Capítulo 5

Narrator: Jose Gentwo
Daniel 5  •  19 min. read  •  grade level: 14
Características Históricas Y Morales
Daniel 5 y 6 forman parte de la serie de lo que podemos llamar, capítulos morales. Son capítulos históricos, pero, además, están sellados con el carácter de una prefiguración del futuro, recibiendo luz de las profecías, y arrojando luz sobre estas mismas profecías que preceden y siguen a estos capítulos. Ya tuvimos dos de estas ilustraciones prácticas de los poderes Gentiles, a continuación del sueño de Nabucodonosor. Nosotros estamos ahora, a punto de entrar a la primera de dos más, antes que examinemos las comunicaciones más precisas hechas al profeta mismo en Daniel 7. Los capítulos 5 y 6 del libro de Daniel tienen esta peculiaridad, que ellos sacan a la luz, no tanto las características de los Gentiles como sí lo hacen ciertos detalles que se han de encontrar en ellos el final, precursores de una destrucción rápida. En resumen, ellos tipifican hechos especiales o estallidos del mal, en lugar de lo que invadió su posición e historia enteras. No obstante, hay una marcada diferencia entre cada uno de estos capítulos, y debemos proseguir ahora a considerar brevemente el primero de ellos.
La Gran Fiesta De Belsasar
“El rey Belsasar hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino” (Daniel 5:1). Era una escena de magnífico, y quizás insólito, jolgorio. “Mientras saboreaba el vino, Belsasar,” el rey sacrílego, “ordenó traer los vasos de oro y plata que Nabucodonosor su padre había sacado del templo que estaba en Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y sus concubinas. Entonces trajeron los vasos de oro ... Bebieron vino y alabaron a los dioses de oro y plata, de bronce, hierro, madera y piedra” (Daniel 5:2-4 LBLA). La historia puede decirnos que este era un festival anual, cuando se daba rienda suelta al libertinaje; y que así se proporcionó una oportunidad favorable para que el sitiador de la ciudad aprovechase un momento sin vigilancia, y sacase así provecho de sus vastas preparaciones. La Escritura nos muestra que el rey, envuelto en esa seguridad falsa que precede a la destrucción, utilizó la ocasión para insultar al Dios de Israel. ¡Hombre imprudente, cegado! Fue la víspera de la ruina de su dinastía, y de su muerte.
Para Belsasar, el pasado era un improductivo espacio en blanco. Para él esto fue una lección, no oída y no aprendida, de que Dios, en Su providencia, había hecho que su antepasado fuera el instrumento de juicios justos pero terribles. La ciudad, la santa ciudad de Dios, fue tomada, el templo fue quemado, los vasos del santuario, con el pueblo, los sacerdotes, el rey, llevados a la tierra del enemigo. Fue un asombro para los hombres en todas partes cuando Israel cayó de esta manera. La importancia del hecho estaba totalmente fuera de proporción en relación con el número de personas que componían la nación o la extensión de su territorio. Pues, pobres como ellos podrían ser individualmente, aun así, los rodeaba un halo de un Dios que, en tiempos pasados, los había sacado de Egipto, a través del Mar Rojo — quien los había alimentado con comida de ángeles durante muchos largos años en el lóbrego desierto — y quien los había protegido durante siglos, a pesar de triste ingratitud, y de miles de peligros en la tierra de Canaán. ¿Acaso no fue para el mundo una extraña visión, cuando Dios entregó a Su propio pueblo escogido y favorecido para que fuesen barridos de su tierra por un rey Caldeo, el príncipe de la idolatría de aquel día? Porque Babilonia fue siempre famosa por la multitud de sus ídolos.
Nabucodonosor, en toda la soberbia de la exitosa ambición, no había sido tan insensato. Él se había inclinado ante la maravillosa verdad, de que el Dios del cielo, quien había abandonado a Israel por sus pecados, le había levantado en Su soberanía para ser la cabeza de oro del imperio Gentil. Él había reconocido que el Dios de Daniel es el Dios de dioses y Señor de los reyes (Daniel 2:47); había confesado que el Dios de Sadrac, Mesac, y Abednego es el Dios Altísimo (Daniel 3:26) — un libertador y un revelador de secretos que están más allá de todos los demás. Nabucodonosor había sido culpable de mucho pecado — había sido soberbio y autocomplaciente, pese a la advertencia, y había sido degradado debido a ello, como ningún rey ni hombre lo había sido alguna vez; pero él había reconocido a través de todo su amplio reino su propio pecado y las maravillas poderosas del Rey del cielo — porque todas Sus obras son verdaderas, y Sus caminos justos (Daniel 4:37). Pero antes de este brillante final, aun en sus días más inconsiderados, (cuando todos temblaban ante él, y “A quien quería mataba, y a quien quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba” Daniel 5:19), él no había procedido jamás a llevar a cabo semejante acto de blasfemia despreciativa como aquella perpetrada ahora por su nieto.
