Capítulo 6

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Tomemos esto en relación con el comienzo del siguiente capítulo: «Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo», etc., en lugar de perder el tiempo con lo que ha pasado, proseguid a la plena revelación de Cristo. Sentíos allí como en casa, y comprended cuál sea la voluntad del Señor. No podemos separar el conocimiento del bien y del mal del conocimiento de Cristo. Cuando paso a discriminar entre ambas cosas por mí mismo, ¿cómo puedo hacerlo? ¿Cómo puedo andar como Él anduvo, sin Él? No puedo. «En él.» ¿Qué significa esto? «Vosotros en mí.» ¿Dónde está Cristo? En el cielo; entonces, también yo estoy allí. Mis afectos deberían estar también allí; mi esperanza es quedar totalmente identificado con Él. La parte que yo tengo es la que Él tiene: vida, justicia, gloria: todas mis asociaciones son con Él. Hay esta diferencia entre los rudimentos de la doctrina de Cristo y la plena perfección: «habiendo sido perfeccionado» (cap. 5:9) o glorificado. Él pasó por la experiencia aquí abajo, y luego entró en el cielo para ser Sacerdote, porque nuestras bendiciones, asociaciones, etc., están todas arriba, perfectas allí arriba, no aquí abajo. Él no había alcanzado este punto de los consejos de Dios en gloria cuando estaba aquí abajo. Ahora está allí, y me ha asociado a mí con Él mismo en aquel lugar. Puedo ver que Cristo ha pasado a través de este mundo de manera que puede simpatizar con nosotros en todas nuestras tristezas y dificultades. Él ha llevado mis pecados: ¿Y dónde está Él ahora? En el cielo; y allí estoy yo también en espíritu, y me llevará allí también de hecho. Allí donde Él está está el Suyo «perfeccionado». La obra está acabada, y ahora Él me está mostrando su efecto: mostrándome el camino que pertenece a la justicia que Él ha obrado. Él ha tomado mi corazón, y me ha asociado consigo mismo. Y me dice que ésta es la «perfección» para que prosiga en ella. ¿Dónde vio Pablo a Cristo? En la gloria. Si él hubiera conocido antes a Cristo según la carne, no le conocía ahora así (este fue el principio cuando estaba en la tierra); ahora le conocía en el cielo: y esta gran verdad le fue revelada a él, que todos los santos sobre la tierra eran como Cristo.
Pablo había sido aborrecedor de Cristo, y había tratado de desarraigar Su nombre de la tierra; había persistido en el pecado—si no como transgresor de la ley, sí como rechazador del Cristo cuando en la tierra, y más aún, había resistido al Espíritu Santo, rechazando el testimonio del Espíritu Santo dado en misericordia a este pueblo por el que Cristo intercedió en la cruz. Apedrearon a Esteban, que daba testimonio, y Saulo ayudó en esto. Él era «el primero de los pecadores», porque asoló la iglesia de Dios. Descubrió que la intención de la carne era enemistad contra Dios, que no estaba sometida a Dios. Lo comprobó en su propia experiencia, y ahora descubrió que había santos que no estaban en aquel estado, aquellos que estaban vivificados con Cristo, y asociados con Cristo en gloria. «Yo soy Jesús, a quien tú persigues». Ellos no estaban asociados con el primer Adán, sino con el segundo Hombre, en Cristo; ésta era la posición que ellos tenían. Estas personas a las que había estado persiguiendo eran Cristo. Lo que le quebrantó fue ver a Cristo en gloria, y a todos ellos asociados con Él. Ahora aprende que él está muerto a la ley, muerto a la carne. El Cristo que quiero alcanzar es un Cristo glorificado. Ganar Cristo puede costarme la vida. Pero no importa. Éste es mi objetivo. En cuanto al primer Adán, fue «pesado en la balanza, y hallado falto»: estoy fuera de esto; no en la carne, sino en Cristo. Las cosas viejas pasaron totalmente; el cristiano está crucificado al mundo, etc.; muerto y resucitado, teniendo otro objeto. Está vivo de entre los muertos, porque Cristo lo está; está «aceptado en el Amado»; tiene la consciencia de que esta obra de Cristo le pone en un nuevo lugar (no glorificado aún en el cuerpo): ésta era la «perfección». ¿Cuál era entonces el estado de sus afectos? Su deseo era «para ganar a Cristo». «Así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial» (1 Co 15:49). Éste era su objeto. Su mente estaba llena de él.
