Juan Capítulo 5

John 5  •  13 min. read  •  grade level: 12
Listen from:
El Poder Vivificante De Cristo Contrastado Con La Falta De Poder De Las Ordenanzas Legales
Este capítulo contrasta el poder vivificante de Cristo, el poder y derecho de dar vida a los muertos, con la impotencia de las ordenanzas legales. Éstas requerían fortaleza en la persona que quería beneficiarse de ellas. Cristo trajo consigo el poder que iba a sanar, y ciertamente a traer vida. Además, todo juicio es encomendado a Él, para que aquellos que hayan recibido la vida no vengan a juicio. El final del capítulo presenta los testimonios que han sido dados acerca de Él, y, por lo tanto, la culpa de aquellos que no acudirían a Él para tener vida. Lo uno es gracia soberana, lo otro, responsabilidad, porque la vida estaba allí. Para obtener vida, se necesitaba Su poder divino; pero, al rechazarle, al rehusar venir a Él para que tuviesen vida, ellos lo hicieron así a pesar de las pruebas más positivas.
El Hombre Impotente; Fuerza Impartida Por Cristo
Vayamos un poco a los detalles. El pobre hombre que tenía una enfermedad hacía treinta y ocho años, estaba totalmente incapacitado, dada la naturaleza de su enfermedad, de beneficiarse mediante medios que requerían fuerza para utilizarlos. Éste es el carácter del pecado, por una parte, y de la ley por otra. Algunos vestigios de bendición existían aún entre los judíos. Los ángeles, ministros de esa dispensación, todavía obraban entre el pueblo. Jehová no se dejó sin testimonio. Pero se precisaba fuerza para beneficiarse de este ejemplo del ministerio de ellos. Aquello que la ley no podía hacer, por cuanto era débil a causa de la carne, Dios lo hizo por medio de Jesús. El hombre impotente tenía el deseo, pero no la fuerza; la voluntad estaba presente en él, pero no el poder para actuar. La pregunta del Señor expone esto. Una simple palabra de Cristo lo hace todo. “Levántate, toma tu lecho y anda.” Se imparte fortaleza. El hombre se levanta, y se va llevándose su lecho.
El Día De Reposo; Dios Comenzando a Obrar Nuevamente En Poder Y Amor
Era día de reposo—una importante circunstancia aquí, que ocupa un lugar prominente en esta interesante escena. El día de reposo fue dado como señal del pacto entre los judíos y el Señor. Pero, había sido demostrado que la ley no daba el reposo de Dios al hombre. Se necesitaba el poder de una nueva vida; la gracia era necesaria para que el hombre estuviera en relaciones con Dios. La sanación de este pobre hombre fue una operación de esta misma gracia, de este poder, pero obrada en medio de Israel. El estanque de Betesda daba por sentado que había poder en el hombre; el acto de Jesús empleó el poder, en gracia, a favor de uno del pueblo del Señor que estaba angustiado. Por lo tanto, tratando con Su pueblo en gobierno, le dice al hombre: “No peques más, para que no te suceda alguna cosa peor.” (Juan 5:14—RVR77). Era Jehová actuando por medio de Su gracia y bendición entre Su pueblo; pero lo era en las cosas temporales, las señales de Su favor y misericordia, y en relación con Su gobierno en Israel. Así y todo, era poder divino y gracia. Ahora bien, el hombre dio aviso a los judíos que era Jesús. Ellos se levantan contra Él bajo el pretexto de una violación del día de reposo. La respuesta del Señor es profundamente sensible, y llena de enseñanza—una revelación total. Esta respuesta habla de la relación, abiertamente revelada ahora por Su venida, que existía entre Él mismo (el Hijo) y Su Padre. Muestra con ella—¡y qué profundidades de la gracia!—que ni el Padre ni Él podían hallar Su día de reposo en medio de la miseria y de los tristes frutos del pecado. Jehová en Israel podía imponer el día de reposo como una obligación de la ley, y convertirlo en señal de la verdad previa de que Su pueblo entraría en el reposo de Dios. Pero, de hecho, cuando Dios fue plenamente conocido, no hubo ningún reposo en las cosas existentes; ni fue esto todo—Él obró en gracia, Su amor no podía descansar en la miseria. Él había instituido un reposo relacionado con la creación, cuando ésta era muy buena. El pecado, la corrupción y la miseria habían entrado en ella. Dios, el Santo y el Justo, ya no halló un día de reposo en ella, y el hombre no entró verdaderamente en el reposo de Dios (comparar con hebreos 4). De dos cosas, una es la siguiente: o bien Dios debía, en justicia, destruir a la raza culpable, o bien—y esto es lo que Él hizo, conforme a Sus propósitos eternos—debía comenzar a obrar en gracia conforme a la redención que el estado del hombre requería—una redención en la que se despliega toda Su gloria. En una palabra, Él debe comenzar a obrar nuevamente en amor. Así, el Señor dice, “Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.” Dios no puede satisfacerse allí donde existe el pecado. No puede reposar con la miseria ante Su vista. Él no tiene día de reposo, sino que todavía trabaja en gracia. ¡Qué respuesta tan divina a sus miserables especulaciones!
