Juan Capítulo 4

John 4  •  20 min. read  •  grade level: 13
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Inducido a Salir De Judea, Gracia Divina En Samaria
Y ahora Jesús, siendo alejado por el celo de los judíos, comienza Su ministerio fuera de ese pueblo, reconociendo aún, al mismo tiempo, la verdadera posición de ellos en los tratos de Dios. Se va a Galilea; pero Su camino le condujo a pasar por Samaria, donde habitaba una raza mezclada de extranjeros y de Israel—una raza que había abandonado la idolatría de los extranjeros, pero que, al mismo tiempo que seguían la ley de Moisés y se llamaban a sí mismos usando el nombre de Jacob, habían establecido un lugar de adoración propio en Gerizim. Jesús no entra en la ciudad. Estando cansado, se sienta fuera de la ciudad sobre el borde de un pozo—porque Él, necesariamente, tenía que ir por ese camino; pero, esta necesidad fue una ocasión para la acción de esa gracia divina, la cual estaba en la plenitud de Su Persona, y que inundó los estrechos límites del judaísmo.
Bautismo Efectuado Por Los Discípulos De Jesús
Hay algunos detalles preliminares a destacar antes de entrar en el asunto de este capítulo. Jesús no bautizó, pues conocía toda la extensión de los consejos de Dios en gracia, el verdadero objeto de Su venida. Él no podía ligar las almas a un Cristo vivo por medio del bautismo. Los discípulos tenían razón al hacerlo así. Lo hacían para que se recibiese a Cristo. Era fe de parte de ellos.
En El Pozo De Jacob En Samaria
Cuando fue rechazado por los judíos, el Señor no contiende con ellos. Los deja; y, viniendo a Sicar, se halla en las asociaciones más interesantes con respecto a la historia de Israel, pero en Samaria: triste testimonio de la ruina de Israel. El pozo de Jacob estaba en manos de un pueblo que se llamaba a sí mismo Israel, pero la mayor parte de los cuales no lo eran, y adoraban lo que no sabían, aunque pretendían ser del linaje de Israel. Aquellos que eran realmente judíos habían alejado al Mesías con sus celos. Él—un hombre rechazado por el pueblo—se había marchado de en medio de ellos. Le vemos compartiendo los sufrimientos de la humanidad, y, cansado por Su viaje, le vemos encontrando solamente el flanco de un pozo sobre el cual descansar al mediodía. Se conforma con ello. Lo único que Él busca es la voluntad de Su Dios: ella le llevó hacia aquel lugar. Los discípulos estaban ausentes, y Dios llevó hacia aquel lugar, a una hora inusual, a una mujer sola. No era la hora en la cual las mujeres acudían a sacar agua; pero, en la disposición de Dios, una pobre mujer pecadora y el Juez de vivos y muertos se encontraron juntos así.
El Corazón Del Salvador; El Don De Agua Viva
El Señor, cansado y sediento, no tenía medios ni siquiera para extinguir Su sed. Él depende, como hombre, de esta pobre mujer para que le diera un poco de agua para Su sed. La mujer, viendo que es un judío, se sorprende; y ahora la escena divina se despliega, en la que el corazón del Salvador, rechazado por los hombres y oprimido por la incredulidad de Su pueblo, se abre para permitir que la plenitud de la gracia fluya, la cual encuentra su razón en las necesidades y no en la justicia de los hombres. Ahora bien, esta gracia no se limitaba a los derechos de Israel, ni se prestaba al celo nacional. Se trataba del don de Dios, de Dios mismo quien estaba allí en gracia, y de Dios descendido tan abajo que, habiendo nacido entre Su pueblo, Él dependía, en cuanto a Su posición humana, de una mujer Samaritana para obtener una gota de agua que extinguiera Su sed. “Si conocieras el don de Dios, y [no, quién soy yo, sino] quién es el que te dice: Dame de beber ... ”, es decir, si hubieras conocido que Dios da gratuitamente, y que la gloria de Su Persona estaba allí, y cuán profundamente Él se había humillado, Su amor se habría revelado a tu corazón, y lo habría llenado de perfecta confianza, incluso por lo que respecta a las necesidades que una gracia como ésta habría despertado en tu corazón. “Tú le habrías pedido a él”, dijo el divino Salvador, “y Él te hubiera dado” el agua viva que salta para vida eterna. Tal es el fruto celestial de la misión de Cristo, donde quiera que Él es recibido. Su corazón expone esto (esto era revelarse a Sí mismo), la derrama en el corazón de una que era su objeto; consolándose por la incredulidad de los judíos (rechazando el fin de la promesa) presentando el verdadero consuelo de la gracia a la miseria que la necesitaba. Esta es la verdadera consolación del amor, la cual se aflige cuando no es capaz de actuar. Las compuertas de la gracia son levantadas por la miseria que esta gracia baña. Él hace manifiesto aquello que Dios es en gracia; y el Dios de gracia estaba allí. ¡Ay! el corazón del hombre, mustio y egoísta, y preocupado de sus propias miserias (los frutos del pecado), no puede entender esto en absoluto. La mujer ve algo extraordinario en Jesús; ella siente curiosidad por saber qué significa esto—es conmovida por Sus modos, de manera que ella tiene una medida de fe en Sus palabras; pero sus deseos se limitan al alivio de los trabajos de su atribulada vida, en la cual un corazón ardiente no encontraba ninguna respuesta a la miseria que había adquirido como porción suya participando en el pecado.
