Capítulo 5

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La Cena De Las Bodas
Del Cordero
Hay otro acontecimiento en el cielo después de la sesión del tribunal de Cristo, y antes de Su regreso con Sus santos: la cena de las bodas del Cordero. Podemos citar de nuevo la Escritura en la que se hace referencia a la misma: «Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero» (Ap. 19:7-9). En esta escena celestial contemplamos la consumación de la redención, con respecto a la iglesia, en su presentación ante el Objeto de todas sus esperanzas y afectos, y en eterna unión con Él.
Sin embargo, será necesaria una breve introducción para captar el verdadero carácter de la escena que se nos presenta. De muchos pasajes de la Escritura inferimos que la iglesia no es sólo el cuerpo (Ef. 1:23, 5:30; Col. 1:18; 1 Co. 12:27, etc.)., sino también la novia de Cristo. Pablo habla así a los corintios: «Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo.» (2 Co. 11:2). Y también, al exponer los deberes de los maridos para con sus esposas, los hace valer sobre la base de que el matrimonio es un tipo de la unión de Cristo con la iglesia. «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Ef. 5:25-27). Y una vez más: «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (vv. 31-32). Aquí, el Espíritu de Dios nos retrotrae a la formación de Eva tomada de Adán, y su presentación a él y unión a él como su esposa, como tipo de la presentación de la iglesia a Cristo, el postrer Adán. Mientras Él estuvo aquí como hombre, se mantuvo en solitario; pero también sobre Él cayó un profundo sueño, el sueño de la muerte, según el propósito de Dios; y como fruto de Su trabajo, mediante el descenso del Espíritu Santo, se formó la iglesia — formada y unida a Él; de modo que, como dijo Adán de Eva: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn. 2:23), nosotros (los creyentes) podemos decir: «somos miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos» (Ef. 5:30).
Pero hay algo más que se nos expone en Efesios. Se dice que Cristo amó a la iglesia y que se dio a Sí mismo por ella. Así, fue Su amor la fuente de todo: Su motivo, en este aspecto, para darse a Sí mismo. Al encontrar la perla de gran precio, y al valorarla según la estimación de Sus afectos, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró (Mt. 13:46); Él se dio a Sí mismo (y, al darse a Sí mismo, dio «todo lo que el amor podía dar») por ella. Y se dio a Sí mismo por ella para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, con lo que hizo a la iglesia moralmente idónea para Él, «a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, etc.» Así, aquí tenemos tres etapas: el pasado, el presente y el futuro. Él se dio a Sí mismo por ella al morir en la cruz; la purifica (el proceso que está llevando ahora a cabo mediante Su intercesión a la diestra de Dios, en respuesta a la que hay el lavamiento de agua por la palabra); y se la presenta a Sí mismo — lo que tendrá lugar en la cena de las bodas del Cordero.
Y todo ello, cada una de las etapas, se debe observar, es fruto de Su amor. Si Él todavía espera a la diestra de Dios, es sólo para que sean recogidos todos aquellos que han de formar parte de Su esposa. «Todo lo que el Padre Me da, vendrá a Mí» (Jn 6:37); y Él ha comprado, redimido, todo mediante el don de Sí mismo. Y por ello Él se mantendrá sentado hasta que el último de éstos sea traído de las tinieblas a la maravillosa luz de Dios. Entonces no se esperará ya más; Porque el mismo amor que lo movió a darse a Sí mismo lo llevará a venir a recoger a Su novia. De ahí que se presenta a la iglesia, diciendo: «Ciertamente vengo en breve», recordándole que Su amor nunca disminuye, que está anhelante esperando el momento en que vendrá a recibirla a Sí mismo. Tras haber recogido a los Suyos de la manera que ya ha quedado descrita en un capítulo anterior, y habiéndolos llevado a la casa del Padre, y tras haber quedado todos manifestados ante Su tribunal, ha llegado ahora el tiempo para las bodas, y este es el acontecimiento que se celebra en el pasaje que se cita de Apocalipsis.