Pero la sentencia de juicio instantáneo, inevitable, se hizo oír de inmediato. Porque la copa de iniquidad estaba llena; y por mucho tiempo la boca del Señor había proclamado el castigo del rey de Babilonia (Isaías 13; Jeremías 25, etc.). Con todo, el golpe no cae aún sin una solemne señal de Dios. “En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, y escribían delante del candelabro, sobre el yeso de la pared del palacio real. Y el rey veía la mano que escribía” (Daniel 5:5 - RVA).
Un Silencioso Admonitor De Un Presagio Terrible
No era ahora un sueño de la noche, sino un silencioso admonitor de un presagio terrible en medio de su salvaje jolgorio e impío desafío al Dios vivo. La hora de la ejecución de la ira había llegado. Bel debe postrarse, Nebo debe derrumbarse delante de un Dios indignado, pero muy paciente. El rey no necesitó ninguna insinuación de otro. Su conciencia, corroída por la depravación, tembló delante de la mano que trazó su perdición, aunque él no conoció ninguna de las palabras que estaba escrita. Él sintió, instintivamente, que Aquel cuya mano nadie puede detener, estaba tratando con Él. “Entonces el rostro del rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, las coyunturas de sus caderas se le relajaron y sus rodillas comenzaron a chocar una contra otra” (Daniel 5:6 - LBLA). Olvidando su dignidad en su temor, “El rey gritó en alta voz que hiciesen venir magos, caldeos y adivinos” (Daniel 5:7). Pero todo fue en vano. Se ofrecen las más altas recompensas; pero el espíritu de sueño profundo cerró todo los ojos. “No pudieron leer la escritura ni mostrar al rey su interpretación” (Daniel 5:8).
En medio de la alarma cada vez aún mayor del rey y del asombro de sus príncipes, la reina (sin duda la reina madre, si comparamos los versículos 2 y 10 de este capítulo 5), entra a la sala del banquete. Ella no estaba de acuerdo con la fiesta, y le recuerda al rey acerca de uno que estaba aún más afuera y por sobre todo ello — un completo extraño en persona para el rey impío. “En tu reino hay un hombre” etc. (Versículos 11-14).
Este hecho de que Daniel fuera un extraño para Belsasar es un hecho sumamente significativo. Cualquiera que hubiera sido la soberbia y la audacia del gran Nabucodonosor, Daniel estuvo en la corte del rey (Daniel 2:49) — gobernador de toda la provincia de Babilonia, y jefe supremo sobre todos los sabios. Su degradado y degenerado descendiente no conocía a Daniel.