La Corriente De Gracia Y Su Cauce
Unas pocas palabras sobre el carácter de esta mujer. Creo que el Señor mostraría que hay necesidad, que los campos estaban listos para la siega; y que si la miserable justicia propia de los judíos le rechazaba a Él, la corriente de la gracia hallaría su cauce en otra parte, habiendo preparado Dios corazones para recibirla con gozo y acciones de gracias, porque respondía a la miseria y necesidad de ellos—no de los justos ante sus propios ojos. El canal de la gracia fue cavado por la necesidad y la miseria que la gracia misma hizo sentir.
Aislada Por El Pecado; a Solas Con El Señor
La vida de esta mujer era vergonzosa; pero ella estaba avergonzada de su vida; como mínimo, su posición la había aislado, separándola de la multitud que se olvida de sí misma en el tumulto de la vida social. Y no hay pesar interior como aquel de un corazón solitario; pero Cristo y la gracia lo satisfacen ampliamente. El aislamiento de ese corazón cesa completamente. Él estaba más aislado que ella. Ella vino sola al pozo; no estaba con las otras mujeres. Sola, ella se encontró con el Señor, por medio de la guía de Dios que la trajo allí. Incluso los discípulos debían marcharse para hacerle un lugar a ella. Ellos no conocían nada de esta gracia. De hecho, bautizaban en el nombre del Mesías, en quien ellos creyeron. Eso estaba bien. Pero Dios estaba allí en gracia—Aquel que juzgaría a vivos y muertos—y con Él una pecadora en sus pecados. ¡Qué reunión! ¡Y Dios quien se había detenido tan bajo como para depender de ella para un poco de agua que extinguiese su sed!
El Sentido De Necesidad De La Mujer; La Conciencia Despertada Por El Escudriñador De Corazones
Ella poseía una naturaleza ardiente. Había buscado felicidad; ella encontró miseria. Vivió en el pecado, y estaba cansada de la vida. Estaba, realmente, en las profundidades más bajas de la miseria. El ardor de su naturaleza no halló en el pecado ningún obstáculo. Así que ella siguió ¡es lamentable! hasta lo extremo. La voluntad, ocupada en el mal, se alimenta de deseos pecaminosos, y se consume a sí misma sin fruto. No obstante, su alma no carecía de un sentido de necesidad. Pensaba en Jerusalén, pensaba en Gerizim. Ella esperaba al Mesías, quien les declararía todas las cosas. ¿Cambió esto su vida? De ningún modo. Su vida era espantosa. Cuando el Señor habla de cosas espirituales, en un lenguaje adecuado para despertar el corazón, dirigiendo la atención de ella a las cosas celestiales en una manera que uno podría haber pensado que era imposible de malentender, ella no puede comprenderlo. El hombre natural no puede entender las cosas del Espíritu: éstas se disciernen espiritualmente.
