Capítulo 5:1-13: La fe demostrada por la forma en que afrontamos las injusticias

James 5:1‑13
Versículo 1.— Las cosas que tenemos ante nosotros en la primera parte de este capítulo nos muestran claramente que algunos de entre estos profesos conversos al cristianismo definitivamente no eran salvos. La manera en la que Santiago se dirige a estos “ricos” demuestra que él no consideraba que fueran creyentes en lo absoluto. Ni siquiera los llama “hermanos”, que es como se ha dirigido a su audiencia hasta este punto en la epístola (capítulos 1:2,9,16,19; 2:1,14; 3:1, etc.).
Santiago advierte a estos falsos profesantes de la certeza del juicio venidero. Les dice “llorad aullando” porque sus “miserias” iban a caer sobre ellos en cualquier momento, y lo perderían todo. El juicio iba a descargarse contra ellos por su falta de fe en Dios y por su maltrato a los judíos creyentes. Esto pasó en la destrucción de Jerusalén en el 70 d. C. Los historiadores nos cuentan que la mayoría de los cristianos dejaron la ciudad de Jerusalén y las áreas aledañas antes de que los ejércitos romanos descendieran sobre ella. Hicieron caso a la advertencia dada por el Señor en Lucas 21:20-24. Los judíos incrédulos no hicieron caso a la advertencia y fueron tomados por los romanos, y subsecuentemente, cayeron bajo este juicio. Tan cierto era este juicio que Santiago les dice a estos hombres ricos que empiecen a llorar ahora.
Cuatro pecados destacados de los ricos
Versículos 2-6.— Los acusó de cuatro cosas en específico:
•  Acumular tesoros: versículos 2-3.
•  Prácticas fraudulentas en el trato con sus empleados: versículo 4.
•  Auto indulgencia: versículo 5.
•  Perseguir a sus hermanos (los justos): versículo 6.
Lo que estaba en el fondo de su desenfrenada lujuria por ganar riqueza y poder era el pecado de la codicia. Esto los impulsó en sus prácticas perversas. Era especialmente triste que estas prácticas malvadas se hicieran a expensas de aquellos con quienes profesaban una fe mutua: ¡sus propios hermanos! Por lo tanto, la reprimenda más fuerte en la epístola se da a estos falsos profesantes.
Versículos 2-3.— Aunque el pecado de atesorar está condenado en las Escrituras (Eclesiastés 5:10-13; Salmo 39:6; Proverbios 23:4-5), estos judíos ricos, que habrían estado familiarizados con esas Escrituras, se “allegaron tesoro para en los postreros días”. Santiago les advierte que el juicio de Dios era contra esta práctica. Para enfatizar la brevedad de las posesiones materiales, les dice que sus “ropas están comidas de polilla” y su “oro y plata están corrompidos de orín”. Sus tesoros se corromperían y se volverían inútiles. El punto aquí es que las riquezas pueden acumularse hasta el punto de que se estropeen y se vuelvan inútiles. Desde un punto de vista muy práctico, nos muestra que no es voluntad de Dios que la gente acumule ropa en sus armarios ni dinero en los bancos.
La biblia no dice que ser rico sea pecado, pero sí enseña que acumular riqueza lo es. Lo que Santiago reprende aquí son las riquezas no consagradas. En el lenguaje más claro el Señor Jesús enseñó: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladronas minan y hurtan” (Mateo 6:19).
Lo triste de la riqueza que habían adquirido estos judíos era que la habían obtenido por medios injustos. Santiago les asegura que serían recompensados correspondientemente. Se les abrirían los ojos para que vieran la desaparición de sus riquezas: “Su orín os será testimonio, y comerá del todo vuestras carnes como fuego”. Este es un lenguaje figurado que indica que estos hombres ricos tendrían un gran remordimiento por la pérdida de sus posesiones, sin mencionar la pérdida de sus almas (Marcos 8:36). La lección es que es una tontería acumular posesiones, ya sea comida, ropa o dinero. Estos hombres ricos habían amontonado tesoros para “los postreros días”, pero no vivirían hasta los postreros días para disfrutarlos porque los romanos iban a invadir y destruir la tierra.