El Espíritu Santo ha bajado para recordarnos todas estas cosas. Los creyentes están unidos a Cristo en gloria (nunca se dice que Cristo se uniera al hombre). Entonces el apóstol estaba viviendo por el poder del Espíritu Santo. ¡Qué prueba para él ver a estas personas volviendo a sus «rudimentos», «arrepentimiento de obras muertas, fe en Dios ... el juicio eterno»—¡verdades todas estas! Pero si uno se para aquí, se deja de alcanzar al Cristo glorificado. «¿Quién os fascinó?», les dice a los gálatas. Y de sí mismo dice: «Conozco a un hombre en Cristo», y su espíritu se quebranta al ver a los santos reposando en cosas terrenales acerca de Cristo. El Espíritu Santo había venido para hacerlos partícipes de un llamamiento celestial; para asociarlos de mente y corazón con Cristo, y para mostrarles cosas para separarlos del mundo; no sólo para guardarlos del mal, aunque esto último es también cierto. Entonces tenían un templo en pie, donde había estado el mismo Cristo. ¿Para qué debieran haberlo dejado, si Cristo no había juzgado la carne? La pared intermedia había sido levantada; ¿cómo iban a osar derribarla si Dios no lo hubiera hecho? Si Dios no hubiera dicho: «Nada tengo ya más que ver con la carne», ¿cómo podrían ellos osar abandonar el campamento, y salir fuera? Cristo glorificado es el final de todos los «rudimentos», y hemos de ir a través del mundo como extranjeros y peregrinos.
Lo único que Dios jamás reconoció como religión fue el judaísmo. Tenía que ver con la carne. Esto tiene su fin mediante la cruz; todo queda crucificado: tu vida, tu hogar, tus asociaciones, todo ello es en Cristo. La doctrina de los rudimentos de Cristo no era ésta. ¿Qué encuentro cuando Cristo está en la tierra? Entonces habla del juicio venidero, lo cual ellos creen. Los fariseos creían en una resurrección de los muertos; en bautismos, que significan lavamientos, etc. Todas estas cosas las tenían entonces, y constituían una religión de este mundo, y tuvieron la sanción de Dios hasta la cruz. La venida del Mesías a la tierra fue el comienzo; pero ahora dejo esto; no niego estas cosas—son todas ciertas—pero tengo otras cosas. Saulo pudiera haber sido el más brillante de los santos bajo las cosas antiguas, pero sin conocer a Cristo. Pero supongamos que hubiera personas que se introdujeran en cosas celestiales, hechas partícipes del Espíritu Santo, habiendo sido «hechos partícipes del Espíritu Santo», y que luego lo abandonaran. ¿Qué podrían hacer, entonces? Supon­gamos que lo hubieran recibido todo en sus mentes, y luego lo dejaran: ¿qué más podía quedarles a ellos? Podría haber un paso de la fe en un Cristo humillado a la fe en un Cristo glorificado, pero más allá de esto ya no hay nada.
No hay ninguna referencia a vida aquí en la mención de que fueran partícipes del Espíritu Santo. Esto trae muy intensamente ante nosotros la verdadera presencia del Espíritu Santo y del poder por medio de Él: algo muy distinto de la vida; y que sin embargo tenemos mucha necesidad de conocer. Tenemos que tener esto además de la vida. Habiendo nacido del Espíritu, hay poder para nosotros por medio de la presencia de una persona, que puede actuar en otra sin que posea vida. Puede haber luz en el alma sin la menor traza de vida. En el caso de Balaam, leemos que el Espíritu de Dios vino sobre él: tuvo que ver la bienaventuranza del pueblo de Dios, y hablar de ella. Tenía luz, pero había sueño en su alma, y tiene que decir: «Lo veré, mas no ahora.» Esto era lo contrario a la posesión de vida. Ves a un hombre cercano a la vida, viendo toda su bienaven­turanza, pero no poseyéndola. Ahora bien, si se ve toda la bendición espiritual y se rechaza, ¿qué otra cosa pudiera haber?
«Gustaron de la buena palabra de Dios»—Simón Mago es un ejemplo de esto.
«Los poderes del mundo venidero», o milagros, anulando el poder de Satanás. En el día venidero este poder logrará la victoria sobre todo el poder de Satanás. Simón Mago quiso este poder cuando lo vio.
«Es imposible que los que ... recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios», etc. La nación de Israel le había crucificado—no sabían lo que hacían. Pero estos sí sabían lo que estaban haciendo. El Espíritu Santo había derramado la luz, y ahora ellos lo hacían por sí mismos. No era ignorancia, era voluntad. Los hay que con gozo reciben la palabra—y esto mismo demuestra que no hay ninguna realidad. Quisieran tenerla en gozo y abandonarla en tribulación. La palabra de Dios no siempre da gozo. Cuando llega y toca la conciencia, y quebranta la tierra somera, y juzga los pensamientos e intenciones del corazón, no da gozo. Rasga el corazón cuando es para provecho, pero es para vida y salud. Aquí no tenemos meramente el gozo de oír acerca de ello, sino haber gustado la buena palabra de Dios acerca de un Cristo celestial y glorificado. Aquí no se habla de vivificación. Moisés estaba vivificado, pero no estaba bautizado con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no descendió hasta Pentecostés. Hizo temblar la casa donde estaban reunidos, pero esto no fue para dar vida. El poder es cosa distinta de dar vida. Los ya vivificados debían ser la morada de Dios por el Espíritu. Hubo manifestaciones de Dios por medio de estas cosas, lenguas, etc., como anticipaciones del establecimiento del reino.
