Capítulo 6

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La Restauración De Los Judíos
Es cosa ciertísima en la palabra de Dios que los judíos, hoy dispersados por todo el mundo, serán restaurados a su propia tierra; porque «El que esparció a Israel lo reunirá» (Jer. 31:10). El tiempo de su restauración no se revela, pero, por cuanto aparecen en la tierra poco después del arrebatamiento de los santos, es evidente que tendrá lugar alrededor de dicha ocasión, aunque sería imposible decir si antes o después de este suceso, pero probablemente después, porque en otro caso sería una señal visible de que el Señor está muy cerca.
Una breve referencia a los caminos de Dios en el gobierno de la tierra simplificará y facilitará en gran manera nuestra comprensión de esta cuestión. Del profeta Daniel aprendemos que, debido al fracaso total de Israel como depositario del poder de Dios sobre la tierra, el dominio fue transferido a los gentiles. Así, en la interpretación de la gran imagen que Nabucodonosor había visto en su sueño, Daniel dice: «Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, Él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro» (Dn. 2:37-38). A esto iban a seguir tres otros imperios: el de Medo-Persia, el de Grecia y el de Roma; y el último de estos, tras desaparecer por un tiempo, sería finalmente reavivado, pero manifestado en diez reinos, como queda simbolizado en los diez dedos de los pies en la imagen, todos los cuales estarían sin embargo unidos en una federación común bajo un jefe supremo (Dn. 2:31-43; 7; Ap. 13 y 17). Estos imperios llegan hasta el fin, pero el último quedará sustituido, más aún, destruido, por el reino de Cristo; porque «en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre» (Dn. 2:44; véase también Ap. 19:11-21 y cap. 20). Ahora bien, el período que abarca la totalidad de estas monarquías se designa como «los tiempos de los gentiles», durante los cuales, según las palabras de nuestro Señor, Jerusalén ha de ser «hollada por los gentiles» (Lc. 21:24). Así, la ausencia de los judíos de su propia tierra coincidirá, de manera aproximada, con este período. Pero los propósitos de Dios tocante a Su antiguo pueblo se cumplirán todavía, porque «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Ro. 11:29). Y por ello, cuando se dé la plenitud y el arrebatamiento de la iglesia, Dios comenzará de nuevo con Sus tratos con la nación.
Es cierto que se permitió el regreso de un pequeño residuo, mayormente compuesto de las dos tribus, Judá y Benjamín (Esd. 10:7-9), durante el reinado de Ciro, que se registra en Esdras y Nehemías; pero esta no fue una restauración nacional, ni el pleno cumplimiento de los propósitos de Dios, porque Hageo, Zacarías y Malaquías profetizaron todos ellos después de este período, y anuncian el tiempo de la bendición natural como todavía en el futuro (Hag. 2:7-9; Zac. 9-14; Mal. 3 y 4). De hecho, desde el tiempo de este regreso hasta el nacimiento del Señor, lejos de ser una nación independiente, estuvieron siempre sometidos al poder gentil. En esta condición, no había nada que se correspondiese con la gloriosa predicción del profeta: «Y extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán; porque en mi ira te castigué, mas en mi buena voluntad tendré de ti misericordia. Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes. Porque la nación o el reino que no te sirviere perecerá, y del todo será asolado» (Is. 60:10-12). Y desde luego el propósito de este regreso parcial parece haber sido el de que Cristo naciera entre ellos, según las predicciones de los profetas, y que les fuese presentado como el Mesías. Así es como tuvo lugar, y el Evangelio de Mateo, que trata especialmente de este tema, nos da los resultados plenos. Fue rechazado de plano. Escogieron a Barrabás para conseguir la muerte de Cristo. «Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!» (Mt. 27:21-23). En el Evangelio de Juan, la iniquidad de ellos se exhibe de manera todavía más notable. «Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César» (Jn. 19:15). Así, renunciaron deliberadamente a la esperanza y gloria de su nación, rechazaron a su Mesías en su malvado deseo de asegurar la crucifixión de Jesús de Nazaret; y desde aquel entonces hasta hoy han estado padeciendo las consecuencias de su terrible crimen, como proscritos y como refrán entre las naciones de la tierra.
Pero Dios, sea cual sea el pecado de Su pueblo, no puede negarse a Sí mismo; y en la muerte de Aquel a quien Su antiguo pueblo rechazó (porque Él murió por esta nación — Jn. 11:52), Dios estableció el fundamento para la futura restauración y bendición de la misma. La prueba de esto es tan abundante que es difícil conocer dónde comenzar o terminar; pero se pueden seleccionar unas pocas escrituras, y dejaremos a nuestros lectores que sigan los detalles con detenimiento. «Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar. Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra» (Is. 11:11-12, y ss.). De nuevo leemos que «Porque Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra; y a ellos se unirán extranjeros, y se juntarán a la familia de Jacob. Y los tomarán los pueblos, y los traerán a su lugar; y la casa de Israel los poseerá por siervos y criadas en la tierra de Jehová; y cautivarán a los que los cautivaron, y señorearán sobre los que los oprimieron» (Isa. 14:1-3). Léase también Is. 25:6-12; Is. 26; Is. 27:6; Is. 30:18-26; Is. 35:10; Is. 49:7-26; Is. 54; Is. 60; Is. 61, etc. El lenguaje de Jeremías no es menos específico: «He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y éste será Su nombre con el cual le llamarán: JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA. Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra». Léase especialmente Jer. 30, 31 y 33). Lo cierto es que apenas si hay un profeta que no trate de este tema, y ello en un lenguaje tan llano que si no se hubiera confundido Sion con la Iglesia, nadie podría haber abrigado la más mínima duda acerca de las intenciones de Dios para con Su antiguo pueblo. Además, si el testimonio de los profetas hubiera sido menos específico, el argumento de Pablo en Romanos 11 debiera haber sido suficiente para enseñarnos que Él nunca abandonará Sus propósitos de gracia y de bendición para con la descendencia de Abraham; porque, después de exponer que Dios no ha desechado Su pueblo (Israel), dice: «Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y éste será Mi pacto con ellos, cuando Yo quite sus pecados» (vv. 25-27). De hecho, hay dos cosas que quedan claras por este pasaje: que hay bendición reservada para Israel, y que su Libertador vendrá de Sion; esto demuestra que han de estar ya en la tierra antes de poder recibir la bendición que aquí se describe.