Versículo 4.— El segundo gran pecado del que eran culpables estos judíos ricos era engañar a sus empleados a través de prácticas fraudulentas. “El jornal” de los jornaleros que habían segado sus campos “por engaño no les ha sido pagado”. Esto no fue un descuido por su parte, sino una acción deliberada de pagar menos de lo debido a sus trabajadores agrícolas pobres. Lo que hacía esto tan triste era que muchos de ellos ¡eran sus propios hermanos con quienes profesaban mutuamente la fe en el Señor Jesús! Esto no sólo era una violación de la Ley de Moisés (Levítico 19:13; Deuteronomio 24:14-15), sino que era contrario a la enseñanza del Señor Jesús (Lucas 6:31,36). También era contrario a la enseñanza del apóstol Pablo (Colosenses 4:1). Está claro que su profesión de fe no era real.
Santiago dijo a estos hombres ricos que Dios había visto sus prácticas malvadas y que había escuchado los gritos de Su pueblo que sufría: “los clamores de los que habían segado, han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos”. Podríamos ser tentados a pensar que el Señor es indiferente a las injusticias que se cometen contra nosotros, pero esto no es verdad. Solo porque Él no actúe en nuestro horario no significa que no le importe. El apóstol Pedro recuerda a todos los que puedan tener la tentación de pensar tales cosas que “Él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). El Señor está profundamente interesado en todo lo que toca a Su pueblo (Éxodo 2:23-24; Zacarías 2:8). El motivo al mencionar “el Señor de los ejércitos” aquí es para enfatizar el hecho de que Él que comanda los ejércitos celestiales es fuerte en nombre de Su pueblo que sufre y es injustamente pisoteado. Los tratos gubernamentales de Dios con todos los que acumulan riquezas oprimiendo a sus empleados encontrarán su justo castigo.
Versículo 5.— El tercer pecado de estos hombres ricos fue auto indulgencia. Vivían en el placer y la extravagancia. Santiago dice: “Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos”. Un estilo de vida así puede conducir a la insensibilidad ante las necesidades de los demás. Estos injustos acaparadores vivían con el yo en el centro de sus vidas, mientras que aquellos de los que se aprovechaban estaban necesitados. Se “cebaron” a sí mismos “como en el día de sacrificios”. Esta es una imagen tomada de los soldados que saquean con avidez los despojos de sus enemigos conquistados en una lucha por la riqueza.
Versículo 6.— El cuarto mal de estos ricos fue su persecución de los justos. Ellos habían “condenado y muerto” a los justos seguidores de Cristo. Al hacerlo, manifestaban el mismo carácter de incredulidad y maldad que los judíos incrédulos que mataron a Cristo: “al Santo y al Justo” (Hechos 3:14). El asesinato de los justos aquí se refiere a asesinatos “judiciales”. Es decir, estos malvados hombres ricos conseguirían que el sistema judicial ejecutara juicio (falsamente) sobre estos justos creyentes. Esto se ve en el hecho de que su condena se menciona antes de que fueran asesinados. Estas personas pobres fueron llevadas a los tribunales y acusadas injustamente por estos hombres malvados y sin escrúpulos (capítulo 2:6). Al no tener medios para defenderse, fueron ejecutados bajo el sistema judicial. “Y él no os resiste”, aparentemente se refiere a que estas pobres personas acusadas no tenían poder para resistir la injusticia.
Estas cosas nos muestran a lo que puede conducir la codicia. Lo que comenzó como un énfasis indebido en acumular riquezas, ¡terminó con el asesinato de aquellos que se interponían en el camino para lograr ese objetivo! Esto debería ser una severa advertencia para que los cristianos no se dejen atrapar por la acumulación de riquezas. Las riquezas no consagradas destruirán a sus dueños.
Los peligros de reaccionar mal ante las injusticias cometidas contra nosotros
Versículos 7-13.— Después de haber advertido a los ricos incrédulos en esta compañía mixta de profesos conversos, Santiago vuelve a dirigirse a los que son verdaderos creyentes, llamándolos “hermanos”.
Se aprovechaban de los pobres, sobre todo en el trabajo. La pregunta es: ¿qué debían hacer ante estas injusticias? Ya que existe una posibilidad real de dejar que esas cosas, por las que hemos sido agraviados, nos molesten hasta el punto de caer en una mala condición del alma, Santiago anticipa tres respuestas carnales que una persona podría comprensiblemente tener en estas situaciones, y exhorta a su audiencia en consecuencia.
1) Tomar represalias (versículos 7-8)
Lo primero que aborda Santiago es la tendencia a tomar represalias: a vengarse. Sin embargo, no presenta esto como la respuesta para sus hermanos que están sufriendo. En su lugar, dice: “Tened paciencia hasta la venida del Señor” (versículo 7). Esta es una referencia a la Aparición de Cristo. (La enseñanza del Arrebatamiento fue una revelación única dada al Apóstol Pablo para que la presentara a los santos; es improbable que fuera conocida en el momento en que se escribió esta epístola).