Es después de haber sido dada la salvación, después que el alma ha nacido de Dios, que el Espíritu Santo viene al creyente como sello, como arras, como unción. Pudiera tener una experiencia de poder sin ser sellado; pero como creyente soy sellado, estoy quebrantado en mí mismo, no sólo recibiéndolo «con gozo». Soy un pecador—no hay bien en mí. Es una cuestión directa entre mi alma y Dios; no como Simón Mago, creyendo los milagros que hacía. Antes de ser convertido creía tanto en la existencia de Cristo como ahora. Cuando Cristo estaba en la tierra, los hubo que vieron los milagros, y se volvieron a sus casas. Pero cuando el Espíritu de Dios obra en el corazón, muestra lo que somos, y hace que nos sometamos a la justicia de Dios. Pasa el arado por toda el alma y el ser de un hombre, mostrándole todo lo que es. Esto es distinto de meramente verlo. Si has rechazado estas cosas gloriosas, nada queda ya. Aquí esta advertencia está en relación con el Espíritu Santo en el capítulo 10. Está relacionada con el sacrificio. Entonces lo que sigue muestra que no se supone cambio alguno en la persona: «Porque la tierra que bebe la lluvia ... recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada», etc. La tierra es la misma: cae la lluvia sobre ella, pero da espinos. Así sucede con los hombres; puede que no haya nada en ellos para producir fruto. El resultado de la vida se ve en fruto, no en poder. La muda asna podría hablar; pero esto era poder, no vida espiritual.
«Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación» (v. 9). Hay aquí la obra de amor; entonces, hay vida. Quizá haya sólo un poco de fruto; pero el árbol no está muerto si hay algún fruto, «cosas que pertenecen a la salvación», no meramente poder, no meramente gozo. Esto podría existir sin una naturaleza divina. Pero, «si [yo] tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes ... y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres ... y no tengo amor, de nada me sirve.» Judas podía echar demonios lo mismo que el resto, pero Cristo les dice a Sus discípulos: «No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lc 10:20).
El vínculo de tu corazón con Cristo, la consciencia de que Dios haya escrito tu nombre en el cielo, es la cosa bienaventurada. Ahí había fruto: había el amor de los hermanos, ahí estaba la naturaleza divina, y la «plena seguridad de la esperanza y de la confianza hasta el fin» es lo que se desea. Que busquemos esto.
Cuando la semilla cayó en lugares rocosos, brotó rápidamente; no había raíz. Cuando la palabra no alcanza la conciencia, no hay raíz, ni vida, y por ello mismo no hay fruto. Pudieras llorar por Cristo y no tener vida, como las mujeres que salían fuera de Jerusalén. La carne podría ir todo este trecho sin vida divina. Podrían hacerse milagros sin conocerle a Él ni ser conocido por Él. Un átomo de quebranta­miento de espíritu es mejor que llenar el mundo de milagros.
Versículo 6. La iglesia nominal de Dios está precisamente en este estado. Habrá una apostasía, y serán desgajados; esto está profetizado en Romanos 11, serán cortados, si no continúan en Su bondad. La apostasía llegará, y no hay renovación de ellos para arrepentimiento.
Ahora una breve palabra para nosotros—lo que tenemos en Cristo. Tenemos cosas celestiales, estamos asociados con Cristo en el cielo: «Por cuanto yo vivo, vosotros también viviréis» (Jn 14:19, V.M.). Lo tengo todo en Cristo. Él es mi vida, mi justicia, delante de Dios. Entonces Dios reposa con deleite en mí, por cuanto reposa en Cristo. ¿Qué lugar tengo yo en Cristo? En el cielo, y Él me ha dado el Espíritu Santo para conocerlo y gozarlo, de manera que mi alma reposa en ello como el testimonio de Dios. Dios no puede mentir. Abraham recibió una promesa, y la creyó; un juramento, y lo creyó. Yo tengo más que esto. Creo que lo ha cumplido. Tengo ahora justicia en la presencia de Dios; y tenemos más en esperanza, esto es, la gloria que pertenece a su justicia. Tengo vida, justicia, el Espíritu Santo como sello, y más, el Precursor ha entrado ya, y el Espíritu Santo me hace consciente de mi unión con Él; no meramente del hecho de que el pecado ha sido quitado. Tenemos el Espíritu en virtud de la justicia. El Espíritu Santo ha venido a decirme que yo estoy en este Cristo. ¿Cuál es la consecuencia práctica? Si la gloria que Él tiene es mía, yo voy tras Él. Entonces, todo en este mundo es escoria y estiércol.
«Oportunidad tenían para volverse»: esto es, allí donde la fe es ejercitada y puesta a prueba. Vosotros los que habéis conocido al Señor por algún tiempo habéis tenido oportunidad de volver. ¿Cómo os ha ido? Una piedra dejada en tierra va hundiéndose gradualmente. Hay constantemente una tendencia en las cosas presentes a oprimir los afectos—no se trata de pecados abiertos, sino de deberes, y ninguna trampa es peor que la de los deberes. Tenemos un deber, servir a Cristo. Del lado de Dios, todo resplandece.