La novedad del discurso del Señor estimuló su atención, pero no condujo sus pensamientos más allá de su cántaro, el símbolo de sus labores diarias; aunque ella vio que Jesús tomaba el lugar de uno mayor que Jacob. ¿Qué se debía hacer? Dios obró—Él obró en gracia, y en esta pobre mujer. Cualquiera que pudiera ser la ocasión con respecto a ella, fue Él quien la había traído hasta allí. Pero ella era incapaz de comprender las cosas espirituales aun siendo expresadas del modo más sencillo; pues el Señor hablaba del agua que brota en el alma para vida eterna. Pero como el corazón humano está siempre girando en torno a sus propias circunstancias e inquietudes, la necesidad religiosa de esta mujer estaba limitada, en forma práctica, a las tradiciones por las que su vida, en lo que respecta a sus pensamientos religiosos y hábitos, estaba formada, dejando aún un vacío que nada podía llenar. ¿Qué debía hacerse entonces? ¿De qué manera puede actuar esta gracia, cuando el corazón no comprende la gracia espiritual que el Señor trae? Ésta es la segunda parte de la maravillosa enseñanza presentada aquí. El Señor trata con su conciencia. Una palabra pronunciada por Aquel que escudriña el corazón, examina cuidadosamente su conciencia: ella está en la presencia de un hombre que le dice todo cuanto ella siempre hizo. Porque, siendo despertada su conciencia por la Palabra, y hallándose expuesta a los ojos de Dios, su vida entera está ante ella.
En La Presencia De Dios
Y, ¿quién es Aquel que escudriña el corazón de esta manera? Ella siente que Su palabra es la Palabra de Dios: “Tú eres profeta.” La inteligencia en las cosas divinas viene por medio de la conciencia, no del intelecto. El alma y Dios se hallan juntos, si podemos hablar así, cualquiera que sea el instrumento usado. Ella tiene todo por aprender, no hay duda; pero se halla en presencia de Aquel que enseña todo. ¡Qué paso! ¡Qué cambio! ¡Qué posición nueva! Esta alma, que no veía más allá de su cántaro y que sentía su afán más que su pecado, está allí sola con el Juez de vivos y muertos—con Dios mismo. Y, ¿de qué manera? Ella no lo sabe. Sentía solamente que era Él en el poder de Su propia palabra. Pero, al menos, Él no la despreció, como otros hicieron. Aunque estaba sola, estaba sola con Él; le había hablado a ella de la vida—del don de Dios; le había dicho que sólo tenía que pedir y recibir. Ella no había entendido nada de Su intención; pero no era condenación, era gracia—gracia que se detuvo en ella, que conocía su pecado y no era alejada por este, que le pidió agua, que estaba por sobre el prejuicio judío con respecto a ella, así como por encima del desprecio de los humanamente justos—gracia que no le ocultó su pecado, que le hizo sentir que Dios lo conocía, y, no obstante, Aquel que conocía esto estaba allí sin alarmarla. Su pecado estaba delante de Dios, pero no en juicio.
Confianza Inspirada Por La Gracia De Dios
¡Maravillosa reunión de un alma con Dios, que la gracia divina lleva a cabo por medio de Cristo! No fue que ella razonó sobre todas estas cosas; pero ella estaba bajo el efecto de la verdad de estas cosas, ella misma sin explicárselo; porque la Palabra de Dios había alcanzado su conciencia, y estaba en la presencia de Aquel que lo había llevado a cabo, y Él era manso y humilde, y agradecido de recibir un poco de agua de sus manos. La contaminación de ella no le contaminó a Él. Ella podía, de hecho, confiar en Él, sin saber el porqué. Así es como Dios actúa. La gracia inspira confianza—trae de vuelta el alma a Dios en paz, antes de tenga algún conocimiento inteligente, o de que pueda explicárselo a sí misma. De esta manera, llena de confianza, ella comienza (fue la consecuencia natural) con las preguntas que llenaban su propio corazón; dándole así al Señor una oportunidad de explicar plenamente los caminos de Dios en gracia. Dios así lo había ordenado; pues el asunto se hallaba lejos de los sentimientos a los que la gracia más tarde la condujo. El Señor contesta conforme a su condición: la salvación venía de los judíos. Ellos eran el pueblo de Dios. La verdad se hallaba con ellos, y no con los samaritanos que adoraban lo que no sabían. Pero Dios puso todo eso aparte. Ahora ya no era ni en Gerizim ni en Jerusalén, donde adorarían al Padre quien se manifestó en el Hijo. Dios era espíritu, y debía ser adorado en espíritu y en verdad. Además, el Padre buscaba a tales adoradores. Es decir, la adoración de sus corazones debe responder a la naturaleza de Dios, a la gracia del Padre que los había buscado. De este modo, los verdaderos adoradores deberían adorar al Padre en espíritu y en verdad. Jerusalén y Samaria desaparecen completamente—no tienen un lugar ante tal revelación del Padre en gracia. Dios ya no se escondía; Él fue revelado perfectamente en la luz. La gracia perfecta del Padre obró, a fin de dar a conocerle, por medio de la gracia que trajo almas a Él.