Se trata de las bodas del Cordero (Ap. 19:7); y, como otro ha dicho: «el Cordero es una figura o descripción del Hijo de Dios, y nos habla de los dolores que padeció por nosotros. El alma entiende esto, y por ello este título, “la esposa del Cordero”, nos habla que es por  Sus padecimientos que el Señor la ha hecho Suya; que Él la ha valorado hasta tal punto que lo dio todo por ella». En este mismo momento los creyentes están unidos a Cristo; pero las bodas hablan de otra cosa. Son el momento en el que todos los creyentes de esta dispensación — incluyendo a todos desde Pentecostés hasta la venida del Señor — ya glorificados y contemplados orgánicamente, quedan plena y finalmente asociados con el Hombre resucitado y glorificado, con Aquel que, en Su gracia incomparable y amor sin par, ha escogido a la iglesia como Su compañera para siempre. En la escena que se nos describe aquí está a punto de manifestarse; pero antes que Él regrese al lugar donde fue rechazado, tomará en unión formal a aquella que ha compartido en cierta medida Sus dolores y sufrimientos, para manifestarla ante el mundo como aquella que comparte la misma gloria con Él mismo. «La gloria que Me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que Tú Me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí Me has amado» (Jn. 17:22, 23). Esto se refiere a la ocasión en que Él regresa para tomar Su poder y reinar,
«Y la tierra verá Su regia esposa
En el trono, junto a Él sentada.»
Las bodas son la preparación para esta manifestación pública, y son la expresión de Su propio corazón al introducir así a la iglesia participando con Él mismo en Su propia gloria y en Su propio gozo.
Si combinamos el pasaje en Efesios con el que tenemos delante de nosotros, podremos ver que la esposa estará revestida de una doble hermosura. Aquí se nos dice que «Su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente». En Efesios se dice que Él se presentará «a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Ef. 5:27). Esta última hermosura es el resultado de lo que Cristo ha hecho por ella: « ... se entregó a sí mismo por ella, 26 para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra». Por tanto, como ya hemos visto, la ha transformado en una compañera moralmente idónea para Él mismo; y como ahora la ha traído ante Sí mismo, ella resplandece con la hermosura de Él, reflejando la gloria del Esposo. Lo que Él ve en Su presencia es Su propia semejanza reproducida en Su esposa; y así Él ha hecho de ella la compañera idónea de Su exaltación y gloria.
Pero el lino fino indica otra clase de hermosura. Se trata de las justicias de los santos (v. 8) — el resultado, como antes se ha hecho observar, de la comparecencia ante el tribunal de Cristo. Esto ahonda maravillosamente nuestra comprensión de la gracia de Dios. Si hacemos una sola cosa que comporte Su aprobación, esto puede ser sólo por el poder que Él mismo nos ha dado: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Ef. 2:10). Y Él todavía nos ha de adornar con todo el fruto y la hermosura de aquello que ha sido obrado en y mediante nosotros por Su propia gracia y por Su propio poder. Así, la esposa del Cordero estará caracterizada por toda clase de hermosura — divina y humana — , según la perfección de los pensamientos y propósitos de Dios, y también en conformidad con la mente y el corazón del Cordero.
Hay diversas cosas que acompañan a la celebración de las bodas. Primero, hay el estallido de gozo y de alabanzas, «como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!» (v. 6). De hecho, como se ve en este capítulo las bodas tienen lugar inmediatamente antes de la salida en juicio del Rey de reyes y Señor de señores, y por ello tiene lugar en vísperas de la soberanía universal «de nuestro Señor y de Su Cristo» (Ap. 11:15). Luego asciende el clamor: «Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero», etc. (v. 7). Las nupcias del Cordero suscitan así la adoración maravillada del cielo, de todos los siervos de Dios, y de los que le temen, grandes y pequeños (v. 5). Por último, se manda a Juan que escriba: «Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero». La porción de la esposa es tan singular como incomparable; pero incluso los invitados a participar en el gozo de aquel día son declarados bienaventurados. Y no es extraño, porque son admitidos a contemplar la celebración de la culminación del deseo de Cristo, Su gozo al presentarse a Sí mismo a aquella por la que había muerto y que, hecha apta para su asociación con Él, está ahora revestida de la gloria de Dios (Jn. 17:22; Ap. 21:10, 11). Así, es un día de gozo ininterrumpido — gozo del corazón de Dios, gozo del Cordero y de Su esposa, y gozo de todos los que son admitidos a participar de esta maravillosa fiesta. Pero es el Cordero, Él mismo, quien atrae nuestra mirada como el protagonista de aquel día; y, como alguien ha observado, esto es designado como «las bodas del Cordero, no las bodas de la Iglesia, o de la esposa del Cordero, sino del Cordero, como si el Cordero es el que tiene la parte principal en este gozo. La Iglesia, cierto, tendrá su gozo en Cristo, pero Cristo tendrá Su mayor gozo en la Iglesia. El pálpito más intenso de alegría que latirá por toda la eternidad será en el seno del Señor por Su redimida esposa. En todo Él ha de tener la preeminencia; y como la ha de tener en todo, así también en esto: que Su gozo en ella será mayor que el de ella en Él».
«Para ti, Su regia esposa — para ti,
Sus más brillantes glorias resplandecen;
Y, cuánta mayor felicidad, Su inmutable corazón,
Con todo su amor, tuyo es.»