Capítulo 6: Carina Sale a Nadar

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El día amaneció por fin. Carina se paró delante de la ventana otra vez, con Papá a su lado.
¡Qué escena tan extraña! Ayer había tierras aradas y prados verdes. Ahora todo era mar, un mar violento, como el mar que la había hecho temblar cuando estaba de pie sobre el dique ayer. Era aún peor que eso, por causa de lo que estaba en él. La casa grande del vecino Justo se miraba como el arca de Noé en el diluvio. Las casas más pequeñas tenían nada más sus techos sobre el agua. ¡Y los árboles! La copa del álamo era como un ramillete frondoso. Las ramitas más altas del sauce se estaban meciendo encima del agua como cañas.
El señor De Leuw estaba mirando hacia el sur, donde el perfil negro del dique estaba quebrado por un trozo de blanco. Este color de blanco era espuma. Allí el dique se había quebrado, y aquel color de blanco era la espuma del agua que se derramaba en la zona baja.
¿Quién habría pensado que esto sucedería? El peligro había parecido venir desde el norte, si bien había peligro. Era el dique del norte que tenía que aguantar los golpes terribles de las olas y del viento; era la furia del Mar del Norte la que la gente temía. Los diques del sur estaban a sotavento de la tempestad, y el Arroyo Arenoso era nada más un brazo insignificante del mar. Pero de todos modos allí se había quebrado el dique.
La boca de Papá estaba puesta en una línea recta. Sabiendo lo que había pasado, entendía por qué el agua subía tan rápidamente en la noche, y sabía que era probable que iba a continuar subiendo.
—¿Qué es esto?—Carina preguntó mientras algo venía flotando hacia ellos. La corriente lo llevaba cerca de la casa.
—Es una jaula para gallinas—Papá contestó.
Otras cosas pasaban de cerca flotando: un tanque para grano, algunas tablas, y una silla, otra silla, un gabinete para lino...
—Papá, ¿de dónde vinieron estos muebles? ¿No estaban dentro de alguna casa?—Carina preguntó ansiosamente.
—Sí, estaban dentro de alguna casa—Papá dijo—Temo que alguna casa fue llevada por el agua.
Esto era un pensamiento espantoso.—¿Supone que nuestra casa será llevada?
—Nuestra casa es fuerte y firme—Papá contestó de manera consoladora—. Pero tengo que tomar precauciones de todos modos.
Él se fue, y Carina se quedó ante la ventana sola. Ella miraba mientras que más escombros pasaban flotando. La corriente llevaba otras cosas cerca de la ventana del desván: una mesa, otro gabinete para lino, otra mesa, algunas sillas. Había mucho más que lo que habría podido salir de una sola casa. Varias casas debían de haber caído.
¿Qué era ese sonido? ¿Un bebé que lloraba? Tal vez era su imaginación. O tal vez era el viento.
Carina escuchó cuidadosamente. No, no era su imaginación. Era un bebé que lloraba. No podía ser Leana, porque ella estaba en su cama al otro extremo del gran desván.
Sacando la cabeza por la ventana, Carina escuchó otra vez. Ahora los lloros parecían más recios. Estaban mezclados con los rugidos del viento, pero ciertamente era el llanto de un bebé. ¿Cómo podía haber un bebé allí afuera en el agua?
Había un sillón con brazos que balanceaba sobre el agua. El lloro parecía venir de esa dirección. El asiento del sillón y un brazo tapizado estaban en alto encima del agua, y algo blanco estaba acostado en el asiento.
Carina salió por la ventana al canal ancho alrededor del techo. Caminaba a lo largo de él hasta que podía ver mejor. Esa cosa blanca era frazadas, ¡y había un bebé envuelto en ellas!
Carina se apuró adelante en el canal, con esperanza de agarrar el sillón cuando llegara cerca. Flotó más cerca, y ella estiró un brazo tanto que podía. Pero no pudo alcanzarlo. Pasaba balanceando.
Ella lo siguió, corriendo a lo largo del canal, esperando que se acercara. Pero se quedó fuera de su alcance, y por fin flotó más y más lejos.
—¡Papá!—Carina gritó.
Pero Papá había ido al almacén; él no la podía oír.
—¡Mamá!
Mamá no podía oírla tampoco. Ella estaba con los pequeños al otro extremo del desván.