Hay sin embargo varias etapas en su restauración antes de alcanzar este pleno resultado anunciado por Pablo. Una porción volverá a Palestina en estado de incredulidad. Esto es cosa cierta por el hecho de que Zacarías describe su conversión ya en la tierra cuando tendrá lugar la aparición del Señor (Zac. 22:9-14; 13:1. Véase también Is. 17:10-11; 28:14-15). Mientras estén en este estado de incredulidad levantarán un templo e intentarán restaurar sus servicios sacrificiales; y esto abrirá el camino para el establecimiento por parte del anticristo de la abominación desoladora en el lugar santo, acerca de lo que nuestro Señor advirtió a Sus discípulos (Mt. 24:15; véase también Ap. 11:1-2; Is. 66:1-6). Sin embargo, habrá un remanente en medio de sus hermanos incrédulos que se mantendrán por Dios, y que, no conociendo aún a su Mesías, clamarán al Señor en su angustia, y que será preservado de las abominaciones en las que caerá la masa de la nación. Estos son el remanente escogido cuyas experiencias aparecen tan desarrolladas en los Salmos y en algunos de los profetas.
La restauración de las diez tribus tendrá lugar después que el Señor haya tomado Su reino. Por cuanto no han tenido parte en el rechazo y la crucifixión de Cristo, aunque serán juzgados por sus propios pecados, serán eximidos de las terribles y peculiares pruebas a través de las que tendrán que pasar sus hermanos, en consecuencia de su aceptación del anticristo y de su relación con él. Por tanto, no será hasta después de Su regreso que Cristo sacará a la luz y restaurará esta porción de Su pueblo, tanto tiempo perdida. Ezequiel describe el método de la restauración de estas tribus: «Vivo yo, dice Jehová el Señor, que con mano fuerte y brazo extendido, y enojo derramado, he de reinar sobre vosotros; y os sacaré de entre los pueblos, y os reuniré de las tierras en que estáis esparcidos, con mano fuerte y brazo extendido, y enojo derramado; y os traeré al desierto de los pueblos, y allí litigaré con vosotros cara a cara. Como litigué con vuestros padres en el desierto de la tierra de Egipto, así litigaré con vosotros, dice Jehová el Señor. Os haré pasar bajo la vara, y os haré entrar en los vínculos del pacto; y apartaré de entre vosotros a los rebeldes, y a los que se rebelaron contra mí; de la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán; y sabréis que Yo soy Jehová. Y a vosotros, oh casa de Israel, así ha dicho Jehová el Señor: Andad cada uno tras sus ídolos, y servidles, si es que a mí no me obedecéis; pero no profanéis más mi santo nombre con vuestras ofrendas y con vuestros ídolos. Pero en mi santo monte, en el alto monte de Israel, dice Jehová el Señor, allí me servirá toda la casa de Israel, toda ella en la tierra; allí los aceptaré, y allí demandaré vuestras ofrendas, y las primicias de vuestros dones, con todas vuestras cosas consagradas. Como incienso agradable os aceptaré, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros a los ojos de las naciones. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando os haya traído a la tierra de Israel, la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a vuestros padres. Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todos vuestros hechos en que os contaminasteis; y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados que cometisteis. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando haga con vosotros por amor de mi nombre, no según vuestros caminos malos ni según vuestras perversas obras, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor» (Jer. 31:6-14).
Devueltas así las diez tribus a su lugar, se nos dice además que serán reunidas juntamente con Judá bajo el feliz y glorioso gobierno de su Mesías, de modo que «nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos», y que el siervo de Dios, «David [el verdadero David, Cristo] será príncipe de ellos para siempre» (Ez. 37:21-28).
Vemos así que Dios no ha olvidado Su pacto con Abraham (Gn. 17:4-8); porque en tanto que Israel ha fracasado en su responsabilidad y ha perdido todo derecho ante Dios, Él, sin embargo, en fidelidad a Su palabra, en las maravillas de Su gracia, llevará a cabo todo lo que ha pronunciado. Y se acerca el tiempo en el que Israel, una vez restaurado de nuevo a su propia tierra, «echará raíces, florecerá y echará renuevos, y la faz del mundo llenará de fruto» (Is. 27:6). Porque «Así ha dicho Jehová: Si no permanece mi pacto con el día y la noche, si yo no he puesto las leyes del cielo y la tierra, también desecharé la descendencia de Jacob, y de David mi siervo, para no tomar de su descendencia quien sea señor sobre la posteridad de Abraham, de Isaac y de Jacob. Porque haré volver sus cautivos, y tendré de ellos misericordia» (Jer. 33:25-26).