El Señor Es Recibido; El Efecto De Ello: El Corazón Es Llenado De Cristo Mismo
Ahora bien, la mujer no fue llevada todavía a Él; pero, como hemos visto en el caso de los discípulos y de Juan el Bautista, una gloriosa revelación de Cristo actúa en el alma donde ella se encuentra, y trae a la Persona de Jesús a relacionarse con la necesidad ya sentida. “Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.” Pequeña como su inteligencia pudiera ser, e incapaz como ella era de comprender lo que Jesús le había dicho, Su amor se encuentra con ella donde puede recibir vida y bendición; y Él responde: “Yo soy, el que habla contigo.” La obra estaba hecha; el Señor fue recibido. Una pobre pecadora Samaritana recibe al Mesías de Israel, a quien los sacerdotes y los Fariseos habían rechazado de entre el pueblo. El efecto moral en la mujer es evidente. Olvida su cántaro, su afán, sus circunstancias. Es cautivada por este nuevo objeto que es revelado a su alma—por Cristo; cautivada de tal manera que, sin pensarlo, se convierte en una predicadora; es decir, predica al Señor de la abundancia de su corazón y con perfecta simplicidad. Él le había dicho todo lo que ella había hecho. Ella no piensa en aquel momento de qué se trataba. Jesús se lo había dicho, y el pensamiento de Jesús quita la amargura del pecado. El sentido de Su bondad remueve el engaño del corazón que busca esconder su pecado. En una palabra, su corazón está completamente lleno de Cristo. Muchos creyeron en Él por medio de la predicación de ella—“me dijo todo lo que he hecho”; muchos más, cuando le escucharon a Él. Su propia palabra llevaba consigo una convicción más fuerte, como más directamente relacionada con Su Persona.
Los Campos De La Siega; Los Obreros, Sus Salarios Y El Fruto
Entretanto los discípulos vienen, y—naturalmente—se maravillan ante Su conversación con la mujer. El Maestro de ellos, el Mesías—ellos entendían esto; pero la gracia de Dios manifestada en la carne estaba todavía fuera del alcance de sus pensamientos. La obra de esta gracia era la comida de Jesús, y eso en la humildad de la obediencia, como enviada por Dios. Él se mantuvo ocupado en ella, y, en la perfecta humildad de la obediencia, fue Su gozo y Su comida hacer la voluntad de Su Padre, y acabar Su obra. Y el caso de esta pobre mujer tenía un motivo que llenaba Su corazón con profundo gozo, herido como fue en este mundo, porque Él era amor. Si los judíos le rechazaban, los campos en los cuales la gracia buscaba sus frutos para el granero eterno aún estaban blancos, listos para la siega. Por lo tanto, a aquel que trabajase no le faltaría su salario, ni el gozo de poseer tal fruto para vida eterna. Sin embargo, aun los apóstoles eran sólo segadores donde otros habían sembrado. La pobre mujer era una prueba de esto. Cristo, presente y revelado, satisface la necesidad que había despertado el testimonio del profeta. De este modo (a la vez que exhibía una gracia que revelaba el amor del Padre, de Dios el Salvador, y salía, consecuentemente, del espacio cerrado del sistema judío), Él reconoció plenamente el fiel servicio de Sus obreros en tiempos pasados, los profetas quienes, por el Espíritu de Cristo desde el principio del mundo, habían hablado del Redentor, de los sufrimientos de Cristo y de las glorias que seguirían. Los sembradores y segadores debían gozarse juntamente en el fruto de sus trabajos.
El Retrato Divino Presentado En La Gracia Fluyendo En El Pozo De Sicar
Pero, ¡qué retrato es todo esto del propósito de la gracia, y de su poderosa y viva plenitud en la Persona de Cristo, del don gratuito de Dios, y de la incapacidad del espíritu humano para comprenderla, preocupado y cegado como está por las cosas del presente, no viendo nada más allá de la vida natural, aunque sufriendo las consecuencias de su pecado! Al mismo tiempo, vemos que es en la humillación, en el profundo abatimiento, del Mesías, de Jesús, que Dios se manifiesta en esta gracia. Esto es lo que derriba las barreras, y da libre curso al torrente de la gracia desde lo alto. Vemos, también, que la conciencia es la puerta del entendimiento en las cosas de Dios. Somos ciertamente llevados a la relación con Dios cuando Él escudriña el corazón. Éste es siempre el caso. Entonces estamos en la verdad. Además, así se manifiesta Dios a Sí mismo, y la gracia y el amor del Padre. Él busca adoradores, y eso, conforme a esta doble revelación de Él, no obstante lo grande que pueda ser Su paciencia con aquellos que no ven más allá del primer paso de las promesas de Dios. Si Jesús es recibido, hay un cambio completo; la obra de la conversión es llevada a cabo; hay fe. A la vez, ¡qué divino retrato de nuestro Jesús—humillado, por cierto, pero incluso de este modo, la manifestación de Dios en amor, el Hijo del Padre, Aquel que conoce al Padre, y lleva a cabo Su obra! ¡Qué gloriosa e infinita escena se abre ante el alma, que es admitida para verle y conocerle!