—¡Si tan sólo Arturo estuviera aquí!—Carina pensó. Pero Arturo estaba ausente. Todo dependía de Carina. Y hubo solamente una manera para salvar al bebé. Ella tendría que nadar para él. Carina podía nadar. Ella era la mejor de su clase en la práctica de nadar.
El agua estaba turbada, y Carina estaba segura de que estaría fría como hielo. Ella vaciló. Pero el sillón estaba flotando más lejos. Ella tenía que decidir pronto.
Se metió en el agua con una salpicadura. El agua fría penetró en su frente como un cuchillo. La hizo entumecerse, de manera que casi se olvidó de nadar. Pero ella recordó a tiempo, y empezó a hacer movimientos de natación con los brazos y las piernas.
Se adelantó rápido; el nadar era fácil y ella se olvidó del frío. Ella alcanzó el sillón y lo agarró por el brazo. Entonces ella podía ver claramente al bebé, una pequeña nariz que se asomaba de la frazada, y ojos azules que la miraban con sorpresa. Asustado por la vista de ella, el bebé empezó a llorar de nuevo.
Agarrando firmemente el sillón, Carina dio vuelta para nadar de regreso a la casa. Pero no era fácil. Ella había salido junto con la corriente. Ahora tenía que luchar contra la corriente, y arrastrar el pesado sillón detrás de ella o empujarlo adelante. Ella luchó, pero no pudo adelantarse. Un temor agudo le penetró. Ella se dio cuenta de que no podía nadar de regreso a la casa. Ella era arrastrada juntamente con el sillón hacia las aguas anchas de la zona inundada. ¡Si tan solamente pudiera alcanzar uno de los árboles antes de flotar al mar violento!
Nadando con la corriente, ella logró dirigir el sillón hacia el árbol más cerca. Ella lo empujó entre las ramas. Luego ella se subió a sí misma sobre una rama, y empezó a llamar por ayuda.
—¡Papá! ¡Mamá!—ella gritó—. ¡Socorro! ¡Socorro!
Pero nadie llegó. Ninguno la escuchó. Papá estaba trabajando en el almacén; Mamá estaba ocupada con los niños al otro extremo del desván. La ventana por la cual ella había salido estaba fuera de la vista, alrededor de la esquina de la casa. Ella sólo podía ver la esquina del canal desde el cual ella había brincado al agua.
Sus ropas mojadas se pegaban a ella. Tembló de frío, y sus manos se entumecieron. Ella apenas podía moverse las manos para agarrarse de la rama. Trató de llamar otra vez, pero su garganta parecía cerrada, y su voz estaba ronca.
El bebé en el sillón no tenía frío ni miedo. Quedaba metido en el sillón, igual como Moisés una vez había sido metido en su canasta. Empezó a hacer gorgoritos y a sonreír. Por un momento Carina olvidó su miseria. Sonrió hacia el pequeñito y habló a él. Entonces los puños pequeños se soltaron desde debajo de las frazadas y empezaron a agitarse en el aire. El niño no tenía ningún sentimiento de peligro.
¡La confianza de un niño pequeño! Carina recordó que nuestra confianza en Dios debe ser así. Ella deseaba poder confiar en Él de la misma manera, aun ahora. ¡Pero ella tenía frío, y los dientes, ¡cómo castañeteaban! Casi no había sensación en el brazo que estaba agarrado de la rama. Su pierna derecha, pellizcada entre dos ramas, parecía helada. ¿Podía ser que Dios la estaba protegiendo con Sus alas? Él no había llegado para rescatarla. Pero con todo Papá había leído de la Biblia que Sus misericordias son tan altas como los cielos. Él podía rescatarla por medio del agua, si Él no la rescataba del agua. Él lleva a Sus hijos a la gloria. Y allí, ¡una luz está brillando encima del agua espantosa y gris! ¿Es la luz del cielo, tal vez?
La luz se hacía más brillante, y parecía que ella oía un dulce canto. Se extendieron brazos hacia ella. Sentía que estaba meciendo. La silla todavía estaba allí, con el bebé. Pero entonces parecía desvanecer.
"Ten misericordia de mí, oh Dios, ten
misericordia de mí; Porque en ti ha
confiado mi alma, Y en la sombra de
tus alas me ampararé Hasta que pasen
los quebrantos." Salmos 57:1
"Al que espera en Jehová, le rodea
la misericordia." Salmos 32:10