Capítulo 4:1-17: La fe en relación con la carne, el mundo y el diablo

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Santiago pasa a abordar otro asunto que estaba perturbando la paz en la comunidad de judíos cristianos. Los tres grandes enemigos del cristiano: la carne, el mundo y el diablo, actuaban sin control en las vidas de muchos que profesaban ser salvos. El problema era que algunos de los judíos que habían profesado fe en el Señor Jesús no habían hecho una ruptura real con sus antiguas vidas de mundanalidad y estaban introduciendo estas costumbres en la asamblea. Aunque habían sido educados en el judaísmo, una religión que les expuso al verdadero conocimiento de Dios, eso no significaba que todos tuvieran fe. Había una multitud mezclada entre los judíos en el judaísmo. Cuando muchos de ellos se declararon convertidos al cristianismo y empezaron a moverse entre las filas cristianas, trajeron consigo sus costumbres mundanas. La triste evidencia de estos tres enemigos obrando en medio de ellos se podía ver en las “guerras y los pleitos” que eran comunes entre ellos. De nuevo, esto ponía en duda si eran realmente salvos.
Un fuerte indicador de que una persona es realmente salva se verá en su actitud hacia estos tres enemigos. Un verdadero creyente los verá a la luz que la Biblia los presenta: como enemigos de Dios y el hombre (Efesios 2:1-3). Característicamente, un verdadero cristiano juzga la carne y anda en separación del mundo que está bajo el control del diablo (1 Juan 5:18-19). Puede, a veces, descuidarse y permitir a la antigua naturaleza tomar lugar en su vida, y así actuar en la carne, o puede descuidarse con sus asociaciones con el mundo, pero el cristianismo normal se caracteriza porque los hijos de Dios juzgan la carne y andan separados del mundo. Si una persona no manifiesta esta característica en su vida, y regularmente anda en la carne y en mundanalidad, nos hace preguntarnos la realidad de su fe profesada. Por lo tanto, Santiago usa el juicio del cristiano sobre la carne, el mundo y el diablo como otra prueba de su fe. Habla de la carne en los versículos 1-3, el mundo en los versículos 4-6 y el diablo en el versículo 7.
•  La carne es un enemigo interno.
•  El mundo es un enemigo externo.
•  El diablo es un enemigo infernal.
Estos enemigos trabajan juntos como una coalición de fuerzas, con el diablo como “el comandante en jefe”, por así decirlo. La carne es un enemigo detrás de las líneas del frente, que está dentro del creyente y trabaja en comunicación con el mundo y el diablo.
En última instancia, el designio de Satanás es mancillar la gloria de Cristo en este mundo y alejar a la gente de Él y del Evangelio de la gracia de Dios. Como los cristianos llevan el nombre de Cristo, Satanás ataca a los cristianos. Si consigue que deshonren el nombre que llevan introduciendo el pecado en sus vidas, entonces podrá lograr su cometido. En gran medida, esto ha sucedido porque la gente ve a esos cristianos como hipócritas y, por lo tanto, a menudo se alejan del cristianismo. Los verdaderos cristianos han representado tan mal a Cristo en este mundo, que es un milagro que alguno crea. Un triste ejemplo de esto es lo que dijo Gandhi, un activista político de la India: “Si no fuera por los cristianos, ¡yo habría sido uno!”.
Satanás ha intentado anular el testimonio cristiano ante el mundo perturbando la unidad dentro de la comunidad cristiana y haciendo que los cristianos anhelen cosas mundanas. Como se ha mencionado, esto proyecta una imagen ante el mundo de que los cristianos son infelices y que no pueden llevarse bien juntos, y por lo tanto, no hay nada realmente en el cristianismo.
La carne
Versículo 1.— Santiago habla primero sobre la actividad de la carne: la naturaleza pecaminosa caída en el creyente. Pregunta: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?” La palabra traducida “guerras”, en el lenguaje original, tiene el sentido de una batalla prolongada y de larga duración, mientras que “pleitos” se refiere a una disputa específica. Demuestra que algunos conflictos entre hermanos tienen una larga historia, y que otros son simplemente casos aislados.