En respuesta a estas injusticias, Santiago no dice: “Formen un sindicato, hermanos. Defiendan sus derechos en este mundo y luchen contra estas cosas”. No, no debían responder a estas injusticias, sino esperar pacientemente a que viniera el Señor. Al igual que un “labrador” (un granjero), después de sembrar la semilla en la tierra, debe esperar a que llegue “la lluvia temprana y tardía” antes de recoger su cosecha, así también estos hermanos que sufrían debían esperar pacientemente a “la venida del Señor” (versículo 8). Necesitaban mostrar su fe teniendo paciencia y resistencia frente a estas injusticias de sus falsos hermanos (los judíos incrédulos). Esto se enfatiza con la palabra “paciencia” al ser usada cinco veces en estos pocos versículos. El apóstol Pedro coincide con esto: “Si haciendo bien sois afligidos, y lo sufrís, esto ciertamente es agradable delante de Dios” (1 Pedro 2:20).
Lo que Santiago quiere decir aquí es que los males de este mundo no se arreglarán hasta la venida del Señor y que Él tome las riendas del gobierno en Su mano (Apocalipsis 11:15). Los cristianos deben ser “pacientes” y esperar hasta entonces. Ocuparse de los males de la sociedad ahora, durante el tiempo de gracia, y tratar de corregirlos es actuar antes de que el Señor lo haga. Hay un “tiempo de la corrección” que viene para este mundo (Hebreos 9:10); comenzará cuando el Señor intervenga en el juicio. Entonces reinará la justicia (Isaías 32:1).
Si vivimos algún tiempo en este mundo, inevitablemente nos encontraremos con algo que nos hagan injustamente, ya sea en el lugar de trabajo o en la vida privada. La lucha entre los capitalistas y la clase obrera sigue existiendo hoy en día. ¿Qué deben hacer los cristianos ante las luchas industriales y otras injusticias de la sociedad? No deben unirse a las confederaciones de hombres que se han creado para luchar contra estas injusticias, por muy bien intencionadas que sean, sino simplemente ser “pacientes” hasta “la venida del Señor”. Habrá un tiempo de corregir los errores en la sociedad cuando el Señor juzgue con justicia a este mundo durante 1000 años (Hechos 17:31). Las Escrituras no enseñan a los cristianos a involucrarse en corregir cosas ahora mismo porque el cristiano “no es de este mundo” (Juan 18:36). Si sentimos que se han aprovechado de nosotros, la Palabra de Dios dice: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar á la ira; porque escrito está: Mía es la venganza: Yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Mientras esperamos, debemos encomendarnos a Él, que juzga con justicia en todas estas cosas.
Estas situaciones son otro ámbito de la vida en el que podemos manifestar la realidad de nuestra fe. Ya que somos objetos de la gracia de Dios, y receptores de muchas bendiciones y privilegios espirituales, podemos permitirnos mostrar gracia a los demás, aunque nos hayan tratado con desprecio (Lucas 6:28). Puede que esa actitud sirva para convertir a algunos a Cristo (Romanos 12:20-21; Proverbios 25:21-22).
2) Quejarse (versículos 9-11)
Otra tendencia es “quejarse” sobre la situación. Sin embargo, quejarse manifiesta un mal espíritu; a menudo nace de no someterse a lo que Dios ha permitido en nuestras vidas. Por lo tanto, Santiago dice: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros”. También advierte que si se convirtiera en un problema crónico, Dios nuestro Padre podría tener que tratar con nosotros de una manera gubernamental para corregir nuestra mala actitud. Nos recuerda que “el Juez” está “delante de la puerta”. Es decir, Dios nuestro Padre está dispuesto a actuar como juez en nuestras vidas, si es necesario (1 Pedro 1:17). La RVA dice “condenados” y “condenación” (versículos 9,12), pero debería ser traducido como “juzgados” y “juicio”. (Este error de traducción también se produce en Juan 3:18-19). La condenación es una cosa irrevocable y definitiva de la que no se puede liberar a una persona. Todos los que no son salvos en el mundo están actualmente “bajo juicio ante Dios”, pero aún no están condenados (Romanos 3:19, traducción J. N. Darby; Juan 3:36). El juicio de Dios es una sentencia de la que una persona puede librarse si viene a Cristo y recibe la salvación (Juan 5:24). Al hacerlo, no sólo son liberados del juicio, sino que también son puestos en una posición ante Dios “en Cristo”, lo que significa que no pueden entrar en “condenación” (Romanos 8:1). Sin embargo, si los hombres no creen, su “juicio” será “para condenación” (Romanos 5:16).
