etc.: los santos. Puede que haya hipócritas entre ellos; pero son «juntamente edificados para morada de Dios», etc. Cristo tiene allí la administración, como Hijo sobre Su propia casa. Moisés era tan sólo un siervo en el edificio. En esto tenemos una inmensa consolación: primero, porque está perfectamente gobernada; segundo, cuando observamos la casa podemos ver en ella una multitud de fallos que han acontecido; pero a través de todos los fracasos Aquel que administra la casa no puede fracasar. Por ello, aunque todos buscan lo suyo, no lo que es de Cristo Jesús, Pablo podía decir: «Regocijaos en el Señor siempre» (Fil 4:4; cf. 2:21). Hay Uno a quien nada se le escapa. Cualquiera que tenga una verdadera solicitud por la iglesia de Dios nunca tiene por qué abandonar su confianza. Pablo, al contemplar a los Gálatas, ve tantas cosas erradas que no sabe qué pensar acerca de ellos; cambia su tono al dirigirse a ellos. Los que estáis bajo la ley, oíd la ley. Pero en el siguiente capítulo les dice: «Yo confío respecto de vosotros en el Señor» (5:10). Cristo está sobre su propia casa. Dos cosas siguen entonces: Él lo tornará todo en bendición—Pablo en la cárcel, etc.; y también dará bien presente. Cuando todas las coyunturas y ligamentos no actúan como debieran, se experimenta tanto más el ministerio inmediato de Cristo. Cristo lo conecta todo con Su gloria, y la fe conecta la gloria del Señor con el pueblo del Señor. Así lo hizo Moisés. La fe no dice solamente que el Señor es glorioso, y que Él proveerá el medio para Su propia gloria, sino que ve el medio para ella. Moisés dijo: «Perdona al pueblo», cuando estaba con Dios; y cuando descendió entre ellos «cortó al pueblo», porque estaba vivo para la gloria de Dios (en la cuestión del becerro de oro en el campamento).
Tenemos que contar con Cristo con respecto a la iglesia, no con ella misma. Así, Pablo, cuando ha de ser juzgado por Nerón, emite sentencia, por así decirlo, sobre sí mismo (Fil 1:23-25); decide que será absuelto. ¿Por qué? Porque ve que es lo más necesario para ellos—una sola iglesia. Fue la enseñanza divina y la fe en ejercicio lo que le hizo emitir este juicio.
Hay fracaso aquí abajo por parte de la iglesia con respecto a la responsabilidad, pero Cristo tiene una perfecta autoridad en Su iglesia, y tiene interés en ella. No tenemos que hacer reglas para la iglesia: es el Amo quien ha de gobernar la casa, no los siervos. Hay un Amo, y es Cristo. Él está sobre la iglesia, y no la iglesia sobre Él. «La cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza», etc. (He 3:6). ¡Ah!, dice la gente, no estés demasiado confiado, porque hay un «si» condicional. Pero os quiero preguntar: ¿Qué es lo que tenéis? ¿Lo que él apremia es que no lo dejéis ir. ¿Se tiene que usar esto para estorbar mi confianza? ¿Qué creían ellos? Que Cristo había venido. Que era para ellos un Salvador celestial, y esto es mucho mejor que uno de terreno. No dejéis ir esto. Hay un temor de abandonar esta confianza, no de estar demasiado confiados. ¿De qué tengo que desconfiar? ¿De mí mismo? ¡Ah!, no puedo desconfiar suficientemente de mí mismo. ¿Pero desconfiáis de Cristo? ¿Acaso se oscurecerá jamás Su ojo, o se enfriará Su corazón? ¿Dejará acaso de interceder? Una prueba de que soy una verdadera piedra en la casa es que retengo la confianza, etc. Aquellos sumos sacerdotes bajo la antigua dispen­sación estaban de continuo en pie; pero Él se ha sentado, porque la obra está toda consumada. Ellos necesitaban un nuevo sacrificio para cada pecado: el pecado nunca era quitado. Necesitaban una nueva absolución de parte del sacerdote cada vez que surgía el pecado. Pero ahora dice: «Nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades» (8:12). Si estás bajo la ley, la cosa es distinta; entonces no tienes confianza. Si hablas de desconfianza, ¿de qué desconfías? Si confías en absoluto en el hombre, es prueba de que no ves que estás perdido. Si abandonas la confianza en ti mismo y dices; Ya estoy perdido, entonces la cosa es distinta. Nadie que haya llegado realmente a la redención tiene confianza en sí mismo en su propia alma; y ningún cristiano dirá: deberías desconfiar de Cristo. Nuestro privilegio es tener confianza en Cristo como una peña bajo nuestros pies, y regocijarnos en la esperanza de la gloria de Dios. Su justicia ha llevado a Cristo a la gloria como hombre, y la misma justicia me llevará a mí allí.