Al preguntarles esto, Santiago quería que consideraran cuál era el origen de sus conflictos y que juzgaran su causa. (Algunas versiones usan la palabra “fuente” en este versículo). Responde a su pregunta con otra pregunta: “¿No son de vuestras concupiscencias, las cuales combaten en vuestros miembros?” El uso que Santiago hace de la palabra “miembros” aquí no se refiere a nuestra pertenencia al cuerpo de Cristo, sino a los miembros de nuestro cuerpo físico. Además, la palabra “concupiscencias” en la RVA debería ser traducida como “placeres”. Esto indica que no sólo tenían deseos lujuriosos en sus corazones, sino que también satisfacían esos deseos entregándose a placeres pecaminosos. Por lo tanto, al hacer esta segunda pregunta, Santiago estaba señalando la evidencia de un serio problema espiritual en sus almas. Ellos le estaban dando permiso a la carne en sus vidas, y esto solo estaba despertando la carne más y más, y se estaba manifestando en otras áreas aparte de la búsqueda de placer; estaba alimentando los conflictos que ellos estaban teniendo en sus relaciones personales. Esto nos muestra que el problema de conflictos entre hermanos puede ser rastreado por permitir que la carne actúe sin control en otras áreas de nuestras vidas personales. Todas estas cosas vienen de la misma raíz: la carne.
Este estado de cosas entre hermanos ciertamente no es la voluntad de Dios. En Efesios 4:1-4, el Apóstol Pablo enseñó que la primera responsabilidad que tenemos como parte del cuerpo de Cristo es mantener la unidad del Espíritu. Dijo que esto sólo puede lograrse cuando cada miembro del cuerpo se caracteriza por la humildad, la mansedumbre, la longanimidad y la paciencia. Sin embargo, el tema de la interacción de los miembros del cuerpo de Cristo no es la línea de ministerio de Santiago y, por lo tanto, no se menciona aquí. No obstante, el amor y la unidad entre los creyentes son temas que aparecen en todo el Nuevo Testamento y que deberían caracterizar a la Iglesia en su testimonio. Es triste decirlo, pero ha faltado entre los cristianos durante siglos.
Versículos 2-3.— Estos versículos nos dicen como la carne trabaja para provocar luchas y contiendas. Comienza con “concupiscencia” desenfrenada en el corazón por poseer algo. Esto es codicia. La concupiscencia puede crecer tan fuerte en una persona que en casos extremos puede llevar a “matar” para lograr lo que quiere. Cuando la persona “no puede alcanzar” y gratificar sus deseos de concupiscencia, su frustración será descargada en otras áreas de su vida. Se hará evidente en la persona que es una fuente de problemas entre sus hermanos. Esta persona “combatirá y guerreará”. También será evidente en su vida de oración. O no orará por ello (“no pedirá”), o si ora, “pedirá mal” porque tiene motivos ocultos. Ya que su objetivo es “gastar en sus deleites [placeres]”, no recibirá lo que pide.
Esto nos muestra que Dios mira el corazón cuando presentamos nuestros pedidos en oración. Él no sólo escucha nuestras palabras, sino que escudriña los motivos de nuestros corazones, y si descubre que tenemos motivos ocultos en las cosas que pedimos, esas cosas no nos serán concedidas. Por lo tanto, es muy posible orar por cosas totalmente correctas con motivos totalmente erróneos, y, por supuesto, serán denegadas.
El pecado de la codicia corre por todos los corazones humanos (Marcos 7:22), pero parece serlo especialmente en el corazón de un judío. La raza en su conjunto parece empeñada en ganar riquezas. Cuando ese pecado corre sin control en la comunidad cristiana, seguramente habrá luchas y contiendas. Cuando tomamos en consideración el hecho de que algunas de las personas a las que Santiago estaba escribiendo ni siquiera eran salvas, es bastante comprensible que hubiera tal tensión. Un hombre de mente celestial y un hombre de mente terrenal nunca verán las cosas de la misma manera.
Para ayudarles a ver correctamente la carne, el mundo y el diablo, y a juzgar la actividad de esta coalición maligna, Santiago aborda una serie de cosas feas que resultan de dar rienda suelta a estas cosas en la vida de un cristiano. Los estragos que producen en todos los aspectos de la vida son horribles:
•  Guerras y pleitos: versículo 1a.
•  Búsqueda del placer: versículos 1-2.
•  Falta de oración: versículo 2b.
•  Codicia: versículo 3.
•  Deslealtad a Cristo: versículo 4a.
•  Mundanalidad: versículo 4b.
•  Falta de fuerza para resistir al diablo: versículo 7.