Como ejemplo de cómo debemos comportarnos en estas situaciones difíciles, Santiago señala a los profetas de la antigüedad. Ellos sufrieron “aflicción” con “paciencia”. Todos los que les han seguido en el camino de la fe los “tenemos por bienaventurados” porque ellos “perseveraron” pacientemente (versículo 11, LBLA, nota). Los respetamos y honramos por sus vidas de celo y devoción. Uno de los patriarcas en particular (“Job”) se nos presenta como ejemplo de la “perseverancia” que debemos tener en nuestro sufrimiento. “El fin del Señor” se refiere al fin que el Señor tenía previsto para Job en su prueba. Era un buen hombre hecho mejor, y así, “bendijo Jehová la postrimería de Job más que su principio” (Job 42:12). Encontró algo muy bueno soportando la prueba.
3) Jurar (versículos 12-13)
Otra cosa que podemos sentirnos tentados a hacer cuando se han aprovechado de nosotros es jurar que nos vengaremos. Santiago se anticipa y dice: “Sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por otro cualquier juramento” (versículo 12). En estas situaciones, podríamos sentirnos inclinados a invocar a Dios para que juzgue a quienes nos han ofendido. Pero como cristianos, no debemos hacer oraciones imprecatorias de juicio sobre los demás. El Señor es nuestro ejemplo en esto: “Cuando padecía, no amenazaba” (1 Pedro 2:23).
Nuestro lugar es esperar a que el Señor trabaje en estos asuntos. El juicio es obra Suya, no nuestra. Él podría incluso arreglar algunas cosas antes de que llegue el día de arreglarlas. Él podría muy bien hacer que algunos rectifiquen los males que nos han hecho: es Su prerrogativa. Jurar y hacer votos era una práctica común en la antigua economía mosaica (Números 30; Eclesiastés 5:4-6), pero invocar el nombre de Dios, o del cielo, o de la tierra, en el fragor de la pasión por motivos de represalia contra nuestros enemigos no es la forma cristiana de tratar los agravios. Simplemente debemos dejar que nuestro “sí sea sí” y nuestro “no sea no” en todas nuestras interacciones con los hombres. Es decir, nuestra palabra al decir “sí” o “no” debería bastar para que los hombres confíen en nosotros, porque nuestro carácter cristiano es tal que hacemos lo que decimos que vamos a hacer, y no hay necesidad de que respaldemos nuestra palabra con juramentos.
En lugar de mirar al cielo y hacer un juramento, Santiago nos dice que debemos mirar al cielo y “orar”. Dice: “¿Está alguno entre vosotros afligido? haga oración” (versículo 13). Este es el verdadero recurso del cristiano si ha sido tratado injustamente. Una vez más, el Señor Jesús es nuestro ejemplo. Cuando fue maltratado, Él “remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).
Santiago concluye este tema diciendo: “¿Está alguno alegre? Que cante alabanzas” (versículo 13, LBLA). Al decir esto, anticipó que la fe de los santos se elevaría hasta el punto en que tomarían estas cosas del Señor con espíritu de alabanza y acción de gracias. Muchos santos perseguidos han hecho precisamente esto. Se han elevado por encima de los males en su contra de manera tan significativa que ¡han ido a la muerte cantando alabanzas al Señor! (Hechos 5:41; 16:25; Hebreos 10:34). Esta es la prueba definitiva de la realidad de la fe de una persona.
El gran punto a ver en todo esto es que Dios no es indiferente a las injusticias de Su pueblo. Él se ocupará de todo a Su debido tiempo. Mientras tanto, no debemos hacernos cargo del asunto para vengarnos. Debemos dejarlo en manos del Señor: “Mía es la venganza: Yo pagaré” (Romanos 12:19). Hasta que llegue ese momento, la respuesta para nosotros es “soportar las aflicciones” con espíritu de paciencia (2 Timoteo 4:5). Esto manifiesta la verdadera fe que cree que el Señor arreglará todo a Su tiempo. También manifiesta de manera práctica el hecho de que no vivimos para este mundo, sino para otro mundo donde Cristo es el centro.