Toda la amplitud de la gracia nos es mostrada aquí en Su obra y en su alcance divino, en lo que respecta a su aplicación al individuo, y a la inteligencia personal que podemos tener con respecto a ella. No es precisamente el perdón, ni la redención, ni la asamblea. Es la gracia fluyendo en la Persona de Cristo; y la conversión del pecador, a fin de que pueda gozarla en sí mismo, y sea capaz de conocer a Dios y de adorar al Padre de gracia. Pero, ¡cuán completamente hemos rebasado, en principio, los estrechos límites del judaísmo!
En Galilea; El Segundo Milagro Del Señor Y Las Grandes Verdades Que Expone
No obstante, en Su ministerio personal, el Señor, siempre fiel, poniéndose Él aparte para glorificar a Su Padre obedeciéndole, se encamina a la esfera de trabajo asignada para Él por Dios. Deja a los judíos, pues ningún profeta es recibido en su propia tierra, y va a Galilea, entre los despreciados de Su pueblo, los pobres del rebaño, donde la obediencia, la gracia y los consejos de Dios le pusieron del mismo modo. En ese sentido, Él no abandonó a Su pueblo, perversos como ellos eran. Allí Él obra un milagro que expresa el efecto de Su gracia en relación con el remanente creyente de Israel, débil como podía ser la fe de ellos. Él regresa al lugar donde había convertido el agua de la purificación en el vino del gozo (“que alegra a Dios y a los hombres”—Jueces 9:13). Mediante ese milagro, Él había mostrado, en figura, el poder que libertaría al pueblo, y mediante el cual, al ser recibido, Él establecería la plenitud del gozo en Israel, creando por medio de ese poder el buen vino de las nupcias de Israel con su Dios. Israel lo rechazó todo. El Mesías no fue recibido. Él se retiró entre los pobres del rebaño en Galilea, después de haber mostrado a Samaria (al pasar) la gracia del Padre, la cual iba más allá de todas las promesas hechas a, y de todos los tratos con, el judío, y que en la Persona y humillación de Cristo conducía a almas convertidas a adorar al Padre (fuera de todo el sistema judío, verdadero o falso) en espíritu y en verdad; y allí, en Galilea, Él obra un segundo milagro en medio de Israel, donde Él aún trabaja, según la voluntad de Su Padre, es decir, dondequiera que hay fe; no aún, quizás, en Su poder para levantar a los muertos, sino para sanar y salvar la vida de aquello que estaba a punto de morir. Él cumplió el deseo de aquella fe, y restituyó la vida de uno que estuvo al borde de la muerte. Fue esto, de hecho, lo que Él estuvo haciendo en Israel mientras se hallaba aquí abajo. Estas dos grandes verdades fueron presentadas—aquello que Él iba a hacer conforme a los propósitos de Dios el Padre, como siendo rechazado; y aquello que Él estaba haciendo en aquel entonces por Israel, conforme a la fe que Él hallaba entre ellos.
Bosquejo De Los Capítulos 5 Al 21
En los capítulos siguientes hallaremos expuestos los derechos y la gloria unidas a Su Persona; el rechazo de Su Palabra y de Su obra; la segura salvación del remanente, y de todas Sus ovejas dondequiera que estuviesen. Después—reconocido por Dios, manifestado en la tierra, el Hijo de Dios, de David, y del Hombre—se devela lo que Él hará después de Su partida, y el don del Espíritu Santo; también la posición en la que Él puso a los discípulos delante del Padre, y con respecto a Sí mismo. Y entonces—después de la historia de Getsemaní, la entrega de Su propia vida, Su muerte dando Su vida por nosotros—todo el resultado, en los caminos de Dios, hasta Su regreso, es presentado brevemente en el capítulo que concluye el libro.
Podemos ir más rápidamente a través de los capítulos hasta el décimo, no porque sean menos importantes—lejos de ello—sino porque contienen algunos grandes principios que pueden ser señalados, sin requerir mucha explicación.