El mundo
Versículo 4.— Santiago continúa hablando del resultado inevitable de una persona que vive con concupiscencias descontroladas: se volverá al mundo para satisfacer esos deseos. Cuando la carne no se mantiene bajo control en la vida de un creyente, trabajará en conjunto con el mundo y el diablo, y entonces esos enemigos lo alejarán de Dios, prácticamente hablando. Por lo tanto, Santiago nos advierte contra el pecado de la mundanalidad. Dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios?” (LBLA). (La RVA añade la palabra “adúlteros”, pero hay poca o ninguna autoridad manuscrita para esto. La Iglesia es vista en las Escrituras en género femenino y no masculino [2 Corintios 11:2; Efesios 5:23-32; Apocalipsis 19:7-9]). Lo que Santiago quiere decir aquí es que acudir al sistema del mundo para satisfacer nuestros deseos es adulterio espiritual; es realmente infidelidad al Señor. Amar las cosas pasajeras de este mundo (1 Juan 2:17) es no ser fiel al Señor. El deseo de posesiones materiales y placeres es codicia, que es idolatría (Colosenses 3:5). El mal de la idolatría es que establece un ídolo en nuestros corazones que rivaliza con Cristo por nuestra atención y afectos (Ezequiel 14:3). Todo eso es infidelidad espiritual a Él.
Además, “el mundo” se encuentra en un estado de rebelión abierta contra Dios. Ha mostrado su odio por Cristo y lo ha expulsado. ¿Cómo es posible que un cristiano de mente recta quiera tener comunión con el mundo? Tenerla es infidelidad al Señor. Deberíamos ser amistosos con las personas del mundo, pero no debemos ser amigos de personas mundanas. Hablamos aquí de complicidad con el mundo, no de interacciones “a distancia” en los negocios, etc.
El mundo es visto de tres maneras diferentes en Las Escrituras:
•  Como un lugar donde vivimos (planeta Tierra) y al cual Cristo vino a morir por los pecadores (Marcos 16:15; Hechos 17:24; 1 Timoteo 1:15; Hebreos 1:2).
•  Como un sistema de asuntos y actividades que el hombre ha organizado en un intento de mantenerse feliz y satisfecho en su alienación a Dios. Como el hombre es una criatura compleja con muchos intereses y deseos, el sistema mundial se ha construido con muchos departamentos: político, comercial, religioso, de entretenimiento, deportivo, etc. (Juan 16:33; Romanos 12:2; Gálatas 6:14; 1 Corintios 2:12; 3:19; Tito 2:12; 2 Pedro 1:4; 2:20; 1 Juan 2:16; 5:19). Es una sociedad donde Cristo está excluido (Juan 1:10-11; 1 Corintios 2:6-8).
•  Como personas perdidas que están envueltas en el sistema mundial (Juan 1:10b; 3:16-17; 17:23).
Santiago está hablando de los últimos dos aspectos del mundo. Dice: “Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Es una afirmación que nos hace reflexionar. Está diciendo que nuestra actitud hacia el mundo declara claramente nuestra actitud hacia Dios. Si tomamos una posición con el mundo, ¡estamos tomando una posición contra Dios! No hay terreno neutral en esto. La salvación nos ha hecho pasar de ser enemigos de Dios a ser amigos de Dios (Romanos 5:10). Por su confesión, cuando una persona responde a la llamada de Dios y viene a Cristo, está haciendo una clara ruptura con el mundo que crucificó a Cristo. Darse la vuelta después de ser salvo y tomar una posición de amistad con el mundo es una negación práctica de nuestra confesión como cristianos. Cualquiera que lo haga pone en duda su confesión en cuanto a si es verdaderamente salvo. Continuar en la amistad habitual con el mundo es una prueba de incredulidad, y podría significar que la persona no es salva en absoluto. Santiago, por lo tanto, utiliza el principio de separación del mundo como otra prueba de la realidad de la fe de una persona.
Versículo 5.— Dice: “¿Pensáis que la Escritura dice sin causa: El espíritu que mora en nosotros codicia para envidia?”. Su punto aquí es que las Escrituras no nos advierten de este tipo de concupiscencias mundanas sin razón; son muy peligrosas y “batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Santiago nos está preguntando si realmente pensamos que el Espíritu de Dios que mora en nosotros nos llevaría a codiciar las cosas del mundo. Sería absurdo pensar que el Espíritu de Dios llevaría a un cristiano a algo que es tan odioso para Dios.
Al leer este versículo, podríamos preguntarnos qué Escritura del Antiguo Testamento estaba citando Santiago. Sin embargo, no se estaba refiriendo a un versículo en específico, sino que estaba hablando de todo el tenor de las Escrituras. En general, el mensaje de las Escrituras condena los deseos mundanos. Por lo tanto, ¿cómo podrían pensar que Dios estaría contento con ellos siguiendo un curso de amistad con el mundo, ya sea con la gente o con el sistema?