Esto me recuerda, por cierto, un incidente muy bien conocido en la historia del rey Saúl, cuya fuerza moral no siempre es vista. Cuando un espíritu malo le atormentaba, un joven hijo de Isaí fue buscado, cuya música Dios se complacía en utilizar como un medio de tranquilizar la mente del rey. “Y sucedió, siempre que el espíritu malo de parte de Dios estaba sobre Saúl, que tomaba David el arpa y tañía con su mano; con lo cual Saúl obtenía alivio y estaba bien, y se apartaba de él el espíritu malo” (1 Samuel 16:23 - VM). No mucho tiempo después, Saúl y todo Israel tuvieron gran miedo cuando el gigante de Gat los desafió en el valle de Ela. La providencia de Dios llevó allí, en la humilde senda del pacífico deber, a un joven que oyó las palabras vanagloriosas de los Filisteos con oídos diferentes. En lugar de terror, su sentimiento fue más bien de asombro ante el hecho de que el incircunciso se atreviera a provocar a los ejércitos del Dios vivo. Tan pronto como la victoria fue ganada, el rey se volvió al general del ejército con esta pregunta, “¿de quién es hijo ese joven?” (1 Samuel 17:55). Y Abner confiesa su ignorancia. Hubo aquí un caso extraño: ¡el mismo joven que le había ministrado en su enfermedad, era un desconocido para el rey Saúl! Ciertamente, el intervalo no fue muy largo; pero Saúl no conoció a David. Esto ha desconcertado inmensamente a los críticos; y uno de los Hebraístas más distinguidos ha intentado sugerir que los capítulos se deben haber mezclado de alguna forma, y que el final de 1 Samuel 16 debería seguir a continuación del final de 1 Samuel 17, como forma de remover la dificultad de la ignorancia de Saúl acerca de David después que él había estado en su presencia, de haber ganado su amor, y haberse convertido en su paje de armas. Pero yo estoy convencido de que todo esto surge de no comprender la lección misma que Dios enseña en la escena. La verdad es que Saúl podría haber amado a David por sus servicios: pero no hubo nunca ni un ápice de simpatía; y donde éste es el caso, nosotros olvidamos rápidamente. La extrañeza de corazón pronto termina en un verdadero distanciamiento, cuando el servicio del Señor entra. Es el propio espíritu del mundo hacia los hijos de Dios. Como dice Juan, “el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él” (1 Juan 3:1). Ellos pueden estar al tanto de muchas cosas acerca de los cristianos, pero ellos mismos nunca conocen. Y cuando el cristiano desaparece de la escena, puede haber una reminiscencia pasajera, pero él es un hombre desconocido. Saúl había estado bajo las más grandes obligaciones para con David. Pero aunque David había sido el canal de consuelo para él, con todo, todo reconocimiento de David desapareció completamente junto con el servicio que le había prestado. Del mismo modo la reina pudo decir de Daniel, “en los días de tu padre se halló en él luz e inteligencia y sabiduría, como sabiduría de los dioses; al que el rey Nabucodonosor tu padre, oh rey, constituyó jefe sobre todos los magos, astrólogos, caldeos y adivinos” (Daniel 5:11). Sin embargo, no había ahora ningún pensamiento acerca de él. Él era, comparativamente, desconocido para los que estaban en la fiesta. La única persona que pensó en él fue la reina, y ella sólo estaba allí debido a la turbación de ellos.
Daniel Ante El Rey
Por consiguiente, Daniel es traído ante el rey, y el rey le pregunta, “¿Eres tú aquel Daniel de los hijos de la cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judea?” (Daniel 5:13). Luego le cuenta su dificultad, y habla de las recompensas que él está preparado para dar a cualquiera que le diga la interpretación de lo que había sido escrito sobre la pared. Daniel responde como conviene a la ocasión. “¡Quédense tus dones para ti mismo, y tus premios dalos a otro! yo sin embargo leeré el escrito al rey, y le haré conocer la interpretación” (Daniel 5:17 - VM). Pero primero él administra una palabra muy dolorosa de amonestación. Él le presenta en unas pocas palabras, la historia de Nabucodonosor, y los tratos de Dios con él. Le recuerda, además, su completa indiferencia; no, sus imprudentes insultos contra Dios. “Y tú su hijo, oh Belsasar, no has humillado tu corazón, aunque conocías todo esto. Antes bien, contra el Señor del cielo te has ensalzado ... mas al Dios en cuya mano está tu aliento, y cuyos son todos tus caminos, no le has glorificado” (Daniel 5:22-23 - VM). Le hace ver lo que esa escena era a los ojos de Dios. Porque esto es lo que el pecado, lo que Satanás, procura ocultar siempre. Ante la corte Babilónica, se trataba de una fiesta magnífica, realzada por los monumentos