El Señor Poniéndose En Igualdad Con El Padre
Otra verdad salió a la luz de lo que el Señor dijo. Él se puso en igualdad con Su Padre. Pero los judíos, celosos de sus ceremoniales—de aquello que los distinguía de las otras naciones—no vieron nada de la gloria de Cristo, y procuran matarle, tratándole como un blasfemo. Esto brinda a Jesús la ocasión de poner al descubierto toda la verdad sobre este punto. Él no era como un ser independiente poseyendo iguales derechos, no era como otro Dios que actuaba por Su propia cuenta, lo cual además es imposible. No puede haber dos seres supremos y omnipotentes. El Hijo está en unión plena con el Padre, no hace nada sin el Padre, sino que hace todo lo que ve hacer al Padre. No hay nada que el Padre haga que Él no lo haga en comunión con el Hijo; y mayores pruebas que estás debían aún ser vistas, pruebas que los dejarían maravillados. Esta última frase de las palabras del Señor muestra, así como el total de este Evangelio, que mientras se revela en forma absoluta que Él y el Padre son uno, Él lo revela, y habla de ello desde una posición en la cual Él podía ser visto por los hombres. Aquello de lo que Él habla está en Dios; la posición desde la que habla de ello es una posición tomada, y, en cierto sentido, inferior. Vemos en todas partes que Él es igual al Padre, y uno con Él. Vemos que Él recibe todo del Padre, y todo lo hace según la mente del Padre. (Esto se ve notablemente en el capítulo 17). Se trata del Hijo, pero el Hijo manifestado en la carne, actuando en la misión que el Padre le envió a cumplir.
El Hijo Como El Dador De Vida Y El Juez De Todo
Hay dos cosas de las que se habla en este capítulo (vers. 21-22), las cuales demuestran la gloria del Hijo. Él da vida y Él juzga. No se trata aquí de sanar—una obra que, en el fondo, brota de la misma fuente, y tiene ocasión de manifestarse en el mismo mal: sino de la dación de vida de un modo evidentemente divino. Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así el Hijo a los que quiere da vida. Tenemos aquí la primera prueba de Sus derechos divinos. Él da vida, y la da a quien quiere. Pero, siendo encarnado, Él puede ser personalmente deshonrado, rechazado, menospreciado por los hombres. Por consiguiente, todo el juicio le es encomendado a Él, y el Padre a nadie juzga, para que todos, incluso aquellos que han rechazado al Hijo, le honren como honran al Padre al cual reconocen como Dios. Si rehúsan honrarle cuando Él actúa en gracia, estarán obligados a honrarle cuando Él actúe en juicio. En la vida, tenemos comunión por el Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo (y el vivificar o dar vida es la obra tanto del Padre como del Hijo); pero en el juicio, los incrédulos tendrán que vérselas con el Hijo del Hombre, a quien han rechazado. Las dos cosas son bastante diferentes. Aquel a quien Cristo a dado vida, no necesitará ser obligado a honrarle pasando por el juicio. Jesús no llamará a juicio a uno que Él ha salvado dándole vida.
La Gracia Da Vida Eterna Y Pone a Salvo Del Juicio
¿Cómo podemos saber, entonces, a cuál de estas dos clases pertenecemos nosotros? El Señor (¡alabado sea Su nombre!) contesta que el que oye Su palabra y cree en Aquel que le envió (que cree en el Padre al oír a Cristo), tiene vida eterna (tal es el poder vivificador de Su Palabra), y no vendrá a juicio. Él ha pasado de muerte a vida. ¡Sencillo y maravilloso testimonio! El juicio glorificará al Señor en el caso de aquellos que le han despreciado aquí. La posesión de vida eterna, para que no vengan a juicio, es la porción de aquellos que creen.