Versículos 6-7a.— Santiago se anticipa a que alguien diga que no es capaz de romper los lazos de las relaciones que desde hace tiempo mantiene en el mundo, y responde: “Mas Él da mayor gracia”. Es decir, independientemente de lo fuerte que sea la atracción hacia el mundo, la gracia de Dios es suficiente para enfrentarla y vencerla. Él dará gracia a cada persona ejercitada para que pueda vencer al mundo, y alejarse de este. Todo lo que tenemos que hacer para recibir esta gran gracia es humillarnos ante Él. En consecuencia, Santiago dice: “Dios resiste á los soberbios, y da gracia á los humildes”. Soberbia —el deseo de ser bien visto por ciertas personas— a menudo suele ser la causa que una persona no quiera romper con el mundo. Si un creyente valora más su amistad con el mundo que su amistad con el Señor Jesús, y antepone sus deseos a los de Cristo, entonces que entienda que Dios resiste a los soberbios; Su gracia no será dada a tales. Pero si una persona está verdaderamente ejercitada sobre los yugos desiguales que tiene con el mundo (2 Corintios 6:14-17) y se humilla a sí mismo ante Dios, Dios derramará Su ilimitado suministro de gracia para la situación y le ayudará a alejarse de sus asociaciones mundanas. Santiago da entonces la única conclusión lógica a todo este asunto: “Someteos [sujetaos] pues á Dios; resistid al diablo, y de vosotros huirá”. Eso es todo, “someterse” a Él (a lo que Él ha dicho en Su Palabra con respecto al mundo) y buscar Su gracia para apartarse del mundo y sus asociaciones. El poder de la vida cristiana reside en someterse a Dios.
El diablo
Versículos 7b-10.— Santiago continúa hablando sobre el tercer enemigo del cristiano: el diablo. Así como Faraón trató de hacer que los hijos de Israel regresaran a Egipto después de haber salido de él (Éxodo 14), así este enemigo quisiera hacer que el creyente regresara al mundo. (Faraón es un tipo de Satanás). Por lo tanto, Santiago dice: “Resistid al diablo, y de vosotros huirá”. Podríamos preguntarnos cómo podemos resistirlo cuando es mucho más fuerte que nosotros. Es verdad; fuerza contra fuerza no somos rivales para Satanás, pero nosotros tenemos a Dios de nuestra parte. “El que en vosotros está, es mayor que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Podríamos haber pensado que Santiago nos diría que huyéramos del diablo, pero es todo lo contrario. Debemos mantenernos firmes y no comprometer ningún aspecto de la verdad que se nos ha dado.
La gran pregunta es: “¿Cómo lo hacemos?”. Santiago procede a darnos la clave para resistir al diablo con éxito. Le resistimos acercándonos a Dios. Esto se puede ver en el hecho que Santiago añade en su exhortación respecto al diablo: “Allegaos á Dios, y Él se allegará á vosotros” (versículo 8a). Cuando nos dedicamos a la oración, a la lectura de la Palabra de Dios y a la meditación (Hebreos 4:16; 10:19-22), nos allegamos a Dios, y Él se allega a nosotros. El resultado es que tenemos comunión juntos. Si nos encontramos en la presencia de Dios, el diablo no se quedará cerca de nosotros. No está cómodo ahí, y huirá. Así, somos liberados de su acoso. La presencia de Dios, por tanto, es el lugar seguro del creyente. “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo á Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en Él confiaré. Y Él te librará del lazo del cazador: de la peste destruidora. Con Sus plumas te cubrirá, y debajo de Sus alas estarás seguro” (Salmo 91:1-4). Estos versículos confirman que la morada del Señor es verdaderamente un lugar de protección para el creyente. Hablando en sentido figurado, es como una poderosa fortaleza y un gran nido de águilas. El “cazador” (Satanás) no puede tocarnos cuando estamos allí. Deuteronomio 33:12 indica lo mismo: “El amado de Jehová habitará confiado cerca de Él”. El Salmo 143:9 también dice: “A Ti me acojo”.
Satanás tiembla cuando ve,
Al más débil creyente de rodillas.