conmemorativos del éxito de sus armas, y la supremacía de sus dioses. Pero, ¿qué era su maravilloso jolgorio a los ojos de Dios? ¿Qué era para Él el hecho de que los vasos de Su servicio fueran traídos para jactarse tan orgullosamente del triunfo de Babilonia y sus ídolos? Para uno que le conocía a Él, ello debe haber sido un momento muy doloroso, no obstante lo seguro y rápido del asunto. Con todo, hay escenas que tienen lugar ahora en el mundo que dan presagios de un carácter a lo menos tan grave como este. La pregunta es, ¿Estamos nosotros en el secreto de Dios, de modo que podamos, nosotros mismos, leer Su juicio sobre todas estas cosas? Nosotros podemos, fácilmente y sin costo, pronunciarnos, en una medida, sobre la presunción de Nabucodonosor y la abierta impiedad de Belsasar; pero el gran criterio moral para nosotros es este: ¿Estamos discerniendo correctamente el aspecto del cielo y de la tierra en este nuestro día? ¿Se han perdido los aspectos amenazadores de este tiempo sobre nosotros? ¿Estamos identificados simple y solamente con los intereses del Señor en el tiempo actual? ¿Entendemos lo que está sucediendo ahora en el mundo? ¿Creemos en lo que está por venir sobre él? Es evidente que el rey y su corte no eran más que los instrumentos de Satanás; y el desprecio que ellos mostraron por el Dios del cielo no fue la mera obra de sus propias mentes, sino que Satanás era el amo de ellos. Y es un dicho verdadero que, dondequiera que ustedes tengan la voluntad del hombre, invariablemente encontrarán el servicio de Satanás. ¡Qué desgracia! el hombre no sabe que el disfrute de una libertad sin Dios es, y debe ser, el tener que ver con la obra del diablo. El rey Belsasar y sus príncipes podrían pensar que esto no era más que celebrar sus victorias sobre una nación aún postrada y cautiva en Babilonia; pero fue un insulto directo, personal, ofrecido al Dios verdadero, y Él responde al desafío. Ya no era más una controversia entre Daniel y los astrólogos, sino entre el propio Belsasar y Dios. La orden de traer los vasos de la casa del Señor, podría parecer nada más que un impío capricho de embriaguez del rey; pero la crisis había llegado, y Dios debe dar un golpe decisivo. Cuenten con ello: estas tendencias de nuestros días, aunque no son enfrentadas de inmediato por Dios, no son olvidadas; hay un atesoramiento de ira en preparación para el día de la ira. El presente no es un tiempo cuando Dios deja caer Sus juicios. Más bien es un día cuando el hombre está acrecentando sus pecados hasta el cielo, sólo para caer mucho más terriblemente cuando la mano de Dios se extienda contra él.
Pero hay, aun entonces, una advertencia, solemne, inmediata, y delante de todos. Y observen, en cuanto a esta escritura vista en la pared, ¿cuál fue la gran dificultad que ella presentaba? El idioma era Caldeo, y quienes vieron la mano y los caracteres eran Caldeos. Podríamos haber juzgado, entonces que las simples letras debían ser más familiares para los Caldeos que para Daniel. No es el modo de obrar de Dios, cuando Él comunica algo, expresarlo de forma obscura. Sería una teoría monstruosa afirmar que Dios, al dar una revelación, lo hace de un modo imposible de entender para quienes esta revelación está destinada. ¿Qué es lo que hace que toda Escritura sea tan difícil? No es su lenguaje. Una prueba llamativa de ello se encuentra en esto — si alguien preguntase, qué parte del Nuevo Testamento yo entiendo que es la más profunda de todas, yo debería referirme a las Epístolas de Juan; y, sin embargo, si hay algunas partes, más que otras, redactadas en un lenguaje de la mayor sencillez, son exactamente estas Epístolas. Las palabras no son las de los escribas de este mundo. Tampoco son los pensamientos enigmáticos o llenos de alusiones extrañas, recónditas. La dificultad de la Escritura estriba en esto: en que es la revelación de Cristo, para las almas que tienen sus corazones abiertos, por gracia, para recibirle y valorarle a Él. Ahora bien, Juan fue uno que fue admitido a esto de forma preeminente. De todos los discípulos él fue el más favorecido en intimidad de comunión con Cristo. Así fue, ciertamente, cuando Cristo estuvo en la tierra; y él es utilizado por el Espíritu Santo para darnos los más profundos pensamientos del amor y de la gloria personal de Cristo. La real dificultad de la Escritura consiste, entonces, en que sus pensamientos están tan infinitamente por encima de nuestra mente natural. Debemos renunciar al yo para entender la Biblia. Debemos tener un corazón y un ojo para Cristo, o la Escritura llega a ser una cosa ininteligible para nuestras