¿Dirá alguien: «No sé si tengo parte en ello»? Estás bajo la ley; Dios puede estar arando tu alma—ejercitándola para bien; pero no has sido llevado a aceptar la justicia de Dios. En este estado, el alma no ha aceptado la justicia de Dios para sí, en lugar de la nuestra para Él. Sigues dependiendo de tu propio corazón para consuelo y certidumbre. Es cosa muy seria llegar a tener el alma tan vacía de todo que sólo ha de aceptar lo que Dios puede dar. Es cosa terrible encontrarse en presencia de Dios sin nada que decir ni presentar. Nunca se tiene amor para Cristo hasta que se está salvo; y esto es la obra del Espíritu de Dios. El pródigo encontró lo que era por lo que era su padre. ¿Dudó él acaso de su seguridad cuando tenía a su padre abrazándole?
El resto de este capítulo trata del pueblo de Israel—del pueblo profesante en el desierto. No entraron en la tierra, sino que sus cadáveres cayeron en el desierto. Habla de ellos en el camino. El «Hoy» citado del Salmo 115 nunca se cierra para Israel hasta que Dios haya llevado al remanente al final de Sus tratos con ellos, después que la iglesia haya sido tomada al cielo.
Versículo 14. «Participantes» es la misma palabra que se traduce «compañeros» en el capítulo 1. Sois compañeros de Cristo si formáis parte de esta compañía. Este lugar con los compañeros es vuestro si vais hasta el fin. Esta clase de declaración no afecta a la seguridad de los santos. Tanto los cal­vinistas como los arminianos podrían decir: Llegará al cielo si se mantiene firme hasta el final. La certidumbre de la salvación es la certidumbre de la fe, y no aquello que excluye la dependencia de Dios para cada momento. No abrigo duda alguna de que Dios guardará a cada uno de Sus santos hasta el final; pero tenemos que correr la carrera para obtener la gloria eterna. Manteniendo la fidelidad de Dios, es importante, con ello, mantener el sentido llano de pasajes como el presente, que actúan sobre la conciencia como advertencia en el camino. No hay incertidumbre, pero sí hay el ocuparse en nuestra propia salvación con temor y temblor. En 1 Corintios 9:27 se distingue entre el cristianismo personal y predicar a otros. No es cuestión de la obra, sino de la persona siendo eliminada, esto es, desaprobada o réproba, esto es, no cristiana. Compárese 2 Co 13. En Romanos 2 se habla de la vida eterna como resultado de un curso que complace a Dios. Es indudable que es Su gracia la que da el poder; pero es resultado de un curso productor de fruto. En una palabra, es igualmente cierto que tengo vida eterna, y que prosigo hacia la vida eterna. Dios lo ve como una existencia, pero nosotros tenemos que separarlo en el tiempo. Haz este camino, y poseerás lo que está al final del mismo. Esto no interfiere con la otra verdad de que Dios guardará a los Suyos, y que nadie los arrebatará de Su mano. Nuestro Padre viene a decir: Éste es mi hijo, y yo lo guardo a todo lo largo del camino, y me cuido de que se mantenga en él.