La condición del alma necesaria para hacer frente a los tres enemigos del cristiano
Versículos 8b-10.— El lenguaje que usa Santiago en los siguientes versículos nos muestra que se estaba dirigiendo a un amplio grupo de personas, incluyendo a aquellos que eran simples profesos creyentes. Era en realidad una multitud mixta. La actividad de estos tres enemigos de Dios y el hombre, si no es frenada en la vida de un creyente, lo alejará de Dios, moral y espiritualmente. No perderá la salvación eterna de su alma, pero sí su regocijo de la comunión con el Señor. Su vida podría volverse tan carnal y mundana que podría ser difícil saber si es verdaderamente salvo. Para el mero creyente profesante, estos enemigos trabajarán para evitar que se salve (Efesios 2:1-3).
Para vencer a estos enemigos, una persona debe encontrarse en una condición de alma adecuada. Por lo tanto, Santiago dice: “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doblado ánimo, purificad los corazones”. Esto es un llamado al arrepentimiento. Esto demuestra que aquellos a los que escribía estaban generalmente en una mala condición. Los versículos 1-3 confirman esto. Para aquellos que eran creyentes, el arrepentimiento los llevaría a una restauración de alma y comunión con Dios (1 Juan 1:9). Para aquellos que eran meros creyentes profesantes sin una realidad interior, sería el arrepentimiento que los llevaría a la salvación de sus almas. En cualquier caso, el arrepentimiento y auto juicio eran necesarios si querían entrar en comunión con Dios. Limpiar las manos implica separarse de la contaminación del mundo. Purificar el corazón implicaría juzgar la actividad de la carne interior. Una es exterior y la otra interior (véase también 2 Corintios 6:14–7:1). Tal limpieza y purificación sólo puede ser posible a través de la tristeza divina que conduce al arrepentimiento. De ahí que Santiago diga: “Afligíos, y lamentad, y llorad” (versículo 9). Añade: “Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza”. Esta última observación muestra que necesitamos tomarnos en serio estas cosas en presencia de Dios.
El resultado prometido es realmente dulce. Dice: “Humillaos delante del Señor, y Él os ensalzará” (versículo 10). Si un creyente se humilla verdaderamente en la presencia de Dios acerca de sus descuidados caminos, se promete la restauración: siempre hay un camino de vuelta a Dios. Dios es fiel; cuando reconocemos nuestro fracaso, Él nos levanta y nos devuelve a la comunión con Él (1 Juan 1:9). Humillarse en un verdadero auto juicio está escrito en griego en tiempo aoristo; significa que esto debe hacerse de una vez para siempre. Por lo tanto, debe haber una convicción profunda y seria en nuestro auto juicio para apartarnos del error de nuestro camino, de una vez y para siempre.
Si una persona era meramente un creyente profesante, lo cual algunos de ellos evidentemente eran, lo manifestaría al no prestar atención a la reprensión, y al continuar en sus caminos carnales y mundanos. Así, demostraría que no tenía verdadera fe en nuestro Señor Jesucristo.
Evidencias de auto juicio y restauración de la comunión con Dios
Versículos 11-17.— Santiago aborda dos males más al final del capítulo que parecen estar relacionados con el tema anterior. Al traer estas cosas aquí, el Espíritu de Dios nos está mostrando que el arrepentimiento de una persona debe dar evidencia del hecho de que realmente se ha juzgado a sí misma en relación con la carne y el mundo. El primero es un espíritu crítico (versículos 11-12), y el segundo es un espíritu independiente (versículos 13-17). En la raíz de estas cosas carnales y mundanas está la prepotencia y la confianza en sí mismo. Una tiene que ver con su actitud hacia la Ley de Dios y la otra con su actitud hacia la voluntad de Dios.
Versículos 11-12.— Estos profesantes conversos se peleaban y se devoraban unos a otros (versículos 1-2); no se comportaban como cristianos en absoluto. Santiago procede a advertirles sobre los efectos negativos de murmurar “los unos de los otros”.
Expone este pecado mostrándonos que menospreciar a los demás es en realidad un intento indirecto de exaltarnos a nosotros mismos. Lo grave de tener un espíritu crítico y censurador es que no sólo rompe la unidad que debe existir entre hermanos cristianos, sino que en realidad está juzgando la Ley. Esto se debe a que la Ley nos ordena hacer lo contrario: amar a nuestro hermano, que es la ley real mencionada en el capítulo dos. Por lo tanto, la persona que critica a su hermano se hace superior a la Ley en lugar de estar sujeta a ella. Las Escrituras enseñan que la única Persona que tiene un lugar superior a la Ley es el Señor mismo: el “Legislador” (Isaías 33:22). Por lo tanto, ¡juzgar a nuestro hermano es realmente ponernos en el lugar del Señor! La persona que ha juzgado su espíritu carnal y mundano dejará de murmurar contra su hermano. Es otra prueba de que su fe es real.