almas; mientras que, cuando el ojo es sencillo, todo el cuerpo está lleno de luz (“cuando tu ojo sea sencillo, todo tu cuerpo también estará lleno de luz” Lucas 11:34 - VM). De ahí que ustedes pueden hallar a un hombre culto completamente confundido, aunque él puede ser un cristiano — deteniéndose bruscamente ante las Epístolas de Juan y el Apocalipsis como siendo libros muy profundos como para que él entre en ellos; mientras que, por otra parte, ustedes pueden encontrar a un hombre sencillo quien, si no puede entender enteramente estas Escrituras o explicar correctamente cada porción de ellas, de todos modos él puede disfrutar de ellas; estas le transmiten pensamientos inteligibles a su alma, y también consuelo, guía, y provecho. Aunque sean de acontecimientos venideros, o Babilonia y la bestia, él encuentra allí grandes principios de Dios que, aunque puedan ser encontrados en el libro que tiene fama de ser el más oscuro de los libros de la Escritura, sin embargo, tienen una orientación práctica para su alma. La razón es: Cristo está ante él, y Cristo es la sabiduría de Dios en todo sentido. No es, por supuesto, debido a que él sea ignorante que él puede entenderla, sino a pesar de su ignorancia. Tampoco se debe a que un hombre sea culto el hecho de que él sea capaz de entrar en los pensamientos de Dios. Sea el hombre ignorante o culto, no hay más que una sola forma — el ojo para ver lo que concierne a Cristo. Y donde eso está fijado firmemente ante el alma, yo creo que Cristo llega a ser luz de inteligencia espiritual así como Él es la luz de salvación. El Espíritu de Dios es el poder para aprenderlo; pero Él nunca da esa luz excepto a través de Cristo. De otro modo el hombre tiene un objeto ante él que no es Cristo, y, por consiguiente, no puede comprender la Escritura que revela a Cristo. Él intenta forzar las Escrituras para que se refieran a sus propios objetos, cualesquiera que ellos puedan ser, y así la Escritura es pervertida. Esa es la verdadera llave a todos los errores acerca de la Escritura. El hombre toma sus propias reflexiones sobre la Palabra de Dios, y edifica un sistema que no tiene ningún fundamento divino.
La Inscripción Sobre La Pared
Volviendo, entonces, a la inscripción sobre la pared, las palabras eran suficientemente claras. Todo debería haber sido inteligible, y lo habría sido, si las almas de los Caldeos hubieran estado en comunión con el Señor. Yo no quiero decir que no se necesitó el poder del Espíritu de Dios para capacitar a Daniel para entenderla; pero es una cosa inmensa para el entendimiento de la Palabra, el hecho de que tengamos comunión con el Dios que nos está dando a conocer Sus pensamientos. “Y ahora, hermanos,” dijo Pablo a los ancianos, “os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia” (Hechos 20:32).
Daniel estaba enteramente fuera de las francachelas y de cosas por el estilo. Él era un extraño para quienes estaban cómodos allí. Fue llamado de la luz de la presencia de Dios a ver esta escena de impiedad y tinieblas; y viniendo, por tanto, con la frescura que tenía estando en la luz de Dios, él lee esta escritura sobre la pared, y todo fue claro como el día. Y nada más solemne. “Esta es la interpretación del asunto” (Daniel 5:25-28). Él ve, inmediatamente, a Dios en el asunto. El rey había insultado a Dios en lo que se relacionaba con Su adoración. “TEKEL: Has sido pesado en la balanza y has sido hallado falto. PERÉS: Dividido está tu reino, y ha sido dado a los medos y persas” (Daniel 5:27-28 - VM). No se trató de que algo apareciera entonces; nada se vio en ese momento que lo hiciera, incluso, probable. Y yo llamo a poner la atención en esto, porque es otra demostración de cuán completamente falsa es la regla de que nosotros debemos esperar hasta que la profecía se cumpla antes de que podamos entenderla. Si un hombre es un incrédulo, ver el cumplimiento de la profecía en el pasado es un argumento poderoso que nada puede superar. Pero, ¿es para eso que Dios escribió la profecía? ¿Fue para convencer a incrédulos? Sin duda Dios puede utilizarla para los tales. Pero, ¿fue eso lo que Dios se propuso hacer con la escritura sobre la pared aquella noche? Claramente no. Se trató de Su última advertencia solemne antes que cayera el golpe, y la interpretación fue dada antes de que los persas irrumpieran en la ciudad — cuando no había ni un signo de ruina, sino que todo era regocijo y jolgorio. “En aquella misma noche fue muerto Belsasar rey de los Caldeos. Y Darío el medo tomó el reino, siendo como de sesenta y dos años de edad” (Daniel 5:30-31 - VM). En resumen, Babilonia fue juzgada.