Dos Períodos Distintos En El Ejercicio De Poder Del Señor: (1) Almas Vivificadas Por El Hijo De Dios
Luego, el Señor señala dos períodos distintos, en los que el poder que el Padre le dio habiendo descendido a la tierra, tiene que ejercerse. La hora venía—ya había venido—en que los muertos oirían la voz del Hijo de Dios, y aquellos que la oyeran vivirían. Ésta es la comunicación de vida espiritual por Jesús, al hombre, quien está muerto por el pecado, y eso por medio de la Palabra que oiría. Pues el Padre ha dado al Hijo, a Jesús, manifestado así en la tierra, el tener vida en Sí mismo (comparar con 1 Juan 1:1-2). También le ha dado autoridad para ejecutar juicio, porque Él es el Hijo del Hombre. Porque el reino y el juicio, conforme a los consejos de Dios, pertenecen a Él como Hijo del Hombre—en aquel carácter en el que fue despreciado y rechazado cuando Él vino en gracia.
Este pasaje nos muestra también que, aunque Él era el Hijo eterno, uno con el Padre, es siempre contemplado como manifestado aquí en la carne, y, por lo tanto, recibiendo todo del Padre. Es así como le hemos visto en el pozo de Samaria—el Dios que daba, pero Aquel que pidió a la pobre mujer que le diera de beber.
(2) Cuerpos Resucitados De La Muerte
Jesús, entonces, vivificaba las almas. Él aún vivifica. Ellos no tenían que maravillarse. Una obra, mucho más maravillosa a los ojos de los hombres, se llevaría a cabo. Todos aquellos que estaban en los sepulcros saldrían. Éste es el segundo período del cual Él habla. En uno, Él da vida a las almas; en el otro, Él resucita cuerpos de la muerte. El primero ha permanecido durante todo el ministerio de Jesús y 1.800 años desde Su muerte; el segundo no ha sucedido todavía, pero durante su duración dos cosas tendrán lugar. Habrá una resurrección de aquellos que han hecho lo bueno (ésta será una resurrección de vida, el Señor completará Su obra vivificadora), y habrá una resurrección de aquellos que han hecho lo malo (esta será una resurrección para su juicio). Este juicio será en conformidad con la mente de Dios, y no conforme a ninguna voluntad separada y personal de Cristo. Hasta aquí se trata del poder soberano, y por lo que respecta a la vida, de la gracia soberana—Él a los que quiere da vida. Lo que sigue a continuación es la responsabilidad del hombre con respecto a la obtención de la vida eterna. Ésta estaba allí en Jesús, y no querían venir a Él para tenerla.
Cuatro Testimonios De La Gloria Y De La Persona Del Señor, Que Dejan Al Hombre Sin Excusa
El Señor continúa señalándoles cuatro testimonios rendidos a Su gloria y a Su Persona, los cuales les dejaban sin excusa: Juan, Sus propias obras, Su Padre, y las Escrituras. No obstante, mientras que pretendían recibir estas últimas, como hallando en ellas vida eterna, no querían venir a Él para tener vida. ¡Pobres judíos! El Hijo vino en nombre del Padre, y no le querían recibir; otro vendría en su propio nombre, y a éste sí recibirían. Esto es lo que mejor se adapta al corazón del hombre. Buscaban honrarse los unos a los otros, ¿cómo podían ellos creer? Recordemos esto. Dios no se adapta al orgullo del hombre—no acomoda la verdad para alimentarlo. Jesús conocía a los judíos. No significa que los acusaría delante del Padre: Moisés, en quien ellos confiaban, lo haría; pues si hubieran creído a Moisés, habrían creído a Cristo. Pero si no conferían ningún crédito a los escritos de Moisés, ¿cómo creerían las palabras de un Salvador despreciado?
Como resultado, el Hijo de Dios da vida, y ejecuta juicio. En el juicio que Él ejecuta, el testimonio que ha sido rendido a Su Persona deja al hombre sin excusa sobre el terreno de su propia responsabilidad. En el capítulo 5, Jesús es el Hijo de Dios quien, con el Padre, da vida, y como Hijo del Hombre juzga. En el capítulo 6, Él es el objeto de la fe, descendido del cielo y muriendo. Él sólo alude a Su ascensión al cielo como Hijo del Hombre.