Versículos 13-17.— La segunda cosa que daría evidencia de que una persona ha juzgado realmente su mundanalidad está en su cese de vivir en independencia de Dios. Las observaciones finales de Santiago en el capítulo 4 son una reprimenda al espíritu independiente y seguro de sí mismo que prevalecía entre estos profesos conversos que venían del judaísmo.
Estas personas profesaban conocer al Señor Jesucristo como su Salvador, pero la manera en que vivían delataba que no lo conocían. Estaban haciendo sus planes como una persona del mundo que no conocía al Señor, sin referirse a Dios. Como ejemplo, Santiago dice: “Ea ahora, los que decís: Hoy y mañana iremos á tal ciudad, y estaremos allá un año, y compraremos mercadería, y ganaremos: y no sabéis lo que será mañana” (versículo 13). Ya que ni ellos, ni nosotros, sabemos lo que nos espera en un día, hacer tal alarde es pura locura. Todo este tipo de lenguaje indica arrogancia y confianza en sí mismo, y este es el epítome del espíritu del mundo. Como ya se ha dicho, en realidad se trata de planificar nuestras vidas dejando de lado al Señor. Salomón reprendió este espíritu mundano cuando dijo: “No te jactes del día de mañana; Porque no sabes qué dará de sí el día” (Proverbios 27:1). Egipto es un tipo de este aspecto del mundo; significa el mundo en su independencia de Dios. Los egipcios no esperaban que Dios enviara lluvia para sus cosechas, como los israelitas (Santiago 5:7); regaban sus tierras para no tener que depender de Dios (Deuteronomio 11:10).
Podrían haber pensado que una persona debe involucrar al Señor en su vida cuando se habla de cosas espirituales, pero que en cosas seculares no necesitaban molestar al Señor con trivialidades mundanas. Sin embargo, este razonamiento demuestra una falta de entendimiento. Al contrario, el Señor está interesado en las decisiones diarias de la vida de un creyente. Él quiere ayudarnos a tomar buenas decisiones en el temor de Dios para que seamos preservados de las muchas trampas de la vida, y así, Él quiere ser parte de cada aspecto de nuestras vidas.
Al reprender este espíritu independiente, Santiago hace referencia a la brevedad de la vida en la tierra. Si vivimos nuestra vida sólo para las cosas temporales, sin que el Señor forme parte de ella, nuestra vida no será más que “un vapor” (versículo 14). Un vapor es algo que no solo dura “un poco de tiempo”, sino que también es algo que no tiene sustancia. Por tanto, lo que Santiago quiere decir aquí es que una vida vivida sin referirse al Señor es una vida vacía. Es una pena, porque la vida es muy corta y el tiempo perdido no se puede recuperar.
No está diciendo que un cristiano no deba hacer planes en la vida. El apóstol Pablo seguramente los hizo, pero añadió a sus planes las palabras: “Si el Señor lo permite” (1 Corintios 16:5-8; Romanos 10:1). Esto demuestra que sometió sus planes al Señor. Como cristianos, no somos “del” mundo, sino que estamos “en” el mundo, y por lo tanto, no podemos evitar tener interacciones con gente mundana en este (Juan 17:14-16). Dado que vivimos en el mundo, nuestros asuntos y responsabilidades terrenales deben llevarse a cabo en humilde dependencia del Señor. Por eso Santiago sugiere que digan: “Si el Señor quisiere, y si viviéremos, haremos esto ó aquello”. Esto trae al Señor a cada situación de una manera práctica. Este tipo de humilde dependencia manifestará la realidad de la fe de una persona.
Versículo 17.— Cierra este tema con la siguiente afirmación: “El pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace”. No dice que hacer el mal es pecado, sino que no hacer lo bueno es pecado. Esto demuestra que el pecado no es sólo hacer lo que está mal, sino también no hacer lo que sabemos que está bien. Podríamos llamar a esto “los pecados de omisión”. Por lo tanto, con el conocimiento viene la responsabilidad. Esto no significa que debamos cerrar los ojos a la luz y al conocimiento (la verdad), sino que debemos buscar la gracia de Dios para hacer lo que sabemos que es correcto. El punto aquí es que la oportunidad de “hacer lo bueno” nos hace responsables de hacerlo.